Harriet Martineau, 1802-1876
OCUPACI�N. Tratado General a cerca de los Deberes de las Esposas; H�bito Malsano de las Parejas J�venes Casadas Viviendo en Casa de Pensi�n; Servicio Dom�stico; Caridad y Trabajo Religioso; Manufacturaci�n de de Profesiones; Gobernantas.
Cap�tulo del libro "Society in America", London: Saunders and Otley, 1837. Traducido para la Fundaci�n Inca Garcilaso por Angela M. Arrey-Wastavino, Ph.D.
Un gran n�mero de mujeres Americanas tienen hogar y sus asuntos de los cuales se ocupan. Las ocupaciones de madre y esposa pueden ser llamados los �nicos asuntos de la mujer all�. Si ella no los tiene, no tiene nada. La �nica alternativa, como he dicho, es hacer de la religi�n una ocupaci�n o disiparse; ninguna de las dos es apropiada para ser usada; una por ser estado mental, la otra totalmente una negaci�n cuando no se toma como alternativa con los negocios.
Sucede que cuando donde todas las mujeres tienen solo un objetivo serio, muchas no se acomodar�n con tal objetivo. En los Estados Unidos as� como en otros lugares, hay mujeres que no se acomodan a ser esposas y madres mas que pol�ticos o generales; no mas que por otras responsabilidades, mas que por el m�ximo de responsabilidades. No hay necesidad de describir tal: se pueden ver en cualquier lugar. Yo les menciono con el solo prop�sito de indicar que muchas de esta clase reducen algunas de sus labores y cuidados buscando refugio en las casas de pensi�n. Es una circunstancia no favorable para el car�cter de algunas mujeres americanas que la vida en pensiones ha sido casi obligatoria debido a los escasos trabajos y la dificultad de encontrar servidumbre. Mientras mas observo la vida en las pensiones, pienso que son aun peores, aunque he visto las mejores. Desde luego el grado de m�rito en tales establecimientos pesa poco considerando lo endemoniado de su existencia. Lo rescatable de ello es estar segura en compa��a respetable, buena mesa, buenos modales la cortes�a de la anfitriona, y el confort de los apartamentos privados: pero lo malo del sistema lanza todos estos objetivos a un segundo plano.
Comencemos con los ni�os. No puede haber suficiente orden en el alimento adecuado para ellos; ni alguna seguridad que ellos comer�n naturalmente en la mesa donde habr� 50 personas, una docena de negros hip�critas sirviendo, y un despliegue de tentadores platillos a la vista. El ni�o est� en eminente peligro de ser t�mido y temer comer, o de ser demasiado ambicioso y comer demasiado. Luego, da tristeza ver ni�as de 12 a�os ya sea escondi�ndose tras sus padres, y sonroj�ndose dolorosamente tan frecuentemente cuando cada uno de los 50 extra�os les miran, o jactanciosamente mirando todo lo que sucede y sirvi�ndose como peque�as mujeres de mundo. Despu�s del t�, es una pr�ctica com�n llevar a las chicas al piano para interpretar y cantarle a un grupo compuesto de caballeros, y traer una selecci�n sin principio excepto por la mera respetabilidad. Luego viene la cadencia para las j�venes mujeres casadas, la clase mas numerosa que se encuentra en las pensiones. La incertidumbre del servicio dom�stico es tan grande, y la econom�a de las pensiones es tan tentadora para aquellas quienes no pueden proveerse de casa y muebles, que es evidente el porque tanta mujer joven casada usa tales facilidades. Pero no hay hombre sensible que pueda prever el riesgo en que se incurre, cuando se expone la paz dom�stica a tal temeroso riesgo. V� lo suficiente, cuando v� damas elegantemente vestidas reparando cortinas en las ventanas del sal�n de dibujo, luego de que sus esposos se fueran a la oficina de contabilidad despu�s del desayuno. All�, las damas se sentaban por horas, sin hacer nada mas que dedicarse al chisme, o con cada uno de lo hombres de la casa quienes estaban sin trabajo o con visitantes. Es cierto que la m�s equilibrada mujer entre las damas puede retornar a su apartamento por la ma�ana, pero se quejan que no tiene que hacer en su propia casa. Ya sea que no estar�n un largo tiempo, o que no tienen espacio para sus propios libros, o que est�n en desacuerdo con los otros en la casa.
El testimonio com�n es que hay muy poco que hacer en las pensiones, y mientras m�s equilibrada se es, el destino de aquella que no piensa, quien no tiene nada que hacer, puede ser f�cilmente anticipado. Ellas encuentran una miga o dos entre las otras habitantes de la casa con quienes confiar los secretos de sus esposos. Una mujer que hace esto una vez, lo har� dos veces, o tan frecuentemente como se cambie de pensi�n encontrar� otra buena amiga. Se me ha asegurado que no hay fin a tales dificultades en las cuales los caballeros se han involucrado, en ambos casos en lo comercial y dom�stico debido a la indiscreci�n de sus j�venes esposas livianas de cabeza, debido a la situaci�n entre holgazaner�a y la frivolidad de la vida en las pensiones. Con respecto a los caballeros, tambi�n es penoso. Comidas p�blicas, casa bulliciosa, confinamiento a uno o dos cuartos privados, con la ausencia de gratificaciones de su propia conveniencia y gusto, son de pobre consuelo para el hombre de negocios luego del laborioso trabajo diario. Cuando a esto se le agrega las peculiaridades a las cuales sus esposas han estado expuestas, se podr�n imaginar que cualquier hombre con sentido de refinamiento le gustar�a en tal caso soportar las inconveniencias dom�sticas de la incertidumbre y la mala calidad de la ayuda en vez de no tener servicio dom�stico. Se conformar�n, si hay necesidad, con una cena de pan y queso, encender su propio fuego, y permitir a sus esposas sacudir los muebles algunas veces al a�o, por no tener privacidad y seguridad. Pienso que en general los caballeros piensan y se sienten de esta forma, y cuando ellos dejan la servidumbre y se van las pensiones, es el resultado de la indulgencia para las esposa de las esposas; quienes si fuesen inteligentes como deber�an serlo, lo har�an menos frecuentemente.
El estudio de la econom�a del servicio dom�stico era una continua entretenci�n para m�. Lo que observ� puede resultar en un volumen. Muchas familias est�n, y lo han estado por a�os, sin servicio dom�stico, como cualquier familia en Inglaterra, y debo decir que entre las m�s vociferantes hab�a muchas quienes por falta de ya sea temperamento o juicio se merec�an toda dificultad con la que se encontrasen. Es remarcable el caso de las damas Inglesas aposentadas en Am�rica. Tienen el h�bito de mandar, y expectativas de obediencia; Y cuando fracasan, les temen a sus sirvientes. Incluso cuando han aprendido la teor�a que el servicio dom�stico es un asunto de contratos. Un intercambio de servicio por recompensa, la autoridad del empleador no se extiende mas all� de de la promesa de rendimiento deservicio., cuando las damas han aceptado actuar as�, solo as� est�n aptas para sentirse molestas por cosas que no les conciernen de manera alguna. Si una dom�stica decide servir la mesa sin su cofia sobre su escasa cabellera y llevando espejuelos, si otra va a la iglesia el domingo vestida exactamente como su patrona, la dama en ning�n caso debe responder por el mal gusto de sus dom�sticas. Pero las residentes inglesas frecuentemente no se atienen a esto, ni a que sus sirvientas hagan su trabajo a su propio gusto, ni siquiera a dividir su propio trabajo en referencia al del de su servidumbre. La consecuencia es que pronto encuentran imposible encontrar ayuda americana, y deben someterse a la merced de las bajas irlandesas, y todos saben el tipo se sirvientas que com�nmente son. Algunas de ellas son las mejores dom�sticas en Am�rica: aquellas que saben valorar una casa respetable, un salario suficiente, el honor de que se conf�e en ellas, y la seguridad de valiosos amigos de por vida: pero demasiadas son inestables, desordenadas, desorganizadas: algunas deshonestas y temperamentales.
Encontr� que las dom�sticas m�s afortunadas eran aquellas quienes actuaban sobre los principios de justicia y sobriedad m�s extenuadamente. Tales son escrupulosas primeramente, en lo que los deberes mutuos deben pasar inexplicados, lo que no deja luego lugar a disputa, lo que se puede evitar. A la candidata no s�lo se le informa precisamente cual es su trabajo, y se le muestran sus dependencias en la casa, sino que se le consulta sobre casos en los cuales ambas partes pueden diferir. Por ejemplo: el empleador estipula sobre las horas en que su dom�stica intenta salir, y que la cual nunca debe suceder cuando hay compa��a en casa. A su vez, se le conceden los deseos de recreaci�n, recibir visitas de su familia en casa, y otros. Cuando se ha llagado a un mutuo entendimiento, se tienen las mejores oportunidades en los t�rminos de contrato a los cuales se adhieren y liberalmente se llevan de com�n acuerdo. Y he visto instancias en las cuales las partes han vivido juntas en amistad y satisfacci�n por 5, 7, 11 y 14 a�os. Otras, nuevamente, se han visto, que sin falta se ha cambiado la servidumbre r�pidamente. Tambi�n he observado quienes nunca se han sentido confortables, a menos que se les ense�en los mas b�sicos principios de democracia.
Muchas damas, especialmente en el campo, tomas ni�as para entrenarlas, teni�ndolas bajo ciertos t�rminos de empleo. En tal caso, la ni�a se toma a los once a�os, y se le tiene hasta los 18. La patrona se compromete a vestirle, a darle escuela dominical, y cierta cantidad de escolaridad durante el a�o, y a darle al final del t�rmino (excepto si hay mal comportamiento) cincuenta d�lares, una vaca, o su equivalente. Bajo el tutelaje de una buena empleadora, este es un excelente ofrecimiento para la chica, pero hay patronas quienes se quejan de que tan pronto como se sienten servibles, cuando cumplen los 14 o 15, se ponen rebeldes, teniendo abundancia de amistades quienes les dicen cuanto salario podr�an tener si fuesen libres. En varios de los hospedajes donde yo resid� por corto o largo tiempo, la rutina de la casa era f�cil y agradable como en cualesquier casa inglesa en cualquier otro lugar, las dificultades con el servicio dom�stico eran edificables y entretenidas. Primero, escuchaba poco de de ello, considerando la idea prevalerte en Am�rica que las damas inglesas se preocupan poco de las situaciones hogare�as. Estas injuriosas faltas de aprehensi�n que las damas inglesas poseen, con muchas otras, puebla las novelas de moda en el pa�s, desde Nueva York hasta Mississippi. Aunque las Americanas repiten y creen que estos libros falsifican las maneras, no pueden librarse de las impresiones que derivan de ellas. Muchas involuntariamente se imaginan ser damas de Inglaterra como duquesas y condesas de aquellos pobres libros: y apenas creen que las esposas de mercantiles, manufactureros, y dependientas de tiendas, del gran n�mero de profesionales puedan comprar sus propias provisiones, mantener la contabilidad, se encarguen de cuidados y reparos, de la banca, hagan mermeladas, y cosas por el estilo, y que infrecuentemente cocinen, con sus propias manos, alg�n platillo que sea del agrado del esposo. Cuando se enteraban por mis revelaciones, que las damas inglesas y americanas ten�an despu�s de todo, mucho m�s en com�n, el estado real de la econom�a del hogar se abr�a a m�.
Todas las damas americanas deber�an saber como aclarar el almid�n y planchar, como poner los platos y cristales, como cocinar y si entienden como hacer pan y sopas de la misma manera ser�a mucho mejor. Los caballeros usualmente se encargan de de la situaci�n de mercadeo, lo que es justo. Una dama, altamente eficaz y muy instruida, me cont� que hab�a sido dejada enteramente sin ayuda dom�stica, en un peque�o poblado donde hab�a poca esperanza de encontrar r�pidamente tal. Ella y su hija hicieron el pan por seis semanas, y mantuvieron la casa por si solas, lo que podr�as ser visto por la nobleza como lujos, fue suficientemente impecable. Ella mencion� un buen resultado de tal necesidad: que ella jam�s se quejar�a de un pan mal hecho. Ahora ella testificar�a que el pan podr�a estar bien hecho, si el clima colaborara y otras muchas excusas dadas. Escuch� una an�cdota de esta dama que me sorprendi�. Ella ca�a en el h�bito de contratar servicio, cuando necesitaba ayuda extra, una mujer de color para hacer el servicio de la cocina. El servicio dom�stico parec�a estar en buenos t�rminos con esta mujer hasta que un d�a, cuando hab�a una fiesta temprana, la sirvienta de mayor rango declin� servir en compa��a, dando como raz�n que se le hab�a pedido sentarse a la mesa con la mujer de color. La patrona gentilmente revoc� diciendo: �si usted est� arriba a mi servicio, mi familia no lo est� �Ver� a mi hija traer el t� y a mi sobrina el pastel� La mujer se arrepinti�, y rog� que se le permitiera servir, pero no se le otorg� y llor� mucho. Al d�a siguiente se comport� muy humilde, y su patrona razon� con ella exitosamente. La dama hizo una concesi�n silenciosa. Llam� a la mujer de color despu�s de la cena, en vez de llamarla antes.
Una dama del campo viaja 30 millas a un pueblo donde piensa que puede interceptar algunas islandesas venidas de Canad� hacia Estados Unidos, para suplirse de servicio. Se compromete a enviarlas a 30 millas de distancia para la confesi�n dos veces por a�o, si desean vivir con ella. Otra dama campesina me cont� que su familia sufr�a de falta de agua, porque el hombre objetaba traerla. Las dom�sticas la recog�an, e inclusos los ni�os en sus peque�os tiestos. El hombre se manten�a firme en su decisi�n y ella no pod�a despedirle por esa raz�n, el era un sirviente irrisible, aunque no pod�a controlarlo, por tener solo un ojo, y siempre se emborrachaba cuando terminaba su trabajo. La misma dama ten�a su casa muy bien mantenida, en virtud a su propio control sobre todo., pero cuando deseaba que sus cuartos fueran empapelados, pensaba que deber�a dejar eso en manos de un artista. Cuando estaba terminado, se le recomendaba revisarlo, y destacar su admiraci�n por las quebraduras expuestas que el hombre hab�a dejado. El se hab�a abandonado a seguir el patr�n de un papel cuyo dise�o no calzaba con cada una de las tiras.
La madre de una joven novia conocida m�a, se jactaba que hab�a agraciado la nueva casa de su hija durante el viaje de bodas con 2 sirvientas ejemplares. El d�a previo al retorno de la novia, antes que las mujeres hayan visto a sus empleadores, avisaron directamente que se deber�an ir debido a noticias de sus familias lo que cambiaba sus planes originales. Se les pidi� que permanecieran por una semana, y cuando insistieron que deber�an irse, no se hab�a encontrado a quienes les reemplazaran, y su joven empleadora iba a recibir hu�spedes al d�a siguiente. Eso hizo la situaci�n desesperada sabi�ndose que la novia no sab�a nada de c�mo mantener una casa. Se les hizo cocinar tanta comida como fuese posible, para ser consumida fr�a, y para mantenerla tanto tiempo como fuera posible, y luego de cerrar la puerta tras ellas, ella llor� por una hora completa. Como solucion� el problema, se me olvid�, pero estaba con un excelente estado de �nimo cuando me cont� la historia.
Muchas de las an�cdotas son actuales con respecto a los modales de la gente joven que viene de lugares retirados del pa�s para el servicio dom�stico en Boston. Una persona simple campesina obedece sus instrucciones exactamente como servir a la mesa, y luego servir a la familia. Pero cuando se retrasan unos minutos, por alguna raz�n, encuentran a la dom�stica sentada y comiendo. Se hab�a servido del pollo, pensando que como las personas se hab�an demorado tanto, la comita ya estar�a fr�a. Un joven de Vermont fue contratado por una familia quienes estaban necesitados de un ordenanza. Era muy amigable, tan servicial como se encontraba libre, pero no sab�a nada de la vida m�s que una granja. Una noche o dos luego de su llegada, hab�a una gran recepci�n en casa. Su patrona se apresur� en jactarse con el que a la hora del t� pas� lo siguiente: con el az�car y la crema, el mozo quien llevaba el t�; asegurarse que cada uno tuviera crema y az�car, y sujetar su lengua. El hizo su parte reflej�ndolo en un rostro inteligente y yendo afanosamente de invitado en invitado. Cuando complet� el circuito, y lleg� a la puerta, una duda le asalt�: si el grupo m�s alejado de la sala se hab�a beneficiado de sus servicios. Se elev� en la punta de sus pies, al decir: �preguntar� y grit� sobre las cabezas del grupo �como se encuentran para endulzarse en ese otro rinc�n?�
Estos casos extremos suenan rid�culos y molestamente suficientes, pero se debe recordar que estos son casos extremos. De mi parte, yo prefiero sufrir la inconveniencia de trabajar ocasionalmente en las recamaras o la cocina, y tener frustrados dise�os de hospitalidad, que presenciar la actuaci�n de la de la clase baja en Europa. En Inglaterra, la servidumbre est� acostumbrada a ser servil, est� completamente establecido que la patrona establezca las costumbres, sus maneras, sus vestimentas, su relaci�n con los amigos, y muchas otras cosas que tienen que manejar por si mismos, que ha sido dif�cil tratarlos de diferente manera. Las empleadoras que se han abstenido de hacer esto encuentran que han malcriado a sus sirvientes, y miembros de sus familias quienes han establecido amistades con el servicio se encuentran en mala condici�n para la reciprocidad. En Am�rica es de otra forma, y siempre ser� as�. Todos quienes no se preocupan solamente por ego�stamente gratificarse m�s que por el bienestar de otros est�n satisfechos de tener amigos desinteresados e inteligentes en el servicio quienes ser�n capaces de asirse, aunque pueden encontrar dificultad al principio para retenerles, y se les permite mantener algunas exc�ntricos modales y vestimentas que tren consigo.
Uno de los placeres de viajar en un pa�s democr�tico es no ver excesos. No se ve tal carga en el servicio en todos los Estados Unidos, excepto en las casa de los embajadores en Washington. El car�cter de los dom�sticos es m�s alto en Am�rica m�s que cualesquiera que se distinga de tal etiqueta, el siguiente ejemplo lo demostrar�. Pas� una noche en la residencia del presidente de la Universidad de Harvard. La hora del t� fue servida por una dom�stica del presidente, quien es a su vez Mayor de la Caballer�a. En los tiempos de la Caballer�a, cuando los hu�spedes son invitados a cenar con el regimiento, el Mayor y sus galas se sienta a la cabeza de la mesa, y sienta al presidente a su derecha. El juega el rol de anfitri�n como si no existiera relaci�n entre ellos. Los brindis, todos transados, se va a su casa, deja sus condecoraciones y espera en la casa del presidente por el t�.
Las ocupaciones con las que las damas Americanas llenan su tiempo, lo que ya ha sido dicho, muestra que no hay gran peso de diversidad en las ocupaciones. Muchas est�n involucradas mayoritariamente en caridades, haciendo el bien o el mal de acuerdo a su estado de �nimo, el cual llevan consigo hasta el trabajo. En Nueva Inglaterra, una gran parte del tiempo se ocupa en asistir a sermones y otros encuentros religiosos, y en hacer visitas con prop�sitos religiosos a los pobres y desvalidos. Los mismos resultados siguen estas pr�cticas que pueden se observadas cuando quiera. Siempre y cuando la simpat�a se mantenga, y las relaciones entre las diferentes clases de la sociedad se ocasiona, la pr�ctica es buena. Tanto como se incentive la mente de los visitantes, motivando un falso antojo por el entusiasmo religioso, tientan a la interferencia espiritual, por un lado, y no puedan por el otro, y humor�sticas u opresivas aquellas a los que necesitan menos las oficinas, mientras se aliene a los que las necesitan m�s, la pr�ctica se transforma en mala. Se me impone pensar que muchas cosas buenas se hacen, tanto como malas, y esto cuando sea que la mujer tenga una mayor carga de ocupaci�n en sus manos, para hacer el bien y reciprocar la simpat�a religiosa proveyendo de oportunidades, en vez de hacerlo una ocupaci�n, m�s se har� el bien sin ning�n da�o.
Este es un triste recuento. Alguien se puede preguntar, �Qu� son las mujeres Americanas? Son m�s educadas por providencia que los hombres. Lo humanitario es de ellas, tienen labor, probatorio, disfrute, y penas. Son buenas esposas, y por la ense�anza de la naturaleza, buenas madres. Tienen dentro del rango de actividades, buen sentido, buen equilibrio, y buenos modales. Su belleza es remarcable, y pienso que no tienen menos ingenio. Su caridad es desbordante, s�lo si fueran m�s iluminadas, y se supone que no puedan existir sin la religi�n. Pareciera ser intr�nsico, pero no siempre de tipo saludable. Es duro decir esto, �no es el echo que la religi�n emane de la naturaleza, sino del estado moral del individuo? Entonces, �no es cierto que a menos que la naturaleza sea completamente ejercida, el estado moral harmonizado, la religi�n no pueda ser saludable?
Una consecuencia, penosa e injuriosa, del sabor caballeresco y el temperamento de un pa�s referente a sus mujeres, es lo dif�cil, donde no es imposible, para las mujeres ganarse el sustento. Donde es una jactancia que las mujeres no trabajen, el empuje y los beneficios del trabajo no son provistos. Esta es la manera en Am�rica. En algunos lugares, hay hoy en d�a tantas mujeres dependientes de sus esfuerzos de manutenci�n, que el demonio se apodera de ellas ante que la fuerza de las circunstancias. En el entretanto, las mas pobres est�n tristes. Antes que se abrieran las f�bricas, hab�a s�lo tres medios: ense�ar, hacer bordados y ser mucamas en pensiones u hoteles. Ahora est�n los molinos; y se emplea a mujeres en imprentas, como compaginadoras, as� como dobladoras y encuadernadoras.
Me atrevo a no confiar en mi misma por hacer m�s que tocar este t�pico. Habr�a poca utilidad en luchar por ello; por desordenes en el sistema por el cual las mujeres est�n depresivas por tener tan gran n�mero de objetivos, mas all� e su alcance, m�s que en ning�n acomodo menor que pueda ser rectificado por la exposici�n a demonios particulares. Yo le preguntar�a a los fil�ntropos de todos los pa�ses que le consultaran a los m�dicos cual es el estado de salud de las costureras; y en base a ello si no es inconsistente con la humanidad com�n que las mujeres dependieran de tales empleos para obtener su pan. Perm�tanles preguntar cual es la recompensa por este tipo de trabajo, y luego si pueden preguntar si los placeres de las licencias are algo provistas por esa clase. Perm�tanles reverenciar el poder para mantener su virtud, cuando el esfuerzo que ellas conocen les esta destruyendo lentamente, y si esto vale el esfuerzo para apenas ganarse el pan, mientras los salarios del pecado son el lujo y las monoton�a est�ticas. Durante el presente intervalo entre la �poca feudal y el tiempo que viene, cuando la vida y sus ocupaciones sean ofrecidas libremente tanto a las mujeres como a los hombres, la condici�n de la clase trabajadora femenina es tal que sus sufrimientos fueran hechos p�blicos. Las emociones del horror y la verg�enza temblar�an en toda la sociedad.
Para aquellas mujeres quienes se empeque�ecen con las muchas bordadoras, casi igualmente tremendo, con quienes hacen sombreros, a la humilde zurcidora de medias, por aquellos quienes se empeque�ecen ante el orgullo, o el miedo o la enfermedad, la pobreza, la tentaci�n, no les queda m�s que la pretensi�n de s�lo ense�ar. �Qu� oficio envuelve m�s responsabilidad, requiere mas calificaciones, y la que debe ser mas honorable que la de ense�ar? �Que otro trabajo hay por el que uno decida, sin ser genio, tenga mas requisitos? As� las gobernantas en Am�rica como en otros lados, se surten de entre aquellas que ense�an porque necesitan pan; y quienes no ense�ar�an por ninguna otra raz�n. Ense�ar y entrenar ni�os es para unas pocas, muy pocas, un trabajo agradable, sin importarles el esfuerzo y los cuidados, excepto para esas pocas es irritante; y cuando les acompa�a la pobreza y la mortificaci�n es intolerable.
Dejemos a los fil�ntropos preguntar por la proporci�n de gobernantas entre las reclusas de los asilos de lun�ticas. La respuesta a esta pregunta se encuentra involucrando una palabra de censura e instrucci�n. �Cual ser� la condici�n del sexo cuando tal ocupaci�n est� sobre poblada de candidatas calificadas y no calificadas? �Cu�l es la esperanza de una generaci�n de ni�os confinados al cuidado de una clase, conciente talvez, pero reticente, acosada y depresiva? Las m�s dedicadas gobernantas en los Estados Unidos pueden ganar $ 600 d�lares al a�o con las familias de las plantaciones del sur, siempre y cuando prometa ense�ar todo. En el norte se les paga menos; y en ning�n caso se les provee con permisos de enfermedad o de retiro a avanzada edad. Damas que merecen total confidencia de la sociedad pueden obtener independencia en unos pocos a�os trabajando en las escuelas del norte, pero en general, la escasa recompensa al trabajo femenino permanece como reproche en un pa�s cuyos fil�ntropos se han proclamado serlos. Espero que ellos perseveren en sus locuciones, aunque los m�todos especiales de caridad no ser�n la cura para el demonio. Esto es m�s profundo, y yace en la subordinaci�n del sexo, y sobre esto la exposici�n y protestas de los fil�ntropos puede resultar en llamar la atenci�n a la sociedad, particularmente a las mujeres. El progreso de la emancipaci�n de una clase es usualmente, sino siempre, tiene lugar por el esfuerzo individual de esa clase, y esta no es la excepci�n. Todas las mujeres deben informarse de la condici�n de su sexo, y de su propia posici�n. Esto necesariamente debe seguir a la m�s noble de todas, quien tarde o temprano, antepondr� un poder moral que supere la hipocres�a y rompa forzosamente los lazos (suavice a algunas pero que fr�amente enderece a otros) de los prejuicios y usos feudales.
Entre tanto, �debe entenderse que en los principios de la Declaraci�n de Independencia no se toca a la mitad de la raza humana? De ser as�, �Cu�l es la raz�n de la limitaci�n? Si no es as� �Como es el estado restrictivo y dependiente de la mujer para ser reconciliada con la proclamaci�n que reza �a todos el Creador les otorga derechos inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la b�squeda de la felicidad�?