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"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
¿”El misterio del capital” o pescando en río revuelto?
Jorge Mera Pérez (CV)
jorge_mera en yahoo.com
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Mera Pérez, Jorge: "¿”El misterio del capital” o pescando en río revuelto?" en Contribuciones a la Economía, agosto 2004. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/
Resumen
Se trata de un texto crítico breve sobre un best seller, como lo viene siendo “El misterio del capital” de Hernando de Soto. (Ver http://www.eumed.net/cursecon/textos/soto-misterio.htm) No es la primera vez que el acartonado economista trae consigo una propuesta de revolución económica para la superación de la pobreza en los países en vías de desarrollo, desde una readaptación de los sistemas de propiedad legal del tercer mundo. La abierta crítica al marxismo como teoría económica en este libro, a nuestro juicio, no esconde más que un marxismo soslayado y light, en el cual se superpone la categoría trabajo por el de legalización de la propiedad como generador de la riqueza. Aunque con ello no reclamamos una impostura necesariamente de la teoría marxista, si hay por lo menos una recurrente superposición y parafraseo de las principales categorías marxistas pero que tienen como única finalidad llevar a demostración las ideas prefijadas del autor. Pero lo que realmente nos preocupa es que la puesta en práctica de las propuestas del autor puede crear una apropiación “legal” de muchos pequeños propietarios productores y peor aún de propietarios de sus viviendas, la mayor parte de ellos casi indigentes.
Versión actualizada en septiembre 2004.
“La economía política procura, por principio, mantener en pie la más grande de las confusiones entre la propiedad privada que se funda en el trabajo personal y la propiedad privada capitalista –diametralmente contrapuesta–, que se funda en el aniquilamiento de la primera”.
Karl Marx.
Hernando de Soto (HdS), el nuevo ideólogo del liberalismo periférico, el Robin Hood de Latinoamérica nos trae nuevamente una idea innovadora y avasalladora para salir de la pobreza en los países en vías de desarrollo; su propuesta revolucionaria esta imbricada en el sistema de propiedad legal, es decir, insiste en la idea del contrato y la resolución de la pobreza vía decreto. Pero ¿cómo HdS vincula estadística, historia y economía política para explicarnos algo tan evidente como mundano –es el misterio de nuestra pobreza–, que es la falta de reconocimiento de la propiedad legal de lo que tenemos, según él, sin tenerlo?[1]
Pero ¿cómo, por qué y dónde descubre nuestro Robin Hood el misterio del problema y por lo tanto su solución? Comienza preguntándose:
“¿por qué la génesis del capital se ha vuelto tal misterio? ¿por qué los países ricos del mundo, tan prontos a la hora de dar consejo económico, no han explicado lo indispensable que resulta la propiedad formal para la formación del capital? La respuesta es que el proceso interno mediante el cual el sistema de propiedad formal descompone activos en capital es sumamente difícil de visualizar. Yace oculto en el engranaje que articula las miles de piezas de legislación, estatutos, reglamentos, e instituciones que rigen el sistema. Cualquiera atrapado en el embrollo legal se vería en apuros para descifrar el real funcionamiento del proceso. La única manera de apreciar este proceso es desde fuera del sistema, del sector extralegal, que es donde mis colegas y yo hacemos la mayor parte de nuestro trabajo”.
Es decir que para HdS el pensamiento científico sobre la complejidad de la dinámica de la sociedad capitalista sobre esta parte del mundo (o para este lado del capital) no es más que falta de audacia para sortear la burocracia y para desentrañar la eficacia legal. Contabilizar la pobreza, sistematizar la miseria, hacer sociografía de los marginados y presentarnos sumatorias de ello como “capital muerto” son los elementos empíricos sobre los cuales HdS nos plantea el descubrimiento de su misterio. Pero entonces ¿cuál es realmente “El misterio del capital” de HdS? Vamos a intentar desnudar lo que realmente nos propone pero desde lo que el tanto teme y que considera ahora un fantasma, a decir de HdS, “el fantasma de Marx”:
“No podemos subestimar el poder latente de la teoría marxista en un tiempo en que las masas con poca esperanza están buscando aquella visión integradora del mundo que mejore su crítico panorama económico. [...] El pensamiento marxista, en cualquier forma que reaparezca –y lo hará– aporta una serie de conceptos muchos más poderosos para intentar resolver problemas políticos del capitalismo fuera de los países avanzados que los del pensamiento capitalista”.
En el fondo HdS juega la guija invocando el fantasma de Marx, desde su teclado, claro está (en esta suerte de taquigrafía historiográfica que es su libro), puesto que nuestro autor en ningún momento deja de tener como referente el marxismo, subrepticiamente, con soslayo impostor, con elaborados florilegios sobre “El capital”; o mejor dicho, las categorías reelaboradas de éste para argumentar favorablemente en su propuesta. Y en ese intento lo más sobrecogedor resulta siendo que nuestro autor cambia el paso de los activos al capital como generador de capital en vez del trabajo propiamente dicho. En realidad HdS empieza jugando Mad Sciencie, y termina haciendo magia: y nos dice voici! he aquí el misterio; luego, haciendo malabares historiográficos, de estadística en bruto, nos dice, voila!, esta todo resuelto vía decretos.
Vallamos al punto. HdS y su equipo valoriza unidades que sólo tienen valor comercial visto como un todo; es decir, como gran propiedad, y en ese sentido, tienen valor sólo cuanto sean apropiados por el gran capital. Las propiedades individuales que él contabiliza, en sí mismas no tienen más que valor de uso para quienes las poseen y por lo tanto, su valor comercial sólo es posible si es que concentramos tales propiedades con la finalidad de que con ello se pueda crear un mercado inmobiliario, vía la hipoteca bancaria, por ejemplo. HdS si distingue bien el valor de uso y el que el llama “valor comercial” de las propiedades, más exactamente y en rigor, valor de cambio, sólo que él habla de –para dar cuenta de este doble sentido del valor– “vida paralela” [pág. 69-70], que en las sociedades desarrolladas tendría la propiedad privada y que no tendría en los países subdesarrollados. Obviamente, en los primeros señala la propiedad privada capitalista (bienes raíces, mercado de compra venta de inmuebles, valores de cambio) que compara con la propiedad privada individual de los segundos (viviendas individuales, pequeñas propiedades destinadas al cobijo, o simplemente a uso familiar, valores de uso)[2]. HdS confunde el acceso a la vivienda como derecho fundamental que es en cualquier sistema jurídico, incluso en un sistema comunista, con un mercado de bienes raíces que es consecuencia de condiciones generales que están más allá de las formulas legalistas y que solo en las sociedades de capitalismo avanzado es desarrollado. Por lo mismo, cotizar unidades familiares en quinientos o mil dólares no tiene sentido alguno: ¿quienes las comprarían? ¿otros miserables como los que pretenderían despojarse de éstas? ¿qué pobre ahorraría quinientos dólares para comprar tal vivienda? ¿qué pobre se despojaría de su vivienda por la que ha arriesgado su vida en una invasión y que luego pelea por mantenerla casi hasta rendre son dernier souffle (en la obtención de servicios básicos)? Al parecer, tales viviendas sólo podría adquirirlas un banco, pero obviamente, no una o dos viviendas, sino todas, por que sólo así tendría sentido tal “adquisición”. Y he aquí la trampa, sólo falta la ley a la que aspira HdS.
Ahora vallamos a su argumentación histórica. HdS, confunde la propiedad con los procesos de apropiación. Trae ejemplos de siglos anteriores, para el caso, la “de los invasores estadounidenses”. Históricamente, los norteamericanos originarios eran trabajadores de sus propias “propiedades” individuales, no hay distinción entre propietarios de tierras y trabajadores, o mejor dicho, son lo mismo; son unidades productivas que producen para su propio sostenimiento; además, antes que viviendas son propiedades de producción: fincas, terrenos, aldeas productivas, que se autosostienen. Allí, no hay capitalismo; hay propietarios individuales. Incluso, ni siquiera se trata de propiedades sino de apropiaciones: el piel roja no podía denunciar por el atropello a su territorio. El capitalismo surge cuando se empieza a producir para despojarse de todo lo que se produce y el autoconsumo no es leit motiv sino más bien un accidente del proceso productivo[3]. Es la gran concentración de la propiedad privada la que permite el desarrollo del capital y ello sólo es posible estrangulando las pequeñas propiedades a través de la apropiación, en la que el Estado, a través de su indumentaria legal, permite primero y consolida después. Aunque este regreso historiográfico al que alude de HdS, medio de contrabando, no nos dice mucho en sociedades subdesarrolladas donde la propiedad –en todas sus formas– esta ya bien delimitada, fully-fledged[4]. Por lo mismo, los invasores pueden y de hecho lo hacen, dar la vida por nuevas propiedades, y más exactamente apropiaciones violentas, o los invadidos defender a ésta a capa y espada. Los primeros actuando abiertamente en el plano de lo ilegal –no extralegal como nos lo propone el autor– y los segundos haciendo uso de la legalidad vigente.
Ahora veamos como nuestro autor enfrenta el problema de las clases y lo que las hace diferentes: “hoy la diferencia entre los países avanzados y el resto del mundo es, en buena medida, la diferencia entre países donde la propiedad legal está difundida y países donde las clases están divididas en dos: quienes pueden fijar los derechos de propiedad y producir capital y quienes no pueden”; claro que tal argumentación resulta desconcertante. Primero, reconoce que en la periferia hay “diferencias” de clases, aquellas que poseen la propiedad de las que no, pero de su anterior argumentación ¿qué debemos entender por propiedad? ¿las viviendas? ¿los medios de producción? Obviamente, lo que hace la diferencia entre una clase y otra es la propiedad de los medios de producción no que unos tengan viviendas y otros no o que quienes la tengan y los que para venderlas, sus viviendas, tengan engorrosos problemas administrativos. ¿Y por qué tal diferencia sólo existiría en los países pobres? ¿Acaso en los países ricos sólo hay clases que poseen, o mejor dicho, todos son poseedores? (¿y de la misma manera?) Y reflexionando con el autor, si todos son propietarios de alguna vivienda, hace de todos propietarios como si lo fueran de los medios de producción? Hay pues clarísimas distorsiones en estas argumentaciones, el autor no distingue siquiera propiedad privada individual de la propiedad privada capitalista o reduce la primera a ésta última (cuando habla de las sociedades desarrolladas) o viceversa (cuando habla de las sociedades subdesarrolladas); reconoce que hay diferencias de clase pero ¡como si tal diferencia sólo existiera en el derecho en relación a la propiedad pública o del Estado respecto a la propiedad privada en general!
Para HdS la acumulación primitiva del capital debe manifestarse de la misma manera para sabernos en una lucha de clases: “la expropiación a pequeños propietarios de sus medios de subsistencia, el acceso a derechos de propiedad privada a partir de privilegios feudales, el robo de tierras comunes, la esclavización de poblaciones aborígenes, el saqueo a los conquistados y la “cacería comercial de pieles negras”... tales condiciones son difíciles de repetir hoy” nos dice autoconsolándose nuestro ideólogo. Las últimas invasiones violentas en Medio Oriente podrían parecer excesos en la lógica de HdS y no la naturaleza misma de un sistema que incluso ha adormecido la violencia ajena para poder enfatizar en el monopólico uso de su tecnología y de un sistema legalista. Para nuestro autor todo esta en las leyes por ello ya no hay explotación puesto que “la mayoría de países suscriben hoy tratados como la declaración Universal de los Derechos del Hombre ...” pero, pero pero, nuestro Robin Hood olvida que la sociedad referente de su argumentación teórica, histórica y política, los EEUU, no firma tratado alguno que no sea comercial o militar[5] y hay una sistemática negativa a comprometerse en todos aquellos tratados que consideren los Derechos Humanos e incluso de protección ambiental. Nunca estuvieron tan separados los Derechos Laborales de los Derechos Humanos; la insistente condición de inmigrante (legal o ilegal) con la que rotula el primer mundo a la clase trabajadora de la periferia confunde a los ideólogos que no quieren ver que los que migran lo hacen para trabajar, y trabajan, y que la condición de inmigrante no es más que una membresía indeseable usada por algunos para evadir responsabilidades con la clase trabajadora. Por lo mismo, HdS se esmera también en soslayar al trabajo como generador de riqueza.
HdS, cuando señala entonces que los americanos originarios fueron también un país subdesarrollado nos conmueve[6]. Pero el drama termina cuando nos propone, entre otras cosas, vender también la idea, que necesariamente es concomitante a su descubrimiento intelectual, que todos podemos ser capitalistas. Esto nos recuerda más o menos esos cursos intensivos de liderazgo que nos dicen que “todos podemos ser líderes” en el maniqueo juego del “todos” potencial con el todos “general”; sí todos somos líderes ¿a quienes vamos a liderar?. Pero todo esto tiene su origen en reducir el desenvolvimiento económico capitalista a su forma dineraria; concebido de esta manera el capital, “todos” podemos asirnos de él, es cuestión de saberse tirar a la piñata[7].
Pero el punto capital de su argumentación ya no es parafrasear a Marx con un lenguaje moderno y light, sino en haber intercambiado el trabajo humano como generador de capital y por lo tanto plusvalía –en la teoría marxista–, por el paso leguleyo de la descomposición de activos en capital para generar capital y excedente. Es muy vaga la referencia al trabajo en el texto, y cuando ello sucede nuestro autor lo llama “valor excedente”.
Resumiendo entonces, lo que sorprende en HdS es el énfasis en el que sólo parece querer distinguir la propiedad privada de la pública; sin embargo, obvia lo más importante, distinguir en cuanto a la primera, la propiedad privada individual de la propiedad privada de los medios de producción. Es decir no distingue la ropa de su closet de uso personal de las miles de prendas Pierre Cardin de una fábrica, producidas solamente para despojarse de ellas en un intercambio comercial, y mucho menos distingue, toda la maquinaria que la produjo y el trabajo que la posibilitó, aunque en su caso, éste último deja de ser tal para convertirse en “valor excedente”[8]. Así, además, en la historia que él nos cuenta la apropiación, la subsunción, la explotación, son cosas del pasado evidentes en un capitalismo primario y lejano, en el que tiene cabida un marxismo libertario y caduco, más no el actual, ya que sus contradicciones se pueden salvar vía carta notarial.
Esta aparente inconsciente y desatinada lectura del proceso de apropiación y de la propiedad privada en general tiene sus riesgos en la praxis política pues con ella se puede desencadenar una nueva concentración de propiedad privada articulada primero al capital financiero de la banca y luego a la gran propiedad inmobiliaria urbana o en la concentración de tierra en el campo a costa de un despojo sutilmente elaborado.
HdS recae en el ya recurrente argumento que evidencia más su culpa que un posible alo de rigor que es el uso insufrible de la categoría “pobreza” y por lo tanto de “los pobres” para dar cuenta de un problema social a partir de un rotulo moralista, teóricamente en el aire pero políticamente favorable y sobre todo oscura para cualquier propuesta teórica.
Hay una fuerte y recurrente idea propuesta, muchas veces de soslayo, que es que en los países en vías de desarrollo la propiedad no esta protegida por la legalidad o en todo caso, tal relación de legalidad y propiedad es engorrosa. Pero para nuestro Robin Hood ello no es consecuencia sino causa. Contrariamente a lo que propone HdS, el Perú es un país de propietarios, reconocidos por el derecho [9] y por los hechos.
En general, la propuesta de HdS es una propuesta intelectualmente desaliñada, políticamente sospechosa y teóricamente insostenible. Algunas tautologías olímpicas de su libro nos pueden ayudar a comprender tal tendencia : “ En este libro intento demostrar que la gran valla que impide al resto del mundo beneficiarse del capitalismo es la incapacidad de producir capital”. Para HdS los pobres son capaces de ahorrar y por lo tanto, es posible “contabilizar la pobreza” o mejor dicho cuantificar lo que traen puesto los pobres.
Para HdS el capital tiene más de fenómeno natural que condición histórica social, y sólo se trataría pues de desencapotar lo oculto, de ir al corazón del capital transformándolo en activos a través del reconocimiento legal de propietarios[10]. Para HdS el hombre es naturalmente egoísta y de esa naturaleza es que surge el capitalismo. Nuestro autor se juega su última carta, usando una audaz analogía: “A diferencia de los tigres y los lobos, que enseñan los dientes para proteger su territorio, el hombre, físicamente mucho más débil que las fieras, ha usado la mente para crear un entorno legal –la propiedad– que protege su territorio” [pág. 245-246]. No ha visto los pleitos de jurisdicción, los pleitos de tierras comuneras, etc. O bien, olvida que su sociedad referente protege su propiedad imperial a costa de portaviones.
Como sabemos, esta no es la única propuesta en la que HdS recurre al derecho, a la legislación en búsqueda de la solución de los problemas económicos de la región. Curiosamente, cuando cita su anterior trabajo dice de él que “permitió que el Estado recuperara mil doscientos millones de dólares (“El Otro Sendero”), pero ¿ese era el objetivo de su trabajo o que los pobres se capitalizaran? Podríamos resumir el misterio, no del capital, sino de HdS, en una frase: “Lo que nos propone HdS es el hecho que si traemos con nosotros más relojes vamos a poder contar con más tiempo”.
[1] Sintomáticamente, las ideas entre revolucionarias y revoltosas de HdS, coinciden en el tiempo y más curiosamente en el espacio, con esta nueva hazaña de los políticos latinoamericanos de querer privatizarlo todo. Esta propuesta pues, cuya argumentación esta basada en la propiedad privada de los pobres, es un modo de decirles a ellos que la privatización de las grandes empresas públicas es legítima y necesaria y que de modo alguno ellos también forman parte del mercado y de la misma manera, pero en menor escala. ¿Se tratará acaso de una mentira piadosa?
[2] En una sociedad capitalista desarrollada todo valor de cambio [“valor comercial” para HdS] es valor de uso, y viceversa, o lo ha sido en algún momento. En una sociedad de capitalismo subdesarrollado, sucede también lo primero, pero el valor de uso no necesariamente adopta un valor de cambio. En el caso de la propiedad de los pobres, ésta no puede entrar en el circuito capitalista per se, o ello sucede en situaciones extremas; ningún pobre adquiere, de una u otra forma, su vivienda –que además HdS la confunde como propiedad a secas”– para despojarse de ella, la adquiere para habitarla, como de hecho lo hace cualquier ciudadano en cualquier parte del mundo, sólo que un ciudadano del primer mundo la adquiere en un mercado inmobiliario, donde además tal mercado es uno más de muchos otros; un pobre del tercer mundo no tiene impedimento legal alguno para entrar al mercado inmobiliario, incluso como rentista, su impedimento es de otra naturaleza.
[3] HdS también hace un deslinde tortuoso entre la propiedad privada individual y de la propiedad privada capitalista, pero entre líneas; a la letra dice “¿Qué es lo que fija el potencial de un activo para que él pueda poner en marcha una producción adicional? ¿Qué es lo que desprende valor de una simple casa y lo fija de forma tal que le permite generar capital?” [pág. 74]. Y ensaya respuestas en un balbuceo cada vez más ambiguo como si lo engorroso fuera el problema y no el modo como opera su argumentación en el misterio que pretende desencapotar.
[4] Por lo mismo es posible que en una sociedad como la brasileña podamos hablar de “los sin tierra”, o mejor dicho de los que no tienen propiedad de la tierra pero que creen con derecho a tenerla.
[5] Actualmente hay una confrontación entre Europa y los Estados Unidos; los primeros conminan a éste último para que acepte primero y respete luego los Tratados de Derechos Humanos; Estados Unidos contesta, a través de su ideólogo Kagan, que la Unión Europea no tiene el poder militar de los EU y que no es la ética la que lleva a proponer tales tratados y mucho menos a cumplirlos, sino su debilidad militar.
[6] Es interesante este lapsus de HdS. Pensar que ya entonces, en el tiempo de los americanos originarios, tales estados podrían desarrollarse de un modo y no de otro evidencia futurología del pasado y resignación por el presente. En estricto sentido todos los países son subdesarrollados aun los que se autoconciben como la forma acabada de la historia, con sus ideólogos proponiéndonos el fin de ésta. De cierta manera, todas las sociedades siguen desarrollándose en todos los tiempos y espacios y cuyo devenir al menos en el largo plazo, resulta desconocido. La relación desarrollo-subdesarrollo sólo es una evidencia de lo desigual del sistema y no la naturaleza de las cosas.
[7] De modo alguno las ideas de HdS son de la Edad Media, puesto que en ese entonces la barrera entre la clase que posee los medios de producción, la clase propietaria de éstos, mantiene alejada a la clase no propietaria a través de las leyes, tienen a éstas como barrera casi naturales, por lo tanto, cambiar las leyes era transformar la posesión de la propiedad. En la sociedad moderna capitalista los no propietarios no tienen ningún impedimento legal de hacerse propietarios de los medios de producción, la barrera es económica no legal. Nuestro autor insiste en hacernos creer que se trata de un impedimento legal.
[8] En muchos medios se utiliza el término “valor agregado” para hacer referencia al trabajo humano; y sí, en un contexto donde la oferta de mano de obra sobrepasa abruptamente su demanda, el trabajo aparece no sólo agregado sino accesorio y ya no el generador mismo del capital.
[9] Un ingrediente político clave, quizá el más importante en estas latitudes, y que el gobierno de la pasada década cuidó mucho en sazonar, es el de no involucrar a la propiedad privada. Alan García lo hizo, en sus distintas formas, y fue con la intención de apropiación de la Banca el comienzo de su declive. El siguiente en cambio se cuidó de no cometer tal error y a pesar de apropiarse de los medios de comunicación lo planteó como entre privados: Fueron Ivcher contra los Winters quienes pelean por la propiedad del canal 2, al menos en y para el derecho, y también para los medios; en los hechos la historia era otra. Lo propio sucedió con el llamado proceso de privatización de la empresas públicas sobre la cual nos hace falta una “comisión de la verdad”.
[10] El éxito de Microsoft suele pensarse como resultado del éxito individual, personificado en Bill Gates, y para el autor, también en “los sistemas de derecho de propiedad basados en contratos sociales fuertes y bien integrados” Pág. 248. En los hechos, el monopolio en la producción del software de Microsoft tiene todo un respaldo legal extraregional, continental y planetario de defensa de derechos de autor, pero no es ello lo que ha permitido a B. Gates la acumulación extrema de riqueza (¿o sólo la pobreza resulta extrema?) sino que también en la producción de ésta hay una comunidad productiva, pionera y acorde con el conocimiento y la tecnología digital. En el nuevo marco jurídico para la producción, el uso, la comercialización de software, creado por comunidades vanguardistas en tecnología, la sagacidad resulta siendo lo de menos en la conquista del éxito. Además, es un éxito compartido y coludido con los productores de hardware; el cambio de versiones de los sistemas operativos Windows y sus aplicativos corre paralelo al aumento en la velocidad de los procesadores, y todo el hardware en cuestión, son co-dependientes, pero tal co-dependencia no es en absoluto espontánea.
Definitivamente, estamos en una transfiguración de la primacía de una forma de propiedad respecto de otra, de la propiedad industrial a la propiedad intelectual, de la revolución industrial a la revolución digital, y con ellas, de las formas de apropiación, de la violencia de la expropiación, los privilegios feudales o de castas, el robo de tierras comunes, la esclavización de poblados aborígenes, el saqueo a los conquistados, el robo de tierras comunes, etc. y de todas aquellas formas que HdS ya no teme, a las formas elaboradas de la legalidad, y no por ello más modernas que las de usanza medieval.