"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
Antonio Mora Plaza (CV)
Resumen:
Hay un corriente dominante en el pensamiento económico que
relaciona el salario y la productividad, no sólo como algo
deseable y natural, sino como algo que tiene virtudes
optimizadoras en la asignación de los recursos. Podemos
considerar que es en Adam Smith donde se inicia esta corriente,
porque unos de los pilares sobre los que construye su
explicación de la riqueza de las naciones es el egoísmo, la
legitimación de las ganancias como último fin más el de la mano
invisible; con estos principios y con el de la flexibilidad en
los mercados de bienes y trabajo se ha construido el modelo
neoclásico. En este artículo trata en su primera parte de acotar
los límites y condiciones, falsedades y certezas de estas
hipótesis de comportamiento. En la segunda parte se ilustra
históricamente la validez de los principios neoclásicos sobre la
flexibilidad de precios y salarios para llegar y/o mantener el
pleno empleo. En la última, se hacen algunas propuestas de
modificación del salario mínimo, de modificación de las
cotizaciones sociales y del uso de las subvenciones al empleo en
el futuro a raíz de la experiencia de la ley de junio del 2006
sobre el “crecimiento y el empleo”.
Palabras clave: salarios, precios, productividad,
egoísmo, mano invisible, ganancias, precios, salario mínimo,
cotizaciones sociales, empleo, subvenciones
Abstract:
There is a dominant current in the economic thought that relates
the wage and the productivity, not only like something desirable
and natural but like which it has optimizadoras virtues in the
allocation of the resources. We can consider that is in Adam
Smith where this current begins, because of the pillars on which
it constructs its explanation of the wealth of the nations is
the egoism, the legitimation of the earnings as last aim and the
one of the invisible hand; with these principles and the one of
the flexibility in the markets of goods and labor markets the
neoclassic model has been constructed. In this article it tries
in his first part to establish the limits and conditions,
falsifications and certainties of these hypotheses of behavior.
In the second part we speak about the validity of the neoclassic
principles acquires knowledge historically on the flexibility of
prices and wages to arrive and/or to maintain the total
employment. In the last one, some proposals of modification of
the minimum wage, modification of the social quotations and the
use of the subventions become in the future as a result of the
experience of the law of June of 2006 on the “growth and
employment”.
Key words: wages, prices, productivity, egoism, invisible hand,
earnings, prices, minimum wage, social quotations, employment,
subventions
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Mora Plaza, A. : “Salarios, productividad y mercado de trabajo. Algunas propuestas para el caso español" en Contribuciones a la Economía, junio 2007. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/
Relacionar salarios y productividad se trata sin duda de uno de los
paradigmas neoliberales que dominan la corriente de pensamiento
económico, dentro de un paradigma más amplio: que las relaciones
económicas deben darse en el “mercado”, dentro del “mercado” y sólo
en el “mercado”. El otro eje del neoliberalismo aparecía hasta hace
poco como el de cuanto menos Estado de Bienestar, mejor. Digo hasta
hace poco, porque lo que ha habido siempre y ahora aparece más
descarnadamente, es una suerte de “neoliberalismo farisaico”, que
consiste en verbalizar el “sólo mercado”, pero utilizar los recursos
públicos para financiar iniciativas privadas. Así vemos en España
cómo los afectados de Afinsa y Filesa se han tornado
intervencionistas y reclaman que el Estado les solucione el problema
de la merma de sus ahorros por obra y gracia de los gestores de su
fondo de inversión; en su día vimos a “mercaderes” practicando la
economía libre de mercado con el aceite adulterado (la colza), y al
final hemos sido entre todos, con nuestros impuestos, los que hemos
compensado o paliado las actuaciones criminales –aunque sea por
negligencia- de los “oferentes” de esa mercancía a través del
“mercado”; hemos visto también al Sr. Bush compensando a las líneas
aéreas por sus pérdidas a raíz de los atentados del 11-S, al mismo
tiempo que disminuía los presupuestos para la educación y sanidad
públicas; vemos y oímos al nuevo presidente de la CEOE reclamando
inversiones “públicas” en Madrid, a la vez que alaba las virtudes
del mercado libre de intromisiones; a los agricultores reclamando
subvenciones para la agricultura; o a la Sra. Aguirre decir que
“Zapatero estrangula Madrid” al mismo tiempo que disminuye las
partidas de los presupuestos para la escuela pública y construye o
proyecta construir hospitales de propiedad privada con recursos
públicos, o menoscaba los recurso fiscales de la comunidad de Madrid
al rebajar los impuestos sobre el patrimonio y de sucesiones. Los
ejemplos podrían alargarse ad infinitum.
Salarios y productividad
Volviendo al tema de salarios y productividad, el paradigma
neoliberal se muestra al establecer una relación de causa y efecto
entre ambos y en un solo sentido. Hasta ahí la cosa parecería
inocente si no fuera porque el fundamentalismo neoliberal establece
el siguiente implícito esquema: a) la productividad del factor
trabajo es siempre decreciente, que es tanto como decir que cuando
aumenta el empleo, sea en el ámbito de la empresa, sea en un sector
de la economía o en ésta en su conjunto, la productividad
“necesariamente” baja; b) para la empresa es siempre lo óptimo que
los trabajadores cobren de acuerdo con su productividad; c) lo que
es bueno para las empresas una a una y su cuenta de resultados es
bueno para el conjunto del país; d) el resultado es una asignación
óptima de los recursos ; e) esta asignación sólo se puede conseguir
sin trabas, con absoluta libertad de precios y salarios y sin
servicios públicos, es decir, sin Estado de Bienestar .
Una parte de este artículo trata de valorar este esquema a la luz
del análisis económico para, por un lado, dotarlo de la precisión
necesaria para su discusión y, por otro, para establecer sus
límites, desenmascarar sus tópicos y desechar sus errores,
quedándonos con lo que tenga de valioso. Creo que es importante
porque, como quería el fallecido Althusser, “la lucha en la teoría”
forma parte de la lucha de clases y el neoliberalismo es un enemigo
para los que aspiran y aspiramos a una sociedad más justa, más libre
y más igualitaria. El otro aspecto a resaltar en lo que sigue es la
profunda confusión que los neoliberales y el neoliberalismo
introduce entre lo positivo y lo normativo, entre las afirmaciones
sobre la realidad y sobre lo que nos gustaría de como fueran las
cosas, entre la realidad y el deseo, que es característico de las
ideas que cristalizan en ideologías, es decir, en doctrina y, por
tanto, en pensamiento acientífico.
La idea de relacionar salarios y productividad ya aparece en Adam
Smith cuando dice que los salarios están determinados por la
productividad porque “en ese estado originario de la sociedad… el
producto total del trabajo pertenece al trabajador. No tiene patrón
con el que compartirlo” . Otro de los grandes economistas del
período clásico, David Ricardo, relaciona salario con rendimientos
decrecientes del trabajo, como ocurre con cualquier factor que entre
en la producción. Sin embargo, para este economista la retribución
del trabajo depende más de un “fondo de salarios”, que es el dinero
que el terrateniente adelanta al trabajador porque no puede esperar
a la cosecha para alimentarse y alimentar a su familia. “Los
rendimientos decrecientes” sería lo equivalente a la de la
productividad de la época actual . Ricardo distingue entre “precio
natural” de la mano de obra y “precio de mercado”, siendo el primero
“…el precio necesario que permite a los trabajadores, uno con otro,
subsistir y perpetuar su raza, sin incremento ni disminución” y el
“el precio de mercado de la mano de obra el precio que realmente se
paga por ella debido al juego natural de la proporción que existe
entre la oferta y la demanda” . Marx, aunque acepta el peso del
mercado , entiende que este gravita sobre otro esquema; para él el
salario es la retribución del “valor de la fuerza de trabajo” que
viene determinado “por el valor de los artículos de primera
necesidad exigidos para producir, desarrollar, mantener y perpetuar
la fuerza de trabajo” ; el valor del producto en cambio sería el
trabajo presente y acumulado (medios de producción) incorporados. La
diferencia entre el valor de la producción y el valor de esta
“fuerza de trabajo” es la plusvalía, corazón y centro sobre el que
construye toda su gigantesca obra sobre el capitalismo. El salario
no vendría pues determinado por su productividad, sino por la
capacidad de arrebatar a los propietarios de los medios de
producción parte de la plusvalía generada por el propio trabajador;
dependería, en definitiva, de la lucha de clases .
Vamos a entrar en materia sobre qué es o de qué se trata cuando
hablamos de “productividad” con algo más de rigor de lo que hemos
hecho hasta ahora y aceptando que este trabajo va dirigido a un
medio no especializado en el análisis económico, exige algo de
paciencia porque no nos queda más remedio que darnos de bruces con
las matemáticas, esa cosa que tanto temor infunde cuando, neófitos,
nos acercamos a ella, pero que tanto nos recompensa cuando se
entienden. ¿Dé donde ha salido eso de relacionar la productividad
con el salario? Descendemos a nivel “micro” y podemos especificar lo
que hace un empresario, un gestor de medios, recursos y trabajo
ajeno y propio, es decir de lo que hace un empresario. Aúna trabajo
(L) y recursos, medios de producción, maquinaria, instalaciones,
materiales que transforma o simplemente comercializa. A todo esto lo
llamamos “R”. Con todo esto obtiene un conjunto de productos y/o
servicios (Qj) que vende. A este conjunto de (“L”) y medios de
producción (“R”) lo hacemos corresponder con el resultado del
negocio mediante la relación:
Qj = fj(L,R)
Este conjunto de “n” bienes y servicios (Qj desde j=1 a n), el
empresario, comerciante, banquero, etc. lo vende al precio Pj (desde
j=1 a n) y con ello obtiene unos ingresos de:
Ingresos = (Pj x Qj) (para j=1 a j=n)
Esto no le ha salido gratis, porque ha tenido que pagar nóminas por
trabajador (“Wj) y cotizaciones a la Seguridad Social por trabajador
(“Cj”) por cada bien o servicio “j”, y otros costes salariales no
proporcionales a las horas de trabajo; además ha pagado o se ha
endeudado por el conjunto de materias, materias primas,
amortizaciones del inmovilizado, maquinaria, alquileres, etc. que
hemos llamado antes “R”. Los costes incurridos lo podemos resumir
así:
Costes = (Wj + Cj) x Lj + R (para j=1 a j=n)
siendo “Lj” el trabajo aplicado al producto o servicio “j”, y la
suma de todos los recursos humanos (L) igual a la suma de Lj (desde
j=1 a j=n)
L = Lj (para j=1 a j=n)
De los anterior se desprende que los beneficios de esta empresa –de
cualquier empresa- es la diferencia entre Ingresos y Costes, siempre
que se incluyan todos los ingresos y todos los costes, también los
costes de oportunidad. Pero el análisis económico no se queda en
esta trivialidad sino que va más allá y recoge el guante
marginalista y establece como paradigma que el empresario/gestor
debe asignar y pagar los recursos –en este caso sólo nos interesa el
trabajo- de tal manera que maximice los beneficios. Es decir, que
este empresario egoísta y calvinista maximiza la función:
Beneficios = Ingresos – Costes
Beneficios = Pj x Qj - (Wj + Cj) x Lj + R , (para j=1 a j=n)
y derivando se obtiene que los salarios han de cumplir la ecuación:
Pj x dfj(L,R)/dLj x dLj/dL = (Wj + Cj) x dLj/dL
(para j=1 a j=n)
No hace falta entrar en la complejidad de esta ecuación, sino saber
que para que se cumpla lo anterior es condición suficiente –aunque
no necesaria- que se cumpla esta otra:
Pj x dfj (L,R)/dLj = Wj + Cj (para j=1 a j=n)
que expresado verbalmente quiere decir que los salarios (Wj) y la
cotizaciones a la Seguridad Social (Cj) deben retribuirse según el
valor de la productividad del trabajo (Pj x dfj/dL). Aunque al lego
en la materia pueda sorprender el resultado, tiene sin embargo una
lógica impecable: un empresario, gestor, dueño de un comercio, etc.,
si quiere maximizar sus beneficios debe hacer dos cosas al menos:
a) emplear los recursos humanos entre las diferentes productos (los
“j”) de tal manera que lo que se pague a cada trabajador sea igual a
lo que aporta a los ingresos de la empresa el último trabajador
asignado o contratado a “j”; si no fuera así y, por ejemplo, en un
banco obtuviera unos ingresos superiores en el departamento de
tarjetas de crédito que en la sala de mercado de opciones, bueno
sería que la dirección del banco llevara al departamento de tarjetas
parte de los trabajadores de opciones; y si se sobrepasara y
aportara ahora más a los ingresos totales del banco los del mercado
de opciones, tendría la dirección que dar marcha atrás y devolver
parte de los trabajadores del departamento de tarjetas al de
opciones. El óptimo paretiano se alcanza cuando los trabajadores
están asignados hasta que los ingresos marginales por coste del
trabajador (u hora trabajada) de todos los departamentos del banco
sean iguales entre sí.
b) pagar los salarios por un importe igual a los valores de la
productividad marginal del trabajo, porque si los ingresos
marginales obtenidos por la empresa derivados del aumento de la
plantilla fuera mayor que el salario unitario pagado a todos los
trabajadores, bueno sería para el empresario incorporar más
trabajadores y añadir con ello más a los ingresos totales que a los
costes totales; por el contrario, si el salario pagado a todos los
trabajadores fuera superior a los ingresos marginales derivados del
último aumento de la plantilla, la empresa mejoraría sus beneficios
desprendiéndose de algunos de los trabajadores. Sólo cuando el
salario pagado fuera igual al aumento de los ingresos originados por
esta incorporación, la empresa maximizaría la diferencia entre
ingresos y gastos. Y esto vale para cualquier empresa por pequeña o
grande que sea, trabaje en cualquier mercado y en cualquier sector .
Pasamos ahora hacer una crítica de esta visión , pero antes un
comentario: lo primero que sorprende al lego en este tipo de
análisis no es lo de la productividad sino lo de marginal. No
estamos acostumbrados a pensar en términos marginales porque la
inercia al acercarnos a esta materia es hacerlo implícita o
explícitamente en términos de productividad media. Se trata sin duda
de una conquista del pensamiento –y no sólo económico-, porque toda
optimización obliga, no a fijarnos en el pasado (criterio de la
media), sino en el futuro (criterio marginal), a valorar el
resultado global como consecuencia de la última unidad aportada al
proceso; obliga, a diferencia de la mujer de Lot, a no mirar atrás,
a no añorar el pasado, sino a confiar y arriesgar por el futuro.
La primera crítica a este criterio de optimización es la visión
absolutamente mercantilista y utilitarista del empresario como
maximizador de beneficios sin otra preocupación, sin otros
intereses, sin otras aspiraciones, exento de una brizna de
altruismo. Hay detrás de esta sencilla formulación mucha ideología,
mucha moral calvinista propia de la época y lugar (Inglaterra, 1776,
A. Smith) donde nace la teoría económica, con permiso de
fisiócratas, mercantilistas, escuela de Salamanca, etc., que les
precedieron. Otra crítica es la de que el empresario debe atender a
la solvencia de la empresa y sacrificar a veces el beneficio a corto
plazo por la supervivencia de la empresa a largo; también se han
propuesto modelos de comportamiento centrados en la maximización de
las ventas; además existe el comercio justo, el basado en el respeto
a la naturaleza, contra la explotación infantil, trabajo autónomo,
explotaciones familiares, etc., que no tienen como objetivo único ni
principal la maximización de beneficios. Este es un objetivo más,
quizá el más importante para la mayoría de comerciantes, gestores,
empresarios, pero no el único, a lo más un objetivo prioritario
compartido con otros.
Otra crítica aún más severa es la que atañe a esa construcción
intelectual que es la función de producción Q= f(L,R). Según la
teoría clásica, esta función presenta rendimientos decrecientes para
los factores de producción, de tal manera que a medida que aumenta
el trabajo, aumenta la producción, pero en menor medida que lo que
lo hizo aquél. Estos rendimientos decrecientes –ahora productividad
marginal - son cruciales para justificar la asignación óptima de los
recursos a partir de la maximización de los beneficios, porque si
los rendimientos son constantes o crecientes, el criterio de la
igualación de los valores o ingresos marginales para asignar o
repartir el trabajo ya no valen. Y los rendimientos constantes e
incluso crecientes son muy frecuentes; así, una empresa puede
obtener como mínimo rendimientos constantes duplicando una nave o
haciendo otra empresa que sea copia de la existente.
Más críticas. Por ejemplo, la ignorancia. Si preguntamos a gestores,
empresarios a comerciantes que conocemos de nuestro barrio si pagan
a los empleados de acuerdo con la productividad marginal que aporta
el último que ha entrado en la empresa te dirán que “si es eso todo
lo que te enseñan en la facultad”. Ocurre que, al igual que en
derecho la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, así el
propio comerciante o, empresario, buscando a ciegas lo que ha de
pagar a los empleados o, alternativamente, calculando cuanto debe
producir o vender y qué gasto le reporta cada cosa, se acercará a
ciegas a estos criterios como esos perros viejos y ya casi ciegos
buscan la comida o la mano amiga del amo. Aún así cometerán muchos
errores en este sendero tan poco iluminado y muchos tendrán que
cerrar el negocio, más por fruto de sus errores en estas cuestiones
que por efecto de la competencia.
Otra también severa es la de que en el mundo de las democracias
–aunque no sólo en estas- existen sindicatos que firman convenios
fruto de la negociación colectiva, que acuerdan salarios iguales
para puestos de trabajo homogéneos, aunque haya luego márgenes para
que determinados trabajadores asciendan y/o les mejoren los sueldos
la dirección de la empresa. Los neoliberales no ven en ello mayor
objeción, porque casi sin advertirlo o haciendo lo posible para que
no nos demos cuenta, pasan de lo positivo a lo normativo, del
análisis de la realidad a lo que debiera ser la realidad, todo ello
como en un juego de ping-pong en el que unas veces tuvieran para sí
el lado de la mesa de la realidad y otras la de los deseos y tu
asistieras como espectador al cambio de las reglas del juego. A
pesar de todo, la gestión de la empresa le queda ese margen, ese
juego de mejoras y ascensos para emplear criterios de productividad
marginal que ya hemos visto.
Otro punto negro de este paradigma está en la aparente facilidad
para asignar los recursos, porque hemos supuesto que estos son
sustituibles entre sí, que son maleables y que no son
complementarios. Si se piensa bien y se observa muchos procesos de
producción, transformación o de simple comercialización, muchas
empresas o simples comercios, las posibilidades de sustituir trabajo
por capital, maquinaria, tecnología son muy limitadas. En una
construcción, obra civil o en una gran infraestructura, pocas veces
se puede sustituir, por ejemplo, obreros por grúas; la provisión a
pie por un coche de reparto en un pequeño comercio; no hay –al menos
por el momento- robots que sustituyan a cajeras en los
supermercados; tampoco ordenadores que solucionen por sí mismos una
reclamación de un apunte mal imputado de un cliente en una caja o en
un banco, sustitutos de metal para el servicio doméstico, para la
limpieza, etc. Son mayoría o, al menos más significativos, los
procesos basados en la complementariedad que en la
sustitucionabilidad. Y si no hay de esta última, no hay manera de
optimizar la asignación de recursos “marginalmente”, porque ésta
exige suavidad, casi dulzura, en la sustitución en el margen de unos
factores por otros .
Y por último y para no cansar, está la simple enumeración de lo que
se han llamado “fallos de mercado”, que impiden una asignación
eficiente (paretiana) de los recursos y pagarlos de acuerdo con sus
productividades marginales: existencia de rendimientos crecientes
(ya lo hemos visto), monopolios, oligopolios, competencias
monopolísticas, bienes públicos, efectos externos, información
asimétrica, deficiente e insuficiente, etc. Los neoliberales, sin
ningún pudor, les siguen llamando a estas verdaderas
“características del mercado” fallos del mercado. No importa:
“ladran, luego cabalgamos”.
Lo que se critica aquí no es la validez moral o no de estos
criterios, o la bondad o no para la política económica o la gestión
de la empresa, sino si estos criterios se den en la vida real en la
toma de decisiones en el capitalismo realmente existente y si ello
conduce al mejor de los mundos posibles; es esta confusión entre
deseo y realidad del neoliberalismo de la que se hablaba
anteriormente. Por ello no hay que, ni dejarse embaucar por sus
embustes, ni rechazar por ignorancia las bondades para lo normativo
de esta línea de pensamiento.
Crisis y mercado de trabajo: visión histórica
La visión anterior sobre los salarios y la productividad no es sólo
una explicación/justificación de la remuneración del trabajo bajo
criterios optimizadores, sino que avanza o sirve a su vez para
determinar la demanda de trabajo. Parece un hecho incontestable que
la demanda de trabajo por parte de los empresarios es decreciente
como lo es cualquier mercancía, bien o servicio . Esto no lo han
inventado los neoliberales, pero sí han incardinado en la teoría
económica la visión optimizadora en la construcción de una “función
de demanda del trabajo” que tiene como base y justificación la
relación entre salarios y productividad discutida anteriormente. En
efecto, si sumáramos –al menos como hipótesis- todas las cantidades
demandadas por cada producto (bien o servicio) homogéneo que actúa
en un mercado para cada nivel de salarios de acuerdo con la relación
entre salarios y productividad anterior, obtendríamos una “función
demanda de trabajo” decreciente. Lo cual es admisible, pero
recordando todos los supuestos que se han hecho hasta llegar a
relacionar salarios y productividades: que los salarios se crean en
un mercado libre sin tapujos, sin negociación colectiva; que se hace
con criterios empresariales únicos de maximización de beneficios;
que se dan rendimientos decrecientes del trabajo en la producción en
todos los sectores de la economía; y que el trabajo se retribuye de
acuerdo con la productividad incorporado a la empresa derivado de un
aumento (o disminución) de la plantilla . Otros aspectos que se dan
en la realidad, como el de la complementariedad entre trabajo y
resto de insumos en lugar de sustitucionabilidad, la fragmentación
del mercado del trabajo en el espacio, la aparición del ocio como
sustituto parcial del trabajo, etc., dificultan pero no impiden la
construcción de una “función de demanda del trabajo” decreciente.
Parecería, prima facie, que todo lo anterior es un juego de salón,
una discusión entre dualistas del intelecto deseosos de cubrir el
tiempo libre. Nada más lejos. Detrás de todo esto está la
justificación de la derecha –ahora en su versión neoliberal- para
mantenerse en mundo “lampedusiano” donde las cosas se cambien
precisamente para que nada cambie esencialmente. En el mundo
neoclásico –aunque sólo sea como ensoñación de un mundo inexistente-
donde no hubiera trabas en la contratación y despido de los
trabajadores, no hubiera costes de despido, donde los salarios no
tuvieran mínimos, donde no hubiera la posibilidad de defensa de los
derechos colectivos de los trabajadores, donde hubiera perfecta
movilidad del trabajo, donde, en definitiva, el trabajo fuera una
mercancía más disponible siempre para su contratación
individualizada, sin leyes laborales; en un mundo así, en esa en esa
“Alicia en el país de las maravillas”, para los neoclásicos de
antaño, neoliberales de hogaño, no existiría paro . En efecto, si
los empresarios pudieran contratar libremente sin condiciones, sin
trabas, y bajar, o subir en su caso, los salarios, podría pensarse
que sólo habría el paro llamado “friccional”, es decir el derivado
de la búsqueda de trabajo y poco más. Un mundo así parecería que
nunca debiera haber parados porque todo sería cuestión de bajar los
salarios hasta casar las ofertas y las demandas. Por sorprendente
que pueda parecer, esta visión tiene su refrendo académico, su
justificación y se conoce como el del mercado “walrasiano” . Lo
curioso es que este mundo ya ha existido: es en términos marxistas,
el “modo de producción esclavista”, donde no había paro. Esta
visión, aunque solapada y rehuyendo explicitarla por vergüenza o por
ignorancia, es la que tiene la derecha en su versión neoliberal
cuando reclama “el mercado”, sólo el mercado” y todo para “el
mercado”. Ya hemos visto las objeciones de la “función de demanda”
construida a partir de la “función de producción”. A ello hay que
añadir que la perfecta flexibilidad de salarios –y también de
precios- no garantiza el pleno empleo, porque este viene determinado
por un cierto nivel de desarrollo, de las inversiones, de riqueza,
acorde con la población activa; que históricamente el pleno empleo
no se ha dado ni en los momentos de menor protección social de los
trabajadores en el capitalismo, y que tuvo su momento y lugar, su
tour de force, su prueba de fuego, su reválida en el año 29 en USA y
fracasó. Allí en efecto, en el “nuevo mundo”, donde menos
impedimentos había históricamente –al menos en los tiempos modernos-
para que se diera la flexibilidad de precios y salarios y los
despidos se compensaran inmediatamente con nuevas contrataciones, la
visión que ahora llamamos neoclásica del funcionamiento de la
economía fracasó: la crisis económica provocó que en muy poco tiempo
la cuarta parte de la población ocupada hasta ese momento quedara en
el paro. Incluso en esta situación, ilustres profesores como Joseph
Schumpeter y Lionel Robbins “salieron a la palestra a exhortar
concretamente a que no se hiciera nada” , confiando en que el
mercado llevaría las aguas a su cauce . Tanto confiaba la
administración Hoover en la visión neoclásica –la equivalente a la
neoliberal de ahora-, que hubo que esperar a las elecciones de 1933
para que el nuevo presidente de USA, Franklin Roosevelt , cambiara
de paradigma, implantara un gigantesco plan de ayudas desde el
gobierno federal a la agricultura y a otros sectores de la economía
(el new deal) y se saliera del atolladero. Eso sí, los niveles de
empleo no se recuperaron hasta 1940 .
Tal fue el batacazo que el paradigma neoclásico de “plena
flexibilidad de precios y salarios” y pleno empleo asegurado fue
sustituido en el campo de la “teoría” –en el de la práctica ya hemos
visto que lo cambió la realidad y la nueva Administración USA- por
un profesor del Cambridge inglés perteneciente al círculo de “los
apostólicos” y que escribió un libro en 1936 titulado “Teoría
general del empleo, el interés y el dinero”: se llamaba John Maynard
Keynes . El libro es un criptograma, una mezcla de teoría neoclásica
con aportaciones nuevas y con igual mezcla de lenguajes, pero tenía
una virtud: se extraía la conclusión que, a diferencia de la
concepción neoclásica, podía darse lo que los economistas llaman un
equilibrio macroeconómico con paro indeseado. Otra virtud es la de
que permitía y casi obligaba a la intervención de la Administración
en la economía en las situaciones de crisis sin que las costuras del
capitalismo saltaran por los aires y se vieran sus vergüenzas. Era
una teoría que podía contentar a todos: a la izquierda porque daba
al Estado un papel en la economía que los neoclásicos negaban; a la
derecha porque daba oxígeno al propio sistema de “relaciones de
producción capitalista” sin romper sus esquemas básicos, su trabajo
asalariado, su separación entre capital y trabajo; y a los propios
sindicatos porque les exoneraba de sentimientos de culpa cuando se
organizaban y luchaban por sus reivindicaciones salariales y de
condiciones de trabajo. El propio sistema tenía fuelle y resortes
para salir de las crisis de forma más o menos “lampedusiana”, pero,
eso sí, con la ayuda del Estado, es decir, del Gasto Público.
Sin embargo, nada es eterno y a mediados de los años 70 los
paradigmas –meras recetas a veces- de la “General Theory” se fueron
desacreditando porque no daba explicaciones ni soluciones
satisfactorias a otro problema que había estado latente: la
inflación. Los hechos demostraban que eran compatibles la inflación
y el estancamiento, en contra de lo que parecía desprenderse del
libro de Keynes. A ello se añadió la crisis económica de los años 70
con la guerra del Yom Kippur y las subidas de los precios del
petróleo del 73 y las subidas 79, y de nuevo los economistas y
políticos se quedaron huérfanos de soluciones, aunque no, claro
está, de explicaciones (¿o eran justificaciones?). El resultado es
el nacimiento de un nuevo paradigma: el monetarismo de los “Chicago
boys” y el Sr. Friedman, paradigma aplicado civilizadamente en el
Reino Unido por la Sra. Tatcher y en USA por el Sr. Reagan en los
80, y menos civilizadamente en Chile, Argentina y otros países
latinoamericanos. El nuevo paradigma se basaba en la inacción otra
vez: cuanta menos intervención del Estado, mejor. La Administración
sólo debería preocuparse de acompasar la creación de dinero a la
economía real y pare usted de contar. Las crisis y ciclos
económicos, paro, distribución injusta de la renta y la riqueza
están en la naturaleza de las cosas y no se pueden cambiar: toda
intervención pública es inútil para solucionar estos problemas y
además es inflacionista. Si a este monetarismo se le suma la
exaltación del mercado como “medida de todas las cosas” tenemos el
neoliberalismo de ayer mismo; el de hoy es el de “intervencionismo
neoliberal”, es decir, la conquista del poder para utilizar los
recursos públicos con fines privados. Y aquí estamos, con la Sra.
Aguirre, la reelegida presidenta de la Comunidad de Madrid, poniendo
en práctica estas teorías –aunque dudo que las conozca
pormenorizadamente- en la sanidad pública y en la educación pública,
y bajando de nuevos los impuestos sobre el patrimonio, sucesiones,
etc.
Mercado de trabajo español y propuesta de soluciones
cuadro 1: Resultado Ley 43/2006
para la mejora del crecimiento y el empleo
Conversiones = 882.970
Iniciales = 764.012
totales = 1.646.982
fuente: Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales
En el momento actual el problema más acuciante del mercado de
trabajo no es tanto el paro (un 8%) sino el de la precariedad del
empleo, especialmente por la contratación temporal y que se ceba
principalmente entre jóvenes, mujeres e inmigrantes. La temporalidad
aún no baja del 30% de la población ocupada a pesar de que estamos
creciendo a un ritmo de casi el 4% del PIB y hay que empezar a
preguntarse: ¿hasta cuando aplazamos la solución? Es verdad que el
gobierno, sindicatos y organizaciones patronales que lo han firmado
han obtenido un éxito aceptable y esperanzador con la ley “43/2006
para la mejora del crecimiento y el empleo”, convirtiendo en menos
de un año 882.970 empleos temporales en indefinidos y creando
764.012 indefinidos directamente (cuadro 1).
El aspecto negativo de esta medida son los costes de oportunidad de
la Administración en otras partidas del presupuesto por las
subvenciones; también la incógnita del comportamiento de empresarios
y contratadores en el próximo futuro cuando se acaban aquéllas. Para
comparar estas medidas con los resultados de las anteriores medidas
tomadas por el gobierno de Aznar se adjunta el cuadro 2.
cuadro 2: Conversiones a fijos al 2º semestre
2002 246.430
2003 244.291
2004 274.632
2005 321.981
2006 670.238
fuente: Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales
Tampoco es irrelevante la diferencia de los ingresos salariales
entre contratación indefinida y temporal. Como puede verse en el
cuadro 3, el ingreso medio de los contratos indefinidos es superior
en un 65% a los contratos temporales (determinados), lo cual resulta
inadmisible, porque una gran parte de estos contratos no son de
jóvenes que obtienen un primer empleo y podrían justificarse en la
fase de aprendizaje, sino que son una forma consolidada de
contratación que se extiende a todo tipo de edades y que se ceba
especialmente en jóvenes, mujeres e inmigrantes.
cuadro 3: Ganancia media anual por tipo de contrato, año 2002
indefinida determinada ind./det.
España = 22.132 13.440 1,65
Resto de Europa = 30.758 15.659 1,96
fuente : INE (encuesta de estructura salarial)
Por todo ello, la primera medida que aquí se propone es la creación
de 2 salarios mínimos: uno para la contratación indefinida y otro
para la contratación temporal (determinada) , siendo más alto el de
la contratación temporal que el de la indefinida. Esto puede
resultar sorprendente, pero lo que resulta absurdo es que un tipo de
contrato –el indefinido- tenga todas las desventajas para el
contratador y otro, el temporal, tenga todas las ventajas, porque de
ello da lugar necesariamente a un comportamiento empresarial
perverso: no se elige el contrato por las características del
trabajo o por que el trabajador esté aún en la fase de aprendizaje
laboral, sino por el menor coste del contrato. Eso puede favorecer a
la cuenta de resultados de las empresas de los empresarios o
gestores con menos escrúpulos, pero da lugar a asignaciones
ineficientes del trabajo entre las empresas del mismo sector al no
asignarse el trabajo de acuerdo con capacidades y experiencias de
los trabajadores. Con 2 salarios mínimos realmente eficaces por su
altura el empresario/contratador tendría que elegir: o contrata
indefinidamente a partir de un salario mínimo más bajo, pero con un
coste de despido superior; o contrata temporalmente (determinado)
con un coste de despido más bajo, pero con costes salariales más
altos. Además y como subproducto de la medida dejaría clara sus
intenciones: si desea realmente construir una empresa o negocio
estable con perspectiva de futuro o montar un “chiringuito” para
hacer caja a corto plazo y cerrar a las primeras de cambio.
En el cuadro 4 podemos ver en términos de poder de compra (pps) lo
alejado que estamos de los países que en Europa tienen regulado el
salario mínimo. Así, Francia nos sobrepasa en un 56%, Reino Unido en
un 66%, etc., incluso Grecia nos supera en un 9%. Por todo ello, la
segunda medida que se propone es una subida sustancial del salario
mínimo que sirva de auténtica garantía para evitar situaciones de
explotación inaceptables en España en el 2007 y los 570 euros
actuales no representa ningún colchón mínimo . De acuerdo con la
teoría de los “salarios de eficiencia”, no deben ser los salarios
los que se adecuen a la productividad, sino que es ésta, merced a
las inversiones, innovaciones, mejoras de gestión, etc., la que debe
adaptarse al salario para elevar la productividad del sistema
económico en su conjunto. Sólo se podría hacer excepción en los
contratos de aprendizaje, siempre y cuando se regulara de tal manera
que se evitara el uso perverso de los mismos.
cuadro 4
Salario mínimo, año 2006 diferencias con España
ppp pps absolutas en %
Portugal 437 510 -212 -29%
España 631 722 0 0%
Grecia 668 785 63 9%
Irlanda 1.293 1.050 328 45%
Bélgica 1.234 1.184 462 64%
Francia 1.218 1.128 406 56%
R. Unido 1.269 1.202 480 66%
Holanda 1.273 1.210 488 68%
fuente: Eurostat (Statistics in focus)
Con el fin de tener un salario mínimo no arbitrario o discrecional,
podrían implementarse estas dos medidas: a) debiera ligarse al
salario medio en un porcentaje fijado por ley; b) que fuera objeto
de negociación obligatoria en los convenios colectivos con el fin de
adecuar –aumentándolo o no- este mínimo a las condiciones y
posibilidades de cada sector. Con ello reduciríamos las
ineficiencias a que da lugar todo mínimo, toda subvención fija.
El gráfico 1 podría representar la oferta de trabajo de un sector u
ocupación de la economía o de la economía en su conjunto, es decir,
representa el número de trabajadores/horas de trabajo que la
población activa está dispuesta a trabajar (eje horizontal) a cada
nivel de salario (eje vertical) . Este pretende representar una
característica de la oferta de trabajo: cuando la población activa
supera con holgura a la población ocupada, los empresarios pueden
encontrar trabajo asalariado disponible sin subir apenas el salario
(demanda de trabajo (a)); sin embargo, a medida que la población en
paro va disminuyendo en relación a la población activa, los
empresarios encuentran cada vez más dificultades en encontrar
trabajadores disponibles y deben aumentar exponencialmente la
contrapartida salarial y además esperar a veces un cierto tiempo
hasta lograrlo (demanda de trabajo (b)). Eso ocurre desde luego muy
desigualmente según sectores, ocupaciones, sexo o zonas geográficas
.
gráfico 1
Llegado este punto cobra importancia la fijación de la cuantía del
salario mínimo. Si este se fija en un nivel cercano al salario medio
cuando estamos en la zona elástica de la oferta de trabajo corremos
el peligro de que la oferta (la de los trabajadores que figura en el
gráfico 1) exceda en mucho a la demanda y se produzca paro indeseado
y/o economía sumergida; en cambio si la situación de la economía se
acerca al pleno empleo, el salario mínimo puede acercarse más al
salario medio sin peligro de que se produzca exceso de oferta y paro
indeseado.
La economía española está entrando en esa fase (8,5% de paro
global). Sin embargo esta medida no puede ser general precisamente
por la variabilidad de las tasas de paro según zonas y sectores, por
lo que sería fundamental en esta situación el papel de los
sindicatos en la fijación de los salarios mínimos sectoriales a
través de los convenios colectivos. En esta situación puede tener un
efecto purificador un salario mínimo más cercano al salario medio:
permitiría echar del mercado a los “empresarios” sin escrúpulos y/o
defraudadores y obligaría a mejorar la gestión e invertir e innovar
para mejorar la cuenta de resultados en lugar de hacerlo mediante
salarios bajos.
cuadro 5: Composición del salario medio anual, año 2002
Salario base 889,11 60%
Complementos salariales 490,17 33%
Pagos por horas extraordinarias 10,99 1%
Salario bruto 1.390,27 94%
Pagas extraordinarias 87,92 6%
Salario bruto 1.478,19 100%
Contribuciones a la Seguridad Social 89,76 6%
Retenciones IRPF 227,05 15%
Salario neto 1.161,38 79%
fuente: INE
Antes de fijar el porcentaje sobre el salario medio, habría que
contemplar un período de transición (de 2 a 5 años) donde se
establecerían un observatorio con mecanismos de medición de la
reacción de los empresarios sobre la contratación por diversos tipos
de contratación, por sectores, por ocupaciones, por sexo, por
edades, inmigración, y también las variaciones en las cotizaciones
en la Seguridad Social. Todo ello con un fin: poder aquilatar en qué
medida las posibles variaciones en la contratación según modalidades
se deben las medidas tomadas sobre el salario de las derivadas de la
marcha de la economía, de los cambios en el ciclo económico y de las
variaciones en la estructura de ocupación por sectores económicos.
gráfico 2
La tercera medida, casi revolucionaria, sería la de cambiar el
criterio lineal de las cotizaciones a la Seguridad Social y
sustituirlo por un criterio que fuera creciente durante los primeros
años de cotización, llegar a un máximo, para disminuirlas en los
últimos años de la vida laboral del trabajador y de tal manera que
la suma actualizada de ambos sistemas -el lineal y el variable-
fuera la misma. Desde el punto de vista de la asignación del trabajo
entre empresas y sectores/ocupaciones este sistema tendría ventaja
de que las cotizaciones se adecuarían a la productividad de los
trabajadores; en efecto, éstas van de menos a más porque a la
preparación teórica se añade la experiencia y a ésta, la fuerza e
iniciativas propias de la juventud, para ir cayendo a medida que
estas últimas se ven mermadas y no se compensan con nuevas
experiencias o con una nueva formación teórica más elevada.
Veamos la cuarta medida. El relativo éxito en conversión y/o
creación de empleo indefinido reciente con motivo de la ley del
crecimiento y el empleo deja como efecto secundario el defecto de
estas medidas: que sólo tienen en cuentas los modelos de
contratación y algunas de las características del trabajador parado,
pero no el desigual comportamiento de los empresarios en sus
conversiones y contrataciones según sectores y ocupaciones. Podemos
ahora medir por sectores/ocupaciones las elasticidades de empleo
respecto a las subvenciones. Es por tanto una ocasión de oro para
valorar las relaciones “contratos realizados/costo de las
subvenciones” en cada sector/ocupación y que nuevas experiencias de
este tipo lo tengan en cuanta en el futuro para asignar lo
presupuestado por ley entre sectores/ocupaciones de tal manera que
se maximice el empleo creado por euro gastado .
Veamos cómo se puede plantear esto con un poco de matemáticas. Sea
“Li” la oferta potencial de trabajo temporal correspondiente al
sector u ocupación “i”, y sea “L” la suma de todo la oferta
potencial de trabajo temporal medido en número de trabajadores u
horas de trabajo:
L = L1 + L2 + ….+ Ln
(siendo “n” el número de sectores u ocupaciones)
Sea “ai1” las subvenciones por trabajador u horas de trabajo en el
sector u ocupación “i” para el monto de euros gastados, por ejemplo,
para los mayores de 45 años (ley 43/2006). De esto se obtiene:
S1 = a11 x L1 + a21 x L2 + a31 x L3 + …. + an1 x Ln
siendo “S1” el total de las subvenciones gastadas correspondiente a
la partida “mayores de 45 años”.
Podríamos así seguir y establecer ahora el coeficiente “ai2”
correspondiente a las subvenciones por trabajador u horas de trabajo
del sector “i” dedicadas a los jóvenes entre 16 y 30 años. Con esto
obtendríamos:
S2 = a12 x L1 + a22 x L2 + a32 x L3 + ….. + an2 x Ln
y los coeficientes “aik” serían las subvenciones destinadas al
epígrafe “k” en el sector “i. Ahora podemos presentar la cuestión
como un problema de programación lineal, siendo la función objetivo
a maximizar:
L = L1 + L2 + …. + Ln
(siendo “n” el número de sectores u ocupaciones)
sujeto a las restricciones:
S1 = a11 x L1 + a21 x L2 + a31 x L3 + … + ai1 x Li + ... + an1 x Ln
S2 = a12 x L1 + a22 x L2 + a32 x L3 + … + ai2 x Li + ... + an2 x Ln
…………………………………………………….…………………………………………
Sm = a1m x L1 + a2m x L2 + a3m x L3 + … + aik x Li + ... + anm x Ln
siendo los “m” todos los epígrafes de la ley 43/2006 y “n” todos los
sectores u ocupaciones . Con ello se obtendría los “Li” trabajadores
potenciales en los sectores “i” y, lo que es más importante, el
gasto destinado por sectores y epígrafes (los aikxLi) y el destinado
a los epígrafes “k” (los “Sk”), con la seguridad de que se estaría
gastando de la mejor manera posible según los comportamientos
empresariales en la contratación y conversión de temporales a
indefinidos a partir de la ley 43/2006. El Ministerio tiene todos
los datos sobre gastos y contratos indefinidos y convertidos
imputables a la ley de crecimiento y empleo.
Alternativamente la cosa se puede plantear de otra manera menos
restrictiva. A partir de la experiencia de la ley 43/2006 sabemos
los empleos indefinidos directos creados y convertidos por sectores
u ocupaciones (Li) y el Ministerio tiene la información sobre el
gasto en subvenciones también por sector u ocupación (Si). Con ello
podemos obtener los:
ci = Li / Si (desde i=1 a n)
Donde “ci” que serían los ”coeficientes de de sensibilidad” del
empleo respecto a la subvención de cada sector u ocupación. La
Administración podría repartir el presupuesto total en Subvenciones
(S) entre todos los sectores con criterios proporcionales al empleo
creado en el pasado de tal manera que se cumpliera que las
subvencionas destinadas a cada sector (Si) fueran mayores o iguales
que la cantidad presupuestada (Pi):
Pi <= Si (desde i=1 a n)
La resultante es de nuevo un problema de programación lineal
consistente en minimizar la función objetivo (el total del
presupuesto para subvenciones, “S”):
S = S1 + S2 + ….+ Sn
sujeto a las restricciones:
L = c1 x S1 + c2 x S2 + ….+ cn x Sn
Pi <= Si (desde i=1 a n)
De aquí se obtendrían las subvenciones por sector (Si) que minimizan
el gasto destinado a las subvenciones. Este sistema deja una gran
libertad en las restricciones por sectores u ocupaciones, porque
sólo se exige que la Subvenciones de cada sector (Si) sean mayores
que una cierta cantidad (Pi). Esto se puede completar estableciendo
alguna función (“f”) que relacione a ambas proporcionalmente (Pi =
f(Si)). Así, y siguiendo el criterio anunciado al principio, se
podría repartir la próxima vez las subvenciones en proporción a las
elasticidades de “empleo/subvención”, tomando como sustrayendo del
incremento del empleo y la subvención los correspondientes valores
estimados de la ley anterior. Así, se podría definir lo siguiente:
L(43,i) = como el empleo adjudicable a la ley 43/2006 en el sector
“i”
L(ant,i) = como el empleo adjudicable a la ley anterior en el sector
“i”
S(43,i) = subvenciones correspondientes a la ley 43/2006 en el
sector “i”
S(ant,i) = subvenciones correspondientes a la ley anterior en el
sector “i”
y con esto hallaríamos la elasticidad del empleo respecto a la
subvención para el sector “i” como:
elast(43/ant,i) = [(L(43,i) - L(ant,i)) / L(ant,i)] / [(S(43,i) -
S(ant,i)) / S(ant,i)]
(desde i=1 a n)
Ahora calcularíamos lo que anteriormente hemos llamado “coeficientes
de sensibilidad” del empleo respecto a la subvención (C(43/ant,i))
tal que:
C(43/ant,i) = elast(43/ant,i) / S(43,i) (desde i=1 a n)
Estos coeficientes de sensibilidad permitirían distribuir las
subvenciones en una posible ley futura simplemente repartiendo
aquellas en proporción a los coeficientes . Así, si “P” fuera los
presupuestos destinados a subvencionar unos futuros e hipotéticos
contratos de trabajos, las nuevas subvenciones por sectores (“Si”)
se obtendrían con:
Si = P x [(L(43,i) - L(ant,i)) / (S(43,i) - S(ant,i))] / [(L(43,i) -
L(ant,i)) / (S(43,i) - S(ant,i))]
y si, alternativamente, lo repartimos en proporción al trabajo por
sector (“Li”), quedaría:
Si = P x Li / Li
y las subvenciones unitarias por sector (“si”) en ambos casos
serían:
si = Si / Li
Con estas propuestas, y más allá de las técnicas matemáticas
empleadas, se trata de jerarquizar y priorizar los sectores u
ocupaciones donde se haya demostrado más capacidad de
creación/conversión de contratos laborales y, por ende, de empleo.
Este criterio que se propone es discutible porque se maximiza el
empleo a costa de no fijarse en las características de los parados
(menores de 30 años, mayores de 45, incapacitados, mujeres, víctimas
de la violencia de género, etc.). Bien es verdad que podría
combinarse ambos criterios, estableciendo cuotas según estas
características y, dentro de ellas, maximizar el empleo con algunos
–u otros- de los criterios expuestos: criterio marginal, criterio de
optimización con programación lineal o criterio de proporcionalidad
según “elasticidades de empleo/subvención”.