"Contribuciones a la Economía" es una revista académica con el
Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360

 

LA VERDAD DEL TURISMO RURAL
Taramundi como paradigma

Solo tenemos elección
entre verdades irrespirables
y supercherías saludables
(E. M. Cioran, 1911 – 1995)

Francisco Muñoz de Escalona
Ex – Científico Titular del CSIC
mescalona@iservicesmail.com

 Este artículo fue enviado a la revista digital www.travelturisme.com de la Agencia Valenciana de Turismo a mediados del año 2004 por su autor que es también suscriptor. La revista no parece haber tenido espacio para su publicación, o tal vez no le resultara políticamente correcto publicarlo. Ha llegado el momento de enviarlo a Cuestiones de Economía para que se abra a la opinión y si procede al siempre saludable debate.

 

Resumen: Desde hace dos décadas se implantó la moda del llamado turismo rural y las administraciones públicas de todos los niveles se volcaron en ayudas y promociones a una actividad consuntiva espontánea, milenaria y minoritaria. De lo que ahora se trata es de aumentarla pero sin cruzar la línea de la masificación en consonancia con los criterios del llamado desarrollo sostenible y, al mismo tiempo, suscitar la aparición de negocios en los pueblos capaces de fijar población. El artículo demuestra que esta finalidad no se está alcanzando y que las inversiones ni son en turismo, porque no van más allá de la oferta de servicios de alojamiento, ni siquiera en muchos casos son rurales. El artículo dedica especial atención al caso Taramundi en Asturias.

Palabras clave: Desarrollo, ciudad, industria, éxodo rural, turismo, alojamiento, sostenibilidad.

 

Desarrollo urbano versus  crisis rural

 

La década de los sesenta puso en marcha en España, con casi un siglo de retraso respecto a otros países de la OCDE, lo que décadas más tarde dio en llamarse proceso de convergencia con la Europa industrializada. Los países de Europa central consiguieron iniciar a mediados del siglo XIX lo que España y otros países mediterráneos no lograron empezar hasta el último tercio del XX. Las dos caras del proceso son, por un lado, la industrialización y la concentración demográfica en grandes ciudades y, por otro, la pérdida de población del campo o éxodo rural. Muchos pueblos del interior quedaron abandonados; primero, los más cercanos a ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia en cumplimiento de la ley de Myrdal, y, luego, los que estaban tan alejados que solo recibieron los efectos adversos de la citada ley, la desertización.

El éxodo rural no se da solo a escala nacional. Opera a todos los niveles territoriales, por arriba, en el continental y planetario, y, por abajo, en el regional, el comarcal e incluso en el municipal, como demuestran, tanto África por un lado como Asturias, por otros, cuya población regional se viene concentrando en la zona central, y, dentro de ella, el caso del concejo minero de Mieres[1], por no citar otros, caracterizados por su tradicional dispersión demográfica en pequeños núcleos. La población de Asturias se encuentra desde hace décadas en un intenso proceso de concentración en las capitales municipales, por un lado, y, por otro, en lo que ya se viene llamando Ciudad Astur (el complejo urbano formado por Oviedo, Gijón, Avilés y otras ciudades del hinterland) en detrimento de las zonas oriental y occidental.

Es verdad que este proceso ya se había iniciado en España hacía tiempo (la emigración de gente del campo a las ciudades es secular por no decir milenaria[2]) pero se intensificó hasta niveles desconocidos como consecuencia de la política de desarrollo industrial aplicada desde fines de los cincuenta con el plan de estabilización y ejecutada a renglón seguido con los llamados planes de desarrollo económico y social que le siguieron hasta la década de los setenta. Las grandes ciudades se hicieron aun más grandes y extensos territorios del interior peninsular quedaron despoblados como testimonian las provincias y capitales de Cuenca, Soria y Teruel.

Esta política de desarrollo funcionó mientras el modelo basado en el binomio ciudad – industria transformadora tuvo vitalidad para absorber trabajadores del campo y convertirlos en asalariados urbanos aprovechando que muchos mercados estaban desabastecidos. A esta razón de demanda se unió una poderosa razón de oferta: costes de producción muy bajos gracias a la baratura de la mano de obra y de la energía.

Ambas condiciones desaparecieron a fines de la década de los setenta (en España) como consecuencia de las sucesivas crisis del petróleo, crisis a la que hay que añadir el progresivo agotamiento de los efectos de la espectacular onda de innovaciones tecnológicas que siguió a la segunda guerra mundial, que los mercados de muchos productos industriales iban llegando a la saturación y que los salarios crecieron por una situación próxima al pleno empleo técnico.

En estas condiciones, solo una nueva onda de innovaciones tecnológicas podía salvar la progresiva pérdida de eficiencia del modelo de desarrollo en el que se basó la prosperidad española de los años sesenta y setenta. Lamentablemente, las innovaciones seguían estancadas, las exigencias sindicales cedieron, aunque no tanto como los inversores esperaban, los costes de la energía seguían aumentando y los mercados estaban cada vez más saturados. La tasa de beneficios cayó a sus niveles más bajos y la clase empresarial española amenazó con paralizar las inversiones si el gobierno democrático que surgió de la Constitución de 1978 no conseguía reformar las leyes laborales heredadas del franquismo. Esto último se consiguió con el Pacto de la Moncloa y con lo que los economistas del PSOE denominaron con el eufemismo de racionalización del mercado laboral (en 1986 se llegó al 22 %, tres millones de parados, poniendo en peligro la estabilidad social). Aunque estos insostenibles niveles bajaron algo después, aun siguieron situados alrededor del 15 % durante las décadas finales del siglo XX. Algo se puso de manifiesto con claridad, y fue que el modelo de desarrollo urbano-industrial estaba definitivamente agotado y que, por tanto, era urgente sustituirlo por un nuevo modelo adaptado a las nuevas circunstancias. Hubo quien creyó, y aun hay quien lo sigue creyendo candorosamente, que el modelo que resolverá los problemas es el que se viene perfilando con lo que se conoce como terciarización del sistema productivo. Pero los escépticos de esta solución son numerosos porque creen que los servicios dan empleo y distribuyen la renta, es cierto, pero carecen de capacidad para mejorar sensiblemente la balanza de pagos, si se excluyen las llamadas industrias turísticas, asimiladas a las empresas exportadoras porque parte de sus ventas se hacen a residentes fuera de España y así consiguen una considerable aportación de divisas[3].

Lo cierto es que no hay muchas alternativas al modelo de desarrollo post industrial, terciario o de servicios que algunos especialistas recomiendan y que, de hecho, es el que se está implantando con todas sus consecuencias. Si los mercados de los productos industriales siguen saturados y las innovaciones continúan estancadas, habida cuenta de que las llamadas nuevas tecnologías terminaron en la burbuja que estalló a fines de los noventa, es obvio que había que crear nuevas oportunidades de negocios y de empleo con capacidad para mitigar el grave problema del paro y, de paso, resolver el nuevo que se venía creando por el imparable declive del mundo rural.

Es curioso constatar que el criterio de la rentabilidad de los negocios dejó de ser exclusivo a partir de este momento. La bondad de un negocio se empezó a enjuiciar también, a veces incluso exclusivamente, en función de su capacidad de creación de puestos de trabajo. Es lo que se conoce como rentabilidad social de una inversión por mimetismo con la rentabilidad financiera (micro) y con la rentabilidad económica (macro). Las administraciones públicas, en su desigual lucha contra el paro masivo, pusieron en marcha políticas de fomento de la inversión a base de desgravaciones fiscales, suelo barato, créditos blandos y subvenciones más o menos indirectas o encubiertas. La gravedad del problema es de tal calibre que pronto se vio que no era suficiente y que había que recurrir a otras medidas que podemos llamar “imaginativas” y corren el riesgo de ser más voluntaristas que eficaces con el consiguiente escándalo de los economistas de la escuela austriaca, para quienes muchas de estas políticas (ayudas fiscales más lo que he llamado imaginación) no solo no resuelven el problema sino que a la larga pueden terminar agravándolo.

 

 

Turismo como fórmula de desarrollo: ¿una solución imaginativa?

 

El crecimiento económico de España que tuvo lugar a partir de los años sesenta cambió radicalmente las bases productivas y sociales del país. Es cierto que el modelo ciudad – industria entró en crisis demasiado pronto porque fue implantado con retraso, pero la situación anterior, la del subdesarrollo y la pobreza, había sido en parte superada, y la inercia residual del crecimiento hacía relativamente soportable la crítica situación. La gente del campo seguía, y sigue, aspirando a emigrar a las ciudades, sobre todo los más jóvenes, porque las ciudades están mal pero el campo está aun peor. ¿Qué hacer cuando se llega a la situación en la que las ciudades no absorben la mano de obra que “tiene que sobrar” en el campo si se quiere que este siga mecanizándose y dando salida a las industrias urbanas?

Las universidades y los centros públicos de investigación dedicados al estudio de la economía española se percataron de que España tenía ya en la década de los ochenta una situación no del todo igual pero sí bastante parecida estructuralmente a la de países europeos como Francia, Alemania o el Reino Unido, que le precedieron en la aplicación del modelo de desarrollo ciudad – industria. En estos países, los modos de vida campesina, la llamada cultura rural generada a través de los siglos por las actividades agrarias (agricultura, ganadería y silvicultura) hace tiempo que se han ido convirtiendo en objeto de curiosidad, observación y refugio para residentes urbanos, deseosos, e incluso, si se quiere, angustiosamente necesitados de cambiar temporal o definitivamente la agitada forma de vida urbana por otra más relajada y “natural”. En los países citados, los modos de vida rurales hace tiempo que son ya parte del pasado. Holanda, como es sabido, es una verdadera ciudad-estado de 40.000 km2, paradigma de los países altamente desarrollados en los que ya no hay campo propiamente dicho sino una ocupación intensiva del suelo por usos residenciales e industriales, en los que hoy solo es posible recrear, con mayor o menor acierto, determinados aspectos de la vida campesina de no hace tanto por medio de técnicas museísticas convencionales estáticas (los museos etnográficos) o novedosas y dinámicas (la celebración de mercadillos “medievales”, entre otras teatralizaciones poco sostenibles).

Cada vez son más los ingleses de las ciudades que, desde hace casi un siglo, pasan sus vacaciones anuales, de fines de semana y relacionadas con otras fiestas en cottages, casitas de campo o viviendas campestres, de su propiedad o alquiladas, siguiendo con ello las pautas de la nobleza en el pasado[4]. Cottager en Gran Bretaña es la palabra que se emplea para designar a un aldeano, pero ha llegado a designar también al veraneante urbanita que utiliza un cottage. El nuevo significado refleja esa nueva forma de vida, hoy hegemónica en los países llamados avanzados, a caballo entre la ciudad y el campo, que se va difundiendo a los demás países (véase el caso de tantos países latinoamericanos que también en esto imitan a USA y a Europa) en virtud de la promoción de que es objeto y de la necesidad de huir de vez en cuando del agobio urbano pero sin renunciar a él. Lo mismo acontece en Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y en tantos otros países que se industrializaron y urbanizaron antes que España. Convirtieron su cultura rural en vías de extinción en objeto de culto y, consecuentemente, también en una oportunidad de negocio para gente emprendedora que ha perdido su empleo o su negocio como consecuencia de la crisis finisecular.

En la década de los ochenta, el negocio conocido como turismo tenía ya en España algunos años de existencia, si nos centramos, claro está, en el que surge como respuesta a la política aplicada desde los años sesenta, pues las estancias veraniegas en el campo son tan antiguas en España como en otros países. La colaboración entre el sector público, encargado de hacer inversiones en mejora de la accesibilidad, y el sector privado, que se ocupó de invertir en hospitalidad con subvenciones y apoyos estatales, creyó ver en lo que se llama turismo un instrumento de aportación de medios de pago (divisas) al servicio de la modernización del sistema productivo. El otro instrumento fueron, como tantas veces se ha dicho, las remesas de los emigrantes a países europeos. La llamada política turística española, inspirada en criterios de rentabilidad privada, más ayuna entonces que ahora de frenos medioambientales, consiguió sus objetivos en cuanto a entrada de divisas, ganancias empresariales y creación de puestos de empleo pero a costa del deterioro irreversible de recursos naturales como las playas y otras zonas del litoral. Cuando en los ochenta la ley de costas quiso poner coto al desaguisado ya era demasiado tarde en muchos casos.

El turismo dejó de ser la pregonada “industria sin chimeneas” que muchos esgrimieron interesadamente, con la entusiasta aquiescencia de turisperitos con cátedra universitaria en los años del propagandismo más exacerbado, lo que sin duda contribuyó para conseguir el apoyo generalizado de la sociedad y sobre todo de la administración pública a favor de las inversiones “en turismo” que tanto iban a contribuir (así se decía) para acabar con el subdesarrollo de las zonas deprimidas. Al cabo de algunos años más ya estaba, afortunadamente, fuera de dudas que el turismo, como toda ocupación humana del espacio, implica agresión medioambiental y provoca daños a veces irreversibles. Pero si el interesado y prefabricado mito de la industria sin chimeneas cayó en el olvido gracias al movimiento ecologista, aun sigue en pie, y con redoblado entusiasmo, la convicción que se sostiene fuera de toda duda de que el turismo es la industria que siempre genera riqueza y desarrollo y que, concretamente en España, es la más importante, afirmación que se hace en base a una información estadística más que discutible y sin embargo acríticamente asumida incluso con entusiasmo no solo por políticos y funcionarios sino también por los turisperitos que sientan cátedra y hablan desde ella.

El turismo rural es la principal medida arbitrada por los gobiernos  para poner en marcha el desarrollo del campo y frenar el éxodo rural, convencidos de las virtudes que los turisperitos le atribuyen para elevar el empleo y la renta de los pueblos con economía en declive. El turismo rural es presentado así como indiscutiblemente beneficioso, no solo directamente, sino también de forma indirecta, es decir, que sus beneficiosos efectos no se quedan en el seno del llamado sector turístico sino que se difunden por toda la economía aumentando el bienestar de la sociedad. Incluso se dice que sin turismo rural (léase urbanitas que pasan sus vacaciones fuera de las ciudades) la población campesina seguiría disminuyendo con grave peligro para la conservación de la naturaleza y el patrimonio arquitectónico de los pueblos. No se le  llama turismo a secas porque el turismo es siempre, y por antonomasia, el de sol y playa, el que se rechaza porque se ve a través del cristal de las tres eses de las palabras inglesas de sol, arena (sand) y sexo y de la masificación.

No. El turismo rural se concibe, con rara unanimidad, como una categoría diferente y venturosamente alternativa del turismo de sol y playa, tanto que, de hacer caso a algunos turisperitos, ni siquiera sería turismo si es cierto como dicen que no es ni puede ser masivo puesto que, según ellos mismos sostienen, sin masificación no hay turismo. Paradigma de lo alternativo, el turismo rural solo es el que huye de la masificación como de la peste, aunque, como no siempre lo consigue, ha habido necesidad de “crear” otras formas de turismo más alternativas aun que la rural, las cuales huyen tanto en la teoría como en la práctica de la masificación que ambiguamente se rechaza. Estas formas alternativas al turismo rural que ya de por sí es alternativo pero que ya tiene ciertos ribetes indeseables de masificación, son el ecoturismo, el agroturismo, el turismo verde, el turismo de naturaleza, el etnoturismo y hasta el que se ha llamado, en un alarde de voluntarismo sin precedentes, “turismo consciente y responsable”.

Habría que entender, como digo, que ninguna de estas formas supuestamente alternativas del turismo es turismo por no ser masivas, lo que explicaría que tantos investigadores sigan buscando a estas alturas en qué consiste el verdadero turismo alternativo, rural, ecológico o verde. Como consecuencia de esta supuesta situación de orfandad teórica, una animosa pléyade de jóvenes licenciados en geografía vienen desde hace algunos años tratando de definirlo sin que de momento lo hayan conseguido. Antes al contrario, hoy existe en esta materia más confusión que ayer aunque afortunadamente menos que mañana ya que, cada año que pasa, aparece una nueva forma de turismo alternativo al que se le atribuye, junto a la capacidad para desarrollar el declinante mundo rural, la virtud de proteger el medio ambiente gracias a su no masificación.

Las bases para el modelo alternativo estaban puestas ya a principios de los ochenta. Son estas:

·        El modelo turístico de sol y playa es un instrumento de desarrollo indiscutible pero está agotado y es evidente que ha deteriorado valiosos recursos naturales por su concentración espacial y masiva

·        El turismo rural es una alternativa de desarrollo sustentable por su condición de artesanal y  difuso[5] en el espacio y en el tiempo, es decir, no masificado

·        El turismo de interior o rural ofrece nuevas oportunidades de empleo a los campesinos en su tierra

·        El turismo rural diversifica la oferta turística de un país y colabora en la conservación del patrimonio natural y cultural de las regiones desfavorecidas

·        El turismo rural tiene grandes expectativas ya que los turistas están huyendo del litoral masificado y deteriorado y cada vez más buscan pasar sus vacaciones en estrecho contacto con la naturaleza

Los turisperitos presentan el llamado turismo rural como una forma de turismo inexistente en España, lo que le da el marchamo de una innovación deseable por sí misma, y por tanto de panacea de los problemas del campo, de las comunidades campesinas, del medio ambiente, de los urbanitas y de los empresarios turísticos, todo de una tacada, planteamientos que algo se han moderado ante la evidencia de que las panaceas no existen en ningún caso y menos para resolver el complejo problema de las sociedades rurales en cualquier parte del mundo.

 

El caso de Taramundi como ilustración de la verdad

 

A mediados de los ochenta el gobierno del Principado de Asturias encargó al Instituto de Economía Agraria y Desarrollo Rural del CSIC (más tarde Instituto de Economía y Geografía) el estudio de base para acometer un plan de desarrollo integral del concejo de Taramundi, en el extremo profundo del sur occidente de la región y que, como toda la comarca occidental, presentaba y sigue presentado una situación económica de claro declive. En el equipo de investigadores había un economista formado en Francia y conocedor de las experiencias francesas en turismo rural, un economista dedicado a la economía de los recursos naturales, un psicólogo y un arquitecto, entre otros. Entre las propuestas del estudio se encontraba la restauración de la casa rectoral del pueblo para dedicarla a hotel de lujo y de varias viviendas rurales para ofrecerlas como alojamiento en régimen de alquiler. Así mismo, se aconsejó restaurar una antigua fragua como muestra del patrimonio rural y algunos otros elementos residuales de la cultura rural de antaño. Además de las propuestas citadas se hicieron otras relacionadas con las actividades agrarias dado el carácter de desarrollo rural integrado que se quiso dar a un proyecto que terminó a fines de la década citada y que tardó en conseguir la imagen de marca que hoy tiene gracias a la inteligente gestión de las autoridades municipales.

Como consecuencia de este precedente, entrada la década de los noventa, los estudios dedicados al turismo rural estaban ya generalizados en casi todas las universidades españolas. El sector de la consultoría respondió a la atención que los gobiernos autonómicos y municipales estaban dando a estos proyectos aunque también surgieron inversores privados interesados en participar en lo que algunos creyeron que era un nuevo filón de ganancias.

No voy a entrar en la cuestión, no menor por cierto, de la vaguedad latente en el concepto de turismo en general y del turismo rural en particular porque ya la he tratado en otros trabajos[6]. El significado más frecuente que los expertos dan a la expresión turismo rural es el de alojamientos de pequeña capacidad (por eso dicen que el turismo rural “es artesanal”) generalmente localizado en un núcleo que vive o vivía de la agricultura o en una explotación agrícola. Si se trata de un pueblo, se exige que sea pequeño o en proceso de despoblación y situado en el interior porque los que están en el litoral no se consideran adecuados para acogerse a la denominación o “concepto” de turismo rural, posiblemente por el peligro de que se confunda con el rechazable turismo de sol y playa. Cuando se trata de una explotación, algunos turisperitos prefieren hablar de agroturismo[7], una denominación a la que también se le da entidad “conceptual” y que en lugar de clarificar el pretendido concepto de turismo rural introduce más confusión aun si cabe de la que había, lo mismo que la de ecoturismo. El alojamiento puede estar en la  vivienda que ocupan los dueños, los cuales deben ser obviamente agricultores. El negocio consiste generalmente en el alquiler de una habitación con o sin baño privado. Si los dueños no comparten la vivienda, el negocio es el alquiler de habitaciones con o sin baño privado o, más frecuentemente, en el alquiler de la vivienda completa. Con respecto al tiempo de alquiler hay también varias modalidades en estos alojamientos: alquiler durante un mes o una semana como mínimo, alquiler durante las dos noches de un fin de semana y alquiler por días. Los alojamientos que adoptan esta modalidad son los que se localizan en lugares en los que la demanda es alta, como es el caso de la provincia Huesca, lo que les permite imitar el sistema de precios aplicado por los hoteles convencionales y vender el servicio de alojamiento por noches. Por supuesto, cualquier modalidad de alojamiento puede ofrecer, además del servicio de alojamiento, otros servicios como los de desayunos y comidas.

Finalmente, hay “en el medio rural” alojamientos que pueden ofrecer servicios extrahoteleros como excursiones, paseos a caballo o en bicicleta y piscina, sin descartar la oferta de actividades como la participación en las tareas del campo en su caso, que sería a lo que con más propiedad cabe llamar agroturismo, aunque no necesariamente, con lo que turismo rural y agroturismo son modalidades idénticas. No cabe la menor duda de que los establecimientos que ofrecen un conjunto de servicios, sobre todo si lo hacen configurando un programa de estancia son los más evolucionados y maduros pero aun son poco numerosos los establecimientos de turismo rural que venden servicios forfait (en la terminología francesa) o viajes combinados (en la terminología española) aunque ninguno de estos términos se aplica al turismo rural, lo que tal vez obedezca al prurito de que hay que marcar las diferencias con el denostado turismo de sol y playa. Por supuesto, el término paquete turístico, utilizado por los turoperadores internacionales, se elude cuidadosamente en el contexto del turismo rural para marcar distancias.

Con el crecimiento del turismo rural durante los últimos años, hoy hay ya alojamientos que son verdaderos hoteles, generalmente pequeños, localizados en pueblos de tamaño variable, algunos verdaderas ciudades lo que no empece para que se ofrezcan en el mercado como rurales sin que nadie lo rechace, instalados en viejos edificios cuidadosamente restaurados, a veces representativos de la arquitectura popular de la zona pero no siempre.

Pues bien, uno de los primeros hoteles de este tipo en España fue el hotel La Rectoral de Taramundi, negocio emblemático de aquel proyecto pionero que el Principado encargó al CSIC en los años ochenta. Como ya he dicho, el hotel aprovechó la vivienda del párroco o rector (de ahí lo de casa rectoral) de la parroquia del pueblo, una vieja fábrica de piedra complementada con un proyecto de arquitectura neorrural que amplió la capacidad inicial con nuevas estancias construidas con piedra, madera y cristal. El hotel tiene 18 habitaciones y cuenta con salas de convenciones, gimnasio, sauna, cafetería y restaurante, lo que equivale a decir que no es otra cosa que un hotel convencional, entonces de lujo y hoy casi lujoso, que de rural solo tiene su localización en un pueblo. Un viejo hórreo preside la entrada, armonizando con los muros que conservan la vieja fábrica de mampostería del edificio original que quedó en ruinas. La decoración de interiores busca deliberadamente ese confort urbano que aprecian los urbanitas pero no es posible encontrar los elementos característicos del carácter rural que se le atribuye, carácter que no existe y que solo se acoge al estereotipo fabricado por el marketing y su aceptación acrítica por la comunidad de turisperitos.

Como reza la publicidad del hotel, “en la recepción destaca un bajorrelieve labrado en madera. El hórreo de la entrada, el llar y la capilla, convertida ahora en un elegante comedor, recuerdan los espacios más íntimos, el auténtico sanctasantorum (sic) del párroco de Taramundi”. En definitiva, el hotel sigue el modelo que podemos encontrar en los pueblos de Francia desde hace más de medio siglo, el mismo que una guía de turismo rural denomina hoteles “con encanto”, expresión que ha sustituido con éxito a la vieja expresión francesa “pitouresque”, tan utilizada en la literatura decimonónica, alusivas ambas a todo aquello que el burgués urbanita busca cuando consume turismo.

El hotel La Rectoral se abrió al público a fines de la década de los ochenta, pero puede decirse que hasta mediados de la década siguiente no se convirtió en lo que hoy representa: un modelo de inversión en turismo rural que se tiene por emblemático y que ha sido muy imitado tanto en España como en Latinoamérica. Muchos turisperitos lo consideran el paradigma a imitar y expresión de la fórmula más adecuada para superar el declive económico de las zonas rurales desfavorecidas. Esta imagen se debe sin duda a la inteligente y pertinaz presencia del concejo de Taramundi en cuantas ferias, congresos, cursos, seminarios y mesas redondas de turismo rural se celebran todos los años por toda la geografía española y europea desde hace al menos dos décadas. Esta estrategia de marketing promocional se basa en la combinación de las iniciativas municipales con las iniciativas de los alojadores localizados en el concejo.

Taramundi es ya, sin duda, un mito instalado en el imaginario de los políticos municipales, los expertos y los empresarios del sector privado. Un mito que alimenta y se alimenta de un marco mítico: la indiscutida capacidad que tiene el turismo en general y el turismo rural en particular para generar desarrollo, es decir, riqueza, bienestar y empleo. Transcribo una frase muy característica de este imaginario tomada de una web dedicada al turismo rural: “las casas de aldea suponen no solo un magnífico elemento de promoción y desarrollo local sino también una forma intermedia (¡!) de acercamiento a una naturaleza excepcional y a las culturas que sobre ella se han ido trabando. Y decir intermedia no quiere decir superficial (¡!); la agricultura y la ganadería, los talleres artesanales, las actividades al aire libre, el deporte, la gastronomía popular y sus técnicas, son parte inseparable ya de esta naturaleza y permiten apreciarla en cuantas dimensiones tenga o le queramos dar”.

La frase es tan publicitaria como insostenible. Quien la escribió incluye en la naturaleza talleres artesanales, deporte y gastronomía y, no contento con ello, endilga a la sufrida naturaleza cuantas dimensiones se le ocurren porque todas pueden ser pocas para conseguir vender lo que se quiere vender, aunque sea con artimañas y falsedades del jaez de las citadas. Como falsedad es el eslogan “Asturias paraíso natural”, cuyo logotipo lo refuta gráfica y descaradamente ya que muestra un imposible fragmento estilizado del litoral asturiano (naturaleza) a través de la ventana tripartita con arcos peraltados característica del prerrománico asturiano (cultura) con el que se ofrece algo que bien podría ser reclamado por los visitantes si se percataran de que ni es un paraíso ni es natural. Solo una región cargada de historia que ha labrado un paisaje propio con el sudor milenario de sus habitantes. El problema no es que encontremos estas afirmaciones en folletos y web publicitarias. Es que también en los trabajos que se hacen en las universidades y en los organismos públicos de investigación se encuentran estas mismas afirmaciones publicitarias y otras similares sin el menor sonrojo de los autores o de los editores. La mitología está reñida con el pensamiento crítico. Se da por sentado que el turismo rural es un factor de desarrollo y nadie lo pone en duda. Todavía no se le ha ocurrido a nadie contrastar el mito con la realidad haciendo un estudio que permita demostrarlo de un modo fehaciente.

Hace poco leí en la prensa asturiana que Taramundi es uno de los concejos que tiene hoy la población más envejecida de Asturias. Fue esta afirmación la que me llevó a indagar el efecto que sobre el concejo ha tenido aquel proyecto que se redactó en el CSIC en la primera mitad de la década de los ochenta y en el que tuve oportunidad de intervenir aunque muy tangencialmente. Para confirmar empíricamente si se han cumplido los objetivos del proyecto tendría que hacerse un estudio más en profundidad y con más datos de los que dispongo en este momento. Pero el somero estudio realizado permite al menos cuestionar el mito interesado de los efectos beneficiosos del turismo rural aprovechando el caso de Taramundi. Un estudio que consiste en estudiar la evolución de la población a través de los datos censales del INE.

 

De la superchería del mito a la irrespirable realidad

 

El INE ha realizado ya once censos de población desde fines del siglo XIX a principios del siglo XXI. Los datos para el consejo de Taramundi figuran en la tabla siguiente:

 

                                Tabla 1. Población de Taramundi, Asturias

                                               de 1900 a 2001

 

Año

Habitantes

1900

2.928

1910

2.865

1920

2.752

1930

2.457

1940

2.476

1950

2.427

1960

2.246

1970

1.680

1981

1.234

1991

1.015

 2001

       893

                               Fuente: INE

          

Los datos se refieren a la población de hecho. Las cifras muestran que la población de Taramundi se ha reducido de unos 3000 habitantes en 1900 a menos de 900 en 2001. Dicho de otro modo, a principios del siglo XXI, Taramundi tiene menos de la tercera parte de la población que tuvo a fines del siglo XIX. Podemos decir que, en efecto, Taramundi muestra que el fenómeno del éxodo rural no es, ni mucho menos, un fenómeno reciente. Cuando el Principado decidió poner en marcha el plan de desarrollo rural integrado, el concejo había perdido a cerca del 58% de la población de 1900, una realidad que, a buen seguro, aconsejó iniciar urgentemente actuaciones tendentes a frenar el proceso de deterioro progresivo que estaba sufriendo la vida rural de toda la región en general y del occidente en particular. Durante el periodo 1900 – 1940, la población descendió un 15% y entre 1940 y 1981, el 50%. Es decir, que, en el mismo número de años, la pérdida de población se multiplicó por 3. Estaba claro que si bien el fenómeno del éxodo rural no es nuevo, lo cierto es que, desde mediados del siglo XX, se agravó de forma alarmante, sobre todo entre 1960 y 1980 ya que entre 1940 y 1960 la pérdida de población fue del 10% frente al 45% del periodo 1960 – 1980.

A la vista de estos datos irrefutables, no cabe la menor duda: como dije más arriba, el modelo basado en el binomio industria – ciudad, implantado en España a fines de la década de los cincuenta intensificó el ritmo de la secular emigración rural hasta amenazar con la despoblación ineluctable. Las autoridades del Principado lo vieron con claridad y decidieron emprender actuaciones para evitarlo. Taramundi fue una actuación que tuvo carácter experimental y piloto y que estaba llamada a marcar la estrategia a seguir en otros concejos rurales. Pero la cuestión es saber si se ha logrado frenar el proceso de despoblación del municipio piloto o, por el contrario, la despoblación sigue su curso. Una primera respuesta la encontramos en el cuadro anterior ya que durante el periodo de 1981 – 2001 Taramundi perdió cerca del 30% de su población, un porcentaje ciertamente inferior al de 1960 – 1981 pero que sigue siendo realmente tan alto que de seguir así convertirá el término en un despoblado más de los que hay tantos en España como consecuencia de la desagrarización progresiva a la que está llevando el desarrollo tecnológico y la concentración de la población en ciudades industriales y de servicios.

Podemos utilizar un método algo más refinado estimando la población del año 2001 por aplicación del método consistente en ajustar las correspondientes rectas de regresión a los datos demográficos. Para ello, configuraremos cinco periodos diferentes con la serie cronológica disponible. Para cada periodo, ajustamos una recta de regresión. Con ayuda de ellas, estimamos la población de 2001 y comparamos los resultados con la población censal de dicho año. Los resultados se recogen en la tabla siguiente:

 

 

Tabla 2. Población de Taramundi según el censo de 2001 y cinco estimaciones basadas en la tendencia de diferentes periodos de la población de dicho año

Periodos

Población 2001

Indice 2001 = 1

diferencia

0.- Dato censal

  893

          1.00

-

1.- 1900-2001

1.727

          1.93

+834

2.- 1900-1981

1.776

          1.99

+883

3.- 1900-1960

1.893

          2.12

+990

4.- 1960-2001

  363

          0.41

-530

5.- 1960-1981

-304

         -0.34

+1.197

Fuente: INE y elaboración propia

 

La población estimada para e año 2001 de acuerdo con la tendencia observada durante los periodos 1, 2 y 3 dobla la censal, sobre todo en el periodo 3. Las estimaciones extremas son las obtenidas de acuerdo con las tendencias de los periodos 3 y 5  De haberse mantenido la evolución del periodo 3, Taramundi tendría hoy más del doble de la que realmente tiene, pero si se hubiera mantenido la evolución del periodo 5, el concejo sería hoy un despoblado. Entre ambos resultados se encuentra el que se refiere al periodo 4, un periodo que recoge los efectos del éxodo rural intensificado a partir del primer año además de los efectos de la política rural tomada a mediados de los ochenta. La cifra de población estimada para el año 2001 por medio de la tendencia de  este periodo resulta ser menos de la mitad de la censal, lo que parece indicar que la política aplicada por el Principado en el concejo evitó una despoblación aun más intensa. Resultados como vemos que no son definitivos pero que apuntan a una conclusión clara: el turismo rural no resuelve los problemas de la crisis del mundo rural, como mucho tan solo frena tímidamente los efectos de esa crisis retrasando tan solo en el mejor de los casos la despoblación si no se aplican medidas más eficaces.

 

 

Conclusiones abiertas

 

Los métodos utilizados son insuficientes y por ello la conclusión ha de ser considerada como provisional. Se impone emplear métodos de estimación más fiables y también información estadística más completa. Sin embargo, los resultados del modesto análisis parecen apuntar al reforzamiento de las dudas relativas a la capacidad que tan a la ligera se atribuye al turismo rural como forma de cambiar la suerte de las zonas rurales españolas desfavorecidas por mor del modelo de desarrollo de los años sesenta y setenta. Por ello, no debería seguir repitiéndose la peligrosa cantinela del mito de las virtudes del turismo rural como factor indiscutible de desarrollo. Ya va siendo hora de que los expertos traten de confirmar o refutar esta creencia por medio de trabajos empíricos consistentes y fiables y dejen de hablar como propagandistas.

La revista murciana Cuadernos de Turismo publicó en su nº 1 (1998) un trabajo del francés Francis Fourneau (Universidad de Pau) titulado “El turismo en espacio rural en Francia”. Recuérdese que ya apunté que en España se sigue al pie de la letra el modelo francés. Pues bien, Fourneau, que en el trabajo citado demuestra ser, como podía esperarse de un francés, un buen conocedor de la realidad de ese turismo en Francia, afirma que “el turismo rural parece servir de poco a las comarcas ya casi abandonadas sino retrasar el abandono. Es que para tener éxito, tiene que ofrecer una gran variedad de productos que necesitan grandes inversiones a pesar de las ayudas recibidas”. Sus planteamientos se atienen a las convenciones establecidas en turismo y en turismo rural; disiento de ellos en numerosas ocasiones por motivos que quedan englobados en su acendrado convencionalismo. Pero la cita anterior confirma la conclusión provisional a la que he llegado en mi evaluación de los resultados obtenidos en mi ligero estudio del caso Taramundi con respecto a los fines perseguidos, la reactivación de una economía rural en declive. Fourneau deja muy claro en el trabajo citado que el modelo francés de turismo rural (él como muchos españoles que siguen a los franceses usan la expresión “turismo en espacio rural” porque creen que con ella rompen la inevitable ambigüedad de la unión de dos términos ambiguos, turismo y rural) no responde a un tratamiento directo de una actividad productiva específica vista en sí misma sino a su manipulación al servicio de fines ajenos a ella entre los que cita los siguientes (utilizo frases literales de Fourneau):

·        La descongestión del cada vez más masificado turismo de sol y playa

·        Rehabilitar el espacio rural y su patrimonio arquitectónico y ponerlo a  disposición de los “turistas –urbanos”

·        Frenar la dramática aceleración del éxodo rural que estaba vaciando el espacio interior

Fourneau asegura que “el turismo se presenta como modelo de cuanto significa el desequilibrio campo - ciudad y como una nueva actividad a la que se le exige que corrija un doble desequilibrio: al abandono del campo y la sobrecarga de las playas” (El subrayado es mío). Añadiría que el turismo rural ha buscado más descongestionar las playas ofreciendo una alternativa a los urbanitas que resolver el problema del campo, algo que se pretendía como por añadidura, como una especie de regalo. La realidad está demostrando que en el pecado se está cumpliendo la penitencia derivada de una medida no específicamente diseñada para resolver el grave problema campesino creado por el modelo ciudad – industria cuando este modelo dejó de funcionar.  Como queda claro, el modelo francés, y en consecuencia, el español que es un mero trasunto de él, solo de modo piadoso puede llamarse rural o, si se prefiere, “en medio rural”[8] porque ni es turismo, sino simple oferta de servicios de alojamiento, ni obedece, en el mejor de los casos, a un planteamiento sustantivo ya que es meramente instrumental puesto al servicio de fines políticos ajenos a la actividad empresarial llamada turismo se encuentre o no en el medio rural.

 

La complejidad de la cuestión rural no puede tiene una solución fácil y menos si se le aplican medidas confusas y acudiendo al confuso conjunto de actividades productivas que llaman turismo. Los gobiernos europeos y hasta la Comisión Europea tienen una patata caliente en las manos con la cuestión rural y la van a seguir teniendo durante muchos años si no plantean el problema de un modo más certero y más directo. La política rural de la Unión Europea está dando palos de ciego desde que se configuró la PAC que se está desmontando ahora. Pero si como política rural es económicamente inoperante y socialmente insuficiente, como política turística “en el medio rural” es una equivocación en sí misma elevada a la enésima potencia porque, al utilizarse como instrumento al servicio de la cuestión rural no se ha conseguido más que retrasar, en el mejor de los casos, la agudización del problema a costa de desvirtuar las inversiones y la gestión del turismo sometiéndola a la obligación de respetar criterios ajenos al mismo.

En la campaña electoral para las elecciones generales del 14 de marzo todos los partidos políticos asturianos coincidieron en prestar gran atención a su apoyo al turismo, lo que se hay que interpretar en el sentido de que todos sin excepción admiten que hay que intensificar las inversiones para que la región cuente con más capacidad de alojamiento de la que ya tiene. La situación de la economía regional es alarmante. Asturias fue la única comunidad autónoma en la que bajaron las ventas de la industria en el 2003 con respecto al año anterior (un 5.4%, casi  420 millones de euros menos). Pueden buscarse explicaciones coyunturales, por ejemplo, para la caída de las ventas del sector eléctrico o la huelga de Aceralia y las dificultades creadas en los mercados internacionales del acero. Pero a nadie se le oculta que las dificultades de la economía asturiana son de orden estructural. Si Asturias goza hoy de un envidiable bienestar ello se debe en gran parte a las transferencias que recibe del resto de España en forma de pensiones de todo tipo. Cuando los perceptores de estas pensiones desaparezcan (pongamos entre diez y veinte años) el problema de Asturias mostrará su peor cara. Los fondos estructurales de la Unión Europea desaparecerán mucho antes, a pesar de que se prolonguen más allá del 2007. El turismo concebido del modo simplista que se viene haciendo, es decir, como venta de bienes y servicios a una población flotante por motivos vacacionales, no tiene capacidad suficiente para convertirse en uno de los pilares de la economía asturiana, que es lo que esperan los políticos regionales de cualquier partido.

El Instituto de Estudios Turísticos del Ministerio de Industria publicó hace poco los datos sobre la participación de las comunidades autónomas en los ingresos de España procedentes del turismo extranjero. Asturias solo obtiene 76 millones de los 38.000 millones de euros obtenidos durante 2003. Un insignificante 0,2%, porcentaje que no va a experimentar cambios sustanciales mientras que los empresarios asturianos y la administración pública regional no se decidan a producir un turismo diferente del que se produce en las regiones de levante y del sur de España. En anexo incluyo la carta que envié al diario La Voz de Asturias publicada semanas más tarde con cortes caprichosos. Hay acontecimientos aparentemente positivos que se comportan como drogas que anestesian la conciencia de los sectores público y privado del Principado. Entre estos acontecimientos destacaré dos muy recientes, uno relativo al concejo de Taramundi y otro a la región en su conjunto (la información la he tomado del diario asturiano La Nueva España):

Acontecimiento municipal. Taramundi recibe un premio en reconocimiento a su política de desarrollo sostenible. El premio ISR 2004 para municipios de menos de 50.000 habitantes lo concede la Fundación Instituto para la Sostenibilidad de Recursos. Taramundi competía en la última fase con cuatro municipios finalistas: Cuenca, Chiclana, Estella  y Tiana. El premio viene a reconocer a las personas, organizaciones, empresas o instituciones que con su actuación contribuyen de manera relevante al cumplimiento de los principios del desarrollo sostenible.

Acontecimiento regional: El Principado de Asturias expondrá en China su experiencia en turismo rural. El 22 de junio se celebró en la ciudad china de Chengdu (provincia de Sichuan) un seminario sobre turismo rural en el que participó la dirección general de turismo del Principado. El seminario fue organizado por la Agencia Española de Cooperación Internacional y estaba destinado a personal administrativo municipal y regional. Sus objetivos consistieron en la  ampliación y modificación de la mentalidad sobre turismo rural, la identificación de las mejoras necesarias para explotar correctamente el turismo rural en China y la elaboración de una guía de recomendaciones para mejorar el turismo chino.

Bien. Cada uno se contenta con lo que prefiere, y nada hay que de más contento que un premio o un encargo procedente del exterior. Pero ambas noticias son verdaderos cantos de sirena. Mala cosa será que el adormecimiento municipal y regional impida que los responsables (empresarios y gobernantes asturianos) se den cuenta de que, tal y como está hoy concebido el turismo en Asturias, nunca podrá convertirse en una fuente capaz de mejorar significativamente la balanza de pagos regional. La mayor parte de las inversiones que reciben el nombre de turísticas en Asturias, tanto públicas como privadas, no desbordan el mercado regional y cuando lo desbordan solo se hacen presentes en el mercado nacional, casi nunca por no decir nunca, en el mercado internacional a pesar de las costosas campañas que el gobierno del Principado está haciendo en lugares tan poco propicios para enviar turistas a la región como Inglaterra por su similitud climática y paisajística.

Terminaré haciendo un llamamiento a los centros de investigación de Asturias (SADEI, Universidad) para que tomen conciencia del problema y pongan manos a la obra para establecer las bases de una política de inversiones turísticas verdaderamente eficiente, rentable y sostenible. Está en juego la buena fe de los inversores privados que suelen poner en práctica los consejos emitidos por charlatanes que se creen expertos. Para ello, no obstante, tendrán que cambiar el modelo teórico de demanda desde el que se hacen las inversiones en turismo por un modelo alternativo o de oferta, único capaz de orientar las inversiones hacia la creación de empresas que produzcan turismo en la misma región y no solo para el turismo como ahora. La solución, en cualquier caso, se encuentra en planteamientos empresariales capaces de considerar el turismo y sus sectores auxiliares como actividades productivas en sí mismas, dejando en segundo plano en este caso las actuaciones de la política macroeconómica que consideran la economía y la sociedad local, comarcal o regional como un todo sin que ello suponga decir que no se tenga en cuenta. Por no haberse actuado así, las medidas tomadas con respecto al turismo rural no están sirviendo para frenar el éxodo rural ni para propiciar negocios rentables.

En definitiva, el llamado turismo rural no pasa en demasiados casos de ser un constructo teórico aprovechado por las administraciones locales y regionales como solución a la larga crisis del campo español ofreciendo ayudas y subvenciones para una actividad productiva, la prestación de servicios de hospitalidad, que ni siquiera se contempla en sí misma sino como complemento de la actividad agraria. De esta forma, se cometen dos errores de una tacada: primer error, se apoya la viabilidad de unas explotaciones agrarias condenadas a desaparecer en lugar de incentivar inversiones viables y sostenibles, única forma de frenar la despoblación y hasta en ocasiones incrementar la demografía; segundo error, se desenfocan las inversiones en turismo limitándolas a la restauración de casas rurales para aumentar la oferta de alojamiento sin percatarse de que, como ya aconteció en el litoral, la medida no soluciona el problema de las explotaciones agrarias sino que, muy al contrario, tan solo tiene efectos beneficiosos para los residentes en las ciudades cercanas tanto cuando consumen turismo como cuando producen turismo (turoperadores urbanos) o para el turismo (empresarios urbanos con establecimientos de hospitalidad en pueblos o fincas abandonados y rehabilitados ad hoc, como muestra el caso de Valdelavilla en Soria). No obstante, a pesar de que ya ha pasado el tiempo suficiente para tener cierta perspectiva para enjuiciar el fracaso de esta política, muchas autoridades locales y regionales siguen entusiasmadas con ella. Con tan pertinaz actitud solo conseguirán tener que aumentar las ayudas y, de paso, el número de negocios tutelados y condenados a desaparecer. ¿Para cuando parar, mandar y rectificar?

 

 

 

ANEXO

Carta enviada por el autor a La Voz de Asturias el 10 de mayo de 2004

 

Ana María Rodríguez, en carta al director del 10 de mayo se queja de la dificultad de conseguir subvenciones y ayudas para abrir “un hotel o algo similar en Lastres” y se extraña de que el Ayuntamiento de Colunga y el Principado de Asturias digan continuamente que “quieren que se invierta en turismo aprovechando la reciente apertura del Museo Jurásico y la mejora de las comunicaciones gracias a la autovía”. Aprovecho esta carta para hacer algunas reflexiones que pueden ser de utilidad tanto para las administraciones públicas como para los empresarios.

Ana María, como cualquier empresario, está convencida de que abrir un hotel o similar es invertir en turismo. Los funcionarios públicos no dudan de que los gastos en museos, parques temáticos o similares también es invertir en turismo; lo prueba que se haya encomendado la gestión del MUJA a la Sociedad Regional de Turismo, aunque el diputado del PP Joaquín Arestegui lo considere inapropiado. Las mejoras en las comunicaciones son consideradas inversiones turísticas porque facilitan las visitas. De acuerdo con la conceptualización teórica convencional, todo lo que aumenta las visitas por gusto es invertir en turismo. Los expertos también lo creen así: el profesor de la Universidad de Oviedo Luis Valdés Peláez, director del SITA, siguiendo la teoría convencional de la OMT, declara en un trabajo reciente que el turismo es una actividad transversal. Como esta denominación es un eufemismo que nada significa en economía, creo que es preferible decir que el turismo viene siendo entendido como una actividad de consumo o de demanda porque engloba todo lo que necesitan o pueden necesitar los turistas. El problema es que, mientras sigamos considerando el turismo de esta forma tendremos dificultades para saber de qué hablamos cuando hablamos de turismo. Si llamamos turismo a realidades tan dispares como un hotel, un museo, una autopista, un monumento o una festividad no lo entenderemos del modo que permite extraer de él todas sus potencialidades como instrumento generador de riqueza.

Si concibiéramos el turismo como una actividad productiva diferente a cualquier otra, nos daríamos cuenta de lo evidente. El turismo, como cualquier producto, ha de ser producido antes de ser consumido, es decir, ha de ser ofrecido por los que lo producen (los empresarios) antes de ser comprado por otros (los consumidores). Ver el turismo como actividad de consumo lleva a llamar turismo a todo, a un conjunto de bienes y servicios heterogéneos que consumen tanto los turistas como los residentes. Ver el turismo como una actividad productiva diferente a las demás permite comprender que invertir en turismo es invertir y gestionar empresas especializadas que elaboran programas de visita. Cambiando el enfoque nos convenceremos de una vez por todas de dos cosas muy importantes: 1) que en Asturias no se produce turismo sino solo para el turismo. Es decir, se producen bienes y servicios con los que los turistas elaboran el programa de visita que consumirán, y 2) que son cada vez más los visitantes de Asturias los que compran el programa de visita que necesitan después de haber sido elaborado por empresas foráneas, nacionales o extranjeras, las cuales consiguen así aumentar sus beneficios explotando recursos asturianos. En ambos casos, Asturias pierde la oportunidad de obtener la riqueza que obtendría si explotara integralmente sus propios recursos en beneficio de su población.

Moraleja: Asturias debe intentar producir turismo y no solo para el turismo porque no solo se complementan sino que la primera modalidad es la que más desatendida se encuentra a pesar de que es la clave de un modelo turístico maduro. Así lo ha entendido la Cámara de Comercio de Oviedo al proponer a los ayuntamientos de Gijón y Llanes que ofrezcan en los mercados nacionales e internacionales lo que llama “paquetes turísticos” en los que el golf es la “actividad central”. Como investigador del CSIC me he dedicado durante los últimos años al estudio de la economía del turismo. En esta materia he desarrollado un enfoque alternativo o microeconómico que rompe con el nefasto indeterminismo de la oferta que lastra el modelo convencional o sociológico que se aplica desde hace siglo y medio y está obsoleto desde hace varias décadas. Al aplaudir el acierto de la Cámara de Comercio de Oviedo quiero animar a esta entidad a que aplique paulatinamente la fórmula a otras actividades hasta conseguir que se produzcan creativos e innovadores programas de visita elaborados en Asturias con productos y asturianos y con tecnología asturiana. Solo entonces podremos decir que en Asturias se invierte en turismo porque hay empresas que producen turismo.

Nota: Con este reconocimiento envié un mensaje por correo electrónico a la Cámara de Comercio de Asturias a mediados de 2004 sin que hasta la fecha haya recibido ni el más elemental y obligado acuse de recibo. Ignoro por tanto si están actuando empresarialmente en consonancia con el diagnóstico.


[1] Por primera vez en 2004 la ciudad de Mieres, que venía creciendo desde 1960 a costa de la despoblación de su entorno rural y minero, perdió población, un dato que ha traumatizado a su consistorio por cuanto habría sido de esperar todo lo contrario después de la mejora de las comunicaciones con Oviedo y de la ampliación de su Campus Universitario.

[2] Entre 1946 y 1952, es decir, cuando los efectos de la guerra eran todavía bien visibles en España, C. J. Cela viajó por Castilla la Vieja y en 1955 escribió en “Judíos, moros y cristianos” frases como estas: “En el término de Sacramenta aun se ven los restos de Aldelfeleón. ¿Qué soplo habrá azotado a estos pueblos que murieron, igual que una res, en el medio del monte? ¿Qué remota fiebre los habrá diezmado? ¿Qué maldición los secó?” Y, más adelante, comenta: “Navares de Ayuso colecciona despoblados? Pues bien, no sé si las preguntas son mera literatura efectista, pero puede que Cela no ignorara que la muerte de los pueblos no la ocasionan las fiebres ni la maldiciones, sino el llamado progreso tecnológico, a no ser que el progreso sea fiebre, maldición o las dos cosas al mismo tiempo.

[3] Alberto Sessa es más realista y sostiene que el turismo es una exportación de hombres y mujeres. Al margen de tan malsonante consideración, lo cierto es que este jurisperito italiano acierta al situar a la verdadera industria turística fuera de los países que visitan los turistas, a los que equivocadamente se llaman turísticos a pesar de que, por no tener industrias turísticas, se limitan a importar hombres y mujeres. Sessa no ha querido, no ha sabido o no se ha atrevido a sacar todas las consecuencias analíticas latentes en tan acertado planteamiento. De haberlo hecho, se habría situado fuera de la ortodoxia. Antes muerto que hereje, parece haber optado por seguir profesando cómodamente en el seno de la poderosa e influyente comunidad de turisperitos, en la que cuenta con alto y generalizado reconocimiento.

[4] En el caso de Inglaterra es interesante reseñar que la nobleza pasaba el invierno en sus grandes fincas rústicas y algún mes de verano en Londres. Esta costumbre cambió porque las mujeres empezaron a poner impedimentos y excusas a pasar el largo invierno inglés en mansiones llenas de tanta historia y abolengo como de incomodidades insufribles. Desde fines del XIX y principios del XX, la alternancia ciudad-campo cambió drásticamente. La vida pasó a hacerse en la ciudad con cada vez más cortas estancias en las casonas rurales. La ciudad se benefició enormemente y las casonas quedaron abandonadas y poco a poco arruinadas. Después se convirtieron en “hoteles con encanto” para los burgueses que creen imitar a la nobleza. El éxodo rural posterior dejó abandonadas también las viviendas rurales que luego se acondicionaron para los burgueses de menores niveles de renta que también querían hacer lo mismo que los nobles y sus imitadores. En pocas, este es el proceso seguido por lo que hoy hemos dado en llamar turismo rural o en medio rural.

[5] Difuso es el adjetivo que emplean los turisperitos para caracterizar normativamente al turismo rural. Pero difuso en castellano es ancho, dilatado, por lo que no parece tener sentido decir que el turismo rural es o debe ser difuso. Podría responder a una mala traducción del francés, pero diffus en francés es prolijo y propagado.  Deben querer decir que el turismo rural (léase los alojamientos “en el medio” rural) es o debe ser disperso, no concentrado en el territorio. Generalizar esta característica espacial al tiempo no deja de ser un candoroso voluntarismo ya que tiene que ver con la estacionalidad inevitable de la demanda.

[6] Francisco Muñoz de Escalona: Turismo Rural Integrado, una fórmula innovadora basada en un desarrollo científico. Estudios Turísticos nº 121, pp. 5 – 25 (1994). Después de más de diez años de la publicación de este trabajo la situación no ha cambiado. El turismo rural sigue entendiéndose todavía, desde la iniciativa privada, como inversiones en casas de pueblo mejor o peor a condicionada para ofrecer alojamiento, y desde la iniciativa pública, como acondicionamiento de sendas, caminos, señalización, embellecimiento de pueblos, mercadillos medievales y gastos en promoción. Todo ello en el seno del llamado desarrollo sostenible que supuestamente queda garantizado por esta estrategia. 

[7] Existe una Asociación Internacional de Agroturismo promovida por un ingeniero agrónomo que es profesor de una universidad del sur de Italia.

[8] Los conocidos clubes de carretera están “en el medio rural” o en medio del campo pero no se tienen como oferta turística rural. Repito: turismo es un concepto polisémico y como tal impreciso en la literatura convencional. Rural es un concepto impreciso por su ambivalencia. En consecuencia la expresión turismo rural solo funciona como cuasi marca, no como concepto, como quieren algunos.

Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Francisco Muñoz de Escalona "La verdad del turismo rural"  en Contribuciones a la Economía, marzo 2005. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/