febrero 2005

ISSN 16968360

Conrado Aguilar Cruz
Naturaleza del cambio tecnológico y el crecimiento económico













 



La competitividad de las naciones en un enfoque convencional

 

En el enfoque convencional sobre el comercio[1], las ventajas comparativas, resultantes de un mercado exento de intervención pública, son las que determinaban el grado de intercambio comercial y fuente de crecimiento económico de los países. De acuerdo con esta teoría, cada país se especializa en la producción de aquellos bienes que pueden ser producidos a un menor costo relativo con relación a los costos de producción en otros países. Introduce en su análisis elementos como el costo absoluto o el costo relativo para explicar que un país tiene más ventajas en el comercio internacional de productos. Adam Smith (1837) destaca la importancia del libre comercio para aumentar la riqueza de todas las naciones que comercian en los siguientes términos:

...es la máxima de todo jefe de familia prudente, nunca tratar de producir en casa lo que le costaría más producir que comprar. Si un país puede proveernos de un bien más barato de lo que nosotros mismos podemos producirlo, es mejor comprárselo con alguna parte de la producción de nuestra propia industria empleada en una forma en la cual tengamos alguna ventaja (Smith 1837: 424-426).

A esto, él le llamó “ventaja absoluta” debido a que cada país podía producir un bien a un costo absolutamente menor que el otro. En contraste con la propuesta de Smith, David Ricardo señala que solo es posible obtener una ventaja comparativa si ésta se basa en el requerimiento de trabajo para la producción de un bien. La ventaja comparativa, en oposición a la ventaja absoluta, es un término relativo. Esencialmente se utiliza la misma desigualdad para determinar la ventaja competitiva de cada país. Señala que  cuando cada país se especializa en la producción de aquel bien, en el cual tiene una ventaja aun cuando no sea absoluta, el producto total mundial de cada bien aumentará (Chalcholiades 1982:23, citando a David Ricardo, 1821).

Este enfoque establece el precedente en el estudio de los factores para la determinación de la competitividad de las naciones, aun cuando no explica porqué existen las diferencias en los costos comparativos y su relación con las funciones de producción de cada país, sí plantea  que las diferencias comparativas  radican en la productividad del trabajo, es decir, en los diferenciales basados en el uso de la tecnología, aunque asume tácitamente que la tecnología es un factor disponible en un mercado de competencia perfecta.

Recientemente, el enfoque tradicional del comercio desarrolla su análisis en el modelo de Heckscher-Ohlin. Este modelo permite la predicción del patrón de comercio con base en características observables de los países que comercian. Supone que la tecnología y los gustos son semejantes entre los países y atribuye la ventaja comparativa a diferencias en las dotaciones de factores.

Propone que la dotación factorial define la función de producción y se convierte en el determinante decisivo de las ventajas comparativas, por lo cual, un país logra alguna ventaja comparativa en la producción de aquel bien en que usa más intensamente el factor más abundante del país y en esa medida debe especializarse en aquellas actividades donde tal recurso es abundante.

En esta perspectiva, sin lugar a dudas, la dotación factorial y la ventaja comparativa son dos elementos muy importantes para orientar la producción y para el comercio internacional, pero en la actualidad el comercio mundial presenta una serie de características y complejidades que no son analizadas por la teoría convencional del comercio[2], los supuestos de competencia perfecta son inoperantes y alejados de la realidad. Investigaciones empíricas recientes muestran que:

...existen diferencias fuertes entre países y que las innovaciones tecnológicas, por ejemplo, surgen en realidades específicas y que su transferencia no es una cuestión simple, porque la dotación de recursos y de niveles de ingreso por habitante entre otras razones las dificulta [y] buena parte del comercio se establece por grandes empresas que, habitualmente, reciben apoyos –abiertos o disimulados- de sus gobiernos (Solleiro, et al 1997: 22).

Al respecto, Del Valle (2000) señala que en estos tiempos de globalización-regionalización, los procesos industriales están dirigidos por las empresas transnacionales ahora globalizadas, su análisis muestra que existe una tendencia hacia la integración vertical de todas las fases del ciclo industrial, donde el papel del Estado incide en la difusión de un modelo tecnológico para desarrollarla mediante una política de innovación inducida, crédito, investigación y extensión (Ibid.:24).

El enfoque clásico del comercio internacional omite en su análisis la existencia de diferencias importantes entre los países y entre las regiones que determinan su potencial de desarrollo y que las innovaciones tecnológicas no son un fenómeno lineal y simple, es decir, surgen en realidades particulares y su transferencia se encuentra sujeta a condiciones particulares que nada tiene que ver con escenarios de competencia perfecta. Al respecto Jasso (1999) señala que:

Una de las limitantes de estos enfoques es que no consideran la posibilidad de que se generen procesos de asimilación, adaptación y aprendizaje de la tecnología transferida, que implican el reconocer a la tecnología como un factor endógeno al sistema productivo (Ibid.:4)


[1] El pensamiento clásico esta representado, principalmente por Robert Torrens (1808, 1815), David Ricardo (1821), Adam Smith (1837) y J. Stuart Mill (1902) (Chacholiades, 1982).

[2] Por ejemplo, la paradoja de Leontief  demostró que buena parte de las exportaciones de EUA eran intensivos den mano de obra y no en capital, como era de esperarse de una economía industrializada.