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"Contribuciones a la Economía" es una revista
académica con el
Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360
EL TURISMO COMO OBJETO DE CONOCIMIENTO
¿PRACTICISMO O ACADEMICISMO?
Francisco Muñoz de Escalona
Ex – Científico Titular del CSIC
Para citar este artículo puede utilizar el
siguiente formato:
Muñoz de Escalona, Francisco: "El turismo como objeto de
conocimiento" en
Contribuciones a la Economía, noviembre 2004. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/
El pensamiento crítico no tiene sitio en esta aldea global. Pero conviene ser heterodoxo y decir la verdad de vez en cuando porque si no practicamos se nos va a olvidar como se hace.
Benigno Pendás
Las ideas y las creencias en turismo
Los expertos gustan de repetir una y otra vez que el turismo es la primera industria en España y, por si fuera poco, en el mundo. Uno de los últimos en decirlo ha sido la economista del Servicio de Estudios del Banco de España Soledad Bravo (ver La competitividad del sector turístico, Boletín Económico, septiembre 2004. En su opinión, el sector turístico “se ha configurado como el primer sector productivo nacional”. Si le preguntáramos qué es lo que produce el sector turístico responderá “que el producto comercializado (sic) es fundamentalmente la ‘experiencia turística’ y está compuesto no solo por la cesta de bienes y servicios que consumen los turistas sino también por el grado de satisfacción (!) de las expectativas que albergan cuando eligen un determinado destino”. Para un economista resulta atrevido dar esta respuesta y sostener a continuación que se tropieza con “la complejidad y la dificultad de cuantificar algunos de estos aspectos (!), de naturaleza tanto objetiva como subjetiva”.
Nadie ha puesto aún en duda tan manido lugar común ni se ha extrañado de este tipo de respuestas porque, al parecer, nadie se ha percatado todavía de que, concebido desde el turista, la oferta está formada, en el mejor de los casos, por un conjunto heterogéneo de actividades productivas. Por esta razón la respuesta de Bravo y de la comunidad de expertos implica, en el mejor de los casos, concebir subliminalmente el turismo como una rama específica de actividad del sistema productivo. En coherencia con la concepción teórica generalmente admitida, la oferta en la economía del turismo está formada por tantas ramas productivas como tiene el sistema de referencia. En la práctica, esto se olvida (¿deliberadamente?) y solo se consideran las ramas que en cada país se orientan a satisfacer las necesidades de los turistas aunque sea evidente que también satisfacen las necesidades de los noturistas. Acontece en último extremo, que la oferta en economía del turismo está compuesta por las ramas productivas que previamente han consensuado los expertos, entre las que unas, las menos, son “totalmente” turísticas, y otras, las más, “parcialmente” turísticas.
A los efectos de mi tesis, clasifico a los expertos en turismo en dos grandes grupos. Aunque ambos miden el turismo de un país teniendo en cuenta el número de turistas, al grupo hegemónico de expertos le basta consultar la magnitud de este indicador para enjuiciar la situación del “sector” porque se decanta por un modelo de desarrollo sostenido, modelo que no tiene en cuenta las limitaciones impuestas por el agotamiento de los recursos naturales no renovables. El segundo grupo, menos numeroso pero en aumento, además del indicador citado tiene en cuenta los posibles efectos nocivos del turismo sobre los recursos naturales y culturales del país visitado porque se considera partidario de un modelo de desarrollo sostenible, modelo que sí tiene en cuenta los límites físicos del crecimiento y al que para evitar confusiones deberíamos calificar como soportable o defendible y, al primero, como insoportable o indefendible. Los expertos del primer grupo son en general empresarios, funcionarios y políticos en ejercicio o en la oposición. Entre los del segundo grupo abundan los investigadores que trabajan en universidades y otros organismos públicos de investigación. Son defensores de la estrategia de desarrollo alternativo que se ha dado en llamar sostenible o sustentable, en griego aiforos, de ai, siempre, y foros, llevar, lo que se mantiene o puede llevarse o mantenerse siempre, tanto hoy como mañana.
Los calificativos sostenido y sostenible, o sustentable, tienen significados lingüísticamente sinónimos pero han sido cargados de intencionalidades y significados contrapuestos. El diario El País, haciéndose eco hace unos años de los primeros síntomas de la aparición en España de la llamada crisis del turismo, publicó el día 28 de julio de 2002 la opinión de dos expertos. Uno de ellos, Antonio Serrano, catedrático de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Valencia, pertenece al segundo grupo como pone de manifiesto el título de su trabajo: ¿Realmente sostenible? El otro, Juan Costa Climent, entonces Secretario de Estado de Comercio y Turismo, titulaba su trabajo Un sector de futuro, lo que permite adscribirlo al primer grupo. Los títulos elegidos por los dos articulistas son un buen reflejo de los planteamientos de cada grupo. Un día después de publicar los artículos citados, el diario madrileño insertó el editorial titulado Turismo en baja en el que combinaba argumentos de los dos artículos adobados con ideas de cosecha propia.
Es curioso que los autores de los tres artículos acepten sin pestañear que el turismo “es una de las actividades económicas más importantes en España”, al decir de A. Serrano, una actividad que se sobreentiende que es productiva y que curiosamente se compone de varias “actividades relacionadas” según Soledad Bravo. Según el INE, el turismo aportaba en 2001 el 12% del PIB y el 10% del empleo, datos que repite sin pestañear el editorialista. (En 2002 la participación en el PIB ha bajado al 11%, mientras la participación en el empleo sigue siendo la misma, según la Cuenta Satélite del Turismo, lo que parece indicar también un descenso en la “productividad” por persona empleada) Serrano criticaba en su artículo la estrategia que se viene siguiendo en España desde los años sesenta porque cifra el éxito del turismo en el crecimiento continuo del número de turistas. Se trata, en efecto, de una estrategia de cantidad que prioriza los intereses del sector inmobiliario, aun a costa de la ocupación intensiva de suelo que comporta, y del peligro de deterioro del patrimonio natural y cultural, lo que, en efecto, según los datos del INE, hace que el sector inmobiliario no solo no sea una rama más del “sector turístico” sino la más importante puesto que es la que más Valor Añadido Real aporta. Hay que celebrar que el INE incluya al sector inmobiliario en el conjunto de la llamada industria turística, corrigiendo así el olvido sistemático en el que caen los manuales al uso.
Frente a la estrategia turística de cantidad aboga Serrano por la que llama estrategia turística de calidad, orientada a turistas con alto poder adquisitivo y basada en una política de ordenación y gestión del territorio que evite los efectos perniciosos del turismo y consiga lo que llama recursos finalistas implantando una ecotasa como la aplicada, hasta hace poco, por el Gobierno Balear, combinada con subidas del impuesto de bienes inmuebles transmisible a los turistas. Antes de seguir, un inciso, para recordar que, los expertos están convencidos de que la calidad turística aumenta la rentabilidad de las inversiones en el sector, pero reconocen al mismo tiempo que es difícil encontrar indicadores que la midan, por lo que cabe preguntarse como se puede sostener la ley formulada si la calidad no se puede medir con seguridad.
Antonio Serrano omitía cuidadosamente en su artículo los posibles efectos de su estrategia sobre:
§ el número de turistas
§ la balanza comercial
§ el empleo
Juan Costa, por su parte, se mostraba partidario del pomposamente llamado Sistema de Calidad Turística Española elaborado por el Ministerio de Economía con la colaboración de tres mil empresas del sector (hoteles, agencias, casas rurales, estaciones de esquí, balnearios y restaurantes) y del no menos pomposo Plan Integral de Calidad Turística Española (PICTE), implantado a fines de 1999. De nuevo la calidad, ese concepto estrella al que los expertos en marketing acuden siempre que asesoran a los empresarios que están en mercados muy saturados a pesar de que nadie sabe medirlo. Sorprende a primera vista que Costa defendiera, al menos aparentemente, el modelo de desarrollo sostenible puesto que, como todos sabemos, es incompatible con la estrategia de cantidad que está en la base de sus planteamientos, como demuestra que se ufane de que el número de turistas internacionales crece sostenidamente en España, hasta el punto de que es ya, según sus propias palabras, “el segundo país más visitado del mundo”. Pero Juan Costa, al contrario que Antonio Serrano y en coherencia con el grupo al que pertenece, no se pregunta hasta donde aumentarán los costes medioambientales en España si se siguen priorizando los intereses empresariales y olvidando la conservación del patrimonio natural y cultural. Cada articulista, pues, arrima interesadamente el ascua a su propia sardina.
En definitiva, dime a qué grupo perteneces y te diré qué modelo turístico defiendes en el mundo de las creencias, que en el de las ideas resulta más arduo saberlo. Pues lo cierto es que los representantes de los dos grupos no parecen darse cuenta de que la política de turismo está obligada a buscar la cuadratura del círculo conjugando las dos visiones. Si lo consiguen es que las dos visiones terminan convergiendo en los hechos aunque disientan en las declaraciones. Por un lado, no hay turismo significativo si no es masivo, de acuerdo con los planteamientos convencionales de unos y otros. Por otro, no hay patrimonio cultural y natural que resista la masificación sin incurrir en unos gastos que pueden desbordar los ingresos.
Pero es que no debería olvidarse que España no es ya aquel país en vías de desarrollo de los sesenta que necesitaba dramáticamente el chorro de divisas de los turistas extranjeros y de los emigrantes. Con el desarrollo de su planta productiva y la mejora de la productividad, la economía española pudo prescindir a partir de los ochenta de las remesas de emigrantes. España no solo no es desde hace algunas décadas un país de emigrantes sino, todo lo contrario. Hoy es un país de inmigración masiva con y sin papeles. Parece claro, pues, que el proceso iniciado en la década de los sesenta debe continuar si queremos minimizar la dependencia tercermundista de los ingresos por turismo. El modelo a imitar es, entre otros, el de Suiza, un país que fue en el siglo XIX y buena parte del XX el país turístico por excelencia. Hoy Suiza sigue teniendo ingresos por turismo, pero esas divisas no son ya vitales para su economía porque cuenta con otras fuentes de ingresos más sólidas. Algo similar acontece en otros países europeos como el Reino Unido o incluso con Francia, el primer país por ingresos de turismo.
Cuando en España sigamos el ejemplo de los grandes países desarrollados en todos los aspectos dejará de preocuparnos tan angustiosamente lo que llamamos crisis del turismo cuando se estanca o desciende la ocupación de una planta hotelera claramente sobredimensionada desde hace al menos dos décadas como consecuencia del modelo inversor que se aplica hace medio siglo. El modelo parte de la creencia de que invertir en turismo es invertir en hoteles, creencia que, en efecto, ha hecho del sector inmobiliario la primera “industria turística” de España aunque no lo digan los academicistas. Será entonces cuando podremos implantar el modelo de desarrollo sostenible basado en la calidad, lo que puede suponer menos visitantes extranjeros pero con más poder adquisitivo conservando al mismo tiempo el patrimonio natural y cultural.
Hay un aspecto más que también pasa inadvertido a los expertos y que resaltaba con acierto el editorialista de El País. Se trata de que “uno de los principales problemas del sector es su excesiva dependencia de los tour operadores europeos”. Pero, en la medida en que el autor de Turismo en baja concibe el problema desde la óptica imperante entre los expertos en turismo más academicistas, para quienes un turoperador es un intermediario entre la oferta (localizada en el país visitado) y la demanda (radicada en el país de residencia del turista), no advierte que no se trata solo de que haya una excesiva dependencia, como si una dependencia menor fuera aceptable, sino de que los turoperadores no son solo intermediarios sino también, y básicamente, productores, más específicamente, productores de turismo, una expresión extrañamente inusual entre los expertos, especialmente los españoles, actividad productora que, paradójicamente, se localiza fuera de los países a los que llaman turísticos. Siendo España lo que algunos creen que es, una gran potencia turística, resulta sintomático que no haya entre los grandes turoperadores del mundo ninguno con capital español. El editorialista, haciendo suyos los argumentos de Antonio Serrano, cree que en España “falta una política turística que estimule la inversión en desarrollo hotelero, en infraestructuras y servicios y, al mismo tiempo, que se preocupe por coordinar las iniciativas de las comunidades autónomas y las empresas”. Es decir, cuando podíamos pensar que ambos estaban defendiendo un modelo de desarrollo sustentable, se deslizan hacia el modelo que critican puesto que la conservación de los recursos naturales y culturales es incompatible con el continuo crecimiento de las inversiones que saturan el territorio y que están al servicio de la estrategia de cantidad, propia del modelo de desarrollo sostenido. Por otra parte, por muy “ecológicos” que sean los hoteles si se comparan con las segundas residencias, la solución del problema no consiste en seguir aumentando la oferta hotelera si es que es cierto que una parte de la demanda prefiere los apartamentos y los chalet, con lo que el sector inmobiliario no tiene más que dejar de construir hoteles y construir más apartamentos respondiendo al cambio de la demanda.
Pero la solución del problema no depende solo de la ordenación y gestión del suelo como cree Antonio Serrano y refuerza el editorialista. Sostenido o sostenible, cantidad o calidad, cualquiera que sea la opción tomada, la solución del problema pasa porque en España se invierta en turoperadores que pongan en el mercado internacional una oferta de turismo “made in Spain”, no “made in Foreing” como hasta ahora, y con la mayor cantidad posible de inputs españoles (incentivación, facilitación, tecnología, trabajo cualificado y marcas comerciales), y que sea
- empresarialmente rentable
- medioambiental y culturalmente sostenible
- socialmente justa con la población residente
Para terminar esta introducción me voy a referir al artículo que Ángel Laborda, director de coyuntura de la FUNCAS, publicó en el suplemento Negocios de El País el domingo 27 de julio de 2003 (página 18) bajo el título De Turismo. Laborda vuelve a repetir el archisabido y engañoso lugar común de que el turismo, “con una cuota del 12% del PIB español, representa la primera industria nacional”. El turismo no solo es, en su opinión, la primera actividad de la economía española, sino que, según él, ha sido “uno de los motores del crecimiento de la última fase cíclica expansiva”. Vuelvo a repetir que Laborda, como el resto de sus colegas, olvida (¿intencionadamente?) que el turismo, concebido con enfoque de demanda, no es una única rama industrial sino un heterogéneo conjunto de ramas industriales. No solo repite una vez más este manoseado y erróneo lugar común sino que cae en otro, no por menos manoseado menos propagandístico. Entre los factores que ayudan a explicar “la fuerte demanda turística desde mediados de los noventa” se encuentra, según Laborda, “una demanda de servicios de ocio en aumento, independientemente de la fase cíclica por la que se atraviese”. Habría que preguntar al autor si al hablar de fase cíclica se refiere a la economía española o a la economía de los países donde viven los turistas. Es evidente que en turismo extranjero la demanda se ejerce fuera de España. ¿Cómo se puede decir entonces que una depresión en las economías a las que pertenecen los consumidores de turismo no afecta a las ventas de las empresas localizadas en las economías productoras de turismo? La ya citada Soledad Bravo cita en su artículo un trabajo realizado en 2002 en la Universidad de Oporto por De Mello y otros, en el que se calculan unas elevadas elasticidades de la demanda de turismo en el Reino Unido (dirigida a Francia, España y Portugal) con respecto a la renta (del demandante) y con respecto a los precios (de bienes y servicios en el destino), como era de esperar y en contra de las gratuitas afirmaciones que algunos conocidos expertos españoles venían haciendo para afirmar que el turismo es ya un bien de primera necesidad. El mismo Laborda, olvidando sus propias afirmaciones, reconoce más adelante que “desde el año 2000, los resultados que está registrando el sector han dejado de ser los que se obtuvieron años atrás” ya que, añadía, el “ritmo de crecimiento de la demanda turística empezó a desacelerarse notablemente durante el año 2000. Por un lado desaparecieron alguno de los factores que la habían impulsado en los años anteriores a lo que se une la desaceleración económica internacional” ¿En qué quedamos? ¿Es el turismo algo tan singular, bizarro y enigmático, como sostienen algunos expertos, que soporta que se mantengan impertérritamente falacias del calibre de que es la primera industria mundial y que no depende en absoluto de la fase del ciclo?
Lo más urgente que hay en el turismo no es otra cosa que la crítica científica en profundidad de un corpus teórico con siglo y medio de existencia que ya no sirve para conocer el turismo ni para resolver adecuadamente sus problemas a fin de sustituirla por otra con más capacidad de ofrecer una explicación de la realidad que sirva de guía para orientar las más adecuadas estrategias de inversión de acuerdo con el mercado. Como dice Alfredo Pastor, “hemos de recordar que la prosperidad no es automática ni eterna: y que solo el conocimiento (científico) puede salvarnos de la quema” (ve El zapato amarillo, El País, 13/10/04)
(Este apartado se basa en la actualización de un artículo que remití a El País en 2003 y que no fue publicado, como es habitual, por “falta de espacio disponible”)
La Organización Mundial del Turismo (OMT): Funciones y disfunciones
Los primeros antecedentes de la Organización Mundial de Turismo datan de 1925, año en el que se fundó en La Haya el Congreso Internacional de Asociaciones Oficiales de Propaganda Turística, organismo que pasó a llamarse en 1927 Congreso Internacional de Organismos Oficiales de Propaganda. En 1930 fue reestructurado, pasó a denominarse Unión Internacional de Organismos Oficiales de Turismo (UIOOT) y fijó su sede en Ginebra. La Asociación Internacional de Expertos Científicos en Turismo (AIEST), con sede en Berna, propuso que la UIOOT entrara en la Organización de las Naciones Unidas, meta que se consiguió después del congreso que se celebró en Roma convocado por la ONU a solicitud de la UIOOT en 1963. En 1975, la UIOOT se transformó en la OMT en el seno de la ONU y fijó su sede en Madrid.
Entre los objetivos de la OMT figuran algunos claramente retóricos y grandilocuentes, redactados de un modo tan ambicioso que desbordan lo estrictamente sectorial sin que nadie parezca haberlo advertido, ni siquiera los organismos que los tienen encomendados. Entre ellos podemos citar los siguientes: contribuir a la paz, la comprensión, la salud y la prosperidad universal, facilitar el acceso a la educación y la cultura, elevar el nivel de vida de las regiones desfavorecidas y contribuir al desarrollo de la economía mundial. Incluso cuando el organismo se propone actuar en el llamado campo del turismo lo desborda inevitablemente en la medida en que, concebido desde el consumo, el llamado sector turístico es un heterogéneo conjunto de actividades económicas y de instituciones políticas y administrativas horizontalmente delimitadas, lo que equivale a decir que quedan concernidas todas las existentes tanto a nivel mundial como nacional. Se explica por ello que se llegue a sostener que el turismo es la primera industria del mundo, una afirmación que implica comparar “el turismo” con otros sectores, todos ellos verticalmente delimitados, una comparación improcedente que se mantiene sin crítica ni autocrítica y que refuerza la función promocional (propagandística) del turismo que la OMT asume y que los expertos en turismo admiten con todas sus consecuencias.
Los objetivos de la OMT en materia “sectorial” consisten en promover el desarrollo del turismo (entendiendo por tal tanto los viajes de placer y otros como los negocios, en definitiva, todos en la práctica aunque no en la teoría) para, a través de él, contribuir al desenvolvimiento económico, la comprensión internacional, la paz, la prosperidad, el respeto universal, la observación de los derechos humanos y las libertades fundamentales para todos los seres humanos sin distinción de raza, sexo, lengua o religión. El afán por las expresiones grandilocuentes, como se ve, es un invariante de los textos fundacionales del organismo, algo que tiene, sin embargo, más eficacia de la que pudiera creerse a simple vista, no solo para conseguir los fines citados sino, sobre todo, para alcanzar otros más prosaicos, concretamente, la defensa de los intereses mercantiles de las empresas consideradas como turísticas.
Entre estos fines hay que citar la promoción del turismo, no de una corriente específica sino, más precísamente, la comprensión social de sus ventajas, la recomendación de medidas gubernamentales favorables a esta industria y a los usuarios de la misma, la inversión y mejora de instalaciones, equipamientos e infraestructuras de todo tipo, la coordinación de las políticas nacionales e internacionales que inciden en el turismo, su representación ante la ONU y demás organismos internacionales, ejercer la portavocía de los intereses del turismo, de los industriales y del turista y velar por el cumplimiento de los acuerdos internacionales en una materia tan laxa como indudablemente es el turismo.
Como ya se ha dicho, la Asociación Internacional de Expertos Científicos en Turismo (AIEST), con sede en Berna, creada en 1941 por un conocido experto suizo, el Prof. Walter Hunziker, prestó al proceso de creación de la OMT la dimensión científica que podía faltarle y que fue considerada de excelencia para la consecución de los fines citados porque no hay instrumento de promoción y propaganda más eficaz que un buen referente de autoridad intelectual.
La OMT tiene los mismos objetivos de la extinta UIOOT. Dotada de más recursos, la OMT asumió también las funciones de recopilación y publicación de las estadísticas turísticas que hasta entonces realizaba la Comisión de Estadística de la ONU. Así mismo, la OMT se ocupa de publicar estudios teóricos y aplicados y de organizar congresos y conferencias regionales y mundiales sobre el turismo, todo ello con sujeción al paradigma científico de la AIEST que hizo suyo desde la constitución de la UIOOT, asumiendo la misión de velar por la pureza del mismo, lo que en ocasiones le ha llevado a caer en actitudes inquisitoriales, no de forma institucional sino a través de algunos de sus funcionarios, entre los que hay profesionales graduados en diversas instituciones académicas, algunos de cierta talla y otros menos relevantes, pero todos plegados al paradigma convencional al servicio de unos fines estadísticos y estimativos de macromagnitudes que tanto aportan a los objetivos antes enumerados en la medida en que “demuestran” la incomparable importancia de las aportaciones del turismo a la creación de riqueza. Porque la verdadera función de la OMT es la de naturaleza promocional, como pone de manifiesto que se ocupe de proponer eslóganes como el que se transcribe a continuación para conmemorar el llamado Día Mundial del Turismo (27 de septiembre, 2004):
Deporte y turismo: dos fuerzas vivas al servicio de la comprensión mutua, la cultura y el desarrollo de las sociedades
Para poner de manifiesto las disfunciones de la OMT me voy a referir al artículo que envié en enero de 1988 a dos altos funcionarios de la OMT aun en activo, el ingeniero industrial Eugenio Yunis y el economista Augusto Huéscar. Se trataba de mi primer trabajo sobre economía del turismo y no dudé en enviárselo a los señores Yunis y Huéscar a pesar de la crítica que en él se hace del paradigma convencional, dando ingenuamente por sentado que tanto la OMT como sus funcionarios estarían interesados en conocerlo y, si llegaba el caso, debatirlo en buena lid. Me refiero a “La economía de la producción turística: hacia un enfoque alternativo”, que fue publicado poco después, en el número de noviembre de 1988 de la revista Información Comercial Española. La revista Estudios Turísticos lo volvió a publicar en 1989, en su nº 101. Años más tarde (1991) las propuestas contenidas en dicho trabajo fueron desarrolladas y defendidas como tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Pues bien, el autor estuvo esperando no ya algún comentario sobre el trabajo citado sino, ante todo, la confirmación de la fecha de un viaje a Cuba que, a la sazón, el ingeniero Yunis me había propuesto como experto en cuestiones de transporte. El viaje estaba previsto para el mes de marzo de aquel mismo año. Pasó el tiempo y no recibí ni una cosa ni otra con lo que interpreté esa especie de silencio “administrativo” de los dos circunspectos funcionarios como la eliminación, implícita pero efectiva, de mi nombre en la lista de expertos colaboradores del alto organismo. Semejante “revés” profesional no solo no me amilanó sino que me sirvió de eficaz acicate adicional (añadido se dice ahora, debe ser por la moda del IVA) para seguir desarrollando la crítica del modelo convencional que con tanto celo defiende la OMT.
Como una más entre sus frecuentes expresiones retóricas, la OMT declarara en numerosos textos la necesidad de fomentar la investigación científica para conseguir un mejor conocimiento del turismo. Pero por la anécdota narrada, más que investigación la OMT practica la inquisición puesto que el investigador debe trabajar con absoluto respeto a la ortodoxia de la que el organismo se considera guardián si quiere contar con su apoyo o, cuando menos, no con su repulsa. Lo cierto es que numerosas publicaciones de la OMT son realizadas por consultores sometidos de buen grado a utilizar en sus estudios los eslóganes acuñados a la mayor gloria de la industria turística como condición no escrita pero actuante si quieren que sus servicios sean contratados por el organismo. La búsqueda sin término de la que hablara Popper en su autobiografía (titulada precísamente con la citada expresión) es esquivada si no sirve para resaltar la importancia de un sector industrial que no se conforma ya ni siquiera con haber logrado que se diga que es la primera industria del mundo. Aspira a más, como prueba su entusiasta aceptación de la llamada Cuenta Satélite, el instrumento que la conferencia de Ottawa (1991) aconsejó para seguir rebañando cualquier migaja de riqueza que con los métodos hasta entonces usados pudiera no ser tenida en cuenta en las estimaciones de las aportaciones al PIB de la industria turística.
El entusiasmo por la cuenta satélite que muestra la OMT contrasta con su nulo interés por realizar las investigaciones imprescindibles para mejorar las bases conceptuales en las que se basan las estadísticas de turismo, a pesar de que a nadie se le oculta que pueden llevar a caer en el grave escollo de la doble contabilidad. Cuando se dice que la industria turística es la primera industria del mundo se oculta que no es una industria sino, como ha dicho el Dr. Manuel Figuerola, “una economía en pequeño”, es decir, aclarando la frase, lo que no hace el experto, un conjunto de actividades productivas orientadas al consumidor turista, por lo que lo correcto es comparar ese conjunto con el conjunto de actividades productivas orientadas a los consumidores residentes, en definitiva, que ambos subconjuntos son cualitativamente idénticos. Toda la parafernalia conceptual de la teoría convencional del turismo termina limitando la oferta turística a la hotelería, el transporte aéreo de viajeros, las agencias y los sempiternos binomios ad hoc ocio - cultura y ocio – naturaleza.
Lo que no se hace es llevar a cabo una investigación de la realidad partiendo de un adecuado planteamiento teórico a fin de formular correctamente las leyes que la explican.
En 1988 diagnostiqué que el turismo, concebido con enfoque de demanda, es un sector horizontal o, si se quiere, multisectorial. Los turisperitos debieron quedar perplejos, porque no hubo reacción. Al parecer, con el paso del tiempo se ha tomado conciencia de su certeza. Hoy todos los egresados de las escuelas de turismo lo repiten. Pero los expertos, en vez de decir que el turismo es un sector horizontal prefieren decir que es transversal, como si en economía tuviera sentido este atrabiliario adjetivo. Los hay, es el caso del italiano Alberto Sessa, que dicen que el turismo es “diagonal”. Pero decir que el turismo es transversal o diagonal, es enigmático y bizarro y sirve bien para apoyar el tópico de que es diferente, sumamente complejo y difícil de conocer.
Es evidente que aplicando el enfoque de demanda el turismo no es la primera industria ni en España ni en el mundo, ni siquiera agregando la facturación de todas las actividades orientadas a los turistas. Obviamente, si se lleva a cabo la sectorización de demanda que los turisperitos capitaneados por la OMT realizan, la primera industria mundial es el conjunto de actividades que satisfacen las necesidades de los residentes, es decir de los noturistas. Pero reconocer esta evidencia supone desdeñar una eficacísima baza propagandística, algo a lo que no parece estar dispuesta la OMT. Si este organismo empezara por reconocer que esta afirmación es incoherente incluso con el enfoque que aplica para hacer sus estimaciones tal vez tendría que reconsiderarlo e iniciar así una revisión de los conceptos manejados y de las estimaciones efectuadas.
Como la AIEST tuvo un papel destacado en la creación de la OMT conviene detenerse en esta asociación de expertos. La AIEST es un organismo de carácter científico, académico y profesional fundado por los llamados “padres del turismo”, los suizos Walter Hunziker y Kurt Krapf, autores en 1942 de una obra considerada básica en la literatura sobre la materia. El mérito de esta obra fue la de llevar a cabo una gran síntesis de dos grandes corrientes de pensamiento aparentemente irreconciliables.
La más antigua de ellas, que tiene su origen en las últimas décadas del siglo XIX, se centraba en el estudio de la industria hotelera. Su planteamiento, altamente pragmático, consistía en la mejora de los principios de gestión hotelera. Sus principales seguidores eran profesionales con gran experiencia en administración y gestión de hoteles suizos, austriacos, alemanes e italianos.
Esta corriente, considerada como de naturaleza económica, aunque mejor sería decir que era de carácter empresarial y contable, partía de la convicción de que para fomentar la llegada de viajeros turistas en un lugar, la estrategia a adoptar consistía en
- Un aumento sostenido de la oferta de plazas hoteleras
- Adopción de políticas fiscales favorables a la industria hotelera
- Mejoramiento continuo de la accesibilidad del lugar
El primer elemento de la estrategia corría por cuenta de los inversores privados. Los dos restantes eran la tarea encomendada al gobierno local. Los inversores privados se constituyeron desde muy pronto en lobby más o menos encubiertos encargados de convencer al sector público de las grandes ventajas derivadas de esta estrategia combinada cuya eficiencia dependía de que cada sector cumpliera su cometido.
Durante los primeros años de lo que se ha dado en llamar desarrollo turístico moderno, que podemos situar en la segunda mitad del siglo XIX, y cuyas raíces no son otras que el progresivo abaratamiento de los costes de transporte gracias a la invención del ferrocarril, con su deliberada y fundacional orientación a una clientela masiva, la demanda (los turistas) se encontraba racionada (insatisfecha) en materia de servicios de hospitalidad, accesibilidad y transporte y, en consecuencia, terminaron ejerciendo una fuerte presión sobre los lobby de los lugares elegidos por ellos como objeto de visita, tanto de un modo directo (asociaciones) o indirectas (agencias de viajes). Estos lugares eran, en general, balnearios marítimos y de aguas termales y ciudades con un rico patrimonio monumental. La estrategia inversora inspirada en esta corriente de pensamiento centrada en la industria hotelera era, por consiguiente, eficaz.
La segunda corriente de pensamiento, teórica, académica y sociológica, se basa en el estudio de aquellos viajeros que pudieran ser considerados en virtud de sus características subjetivas como turistas. Aunque se desarrolló más tarde, terminó por ser hegemónica cuando los seguidores de la corriente empresarial la asumieron convencidos de su mayor formalización y de su creciente prestigio científico. Lo cierto es que el estudio de una rama productiva, en este caso la hotelera, no está completo sin un buen conocimiento de sus clientes. Al análisis de “la oferta” (las empresas y sus servicios) seguía el análisis de “la demanda” (los turistas y sus gastos)
Sin embargo, la síntesis de ambas corrientes que hicieron los miembros de la AIEST no fue todo lo equilibrada que cabía esperar. La llamada Doctrina General del Turismo está escorada hacia la segunda corriente, la sociológica, en detrimento de la primera, la empresarial. Se llegó a reconocer por los mismos fundadores que la DGT es una disciplina que está entre la Economía y la Sociología pero más cerca de esta que de aquella, y que, en el fondo, es una rama de la Sociología de la Cultura, con lo que venían a reconocer que los turistas de aquellos años eran los amantes del patrimonio cultural de los lugares seleccionados.
En definitiva, la DGT asumió la estrategia inversora antes citada combinada ahora primero con detallados y caros estudios encaminados a conocer los gustos de los diferentes segmentos de la demanda y, más tarde, con el perfeccionamiento de las técnicas de promoción, publicidad y comercialización dirigidas al aumento de la demanda.
El profesor de la Universidad de Bari, Michele Troisi, formuló en 1940 el fundamento científico de la DGT con esta esclarecedora frase: En la medida en que origina una compleja demanda de bienes y servicios (el turismo) es un acto de consumo del forastero; constituye, por otro lado, una forma de producción en el país que es la meta del viaje por cuanto da vida a una oferta, igualmente compleja, de bienes y servicios. La frase deja muy claro que la antigua DGT concebía el turismo como un heterogéneo conjunto de ramas productivas orientadas al consumo de los forasteros, pero no de cualquiera de ellos sino solo y exclusivamente de los que respondían a las características preestablecidas por los estudiosos para ser tenidos como viajeros turistas.
No es el momento de demostrar que desde entonces el estudio del turismo se centra en el estudio de la demanda y en la adopción de la estrategia inversora capaz de responder a sus necesidades en el país visitado, pero es evidente que la estrategia inversora sigue siendo la misma que propusieron los seguidores de la corriente empresarial a fines del siglo XIX. Su aplicación ha provocado un crecimiento tan espectacular de la industria hotelera en los países que quieren ser visitados y de la industria del transporte de larga distancia en los países en los que residen los visitantes que no sorprende el crecimiento de la demanda al amparo del abaratamiento de los precios a los que se venden los servicios hoteleros y de transporte.
A partir de la década de los setenta irrumpen en el turismo los expertos en el marketing de servicios que venía desarrollándose en USA aplicado a los servicios financieros y de salud, primero, y a todos los demás después, entre ellos los servicios de transporte y de hotelería, que empezaban a sufrir las consecuencias del aumento de la oferta y de la caída de la tasa de beneficios empresariales.
Los lobby locales redoblaron sus presiones sobre los gobiernos locales y nacionales, ahora para convencerles de la necesidad de más apoyos a la llamada industria turística (en realidad, simplemente, hotelera) con medidas de desgravación, de mayores gastos de promoción en el extranjero, de más inversiones en infraestructuras de todo tipo y con la oferta de eventos y actividades orientadas a la captación de visitantes de más de un día de estancia para aumentar la tasa de ocupación de la creciente planta hotelera.
La dinámica es imparable y diríamos que parece ciega si no fuera cierto que está al servicio de los intereses de un grupo de empresas oligopolistas con sede en los países en los que residen los visitantes. Me refiero a los turoperadores, considerados por los expertos en turismo como meros intermediarios entre la demanda (los turistas) y los empresarios turísticos (básicamente los hoteleros).
Estas empresas funcionan de acuerdo con la fórmula siguiente:
Cuando los países que aspiran a recibir turistas consiguen una oferta masiva, generalmente atomizada, de servicios de hospitalidad (sector privado) y de accesibilidad (sector público), los grandes turoperadores los incluyen en sus catálogos de destinos turísticos.
Se inicia así un flujo creciente de visitantes. El éxito de la operación se alcanza cuando el flujo empieza a ser masivo. Entonces es cuando el modo de vida y las señas de identidad del llamado destino turístico, su territorio y su patrimonio natural quedan amenazados. El espacio físico y el patrimonio natural y cultural de los países que aceptaron la fórmula empieza a ser consumido por los residentes en los países ricos a unos precios monetarios tan bajos que nunca cubren los costes generalizados que comporta mantener la oferta, lo que termina por degradarla hasta niveles insostenibles.
Frente a los optimistas que ven el mecanismo descrito como una forma realista de promover el despegue económico de los países pobres, los pesimistas sostienen que todo turismo es en sí mismo corrupción.
Desde sus orígenes, el llamado moderno movimiento turístico es un mecanismo en manos de consumidores acomodados a los que el entorno habitual en el que se mueven acaba de hacérseles insuficiente para seguir aumentando sus crecientes niveles de consumo. Con el fin de conseguir la ampliación de ese entorno arbitran diferentes mecanismos, entre ellos convencer a los gobernantes y negociantes de los entornos que desean disfrutar para que realicen las inversiones que faciliten sus pretensiones. Es así como estos inician el mejoramiento de su accesibilidad e invierten para aumentar y/o mejorar su oferta de servicios de transporte y hospitalidad (alojamiento y refacción) Y cuando la oferta de servicios incentivadores es ya insuficiente les animan a invertir en nuevos servicios tales como los llamados parques temáticos, algún que otro forum de las culturas, exposiciones y olimpiadas entre otros de menor envergadura. Es evidente que semejante actividad inversora beneficia a la sociedad anfitriona pero está inspirada en la satisfacción de las necesidades básicas y lúdicas de los consumidores acomodados de los países emisores de visitantes. Para cumplir esta función se crean en estos países empresas especializadas en ofrecer servicios llamados de intermediación entre sus consumidores y los oferentes de los países que quieren visitar dichos clientes. Son los llamados turoperadores, empresas entre las que hay algunas de tamaño multinacional que demandan servicios de transporte y de hospitalidad en cantidades tan grandes que fuerzan a los oferentes a un proceso de ajuste que puede rozar lo ruinoso. Cuando los precios superan estos límites, los oferentes de los países anfitriones entran en quiebra.
Estos mecanismos conducen a que los llamados paquetes turísticos (asiento en un medio de transporte + plaza hotelera) se ofrezcan en el mercado a precios tan bajos que el flujo de visitantes que invade algunos países no solo es masivo sino que está alcanzando en determinados lugares niveles destructivos. No estamos hablando solo de países avanzados del hemisferio norte y de países subdesarrollados del hemisferio sur. El modelo se repite en el caso de grandes ciudades y ciertos núcleos del área metropolitana que son elegidos por los consumidores de las primeras para ocupar en ellos su tiempo libre. Por esta razón se habla hoy de que el turismo debe aceptar el modelo de desarrollo sostenible. Hoy tanto la OMT como los gobernantes de los países emisores y receptores así como los lobby de las empresas localizadas en unos y otros países se declaran partidarios de este modelo de desarrollo. Pero no nos engañemos. Sus declaraciones no pasan de ser mera retórica. Como no deja de ser retórica la afirmación de que el turismo sirve al desarrollo de los países receptores cuando lo cierto es que está básicamente al servicio de los países emisores por mucho que se diga lo contrario por la OMT y sin que esto quiera decir que no se aporte alguna ventaja para los países mal llamados turísticos. No deja de ser un.sarcasmo que el paradigma de demanda llame turístico a todo lo que tocan los turistas menos a los países en los que residen habitualmente.
Si la OMT fuera coherente con sus declaraciones de que el turismo sirve para aumentar el bienestar y la riqueza de los países del Tercer Mundo habría adoptado un paradigma menos proclive a las estadísticas propagandísticas, y más adaptado a las leyes económicas cuya formulación llevaría a la recomendación de una estrategia inversora favorable a los intereses de estos países.
Annals of Tourism Research: ¿Investigación o promoción?
Las revistas dedicadas al turismo, científicas o no, se caracterizan por su entusiasmo por la defensa a ultranza de los intereses de los turistas, de las empresas turísticas y de los países que son, o deciden convertirse en, destinos turísticos. En este sentido, las revistas especializadas son para la OMT como los numerosos brazos de Siva. Como muestra citaré lo que escribe en la Enciclopedia de turismo el francés René Baretje, experto en revistas de turismo, sobre la revista turca Anatolia, fundada por Nazmi Kozak: “Anatolia pretende realzar el papel de esta región como zona relevante en el contexto turístico mundial” (destaco yo). La frase alude, como es evidente, a una misión que poco o nada tiene que ver con el conocimiento científico y sí mucho con la promoción del destino turístico de la región turca de Anatolia.
El citado experto francés en revistas turísticas dice en Enciclopedia de turismo sobre Annals of Tourism Research: “Es una revista del campo de las ciencias sociales que se centra en la perspectiva académica del turismo. Con el interés puesto en la búsqueda de un equilibrio entre teoría y aplicación, Annals se dedica, en último término, al desarrollo de planteamientos teóricos. Con el fin de desempeñar su papel en el desarrollo de un corpus de conocimiento sobre turismo caracterizado por la multidisciplinariedad, integrado en cuanto a teoría y enriquecido desde el punto de vista metodológico, Annals publica artículos que tratan diversos aspectos del fenómeno turístico” (destaco yo).
Atendiendo al perfil de la revista, en 1993 envié un artículo a Annals dirigido a su editor en jefe titulado Hacia una crítica constructiva de la economía turística. El trabajo era un breve resumen de la tesis leída en la Universidad Complutense de Madrid en 1991 Crítica de la economía turística. Enfoque de oferta versus enfoque de demanda, (ahora publicada por primera vez en www.eumed.net ) Buscaba al hacerlo la posibilidad de que se abriera un debate científico con los miembros de la comunidad internacional de expertos en turismo. El editor de la revista respondió muy amablemente expresando que estaba interesado en el artículo pero que tenía que ser previamente adaptado a las normas de estilo, traducido al inglés y sometido a un proceso de evaluación por el sistema doble – ciego por al menos tres revisores, procedentes de disciplinas diferentes ya que por algo la revista concibe que el turismo es un objeto de estudio multidisciplinar.
El artículo, adaptado a las normas y traducido al inglés con el título Towards a Constructive Criticism of the Economic Theory of Tourism, fue remitido a la revista a mediados de 1994. En marzo de 1995, el editor envío una carta al autor en la que le comunicaba que el coordinador de la evaluación, el francés experto en revistas turísticas René Baretje, le había remitido el informe de los tres evaluadores, (probablemente procedentes de las tres ciencias hegemónicas en el turismo: el marketing, la geografía y la sociología) los cuales habían tomado la decisión de no recomendar su publicación por su debilidad o flojeza en base a los siguientes criterios:
· No tiene en cuenta las publicaciones de los años ochenta y noventa
· El título no responde al contenido
· No aclara que la teoría económica del turismo es, por definición, orientada a la oferta y a la demanda
· El método de investigación es irrealista
· La mayor parte es de carácter histórico y se basa en aspectos anecdóticos
En consecuencia, el editor termina en su carta recomendando la revisión del trabajo o, en su caso, su reducción a cuatro páginas “para su posible publicación en la revista”, ya que esta publica no solo artículos largos (previa evaluación externa) sino, también, notas e informes sobre investigación, comentarios y reseñas de libros (no necesitados de evaluación externa)
El autor respondió agradeciendo al editor su amabilidad y haciendo los siguientes comentarios: 1) la investigación iniciada en 1988 aun no había terminado; 2) la adecuación del título al contenido es de escasa consideración; 3) no queda claro el sentido de la frase según la cual la economía del turismo está orientada, por definición, a la oferta y a la demanda. Si lo que quiere decir es que tiene doble orientación, invitaba a un debate para demostrar que el enfoque utilizado es de demanda siendo el de oferta aparente o derivado del primero; 4) los evaluadores no se percataron de que la investigación no se refiere al mundo de los hechos sino al mundo de las ideas; 5) la decisión de los evaluadores confirma una vez más la fuerza del paradigma establecido y su actitud dogmática.
La carta de respuesta terminaba con esta osada propuesta: ¿por qué someterse a la camisa de fuerza de los criterios de los evaluadores si estamos ante un trabajo que, aunque lleno de imperfecciones, lleva una fuerte carga de revulsivo que no vendría mal a las estancadas aguas en las que se mueve la comunidad de expertos (llamados) científicos en turismo? Una copia de la carta fue enviada también al coordinador francés. Ninguna de las cartas tuvo respuesta. El artículo no fue obviamente publicado en Annals. El editor en jefe prefirió atenerse a un escrupuloso respeto a los criterios establecidos a costa de sacrificar los declarados objetivos de la revista: fomentar la investigación y la búsqueda de nuevas formas de conceptualización del turismo. Una vez más, de acuerdo con Ortega y Gasset, conviene distinguir entre ideas y creencias, también en el campo del turismo.
El artículo rechazado recoge las primeras formulaciones de un análisis crítico de la economía turística iniciado en 1988 con el artículo de Información Comercial Española y siguió con la tesis en 1991. A esta fase de la investigación hacía referencia el artículo enviado a la revista Annals de un modo, obviamente, harto resumido. Han pasado cerca de diez años y la investigación avanzando aunque lentamente, consolidando sus resultados y mejorando su razonamiento. Las deficiencias denunciadas por los evaluadores del artículo pudieron ser corregidas en su momento, pero preferí seguir trabajando en una línea de investigación que me apasiona desde que la inicié a mediados de los ochenta a pesar, o precísamente por, las dificultades de todo tipo encontradas, entre las que la más desoladora ha sido y sigue siendo la inexistencia de un debate que hubiera sido enriquecedor, no solo para mí sino para todos y para avanzar en el conocimiento científico del turismo. El sistemático rechazo del debate constituye en mi opinión una forma de enrocarse en las graves incoherencias lógicas internas que presenta la literatura especializada que no logra superar los efectos de una jerga confusa y de escasa utilidad operativa para diagnosticar los problemas.
¿Ciencia autónoma, multiciencia o conjunto de prácticas?
No descarto que muchos lectores se sorprendan de que formule esta pregunta pero un examen de la literatura especializada pone de manifiesto que durante el siglo pasado los expertos estaban tan convencidos de que el turismo es un fenómeno tan sumamente complejo que, según ellos, ninguna de las ciencias conocidas tiene la capacidad necesaria y suficiente para desentrañar su naturaleza y las leyes que lo explican. El texto de la introducción lo escribí en 2003 y lo envié al departamento de Opinión de El País, pero no consideró oportuna su publicación por razones que tienen que ver con la presentación de una tesis que por ser tan personal y desconocida carece sin duda de interés mediático. Si lo rescato del cajón de los viejos escritos es porque casi dos años más tarde creo que sigue reflejando bien, en mi opinión, los fundamentos teóricos que manejan los expertos ( y quienes como los periodistas y los políticos los imitan), su forma de diagnosticar los problemas y las medidas que según ellos hay que tomar para resolverlos.
A mediados del siglo pasado un experto tan relevante como el suizo Walter Hunziker prefería hablar de “doctrina” o de “teoría” del turismo más que de “ciencia”. Para él “su objeto no es otro que el estudio de las complejas relaciones y fenómenos turísticos desde el punto de vista de su significación para la cultura”. La doctrina general del turismo que desarrolló con Kurt Krapf en 1942 tenía para ellos el carácter de una disciplina híbrida entre la sociología y la economía con tanto predominio de la primera que para ellos era en el fondo parte de la sociología de la cultura. No tuvieron inconveniente en aceptar las aportaciones de gerentes como el suizo Guyer – Freuler y el austriaco Stradner basadas en sus experiencias al frente de los hoteles pero para ellos estaban marcadas por unas preocupaciones lucrativas y economicistas que según ellos ignoraban los aspectos culturales y humanistas que debían de constituir el núcleo duro de la disciplina. Las aportaciones de los gerentes hoteleros quedaron incluidas en la doctrina general del turismo configurando los desarrollos de la industria turística y, en definitiva, de la oferta, hotelera en su mayor parte. La línea de pensamiento centrada en el turista era más reciente que la empresarial ya que se inició en la segunda década del siglo pasado, pero ya en los años treinta se convirtió en hegemónica con las aportaciones de Robert Glücksmann y otros teóricos de la Escuela de Berlín y quedaron incluidas en la doctrina general del turismo configurando la teoría de la demanda basada en las pautas de comportamiento de los turistas concebidos como aquellas personas que viajan por el placer de conocer otras culturas. A esta parte de la doctrina general del turismo se la llamó doctrina de la economía del turismo, cuyo objeto era “el análisis de los factores del mercado turístico, es decir, de la demanda, de la oferta turística y de la formación del precio turístico” (W. Hunziker, 1954), una parte muy destacada, en la medida en que el mismo Hunziker reconocía que el turismo ha sido considerado y tratado desde sus orígenes a nuestros días esencialmente como una categoría económica. Pero la doctrina general del turismo no se limitaba a estos aspectos sino que iba más allá puesto que su objeto esencial es el estudio de la función que cumple el turismo en el sistema de cultura en la medida en que el turismo es considerado en sí mismo como un relevante “factor de cultura”. Junto a la cultura en sentido estricto, la doctrina del turismo se ocupa de estudiar las relaciones del turismo con la salud o higiene pública, la técnica y las cuestiones sociales, políticas y económicas. La doctrina del turismo era para Hunziker y para todos los miembros de la Asociación Internacional de Expertos Científicos en Turismo de la que fue primer presidente, “un conjunto coherente de conocimientos sobre el turismo construido lógicamente de acuerdo con criterios científicos que incluso sirven de fundamento para la enseñanza”. Lo que estaba muy claro a mediados de siglo es que la doctrina turística “no es una ciencia convencional pero tiene un cierto carácter científico en la medida en que puede ser sometida a la crítica científica y servir como instrumento pedagógico”.
Lo cierto es que la AIEST no tenía las ideas muy claras a mediados del siglo XX ya que si bien para ellos la doctrina general del turismo no era ciertamente una ciencia equiparable a las demás sí era una ciencia sui géneris por tener un sistema completo de nociones y conocimientos. No obstante, Hunziker no consiguió lo que se proponía, que “terminaran las disputas entabladas sobre si la doctrina del turismo es o no una ciencia” o, dicho de otro modo, sobre si el fenómeno turístico puede ser tomado como objeto de conocimiento científico. Las disputas continuaron y lo mismo se afirmaba que el turismo brinda oportunidades de negocio y que por ello debe ser estudiado por la economía, como que lo que brinda son oportunidades de relaciones humanas y que por ello interesa a la sociología, la antropología y a la política de las relaciones internacionales. Fue así como siguieron conviviendo las diferentes tendencias. Mientras los gerentes de hoteles siguieron aportando una visión del turismo basada en sus observaciones directas de sus clientes, del negocio hotelero y de la actitud de las autoridades locales y nacionales con respecto a los turistas y a los hoteles, las universidades se enfrascaron en el planteamiento de cuestiones conceptuales tales como la definición de turista barajando la aplicación de todas las ciencias sociales consolidadas (economía, sociología, psicología, geografía, historia, etc.) porque el turismo se veía (y se ve) como algo tan complejo que todas son necesarias y ninguna es suficiente para garantizar por sí sola el conocimiento adecuado del fenómeno.
Aun así, a mediados de los setenta, el geógrafo yugoslavo Zivadin Jovicic (1975) estaba convencido de que “el pensamiento científico sobre un fenómeno tan interesante como el turismo se encuentra estancado”. Jovicic reconocía la existencia de una serie de disciplinas especializadas en el estudio del turismo. Entre ellas
- la economía del turismo
- la geografía del turismo
- la sociología del turismo
porque “la colaboración interdisciplinar está en el origen mismo de la aparición de una ciencia específica del turismo”. A Jovicic le resultaba posible y deseable que en el estudio del turismo participen todas las ciencias disponibles pero creía que era urgente disponer de una nueva ciencia a la que llamó turismología porque solo ella sería capaz de estudiarlo en toda su integridad, algo que “no lo pueden hacer, con toda seguridad, ni la economía del turismo, porque el turismo es más complejo que la economía, ni la geografía del turismo, porque el turismo no puede ser reducido a movimientos espaciales. En este sentido, las aportaciones de la sociología, la psicología y otras disciplinas son aun más unilaterales. La creación de una ciencia independiente permite aprehender este fenómeno sui géneris en su unidad y en su complejidad lo que permitirá a las disciplinas científicas que se están ocupando actualmente del turismo que se desarrolle más deprisa y de forma más variada”
El francés P. P. Defert ya había propuesto en 1966 un nombre para la ciencia del turismo: turistología. El experto italiano Fragola propuso un año más tarde llamarle turismografía o turimología, denominación esta última que fue la que hizo suya Jovicic. El económetra español Ángel Alcalde propuso en 1967 la denominación de teorometría, de la que derivaría teorología, del griego teoros, viaje, es decir la medición o la ciencia de los viajes, lo que supone caer en la frecuente confusión entre viaje y turismo sobre la que ya alertó Defert. La turismología se propone según su entusiasta creador el desarrollo de las siguientes tareas:
- “Definir y estudiar las dimensiones espaciales, sociológicas y económicas del turismo”
- “Estudiar la correlación existente entre lo general y lo particular, que tiene en el turismo un valor a la vez teórico y práctico”
- “El estudio de las nociones y definiciones fundamentales, los elementos de la clasificación y el marco metodológico, la búsqueda de una respuesta a la cuestión de cómo saber dónde, cómo y por qué desarrollar el turismo”
La nueva ciencia utilizaría para sus fines aquellos métodos más apropiados se acuerdo con la tarea a desarrollar. Entre los métodos que contempla Jovicic se encuentran los siguientes:
- matemático – estadísticos
- descriptivos – explicativos (analogías, comparaciones)
- empírico – normativos
No obstante, en virtud de la propia especificidad del fenómeno, “los problemas científicos deben ser tratados y resueltos recurriendo ante todo a la síntesis de elementos particulares y dispares” puesto que “construir una nueva disciplina científica es un proceso complicado y muy ambicioso”, aunque “las formas de organización pueden ayudar en su proceso de consolidación”
La pretensión de inventar la turismología no es hoy otra cosa que una mera curiosidad histórica pero ilustra el hervor academicista que bullía entre los expertos en turismo durante el último cuarto del siglo XX. La turismología, tal y como la concebía Jovicic era en el fondo un reconocimiento obtuso de lo que ya entonces era admitido de forma hegemónica, que el turismo hay que estudiarlo de una forma interdisciplinar porque es demasiado complejo para estudiarlo con la ayuda de una sola disciplina.
Así estaban las cosas a fines del segundo milenio cuando en 1998 aparece la Enciclopedia del turismo bajo la dirección de Jafar Jafari, el famoso y poderoso editor en jefe de la revista norteamericana Annals of Tourism Research (la enciclopedia ha sido editada, y aumentada, en España por Síntesis, Madrid, 2001) Jafari sostiene que el turismo, “la industria más grande del mundo”, ha adquirido estatus de ciencia. Según este conocido experto, el turismo es tan singular que “puede presentarse en diversas formas entre las que enumera una amplia gama de
- definiciones básicas
- conceptos
- temas
- asuntos
- problemas
- perspectivas
- instituciones”
Jafari pone todo el peso de su indiscutida autoridad para asegurar que el turismo es de ámbito interdisciplinario. Me interesa transcribir las frases con las que Jafari expone el proceso a través del cual ha adquirido el turismo estatus científico.
“A medida que un campo de estudio evoluciona hacia su madurez se introducen y se persiguen nuevas medidas bien fundadas que traslucen una progresión sucesiva y señalan el camino para la transición deseada (…) Una visión global (…) ilustraría de forma general ese trayecto que se va cubriendo en este ámbito turístico (sic) hasta adquirir el estatus de ciencia, así como el momento en que esa nueva ciencia alcanza mayoría de edad” (yo destaco)
Confieso no saber si es que Jafari escribe de forma tan oscura o si se debe a una traducción empastada. Los tres acontecimientos o hitos a través de los que Jafari expone el proceso evolutivo hasta la adquisición del estatus de ciencia del turismo son los siguientes:
I) El proceso comienza en la década de los sesenta, “cuando el turismo por fin dejó atrás la fase basada en la vertiente económica, en la que todo giraba exclusivamente en torno a los beneficios monetarios reales o percibidos (?) Al parecer fue entonces cuando llegó la hora de configurar el panorama global y completo de los distintos fenómenos que conformaban esta área de conocimiento. Así es como “salieron a la luz las dimensiones más desconocidas del turismo, en particular su estructura sociocultural, que hasta entonces había permanecido enterrada”
II) Aparición de una revista especializada, Annals of Tourism Research en 1973, una revista no comprometida con la industria turística propiamente dicha (sic) y “sin relación con los pilares económicos que ya entonces resultaban bien visibles y llamativos”. Con esta publicación tiene lugar lo que Jafari llama “apertura de par en par de otra puerta académica diferente a la economía” y “se colocó una piedra angular” en el proceso de adquisición del estatus de ciencia del turismo. Annals, según su editor en jefe, inició “ese viaje de ida bien planificado y en una dirección claramente marcada junto con otras iniciativas que se pusieron en marcha por la misma época, fue pionera y allanó el camino para el desarrollo de planteamientos alternativos que permitieron crear y ocupar espacios nuevos, así como avanzar en múltiples frentes”
III) El tercer acontecimiento o hito viene marcado por la publicación de la Enciclopedia del turismo en 1998 bajo la dirección de Jafari como la revista Annals. Para Jafari la publicación de esta obra se refuerza con otra publicación del volumen 25 número, especial de Annals, dedicado a la celebración de los 25 años del primer volumen de la revista. Ambas publicaciones constituyen “hitos simbólicos de la actividad investigadora”. Según Jafari “un campo tan joven y multidisciplinario como es el turismo ha logrado ya, en un corto espacio de tiempo muchas cosas en lo que a ganar credibilidad se refiere”. El proceso iniciado en la década de los sesenta “ha de culminar (?) en la consolidación del turismo como una ciencia” porque, en su opinión, parece que “aun queda un largo camino por recorrer”. Para Jafari es evidente que “si se quiere garantizar la continuidad de este éxito (sic) se deberán incluir medidas innovadoras y de desarrollo que permitan expandir y acentuar el carácter multidisciplinar del turismo, reconocer con mayor conocimiento de causa (?) y articular tanto sus propiedades artísticas (sic) como las científicas” (destaco yo)
No se que llama más la atención, si los errores demostrables de la historia narrada por Jafari o que barra tan descaradamente pro domo sua. No hay que esforzarse para poner de relieve las falsedades inoculadas en el proceso descrito por Jafar Jafari. Por esta razón empecé este epígrafe haciendo un resumen de la exposición que hice en mi tesis doctoral ya citada.
El proceso descrito por Jafari difiere sustancialmente del que se desprende de la trascripción hecha aquí de frases tomadas de publicaciones del periodo comprendido entre los años cuarenta y setenta del siglo pasado, periodo que empezó minimizando las posibilidades del análisis económico, siguió enfatizando la necesidad de recurrir a las demás ciencias sociales (se creía, y se cree, que la economía constituye un obstáculo para el adecuado conocimiento del turismo, en palabras del italiano Alberto Sessa) y aspirando a la imposible turismología (como ciencia autónoma) para terminar abriendo las puertas al empirismo del marketing con sus implícitos resabios antiteóricos.
Como las publicaciones en las que me baso no son ficticias sino reales, no cabe sino extrañarse de que Jafari no las conozca, o las ignore, tal vez para hacer más verosímil su historia. No es en absoluto verdad que el economicismo quedara superado en los años sesenta. El intento de superación, por otro lado solo de un modo academicista y más aparente que real, tuvo lugar en los años cuarenta, al mismo tiempo que se iniciaba la propuesta de una visión multidisciplinar de los estudios del turismo, hoy plenamente consolidada igualmente de un modo academicista y también de forma más aparente que real puesto que los planteamientos económicos son perceptibles en toda la literatura.
Tampoco tiene fundamento afirmar que a partir de los años sesenta adquiriera estatus de ciencia el turismo. En el razonamiento de Jafari hay una contradicción, aunque puede deberse a una calculada ambigüedad. En unas ocasiones afirma que el turismo tiene estatus de ciencia y en otras que no lo ha conseguido todavía. Por otro lado, sostiene que el estudio del turismo es multidisciplinario y no tiene inconveniente en hablar de la consolidación del turismo como “una” ciencia. Es evidente que si el turismo es multidisciplinario no puede ser al mismo tiempo unidisciplinario. Y si es lo primero no tiene sentido hablar de “la adquisición del estatus de ciencia por parte del turismo” ya que las ciencias con las que se estudia se consolidaron como tales hace tiempo y al margen del análisis del turismo. ¿O es que Jafari pretende volver a la pintoresca propuesta de Jovicic de fundar una nueva ciencia, la ciencia del turismo o turismología, rechazada sensatamente hace tres décadas por la comunidad de expertos sobre la base de que no existe un método específico que la avale, un razonamiento que sigue teniendo hoy plena validez?
La tesis de la multidisciplinariedad del turismo ha tenido un éxito arrollador en los ámbitos académicos de todo el mundo hasta el extremo de que hace años que ha desbordado el campo científico de lo social para dar entrada a las ciencias naturales, unas tradicionales, como la biología, y otras más recientes, como la ecología. Y ya puestos, el estudio del turismo está incorporando las aportaciones de los arquitectos y los urbanistas. Pero, además de la multidisciplinariedad academicista existe en el estudio del turismo una escuela que goza de gran predicamento. Me refiero al practicismo empresarialista del marketing. Esta tendencia hunde sus raíces en los años de la segunda posguerra mundial, tomó cuerpo en los años setenta y se consolidó a partir de los ochenta tanto en los centros de enseñanza como en los gabinetes de consultoría. Estas tendencias o escuelas conviven armónicamente y se reparten el mercado editorial, pedagógico, investigador y congresual porque la multidisciplinar es como una esponja que todo lo succiona y la mercadotécnica todo lo utiliza para transformarlo en instrumentos de venta.
A la pregunta del epígrafe podemos responder diciendo que el turismo se estudia en realidad como una ciencia de aluvión construida por aportaciones del conjunto de ciencias sociales y algunas naturales al que se añade una jerga propia y el resultado de observaciones del comportamiento de los turistas y de las llamadas empresas turísticas todo ello sistematizado siguiendo un peculiar esquema director tomado prestado del análisis económico a pesar de que se admite que la economía no solo no permite conocer el turismo en toda su descomunal complejidad sino que lo obstaculiza. Por esta razón el concepto producto turístico, por ejemplo, puede ser utilizado sin conexión con el de oferta turística y el concepto de mercado es un híbrido económico – geográfico.
“Nada hay más práctico que una buena teoría”
Desde el primer trabajo dedicado al estudio del pensamiento turístico venimos sometiendo a una severa crítica al enfoque de demanda practicado por la OMT con el apoyo de la AIEST en base a las graves anomalías en las que cae (aplicar el análisis microeconómico a un conjunto de ramas productivas como si fuera solo una) y a su sostenimiento de una estrategia inversora que hoy es no solo inadecuada sino perjudicial para los países que la aplican, sobre todo cuando son países del Tercer Mundo.
Mi investigación, que empezó con un análisis crítico de la llamada economía del turismo, aportó los fundamentos para poder iniciar una reflexión sobre la viabilidad de aplicar al turismo los planteamientos propios de la microeconomía como si el turismo fuera un sector y un producto como los demás.
Para ello partí de la necesidad y de su satisfacción. No es el momento de hacer una exposición pormenorizada del razonamiento.
Resumiendo diré que desarrollando este planteamiento, llegué a la conclusión de que lo que realmente consume un visitante es un programa de visita. Si nadie se lo vende será el mismo visitante quien los elabore.
La DGT (enfoque de demanda) preconiza que el visitante es siempre un consumidor final y que, en consecuencia, hay que ofrecerle todo lo que necesita en el lugar visitado.
La Economía de la Producción Turística (enfoque de oferta) que vengo proponiendo preconiza que el visitante consume un programa de visita elaborado con una serie de bienes y servicios. Si los adquieren los visitantes, estos bienes y servicios constituyen parte de la demanda final, sin duda idéntica a la que realizan los residentes. En El turismo explicado con claridad (2003) expongo de un modo detallado el razonamiento económico que apoya la viabilidad de este postulado para construir a partir de él una economía del turismo digna de este nombre.
Pero si la demanda de todos esos bienes y servicios la realiza una empresa especializada para elaborar programas de visita para venderlos con fines de lucro, dicha demanda es considerada por la economía como demanda intermedia, una magnitud que la Doctrina General del Turismo desconoce lo mismo que ignora la función de producción en esta actividad transformadora.
¿Por qué no llamar producto turístico o turismo al programa de visita en lugar de llamar producto turístico a los bienes y servicios con los que se elabora? Llamar productos turísticos a los bienes y servicios que intervienen en el programa de visita es lo mismo que llamar automóvil a las piezas con las que se fabrica un automóvil. Desde hace poco, los expertos han intentado subsanar las deficiencias derivadas del enfoque de demanda en lo que concierne a la falta de identificación del producto turístico y hablan de que en la fase final es un servicio (lo que contradice la aceptación de lo que llaman transversalidad o diagonalidad) que consiste en “la experiencia” que “vive” el turista en un destino. Tendríamos así lo que Sessa llama (1996) (El lector puede consultar la ponencia de Sessa citada en www.eumed.net/ce) “microproducto turístico” (el servicio de alojamiento hotelero), el “macroproducto turístico” (el destino turístico) y el producto final (la experiencia vivida), lo que no deja de ser una forma de decir lo mismo que siempre han dicho los turisperitos pero sin que se note y pueda parecer nuevo.
Este es el error conceptual en el que caen los expertos que aplican el enfoque de demanda que proponen la OMT y la AIEST, en el caso de que se trate efectivamente de un error y no de un planteamiento deliberado cuya estrategia inversora beneficia fundamentalmente a los países donde residen los demandantes en detrimento de los países cuyo territorio y patrimonio se comporta como la oferta que satisface la demanda de los primeros a unos precios con tendencia a la baja y que pueden no cubrir los costes generalizados que provocan (monetarios, territoriales, culturales, naturales y sociales)
El enfoque de oferta no solo permite estudiar el turismo sin caer en las anomalías del enfoque de demanda sino que aporta las bases para desarrollar una verdadera industria del turismo en aquellos países que estén interesados en liberarse de las consecuencias degradantes de la estrategia basada en el enfoque de demanda.
El apoyo a una verdadera industria turística dedicada a producir programas de visita diferenciados según los consumidores a los que se dirige puede hacerse de forma que elija a los consumidores que valoren y estén dispuestos a pagar productos turísticos respetuosos con la conservación del patrimonio natural, la identidad cultural y los derechos a un mayor nivel de vida de los residentes. Son productos que incluso pueden ser menos costosos que los que preconiza el enfoque de demanda ya que, al estar elaborados por los mejores conocedores posible de los bienes y servicios utilizados en la producción, los residentes, nadie, ni siquiera los grandes turoperadores multinacionales, tienen la capacidad técnica necesaria para hacerlos de mejor calidad y de precio más ajustado que ellos.
Por supuesto, no estoy hablando de los manidos y elementales “paquetes” convencionales, que no son otra cosa que la combinación de dos servicios, uno de transporte, producido en el país del visitante, y otro de alojamiento, producido en el país visitado, sino de verdaderos programas de visita capaces de generar una demanda que hoy está insatisfecha por el mercado y se satisface al margen de él, es decir, recurriendo a la autoproducción.
Siempre pensé que podía haber países en los que el paradigma económico del turismo que yo venía proponiendo desde 1988 podía ser entendido y pusiera las bases para su discusión y mejora y para su posterior aplicación práctica de forma piloto. Uno de estos países es Cuba, un país que estaba preparado para entenderlo desde su cambio de modelo de sociedad en 1959. En 1993 recibí una carta del economista cubano Aurelio Francos, entonces en el organismo cubano competente en turismo antes de la creación del actual Ministerio de Turismo. En ella se elogiaba mi artículo “Turismo y desarrollo”, publicado en 1992 por la revista Estudios Turísticos (nº 115), en el que insistía en los planteamientos críticos desarrollados en el trabajo ya citado de 1988 y en la tesis de 1991. A mediados de 1994, una misión cubana viajó a Madrid para solicitar a la OMT el envío de un equipo de cuatro expertos españoles para participar en el II Congreso Internacional de Profesionales del Turismo, convocado para noviembre de dicho año. Cuba dejaba en libertad a la OMT para designar a tres expertos, pero el cuarto fue designado por los organizadores del congreso y que tenía que ser el autor del artículo Turismo y desarrollo ya citado, como en efecto así fue, razón por la cual asistí, sorprendentemente, al congreso como experto de la OMT. Los desplantes de 1988 tuvieron en 1994 un colofón que no podían esperar los inquisidores Yunis y Húescar. El tesón demostrado durante los años anteriores podía no haber tenido este reconocimiento. Pero no hubiera hecho desistir de la línea de investigación emprendida. Hubo un reconocimiento inesperado, precísamente de Cuba, el país al que la OMT no envió al autor por rechazo de sus ideas científicas. Durante el periodo 1994 - 2002, el autor ha sido colaborador de Formatur, el organismo cubano encargado de las escuelas de turismo y en 1998 recibió el nombramiento de profesor visitante de la Escuela de Altos Estudios de Hotelería y Turismo de La Habana.
Resulta sin duda interesante que la misión que la OMT encomendó al autor para ser realizada en Cuba el año 1988 fuera suspendida debido a sus ideas y que a partir de 1994 iniciara un periodo de fructífera colaboración con el citado país precísamente a causa de sus ideas. Es evidente que el veto de la OMT no consiguió que cambiara su forma de pensar. La colaboración con Cuba tuvo lugar justamente porque no cambió. Por sus ideas la OMT le excomulgó y por sus ideas le honró Cuba. Conviene dejar testimonio de estos hechos por si fueran de interés para los investigadores en sociología de la ciencia.
Comprendo que Cuba haya tenido que someterse a las formas de explotación (por supuesto controladas) implícitas en el enfoque de demanda. Pero siempre tuve la profunda convicción de que, si el turismo tiene forzosamente que ser el sector estratégico del desarrollo económico cubano debido al bloqueo norteamericano, Cuba debería de poner en marcha los mecanismos necesarios para adaptar su política turística al enfoque de oferta, único capaz de explicitar las leyes implacables que rigen el mercado del turismo y aplicar la estrategia inversora a la que dicho enfoque conduce, el desarrollo de líneas propias de producción de productos turísticos terminados y aptos para el consumo final de los turistas. No debería de descartar el gobierno cubano crear una mayorista cubana que se encargue de comercializar mundialmente esos productos turísticos.
Las dificultades para aplicar estos planteamientos pueden ser muy grandes durante varios años. Pero si en turismo se cumple la ley según la cual todos los productos empiezan a ser elaborados por los consumidores pero estos terminan siendo expulsados del proceso de producción para ser sustituidos por productores especializados que ofrecen esos productos en el mercado, más baratos y con más calidad, hay que estar preparados para hacer frente al cumplimiento de esta ley. La preparación supone empezar a hacer inversiones y pruebas en un laboratorio altamente especializado en I + D en materia de producción de turismo. El proceso ya está en marcha en algunos países. En España concretamente ya hay empresas que aunque funcionan en el mercado como empresas de transporte o de alojamiento están produciendo ya turismo en el sentido del paradigma alternativo, es decir, ofreciendo programas de visita orientados a seleccionados segmentos de demanda. Los síntomas de saturación de la oferta de servicios de transporte, alojamiento y refacción son ya evidentes en multitud de países. Es esta saturación la que genera los problemas a los que se viene llamando crisis del turismo. No se trata de una crisis de demanda sino del paradigma de demanda y de la saturación de oferta de ciertos servicios a la que lleva su seguimiento.
La OMT, organismo de relevancia mundial con más de un cuarto de siglo de existencia, viene realizando una labor meritoria para cumplir fines promocionales y gremiales en defensa más de los intereses de los industriales del “sector” que de los consumidores de los servicios ofrecidos por los primeros. Todavía no ha protestado contra la falta de espacio de las aeronaves y en defensa de la salud de la clase turista. Es cierto que se decanta por el llamado desarrollo sostenible pero sus actuaciones en esta materia son más declarativas que operativas. Sus aportaciones a la recolección, tratamiento y publicación de estadísticas de llegadas de turistas por países es sin duda una tarea ingente pero adolece de los problemas que aquejan a todas las estadísticas: los defectos de comparabilidad derivados de criterios más heterogéneos de lo previsto a pesar de los esfuerzos (ineficaces por numerosas razones) por aumentar la homogeneidad.
En materia de investigación, la OMT se declara altamente preocupada por suavizar la estacionalidad de la demanda que tanto daña la rentabilidad de las empresas que tiene como turísticas. Pero aun no se ha percatado de que si el turismo se reduce al vacacionismo el problema de la estacionalidad es irresoluble o solo resoluble cambiando las normas que afectan a la vida de los trabajadores y de los estudiantes, pero que su solución podría tener aportaciones de relieve dedicando más atención a la búsqueda de explicaciones del turismo desde la economía más que desde la sociología.
El país que primero empiece a reorientar su estrategia turística de acuerdo con el enfoque de oferta o económico que vengo propugnando desde hace cerca de un cuarto de sigo logrará superar la crisis, si es que la padece, y conseguirá extraer la mayor cantidad posible del valor añadido de la explotación turística de sus recursos naturales y culturales teniendo en cuenta la rentabilidad económica global, el respeto al medio ambiente y los derechos a vivir mejor de sus ciudadanos.
Pero debe quedar claro que sostener estos principios y estos consejos está reñido con el turismo tal y como lo concibe algunos funcionarios de la OMT con tendencias inquisitoriales cuya permanencia en el alto organismo resulta incompatible con los respetables objetivos a los que aspira el organismo internacional.
Durante los casi diez años que median entre el rechazo del “paper” enviado a la revista Annals seguí avanzando, aunque lentamente por falta de medios, en la investigación que me propuse desarrollar en 1988 como investigador del CSIC, el organismo en el que trabajé durante casi un cuarto de siglo, que ni apoyó ni alentó la conflictiva línea de investigación elegida, que ha sido poco rentable a los efectos de volumen de producción científica. El golpe de intuición que tuve hace más de tres lustros siguió y sigue afianzándose desde entonces. Lamento que no fuera capaz de ir más allá, algo que achaco sobre todo a mi reconocida incapacidad personal, pero de algún modo responde también a la falta de seguidores y a que no tuviera lugar el debate que siempre quise suscitar en el seno de la comunidad nacional e internacional de expertos. Era un debate internacional lo que pretendía el artículo rechazado por los evaluadores de Annals, algo que tengo que reconocer desmedido y ambicioso. Entonces asumí sus deficiencias y ahora las reconozco sin sonrojo porque refleja los resultados de una solitaria y personal investigación en progreso. Pero desde que tuve el golpe de intuición sobre las anomalías de la literatura convencional de turismo en materia de economía no he hecho más que reafirmarme en los inconvenientes del enfoque de demanda y en la viabilidad del enfoque de oferta.
No ignoro que durante esos mismos años, el enfoque de demanda se ha reforzado aun más si cabe gracias al apoyo que ha recibido de la avalancha de expertos procedentes de numerosas disciplinas científicas, sobre todo del marketing y de la geografía, cuyas aportaciones en materia de promoción (el marketing) y territorialidad (la geografía) se han incrustado fuertemente en el núcleo sociológico al que condujo el origen vulgar del concepto de turista y de su derivado turismo. Cualquiera que sea la disciplina desde la que los expertos se acercan al turismo, aceptan sin problemas las consecuencias del origen vulgar de ambas nociones. Todos ellos aportan al corpus teórico heredado sus propias concepciones, proceso a través del cual se ha ido configurando un conjunto de conocimientos sumamente peculiar, concebido como diferente a cualquier otro, en el que se tropieza una y otra vez en anomalías que son vadeadas en virtud de la suma complejidad de la realidad objeto de estudio. Pues bien, a pesar de que una gran parte de este peculiar corpus teórico denuesta de la economía aplicada al turismo (a menudo se dice que el conocimiento del turismo debe huir del “economicismo”) lo cierto es que cualquiera que sea la disciplina de base del experto de turno utiliza una terminología tomada de la economía y la aplica a un análisis económico sui generis.
Quiero decir que en quince años no solo no he conseguido interesar al menos a los economistas que estudian el turismo sino que estos profesionales se han decantado mayoritariamente por el marketing (como los demás, por otra parte) y por la asunción del enfoque implícito de demanda presente en la literatura desde hace casi siglo y medio. Cuando algo así sucede no es porque uno solo esté en lo cierto y todos los demás equivocados. Lo que acontece es que la comunidad de expertos en turismo y las instituciones que les sirven de apoyo han asumido el corpus teórico convencional porque es útil para conseguir los fines que les interesa. En este caso, lo que interesa es un sistema de conocimientos que ayude a tomar medidas encaminadas a aumentar por todos loe medios las llegadas de visitantes al país de referencia. Y no cabe la menor duda de que el sistema que ha ido configurándose durante los últimos ciento cincuenta años es adecuado para conseguir que aumenten las llegadas de visitantes y con ellos los gastos que pueden dinamizar la economía del país visitado.
Así se explica que el turismo se base en una definición impuesta de turista que permita contar con fines estadísticos y agregar a niveles territoriales cada vez más extensos. La cuestión radica entonces en que los criterios que sirven para el conteo estadístico no suelen servir como fundamento del conocimiento teórico. Lo habitual es que sea a la inversa, que los conceptos teóricos sirvan, si es posible, como soporte para la recolección de datos estadísticos. Lo sorprendente es que los criterios estadísticos que sustentan la teoría convencional del turismo ofrecen tantas dificultades de aplicación que es legítimo dudar de la homogeneidad resultante, imprescindible para poder agregar los datos obtenidos.
No ignoro, pues, las razones que asisten a los expertos para seguir aferrándose a la teoría convencional, pero prefieren aceptar las anomalías que genera para beneficiarse de las funciones hagiográficas que aporta a la hora de conseguir el apoyo de la sociedad a las inversiones “turísticas” públicas y privadas que proponen.
Respondo ahora de un modo más elaborado a las objeciones de los evaluadores anónimos del artículo enviado a la revista Annals hace casi diez años:
1. No tiene en cuenta las publicaciones de los años ochenta y noventa.
Las publicaciones de los años noventa no se tuvieron en cuenta por la sencilla razón de que el trabajo recoge los resultados de una investigación hecha entre 1988 y 1991. Con respecto a las publicaciones de los años ochenta es cierto que no se tuvieron en cuenta las más importantes pero el defecto puede quedar compensado por el hecho de que se manejaron las principales publicaciones del periodo 1905 – 1990. Adicionalmente debo decir que poco o nada hubieran añadido las últimas publicaciones ya que todas responden, y siguen respondiendo, al paradigma convencional, como demuestra la obra de los profesores ingleses John Swarbrooke y Susan Horner Consumer Behaviour in Tourism (Butterworh Heinemann, Oxford 1999), en la que el lector puede comprobar la irresoluble dificultad con la que los autores se enfrentan cuando intentan deslindar la industria del turismo de la industria de la hospitalidad y de la industria del ocio. Ellos creen resolverla amparándose en el subterfugio de que las fronteras son sumamente borrosas, pero si se quitaran la venda de la ortodoxia se percatarían de repente de que no es posible identificar correctamente una industria desde el punto de vista de unos consumidores que se distinguen de los demás en función de una serie de notas diferenciales.
2. El título no responde al contenido
El trabajo enviado a Annals no se queda en una crítica, ciertamente muy dura, a la literatura convencional de economía del turismo sino que, una vez demostrado que las anomalías en las que cae a la hora de hacer análisis microeconómicos se atribuyen al enfoque de demanda, formula un postulado identificador de un producto al que por sus propias características objetivas puede denominarse turístico y sobre él propone estudiar el turismo como una actividad productiva previa a la consuntiva, es decir, con el enfoque de oferta que, como Alfred Marshall estableció en sus Principles of economic, es el que habitualmente utilizan los economistas para analizar las actividades productivas.
3. No aclara que la teoría económica del turismo está, por definición, orientada a la oferta y a la demanda.
Sigo sin entender bien el significado de esta frase. No sé si lo que quiere decir es que la teoría económica del turismo responde a un doble enfoque de oferta y demanda porque estudia ambas magnitudes, o, por el contrario, que el “paper” no demuestra que responde a un enfoque de demanda. Es más que posible que los evaluadores no hayan entendido la tesis del “paper”. Es cierto que la llamada teoría económica del turismo estudia tanto la oferta como la demanda, pero la primera se intenta identificar en función de un consumidor definido en función de su comportamiento, el turista. Mi tesis sostiene que la oferta así identificada es una oferta genérica, no específica, por lo que se confunde con toda la oferta.
Si lo que quisieron decir los evaluadores es que la economía convencional del turismo no está hecha con enfoque de demanda propongo hacer un inventario de estudios del turismo clasificado en función del título y del contenido. Estoy convencido de que se pondrá de manifiesto que la demanda es estudiada con mayor atención que lo que vienen llamándose oferta.
Hay múltiples formas de demostrar que la economía del turismo se estudia desde la demanda. Entre ellos basta destacar la obra de Kurt Krapf “La consumición turística” (1954) que el lector puede consultar en www.eumed.net . La misma CIUAT que la OMT propuso en 1991 es una demostración irrefutable de que se llegó a 177 actividades turísticas porque se parte del consumidor al que llama turista.
4. El método utilizado en la investigación es irrealista.
La frase no deja de ser singular porque ningún método es realista ni irrealista. Podían haber dicho los evaluadores que el contenido no se refiere a la realidad entendida como hecho físico y entonces habría que admitir que, en efecto, así es, ya que la investigación se hace sobre el mundo de las ideas, sobre el “segundo mundo” de acuerdo con la terminología popperiana, no sobre el “primer mundo”, el formado por los hechos tangibles, ni sobre el “tercer mundo”, el que se refiere a los sentimientos.
5. La mayor parte es de carácter histórico y se basa en aspectos anecdóticos.
Esta es quizás la objeción más gratuita o, si se quiere, la que mejor demuestra que los evaluadores no entendieron la investigación. En efecto, el trabajo consistió en un esfuerzo relativamente grande para, al mismo tiempo que el autor dejaba constancia de que estaba bien informado sobre la literatura del turismo, su origen, contenido y anomalías, se propuso ofrecer una introducción a la historia de las ideas y el pensamiento en materia de turismo. Por esta razón se pasa revista a tan largo periodo de tiempo (1905 – 1990). Hacerlo no tenía más que este objeto ya que desde muy pronto quedó claro que existe un invariante en toda la literatura disponible, incluso en la posterior a dicho periodo. Como ya dije cuando escribí el artículo de 1988, realizado con críticas a la obra del español Manuel Figuerola Teoría económica del turismo, lo mismo habría dado utilizar otra obra cualquiera o un grupo de obras consideradas como de economía del turismo porque en todas es posible encontrar las constantes que obedecen al enfoque de demanda implícitamente utilizado. No deja de ser digno de mención que hoy nadie dude de que se utilice sistemáticamente este enfoque aunque prefieran decir que el turismo es un sector “transversal” o “diagonal”. Pero nadie parece estar informado de que esto de dijo por primera ves en 1988. Y no se trata de quiera jactarme de ello porque lo cierto es que estaba tan claro que solo faltaba que alguien lo dijera explícitamente. Quizás lo más valioso de la investigación que trataba de resumir el “paper” es la introducción a la historia de las ideas sobre turismo, el diagnóstico de que responde, a los efectos de la economía, a un enfoque de demanda, y el descubrimiento de que las anomalías cuando se intenta aplicar el análisis microeconómico al turismo se deben a dicho enfoque. Los posibles méritos de haber intentado superarlas tratando de probar si el turismo es susceptible de ser estudiado como una actividad productiva bien identificada y, por tanto, de estudiarlo con enfoque de oferta son en mi opinión menos relevantes, aunque tanto unos como otros creo modestamente que debieron ser tenidos en cuenta por medio de la apertura de un debate en profundidad.
Incluyo en el anexo a este trabajo dos esquemas procedentes del artículo rechazado por los evaluadores anónimos de Annals of Tourism Research porque reflejan veraz y escuetamente los fundamentos de mi crítica, sigo creyendo que constructiva en contra de la opinión de los evaluadores.
El lector que tenga interés o curiosidad por conocer mis planteamientos con mayor detalle puede consultar la tesis de 1991, el libro electrónico “El turismo explicado con claridad” (www.librosenred.com) y en los artículos publicados en la revista Estudios Turísticos (números 101, 108, 115 y 130)
Hay instituciones relacionadas con el turismo que alardean de tener entre sus objetivos el fomento de la investigación del turismo, pero el autor de este trabajo tiene datos suficientes para afirmar que o es una declaración tan retórica como huera o se refiere solo a las investigaciones que se atienen al paradigma convencional.
Con la crisis de la economía alemana, la subida del petróleo, la revalorización del euro y la ampliación hacia el este de la Unión Europea se ha vuelto a abrir en España el tema de la crisis de la industria turística ante los primeros síntomas de estancamiento de las llegadas de turistas extranjeros y el descenso de las tasas de ocupación una planta hotelera que viene creciendo de un modo imparable desde hace tres lustros sin que hasta el momento haya sido posible evitarlo. Exceltur es el lobby que desde su creación está abanderando la tarea de convencer a los inversores de que el mercado de servicios de hospitalidad está sobredimensionado desde hace años. Como siempre, nadie hace caso a los llantos de Casandra. Por algo será, porque los inversores no se caracterizan por una irracionalidad total. Muchas y variadas son las causas que se alegan para alertar de un futuro que hoy no es tan despejado como creía hace tres años Juan Costa. Los expertos compiten entre sí para aportar una explicación plausible que evite lo que para algunos es ya una catástrofe anunciada. Sea o no el turismo la primera industria nacional en España es evidente que si enjuga el 80 % del déficit comercial de la balanza de pagos su descalabro tendrá efectos perniciosos para toda la economía al menos a corto y medio plazo.
La publicación en el número de septiembre de 2004 del Boletín Económico del Banco de España del artículo ya citado de Soledad Bravo ha servido a El País para publicar el editorial Repensar el turismo (5 de octubre 2004) en el que se hace eco del ya viejo lugar según el cual “está agotado el modelo español de turismo de sol y playa”, algo que se repite desde hace dos años. A fines de 1988 se celebró en Madrid un seminario dirigido por Eduardo Fayos bajo el lema del agotamiento del modelo turístico español como una respuesta ante el sostenido (y arriesgado) crecimiento de la oferta hotelera del litoral levantino y andaluz. Como digo, nadie hizo el menor caso a los que auguraban lo peor porque los problemas bélicos en el este europeo convirtió a España en lo que algunos han llamado “destino refugio” y que hoy habría que llamar “destino en retirada”. El diario dice ahora que los años dorados del boom, los del periodo 1996 – 1999, “ya no volverán a repetirse” poniendo en peligro la que fue (¿ya no lo es?) “primera industria española” porque “otros destinos compiten ventajosamente en precio con los servicios españoles aunque no necesariamente (menos mal) en calidad” esa cosa que ya vimos que no se puede medir fácilmente. Siguiendo a Soledad Bravo, el diario sostiene que “la situación no puede entenderse como una crisis pero sí como un estancamiento que provoca dudas en el sector turístico, desde las hoteleras (de capital español como ya he dicho) a los turoperadores (de capital extranjero, recordemos). Nada dice del sector inmobiliario Soledad Bravo ni, en consecuencia, el editorialista, a pesar de que es la principal industria turística, todavía “en la sombra”, debido a los planteamientos teóricos convencionales.
El editorial de El País acabado de citar pudo sacar bastante más partido de su título. Porque el turismo no solo está necesitado de un re pensamiento en términos de actuaciones tipo plan Prever sino, sobre todo, de la aportación de un marco teórico capaz de viabilizar el conocimiento científico de una realidad social de consumo masivo, como es el turismo desde mediados del siglo pasado, cuyo trasunto es una actividad productiva igualmente masiva y sin embargo todavía mal conocida y peor gestionada por mor de un obsoleto referente teórico, aparentemente renovado con aportaciones del marketing, ese conjunto de normas mejor o peor sistematizadas pero ayunas de cientificidad extraídas de la práctica de los negocios que se mueven en mercados altamente saturados. Recuerdo ahora la anécdota que cuenta Luis Buñuel en sus memorias en la que cuenta la expectación con la que una asamblea de trabajadores de M.G.M. seguía las palabras que les dirigía uno de los jefes de la empresa, Luis B. Meyer. Creo, les decía este, que ya he logrado encontrar la fórmula del éxito. Se volvió y, lentamente, escribió en una gran pizarra y con mayúsculas esta palabra: CO – OPERATE. Se sentó en medio de un estruendoso aplauso. Buñuel termina la anécdota diciendo, “yo me quedé estupefacto”, frase que es un indicador de que, en los años treinta del siglo pasado, un europeo, español por más señas, aun no había empezado a americanizarse. El marketing está plagado de fórmulas semejantes pero hoy son aceptadas en todo el mundo. Sobre todo en materia de turismo. Basta echar una ojeada a los números de los diez años pasados de cualquier revista especializada y en cualquier idioma.
No otra cosa puede decirse cuando se leen trabajos como el ya citado de Soledad Bravo en el que se afirma hablando de la ventaja competitiva que, entre sus elementos, “la literatura destaca la importancia estratégica de la calidad, (ese concepto del que se dice más adelante que tiene nada menos que “multiplicidad de dimensiones” y es difícil de medir) entendida como el modo en el que los operadores son capaces de proveer de forma eficiente (sic) el producto turístico (…) Otro determinante de la ventaja competitiva es la creación de la imagen del destino turístico”. Parece que se está haciendo referencia a procesos de producción. Pero no, la autora del artículo, fiel a la literatura usual en el sector, está hablando de otra cosa, otra cosa que es y no es al mismo tiempo lo que los economistas llaman producción pero sin utilizar claramente este término sino la expresión ventaja competitiva. A la frase transcrita sigue esta otra que no debemos pasar por alto:
“En la medida en que la satisfacción del turista depende de la relación entre experiencia y expectativa, un diseño realista de la imagen de un destino determinará su capacidad para satisfacer a los visitantes. Por último, existen diversos factores, tales como la capacidad competitiva de las empresas, la dotación de infraestructuras, la disponibilidad de capital humano y el entorno macroeconómico e institucional, que condicionan asimismo la competitividad turística” (Repárese en que la “capacidad competitiva” se presenta como un factor que condiciona “la competitividad turística”, lo que no deja de ser prodigioso. Pero, ¿hasta cuando seguirá teniendo predicamento un corpus teórico tan singular, por calificarlo suave y contenidamente? En esta ocasión, como en tantas otras, procede acordarse de lo que dijo Don Antonio Flores de Lemus refiriéndose a la costumbre de elaborar complicadas teorías de difícil aplicación, de las que decía que eran como pesar leña con balanza de precisión.
En el mismo número de El País que acabo de citar se publica en la sección de Cartas al director” un comentario de la geógrafa y azafata de Iberia Olga Tarancón sobre la crisis del turismo en el que afirma que es “de la opinión que el sector turístico necesita de un estudio en profundidad”. Y es cierto, absolutamente cierto, pero si por la expresión “en profundidad” se entiende sustituir el enfoque convencional, sociológico o de demanda por el enfoque de oferta que se aplica a las actividades productivas el análisis microeconómico.
En definitiva, para conseguir un conocimiento del turismo que sea científico y quede liberado de la pinza del practicismo y el academicismo en la que está aprisionado deberíamos proceder urgentemente a una crítica sistemática de la literatura convencional y un debate generalizado para, si procede, sustituir el paradigma multidisciplinar, academicista y empirista por un nuevo paradigma, el paradigma económico de nivel empresarial puesto que el agregado o macro que se viene aplicando fue siempre perfectamente válido.
Y, respondiendo a la pregunta sobre si el turismo es una ciencia, numerosas ciencias o un mero conjunto de prácticas, debo decir que está demostrado que no es una ciencia en el sentido de independiente. El academicismo reinante le ha dado una dimensión multiciencientífica aunque gran parte de las publicaciones sobre la materia responden a los resultados de la aplicación de algunas observaciones de la realidad expresadas por medio de una terminología sui generis tomada de las ciencias económicas. Como ya he dicho en otra ocasión, el academicismo es inoperante y el practicismo irrelevante. Más que ofuscarse obsesivamente en la búsqueda de formas novedosas de investigar el turismo lo más razonable es estudiarlo como una actividad productiva objetivamente identificada. Y para ello nada más adecuado que aplicar el análisis microeconómico convencional si es que a través de su conocimiento queremos realizar inversiones rentables.
Como nada hay más práctico que una teoría, el turismo será gestionado correctamente cuando queden superados tanto el academicismo que lo lleva a una multidisciplinariedad de congreso y el practicismo miope que no logra superar el más elemental sentido común. Convendría iniciar un nuevo camino, el que lleva a entender el turismo simple y llanamente como una actividad productiva y aplicar a su estudio el herramental del análisis microeconómico. Seguro que entonces se obtendrá un diagnóstico certero de las situaciones y se adoptarán medidas para superar los problemas.
Oviedo 20 de octubre, 2004
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ANEXO CITADO EN EL TRABAJO
“EL TURISMO COMO OBJETO DE CONOCIMIENTO
¿Practicismo o academicismo?”
Las dos figuras proceden de la versión castellana del trabajo del autor titulado Hacia una crítica constructiva de la teoría económica del turismo rechazado por tres evaluadores anónimos de Annals of Tourism Research seleccionados por René Baratje en 1995, asunto al que hace referencia uno de los apartados del presente trabajo.
Figura 8: Génesis y evolución del enfoque de demanda o sociológico
Figura 9: Génesis del enfoque de oferta