Turismo y antropología
Juan J. López Sobejano
(CV)
Este artículo está basado e inspirado por la lectura de El turista: elige tu
propia aventura, artículo de Sonia Jalfin publicado en el suplemento cultural Ñ
del diario argentino Clarín. Por su complejidad y amplitud he decidido dividirlo
en varias partes, que irán siendo publicadas según sean redactadas. Espero que
cree un debate sincero y ameno.
La antropología ha estado tradicionalmente interesada en todos los aspectos de
la actividad humana. Categorías como el parentesco, las relaciones intergrupales
o la relación con el entorno han sido objeto de profundos estudios desde los
primeros pasos de la antropología hasta nuestros días. Etnólogos como Margaret
Mead, Bronislaw Malinowsky, Clifford Geertz o los más famosos Claude
Lévi-Strauss o Marvin Harris han tratado de comprender al ser humano desde sus
distintas teorías. Y todos, los antiguos y los modernos, han tenido un elemento
común: el viaje, el desplazamiento espacio-temporal, ya sea como objeto de
estudio o como elemento metodológico necesario para desarrollar sus distintos
estudios.
El turismo, fenómeno relativamente reciente, al menos como generalizado
desarrollo del ser humano, también ha sido objeto de ese estudio, en ocasiones
apoyado por la sociología. En este sentido, sin embargo, se ha producido una
evolución en la concepción del turismo como estudio etnológico pasando de un
total desprecio (“odio los viajes y a los viajeros” Claude Leví-Strauss en
Tristes Trópicos) a asumirlo como elemento fundamental de la socialización del
hombre moderno. Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
López Sobejano,
J.J.: “Turismo y antropología" en
Contribuciones a la Economía, enero 2007. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/
"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
juanje68@hotmail.com
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Sin llegar a ser tan extremo como Leví-Strauss, Daniel J. Boorstin habla del turismo como “un mundo manufacturado, trivial e inauténtico”. En efecto, para los primeros antropólogos estudiosos del turismo éste no genera más que realidades artificiales. La necesidad que tiene el turista de observar “lo auténtico” o “lo típico” lleva a los nativos a prostituir sus tradiciones y sus manifestaciones culturales para un mayor disfrute del visitante. El turista aporta una mirada contaminada que mina el valor de la cultura local al generar la necesidad de sustituir la realidad por manifestaciones pseudoteatrales.
Sin embargo, como suele pasar, no todo es blanco o negro, no todo es bueno o malo. Como señala el antropólogo español Agustín Santana en la revista Temas para el Debate “no todos los casos muestran degradación. Antes bien se pueden describir casos de revitalización, de surgimientos de identidades colectivas, de recuperación de tradiciones” Porque lo que hace el visitante es mostrar al nativo la importancia de su propio mundo. El turista fija en el nativo la propia realidad que vive y de la que hasta ahora no había tenido conciencia, el turista es el notario del mundo local. Y aún hay más, porque como también dice Santana “¿qué pasa con los que consideramos abrumados por la aculturación turística? si tales casos son rentables económicamente para aquellos que los padecen, suelen estar para ellos plenamente justificados. ¿Debemos juzgarlos? ¿Acaso son los nativos los depositarios obligados de tradiciones inmutables? ¿Han de permanecer puros ante la influencia de los “bárbaros turistas”? Posiblemente no, porque “los sistemas y procesos generados por la actividad humana, son algo más tibios, más dinámicos, más abiertos, si queremos, más vivos, que la frigidez simplificada que pretenden sus análisis” Se trata en definitiva de no hacer de las tradiciones un fenómeno eterno e inmutable, sobre todo porque es una creación humana y afecta al ser humano.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan sociólogos y etnólogos es responder a la pregunta ¿por qué viajamos? Si aplicáramos criterios psicológicos podríamos utilizar la conocida Pirámide de Maslow y establecer que el turismo puede ser motivado por necesidades de autoestima o necesidades de autorrealización. Pero los antropólogos parecen querer ver en el turista la representación de una categoría distinta a la que el mismo turista aspira: el turista representa al hombre moderno.
Como fenómeno de reciente implantación a nivel masivo, el etnólogo ve en el turismo y más concretamente en el turista el paradigma de la modernidad, aprecia en él una serie de comportamientos que no puede descubrir en el pasado. Por eso hay autores como Dean McCannell, John Urry, Chris Rojek o Yves Winkin para los que el estudio del turismo permite crear teorías más generales sobre la sociedad moderna y la posición del hombre en ella.
Una de esas teorías establece que el hombre viaja para unir el mundo, tal vez por su afán de encontrar un sentido a su posición en su propia sociedad. Acortar distancias, tanto físicas como mentales, respecto a “lo otro”, “lo extraño”. Se trata de comprender la aparente sinrazón de la diversidad y darle un sentido, situarla en un contexto que pueda ser entendido. En este sentido McCannell, en su libro El Turista: Nueva Teoría de la Clase Ociosa, señala que el turista busca la autenticidad en las experiencias y que esa búsqueda es relevante para comprender al hombre moderno. Se trata, en suma, de unificar un mundo cada vez más fragmentado, más contradictorio. Es así que la sociedad actual se estructura en una serie de categorías cada vez más complejas. Ya no bastan la clase social o el grupo étnico, puesto que somos mestizos y tal vez al viajar a otras sociedades tratamos de comprender nuestra propia sociedad y los elementos que un día le fueron ajenos y que hoy la integran. Como dice McCannell, “el acto de viajar nos ayuda a construir totalidades sobre la base de nuestras experiencias dispares; el turista puede formular su propia trayectoria y la de su sociedad como una serie ordenada de representaciones formales”.
Sin embargo ¿qué es la autenticidad? Las costumbres locales, cuando se enfrentan a los focos del turismo tienden a caricaturizarse, a resaltar aquellos rasgos que van a gustar más al visitante. Existe entonces una cierta tensión entre la verdad cultural de los nativos y los deseos de sorpresa y diversión de los visitantes. Ya no hay inocencia, sino que todo es fruto de una transacción. Aparece entonces lo que Yves Winkin llama “la suspensión voluntaria de la incredulidad”, es decir, la predisposición al asombro, por el que los espectadores aceptan como cierto el espectáculo que están presenciando.
Para John Urry, sin embargo, el turista prefiere conocer lo distinto antes que lo auténtico. Se trata de huir de la rutina escapar de la monotonía, buscar la sorpresa y la novedad. El turista compara su visión y sus experiencias con las de su vida cotidiana y camina hacia lo diferente.
Sin embargo Chris Rojek dice que “el ocio no es la antítesis de la vida cotidiana, sino su continuación dramatizada y espectacular”. Ya no hay una diferencia sustancial entre la cotidianeidad y las experiencias turísticas, sino adjetival, de modo que el ocio no es sino una intensificación de las rutinas de la vida. Para Rojek las experiencias diarias suelen ser inconclusas y confusas, mientras que el ocio ofrece experiencias delimitadas en el tiempo y estructuradas, con capacidad de conclusión.
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