"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
“Injusta Distribución de la Riqueza”,
comentarios al criterio
del Dr. Boragina.
Ricardo A. Rodríguez de la Vega (1)
Investigador
Fundación Canaria “Rafael Clavijo”,
Tenerife, España.
Nota del editor: El artículo de Gabriel Boragina "Injusta
Distribución de la Riqueza" está en
http://www.eumed.net/ce/2006/gb-distri.htm
La respuesta a estos comentarios está en
Resumen:
A partir de un análisis crítico de algunos planteamientos emitidos en un
artículo anterior publicado en “Contribuciones a la Economía” (Boragina, 2006),
se efectúa una valoración general del significado de la relación entre economía
y biología en cuanto al proceso de desarrollo de la sociedad. Se hacen sucintas
referencias al sentido de algunas extrapolaciones entre ambas ciencias
utilizando como ejemplo al concepto de competencia. Se argumenta una valoración
alternativa con respecto al artículo analizado, en referencia a la función
social de la riqueza, el papel de los decidores estatales, el significado de la
información, así como la necesidad de incluir elementos éticos en economía. Todo
orientado a la compensación del predominio de la crematística en algunos
sectores del pensamiento económico contemporáneo.
Palabras Clave: biología, competencia, crematística, dualismo económico,
equidad, ética, evolución social, desarrollo económico, distribución,
información, interdisciplinaridad, riqueza.
JEL: A11, A12, A13, B00, O15, Q56.
Abstract:
Starting from a critical analysis of several statements that were emitted in an
article previously published in “Contribuciones a la Economía” (Boragina, 2006),
a general assessment of the meaning of interdisciplinary relationships between
economics and biology is performed. Brief specific references to the sense of
some theoretical extrapolation between both sciences are made, taking the
concept of competence as an illustrative example. The author debates about an
alternative position in regard to the statements of the before mentioned article,
in connection with the social function of wealth, the role of the statesman’s
decisions, the social meaning of information, as well as the necessity of
including ethics elements within economics. These considerations, as a whole,
oriented to compensating the prevalence of the influence of chrematistic in some
sectors of the contemporary economic thought.
Key Words: biology, competition, chrematistic, justness, economic dualism,
ethics, social evolution, economic development, distribution, information,
interdisciplinary relationships, wealth. Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
Rodríguez de la Vega, R.A. 'Injusta Distribución de la Riqueza',comentarios al criterio
del Dr. Boragina en
Contribuciones a la Economía, marzo 2007. Texto completo
en http://www.eumed.net/ce/2007a/rarv-bor.htm/
arodveg@gmail.com
http://www.eumed.net/ce/2007a/bor-rarv.htm
Introducción.
Los nexos de la economía con otros ámbitos del conocimiento científico son mucho más comunes, profundos y fructíferos, que lo que algunos economistas ortodoxos consideran. Tal tendencia al aislamiento no se corresponde con las raíces de la disciplina, pues entre los clásicos predominaba el interés en diversos campos de las ciencias, tanto sociales como naturales, sin incomunicarlos entre sí de forma casi estanca, como es frecuente actualmente. Sin tal concepción amplia e interconectada de la cultura la irrupción de la economía moderna hubiera ocurrido quizás en fecha muy posterior a 1776.
A pesar de que el nexo mecánica-economía es uno de los más reconocidos, este tiene que compartir su lugar con las relaciones con la biología. No vale la pena profundizar en qué medida las vías económicas de análisis teórico son heredadas de las biológicas, si se trata de lo contrario, o de que ambas participan de un ancestro epistemológico común, muy profundo y relativamente poco investigado (2), el cual se expresa en muchas similitudes entre ambas, externas sólo en apariencia.
Sirvan como ejemplos, la aplicación compartida del concepto de competencia, crucial en el análisis de mercado; la identidad estructural entre las gráficas de equilibrio oferta-demanda (Walras, 1874) y las gráficas de equilibrio insular desarrolladas por MacArthur y Wilson (1967); la extrapolación de las estrategias r-K desde la ecología poblacional hasta la economía demografía (Fog, 1997; Alfonso-Sánchez et al., 2003); o la vertiente mucho más general de la Economía Ecológica (e.g., Dragan y Demetrescu, 1991; Daly, 1992; Aguilera, 1996). Tal parece que al fin el sincretismo científico va saliendo del “submundo de los heréticos”, como dijo Keynes haciendo referencia a otras tendencias mucho más radicales de su época.
No obstante, el primero de los cuatro ejemplos de marras es una buena muestra de lo ambivalente que puede ser una conexión entre ciencias, porque ilustra todo lo que es loable de tales extrapolaciones, al mismo tiempo que todo lo censurable. Desgraciadamente, los encargados de usar el término en las ciencias sociales han prestado generalmente una atención menor, por no decir que mínima, al hecho de que en la naturaleza muchas especies, al mismo tiempo que compiten, establecen relaciones de cooperación que las han convertido en lo que son, y a las que le deben buena parte de su éxito evolutivo.
El ejemplo más evidente es que durante el proceso de maduración de los ecosistemas la influencia de las relaciones mutuamente antagónicas, como la competencia, tiende a ceder protagonismo ante relaciones mutuamente positivas como la protocooperación, el mutualismo y otros tipos de simbiosis (Odum, 1969, pp. 265-266). El significado socioeconómico de la cooperación ha sido relativamente poco estudiado en economía si lo comparamos con el de la competencia perfecta. No obstante, mediante pruebas de simulación de estrategias por ordenador (e.g., ver Martínez Coll, 2005), se ha previsto que quizás esto también podría ser una regularidad en el marco socioeconómico.
Así las cosas, el paradigma de la competencia presuntamente deseable que hoy predomina en la visión económica ortodoxa: el egoísmo, todos contra todos, el mercado actuando a su libre arbitrio, la arrebatiña feroz entre nos y con la naturaleza; es equiparable sólo a la competencia biológica que había en los mares primitivos cuando la única forma de vida eran las bacterias. En otras palabras, la concepción teórica del mercado en competencia perfecta tiene su análogo biológico en la era Arqueozoica, hace la bicoca de 3800 millones de años atrás. No parece ser éste un ejemplo citable de actualización.
Una de las primeras honrosas excepciones al respecto fue la del que planteó que “Si la competencia se opone a una enérgica cooperación en un tipo de trabajo desinteresado, que se encamina al bien público, entonces las mejores formas de competencia son relativamente perniciosas, y sus formas más egoístas y deplorables llegan a hacerse odiosas…incluso la competencia constructiva es menos beneficiosa que la cooperación…” (Marshall, 1890, p. 9).
La amnesia selectiva de algunos economistas posteriores ante tan constructiva observación, y ante otras similarmente positivas de A. Smith (1759) o de J. S. Mill (1848), sólo se justifica (3) porque tales temas quizás sean más difíciles de abordar, o porque los economistas son con frecuencia “…ingenuamente inocentes de sus propias determinantes sociales” (Myrdal, 1968, p. 1941). Así las cosas, aún no sabemos a estas alturas si verdaderamente el “ectoplasma social” que hemos creado con el paradigma del Homo oeconomicus es por naturaleza un ser refractario a la ética, obsesionado por la utilidad y el beneficio a causa de su innato egoísmo, o si se trata de que nos lo hemos creído, a fuerza de tanto repetirlo.
Y es aquí donde deseo puntualizar. Nuestra especie tiene una elevada frecuencia de credibilidad a las cosas que se repiten mucho y por todas partes. Esto es bueno y también malo, en dependencia de la índole de lo que se repite. En los estados o en los ambientes académicos totalitarios, de cualquier signo, las opiniones discordantes se reprimen por decreto gubernamental o por bloqueo editorial, respectivamente, atentando contra la sana diversidad de opiniones, que es tan beneficiosa en la cultura como la diversidad de especies en la naturaleza. Craso error el primero.
Pero está claro que de alguna forma hay que depurar las ideas científicas. Si no puede ser por votación, lo cual sería irracional en este marco, pues sólo queda el debate dialéctico, abierto y democrático para cocinar el exquisito plato de la verdad, el único que debería de conformar la exigente dieta mental del científico. Uno de los requisitos para lograrlo con éxito, es leer muy bien la literatura de los autores que sostienen ideas con las cuales coincidimos, y leer aún mejor la literatura de los autores con los cuales no estamos de acuerdo.
Acerca de algunos criterios económicos e interdisciplinarios del Dr. Boragina.
El Dr. Boragina ha publicado un artículo (4) con algunos planteamientos puntuales que podría considerarse que le merman brillo a lo que por lo demás podría asumirse como una argumentación bien articulada, si nos situamos en su punto de vista. Plantea el colega Boragina: “Consecuencia de todo ello, hace que, en general, la producción reciba la calificación ética de "buena" y solo la distribución se considere susceptible de ser mala (o buena), mas aceptar el debate en estos términos conduce a errores, y lo que se debe hacer, es clarificar de que se habla, en realidad, cuando se alude a estos temas.”
Independientemente de sus aciertos y desaciertos, el análisis más crítico que se ha hecho del capitalismo ha sido el marxista, y en él la fuente originaria de la plusvalía, y por tanto de la desigual acumulación de riqueza, es interna con respecto al proceso productivo (ver Marx, 1867, T.1, pp. 215-645), y sólo en segunda instancia se relaciona con el mercado, donde se realizan los bienes como mercancías y del cual depende la distribución de estas.
Sigue el autor del artículo objeto de análisis: “Como dijimos, en general, los socialistas no suelen referirse al hecho de que la gente es diferente en todo, curiosamente, en tanto guardan silencio respecto del hecho de las diferencias biológicas, psicológicas, anatómicas y físicas de las personas, y en algunos casos las admiten como naturales en forma expresa, solo se centran en las económicas, atacándolas. Excepto el supuesto de mala fe, solo la ignorancia puede sostener que alguien que es diferente en todo lo demás, "deba" ser igual en lo económico, no se comprende que lo económico no es mas que el resultado de aquellas diferencias naturales, o sea, las biológicas, psicológicas, anatómicas y físicas de las personas....Pero, nuevamente, la realidad nos indica que los ricos son ricos porque son diferentes a los pobres y que si las diferencias naturales no existieran, no habría ricos o no habría pobres, todos seriamos ricos o todos seriamos pobres.”
Es cierto que la gente es diferente en todo, desde que son individuos pertenecientes a una especie derivada de la evolución natural, proceso que al parecer se “afana” en promover la diversificación.
Concuerdo en absoluto conque difícilmente todos pudiéramos ser igual de ricos, la sociedad no funcionaría, pues todos harían exactamente la misma función crematística especializada, a veces, por cierto, no muy bien ponderada: “cuidar afanosamente del incremento del propio peculio”; y nadie se ocuparía de hacer ciencia, cuidar de los enfermos, componer música, juzgar a los presuntos culpables, escribir literatura, educar a nuestros hijos, apagar los incendios, o simplemente, la vital misión de recoger nuestros desechos para que no nos mate la mugre. Desgracia es que no haya un recogedor-incinerador de las ideas mugrosas y desechables, quizás la humanidad progresaría más rápido y por caminos menos tortuosos.
Discrepo de que los ricos sean diferentes a los pobres por decreto natural, tal y como insinúa Boragina cuando persiste en su punto de vista al reiterar que “…no se comprende que lo económico no es mas que el resultado de aquellas diferencias naturales, o sea, las biológicas, psicológicas, anatómicas y físicas de las personas”. Los biólogos se podrían dar como legítimamente ofendidos de que se acuda a su ciencia como causa justificante de las calamidades sociales y económicas de este mundo.
Por otra parte, si dicho punto de vista fuese rigurosamente exacto, deslegitimaría la existencia de gran parte de la propia ciencia económica. Puesto que si las diferencias de renta, y por tanto muchas facetas del desarrollo a ellas ligadas, se deben a razones únicamente naturales, ¿entonces para qué haría falta buena parte de la ciencia económica?. Así las cosas, en aras de buscar la solemne eficiencia en la asignación de los recursos escasos, grandes secciones de la enseñanza de la economía deberían de ser borradas de cualquier currículo académico, por ser cosa superflua y por tanto un sumidero inútil de liquidez que podría emplearse en cualquier otra actividad más edificante. Hay muchas cosas en el mundo económico y en las asimetrías de desarrollo que no se explican únicamente por la acción de la naturaleza, ni tienen absolutamente nada que ver con ella.
Es totalmente lógico que los socialistas, y no sólo ellos sino también los partícipes de cualquier otra ideología o teoría económica, prioricen su interés por las diferencias abismales que existen en cuanto a la distribución de la riqueza. El asunto es que en cualquier sociedad posterior a la comunidad primitiva y de la que se tenga conocimiento histórico, la riqueza ha sido el factor del cual dependen muchos otros, como el acceso a la comida, la vivienda, la educación, la salud, una esperanza de vida prolongada, e incluso, modernamente, a la belleza física. Es decir, la mayor o menor riqueza, para bien o para mal, ha sido la llave para el acceso individual y colectivo a todo aquello que nos permite realizarnos como personas.
Cualquiera sabe que en el fondo de todo lo que a veces queda oculto tras la retórica económica, tal y como ha sido argumentado por McCloskey (1990), hay un único problema ancestral, el dualismo económico (5). Esa división ya milenaria en ricos y pobres, poseedores y desposeídos, opulentos y menesterosos, es la manzana de la discordia de la humanidad desde que tenemos memoria colectiva, tanto oral como escrita. La respuesta rigurosa a si tal regularidad es necesaria o no, y, de serlo, cómo manejarla para hacer la situación más humana, más soportable económicamente y más estable en el marco sociopolítico, es la gran pregunta que aún la economía no ha podido contestar.
Pero el tema más delicado desde el punto de vista científico en la argumentación del Dr. Boragina se debe a una alteración de la relación causal. Los griegos contemporáneos de Pericles (495-429 a. de C.) eran tan capacitados intelectual y físicamente como nosotros, porque desde que surgió el Homo sapiens sapiens todos venimos al mundo con potencialidades similares. La frecuencia congénita de estas en la población humana cae dentro de una distribución estadística normal o en campana de Gauss, tal y como ocurre en todas las poblaciones naturales (ver Strickberger, 1990). Es decir, en orden creciente de frecuencia de capacidades innatas, desde el origen de coordenadas hacia el infinito: 1) una minoría deficitaria en talento, 2) una gran mayoría de personas con capacidades medias y 3) otra minoría de genios. Pero si esta distribución natural, genética, permaneciese estable y en equilibrio en el tiempo, la sociedad seguiría siendo escasamente poco más que una tribu.
El asunto es que alguien que en cuanto a potencialidades naturales puede ser un genio, pero que no cuenta con el entorno socioeconómico apropiado, a la larga no llega a ser más que un mediocre. Y por la misma razón, o por la inversa, el mediocre puede a la larga ser un talento-deficitario o un genio, o el distrófico mental por naturaleza alcanzar la categoría de persona “normal”, o incluso “notable”. Y así, en dependencia de cómo es el entorno socioeconómico, la expresión social externa en cuanto a procesamiento de información y producción de bienes de la distribución genética natural originaria, puede salirse de su equilibrio primigenio y moverse más a la izquierda (hacia el origen de coordenadas del atraso) o hacia la derecha (hacia el infinito del desarrollo humano).
De tal forma, la riqueza es la principal presión selectiva social a nivel colectivo en la población humana, analizada esta como una entidad estadística donde nada tiene sentido desde el punto de vista evolutivo si no se infiere para todo el conjunto. Un enfoque que tiene mucho que ver con la visión de la evolución biológica, y poco con el individualismo metodológico y el análisis discreto que reina en algunos sectores de la economía contemporánea. Eso, sin ignorar para nada la importancia teórica del individuo como ser social acreedor de todos los derechos y como elemento promotor, o como lastre, de los grandes procesos históricos.
No coincido con Boragina en cuanto a que la meta del socialismo es la igualdad total entre los hombres en todos los aspectos de la vida. Esto, cuando menos, es una interpretación tergiversada del tema, venga de los propios socialistas o de sus críticos. No creo tampoco que un socialista con la cultura imprescindible y el mínimo de decoro para tomar decisiones sabias y no aviesas, pueda ser partícipe de tal opinión. No hay nada más desalentador del sano esfuerzo y más corruptor de las virtudes humanas, que el igualitarismo entre los que no son iguales ni se esfuerzan uniformemente. La meta de cualquier sistema social donde se pueda vivir con dignidad, es asegurar la igualdad de oportunidades para que cada cual tenga la ocasión de realizar su potencial y recibir de acuerdo a sus capacidades, en el sentido en que es abordado el tema por Sen (1989).
No hay nada más cierto que el hecho de que en la sociedad hay un gradiente cuantitativo amplísimo de ambiciones, así como un rango muy variado de metas cualitativas. Asegurar en lo posible que todas se realicen, es la función humana del político o del legislador célebre. Así como impedir que aquellas personas, naturales o jurídicas, que han llegado a lo más alto en la política, las leyes o los negocios,(6) instauren mecanismos nacionales o internacionales a su favor para incrementar sus oportunidades a expensas de sacrificar las de otros, que no han tenido tanta habilidad ni igual suerte, o simplemente, que han llegado más tarde a este mundo.
Permitir tal aberración, es dejar que la democracia, que sustituyó con tantos sacrificios a la aristocracia, sea a su vez sustituida por la lucro-cracia. Y establecer la relación que insinúa Boragina entre la última de ellas y las cualidades biológicas de los hombres, es dar un golpe de manos para justificarlo todo por la geno-cracia, algo que colinda peligrosamente con la eugenesia. Estoy casi seguro de que Boragina no sopesó totalmente las connotaciones humanas de tal vínculo a la luz de los hechos de la historia de la humanidad, específicamente en la Europa de 1939 a 1945.
De tal manera, el progreso socioeconómico del género humano tiene muy poco que ver con el igualitarismo, un poco que ver con el laissez faire y un mucho con el fair play.
Por otra parte, no hay que tener cualidades especialmente aventajadas y paradigmáticas para ser rico. Entre ellos hay también estúpidos, mediocres y genios, así como también feos, anodinos y bonitos. Estadísticamente hablando, cualquiera lo suficientemente flexible como para aprovechar las oportunidades, con tesón y afán de lucro, puede hacerse rico, siempre y cuando el contexto económico donde nazca no sea demasiado rígido y haya lugar para la movilidad social. De hecho, muchos que son ricos lo son por herencia y no por mérito propio, ya sea este natural o adquirido por entrenamiento. El individuo que se ha hecho rico, sencillamente, tiene otros intereses, supo aprovechar la coyuntura y se esforzó canalizando sus aptitudes innatas por la ruta más afín a las mismas, nada más.
Lo mismo tiene que hacer el que destaca en cualquier otra rama de la actividad humana. Pero sólo lo puede hacer en la medida en que su actividad se apoya en la de otros miles o millones que pasan inadvertidos, pero que son imprescindibles, tal y como lo son los cimientos y las columnas para la azotea de un edificio. Hay que asumir, por otra parte, que a menudo albergamos la simplona idea de que el término “rico” es siempre aplicable a una persona natural e individual, cuando en realidad las grandes corporaciones productivas o bancarias, así como otras personas jurídicas, son gestionadas por cuerpos colectivos de accionistas, donde el voto del grupo tiene su peso respectivo.
Si los ricos fueran auténticamente superiores o simplemente “distintos” los premios Nobel se los darían a ellos y no a los científicos. Sin embargo, como la historia demuestra, muchos grandes científicos han sido gente modesta en su riqueza personal, que han tenido que vivir protegidos por el mecenazgo de alguien para poder producir algo intelectualmente valioso, que en muchas ocasiones ha producido un salto inmenso en el bienestar de la civilización. Sinceramente hablando, la riqueza en sí misma y directamente, parece ser poco beneficiosa, por no decir que todo lo contrario, para el progreso de la humanidad. Desde este punto de vista ha sido hasta ahora un mal necesario en la historia, porque a su sombra se crean a veces las condiciones sociales imprescindibles para que terceras personas se realicen como seres humanos, acumulando la información científica y tecnológica que ha permitido a la humanidad salir de las tinieblas de la ignorancia y el oscurantismo.
Ciertos temas de las ciencias sociales se parecen algo al análisis de las funciones matemáticas, que sólo se entiende su significado cuando se realiza un estudio de límites, en el extremo. Por eso quizás este tema del papel social de la riqueza quede más claro con el planteamiento de un ejemplo extremo, simplón pero ilustrativo.
Supongamos que la humanidad luego de cortar al último árbol, pescar al último pez, contaminar al último río y advertir al fin que el dinero no se come (7), se percata de que la Tierra se extingue, y decide invertir los últimos recursos en un postrer intento de perpetuar nuestra estirpe en otro rincón del Universo.
El tamaño de la nave es relativamente pequeño, pueden viajar 100 ó 1000 personas comunes normales y corrientes (el “pie de cría” genético de la futura humanidad), acompañadas de: a) o los 50 mejores científicos y técnicos del mundo junto con libros y soportes magnéticos cargados de información, más una muestra de las máquinas más importantes que ha construido la civilización, o b) los 50 hombres más ricos del mundo junto con toda su riqueza, ya sea en oro o en dinero. Al menos en mi caso, no habría cronómetro tan rápido como para medir el tiempo en que decidiría a favor de la opción a, porque la información (8) tiene un valor imperecedero, pero el dinero o el oro no tienen valor en sí mismos, sino sólo un significado simbólico en referencia a un contexto social y productivo específico, fuera de él no valen nada, sólo lo que vale su uso industrial o el papel en que está impreso, respectivamente.
A fin de cuentas, todo el mundo estudia a Galileo y sus descubrimientos, admira La Gioconda de da Vinci y se queda extasiado mirando la Capilla Sixtina o el Moisés de Miguel Ángel; pero sólo unos pocos eruditos que pasan cursos especializados en historia del renacimiento se enteran de lo que hicieron los Médicis, que fueron los mecenas de Galileo, Leonardo y Miguel Ángel. Su gloria se esfumó, su oro cambió de manos con el tiempo, su poder sin límites se evaporó en el viento de la historia, y sólo la obra intelectual de los que trabajaron a la sombra del mecenazgo de la familia ha sido inmortal a pesar del paso de los siglos (9).
Esta polémica que aquí nos ocupa es tan vieja como la humanidad, ya Aristóteles se refirió a ella cuando trató de la diferencia entre crematística y economía. Si se habla exclusivamente de la primera, la hermana menor del par, se pueden obviar las consideraciones éticas y plantear que “los fenómenos económicos no son justos o injustos en si mismos, tampoco son morales, inmorales o amorales, son simplemente hechos...” Pero si se trata de la segunda todo cambia, porque los animales también compiten unos con otros, algunos tienen un pensamiento racional muy rudimentario, otros usan algunas herramientas de variedad muy limitada, y muchos coordinan sus esfuerzos para cazar a las presas con mayor efectividad; pero sólo el hombre es capaz de formar un sistema de valores éticos y de transmitirlos de una generación a otra durante milenios, en aras de mejorar la calidad de la especie.
Eso es lo que nos hace humanos, y lo que bajo ningún concepto puede faltar en ninguna ciencia social, sobre todo en la verdadera economía, si es cierto que esta es “…la más social de todas las ciencias…”, aspecto en que sí coincido plenamente con el Dr. Boragina.
Bibliografía
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Alfonso-Sánchez, M.A., Peña, J.A. & Calderón, R. 2003. Time trends and determinants of completed family size in a rural community from the basque area of Spain (1800–1969). Journal of Biosocial Science 35: 481–497.
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1. Ricardo Alejandro Rodríguez de la Vega: Graduado de Licenciatura en Educación, especialidad Biología, en 1983. Ex profesor de Evolución, Genética y Ecología en la Universidad “José Martí” de Camaguey, Cuba, desde 1984 a 2000. Master en Didáctica de las Ciencias Biológicas por la Universidad “Enrique José Varona”, La Habana, Cuba (1999). Licenciado en Biología por el Ministerio de Educación y Ciencias Español (2001). Diploma de Estudios Avanzados en Desarrollo Económico, Formación y Empleo por la Facultad de Economía de la Universidad de La Laguna, España (2004). Diploma de Estudios Avanzados en Ecología y Ciencias de la Vida por la Facultad de Biología de la Universidad de La Laguna, España (2005). Autor de varios artículos en ecología, didáctica y economía publicados en revistas de Cuba, México, Brasil y España. Trabaja actualmente como investigador de la Fundación Canaria Rafael Clavijo en un proyecto adscrito al Hospital Universitario de Canarias en Tenerife.
2. Si este ancestro existe lo más probable es que sea en la termodinámica, la única disciplina que podríamos considerar a priori como la “goma” que aglutina a las restantes ínsulas en que se han ido convirtiendo las ciencias luego de su desgajamiento post-clásico a partir de la filosofía.
3. En el caso de que otorguemos el beneficio de la duda razonable.
4. Boragina, G. Injusta distribución de la riqueza. Contribuciones a la Economía, octubre 2006. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/2006/gb-distri.htm
5. Respecto a la importancia del dualismo económico en el mundo actual, véase a Todaro, M.P. & Smith, S.C. 2003. Economic Development. New York: Addison-Wesley.
6. Hay suficientes evidencias como para asimilar que la independencia oficial entre el clero y el estado, que fue elevada a exigencia de la modernidad social por la revolución francesa, se cumple sólo formalmente en lo referente a las relaciones entre negocios y política. De tal manera, el neoliberalismo a ultranza, en la práctica, no ha significado la limitación de la ingerencia estatal en los negocios, ni tampoco la independencia entre ambos, sino una transferencia neta de hecho del poder político del estado al mercado privado, el cual amenaza con convertirse en la máxima autoridad social individual y colectiva en todos los sentidos (ver e.g. a Hamilton, 2001, pp. 37-41, 135-156) Sencillamente, la historia ha demostrado que ningún poder omnímodo, sin contrapartida, es humanamente apropiado, sea cual sea su naturaleza.
7. Debo aclarar que esta frase no es mía, se la he tomado prestada a los indígenas sudamericanos. Me percato de que estos posiblemente tendrían que ser considerados como “sub-distintos”, si nos guiásemos por la tesis del origen natural de las diferencias de riqueza y la distinción biológica de los ricos respecto al resto de los mortales.
8. Ya sea genética, cognoscitiva o en forma de capital humano.
9. En esencia, la situación no ha cambiado mucho cualitativamente desde la época de los Médicis, porque aún hoy el grueso de los individuos que producen la información que luego se traduce en capital y bienes de consumo para acumular riqueza y elevar el bienestar de la civilización, subsiste y trabaja gracias al amparo de fundaciones, subvenciones estatales y otras ayudas, los mecenas anónimos de los tiempos modernos. Eso sí, hay que reconocer que actualmente la cantidad absoluta de beneficiados es mayor, en algo se tiene que notar que han transcurrido cuatrocientos cuarenta y tres años desde el nacimiento de Galileo.