André Gorz (1923-2007)
Capítulo de su libro Adiós al Proletariado - Más allá del Socialismo. (1981)
Para citar este texto puede utilizar el siguiente formato:
André Gorz: "El Proletariado según San Marx" en Textos Selectos de EUMEDNET. http://www.eumed.net/textos/07/gorz-proletariado.htm
La teoría marxista del proletariado no se funda en un estudio empírico de los antagonismos de clase ni en una experiencia militante del radicalismo proletario. Ninguna observación empírica ni experiencia militante pueden conducir al descubrimiento de la misión histórica del proletariado, misión que es, según Marx, constitutiva de su ser de clase. Marx ha insistido en ello muchas veces: no es la observación empírica de los proletarios lo que permite conocer su misión de clase. Es, por el contrario, el conocimiento de su misión de clase lo que permite discernir el ser de los proletarios en su verdad. Poco importa, por lo tanto, el grado de conciencia que los proletarios tengan de su ser; y poco importa lo que ellos crean hacer o querer: importa tan sólo lo que son. Incluso si, actualmente, sus conductas son mistificadas y los fines que creen perseguir contrarios a su misión histórica, tarde o temprano el ser triunfará sobre las apariencias y la Razón sobre las mistificaciones. Dicho de otro modo, el ser del proletariado es trascendente a los proletarios; constituye una garantía trascendental de la adopción por parte de los proletarios de la justa línea de clase.
Un pregunta surge de inmediato: ¿Quién es capaz de conocer y de decir lo que el proletariado es, cuando los mismos proletarios no tienen de este ser más que una conciencia incierta o mistificada? Históricamente, la respuesta a esta pregunta es: sólo Marx ha sido capaz de conocer y de decir lo que el proletariado y su misión histórica son de verdad. Su verdad está inscrita en la obra de Marx. Este es el Alfa y Omega; él es el fundador.
Evidentemente, esta respuesta no es satisfactoria. En efecto: ¿Por qué y cómo el ser trascendente del proletariado ha sido accesible a la conciencia de Marx? Esta pregunta exige una respuesta filosófica. Podemos sorprendemos de que Marx no la haya formulado. Vamos a comprender enseguida porque él no pudo hacerlo. La teoría marxista del proletariado es una sorprendente condensación sincrética de las tres corrientes dominantes del pensamiento occidental en la época de la burguesía heroica: el cristianismo, el hegelianismo y el cientificismo. El hegelianismo contiene la clave de la cuestión. Para Hegel, efectivamente, la Historia es la progresión dialéctica y mediante la cual el espíritu, antes ajeno a sí mismo, toma conciencia y posesión del mundo -el cual, en verdad, no era sino el Espíritu mismo existiendo afuera y separado de sí-hasta retomarlo completamente en sí y ser uno con él. Los avatares de esta progresión son otras tantas etapas que, en razón de su contradicción interna, están necesariamente abocadas a "pasar a" la etapa siguiente, hasta la realización de la síntesis [mal que es a la vez el sentido de toda la Historia anterior y la finalidad de la Historia.
Así, el sentido de cada momento no es legible más que a la luz de la síntesis final. ¿Legible para quién? Evidentemente, no para los individuos particulares que hacen realidad un momento particular del cual no saben aún que deberán sobrepasar en razón de su contradicción interna insostenible; sino legible únicamente para el filósofo F. G. W. Hegel, quien tuvo la intuición genial de la Historia como desenvolvimiento de un sentido inherente a sí misma al final de los tiempos e incitando a sus manifestaciones históricas alienadas, mistificadas, fallidas y mutiladas a superarse hasta coincidir con El. La filosofía de Hegel es, en profundidad, la teología cristiana igualándose a sí misma como teofanía: la Historia es escatología, es, al final de los tiempos, el reino de Dios apelando a su advenimiento por mediación de hombres históricos que no comprenden aún el sentido de la obra trascendente que llevan a cabo. Pero su conciencia importa poco, ya que la obra está garantizada por úna dialéctica que les trasciende.
Aquí se reconoce la matriz de la dialéctica marxista. De la dialéctica hegeliana, Marx conserva lo esencial, a saber: la idea de un sentido de la Historia independiente de la conciencia que tienen de ella los individuos y que se realiza, en la medida en que la tengan, a través de sus actividades. Pero este sentido, en lugar de "caminar con la cabeza", como en la obra de Hegel, caminará en Marx con las piernas del proletariado: el trabajo del Espíritu izando al mundo a la conciencia de sí hasta la unificación final, no fue sino el delirio idealista de un teólogo adherido al racionalismo. No es el Espíritu quien trabaja sino los trabajadores. La Historia no es la progresión dialéctica del Espíritu tomando posesión del mundo, es la toma de posesión progresiva de la Naturaleza por el trabajo humano. El mundo no es inicialmente el Espíritu extraño a sí, es primeramente la exterioridad de una Naturaleza hostil a la vida de los hombres y en la que sus actividades no tienen asidero. Pero, progresivamente, amoldarán la Naturaleza a sus necesidades hasta el momento en que, dominándola toda, se reconocerán en ella como en su obra.
El obstáculo a este reconocimiento es doble: es, por una parte, el poder todavía insuficiente de las herramientas empleadas en la obra; y es, por otra parte, la separación de los individuos con respecto a las herramientas pero también con respecto a los resultados de conjunto de su trabajo colectivo. Esta separación (la alienación resultante) no podrá llegar a su fin sino con el advenimiento de una clase que realice la producción integral de la Naturaleza por medio de una totalidad de herramientas que le es completamente alienada y que, por esto. mismo, deberá recuperar apropiándose nuevamente de ella colectivamente. "Deberá" y "podrá", según Marx, por la razón de que esta totalidad de herramientas no puede ser tomada y realizada por ningún individuo particular sino por todos actuando conjuntamente en vistas de un resultado común. El hombre "volverá a encontrar" (sería preciso decir: creará) su unidad con la Naturaleza cuando la Naturaleza se haya convertido en la obra del hombre y, por implicación, el hombre sea su propio genitor. El comunismo, advenimiento del proletariado en tanto clase universal, es el sentido de la Historia.
Vemos el paralelismo. Lo que toma el lugar del Espíritu es la actividad de producir del mundo. Primeramente disimulada a sí misma, toma progresivamente conciencia de sí misma a medida que las fuerzas de producción se. desarrollan, hasta la auto-afirmación prometeica del trabajador colectivo como autor, en la cooperación de todos con todos, del mundo y de sí mismo. El resorte de la Historia, no es la presencia en sí del Espíritu al fin de los tiempos, sino la imposibilidad que hay para un ser que es producción del mundo, de aceptar que esta producción le sea robada y que sus productos, vueltos contra él, sirvan a la sujeción de "finalidades exteriores". Esta imposibilidad es a la vez esencial e histórica: no se hace manifiesta y operante sino a partir del momento en que la naturaleza de las técnicas y de las relaciones sociales de producción haga que el mundo, despojado de su "velo místico", aparezca como producto del trabajo social y los individuos, liberados de sus "actividades limitadas" gracias a la socialización del trabajo, como los productores del mundo.
El capitalismo, según Marx, satisface estas dos condiciones: sus fuerzas productivas, al desarrollarse, hacen surgir, en lugar del mundo natural y de sus misterios, el universo tecnificado de la fábrica automática, de su entorno y sus riquezas fabricadas; y este universo industrial a su vez hace surgir una clase cuyos miembros no trabajan en su interés individual particular ni con los medios individuales particulares: son, por el contrario, despojados de toda individualidad particular e, intercambiables, realizan una totalidad de capacidades y medios técnicos inmediatamente sociales para producir de una vez efectos globales.
Tal es el proletariado: con él, el trabajo como auto-producción del hombre y del mundo tiene, por primera vez, la oportunidad histórica de igualarse a sí mismo y de hacer advenir el reino de un universal humano. El hecho notable es que esta teoría partió, no de una observación empírica, sino de una reflexión crítica sobre la esencia del trabajo, llevada a cabo en reacción contra el hegelianismo. Para el joven Marx, no era la existencia de un proletariado revolucionario lo que justificaba su teoría. Es, por el contrario, su teoría lo que permitía predecir la aparición del proletariado revolucionario y establecía su necesidad. La primacía pertenecía a la filosofía. La filosofía anticipaba el curso de las cosas, establecía que la Historia tenía por sentido hacer surgir, con el proletariado, una clase universal única capaz de emancipar a toda la sociedad. Era preciso que esta clase surgiera y, de hecho, empezaban a poder observarse los signos de su advenimiento. Estos signos eran sólo legibles para el filósofo. Pero el filósofo, en tanto conciencia separada del proletariado en su significación histórica, estaría destinado a desaparecer a medida que el proletariado tomara conciencia de su propio ser y lo asumiera en la práctica. Entonces la filosofía se encarnaría en el proletariado. El filósofo en tanto conciencia filosófica separada debía aspirar a su auto-supresión y, en consecuencia, a la supresión de la filosofía como actividad separada.
La dialéctica materialista según la cual la actividad productiva debe recobrarse como fuente del mundo y del hombre mismo, para abolir, finalmente, en la unidad de la auto-producción integral "todos los poderes exteriores", deberá pues acompañarse de una dialéctica político-filosófica según la cual el proletariado deberá interiorizar la conciencia de sí que, en principio, no existe más que en el exterior de sí mismo, en la persona de Karl Marx y, más tarde, en la vanguardia marxista-leninista.
Esta lectura de Marx que propongo es la que han hecho, a sabiendas o no, las generaciones de militantes revolucionarios de antes y después del mayo de 1968. Es evidentemente una lectura histórica, hecha con los medios y las referencias intelectuales de hoy, y que no pretende restituir con fidelidad el proceso histórico del pensamiento del mismo Marx. Esto no le impide ser verdadera: traspone y reproduce el proceso marxista según nuestro presente sistema cultural de referencias. Para los jóvenes militantes revolucionarios de antes y después de mayo de 1968, como para Marx, no se milita en el movimiento revolucionario ni se establece uno en las fábricas porque el proletariado actúa, piensa y siente de manera revolucionaria, sino porque es revolucionario por destino, lo que quiere decir: debe serlo, debe "devenir lo que es".
A partir de esta posición filosófica se anuncia la posibilidad de todas las desviaciones: vanguardismo, sustitucionismo, elitismo, y su negativo: espontaneísmo, seguidismo, trade-unionismo. La imposibilidad de toda verificación empírica de la teoría no ha dejado de pesar sobre el marxismo como un pecado original.
Inversión de la dialéctica hegeliana, la filosofía del proletariado no puede, efectivamente, esperar su legitimación de los proletarios empíricos ni del curso de los acontecimientos: a ella corresponde, por el contrario, legitimarlos y expresar su significación verdadera. La matriz hegeliana hace del fIlósofo el profeta y de la filosofía la Revelación del Sentido del Ser. Los discípulos de Hegel no podían ser sino sacerdotes del hegelianismo: se les ha olvidado porque creyeron neciamente reconocerse en los funcionarios de la Razón del Estado. No se ha olvidado a los discípulos de Marx porque el proletariado conserva todavía el misterio de su trascendencia: no se ha igualado aún a sí mismo y a su tarea histórica; no ha interiorizado todavía la conciencia de sí mismo ala que la vanguardia marxista (leninista) le remite. Esta vanguardia permanece pues necesariamente separada en virtud de la misma misión histórica de la que está, a sus propios ojos, investida. Y porque permanece separada, nadie -sobre todo, no el proletariado está capacitado para zanjar los debates que conjeturan los marxistas. A falta de una posible verificación empírica, sus divergentes tesis político-teóricas no pueden extraer su legitimidad más que de la fidelidad al Libro.
El espíritu de la ortodoxia, el dogmatismo, la religiosidad, no son fenómenos accidentales del marxismo: son necesariamente inherentes a una filosofía de estructura hegeliana (incluso si esta estructura ha sido "enderezada") cuyo profetismo no tiene otro fundamento que la revelación que fue transmitida al espíritu del profeta. Podéis buscar, ciertamente, el fundamento de la teoría marxista del proletariado. El único fundamento que sus diferentes Defensores os ofrecerán, es la obra de Marx y la palabra de Lenin: es decir, la autoridad de los fundadores. La filosofía del proletariado es religiosa. No retiene de lo real más que los signos que la confortan: "Habiéndose establecido que el proletariado es y debe ser revolucionario, veamos las razones sobre las que se apoya y los obstáculos ante los que se rompe su voluntad revolucionaria. "
El modo de exponer el problema determina las búsquedas para resolverlo. Estas búsquedas, y su resultado, serían sin duda bastante diferentes si yo formulara el problema como sigue: "Habiéndose establecido que el proletariado no es revolucionario, veamos si es posible aún que lo devenga y por qué se ha podido creer durante largo tiempo que lo era ya."