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El turismo como producto de orden inferior
Según el Dr. Furió (2001) “el producto turístico puede ser considerado como un bien de orden inferior en el sentido de Menger que satisface las necesidades humanas”, pero, curiosamente, no cualquier necesidad, sino, precísamente, las necesidades que llama turísticas, las cuales, según él, “pertenecen a un conjunto más amplio que pueden denominarse como necesidades de ocio y recreación expresadas por medio de viajes o un corto tiempo de cambio de residencia”. Digamos de inmediato que la utilización, no de cualquier tipo de necesidad, sino de las necesidades que llama turísticas, implica, inevitablemente, situarse en el enfoque de demanda. Al Dr. Furió parece gustarle la expresión necesidades turística ya que la usa muy menudo. Pero lo cierto es que, utilizada en el contexto del pensamiento mengeriano al que recurre, quedan relegadas a las que se satisfacen indirectamente, es decir, con bienes de orden superior, habida cuenta de que, obviamente, derivan de otro tipo de necesidades, las que llevan a realizar algo fuera del lugar de residencia del agente, sea este consumidor o productor. Al añadir el Dr. Furió que las necesidades que llama turísticas, y también necesidades de ocio o recreación, son “expresadas por medio de viajes o un corto periodo de cambio de residencia” está admitiendo implícitamente lo que acabo de decir y negando, al mismo tiempo que se contradice, su propia propuesta de que el turismo es un bien de orden inferior.
En realidad, como el Dr. Furió confunde, como otros destacados jurisperitos, viaje y turismo, afirma que “el cambio de lugar parece ser no solo uno de los atributos definitorios del turismo sino su verdadera esencia”. A continuación matiza y añade: “aunque cualquier viaje o cambio corto de residencia no es definitorio de turismo”
¿Son necesarias más pruebas para evidenciar la ceremonia de la confusión que celebrada por Furió (2001)? Al margen de su no recomendable estilo, su razonamiento atropella las leyes de la lógica y de la coherencia, además de resultar reiterativo y confuso.
Pero, dejando al margen incoherencias y confusiones, debemos seguir con nuestra exposición porque, más adelante, vuelve a insistir el autor en que “podemos reconocer en el producto turístico a un bien de orden inferior en el que se aprecia el cumplimiento de las condiciones expuestas como exigencia por Menger”. Lo más grave es que, al llegar el momento crucial, cuando creemos que por fin nos va a decir a qué llama producto turístico, un momento para el que nos ha estado preparando con ayuda de Carl Menger durante gran parte de su trabajo, nos descubre el Mediterráneo al que mira la ciudad en cuya Universidad se graduó que, “en su componente material, el producto turístico cabe considerarlo como una cesta de bienes”. La frase vuelve a encerrar una flagrante contradicción, pero, curiosamente, vista en el contexto de la literatura convencional, podría suponer un considerable cambio conceptual, ya que confiere categoría de producto turístico a lo que es una envoltura, un paquete o una cesta que encierra en su interior diferentes productos.
Pero sigamos. Cualquier lector mínimamente exigente quedará decepcionado con esta inesperada definición. Recurrir al pensamiento de Menger para terminar descubriendo algo archisabido por los turisperitos, a lo que estos han llegado hace tiempo sin apoyarse en Menger, que el producto turístico es una cesta, presumiblemente turística, claro, en la que alguien no especificado o desconocido ha metido una serie de bienes igualmente no especificados y presumiblemente turísticos, es sinceramente y como poco decepcionante aunque para algunos podría ser sencillamente deshonesto. Pone así de manifiesto el Dr. Furió que la prometida, nueva y original “conceptualización del turismo” que nos había anunciado no le sirve para otra cosa que para repetir por enésima vez la conocida cantinela del turist package que proponen los especialistas en marketing desde hace varias décadas, aunque estos son ciertamente más cautos que él y más condescendientes con quienes detentan la ortodoxia, ya que solo llaman productos turísticos a los servicios (ignoran como es sabido los bienes) que se meten en la cesta o paquete, unos servicios que, dicho sea de paso, son, obviamente, todos ellos bienes de de primer orden según la terminología de Menger y aplicando el enfoque de demanda, los cuales, sin embargo, pasarían a ser, ipso facto, de orden superior si el paquete o cesta se clasifica como bien de primer orden.
Al reconocerlo así, que los bienes de la cesta son de segundo o sucesivos órdenes “en relación con las necesidades turísticas”, Furió (2001) está, en efecto, dando a la cesta o paquete la consideración de un producto que es un conjunto de productos, con lo que se acerca o incluso hace suyos mis propios planteamientos, los que en 1995 había criticado, descalificado y rechazado por ser, en su opinión de entonces, obtenidos por medio de una conceptualización que llamó “aproblemática”, pero ahora, y sin reconocer expresamente, está, al parecer, rectificando aquellas precipitadas, erróneas y desenfocadas afirmaciones. Porque, como es sabido por quienes están bien informados, fui yo quien, ya en 1988, propuse abandonar la inadecuada expresión paquete turístico, impuesta por el marketing con beata asunción del enfoque convencional hace cerca de tres décadas, y sustituirla por la expresión producto turístico o, abreviadamente, turismo, identificado como un plan de desplazamiento circular o un programa de visita. Recordemos que fue esta y no otra la concepción rechazada sin matices hace ahora casi diez años por Furió (1995) afirmando incluso que, ya en su tesis doctoral (1994), había mostrado el autor que “es posible desarrollar una conceptualización alternativa que no presente las inconsistencias” que creía advertir en la mía. ¿Es la de 2001 la conceptualización alternativa y sin inconsistencias que nos tenía prometida? Porque, de ser esta, ni es nueva ni está libre de inconsistencias. Podríamos aplicarle lo que Bertrand Rusell dijo a un estudiante que le pidió su opinión sobre su trabajo: lo que tiene de bueno no es original y lo que tiene de original no es bueno. La propuesta de Furió (2001) está expuesta de un modo superficialmente mengeriano y con ella repite una vez más la conceptualización convencional.
Pero, cuando ya estábamos ante el incitante trance en el que el Dr. Furió se iba a decidir, por fin, a revelarnos su tantas veces prometida “conceptualización alternativa” y libre de las “inconsistencias” que cree ver en la mía, nos sale con la exquisitez de que el producto turístico es una cesta de productos, considerando tal cesta como “un producto mengeriano de primer orden”, y con la revelación sorprendente de que los productos que contiene la cesta son “productos mengerianos de segundo orden” puesto que estos, según él, “no guardan una relación aislada (sic) con la satisfacción del conjunto de necesidades humanas, aunque (adviértase la persistente confusión del autor) muchos de ellos guardan una relación o conexión, mediata o inmediata según los casos, con la satisfacción de amplias necesidades, entre ellas las turísticas”.
Como se ve, basta la simple trascripción de las frases empleadas por Furió para con ellas evidenciar sus flagrantes contradicciones, contradicciones, confusiones y errores de las que no le libra ni siquiera el extemporáneo recurso a la desusada clasificación de bienes que propuso Menger, como ingenuamente creía conseguir.
Pero no quedan aquí las cosas como pudiera creerse. Como ya hemos visto, en opinión del Dr. Furió existen bienes turísticos de primer orden y de segundo orden. Los de primer orden son las cestas turísticas. Los bienes turísticos de segundo orden son aquellos que, “en muchas ocasiones, tienen una relación casual inmediata con la satisfacción de otras necesidades humanas distintas a las turísticas”, frase con la que cae en nuevas y graves contradicciones puesto que si tales bienes satisfacen necesidades inmediatas son de primer orden y si las necesidades que satisfacen no son turísticas entonces no cabe tenerlos por bienes turísticos según el enfoque convencional, sobre todo porque, como afirma él mismo, “es a partir de la relación con la necesidad turística del hombre como se adquiere la cualidad de bienes turísticos”. Podría seguir desgranando las numerosas perlas del collar argumental que Furió (2001) nos ofrece pero no me siento con el ánimo necesario para hacerlo porque entraría en una confusa e irritante sucesión de bienes de órdenes inferiores y sucesivos, de bienes turísticos y no turísticos, mediatos e inmediatos, de la que es urgente librar cuanto antes al paciente lector que haya llegado hasta aquí.
Y, sin embargo, como ya he dicho, a pesar de tanta confusión, lo cierto es que Furió (2001) muestra ciertas aproximaciones a lo que yo llamo economía de la producción turística aunque, obviamente, sin llegar a ella. Y no llega porque, por mucho que haya recurrido a la clasificación de bienes de Menger, repito, sigue anclado en el enfoque sociológico o de demanda, y por ello termina cayendo en inevitables confusiones ya que la clasificación de Menger lleva implícita, como ya hemos visto, evidentes referencias al proceso de producción aunque esté fundada en el sujeto o agente consumidor.
Debo terminar este apartado diciendo que ignoro si el Dr. Furió ha aplicado alguna vez lo que llamó hace años “enfoque de enlaces”, si lo ha abandonado por el enfoque mengeriano, si cree que con el “enfoque de demanda” es posible aplicar el análisis microeconómico al turismo, o si se ha convertido de repente al “enfoque de oferta”. Lo que puedo decir es, como diría un especialista en marketing está posicionado en “tierra de nadie” o, lo que es lo mismo, en “tierra de todos” porque arrastra toda la ganga de la peor literatura que se hace con el enfoque de demanda, sin defenderlo, y sin decantarse por el enfoque de oferta, el cual le habría llevado a ocuparse de la función de producción, aunque solo fuera de la forma sesgada y enmascarada que laye en la terminología mengeriana. Una terminología que da la impresión insoslayable de que acude a ella tan solo para intentar dar visos de originalidad a un planteamiento que no es otro que el convencional. |
Francisco Muñoz de Escalona
Producción y consumición de turismo: ¿diacronía o
sincronía?