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"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
Pagina nueva 1 Repsol y la acción de oro
Alfredo González Colunga (CV)
alfredocolunga@telecable.es
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
González Colunga, A. "Repsol y la acción de oro" en Contribuciones a la Economía, febrero 2006. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/
Si hablamos de Economía desde una perspectiva neoliberal estaremos hablando de consentir, de común acuerdo, en que el mercado actúe libremente. Se supone que esto procurará, expresado a grandes rasgos, que los agentes más eficientes encontrarán mayores oportunidades, y a la larga triunfarán. Los menos eficientes, lentamente, se extinguirán.
Ahora bien, en función de cuál sea el objeto de competencia, las reglas son diferentes. Hay productos que, al menos en apariencia, pueden obtenerse ilimitadamente. Otros no. Son casos diferentes la carne de pollo y el petróleo. La carne de pollo se regenera, el petróleo no. Espero mostrar en este artículo de modo convincente que las reglas de juego son diferentes en cada caso. Mientras para la carne de pollo las reglas neoliberales son útiles, pierden por completo su operatividad en el caso del petróleo.
Si las reservas de petróleo fueran ilimitadas, entonces podríamos hablar de un valor objetivo del petróleo. Medido, por ejemplo, en julios, y con un coste asociado a su extracción y a su transporte. Pero el petróleo no tiene una apariencia ilimitada. Y a diferencia de la carne de pollo, no se regenera.
En 1973 comenzó a apreciarse una limitación en la disponibilidad de las reservas petrolíferas. Cuando los hallazgos de nuevos yacimientos se hicieron más escasos y cuando los primeros pozos comenzaron a agotarse, algo cambió en las reglas de juego. Había comenzado a abrirse paso la conciencia de que la disponibilidad petrolífera tenía un límite. No se sabe de ningún “cártel del pollo”. Si se formase sería, además, ilegal. Un acuerdo entre competidores para elevar artificialmente los precios. Lógico, por injusto: si hacen falta más pollos, que se produzcan. La percepción de ilegalidad proviene del hecho de que, en caso de que los actuales productores llegasen a un acuerdo para elevar los precios, un nuevo agente, al menos en teoría, podría irrumpir en el proceso con precios más bajos, deshaciendo tal acuerdo.
Pero el petróleo es distinto. Sus reglas también. 1973 significó la aparición del cártel del petróleo, la OPEP. Ese cártel, que controla la producción mundial de petróleo, es la manifestación misma de una conciencia en la limitación de la disponibilidad energética, porque ¿qué sentido tendría intentar tal control si los pozos petrolíferos continuaran apareciendo por doquier? Existe un cártel porque existe una tarta, y se conocen sus límites. La existencia de una limitación en la disponibilidad cambia la idea misma de beneficio.
Para verlo tenemos que mirar con perspectiva. Pese a que la ciencia trabaja con sistemas cerrados, estos no existen en la realidad. Para cada animal, para cada uno de nosotros, para cada empresa, el valor de cada energía consumida es, sobre todo, el valor de una oportunidad para consumir más energía futura. Si hoy me alimento, ese alimento tiene no sólo el valor energético que representa en calorías, sino también el de todas las futuras comidas que me permitirá obtener. En otras palabras: cada consumidor proyecta, por decirlo así, sobre la energía disponible restante, una sombra correspondiente a sus necesidades energéticas futuras. Una especie de cono. Creciente, porque esto indica que, si todo va bien, creceremos y nos multiplicaremos. Que si todo va bien, en el futuro nuestras necesidades energéticas, y las de nuestros descendientes (con sus propios conos de necesidad energética futura) crecerán.
Sucede que si esas sombras se proyectan sobre un horizonte con apariencia de disponibilidad energética ilimitada, pueden convivir. Es decir, si hablamos de carne de pollo, y consideramos que podemos producir tanta como necesitemos, entonces no hay problema. Entonces sí, el más eficiente irá conquistando, pacientemente, nuevos mercados. Entonces sí, el neoliberalismo funcionará. Las sombras de las necesidades energéticas futuras de las distintas empresas en competencia podrán convivir. El consumidor elegirá, y la eficiencia triunfará.
Pero si las sombras de la necesidad energética futura de los distintos agentes se proyectan sobre un horizonte energético de dimensiones limitadas, esas sombras comienzan a solaparse. Cada solapamiento significará, antes o después, un "o tú, o yo".
Es cuestión de hacer un modelo, y hoy en día existen modelizadores muy potentes. Imaginemos que quedan diez empresas en el mercado. Y un millón de barriles de petróleo por vender. Ni uno más. Lógicamente, cada empresa quiere vender la mayor cantidad de barriles posible. Además, aproximadamente, cada empresa ya tiene asignados los barriles que puede llegar a vender. Así que las reglas del juego son ahora: si quiere crecer, cada empresa no ha de ser más o menos eficiente. Esto pasa a ser, dentro de unos márgenes razonables, irrelevante. Si quiere crecer, una empresa deberá adquirir un rival.
Todas las empresas quieren crecer. Es su razón de ser. Así que todas tratarán de adquirir a otros rivales. Y si no lo hacen todas, las que no lo hagan lo pagarán.
Así establecidas las reglas, el único beneficio posible, entendido como capacidad futura de seguir compitiendo en ese mercado, es alcanzar un tamaño que impida la absorción. No hay reglas de juego justas, no hay posibilidad de elección por parte del consumidor, no hay sana competencia por la eficiencia. Sólo hay tamaño. La empresa que se concentre en la eficiencia, en el buen servicio, podrá ser competitiva, pero si hay un gigante a su lado, mediante una OPA hostil, será eliminada. Es interesante observar además que, al menos en apariencia, la mejor estrategia para cada empresa es idéntica queden reservas para 20 años o para 100.
Y la mejor estrategia para cada empresa será la de absorber empresas más pequeñas, con la intención de alcanzar un tamaño que le permita absorber empresas que son, en ese momento, de mayor tamaño. O bien fusionarse: ante la imposibilidad de ser cabeza de ratón, ser al menos cola de león. La empresa más pequeña, salvo que comience rápidamente un proceso de fusiones, no tendrá ninguna oportunidad, independientemente de su eficiencia o de su rentabilidad. ¿Dónde queda el neoliberalismo entonces? ¿Es esto ventajoso para el consumidor? Respuesta sencilla: la empresa ganadora, además, podrá imponer sus precios.
La ciencia, una vez más, viene en nuestra ayuda. En la Teoría de Juegos hay un nombre para cada cosa, un nombre para los pollos, y otro para el petróleo. Mientras el petróleo parecía inacabable los jugadores, incluso los más pequeños, siempre que fueran eficientes, podían llegar a acuerdos del tipo: “yo me quedo con estos nuevos yacimientos, tú con aquellos” “yo seguiré explotando por aquí, tu por allá”, con incrementos futuros del consumo posibles para ambos competidores. Los economistas llaman a estas situaciones “Juegos de suma no nula”, es decir, aquellos en los cuales ambos contendientes pueden salir beneficiados.
Pero cuando el objeto de competencia –el petróleo- ha encontrado su límite, lo que yo aspire a consumir de más en el futuro será, necesariamente, algo que dejes de consumir tú. También la Teoría de Juegos tiene un nombre para esto: el Juego se habrá convertido en un juego de suma cero. Si yo gano, tú pierdes.
Volviendo a la idea de beneficio, mientras el petróleo parecía inagotable, beneficio suficiente era una diferencia entre ingresos y gastos que permitiese mantener su estructura. Vemos que la idea misma de beneficio ha cambiado: ahora, beneficio suficiente es adquirir un tamaño tal que impida la absorción por otros.
Repsol, en el mercado mundial de la energía, es una empresa más bien pequeña. Hasta ahora, Repsol había estado protegida por una acción de oro en manos del gobierno, que impedía su venta. La validez de esa acción de oro expira el lunes. Si no se hace nada por evitarlo, si se respetan las reglas del “juego limpio”, cabe la posibilidad de que, aunque ahora no es todavía posible –parece que existe otra acción de otro en manos del gobierno argentino- antes o después un gigante, norteamericano o chino, adquiera la empresa. Y nadie preguntará si la empresa compradora es más o menos eficiente. No importará.
El mercado es muy respetable, pero conviene no olvidar que está velado por los estados, y para tal fin los estados utilizan sus ejércitos. Los grandes actores mundiales en el terreno energético son hoy Estados Unidos y China. En China es el estado, directamente, el que controla el abastecimiento energético. Esto en sí mismo ya sería argumento suficiente para levantar el dedo y decir: “oigan, dado lo limitado del mercado, y la situación de las empresas energéticas chinas, yo no acepto las reglas”. Pero es que se dice que en Estados Unidos son las empresas. ¿Es esto último cierto, o mera apariencia? Lo único cierto es que el Presidente de los Estados Unidos es hijo de un presidente de los Estados Unidos, y hermano del presidente de un Estado en el cual acostumbran a decirdirse las elecciones Norteamericanas a la presidencia. Todos ellos provenientes de un clan del petróleo ¿Mero azar? Imaginemos a dos hijos de Felipe González, uno en de presidente del Gobierno Central, y otro de la Comunidad Autónoma de Andalucía. Cada cual podrá hacer sus cálculos para valorar las probabilidades de que el azar consienta tal situación, pero lo cierto es que el clan del petróleo norteamericano controla, a día de hoy, el ejército norteamericano, y no resulta muy difícil rastrear las consecuencias.
Neoliberales, sí. Pero, ¿alguien se imagina a Repsol comprando una petrolera Norteamericana? Hay una respuesta a esa pregunta: no es cuestión de tamaño. Cuando una empresa China lo intentó hace poco tal intento fue vetado por el congreso norteamericano, con el argumento de que era “una empresa amparada por el estado, que no competía honestamente”. Argumento que no se utiliza en otros terrenos. Y no se entienda esto como un reproche, al contrario, porque la primera misión de un Estado es velar por la capacidad de acceso a energía de sus gobernados. Sin energía no hay industria, ni transporte, ni comercio. No hay nada. Ahora bien, en caso de una crisis de abastecimiento, ¿a quién abastecerán primero las empresas norteamericanas? En caso de subir sus precios para ralentizar el consumo, ¿dónde los subirán primero?
Pero, al menos de momento, “beneficio suficiente” tiene otra definición: la adopción de medidas legales que, si las circunstancias así lo aconsejan, permitan a un Estado evitar la absorción no deseada de una de sus empresas. La regulación creciente de los mercados atendiendo a criterios de eficiencia podría ser una respuesta adecuada a un momento de aceleración en los procesos de concentración en múltiples sectores. Supongo que eso es precisamente lo que hacen los estados. Simplemente me atrevo a sugerir que puede ser interesante observar, ante cada gran fusión, si el proceso beneficiará al consumidor –si persigue la eficiencia- o si es un simple caso de Suma Cero.La argumentación ofrecida es desgraciadamente del tipo cuya exposición, de tener algún efecto, podría contribuir a acelerar más que a detener el proceso que denuncia. Sobre el mismo tema se sugiere la lectura de un breve artículo publicado en estas mismas páginas en enero de 2006 http://www.eumed.net/ce/2006/agc.htm
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