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"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
ANÁLISIS ECONOMICO TURÍSTICO DE UN VIAJE A ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA A MEDIADOS DEL SIGLO PASADO
Un diario de viaje[1]
La escritora francesa Simone de Beauvoir (1908 – 1986), mundialmente conocida por su obra El segundo sexo (1949) y por sus relaciones de amor, amistad y camaradería con el filósofo Jean Paul Sartre, con quien compartió el cultivo de la corriente filosófica del existencialismo y otras aficiones y tendencias, hizo un gran tur[2] a Estados Unidos a principios de 1947, el mismo año que Jack Kerouac atravesó ese gran país por carretera, de costa a costa, acompañado por Neal Cassady, viaje del que dio cuenta en esa obra de culto que es On the Road.
A punto de cumplir cuarenta años, la Beauvoir se encontraba entonces en plena y gozosa madurez tanto física como intelectual, aunque aun no había publicado la obra citada, la que le abriría las puertas de la fama. Publicada por primera vez en1948, su obra América día a día fue, por fin, traducida al castellano más de medio siglo después de su aparición en Francia. El traductor, Daniel Sarasola Anzola, ha logrado conservar ese lirismo intimista con el que la autora impregna muchas de las páginas del libro hasta convertirlo, en palabras de un crítico de The New York Times Book Review, “en una auténtica joya”.
América día a día es sin duda un libro de viajes en el más noble y original sentido del término. Tiene también, por ello, un indudable valor autobiográfico. Pero la autora no solo nos hace partícipes de sus vivencias. Formula también numerosas opiniones y observaciones, en la gran tradición del género, y deja traslucir tanto su enorme admiración como su decidido rechazo frente a diferentes realidades de Estados Unidos, país en el que permaneció durante cuatro intensos meses en unos momentos tan singulares como fueron los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, años marcados por una profunda recesión en lo económico y por la vergonzante persecución policial emprendida por el general McCarthy de intelectuales acusados de izquierdistas y prosoviéticos.
El libro es de muy instructiva, amena y hasta gozosa lectura. El formato diario que la autora da a sus análisis y comentarios sobre la realidad americana, basados en sus vivencias y estancia en numerosas ciudades, el innegable interés histórico que hoy tiene su contenido y el bellísimo estilo literario de su escritura atrapan al lector de forma que no resulta fácil encontrar oportunidad para el reposo. América día a día es un libro que podríamos calificar, en este sentido, de tiránico, ya que lleva a una lectura ininterrumpida, a leerlo de un tirón, juicio que puede ser compartido por todo tipo de lectores. Pero los estudiosos del turismo y los amantes de los libros de viajes tienen una razón adicional, no solo para leerlo, sino también para estudiarlo con detenimiento. Es lo que me propongo hacer en este trabajo, escrito cuando todavía estaba en activo en el Instituto de Economía y Geografía del CSIC, y que envié hace un año a la revista argentina Estudios y Perspectivas en Turismo. Ignoro a estas alturas si fue publicado o no, pero ante la duda he decidido enviarlo a la siempre acogedora Cuestiones de Economía.
El abundante material que, en sus más de cuatrocientas páginas, ofrece el libro puede agruparse en dos grandes apartados temáticos. En uno de ellos incluyo los comentarios y análisis del modelo americano de vida, un tema por el que sin duda se sienten interesados historiadores, sociólogos, antropólogos y estudiosos en general de las civilizaciones. El otro apartado puede formarse con las referencias que la autora hace una y otra vez a todo aquello que tiene que ver con su condición de una visitante extranjera que aún no conoce Estados Unidos. Los dos apartados tienen el interés de reflejar la realidad de un país que acababa de estrenar su condición de gran potencia mundial en un mundo dominado por el clima posbélico de la guerra fría.
Mi análisis de la obra se limitará al segundo apartado, en el que abundan los temas de carácter turístico. En mi exposición utilizaré las nociones de la economía de la producción turística (en adelante EPT), denominación que doy al corpus teórico que vengo desarrollando desde 1988. La EPT tiene, entre otras potencialidades, la de ofrecer un esquema analítico y sistemático especialmente adecuado para estudiar esa actividad productiva todavía oculta a la que llamo turismo.
En primer lugar, haré referencia a la motivación o motivaciones de la estancia de la autora en Estados Unidos, una estancia ciertamente prolongada hasta límites inusuales desde el punto de vista de lo que podríamos considerar normal para una simple visita ya que, como se verá no la misma respondió a una invitación académica para impartir conferencias en centros educativos. Para ello utilizaré no solo las propias declaraciones textuales de la autora sino también los criterios que se desprenden de las actividades que realizó durante su estancia en América. En definitiva, aplicaré también los criterios de la Doctrina General del Turismo (en adelante DGT), caracterizados, como se sabe por un psicosociologismo centrado en el sujeto, del que destaca su comportamiento, sus motivaciones, sus percepciones, sus actitudes y en, en definitiva, su intencionalidad.
Obviamente, la fuente de información utilizada no es otra que el diario de viaje de Simone de Beauvoir, en el que unas veces encontramos simples opiniones y, otras, detenidos análisis, propios de quien fue sin duda una pensadora de alta cualificación a la que nada humano le resultó ajeno. La obra ofrece abundantes datos sobre la oferta que la EPT llama incentivadora[3] de las visitas, y también sobre aquellos bienes y servicios que las hacen posibles y hasta cómodas, a los que la EPT llama oferta facilitadora[4], pero orientados tanto a residentes en los lugares visitados como a los forasteros que los visitan.
Terminaré el recorrido deteniéndome en la producción de turismo en USA y tratando de extraer las conclusiones pertinentes.
Análisis según la Doctrina General del Turismo
La autora declara, ya en la primera página de su libro, que el suyo “fue un viaje de placer y dejado al azar de la improvisación”. El estudioso del turismo se encuentra a bocajarro con una frase de especial significación. La autora no se limita a declarar la motivación de su desplazamiento. También especifica que el suyo fue un viaje no programado o no planificado. Para quienes ponen el énfasis en la búsqueda del placer como motivo de un desplazamiento de ida y vuelta y de la estancia pasajera (en un lugar en el que no reside habitualmente) a la que da lugar, no cabe la menor duda de que Simone fue una turista en América, que su viaje fue un viaje turístico. La misma Simone se considera a sí misma a lo largo de la obra y en numerosas ocasiones una turista. Lo dice con estas mismas palabras, por lo que ni siquiera hace falta acudir a la exégesis. Las frases en las que lo expresa son numerosas, pero me limitaré a las siguientes:
“Decididamente, soy una turista: todo me divierte” (p 29).
“Paseos por Nueva York, galerías de arte, museos, desempeño concienzudamente mi oficio de turista. De tarde en tarde voy a ver a algún editor, a algún director de revista: hasta en esto me siento como una turista[5]” (p 35).
(Washington) “es mi primera ciudad americana después de Nueva York; no conozco a nadie en ella, sólo voy a estar un día y medio. Cuando comenzaba a construirme un nido en América, vuelvo a convertirme en turista” (p 84).
“No sé muy bien qué hacer. Sé callejear por una ciudad europea. Pero en América, es otra historia (…) Tengo que decidirme y lanzarme. Bajo (de la habitación del hotel). Tomo un taxi. (…) Me paro. Para ganar tiempo antes de lanzarme a lo desconocido, decido ir a un museo. (…) Soy una turista concienzuda. Almuerzo en el centro comercial de la ciudad (Washington)” (p 85).
Sin embargo, siete días después de llegar a Nueva York, la autora declara en su diario:
“Tengo que dar una conferencia” (p 24).
Y, días más tarde, dice:
“Esta tarde voy a dar una conferencia en Vassar College” (p 54).
El 11 de febrero, vuelve a decir:
“doy una conferencia seguida de un cóctel en Relaciones Culturales” (p 73).
El 14 del mismo mes, anota en el diario:
“a la salida de mi conferencia…” (p 87).
Y el día 15 del mes citado, escribe:
“No tenemos tiempo de ir a Mount Vernon y lo siento. Quería volver a ver algunos cuadros del museo y tomo el tren de Lynchburg: una conferencia me espera en Macon College.” (p 89).
En la página 90, anota:
“hoy me he quedado aquí (Lynchburg) para escribir un artículo antes de cruzar mañana Nueva York apresuradamente y marchar hacia el norte…”
Más adelante, comenta (páginas 93 a 95):
“El doctor B, que ha organizado mi conferencia de esta tarde, viene a buscarme para almorzar (sic)”.
La cena tuvo lugar en casa de una amiga del doctor B.:
“Cenamos al amor de las velas, con todas las luces apagadas…: esta iluminación es señal de lujo. Doy mi conferencia en una sala del museo decorada con ojivas medievales. De vuelta al hotel, sólo son las once”.
Las referencias a conferencias, charlas y contactos con intelectuales, profesores universitarios, estudiantes, editores y escritores son continuas por parte de la autora. Algunos idiomas derivados del latín, entre los que destacan el español y el italiano, tienen una palabra específica para referirse a un viaje que, como el que nos está describiendo Simone de Beauvoir en este libro, parece estar motivado por la realización de una serie de actividades intelectuales y profesionales. Me refiero al vocablo gira [6] con el que los dos idiomas citados se refieren a viajes, paseos y excursiones por diferentes motivos entre los que figuran los placenteros, pero que, como todos sabemos, se aplica sobre todo a los viajes de artistas, deportistas, escritores, conferenciantes o incluso políticos por varias ciudades para representar obras de teatro, participar en competiciones o exponer teorías, análisis, opiniones o ideas, respectivamente. Gira es la palabra que utiliza el traductor del libro para referirse al viaje que hizo Simone de Beauvoir por diferentes colleges y universidades del estado de Nueva Inglaterra, entre el 14 y el 24 de abril, con el fin de pronunciar conferencias. Conferencias y charlas, entrevistas con escritores y profesores universitarios fueron frecuentes y continuas en otros centros y ciudades de otros estados norteamericanos hasta el final de la visita de la escritora. Lo que pretendo demostrar es que, ante este tipo de actividades, los jurisperitos, aferrados como lapas al placer como motivación exclusiva y excluyente del turismo, reclasificarán a la autora y no la tendrán ya como turista, pese a que ella misma se tenga a veces por tal. Al hacerlo así verán reforzada su postura al comprobar que, en la página 112, declara ella misma que en Chicago, una de las muchas ciudades americanas que tuvo oportunidad de visitar, se siente como se desprende de esta frase:
“Me solazo por estos bares, por estas calles de viento ululante; no me siento demasiado turista. Se me antoja estar viviendo una tarde de Chicago en compañía de un indígena genuino. N. A[7]. ha pasado aquí su infancia y casi toda su existencia”.
Casi al final del libro, en la página 340, la autora formula una especie de teoría turística propia, basada en los sentimientos de sorpresa, en los que experimentó al recordar sus vivencias de los primeros días en Estados Unidos y compararlas con las experimentadas al final de su visita:
“Los primeros días, todo me sorprendía en América, veía la riqueza y percibía la amabilidad de los americanos; ahora ese trasfondo me resulta familiar y ya solo percibo lo que me sorprende o impresiona. Necesito un contraste para captar lo que al principio me gustaba tanto de eso, lo que sin duda en Francia voy a echar de menos amargamente. Hoy lo sé porque cuento con dicho contraste”.
Según esta teoría, Simone habría empezado siendo turista para acabar no siéndolo, y ello al margen de sus actividades como conferenciante y de las verdaderas motivaciones del viaje, si es que existe algo parecido a “las verdaderas motivaciones” en cualquier viaje pero sobre todo en este. Al principio del libro, la autora reconoce que
“tantos detalles sorprendentes durante los primeros días les confieren un encanto especial; nada de aburrirme”.
En la página 334, casi al final, repite una vez más el criterio de la sorpresa:
“Me divierte ver cómo N. A. descubre Nueva York con su mirada de hombre de Chicago. Le sorprende la ropa de colores vivos tendida en las escaleras de incendios, el rojo inesperado de las fachadas en calles tristes, la fantasía de un tenderete de librero, de una pequeña plazoleta, la pátina de una casa centenaria: la ciudad le parece rica en pasado proceloso y de un pintoresquismo desconcertante”.
Según su especial teoría, Simone de Beauvoir empezó siendo turista cuando arribó a Nueva York procedente de París y dejó de serlo después de una primera fase de tres semanas de estancia. Pero fue turista otra vez más tarde según la DGT, cuando viajó por el oeste y por el sur de los Estados Unidos, y dejó de serlo, una vez más y también según los mismos criterios, cuando regresó a Nueva York, antes de volver a París:
“Me siento demasiado neoyorquina para retomar mis grandes excursiones matinales; ahora, en lugar de explorar a grandes pasos, deambulo por Nueva York como si fuera mía. Ya no me divierte cualquier cosa” (p 333 – 334).
Fue, pues, con esta autopercibida identidad de residente americana como Simone dio por finalizada su estancia en América. “El día despunta en Orly” (p 404), anotó cuando su vuelo había tomado tierra en Europa y siente con fuerza que ha abandonado un país opulento a pesar de la recensión que padecía, y también que llega a otro país, el suyo, en el que percibe los tristes y deprimentes efectos de la reciente contienda mundial:
“Por la triste avenida que conduce hacia París, la gente va mal vestida, las mujeres tienen el pelo descolorido, caminan con el paso humillado. Las verduras del mercado son raquíticas. Ni un taxi en la parada de los Invalides; en el bordillo de la acera, los viajeros se ponen nerviosos, empiezan a pelearse. Hace un día gris, París parece aterido, las calles están apagadas y lúgubres, los escaparates son ridículos. Allí, en la noche, un continente inmenso resplandece. Tendré que volver a aprender cómo es Francia y meterme de nuevo en mi piel” (20 de mayo, p 404).
Misión cumplida, parece estar declarando la autora con esta frase. Pues, en efecto, inmediatamente después de llegar a Nueva York por primera vez, había escrito:
“Me acomodo en un banco entre un estrépito de ruedas de patines y me siento satisfecha: Brooklyn existe, y Manhattan con sus rascacielos, y toda América en el horizonte; yo ya no existo. Eso es. Comprendo lo que he venido a buscar: esta plenitud (…) cuando nos anulamos en beneficio de algo distante a uno mismo”. (p 22)
Con la lectura de una frase como la que antecede hay que recordar el sospechoso criterio que desde algunos años se empeñan en mantener los que llamo sociólogos creativos, primos hermanos aunque no lo sepan de los jurisperitos más empedernidos, para distinguir entre viajeros y turistas. Es cierto que toda la DGT está empapada de una pretensión similar, pero los sociólogos de la escuela creativa introducen un elemento que deben tener por original e ingenioso porque ignoran que se remonta nada menos que a 1841, año en el que el francés Maurice Alhoy publicó Phisiologie du voyager. Para Alhoy,
“el viajero descubre, el turista visita lo que ya está descubierto”.
Con un planteamiento similar, ciertos intelectuales de periódico que cultivan la sociología creativa aplicada al turismo, afirman que
“frente al turista que discurre por caminos trillados, el viajero se empeña en inaugurar senderos, sumergirse en la vida de los nativos como un nativo más y traspasar así la actitud del espectador que contempla espacios y habitantes como un entretenimiento de vacaciones. El turista se deja conducir, mientras el viajero induce, se inmiscuye, obra activamente”
Simone, de acuerdo con esta peculiar teoría, cae de lleno en el noble grupo de los viajeros (inteligentes, sensibles, activos, ejemplares únicos). Pero continuemos aplicando a Simone esta teoría: Mientras el viajero tiene “voluntad de experimentar algo distinto”, el turista no busca otra cosa que “la experiencia de no existir”. Pues bien, veamos la declaración que Simone hace en la página 22:
“Comprendo lo que he venido a buscar: esta plenitud que casi sólo se conoce en la infancia o en la primera juventud, cuando no anulamos en beneficio de algo distinto a uno mismo. Desde luego, en otros viajes he disfrutado de esta dicha, esta certidumbre, pero era fugaz. París seguía siendo para mí – en Grecia, en Italia, en España – el centro del mundo, nunca había dejado del todo París, yo seguía instalada en mí misma”
Frase que debe resultar fatídica para los sociólogos creativos ya que, al reconocer paladinamente la autora que busca anularse, o, lo que es lo mismo, no existir, cae sin remisión en la ignominiosa categoría de los turistas (necios, romos, pasivos, gregarios). De nuevo, pues, parece no estar claro si la autora tuvo en América la condición de turista o la de no turista. Pero, volvamos a la teoría de la sorpresa. Simone nos transmite con claridad que su sorpresa nace y acaba con el conocimiento de lo desconocido y que lo conocido durante años puede acabar resultando desconocido y, por lo tanto, sorprendente, después de una ausencia prolongada, es decir, que París, Francia, el continente europeo le sorprenden a su regreso, aunque, como ya hemos visto, de una forma negativa. ¿Se siente Simone turista porque experimenta sorpresa al volver a la ciudad en la que reside después de una ausencia de cuatro meses?
Por consiguiente, tampoco la aplicación de la teoría implícita elaborada por la autora permite definir con precisión el carácter de su viaje y estancia temporal en América.
Pero el texto de América día a día es tan rico en matices que permite aplicar todavía un criterio más entre los casi infinitos que existen para clasificar o desclasificar la condición de un visitante como turista. Nos referimos al que elaboró el británico F. W. Ogilvie en 1933, desarrollado más tarde por el también británico, profesor de la Universidad de Pretoria, J. A. Norval en 1936[8]. Se trata del criterio que podemos llamar del gasto o, mejor, de las fuentes de financiación del gasto. Según este criterio, turista es quien gasta en un país ingresos devengados en otro. Y, a la inversa: de acuerdo con este criterio, no turista sería quien gasta en un país los ingresos ganados en ese mismo país. Aplicando este criterio, Simone puede ser considerada ahora como uuna no turista en América. La pertinencia de la aplicación de este criterio queda evidenciada a través de la siguiente frase, que figura al final del libro (página 396):
“Hace un rato fui a declarar el dinero ganado durante cuatro meses y a pagar el impuesto correspondiente”.
Y, en virtud del mismo, Simone tendría que ser considerada como turista en Francia en la medida en que gastara los ingresos que percibió en USA. El mismo funcionario que le atendió, cuenta Simone, le ayudó a descontar de los ingresos los gastos de transporte, taquígrafo – mecanógrafo, hotel, lavandería, recepciones, etc. Es decir, la autora obtuvo ingresos como consecuencia de determinadas actividades desarrolladas en Estados Unidos durante su larga estancia, unos ingresos que con toda seguridad le permitieron financiar determinadas compras de bienes y servicios. Ningún estudioso convencional del turismo caracterizaría como turista a la autora después de conocer este dato, pero mucho menos quienes sostengan el criterio de Ogilvie/Norval.
Existen aun otros muchos criterios para enjuiciar la condición de Simone durante su estancia en América. Entre ellos me centraré en el que podemos llamar fáctico. Como su propio nombre indica, este criterio consiste en agrupar las actividades realizadas por un visitante durante su estancia pasajera en el lugar visitado en dos grupos, las de obligación o comprometidas y las de devoción o discrecionales.
Como ya hemos visto, entre las actividades realizadas por la autora en América se encuentran las conferencias, charlas y entrevistas con colegas americanos. Las podemos clasificar como actividades obligadas o de compromiso. Pero, además, Simone se interesó apasionadamente por contemplar los parques nacionales, visitar las ciudades más destacadas o pintorescas, oír música de jazz interpretada por negros, conocer sus barrios residenciales, ver el cine de Hollywood, etc., etc. Son, evidentemente, actividades no comprometidas, discrecionales y libres, precísamente, las actividades que realizan los visitantes de cualquier país que los jurisperitos consideran turistas. Por supuesto que los sociólogos creativos insistirían en saber antes si el visitante
“se siente un degustador de lo autóctono, un exquisito de lo natural, un devoto de la diferencia”,
en cuyo caso se trataría de un distinguido viajero,
si
“acude a constatar que el mundo es tal y como lo ha visto en la televisión”
ya que en tal caso sería un vulgar turista,
o, si
“consigue acoplarse al mundo virtual representado en el cine, en las fotos, en los reportajes”,
en cuyo caso tampoco cabría duda de que se trata de un deleznable turista, con el que hay que evitar todo contacto, como si se tratara de un peligroso apestado.
El criterio que he llamado fáctico no lo voy a aplicar de un modo directo sino al mismo tiempo que analizo el catálogo de elementos y servicios incentivadores del turismo en Estados Unidos que ofrece en su libro Simone de Beauvoir. De todos ellos ihace la autora en su libro comentarios muy jugosos, basados siempre en el conocimiento empírico, en la percepción del sujeto que tanto enaltecen los jurisperitos seguidores del marketing, y, por supuesto, directo, es decir, obtenido como consumidora de los mismos, no por lecturas o información dada por terceros.
De acuerdo con la EPT, es posible contemplar dos grandes grupos o tipos entre los elementos y servicios incentivadores del turismo. Los legados, o recibidos en herencia, y los no legados, o propios de la generación presente. Entre los elementos legados cabe distinguir los legados por la naturaleza de los legados por la historia, es decir, por las generaciones pasadas. Simone solo se refiere a los elementos legados por la historia y por la naturaleza.
Incentivación legada por la Naturaleza
Siguiendo el libro de Simone de Beauvoir expondré los comentarios que hace sobre los elementos incentivadores del turismo que tuvo oportunidad de conocer durante su estancia de cuatro meses en América. Los grandes espacios naturales abundan en Estados Unidos, pero los más destacados se encuentran en los estados del Oeste, menos poblados que los del Este, donde se localizan las grandes ciudades. Desde muy pronto, los gobiernos norteamericanos dedicaron especial atención a la creación de figuras legales pensadas para proteger los espacios naturales de los peligros de la contaminación y de la negligencia de los visitantes. Las figuras más conocidas son los Parques Nacionales y los Parques Regionales (recuérdese el de Yellowstone, creado en 1872, que se extiende entre los estados de Wyoming, Montana e Idazo, con 9.000 km2 de extensión), luego imitadas por numerosos países, entre ellos España:
Las cataratas del Niágara. La visita de la autora a las famosas cataratas del lago Niágara tuvo lugar el 18 de febrero, aprovechando la proximidad a la ciudad de Rochester, en la que tenía concertado pronunciar una conferencia. La visita la hizo gracias a que disponía de “un día libre”, lo que algunos insisten en llamar ocio, En lugar de ir a Cleveland prefirió ir a Buffalo en autobús. En Buffalo dejó las maletas en la estación (“que es a la vez un drugstore, una librería, una sala de espera”) y tomó otro autobús que la llevó a “Niágara Falls”, que
“es un Buffalo en pequeña escala, una ciudad de fábricas, negra y triste. Se llega a ella por una carretera que bordea el lago; pero no es el lago lo que se ve, sino almacenes y manufacturas; se respira un hedor a humo y gasolina” (p 95).
El autobús dejó a la autora en la oficina de turismo, lo que parece un detalle orientador para saber cómo debemos clasificarla. Los carteles anuncian la venta de paseos colectivos en barco y en coche. Simone compró un paseo solo para ella en un taxi autorizado. El conductor del taxi era también un guía profesional al servicio de la agencia de turismo. El taxista - guía “se toma muy en serio su papel, no deja de hablar”, comenta Simone con cierta tristeza. La ruta se adentra en Canadá:
“Todos los turistas cruzan el río para ver los saltos de agua desde el lado canadiense, que ofrece el panorama más interesante”.
A pesar de ello, Simone comenta:
“Seguramente, en la época de Chateaubriand, antes de que construyeran las fábricas y los pabellones para turistas, este paisaje debía ser encantador. Solo queda regresar. Parece que al atardecer encienden proyectores que irisan las aguas de mágicos reflejos multicolores: me imagino el espectáculo. Tal vez si una se pasea a su aire, sin esperar demasiado de las atracciones, se consiga, a pesar de las fábricas y el turismo organizado[9], apreciar la belleza de este gran paisaje acuático” (pp 96 - 97).
Simona, que al parecer ha evitado comportarse como una turista convencional, apunta tres factores como causantes del deterioro paisajístico de las cataratas:
· las atracciones
· las fábricas
· el turismo organizado
Subrayo intencionadamente la tercera causa no solo por el reconocimiento de los efectos contaminantes de la que fue tenida durante demasiado tiempo e interesadamente por ser una industria sin chimeneas, sino también porque hace referencia a la actividad de producción que en el turismo se conoce crípticamente como organización. Confiesa Simone haberse divertido en las cataratas, pero “como en un circo de segunda”, una comparación que sin duda devalúa las famosas cataratas a los ojos de cualquiera, aunque no del todo, si sabemos que a Simone le entusiasmaba el circo. Para ella era urgente tomar medidas protectoras. En su opinión, muy acertada, el Niágara tenía que haber sido declarado “parque o monumento nacional”.
Parque de Carmel. Entre Los Angeles y San Francisco, la autora atraviesa Carmel,
“uno de los lugares más famosos de la costa; plagado de jardines, árboles y flores, el pueblo es bonito en sí mismo”.
Por falta de tiempo no pudo Simone visitar las misiones españolas, pero sí decidió cruzar el parque. En Estados Unidos, dice, se llama parque a “una extensión de terreno protegida por el gobierno”. Esta figura de protección fue imitada en todo el mundo después del temprano precedente de Yellowstone antes citada. Para visitar el parque de Carmel en 1947 había que pagar un dólar. También en esto es diferente América a Europa, donde nos hemos empeñado en poner todo tipo de trabas legales al establecimiento de una tasa o precio por visitar lugares naturales protegibles en virtud de su especial significación.
El lago Tahoe. Al regresar de San Francisco a Los Angeles por Nevada la autora escoge una carretera secundaria y poco frecuentada para visitar el lago Tahoe como le habían recomendado sus amigos. Antes de llagar se topa con las llamadas “ghost-towns”, pueblos abandonados, conocidos como ciudades fantasma. Como es temporada baja, todos los hostales están cerrados. Las casas están enterradas en nieve. Después de contemplar el paisaje continúa viaje a Reno.
Death Valley. El llamado Valle de la Muerte es una inmensa cuenca cuya parte más baja se encuentra casi noventa metros bajo el nivel del mar. En verano la temperatura puede rebasar los 40º C. En 1913, se alcanzaron los 57º C., un récord mundial. El valle ocupa el lugar de un antiguo lago de casi 200 Km. de longitud. Está rodeado de cadenas montañosas. La altura máxima es de 3.300 m. Es un lugar realmente peligroso, hasta el extremo de que las autoridades estatales instalaron puestos de policía a la entrada con el fin de que los viajeros que pasasen por él quedasen convenientemente inscritos en el registro de entrada. Se advierte a los viajeros que no se alejen de la carretera, sobre todo en verano. La fuerte insolación del lugar puede convertir una simple avería en una aventura mortal. En estos casos, se les aconseja que se pongan a la sombra de su vehículo a la espera de que pase otro que les pueda auxiliar.
La fama del Valle de la Muerte se basa en que servía como atajo en la ruta hacia el oeste de las caravanas. Muchos llegaron a morir en estos desiertos salados. Simone comenta:
“Este lugar tan pintoresco para estar de paso tiene que ser un auténtico infierno terrenal”.
Pero ella buscaba emociones fuertes y disfrutó con la visita. El Valle de la Muerte es, en su opinión, un auténtico “monumento” natural que depende del estado de Nevada.
Desierto de Mojave. “Ningún turista se aventura por allí”, anota Simone a la vista de este singular desierto, rodeado de cúspides rocosas, más inhóspitas que las más grandes cumbres de los Alpes. Pero ella, sí, tal vez porque no se sentía turista sino viajera.
Tras esta primera barrera hay cordilleras y más cordilleras que ningún ojo humano ha contemplado jamás” (p 168).
El Gran Cañón del Colorado. Simone explica la diferencia que hay entre un “monumento” y un “parque” en los Estados Unidos. Los monumentos dependen de la administración pública del estado en el que se encuentran. Este es el caso del Death Valley. Los parques dependen del gobierno federal. El Cañón del Colorado es un parque. Es tan extenso como una provincia y “el turista no encuentra nada que señalice sus límites”. El 17 de marzo, Simone toma un autobús que la lleva de Kansas City hasta el Gran Cañón. En su recinto hay una estación ferroviaria, un hotel (construido con troncos de madera) y dos curious-shops, atendidas por indios. Simone confiesa que
“hace mucho tiempo (…) que he soñado con este lugar (…) me describieron este hotel, esta sima, y ya no soñaba con rozarlos, lo quise. Estoy aquí. Completamente aturdida. Como siempre, el choque con la realidad me llena de asombro; mi imaginación no habría podido inventar tanto esplendor, y menos ‘este’ esplendor”. (p 189)
Tan sorprendida estaba que nosotros podemos decir, según ella enseña, que estaba siendo una perfecta turista. Como llega con la caída la tarde y ya han salido las caravanas de mulas con las que se realiza la visita, opta por dar un paseo en coche por la carretera construida sobre las gargantas, en la que “hay miradores donde los turistas hacen un alto obligado[10]”.
Al día siguiente consume, previo pago de su importe, el tur del Gran Cañón, realizado con el concurso de un medio de transporte realmente primitivo, una caravana de mulas. Pero inmediatamente se percata de que se repite el caso de las cataratas del Niágara. Ella llama a estos lugares, llenos de interés pero masificados, “naturaleza corregida y revisada”, el resultado al que desgraciadamente suelen conducir los increíbles y costosos esfuerzos para convertir un maravilloso entorno natural en todo un parque de atracciones tecnificado. “Atracciones sin fin asedian al turista”, dice la autora, ganada por un profundo desencanto. Y añade:
“En la gran sala circular de la planta baja, los cristales están dispuestos de forma que reflejen el paisaje (…) Los visitantes se afanan en torno a esas lunas sin azogue y las manipulan conscientemente una tras otra. En la terraza se proponen otros juego, pegando los ojos a una hendidura practicada en una especie de caja, se ve el mundo al revés: el efecto es vertiginoso: la mirada se precipita en una caída vertical hasta el cielo, uno se siente caer”.
Después de un testimonio como el que da Simone, ¿cómo no recordar la teoría que el intelectual francés que asesora a Sir Jack, uno de los personajes centrales de la novela de Julián Barnes, en la elaboración de su magno proyecto, denominado como la novela “Inglaterra Inglaterra”?[11]. El intelectual francés contratado como asesor del proyecto formula esta certera afirmación:
“Hoy día preferimos la réplica al original. Preferimos la reproducción a la obra de arte en sí misma, el sonido perfecto y la soledad del compact disc al concierto sinfónico en compañía de un millar de víctimas de molestias de garganta, el libro grabado al libro en las rodillas. Si alguna vez visitan las tapicerías de Bayeux, en mi país, descubrirán que, para acceder a la obra original del siglo XI, antes tienen que pasar por un facsímil de cuerpo entero producido por técnicas modernas; ahí tienen una exposición documental que sitúa a la obra de arte para el visitante, el peregrino, como si dijéramos. Pues bien, sé de buena tinta que el número de minutos que el visitante pasa por delante del facsímil supera en cualquier cómputo que se haga al número de minutos que permanece delante del original. Es importante comprender que en el mundo moderno preferimos la réplica al original porque eso nos proporciona un mayor escalofrío”.[12]
Barnes inocula en la frase que pone en boca del intelectual francés toda la ironía de que es capaz. Pero con ello no hace más que expresar una gran verdad, la misma de la que da testimonio Simone de Beauvoir en América día a día, y que vale tanto para el paisaje como para la cultura, tanto para la incentivación legada por la Naturaleza como para la legada por la Historia[13].
Pero sigamos con la organización de la visita al parque del Gran Cañón del Colorado a través del testimonio personal de Simone. Debemos destacar la conferencia que se da en el hotel, apoyada con la proyección de películas sobre el Gran Cañón. Se trata de una técnica que hoy se aplica ya en prácticamente todos los servicios incentivadotes del turismo, cualquiera que sea su radio de influencia y cualquiera que sea el país en el que se encuentran. Como apunta Simone,
“se ponen al alcance del turista todos los medios para civilizar artificiosamente un espectáculo natural en demasía”.
Y continúa:
“Los americanos son naturistas, pero solo admiten una naturaleza revisada y corregida por el hombre”.
Lo que en 1947 se predicaba de los americanos puede predicarse hoy de cualquier ciudadano residente en cualquier país industrializado.
Teniendo en cuenta estas críticas, no debe extrañar que Simone prefiriera bajar al cañón, tocarlo en vez de mirarlo y pasarse un día entero en él. Alquiló en el hotel el vestuario aconsejado para el paseo (chándal completo y guantes) y subió a la mula que le señaló uno de los vaqueros – guía. La excursión constaba de una docena de excursionistas. Durante el paseo advirtió que a lo largo de la ruta había cabinas telefónicas para que los turistas pudieran llamar a sus familiares de cualquier parte del mundo. Al cabo de cierto tiempo, se programa un descanso y los guías reparten bocadillos Pero el tiempo apremia y hay que seguir. Simone comenta que
“en vez de este paseo en fila india hubiera sido mejor caminar sola largo rato por estos senderos, dormitar al borde del agua, seguir la corriente durante noches y noches a pie o en canoa: habría sido mejor vivir la intimidad del Gran Cañón. (…) Envidio a aquellos que lo consiguen”
Simone de Beauvoir se identifica claramente así con Henri Beyle (Stendhal), quien durante toda su vida estuvo apasionado por Italia y sus tesoros artísticos. Para él, el Coliseo romano es
“más bello acaso hoy que está en ruinas, que lo fuera en todo su esplendor (entonces no era más que un teatro, hoy es el vestigio más bello del pueblo romano)”.
Stendhal también rechaza lo que se ha dado en llamar la “organización” del turismo. Lo hace con estas expresivas palabras:
“en cuanto llegan al Coliseo otros curiosos, el goce del viajero se eclipsa casi por completo. En lugar de perderse en sueños sublimes y absorbentes, observa sin quererlo el aspecto ridículo de los recién llegados, y siempre le parece que tiene muchos… La vida queda rebajada a lo que es un salón; uno escucha a su pesar las tonterías que dicen”.
Y termina con esta muestra de profundo elitismo excluyente, peligrosamente próxima a la misantropía y al elitista desprecio del prójimo:
“Si yo tuviera el poder, sería tirano: mandaría cerrar el Coliseo mientras yo estuviera en Roma”.[14]
Debemos de alegrarnos de que la democracia impida la instauración de esta indudable tiranía de los amantes exclusivistas del arte, lo que no tiene por qué empecer para que dejemos de poner adecuados cotos a la masificación de visitantes.
El río Mississippi y la ciudad de Nueva Orleans. El entusiasmo de la autora al llegar a Nueva Orleans es comprensible. El pasado francés de la ciudad, conocida como “la reina del sur”, salta a la vista. Las autoridades locales protegen con especial esmero un sabor colonial ciertamente único, mezcla de francés y español, legado por su peculiar historia, como parte de la técnica utilizada para incentivar visitas. La ciudad está localizada en la desembocadura de un río tan espectacular como el Mississippi. Por sus 3.700 km de longitud navegaron barcos a vapor hasta que este medio de transporte quedó relegado por el desarrollo del ferrocarril. Hasta el devastador huracán Katrine de agosto de 2005, navegaron barcos de vapor por el Mississippi, pero su función fue la de ofrecer incentivación recreativa tanto a los visitantes como a los residentes. Una vez que se subsanen esos efectos, el servicio volverá sin duda a prestarse de nuevo aunque solo sea para demostrar que la cultura es el resultado de la lucha del hombre contra las dificultades que se le presentan a lo largo de la historia.
El vapor en el que dio un paseo la visitante Simone tenía cuatro plantas en las que había un bar, una cafetería o un salón de baile. Pero ella comenta que
la verdad es que no hay mucho que ver. La excursión es agradable por el sol, el cielo y el olor del agua, pero el río discurre entre fábricas y almacenes que no tienen nada de especial. El capitán explica inmisericorde ante un micrófono las excelencias del paisaje. (p 237)
El comentario final no puede ser más negativo:
Igual que en las cataratas del Niágara o en el Gran Cañón, se trata como siempre de proporcionar a los turistas una naturaleza “condicionada”, “homogeneizada” por un intermediario humano” (p 238)
Plantaciones y jardines del siglo XVIII[15]. Simone llega a Charleston el 3 de abril. Siguiendo la expresión utilizada por las guías turísticas al uso, le habían dicho: “Hay que ver Charleston y sus jardines”. Lo que las guías insisten en llamar una visita obligada. Le costó encontrar habitación en los hoteles de la ciudad. Al día siguiente fue a visitar las plantaciones, a veinte millas de Charleston. La visita a las antiguas plantaciones era ya en 1947 objeto de una intensa explotación comercial. Había que pagar dos dólares por la entrada. Los propietarios habían señalado las rutas más aconsejables por medio de flechas blancas. Veamos lo que dice Simone de estos jardines:
“Jardines de la Alhambra, de las Islas Borromeas, parterres floridos de Kiev, terrazas florentinas, embriagadores bosquecillos de Sintra: ¡cuántos jardines en el mundo!. Pero creo que estos tienen más encanto; este derroche de azaleas y camelias es tan apasionado como las tormentas de Nueva Orleans, puentecillos de madera de romántica ondulación sobre lagos misteriosos; senderos furtivos serpenteantes entre arbustos en flor, y por encima de las aguas, césped, flores; es el triunfo desenfrenado del musgo de Luisiana que cuelga de altos árboles de gran serenidad. El lujo alcanza aquí a la belleza… se comprende que estas ondulaciones y luces, que esta armoniosa afirmación del hombre a través de las riquezas de la naturaleza haya podido parecer a algunos un valor supremo” (p 260, 261)
Hasta aquí me he detenido en recoger los comentarios de Simone sobre los más destacados servicios incentivadores legados por la naturaleza que ella consumió durante su estancia en América. Anotemos que la mayoría de ellos fueron consumidos aprovechando su localización en las proximidades de la ruta que seguía, por lo que da la impresión de que no constituyeron para ella los motivos específicos que la llevaron a realizar sus desplazamientos por Estados Unidos. Sin embargo, como hemos visto, algunos de ellos tienen un auténtico y reconocido relieve mundial. Simone también visitó otras comarcas naturales menos conocidas. Por ejemplo, las alumnas de uno de los colegios donde pronunció una conferencia la llevaron a dar una vuelta en coche:
“Es la primera excursión en el campo americano. Es salvaje y hermoso: colinas arboladas, cultivos de tabaco, tierra roja, un sur violento, un río discurre a los pies de las montañas. De vez en cuando se divisa una casa que parece desgajada del entorno” (pp 92, 93)
Comentarios como éste abundan en América día a día. En la página 138, por ejemplo, la autora incluye este otro, muy expresivo de su percepción de un país que sigue teniendo grandes espacios no utilizados:
“A pesar de sus ciudades gigantescas, sus fábricas, su civilización mecánica, este país sigue siendo uno de los más vírgenes del mundo”
Pero debo resaltar que estos comentarios muestran solo la apreciación de la autora del territorio de Estados Unidos, un país ciertamente impresionante, casi siempre referidos a lugares de indudable belleza, pero que aun no habían adoptado en su totalidad la forma de una oferta comercial representativa de lo que llamo servicios incentivadores del turismo legados por la Naturaleza. Pero debo llamar también la atención del lector sobre hasta qué punto había llegado ya a mediados de siglo Estados Unidos en materia de oferta comercial de servicios incentivadores del turismo legados por la naturaleza. Habrá sin duda quien rechace, en nombre que propongo de una aspiración a la vida bucólica y romántica, la adopción de formas empresariales y la conversión de una parte del territorio y del paisaje de un país en un producto mercadeable. También lo rechaza la autora de la obra que comento. Sin embargo, la experiencia americana ha sido y sigue siendo imitada por otros países y seguirá imitándose en lo sucesivo. Creo que el sometimiento a modernas formas de gestión y explotación de los elementos incentivadores legados por la naturaleza, hasta convertirlos en servicios ofrecidos en el mercado, no solo es inevitable sino que me parece incluso necesario, lo que no tiene por qué confundirse con la propuesta de una gestión inadecuada e irracional que provoque masificación indiscriminada. Todo lo contrario. Recuérdense en este contexto los comentarios de Agustín Santana que he citado antes.
Incentivación legada por la Historia
Simone de Beauvoir se percata lúcidamente de la diferencia que existe entre la incentivación del turismo legada por la Historia en Europa y en América. La siguiente frase lo atestigua sin lugar a dudas (p 316):
“En Francia, en este tipo de excursiones, se visitan esencialmente iglesias, claustros, abadías, alguna que otra fortaleza; nuestros monumentos nos han sido legados por el clero y la nobleza en vez de por el tercer estado; aquí son viejas moradas burguesas, tiendas, las que se ofrecen al viajero. Nos enseñan los salones, las habitaciones, el viejo granero: todos esos muebles, estos biombos y estos jarrones de porcelana que a la señorita C. le parecen antiguas piezas de museo”.
Simone no es, está claro, experta en turismo. Solo se limita a expresar opiniones de gran agudeza, sin la menor aspiración científica. Por ello no debe extrañar que en la frase que acabo de transcribir parezca olvidar Simone numerosos elementos incentivadores legados por la Historia, entre ellos las ciudades, los poblados indios, la música negra y tantos otros, los cuales, si bien no figuran en la frase, sí son tenidos en cuenta en el libro, fueron visitados por ella y, en general, altamente apreciados por la autora, como veremos a continuación. El interés de la frase citada radica en que pone de manifiesto quiénes fueron concretamente los legatarios, en uno y otro continente, de los elementos y servicios incentivadores del turismo, lo que sin duda influye sobre su carácter, debiendo añadirse que la autora se refiere a ellos de una forma que podríamos calificar de cuasi profesional. Repárese en que alude ni más ni menos que a lo que se “ofrece al viajero” en América, una expresión próxima a quienes están habituados a utilizar el análisis económico para estudiar la realidad.
Empire State Building. A los pocos días de llegar a Nueva York, Simone visita este mundialmente famoso rascacielos. Para ello compró la entrada “en un despacho con aspecto de oficina de turismo”. La visita le costó un dólar, “el doble que una butaca de cine”, dice ella, un dato con el que podemos pensar que hoy podría costar unos diez dólares si se sigue manteniendo la proporción. Simone anota que había muchos visitantes y que serían de otros estados de la Unión, es decir, que no había extranjeros.
Un club del Village. Después de hablar de los cafés de Nueva York y de anotar que los escritores y pintores franceses exiliados en América intentaron en vano reproducir el ambiente de Les Deux Magots y Le Café de Flore de París, la autora describe un club del Village:
“La sala es muy bonita; simula un gran granero de vigas descubiertas adornadas con ruedas de carretas. Vaqueros de fantasía, sonrientes y maquillados, cantan y hacen ondear el lazo; todos los números de variedades son detestables. Hay mucho público, pero es de provincias” (p 79)
Un ejemplo entre muchos de ese tipo de espectáculos de color y ambiente “rural” que tanto abundan en tantas grandes ciudades y cuya clientela procede de pequeñas ciudades cercanas. Si reseño esta visita es también por la alusión a la presencia de un animador, profesional encargado de crear ambiente de fiesta entre los asistentes. Para conseguirlo tiene que romper su habitual inhibición y hacer posible su participación en juegos, bailes y canciones. No olvidemos que estamos en 1947. Hoy, la figura del animador no falta en ningún establecimiento orientado a las fiestas colectivas, públicas o privadas.
El Capitolio. En Washington, ciudad a la que fue para dar una conferencia desde New London, ciudad en la que acababa de pronunciar otra, Simone visitó el Capitolio. En este emblemático monumento coincide con “centenares de americanos (que), procedentes de todos los rincones de América, efectúan el peregrinaje”.
Washington se convirtió en la capital federal en 1800, reemplazando a Filadelfia en esta función. El Capitolio es, como se sabe, la sede del Congreso de los Estados Unidos. Está formado por el Senado, la Cámara de Representantes, la Corte Suprema y la Biblioteca del Congreso, la más grande del mundo. A pesar de tantos valores juntos, la autora dice conformarse con un vistazo superficial, pero facilita el testimonio de la existencia de “guías autorizados” para atender a los visitantes.
Las atracciones nocturnas de Los Angeles. Simone no oculta en esta obra su enorme afición a vivir la noche urbana, pero de las noches de Los Angeles dice que:
“no son muy alegres. Los bares y night-clubs tienen que cerrar a medianoche. Es una ciudad de costumbres muy conservadoras… Nada de espectáculos de variedades; los shows están censurados” (p 126)
Al parecer, la fase depresiva del ciclo económico por la que pasaba América en 1947 agravaba la situación, pero no hay que olvidar que Simone acababa de pasar tres semanas en una ciudad como Nueva Cork y el resultado de la comparación tenía que ser negativo para Los Angeles.
Dique de Boulder, Cuando Simone estuvo en Estados Unidos no hacía mucho que se había construido la presa Hoover, cerca de la localidad de Boulder, en el río Colorado. Gracias a esta notable obra hidráulica de los años treinta se resolvieron los serios problemas de abastecimiento de agua de gran parte del territorio de Nevada. Simone se informa, gracias a la instalación de carteles publicitarios, de que antes de visitar el dique debe pasar por la oficina de información. En la oficina le entregan folletos explicativos sobre su construcción. También aquí se ofrece al visitante una proyección sobre las obras, pero Simone prefiere contemplar con sus propios ojos la realidad y abandona la proyección del documental, que estaba siendo seguida por numerosos visitantes, calificados por ella como “buenos turistas aplicados”, de los que trata de distanciarse, cayendo así de nuevo en el elitismo propio del intelectual a pesar de su proclamada condición de izquierdas.
La visita del dique la realizó con guías profesionales al servicio de la empresa. Simone anota que había “un gran número de turistas que han aparcado el coche a la entrada del puente”.
Los estudios de la RKO en Hollywood. La autora fue siempre una gran aficionada al cine y por esta razón tenía un excelente conocimiento del cine norteamericano, que pasaba entonces por una etapa de altísima calidad. No tiene nada de extraño que Simone se mostrara interesada en conocer lo que era “la fábrica de sueños más grande del mundo” desde el año 1920, año en que Hollywood sustituyó a Nueva York como Meca del cine. La edad dorada del cine hecho en Hollywood se inicia en los años treinta, continúa en los cuarenta y llega hasta bien entrados los cincuenta. El marido de una amiga francesa, en cuya casa de Los Angeles se alojó Simone, trabajaba como guionista de cine en la RKO. Esta circunstancia fue aprovechada por ella para visitar sus estudios, donde
“nos han organizado una proyección privada… He vuelto a ver el tren elevado y los pawn-shops de Nueva York, los drugstore, los aparcamientos automovilísticos de todas las ciudades grandes y pequeñas , las fábricas de aviones que encontramos a la entrada de Las Vegas, el árido paisaje de Nevada, y el placer era más intenso que si los hubiera visto al natural” (p 178) (el subrayado es mío)
En su opinión, los estudios de Hollywood no se diferenciaban de los de Francia más que en su magnitud. “Desde luego son verdaderas ciudades”, dice. “Pero me comienzo a acostumbrar”, añade: “un colegio, un hospital, un taller; a nada que te descuides, una ciudad”. Volveremos a encontrar al mismo tipo de sorpresa producido por el tamaño de las cosas en América cuando hagamos referencia a los hoteles.
San Francisco y el puente colgante. Simone fue con su amiga francesa a la ciudad de San Francisco, la ciudad que creció de un modo espectacular a partir de 1849, tres años después de dejar de ser mexicana para integrarse en Estados Unidos, como consecuencia de la llamada “fiebre del oro”. Como se sabe, la ciudad quedó prácticamente destruida por el terremoto de 1906. Reconstruida después, pronto se convirtió en una de las ciudades más importantes y atractivas de California y de la Unión. El puerto de San Francisco es el centro del comercio entre USA por un lado y China y Japón por otro. Su situación geográfica es verdaderamente excepcional. Ocupa el único paso que existe en la cordillera de la costa entre el Pacífico y el valle. El paso lleva a una bahía que se comunica con el Pacífico a través del estrecho llamado Golden Gate sobre el que entre 1933 y 1937 se construyó el puente colgante más largo del mundo. Este puente forma parte del conjunto incentivador del turismo de la ciudad sin dejar de ser una vital infraestructura del transporte urbano. Simone atravesó el puente varias veces a la mínima velocidad posible para admirar el espléndido paisaje natural y urbano que desde él se domina.
Reno y los clubes de juego. El regreso de San Francisco a Los Angeles lo hace Simone por el estado de Nevada. Buscaba conocer las ciudades de Reno y Las Vegas, de las que tanta información tenía a través del cine. Reno le defrauda:
“Las cafeterías y los restaurantes son miserables, los bares están vacíos. Toda la vida se concentra en los clubes… en las barras, en los pasillos, se agolpa una multitud tan pintoresca que a primera vista parece formada por figurantes rodando una película de masas… (Pero) son obreros de las minas de plata, vaqueros llegados de ranchos recónditos, y también vagabundos, marginados, arruinados por el juego hace tiempo pero todavía acuden a respirar el aroma del dólar” (p 156).
No obstante, es evidente que tanto Reno como Las Vegas tienen interés para nosotros debido a la afluencia de forasteros. La incentivación del turismo de esta ciudad (que los turisperitos dirían que es un destino turístico o, según Sessa, un macroproducto turístico) consiste en sus singulares leyes para contraer matrimonio y para divorciarse. Los clubes de juegos de azar son una componente igualmente singular de su oferta incentivadora. Ambos servicios se potencian entre sí, aunque es evidente que su radio de influencia es básicamente interestatal norteamericano, y solo de un modo secundario internacional. Como es sabido, Nevada es un estado casi desértico. Hoy sigue siendo uno de los menos desarrollados de América. Simone se percata de que la pobreza de sus habitantes contrasta con el nivel de vida de los residentes en otros estados. La burguesía casi no existía en Nevada cuando Simone estuvo allí. Por esta razón, apunta, tampoco hay moral burguesa. De ello se desprende su oferta incentivadora más singular:
“el peso de las prohibiciones puritanas (…) jamás ha conseguido imponerse en Nevada: el juego, la venta de licores, la vida nocturna, el divorcio están autorizados e incluso – no en el centro, pero sí en las afueras de las ciudades – la prostitución. Esta licencia, producto de la pobreza del país, se ha convertido en fuente de riqueza; en cambio, la opulenta California se asfixia bajo la rígida armadura de la moralidad” (p 158)
Por consiguiente, puede decirse, de acuerdo con la terminología convencional, que Nevada era ya un estado americano turístico cuando lo visitó Simona en la medida en que los negocios orientados a los visitantes (básicamente americanos de los estados vecinos) seguramente rebasaban en facturación a los orientados a los residentes, único criterio debe primar para hacer esta afirmación. Con toda seguridad, este diagnóstico sigue siendo correcto en estos momentos. Los californianos deben seguir aportando el mayor contingente de turistas en Nevada, como en el pasado. Simone dice que los californianos cruzaban la frontera estatal
“ansiosos de pasárselo bien: aquí pueden gozar en libertad de todos los placeres y, a cambio, se dejan en Nevada su buen dinero. Esto explica la prosperidad de Reno y Las Vegas (159)
En efecto, las licencias permitidas en los clubes que rodean a sus ciudades, explicada como una consecuencia de la pobreza del país, se transforma en una fuente de riqueza debido a que se comportan como una oferta de servicios incentivadores del turismo especialmente diferenciados, como suele aconsejar el marketing (claves del éxito).
Zoológicos de carretera. En las carreteras de Nevada abundaban los zoológicos en 1947. Eran pequeños negocios anejos a las estaciones de servicio en las que también había un rest-room, un bar con ruletas y un supermercado. Eran tantos los zoológicos cuya visita se pedía por medio de vallas y carteles publicitarios que Simone comenta:
“Supongo que a los vaqueros de Nevada les interesa apasionadamente los animales; les encanta exhibir los que capturan” (p 168)
A través de esta frase se comprueba que la autora se da cuenta de que tales zoológicos no pasan de constituir una modesta oferta incentivadora para el turismo comarcal o regional.
Las Vegas. La ciudad de La Vegas fue fundada en 1855 por los mormones, secta que se sintió atraída por la existencia de pozos artesianos con los que irrigar sus cultivos. Pero el auténtico desarrollo de la ciudad no comenzó hasta 1905 gracias a la construcción del ferrocarril que comunicó Los Ángeles, en el oeste, con el Gran Lago Salado, en el norte. En los años treinta, como ya se ha dicho, se construyó la presa Hoover, que, además de servir para producir electricidad y para el abastecimiento de agua, se explota desde entonces como un servicio incentivador del turismo. Cuando la visitó la autora, Las Vegas estaba
“a más de cien millas del núcleo urbano más cercano: sin industria, sin comercio, en el corazón de una tierra improductiva, esa ciudad constituye el triunfo del artificio; no hace otra cosa que explotar el desenfreno, que es la otra cara de su pobreza” (pp. 174 a 175)
El clima de Las Vegas es tan agradable que funciona por sí mismo como un elemento incentivador del turismo muy eficaz. Es seco y soleado y, aunque los días estivales son calurosos, las noches son frescas, en 1931, el estado de Nevada consiguió la necesaria autorización federal para poder abrir salas de juego que pueden estar abiertas durante las veinticuatro horas del día. Como en Reno, también en Las Vegas abundaban los carteles publicitarios que invitan a casarse en ésta o en aquélla capilla (wedding chapels) en los que se enumeran las especialidades de cada una. Las iglesias y las capillas también se mantienen abiertas durante las veinticuatro horas de todos los días del año.
Simone tuvo dificultades para encontrar habitación en los hoteles de Las Vegas, un indicador harto expresivo de la aceptación que sin duda tenían ya en 1947, un año marcado por la crisis económica, los servicios incentivadores del turismo de la ciudad. Como única solución, tuvo que alquiler una casa entera (dos habitaciones, baño y cocina). Digamos que Bugsy Siegel, el famoso empresario, había inaugurado un año antes el primer hotel-casino, el Flamingo Hotel. La oferta hotelera era, sin embargo, claramente insuficiente. Simone encuentra en Las Vegas los mismos clubes de juego que en Reno y la misma clientela de vaqueros y vagabundos. Busca una oferta incentivadora diferente y un taxista la lleva a las afueras, donde no encuentra más que casas de prostitución. Vuelve a buscar y el taxista la lleva ahora al salón de baile anejo al hotel llamado La Ultima Frontera que “es casi un pueblo entero” con decoración que recuerda al Lejano Oeste típico, aunque el salón de baile no es en absoluto pintoresco,
“uno de esos lugares decentes donde nunca pasa nada; la clientela es burguesa, provinciana y vulgar. En la pista, el animador manda guardar silencio a palmadas” (p 170, 171).
De nuevo encuentra la figura del animador, a la que hace referencia en otro lugar.
Abandona el salón de baile y el barrio negro. El taxista, como si fuera también un guía, la lleva aún más lejos,
“donde están la mayoría de los clubes, aunque separados por grandes distancias. Son las tres y todas las salas de fiesta están abiertas, así que se nos presenta el problema de cuál escoger” (p 172)
Una nueva referencia a través de la que podemos hacernos una idea de la abundante oferta de este tipo de servicios incentivadores a cuyo conjunto es frecuente llamar “ambiente nocturno”. Como es sabido, en Las Vegas los visitantes practican el llamado “Casino Hopping”, una actividad que es casi un deporte urbano y que consiste en ir de un casino a otro. Toda la ciudad está al servicio incondicional de los “buscadores de oro” a través de los juegos de azar. Numerosas empresas se dedican al negocio de organizar excursiones a precios muy reducidos para que se visiten los clubes de juego. Incluso los hoteles y los restaurantes obsequian a sus clientes con invitaciones para que vayan a jugar a los clubes.
Ciudades coloniales y poblados indios de Nuevo México. Simone abandona California para regresar a Nueva York después de su viaje a San Francisco y de su vuelta a Los Angeles. Sale de esta ciudad el 14 de marzo. Este viaje de tres semanas de duración lo realiza casi en su totalidad en autobús, en la conocida empresa Greyhound, un medio de transporte poco utilizado por los americanos para hacer viajes de largo recorrido como el que ella emprende por numerosos estados del sur. El primer estado que visita es Nuevo México. Y, en Nuevo México, visita las ciudades coloniales de Albuquerque y Santa Fe. Para esta última lleva direcciones de conocidos que le dio un amigo. Al referirse a estas direcciones, la autora comenta:
“antaño los viajeros iban así por Europa, de ciudad en ciudad provistos de cartas de recomendación” (p 195)
A Simone Santa Fe le recuerda a Saint – Tropez, la localidad “turística” de la Costa Azul,
“donde los indios desempeñarían, de forma algo misteriosa, el papel de los pescadores locales cuyos pantalones e impermeables imitan los turistas” (p 200).
Con ayuda del director de un pequeño museo etnográfico, la autora se informa sobre los principales poblados indios cercanos a Santa Fe. Para visitarlos alquila un coche con gran facilidad en un garaje próximo al hotel:
“la tarifa es de diez dólares por setenta millas, y quince centavos por cada milla suplementaria” (p 201)
Viajan por el viejo “spanish trail” de los antiguos conquistadores hispánicos, lleno de recuerdos históricos, convertido ya entonces en una moderna carretera. A 5 km se encuentra Taos, poblado indio que imita a la capital cercana con plaza porticada, tiendas de comestibles y “curious – shops”, callejas tortuosas, casas de adobe y madera con huertos de frutales. Los indios cobran una tasa tanto por estacionar el coche en la plaza (medio dólar) como por llevar cámaras fotográficas, puesto que, para estacionar y hacer fotos, hay que contar con una autorización expresa del alcalde. Al mencionar estos datos, la autora comenta:
“me han contado que, en muchos poblados, los indios se rodean de prohibiciones para preservar el misterio y la atracción, que constituyen sus principales fuentes de ingresos; en gran parte, viven del dinero que sacan a los turistas” (p 204)
La frase revela hasta qué punto los indios americanos estaban ya aculturados, empapados del modo americano de entender la vida. Parece que sabían aplicar exitosamente la teoría de la sorpresa de Simone, a la que antes hice referencia. En cualquier caso, es evidente de que se daban cuenta de que disponían de servicios incentivadores del turismo a los que fijaban un precio por su consumo. En el poblado de San Ildefonso presenció la autora la ejecución de danzas indias en una plaza a rebosar de visitantes, pero no de los turistas extranjeros que en ese momento estaban en Santa Fe, sino de los artistas de la colonia de Canyon Road, con sus cartapacios para dibujar y tomar apuntes del natural.
Las misiones “españolas” de San Antonio. La autora continúa su viaje y llega al estado de Texas, que también fue mexicano y más tarde independiente antes de pertenecer a la Unión. Para visitar las misiones españolas cercanas a la ciudad de San Antonio, Simone alquila un taxi por varias horas animada por sus módicas tarifas. El taxista le sirve de guía y le lleva por la llamada “carretera de las misiones”.
Atracciones de la ciudad de Houston. En Houston (Texas), la autora lamenta no poder presenciar peleas de gallos por estar legalmente prohibidas, pero sí asistió a combates de “wrestling”, una lucha no especialmente texana pero sí muy americana. Tantas atracciones presenció en Houston que comenta agotada:
“esta noche dormiré sin pesadumbre. Creo que ninguna atracción de Houston me ha permanecido oculta” (p 229)
La frase refleja expresivamente bien la actitud que acompañó a Simone durante sus cuatro meses de estancia en los Estados Unidos y que podríamos resumir diciendo que el motivo de su viaje no era otro que conocer lo mejor posible lo que se ha dado en llamar “la América profunda”.
Ciudades. Si hay un elemento incentivador que se caracterice por haber sido legado por la Historia es la ciudad, cada ciudad, y la red de ciudades de cualquier país. El viaje que hizo Simone de Beauvoir a Estados Unidos está plagado de visitas urbanas. Pocas ciudades verdaderamente representativas dejó de visitar: Nueva York, New London, Washington, Filadelfia, Boston, Chicago, Los Angeles, San Francisco, Houston y Nueva Orleáns, entre las grandes. Pero también visitó ciudades de menor tamaño e importancia. Entre estas últimas debo citar Reno y Las Vegas, pero también Concord y Williamsburg, además de Albuquerque, Sacramento, San Antonio y Santa Fe, entre otras.
Ahora debo hacer referencia a Williamsburg, una ciudad de carácter histórico de la que los americanos se enorgullecen muy especialmente y que sin duda contaba ya con auténticos vestigios del pasado, como atestiguan las viejas fotos que pueden verse en el museo local, como nos dice la autora. La reconstrucción de la ciudad fue idea del banquero Rockefeller de acuerdo con un plano que reflejaba la ciudad del XVIII. El resultado, según Simone, es el siguiente:
“tabernas que imitan a las viejas, casas antiguas hechas con maderas jóvenes, un palacio, una prisión. Era inevitable que Williamsburg tuviera aspecto de feria y de estudio cinematográfico; no se´qué aciago destino le ha negado toda gracia. Para colmo, una mascarada ridícula recorre las calles: durante toda esta mañana de Pascua, calesas con lacayos negros de pulcras libreas pasean a familias extasiadas. A la entrada de las tiendas, en las tabernas, las mujeres que nos reciben llevan pelucas empolvadas y trajes con miriñaques” (pp 264 a 265)
La técnica de reproducir viejas ciudades históricas ha sido seguida en Europa, concretamente en Alsacia, donde hace años que existe una pequeña población construida por la asociación regional de amantes de la arquitectura típica del siglo XVII. Los ejemplos son ya tan numerosos que sería prolijo enumerar. Vuelvo a recordar, una vez más las citas hechas más arriba en este sentido, debidas al antropólogo canario Agustín Santana. Un aburrido carnaval al que los americanos acuden en masas los días de fiesta a rendir pleitesía a su pasado que desgraciadamente aquí, a juicio de la autora, es un pasado “condicionado”, como en otras ocasiones nos hablaba de una naturaleza “corregida y revisada” con motivo de su visita a las cataratas de Niágara y al Gran Cañón del Colorado. De Williamsburg nos dice que
“constituye una de las mistificaciones más tristes de las que yo haya sido víctima en mi vida; en comparación, Carcasona y el castillo de Haut Koenisburg destilan un conmovedor perfume de autenticidad. Cuando llegamos por la noche, su carácter turístico ya nos espantó. (…) De un sitio con tanta fama, a falta de intimidad, al menos esperábamos un ambiente pintoresco y cautivador. Y hemos llegado de mañana, tras un largo camino, a un decorado barato de cartón piedra” (pp 263 a 264).
Parece que la amor por las antigüedades había prendido ya en Estados Unidos, como después lo ha hecho en el mundo entero, hasta el punto de que su escasez se intenta remediar con imitaciones, algunas ciertamente deleznables, para poder satisfacer la creciente demanda. El flujo de visitantes que atraen hace posible la abundancia de servicios facilitadores del turismo. Simone se da cuenta de que
“no es más que un negocio y hay que reconocer que es tan atinado como lo fue Lourdes en Francia: el gusto por los peregrinajes debe ser común a todos los continentes” (p 265).
Walden, Thoreau, Concord. La autora regresa a Nueva York el 7 de abril. Había salido de ella el 14 de febrero. Después de tres semanas de estancia ya consideraba a Nueva Cork como su propia ciudad, lo que no deja de ser una exageración. Estuvo ausente de ella casi dos meses y medio. Inmediatamente después de su regreso reanuda sus conferencias, sus cenas y entrevistas con profesores universitarios, lo que no le impide sino todo lo contrario, seguir consumiendo servicios incentivadores del turismo, entre los que se encuentra el viejo pueblo de New Hardford
“donde se libró una gran batalla entre ingleses y americanos durante la guerra de la Independencia” (p 295)
Pero en Wellesey (Nueva Inglaterra) hay muchos pueblos similares y una mañana se organiza para ella una excursión “por el pasado de América”. Se trata de visitar el estanque de Walden, en cuyas orillas vivió Henry David Thoreau, hacía entonces cien años, durante los dos años y dos meses que empleó en su conocida experiencia, destinada a saber cómo el ser humano puede soportar la soledad más absoluta, viviendo como un animal más entre otros animales, lo que se llama hoy “en plena naturaleza” pero de verdad. Desde Walden la excursión continúa hasta Concord (Massachusetts) donde nació (en 1817) y vivió Thoreau la mayor parte de su vida. Concord, una de las cunas de la independencia americana, había logrado conservar los “viejos puestos del siglo XVIII con sus enseñas y sus comestibles de bonitos colores” (p 299). A lo dicho, Concord añade haber sido el lugar donde vivieron otros personajes de la historia de América, como Emerson y Nathaniel Hawtorne. Sin embargo, el elemento incentivador por excelencia de Concord no es otro que el ser la cuna de Thoreau. Existe en la ciudad la Asociación Thoreau, que cuenta con numerosos asociados de diferentes lugares de América. La asociación organiza anualmente un banquete y se hace cargo del campamento y de la publicación de los trabajos relacionados con la vida y el pensamiento de Thoreau, conocido como el San Francisco de Asís de América por su amor a la naturaleza. Hoy se le considera un pionero del ecologismo y de la vida en libertad.
Los mataderos de Chicago. Simone de Beauvoir ya había estado en Chicago al principio de su estancia en América, pero antes de finalizar su estancia en Estados Unidos volvió a esta ciudad,
“la gran central adonde afluyen, de todos los rincones de América, animales vivos que vuelven a ser enviados a todo el país en forma de carne congelada y latas de conserva” (p 390)
Su visita obedeció, aunque ella no lo dice, a razones sentimentales. Durante su primera visita conoció a un escritor del que se enamoró muy seriamente. Era Nelson Algren. Como ya he dicho, poco después de la muerte de Simone (1986) se publicaron las cartas que ella le escribió, publicadas en castellano por la editorial Lumen. En esta segunda visita volvió a oír música negra y a vivir la noche urbana junto con su amante. Pero no quiso marcharse sin conocer los mataderos. Los mataderos se encontraban entonces alejados varias millas del centro de Chicago. Después de su llegada en tren y de comer en un restaurante del complejo industrial se informó de que el “tour” salía en breve de un edificio contiguo. El guía acompaña al grupo de visitantes como si se tratara de la visita a un museo. He aquí la descripción de los mataderos hecha por Simone:
“Los mataderos son empresas privadas… Han levantado plataformas (de madera) expresamente para los turistas a lo largo del perímetro de las grandes salas, a medio camino entre el suelo y el techo (…) grandes murales numerados nos explican las diferentes fases de las operaciones, igual que las vallas publicitarias de las carreteras cuentan la historia de América, igual que los carteles describían a los G.I. los monumentos de Florencia y de Roma: este país es directamente pedagógico” (p 391)
A esta frase podía haber añadido: “… y claramente turístico” (es decir, orientado a los visitantes). Creemos que con la exposición realizada en este apartado y en el anterior han podido quedar claras dos cosas:
1. Que, en 1947, los elementos incentivadores del turismo habían alcanzado ya un alto nivel empresarial en Estados Unidos. Tanto los legados por la Naturaleza como por las generaciones pasadas, lo mismo de titularidad pública que de propiedad privada, eran ya servicios que se ofrecían en el mercado previa elaboración por una entidad productora, por lo que podían ser consumidos normalmente por visitantes y residentes previo pago de su precio.
2. Que la autora centra su diario en el consumo que realizó de una serie de servicios auxiliares del turismo por incentivación más que en las actividades que como escritora y como intelectual realizó durante su estancia en Estados Unidos. Mientras que las visitas que solemos calificar como “turísticas” son objeto de una minuciosa explicación, las actividades intelectuales (conferencias, charlas, entrevistas, etc.) solo son objeto de una mención superficial.
Los servicios facilitadores
Lo que acabo de decir vale también como parte del análisis fáctico que prometí hacer con respecto a la espinosa cuestión relativa al carácter de turista que pudo o no tener Simone al hacer su viaje a Estados Unidos. Pero, por si fuera poco lo que acabamos de ver, a continuación haré referencia al consumo de servicios facilitadores del turismo que la autora hizo desde que salió de París en enero hasta que regresó en mayo. Trataré de hacerlo también formando con ellos grupos homogéneos.
Infraestructuras para las comunicaciones. Las innovaciones tecnológicas al servicio de las comunicaciones a distancia (telégrafo, teléfono, radio y televisión) estaban ya sólidamente implantadas en Estados Unidos cuando Simone realizó su visita. Del teléfono se sirvió de un modo rutinario para emitir y recibir mensajes. Con motivo de su visita al Gran Cañón del Colorado se refiere a la presencia de cabinas de teléfono a lo largo del itinerario seguido por el tur, a disposición de los visitantes. De las emisiones de radio no se habla en el libro, pero sabemos que ya existían en el mercado incluso receptores portátiles. Eran los años en los que comenzaba a popularizarse la televisión. En materia de terminales y estaciones de paso al servicio del transporte, casi todas las ciudades americanas tenían una estación de autobuses. Las estaciones ferroviarias estaban también muy generalizadas y lo mismo puede decirse de los aeródromos. Como comenta la autora, aeródromos
“en América los hay en todas partes, a la entrada de los pueblos y las ciudades” (p 188)
Ni que decir tiene que las grandes ciudades como Nueva York, Los Angeles o Chicago tenían ya aeropuertos dotados de los últimos avances tecnológicos. América contaba ya también con modernísimas carreteras de hasta seis carriles, tres en cada sentido, perfectamente marcados por líneas blancas en el pavimento, poco abundantes todavía en Europa en la década de los cuarenta. Estas modernas vías de transporte para automóviles hacían posible que en América hubieran aparecido ya las grandes conurbaciones que hoy encontramos en cualquier país. El coche era ya, a mediados de los cuarenta, un medio de transporte que había dejado de ser un lujo en Estados Unidos para convertirse en una necesidad debido a la proliferación de núcleos urbanos que, como Los Angeles
“no es en absoluto una ciudad sino un conjunto de ciudades, de lugares residenciales, de asentamientos urbanos, separados por bosques, parques, praderas” (p 120)
En 1947, las carreteras americanas no tenían mojones indicadores de puntos kilométricos ni señalización viaria. Simone comenta en la página 138 sobre las carreteras del estado de California que:
“es sorprendente, pero en América no hay letreros indicadores ni hitos kilométricos; ni siquiera se señalizan las direcciones en los ramales. En un garaje nos informan: las placas azules con el número uno y un oso, distintivo de California, nos mostrarán el camino correcto, pero solo aparecen de vez en cuando”
La mayor parte del país estaba ya también comunicado por una extensa y moderna red de vías férreas de propiedad privada.
Medios de transporte de largo recorrido. Simone de Beauvoir llegó a Estados Unidos en avión. Ella no aclara si la empresa aérea era francesa, norteamericana o de cualquier otra nacionalidad. Sin embargo, sabemos que la aviación comercial se encontraba todavía en sus balbuceos, lo que lleva a atribuir a la autora el carácter de pionera como usuaria de unos servicios de transporte transoceánicos aún no generalizados ni dotados del nivel de seguridad que hoy tienen.
“Vuelo hacia Nueva York…. Sólo es un viaje, un paso de un lugar a otro” (p 11)
Es la confesión que se hace a sí misma, una confesión que en seguida apuntala con esta otra:
“Pero no (…) Nueva York es en mi pasado una ciudad legendaria (…) Normalmente, viajar es intentar anexionar a mi universo un objeto nuevo… Pero hoy es diferente: me parece que voy a salir de mi vida, no sé si a través de la cólera o de la esperanza, pero algo va a desvelarse, un mundo tan pleno, tan rico y tan imprevisto que conoceré la aventura extraordinaria de convertirme en otra” (p 11)
Simone utilizó en otras ocasiones el medio de transporte aéreo en vuelos nacionales o “domésticos”, traducción más que discutible de la palabra inglesa domestic. Al término de su estancia volvió a utilizar el medio aéreo para regresar a París.
Medios de transporte de mediano y corto recorrido. Como ya he dicho, Simone utilizó diferentes medios de transporte en sus desplazamientos por Estados Unidos. Para el viaje Los Angeles – San Francisco – Los Angeles utilizó un automóvil comprado expresamente por el marido de su amiga para ponerlo a disposición de Simone. El viaje de Los Angeles a Nueva York a través del centro y el sur de América lo hizo en autobuses de línea de la empresa Greyhound, que prestaba servicios con numerosas paradas intermedias. También utilizó servicios de autobuses expresos, de los que hacen solo alguna parada intermedia. En ellos se venden bocadillos y refrescos. Los asientos tienen respaldos abatibles y una lámpara individual. El auxiliar de a bordo anuncia las paradas y comenta el paisaje.
Las últimas etapas de su viaje desde Los Angeles a Nueva York las hizo en tren. Simone utilizó también el taxi para sus desplazamientos urbanos, tanto según la tarifa marcada por el taxímetro como en su versión de alquiler con chófer por horas. También utilizó el coche de alquiler sin chófer con tarifa binómica por día/millas y millas adicionales. Como utilizó el barco, pero solo en su versión de show boat en el río Mississippi durante su estancia de Nueva Orleans. Téngase en cuenta que los servicios facilitadores tienen la propiedad de cumplir a veces la función de servicios incentivadores. Simone comenta que los taxi en California eran muy caros, al contrario que en Nuevo México, donde llegó a utilizarlos varias veces por esta razón. En Nueva York utilizó en numerosas ocasiones el metro, medio de transporte urbano que se construyó sin elaborar previamente un plan integral de red. Fueron varias las empresas privadas que construyeron las diferentes líneas sin ponerse de acuerdo entre ellas, algo que hay que atribuir al carácter privado de los inversores y a la tradicional no intervención pública en la economía en Estados Unidos. Esto explica que las líneas se crucen sin correspondencia entre ellas, sus largos y angostos pasillos, su suciedad e incluso su especial ambiente de inseguridad, que tan bien ha sido aprovechado por el cine. A pesar de todo, es indudable que el metro de Nueva York era ya un eficaz medio de transporte masivamente utilizado por residentes y por visitantes a mediados de siglo.
Servicios de hospitalidad. Negocios privados dedicados a cubrir las necesidades de alimentación de los visitantes proliferaban por las ciudades y abundaban en terminales y en carreteras. Lo mismo puede decirse de los negocios que se dedican a atender las necesidades de alojamiento. Los comentarios de la autora con respecto a unos y otros son muy numerosos en América día a día, tal vez sean los más reiterados. A continuación ofrezco algunas citas seleccionadas:
- Un restaurante hawaiano en Los Angeles. A Simone no le pasa desapercibido que en las ciudades abundan los restaurantes típicos de países europeos, latinoamericanos y orientales. Tan excelentes le parecen, que llega a decir en una ocasión:
“anteayer visité México, esta noche toca Hawai” (p 132)
Pues bien, es de este restaurante, que le hace sentirse en el exótico país en el que se inspira, el que le lleva a hacer esta detallada descripción:
“En una sala hay una exposición de joyas hawaianas, collares de conchas, guirnaldas de flores y semillas de colores. Nunca he visto un restaurante tan encantador; es tan bonito como el Palacio de los Espejismos del Museo Grévin. Invernaderos con plantas exuberantes, acuarios, pajareras con aves de color mariposa revoloteando y bañadas por una inquietante luz submarina; las mesas son veladores de cristal que reflejan la paja brillante que reviste el techo; los pilares en forma de prisma tienen espejos con facetas que multiplican el espacio hasta el infinito. Cenamos en una cabaña, al fondo de un lago, en un bosque, en mitad de un diamante negro” (p 132)
-En San Antonio (Texas), la autora encuentra alegres restaurantes mexicanos junto al río, pero
“esta noche no cenaremos en un restaurante mexicano. Elegimos una especie de rancho de interior rústico junto al río; hay orquesta y seguro que gente bailando cuando hay gente” (p 220)
¡Cuánto dice de una ciudad el que cuente con una oferta restauradora tan abundante y de tanta excelencia! Habla elocuentemente del nivel económico de sus visitantes, pero también, y sobre todo, del de sus residentes. A nosotros nos trae a la memoria ese lugar común en el que caen tan a menudo tantos expertos en turismo al hacer referencia a la características del “producto turístico”, entre las que citan, por ejemplo, su inexportabilidad, sin percatarse de la refutación que aportan continuamente testimonios como el que acabo de ofrecer, gracias a los comentarios de Simone, y eso en el supuesto de que un restaurante sea efectivamente un “producto” y que de él pueda decir que es “turístico”. Como dije antes, abundan en los caminos americanos los bares, los restaurantes y los alojamientos. Estos son casi siempre del tipo “motel”, “court” o “lodge”, aunque también hay hostales, construidos en muchos casos siguiendo ése estilo campesino o rústico que desde hace algunos años es tan apreciado en Europa. Pues bien, Simone nos dice que en América ya los había hace medio siglo:
“entramos en un chalé-refugio donde nos dan de comer, venden tarjetas postales y algunos comestibles. Estos refugios rústicos donde dan toda la seguridad de la civilización se oponen con fuerza al frío, el viento y la soledad, constituyen uno de los encantos del viaje…. En todos hemos hallado los mismos muebles de madera toscos y cómodos…”.
Como vemos por la cita anterior, Simone puede rechazar la masificación del turismo, pero valora los servicios facilitadores que no se producirían ni se ofrecerían en el mercado si no hubiera una demanda por encima de un umbral mínimo, demanda a la que tanto contribuyen los visitantes pero en primer lugar los residentes. Ante estos servicios ella olvida su rechazo a lo que llama “naturaleza corregida y revisada”, es decir, la oferta de servicios incentivadores cuyo alejamiento de lo “natural” también es atribuible a la existencia de una demanda que supera el citado umbral mínimo pudiendo llegar a la masificación.
-En Santa Fe (Nuevo México), Simone se alojó en el Hotel La Fonda. De este hotel dice que
“es el más bonito de América, tal vez el más bonito que yo haya visto en mi vida. Rodeando el patio, frescas galerías con mosaicos en el suelo y mobiliario estilo español … el comedor es mexicano: decoración, trajes y comida a juego” (p 197)
-En la ciudad de Houston (Texas), la escritora comenta
“hemos reservado habitaciones en un gran hotel, que, como todos los grandes hoteles americanos, engloba bares, cafeterías, lunch – rooms, restaurantes, salones de baile … Siempre me siento abrumada por la mostruosa opulencia de los hoteles americanos, te podrías pasar una vida entera sin salir de ellos: floristas, confiteros, librerías, peluquerías, manicuras, máquinas de escribir, taquígrafos, todo para servirnos. En este hay cuatro tipos de restaurantes, bares, cafés, salones de baile; es una zona neutral, como las concesiones internacionales en el centro de las ciudades comunistas” (pp. 225 a 231)
-En su primera visita a Chicago, se alojó en el hotel Palmer House. De este hotel hace la autora este jugoso comentario:
“Bar, cafetería, lunch-room, salón azul, salón rojo, salón victoriano, orquesta zíngara, orquesta mexicana, flores, caramelos, todo tipo de tiendas, agencias de viajes, compañías aéreas, una ciudad en toda regla con sus barrios residenciales, sus tranquilas avenidas y su bullicioso centro comercial; se respira con dificultad en un lobby donde reina un calor agobiante y un denso olor a dólares” (p 104)
Parece evidente, pues, que Estados Unidos disfrutaba ya hace medio siglo de una abundante oferta de alojamientos de una muy matizada gama de calidades. También había ya en Estados Unidos abundantes camping públicos y privados. Hoy superan los doscientos mil, pudiendo distinguirse dos tipos, los que se orientan a las tiendas de campaña y los que están preparados para remolques-vivienda. Pero la oferta de servicios de alojamiento de Estados Unidos no se agota en la que aspira al lucro. Además, cuenta con la oferta de las Universidades, que durante el año académico atienden a estudiantes, profesores y otros visitantes, y, fuera de él, a visitantes y con cualquier otro motivo. Entre los alojamientos no mercantiles se encuentran los muy conocidos de YMCA. No debemos de olvidar los cafés. En ellos se ofrecen, como recoge Simona, excelentes desayunos a precios asequibles y menús especiales hasta las 10,00 horas. Como es sabido, los cafés son una parte muy singular de la vida cotidiana de los Estados Unidos. Simone los utilizó a menudo durante su estancia.
Servicios de guías personales. Además de restaurantes, cafés y establecimientos de alojamiento de todo tipo (entre los que figuran las casas de amigos y el alquiler de casas particulares), Simone utilizó otros servicios facilitadores. Nos referimos a los guías personales, unos servicios auxiliares que son generalmente olvidados por los expertos. Simone, sin embargo, los tuvo en alta estima como se desprende de las siguientes citas:
“Paseando por calles engalanadas, soñamos….con ese lugar privilegiado, inaccesible para el turista no iniciado, donde los expertos dicen: “Este es el Madrid de verdad, la Italia auténtica, la esencia de Oriente”. Pero dichos lugares se caracterizan por su ausencia de color local, por su aparente trivialidad: imposible dar con ellos sin un guía avezado” (p 220)
Siempre que puede, Simone hace uso de este eficaz servicio a los forasteros, servicios tan exclusivos para uso de los visitantes que de pocos como de este se podría decir con mayor sentido que son servicios turísticos ya que pocos residentes los demandan si lo hace alguno. Si no los había en el mercado, Simona los solicitaba a los taxistas, pero también a los amigos ocasionales, como veremos más abajo.
En su primera visita a Chicago consiguió la compañía de N. A.[16] amigo de sus amigos de Nueva York, con quien, como ya he dicho, inició entonces una relación amorosa. Gracias a él pudo conocer mejor la ciudad, lo que le llevó a escribir:
“Pienso que (sin guía) sólo habría visto de Chicago un decorado de piedra y luz, y una fachada engañosa, opulenta y civilizada. Al menos, he echado un vistazo entre bastidores, he visto algo de la ciudad de verdad, trágica y cotidiana, fascinante como todas las ciudades donde viven y luchan hombres de carne y hueso que se cuentan por millones” (p 113)
No cabe la menor duda de que Chicago le gustó muchísimo a la autora, tanto que confiesa con cierta ingenuidad:
“Tendré que organizarme para volver a Chicago” (p 113)
Simone cumplió, como sabemos, su palabra, pero no se me alcanza averiguar si volvió por la ciudad en sí misma o lo por los servicios prestados por el guía que en ella encontró. Lo cierto es que antes de regresar a París estuvo de nuevo en Chicago.
Las guías. Los hoteles americanos habían adquirido ya la costumbre de repartir pequeñas guías gratuitas a sus clientes. Simone las debió utilizar a menudo. Estando en Nueva Orleans anota en su diario:
“Con toda la sagacidad de la que somos capaces consultamos la pequeña guía turística que reparten en la oficina del hotel. Nuestra primera elección resulta afortunada. Cenamos en un restaurante de la Vieux Carré que nos encanta” (p 234)
Pero, por lo que sigue a continuación, parece que no solo por el local y la comida sino porque también encontró allí nuevos amigos, agradables y muy dispuestos a servirles de guías en la ciudad:
“Junto a la orquesta hay dos blancos, muy jóvenes, de pelo negro, que escuchan con fervor y ríen amistosamente con los músicos…. Nuestros nuevos amigos nos prometen hacernos de cicerone mañana por la noche” (pp 237 a 238)
Otros servicios facilitadores. No hace falta decir que Estados Unidos era ya uno de los países más adelantados del mundo a mediados de nuestro siglo. Con esto quiero decir que contaba con un sistema productivo altamente diversificado, obviamente puesto al servicio de sus ciudadanos. Tampoco hace falta decir que muchos de los productos orientados al mercado interior estaban también al alcance de los forasteros que los pagaran. He destacado antes algunos servicios, precísamente aquellos que la teoría convencional del turismo considera como “la oferta básica de turismo”. He preferido llamarles servicios auxiliares del turismo por facilitación. De esta forma quiero significar que, como he dicho, se trata de la oferta de unos servicios que, en general, adquieren tanto los residentes como los visitantes.
Porwue, en puridad, como reconoce la PET, toda la oferta de bienes y servicios puede ser considerada en principio como facilitadora del turismo, razón por la cual encuentra tantas dificultades el sistema de recopilación estadística que utiliza la OMT tanto antes como después de Ottawa’91. Por esta razón no tiene sentido seleccionar una parte y considerarla como oferta turística. El inconveniente es menor si decimos que toda la oferta de bienes y servicios cumple una función facilitadora de los visitantes, los cuales, durante su estancia pasajera, tienen las mismas necesidades, en general, que los residentes habituales. Insistir, como hizo Kart Krapf en “La consumición turística” (1953) (ver www.eumed.net/coursecon/libreria la traducción que hice de esta obra a partir de la versión francesa de René Baratje) en que la característica que define a un turista es el hecho de ser el paradigma del consumidor, no aporta ninguna nota diferencial para establecer la pretendida distinción del turista ya que en este aspecto es idéntico a un no turista, sea residente o viajero heterónomo.
Si, además de los servicios facilitadores enumerados hubiera que incluir otros, creo que estos sería sobre todo las estaciones de servicio en carretera y los talleres de reparaciones, olvidados sistemáticamente por los turisperitos. Pues bien, tanto unos como otros fueron utilizados por la autora cuando hizo el viaje Los Angeles – San Francisco – Los Angeles por carretera. En varios pasajes habla ella de las gasolineras y de sus servicios anejos, entre los que cita los drugstore, los rest-room, los pequeños zoológicos y los museos de animales disecados. Ya a mediados de siglo, las gasolineras eran lugares donde los americanos iban con cierta frecuencia a pasar el tiempo de asueto con su familia:
“el americano medio dedica gran parte de su ocio a circular por las high-ways; las gasolineras, las carreteras, los hoteles, los hostales solitarios no existen más que por y para el turista: y es algo profundamente arraigado en América” (p 175)
Organización de viajes, intermediación y producción de turismo
Simone de Beauvoir no hace en su libro ningún comentario sobre la situación en América de la producción de turismo con fines lucrativos. Tan solo en una ocasión cita las agencias de viaje, pero como de pasada, al describir las cosas que encuentra en el lobby de un gran hotel, agencias que, por otra parte, bien podrían ser meramente comercializadoras al por menor. No tiene nada de extraño, ciertamente, puesto que el libro de Simone no tiene por qué entrar en aspectos de carácter tan técnico.
Ya hemos visto que la autora declara que su viaje está marcado por la improvisación, lo que equivale a decir que no fue programado (producido) ni por ella ni por otros. A este asunto volveré más adelante. Sin embargo, en ocasiones hace comentarios sobre la programación de los desplazamientos de cada jornada. En la página 82 dice:
Amaba Nueva York y la vida que llevaba en Nueva York: las llamadas telefónicas despertándome por la mañana, los mapas que estudiaba en las barras de los drugstores para programar la jornada; todas las semanas compraba ansiosa el New Yorker: (…) con la tentadora lista de exposiciones y películas” (el subrayado es nuestro)
Como vemos, Simone pudo haber dejado se estancia de cuatro meses en los Estados Unidos de América “a la improvisación”, pero no hacía lo mismo con cada una de las jornadas de su estancia. Disponía de amistades que le servían de compañía, que le hacían sugerencias y que le servían en ocasiones como excelentes guías y hasta como oferentes de servicios de hospitalidad. Por si fuera poco, se servía de mapas y compraba la prensa para informarse de la oferta de servicios incentivadores. Cuando se refiere al viaje que hizo por el estado de Nevada hace este significativo comentario:
“Me he estudiado el mapa como si fuera fiel reflejo de un universo sometido por el hombre, con distancias traducibles en horas y en número concreto de litros de gasolina” (p 155)
De esta forma está informando del nivel que ya había alcanzado en Estados Unidos, hace medio siglo, la producción de bienes y servicios auxiliares de la producción de turismo. Sin duda, a mediados de siglo, ya había alcanzado un considerable desarrollo la turoperación. Como sabemos, la firma de Thomas Cook, fundada en el Reino Unido en 1845, ya había abierto una sucursal en Estados Unidos a finales de siglo, fecha en la que ya operaban otros turoperadores, entre los que hay que citar American Express, sin olvidar las oficinas de turismo de las compañías ferroviarias y de las empresas de transporte de viajeros por carretera en autobuses de línea y discrecionales. También hay que citar las empresas o secciones de las empresas correspondientes que se encargan de la “organización” de las visitas de determinados elementos incentivadores. Recordemos el tur que adquirió la autora en el Gran Cañón del Colorado y los que igualmente adquirió para visitar las cataratas del Niágara o los mataderos de Chicago, entre otros.
Aun así, es comprensible que la producción de turismo fuera en Estados Unidos muy mayoritariamente realizada por los mismos que la iban a consumir, es decir, que fuera todavía sobre todo lo que llamo autoproducción. Simone anota en la página 263 de su diario esta perspicaz observación:
“Es rarísimo que un americano se desplace sin haber planificado minuciosamente de antemano cada milla de su itinerario y reservado una habitación en cada parada”
Un comportamiento que ella no asumió en algunos de los desplazamientos que realizó por esta inmenso país, razón por la cual tuvo que afrontar dificultades, algunas bastante serias, para encontrar servicios de alojamiento.
Para cerrar este apartado haremos referencia a la mención que Simone hace de la publicidad de servicios de ciertas empresas orientadas a la realización de visitas “organizadas”. Simone no visitó las lujosas mansiones de las actrices de cine, pero nos dice que, a ambos lados de las carreteras, había anuncios con este mensaje: “Para visitar las residencias de las estrellas, diríjase a la Agencia Smith”. No podía ser de otra forma. En el país de los empresarios, ya era entonces habitual la existencia de esa actividad productiva que se dedica a fabricar turismo, conocidas en el tráfico mercantil como “agencias de viajes” y que la teoría convencional insiste en considerar no como productoras (en el sentido de manufactureras) sino exclusivamente como comercializadoras y como intermediarias (la llamada intermediación[17] por la literatura al uso) entre la oferta y la demanda de turismo.
Aplicación de la Economía de la Producción Turística
Con esto llego al final de mi lectura del diario de viaje de Simone de Beauvoir hecha desde la economía del turismo, mejor dicho, desde la Economía de la Producción Turística, denominación que enfatiza la actividad transformadora o manufacturera que sin duda hay en el turismo, sistemáticamente olvidada por los análisis convencionales de esta actividad económica, en la que tan solo se tienen en cuenta las actividades intermediaria (comercializadora) y la consuntiva.
He dedicado bastante espacio a esta cuestión, que sigue abierta en el seno de la DGT y a la que los análisis convencionales del turismo no logran darle una solución convincente e incluso optan por olvidar sin por ello abstenerse de hacer el simulacro de aplicación del análisis macroeconómico, con los magros resultados que eran de esperar. Ante la impotencia de hacerlo, los expertos que siguen atados al enfoque convencional o de demanda han decidido hace un cuarto de siglo “olvidar” este problema. Consideran irrelevante y, por lo mismo, estéril todo esfuerzo dedicado a su solución. Al relegarlo al olvido, deprecian la investigación conceptual y teórica, y se acogen con insistencia a un empirismo extremado, sin que ello elimine el peligro de seguir manteniendo teorías y conceptos que pudieron tener algún sentido hace un siglo pero que hoy muestran signos evidentes de debilidad e inoperancia.
Frente a esta actitud, el enfoque de oferta que subyace en la EPT llama turismo o producto turístico exclusivamente a un plan de desplazamiento de ida y vuelta o, dicho de otra forma, a un programa de estancia pasajera en un lugar diferente al de la residencia de quien lo va a consumir. De acuerdo con esta equivalencia, que no definición, hay que decir que, si, en efecto, Simone no elaboró un programa, sino que dejó su visita a Estados Unidos, como ella dice, “a la improvisación”, tendremos que aceptar la evidencia y decir que la autora ni elaboró ni consumió turismo sino tan solo una serie de productos y servicios orientados o no al consumo exclusivo de los visitantes.
Pero aún hay más. La lectura del libro deja entrever que la autora contaba con contactos de enorme importancia entre los escritores, los profesores universitarios y los intelectuales americanos, lo que hace pensar que su estancia en Estados Unidos se basó en la prestación de servicios no de mercado y que su programa de estancia pasajera en Estados Unidos hubiera sido en cualquier caso tan sui géneris, singular y específica que las posibilidades de que hubiera sido elaborado por una empresa especializada con fines de lucro eran, obviamente, nulas. Una empresa mercantil con fines de lucro solo puede producir, artesanal o industrialmente, un volumen significativo de productos cuya venta reporte la recuperación de los costes y un excedente que permita pagar el trabajo y remunerar al empresario. En consecuencia, mientras las teorías al uso basadas en la utilización de criterios subjetivos (motivaciones placenteras, fuentes de financiación del gasto, niveles de sorpresa, actividades convencionales realizadas), orientadas a diferenciar a unos viajeros de otros, en función de esos mismos criterios, no logran, como hemos visto, caracterizar con seguridad la estancia de la autora en Estados Unidos como una estancia turística o no turística, la aplicación del criterio objetivo de la EPT permite sin ningún género de dudas afirmar que no hubo carácter turístico en el viaje en cuestión. Según este criterio, repetimos, en la medida en que la autora no elaboró un plan o programa, es evidente que no consumió tampoco un producto turístico durante su prolongada estancia en América. Consecuentemente, no puede decirse que Simone de Beauvoir fuera una turista, foránea o extranjera, durante los cuatro meses que estuvo en América.
Sin embargo, de la lectura de su diario de viaje se desprende que Simone adquirió durante su estancia en Estados Unidos diferentes planes de desplazamientos de ida y vuelta (productos turísticos) para visitar determinados servicios incentivadores, con consumo de numerosos servicios facilitadores del turismo en dicho país. La adquisición de estos servicios la llevó a cabo como si fuera una residente en Estados Unidos aunque lo cierto es que era una visitante extranjera. De hecho, durante el consumo de estos servicios coincidió con numerosos ciudadanos americanos. Pensemos, por ejemplo, en los turismos que adquirió para visitar las cataratas del Niágara, el Gran Cañón del Colorado o los mataderos de Chicago. De acuerdo con la EPT, Simone adquirió productos turísticos elaborados por empresas especializadas pagando, ella o sus anfitriones, su precio en el mercado. Por consiguiente, no cabe duda de que la autora, en este sentido, se comportó como una turista residente (americana) como lo fueron todos aquellos que adquirieron los mencionados productos, siendo irrelevante para el análisis económico sus actitudes psicológicas, sus juicios positivos o negativos o sus reiterados rechazos a lo que ella misma llamó “naturaleza corregida y revisada” (cataratas de Niágara, Gran Cañón del Colorado), “decorados de cartón piedra” y “mascarada ridícula recorriendo las calles” (Williamsburg).
Los juicios y las actitudes citados tienen, sin duda, un extraordinario interés para quienes tratan de profundizar en aspectos como la “autenticidad” y el nivel estético de los productos, así como para quienes están interesados en estudiar la vida, el pensamiento y los gustos de Simone, pero no para el economista, el cual debe estar interesado como tal, exclusivamente, en la actividad productiva del turismo, en sus sistemas de comercialización, en la formación del precio y en la rentabilidad de las inversiones relacionadas con su producción y distribución. Lo que no quiere decir en absoluto que sea insensible a todas aquellas cosas que son sensibles los seres humanos, sobre todo si son ilustrados, como se debe suponer que también los economistas pueden serlo.
De la lectura del diario de viaje se desprende, pues, que Simone planificó durante su estancia, al parecer concienzudamente, muchos de sus desplazamientos por Estados Unidos, concretamente los que hizo desde Nueva York a Los Angeles, desde Los Angeles a San Francisco y vuelta y desde Los Angeles a Nueva Cork,pasando por el sur. Es decir, que consumió dos planes de desplazamiento de ida y vuelta, dos productos turísticos, los cuales ella misma, o en su defecto sus anfitriones, tuvo que elaborar (producir) previamente. Simone consumió, además, otros muchos turismos de menor relevancia, que tuvieron que ser igualmente elaborados personalmente por sus amigos, por las instituciones académicas con las que tomó contacto, o por la empresa especializada correspondiente.
Con respecto al consumo de turismo en América, Simone afirma que:
“hacer turismo por América tiene un encanto especial: no te aísla del país que te descubre; al contrario, es una de Las mejores maneras de conocerlo. Muchas veces, en Italia, en España, en Grecia, he tenido la desagradable sensación de que mi condición de viajera me aislaba de sus habitantes porque éstos casi nunca viajaban. En cambio, el americano medio dedica gran parte de su ocio a circular por las high-ways; las gasolineras, las carreteras, los hoteles, los hostales solitarios no existen ,más que por y para el turista: y es algo profundamente arraigado en América. Estos paisajes del lejano Oeste tienen esencialmente una existencia turística; casi nadie vive en ellos; su única faceta humana es la que reciben de las gentes que los atraviesa sin detenerse: viajando por América no me añejo de ella” (p 175)
Se trata de una frase en la que es fácil advertir, en primer lugar, que Simone se ajusta a la teoría convencional del turismo ya que ésta no es más que un simple trasunto de la noción vulgar, implícita en el lenguaje ordinario. Por ello, Simone solo se refiere a los llamados viajes “turísticos”, es decir, según el vulgo, los que se hacen durante los periodos de asueto. Simone parece olvidar que los americanos, entonces como ahora, viajan y mucho por numerosos motivos. Como dice Jim Harrison, el autor de Un buen día para morir, en la literatura americana se viaja mucho “porque somos un pueblo llenos de deseos”, es decir, de necesidades, materiales o intangibles, pero necesidades en definitiva, algo que les obliga a desplazarse a multitud de lugares porque aquel en el que residen se les queda pequeño para satisfacerlas todas y a su entera complacencia.
En segundo lugar, interesa poner de relieve cierta contradicción en la autora: rechaza la presencia masiva de visitantes y el gusto adocenado de éstos, pero también la valora positivamente, en tanto que lleva consigo una abundante y barata oferta de servicios facilitadores e incentivadotes que no existiría en caso contrario. Se percata la autora, como digo, de la alta propensión de los americanos a viajar, pero matiza que los intelectuales (escritores, profesores, artistas en general), que fueron los americanos con los que ella se relacionó durante su estancia en Nueva York, no han pisado en su vida California, ya que
“cuando están de vacaciones, Europa – casi igual de cerca – les atrae más.
Y añade:
“Hay mucha gente aquí (en California) que no ha visto jamás Nueva York” (p 123)
Sin que debamos olvidar que los ingresos de los intelectuales no suelen ser de los más altos, como es sabido, y sigue ocurriendo en la actualidad en términos generales, razón por la cual muchos de ellos carecían entonces de coche o de frigorífico, por ejemplo, e incluso podían encontrar serias dificultades para disponer de una vivienda relativamente bien acondicionada.
Reflexiones finales
La lectura económica que he tratado de hacer del diario de viaje de Simone de Beauvoir nos lleva a hacer las siguientes consideraciones:
1. Enjuiciar de un modo preciso el carácter de la estancia de Simone en Estados Unidos durante los meses que van de fines de enero a principios de mayo de 1947 evitando las ambigüedades a las que conduce inevitablemente la aplicación de los criterios subjetivos de la doctrina general del turismo. Es indudable que ella no fue a Estados Unidos como turista, pero adquirió esta condición en varias ocasiones en la medida en que compró turismo en el mercado, ella o sus anfitriones, y en tanto ella misma tuvo que elaboró como autoproductora o consumió los que amigos o instituciones sin fines de lucro elaboraron para ella.
2. El gusto por los establecimientos, tanto incentivadores como facilitadores con diseño rústico debía de estar ya muy desarrollado a mediados de siglo, puede que desde antes, en Estados Unidos. La autora cita con mucha frecuencia su utilización y su admiración por estos establecimientos.
3. La política de protección de los recursos naturales tenía ya cerca de ochenta años cuando la autora viajó a Estados Unidos, materializada en las figuras de parques nacionales y regionales que años más tarde sería imitada por numerosos países
4. Las salidas de fin de semana eran ya muy practicadas por parte de los residentes en las grandes ciudades debido a que la tasa de motorización era ya relativamente alta en comparación con otros países del mundo. Los embotellamientos de tráfico eran ya un problema habitual
5. La afluencia de bañistas a las playas era también ya muy alta en Estados Unidos y la moda de tomar baños de sol estaba ya muy desarrollada.
6) Las infraestructuras viarias (autopistas, trenes elevados, aeropuertos) habían alcanzado altos niveles de prestaciones, siendo en general de titularidad privada.
7) Los servicios de alojamiento y de restauración eran muy abundantes y la oferta presentaba una gradación de calidades desde las más modestas a las de gran excelencia. Los hoteles americanos introdujeron significativas variantes y mejoras frente a los hoteles europeos de principios de siglo. El gran tamaño y la proliferación de servicios integrados fueron algunas de ellas.
8) La iniciativa privada tenía un evidente interés en invertir en servicios incentivadores inspirados en la novedad y se ocupaba de preparar el correspondiente catálogo de visitas.
9) La producción de turismo era basicamente autoconsumidora en Estados Unidos. Pero la producción para el mercado estaba en un estadio intermedio de desarrollo.
No es extraño, por tanto, que los estudiosos del turismo, españoles en particular y europeos en general, puedan llegar a tener la impresión, leyendo este libro, de que refleja una realidad que en poco o nada difiere de la europea actual. Concretamente, a mediados de siglo, España era todavía un país en el que aún no se había dado una respuesta empresarial a muchas de las necesidades sentidas por residentes o visitantes para satisfacer necesidades fuera del lugar de residencia. Era un país subdesarrollado tanto para los residentes como para los eventuales visitantes. Basta leer a algunos escritores costumbristas para percatarse de ello. Quienes venían tratando de que España pusiera los medios para que pudiera recibir más visitantes que los que ya recibía desde hacía dos siglos, gracias precisamente a su propio atraso económico, terminaron por elaborar una estrategia de corte básicamente facilitadota, anclada en el intervencionismo estatal, inspirada en las experiencias de determinados países europeos, sobre todo Suiza e Italia, países en los que se venía formalizando la llamada doctrina general del turismo, de base eminentemente psicosociológica.
Por esta razón, se me ocurre pensar que, cuando España decide, en los años sesenta, prepararse para recibir cada vez más visitantes extranjeros, habría sido muy positivo estudiar también el modelo americano y no limitarse al europeo. Fue este el que finalmente se impuso. A ello colaboró el asesoramiento del Dr. Kurt Krapf, experto de turismo designado por el Banco Mundial con motivo de los créditos concedidos a españa por esta entidad financiera para la puesta en marcha del Primer Plan de Desarrollo Económico y Social. Su contraparte fue Jorge Vila Pradera, no porque fuera un experto en turismo sino, pura y simplemente, porque sabía alemán y podía tratar con él. Esta oportunidad cambió su vida, como explica en sus memorias, ya que le sirvió para convertirse en consultor de turismo tanto del gobierno como de los inversores privados en hoteles. Si hubiéramos tenido en cuenta el modelo americano se habría aplicado una política de protección de los recursos ambientales veinte años antes de lo que se hizo, se habría dedicado mayor atención a las inversiones en establecimientos dedicados a la producción de servicios incentivación innovadores y se habría desarrollado hace muchos años una tecnología turística propia a diferentes escalas, desde la artesanal a la industrial. En definitiva, habríamos adoptado un modelo más empresarial y menos estatal. De haber sido así, es posible que nuestra actual y sofocante dependencia de los grandes turoperadores multinacionales habría sido hoy menor de lo que es o incluso, ¿quién sabe?, podría haber sido nula puestos a soñar quimeras, no padeceríamos tan descomunal exceso de oferta facilitadora, sobre toda alojadora y restauradora, y, finalmente, podríamos haber tenido una oferta incentivadora más diversificada y, sobre todo, mercantilizada (para horror de los que huyen de lo mercantil) desde hace al menos cuarenta años. En fin, hacer historia hipotética tampoco es un pecado vergonte.
[1] Simone de Beauvoir. América día a día. Mondadori, Barcelona, 1999. Título original: L’Amerique au jour le jour 1947. Gallimard. País, 1954
[2] Los turisperitos no se atreven a decir que hizo un grand tour (literalmente, gran viaje circular) porque creen que el Grand Tour solo lo hicieron los nobles ingleses del siglo XVIII. Las beaterías pueden encontarse donde menos se esperan.
[3] La DGT la llama “oferta turística complementaria”
[4] La DGT la llama “oferta turística básica”
[5] Simone no está sometida a la dictadura del jurisperito y por eso no es consciente de que está utilizando una noción libre y espontánea de turista en la que cabe tanto el turista de la rígida y esclerótica definición de la OMT, en la que no se incluye el turista de negocios porque la considera una contradicción en los términos.
[6] Gira: Paseo largo o viaje corto con fines turísticos o recreativos (“una gira al campo, al mar”). Gian Carlo Devoto y Gian Carlo Oli: “Dizionario della Lingua Italiana. Le Monnier. Firenze.1971.
Gira: (der. Del verbo girar). Paseo, excursión recreativa emprendida por una reunión de personas. Serie de actuaciones sucesivas de una compañía teatral o de un artista en diferentes localidades. Diccionario Manual Ilustrado de la Lengua Española. Real Academia Española. Espasa Calpe. Madrid, 1984. (María Moliner –1979, utiliza este vocablo escrito con j –jira- , derivada del francés bone chiere, buena cara, dispensar buena acogida, y no da crédito a la variante con g, que considera sin fundamento etimológico, a través del cual adquirió, según ella, el significado de viaje o excursión por diversos lugares, coincidente con el del francés “tour”.
[7] N. A. no es otro que el escritor norteamericano que invitó a Simone a visitar USA y con el que inición una relación amorosa. Hace poco fueron publicadas las cartas que cruzó con él.
[8] El lector puede encontrar el texto de A. J. Norval “La industria turística” en www.eumed.net/coursecon/librería en traducción de Francisco Muñoz de Escalona
[9] Parece claro que la autora no ve con buenos ojos las respuestas empresariales o gubernamentales destinadas a satisfacer las necesidades de los visitantes. Este rechazo es muy grato a los sociólogos creativos, quienes, en virtud de sus elitistas planteamientos, no dudarían en considerar a Simone como una “viajera”, no como una “turista”.
[10] Parada, visita, vista “obligada”. La autora utiliza aquí una de las expresiones tópicas de las guías turísticas más convencionales.
[11] Julián Barnes: “Inglaterra, Inglaterra”. Anagrama. Barcelona, 1999
[12] En la serie titulada Mujeres alteradas, de la que es autora Maitena puede verse la tira publicada el domingo 12 de diciembre de 1999 con el título ¡La única verdad es la realidad virtual! (El País Semanal, nº 1.211, p. 152). Extraemos algunas viñetas: “Qué flores más bonitas, parecen de plástico”; “Qué cachorro tan gracioso, parece de peluche”; “Qué bello atardecer, parece pintado”. Y así hasta nueve viñetas semejantes. En un nivel más académico, Antonio Tabucchi se refiere en Borges, vidente ciego, El País, 19 de diciembre de 1999, a dos tipos de obras literarias: “la de los aristotélicos y la de los platónicos”. Entre estos últimos cita a Borges, una “categoría de escritores y poetas que entre un objeto y la idea de un objeto prefieren cantar esta última. En resumidas cuentas, no a lo real, sino a su quintaesencia: algo parecido, para entendernos mejor, al Dolce Stil Novo, que no cantó a la mujer, sino a su transfiguración, a los trovadores, que no cantaron al amor, sino a su ideal; a Ariosto, que no cantó a las armas y a los caballeros, sino a sus fantasmas; a Shakespeare, que no cantó al teatro del mundo, sino al Teatro como ciega deidad de nuestra vida; a Yeats, que no cantó a su pueblo, sino a la imagen mítica que de él tenía”. En virtud de este luminoso texto de Tabucci habría que enjuiciar de un modo más adecuado, sin ironías, los gustos de aquellas personas, visitantes o no, que prefieren la reproducción de la realidad a la realidad misma. Dicho de otro modo: los aristotélicos no tienen por qué sentirse superiores a los platónicos.
[13] Agustín Santana Talavera sostiene en su artículo “Turismo cultural, culturas turísticas” la opinión de que “el turista (cultural) usa y consume rasgos culturales al tiempo que contribuye (sic) a reconstruir, producir y mantener culturas” a pesar de que el patrimonio pierda “autenticidad” y se aleje de la tradición porque el turismo, concebido por el autor como medio para salvar a ciertos pueblos de la pobreza, así lo exige. “La cultura misma o una selección no neutral de la misma, es objetivizada y despersonalizada, sacada de contexto, a fin de obtener un producto presentable como auténtico, fuera del tiempo, que debe infundir la idea de experiencia inolvidable y única para su consumidor y, a la vez, ser repetible y estandarizada en su conjunto” (www.scielo.br/pdf/ha/v9n20a02.pdf)
[14] Las citas de Stendhal proceden de su obra “Roma, Nápoles, Florencia”, publicada en 1927, cuando aún no se había decidido a utilizar el neologismo turista, cosa que hizo en 1838 en “Memoires d’un touriste”. De las dos obras citadas hay versión española en las obras completas editadas por Aguilar y traducidas por Consuelo Bergés. De la primera ha publicado una nueva versión la Editorial Pre-Textos, Madrid, 1999, en traducción de Jorge Bergua.
[15] Este servicio incentivador se ha incluido aquí entre los legados por la Naturaleza en atención a que lo natural es un factor que le imprime un carácter muy visible, pero los efectos de la intervención de la mano del hombre no lo son menos. Por ello, es posible que haya que crear un tipo intermedio de servicios incentivadores entre los legados por la naturaleza y los legados por la historia. Este pertenecería a él.
[16] Simone de Beauvoir utiliza las iniciales del escritor al que conoció en este viaje. Copio la frase con la que se abre “Cartas a Nelson Algren” editadas por Lumen, Madrid, 1999. “S. B. fue invitada por numerosas universidades norteamericanas a visitar Estados Unidos, país en el que reside de enero a mayo. En febrero, en Nueva York, una amiga de Nelson Algren, a la que llamaremos Mary Goldstein, le aconseja que cuando pase pos Chicago vaya a visitar de su parte al escritor. Se encuentran y pasan juntos una velada y la tarde del día siguiente. Algren la introduce en los bajos fondos de la ciudad, la lleva a los restaurantes del barrio polaco y ella toma después el tren con destino a Los Ángeles”. Simona volvería a Chicago antes de regresar a París como veremos más adelante.
[17] No puedo evitar al escribir este término tan utilizado por los jurisperitos citar la siguiente frase, representativa de cierta literatura más abundante de lo que sería de desear: “La mediación en los procesos de venta de cualquier producto o servicio turístico se conceptúa (sic) como la intermediación turística”. La frase la he tomado de Eduardo Parra et alt.(2003): “Análisis e impacto de los touroperadores y las agencias de viaje en el transporte turístico: nuevas tendencias en Canarias” www.pasosonline.org . Frases como estas deben ser evitadas por los evaluadores con más celo que las de naturaleza crítica porque estas pueden estar al servicio del conocimiento mientras que las que son como la citada son pura redundancia sin aporte alguno de ideas. Intermediación es un término que solo se usa en turismo y en parte viene a suplir al término producción, ausente de la materia tomando su misma morfología tal vez para suplir tan grave carencia.
Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato: Francisco Muñoz de Escalona "Análisis económico turístico de un viaje a Estados Unidos de América a mediados del siglo pasado" en Contribuciones a la Economía, septiembre 2005. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/ |