TEXTOS SELECTOS

 

LA ECONOM�A DE LAS DONACIONES INTERNACIONALES

Por Kenneth Boulding

Cap�tulo sexto del libro: "La Econom�a del Amor y del Temor", Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1976. The Economics of Love and Fear - A Preface to Grants Economics, Ed. Wadsworth Publ. Co. Belmont CA, USA, 1973.


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Boulding, Kenneth E.: "La Econom�a de las Donaciones Internacionales" en Textos Selectos de EUMEDNET. Accesible a texto completo en http://www.eumed.net/textos/07/boulding-donaciones.htm


El sistema internacional, que incluye las transacciones de todo tipo que atraviesan las fronteras nacionales. siempre ha implicado una compleja mezcla de intercambios y donaciones. El sistema pol�tico internacional -esto es, las relaciones directas entre Estados se ha apoyado ampliamente en la coacci�n como principal organizador social. Frecuentemente, este elemento de coacci�n ha originado tributos en forma de pagos en concepto de indemnizaci�n despu�s de una guerra perdida, tales como los de Francia a Alemania despu�s de 1871, o de Alemania a los aliados despu�s de la Primera Guerra Mundial. Las subvenciones a aliados, principalmente para fines militares, han supuesto tambi�n una parte importante del sistema internacional casi desde sus comienzos. Las donaciones de los pueblos conquistados a sus conquistadores tambi�n han sido un elemento significativo en el sistema internacional. En el caso de un imperio es dif�cil decir d�nde termina el sistema interno y comienza el sistema internacional. La explotaci�n de esclavos y campesinos es tanto parte del sistema interno como del sistema internacional. No obstante, puede hacerse una distinci�n a grandes rasgos entre una comunidad interior, en la que el pueblo, incluso si est� explotado, tiene conciencia de pertenecer a una misma naci�n o pueblo, y una relaci�n imperial, en la que gobernados y gobernadores se consideran mutuamente extra�os y no partes de la misma comunidad nacional.

En el siglo XX, y especialmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se ha desarrollado un nuevo tipo de transferencia internacional bajo el encabezamiento general de �ayuda extranjera�. En gran medida, la ayuda extranjera es todav�a parte del viejo sistema de pagos a aliados con fines militares, o pagos para evitar que los recursos caigan en manos de un enemigo, que han caracterizado al sistema internacional durante tanto tiempo. Sin embargo, una parte es algo diferente. Es el progreso y lento reconocimiento de la comunidad mundial. La clara divisi�n entre pa�ses ricos y pa�ses pobres no s�lo puede tener elementos de inestabilidad, sino que tambi�n es moralmente inc�moda para los ricos. Tambi�n puede observarse en el sistema internacional algo as� como el sentido de comunidad o �comensalidad� que hace surgir las distribuciones internas, dentro de un pa�s, de los ricos a los pobres. Esto tiene lugar incluso en ausencia de un gobierno mundial, si exceptuamos el embri�n y posible forma abortiva de las Naciones Unidas. Como otras donaciones integradoras, la ayuda extranjera puede estar motivada, en cierta medida, por consideraciones de prestigio, por un deseo de tener una imagen favorable en el mundo o por un deseo de construir una identidad nacional que sea m�s satisfactoria para los ciudadanos de la naci�n. Las naciones, en sus relaciones internacionales, son mucho m�s crueles, despiadadas, ego�stas e inmorales que la mayor parte de la gente en sus relaciones personales, aunque si la naci�n como organizaci�n no ha de perder el amor y el respeto de sus propios ciudadanos, debe crear un aspecto de su identidad que sea algo generoso, filantr�pico y con las miras puestas en el bienestar de la humanidad. Estos fines son bastante reales en la ayuda extranjera, a pesar de que est�n muy mezclados con los motivos de car�cter m�s tradicional de los sistemas estrat�gicos o coactivos.

Como el sistema internacional opera tan extensamente a nivel de coacci�n y contracoacci�n, se ve implicado en carreras de armamento [1] y en las construcci�n de grandes industrias de defensa, que conllevan donaciones p�blicas internas muy grandes. La industria mundial de guerra, medida por los gastos militares, es del orden de 200.000.000.000 de d�lares, un poco m�s de la tercera parte de los cuales corresponde a Estados Unidos, algo menos de la tercera parte a la Uni�n Sovi�tica y el sobrante al resto del mundo. Una paradoja frecuentemente no reconocida es que el coste de mantener una industria de guerra es generalmente mucho mayor que cualquier perjuicio real que causa a un enemigo. Aunque una industria de guerra est� proyectada para producir �males� en vez de �bienes�, su producto m�s esencial, especialmente en una era de amenazas, es la coacci�n de producir males en lugar de la producci�n real de �stOs. Por consiguiente, en tiempo de paz, la industria de guerra produce directamente muy pocos males, pero su capacidad se logr� s�lo con el sacrificio de los bienes que podr�an haberse producido en otro caso. Los 200.000.000.000 de d�lares de la industria mundial de guerra representan recursos que podr�an emplearse en producir viviendas, escuelas, hospitales, carreteras y otros bienes para la poblaci�n civil. En Estados Unidos, por ejemplo, a causa del crecimiento de la industria de guerra durante los �ltimos cuarenta a�os, desde menos del 1 por 100 de la econom�a en los a�os 30 hasta aproximadamente el 8 por 100 en los a�os 60, las compras de las econom�as dom�sticas han disminuido desde cerca del 70 por 100 del PNB hasta aproximadamente el 60 por 100. Este es un �coste real� de la industria de guerra, ya que la econom�a dom�stica media de Estados Unidos s�lo puede comprar aproximadamente cinco sextas partes de lo que podr�a comprar en ausencia de una industria de guerra. En el mundo, en general, la industria de guerra tiene que considerarse como un tipo de potlach [2], una �donaci�n desperdiciada� de los pueblos del mundo a la nada, lo cual no s�lo reduce el bienestar actual, sino tambi�n el bienestar futuro, por debajo de lo que ser�a en otro caso. La conclusi�n parece inevitable: el sistema internacional en la actualidad es la m�s patol�gica de todas las partes del sistema social mundial y su control, modificaci�n e incluso su abolici�n, es uno de los principales temas que est�n sobre el tapete para la raza humana.

El desarrollo de las armas nucleares ha intensificado en �ltima instancia la naturaleza patol�gica del sistema internacional, aunque puede haberle dado estabilidad a corto plazo. El arma nuclear ha acentuado el aspecto de amenaza del sistema, en oposici�n a la conquista o el tributo, y sus organizadores venden el sistema al p�blico como uno de amenaza estable. A largo plazo, sin embargo, la amenaza no puede ser estable, o cesar�a de causar temor. Si la probabilidad de que las armas nucleares sean disparadas fuese cero, ser�a lo mismo que no tenerlas en absoluto. La amenaza, por lo tanto, tiene que conllevar una posibilidad positiva, no importa cu�n baja, de que se lleve a cabo la puesta en pr�ctica real de las coacciones de destrucci�n. Si hay una probabilidad positiva de una guerra nuclear, es evidente que, si esperamos lo suficiente, �sta tendr� lugar. Incluso si la probabilidad es s�lo del 1 por 100 anual, esta cifra se acumula inquietantemente en cien a�os. Adem�s, a los 200.000.000.000 de d�lares de coste corriente directo actuales de la industria mundial de guerra, tenemos que a�adir el valor descontado de la destrucci�n nuclear esperada, que no es una cifra insignificante.

A causa del fracaso del sistema internacional para tratar el problema de la industria mundial de guerra, �sta a�n domina la econom�a de donaciones p�blicas. No obstante, ha habido un peque�o cambio, aunque bastante perceptible, especialmente en la �ltima generaci�n, desde las donaciones coactivas hacia las donaciones integrado ras, como se refleja. especialmente en el largo, lento y fluctuante crecimiento de lo que podr�a llamarse ayuda extranjera �genuina�. Este fen�meno es todav�a m�s sorprendente porque en muchas formas va en contra de la din�mica del sistema coactivo internacional. La situaci�n relativa de un pa�s en el sistema coactivo depende sustancialmente de su nivel de desarrollo econ�mico, especialmente medido por su producto nacional bruto. Por' consiguiente, si el sistema internacional estuviera regido totalmente por consideraciones de coacci�n, no se esperar�a que una naci�n cualquiera disminuyera su poder relativo tratando de aumentar el PNB de cualquiera otra. Por 10 tanto, es un indicador importante del lento crecimiento del sistema integrador mundial, como hoy en d�a se reconoce casi universalmente, el que las naciones m�s ricas tienen alg�n tipo de obligaci�n de ayudar a las naciones m�s pobres a aumentar su riqueza. La ayuda extranjera integradora est� formada por donaciones realizadas espec�ficamente con este fin a la vista. El volumen total de ayuda extranjera integradora es, desde luego, todav�a muy peque�o, muy por debajo del 1 por 100 del producto nacional bruto de los pa�ses ricos. Es dif�cil decir cu�nto es, a causa de la mezcla de donaciones' integradoras y coactivas que conllevan casi todos los programas de ayuda extranjera. No obstante, es significativo el hecho de que existan. Representa una ampliaci�n del principio de �comensalidad� a toda la humanidad. Una familia que se sienta alrededor de una mesa (mensa, en lat�n) es un ejemplo de una econom�a de donaciones integradoras. La comida se distribuye de acuerdo con la necesidad y no seg�n un principio cualquiera de intercambio. Hist�ricamente, la �mesa� ha estado creciendo constantemente; desde, la familia, al dan, a la naci�n, y ahora, al mundo entero. Sin embargo, la analog�a no tiene que llevarse demasiado lejos, porque no hay padres presidiendo la mesa a la que se sienta la humanidad. Es una mesa muy grande, de forma que las personas sentadas al otro lado de �sta pueden no ser visibles por encima de la l�nea del horizonte. No obstante, es esta conciencia de la unidad de la humanidad, por muy d�bil que sea, la que est� detr�s del aumento de la ayuda extranjera y, sin ella, el sistema internacional quedar�a en un estado de pura coacci�n y contracoacci�n.

Unido a la comensalidad, existe otro principio que todav�a tiene elementos del lado integrador o de �amor� del espectro, pero que est� mezclado con la coacci�n y el temor. Este principio puede ser denominado �expansionismo�, y ha sido un elemento crucial en el sistema internacional. Es el deseo por parte de una comunidad concreta de tener m�s personas asociadas a ella y, por tanto, en cierto sentido, de una identidad mayor para sus miembros. Las religiones misioneras son un buen ejemplo, ya que la comunidad religiosa dedica recursos a la expansi�n de su fe particular. Casi todas las religiones tienen per�odos alternativos de expansionismo y consolidaci�n. Es especialmente probable que las religiones que reclaman validez universal -tales como el Cristianismo, el Islam y el Budismo- sean expansionistas. Es mucho menos probable que lo sean las religiones que est�n ligadas a escenarios y dioses locales, tales como el Shinto o el Juda�smo del precautiverio.

Para las naciones, el expansionismo se convierte en imperialismo, que de nuevo puede tomar muchas formas, desde las crudas conquistas y la explotaci�n de los pueblos sometidos, por un lado, a las asociaciones m�s o menos voluntarias de naciones, como la Commonwealth brit�nica y la Comunidad Francesa o la Organizaci�n de Estados Americanos, por otro. A menudo, el expansionismo religioso y el pol�tico caminan juntos, como en Gran Breta�a, Francia y Estados Unidos en el siglo XIX y comienzos del XX, cuando las actividades misioneras de las iglesias y las actividades pol�ticas de los imperios en expansi�n con frecuencia caminaban de la mano. Generalmente eran los propios brit�nicos los que cantaban en la iglesia, �Jes�s reinar� all� donde el sol / recorre sus jornadas sucesivas�, y luego escuchaban con aprobaci�n el Land of Hope and Glory, de Elgar, con su incre�ble verso, �Todav�a m�s y m�s amplios ser�n establecidos tus l�mites. / Dios, que te hizo grande, te haga m�s grande a�n.� De igual forma que las actividades misioneras del protestantismo brit�nico y americano estaban relacionadas con la expansi�n del constitucionalismo en que viv�an, la actividad misionera cat�lica francesa y la ortodoxa rusa ten�an algo que ver con el desarrollo del Imperio Franc�s y del Imperio Ruso. Alemania e Italia entraron retrasadas en el campo expansionista; Suecia abandon� el expansionismo en el siglo XVII, despu�s de un per�odo considerable; Portugal es un ejemplo interesante de una sociedad expansionista fosilizada, que dedica una cantidad desproporcionada de energ�a para resistir una contracci�n de su imperio, cuya p�rdida ser�a ciertamente beneficiosa para su propio pueblo. Cuando uno observa los patrones de la ayuda extranjera, ve muy claramente que est�n relacionados con el expansionismo pasado, si no con el presente. Los franceses destinan una proporci�n relativamente grande de su PNB a la ayuda extranjera, y la dedica casi exclusivamente al �rea del antiguo Imperio Franc�s. Esta ayuda casi puede considerarse como una expresi�n de gratitud por parte de Francia a pueblos que tienen la merced de hablar franc�s y una tradici�n francesa, impuesta sobre ellos en los viejos d�as por la Francia imperial. Por supuesto, siempre es dif�cil desentra�ar los aspectos de seguridad nacional o de sistema coactivo de los aspectos integradores en la ayuda extranjera, pero es dif�cil creer que los franceses obtienen mucha seguridad nacional de la ayuda que proporcionan a Gab�n, o pierden por el hecho de no ayudar a la �desagradecida� Guinea. De igual forma, los brit�nicos destinan una cantidad desproporcionada de ayuda a la Commonwealth, y Estados Unidos ha mantenido una Alianza para el Progreso en Am�rica Latina. En los casos de Estados Unidos, Rusia y China, parece haber un mayor elemento estrat�gico en la ayuda extranjera, ya que estos pa�ses tienden a apoyar a los pa�ses ideol�gicamente afines a ellos. La ideolog�a, sin embargo, parece ser un sistema integrador bastante d�bil en comparaci�n con el nacionalismo y las expansiones nacionalistas, como la Comunidad Francesa y la Commonwealth Brit�nica. Entre Rusia y Alemania del Este, la comunidad ideol�gica pareci� trabajar a la inversa, ya que hasta 1956 los alemanes orientales estaban forzados a realizar enormes donaciones a los rusos, sumando en total, quiz�, 12.000.000.000 de d�lares [3], y es bastante posible que, haciendo un balance, todos los pa�ses de Europa oriental realizan donaciones netas a los rusos en vez de recibir donaciones de ellos. De igual forma, la ayuda rusa a los chinos, incluso en los a�os anteriores a la ruptura, era muy peque�a, sumando como mucho unos pocos c�ntimos por chino al a�o. En contraste, la econom�a de donaciones internas dentro de la Uni�n Sovi�tica parece ser bastante sustancial, aunque es dif�cil obtener cifras. Parece haber pocas dudas de que los rusos han realizado sustanciales donaciones internas desde la Rep�blica Socialista Sovi�tica Rusa a los Uzbeks, Kazaks y otros pueblos no rusos dentro de la Uni�n Sovi�tica, nueva indicaci�n de que la expansi�n nacional es una fuente mucho m�s poderosa de relaci�n integradora que la expansi�n ideol�gica, y reflejando de nuevo el hecho de que la comunidad nacional es el sistema integrador m�s poderoso en el mundo moderno.

Las �donaciones integradoras� m�s puras son aqu�llas realizadas por los pa�ses ricos m�s peque�os, tales como los pa�ses escandinavos, donde la justificaci�n pol�tica de la ayuda extranjera es, bastante deliberadamente, una llamada a la comunidad y compasi�n humanas, donde no hay pretensiones de que las donaciones sean, en realidad, intercambios por los cuales la naci�n donante recibir� alg�n tipo de sutiles beneficios, que demasiado frecuentemente es el argumento empleado en Estados Unidos. La llamada realizada en este caso apela realmente a la identidad nacional benevolente, y hay indudablemente una demanda, y quiz� una demanda latente muy grande, de una llamada de este tipo, especialmente hacia aquellos que ya son ricos y est�n razonablemente asentados.

Por tanto, cuando observamos los determinantes totales de la �propensi�n a realizar donaciones internacionales�, no nos sorprender� que �sta tambi�n presente un cuadro extremadamente complejo y confuso. Tenemos, de un lado, el espectro de motivaci�n que va desde las donaciones coactivas a las donaciones integradoras que ya hemos se�alado. Del otro lado, tenemos el problema de la percepci�n de la eficiencia de las donaciones, y es este aspecto del problema el que ahora tenemos que considerar.

La �eficiencia de las donaciones� se refiere a la percepci�n, especialmente por parte del donante, de lo que podr�a llamarse �relaci�n coste-efectividad�; esto es, el coste para �l, por un lado, y su percepci�n del valor del efecto de la donaci�n, por otro. Por ejemplo, en las donaciones coactivas 10 vemos con respecto a la efectividad del coste de las armas: m�s disparos (o muertes) por d�lar. En las donaciones integradoras 10 vemos en la efectividad del coste de las transferencias desde la perspectiva del bienestar del recipiendario. Aqu�, de nuevo, tenemos un espectro que va desde lo que podr�a llamarse �donaciones de emergencia y socorro�, por un lado, a las donaciones para el desarrollo a largo plazo, por otro. Las donaciones de emergencia para las v�ctimas de desastres hace mucho que forman parte de la vida social. quiz� porque los desastres hacen surgir la pena y el sentido de comunidad humana. Nos vemos a nosotros mismos en la situaci�n de las v�ctimas y nos sentimos horrorizados ante su desgracia. Tambi�n puede haber en esto un elemento de seguro contra el temor; sentimos que nosotros mismos podemos encontramos alg�n d�a en la misma situaci�n, y nos sirve como un tipo de seguro informal contra los infortunios de este tipo. Es m�s, es claramente probable que las donaciones a personas en situaciones temporalmente desesperadas tengan una alta relaci�n coste-efectividad. El d�lar que eliminamos de nuestro propio consumo, que puede significar una diferencia peque�a para nosotros, representa para el recipiendario la diferencia entre la vida y la muerte. S�lo necesitaremos tener una peque�a dosis de benevolencia para considerar que merece la pena realizar el peque�o sacrificio impl�cito por parte de los donantes. Si considero que el sacrificio de un d�lar por mi parte va a valer al menos 100 d�lares para el recipiendario, evidentemente estoy obteniendo satisfacciones muy baratas a causa de mi generosidad.

El gran problema de las donaciones de emergencia es que su magnitud depende de la notoriedad y de las cualidades dram�ticas de la situaci�n de emergencia. As�, el desastre en la aldea minera galesa de Aberfan, cuando de golpe se derrumb� la mina y derrib� la escuela, produjo una extraordinaria ola de compasi�n y un flujo de donaciones, que eran desconcertantemente grandes para esta peque�a comunidad. El desastre mucho mayor de, por ejemplo, Pakist�n del Este (Bangla Desh), en las inundaciones de 1971 y la guerra de 1972, provoc� una respuesta relativamente menor; tal vez porque es demasiado grande para ser imaginado; quiz� tambi�n porque los donantes potenciales sienten que cualquier cosa que pudieran dar representar�a s�lo una gota en el mar, de forma que realmente no hab�a ninguna diferencia en relaci�n con la naturaleza colosal de la tragedia. Por lo tanto, hay una cualidad interna del sistema que conduce a la mala asignaci�n de las donaciones de emergencia para socorro en el sector de las donaciones privadas. Mientras que el sector de las donaciones p�blicas podr�a contrarrestar en alguna medida estas desproporciones este sector se ve afectado por el mismo tipo de motivaciones que operan en el sector de las donaciones privadas. Tambi�n es probable que el socorro estatal e interestatal se dirija a los casos m�s espectaculares y visibles y que se concentre sobre problemas de tama�o moderado. Tanto a nivel privado como p�blico, cuando los desastres son demasiado peque�os para ser notados, as� como cuando son demasiado grandes para ser aprehendidos, no producir�n demasiada compasi�n p�blica. Un buen ejemplo de una operaci�n de donaciones que tuvo �xito, con un considerable elemento de donaciones de emergencia, fue el Plan Marshall despu�s de la Segunda Guerra Mundial. Aunque este plan estaba indudablemente ligado a consideraciones estrat�gicas y al sistema coactivo, tambi�n conten�a un poderoso elemento de socorro para otros seres humanos. Una gran cantidad de apoyo pol�tico para el Plan Marshall en Estados Unidos provino de aquellos que se sent�an emocionalmente afectados por las condiciones de la posguerra en Europa y que quer�an hacer algo a este respecto. En este caso, la efectividad por d�lar donado fue muy alta, tanto en Europa Occidental como en las operaciones similares en Jap�n. Este tipo de donaci�n de emergencia de posguerra se ha convertido en una parte altamente aceptable del sistema internacional. As�, Estados Unidos espera dedicar donaciones considerables a la reconstrucci�n de Vietnam. Esta rehabilitaci�n, incluso de anteriores enemigos, y m�s sorprendente, de enemigos potenciales, es un rasgo muy curioso en el siglo XX y es relativamente nuevo. Representa una ampliaci�n de la vieja emoci�n humana de la pena y la compasi�n a un campo mucho m�s extenso.

A medida que nos movemos desde la ayuda a la reconstrucci�n y desde las donaciones de emergencia a las donaciones para el desarrollo, el cuadro se hace menos claro y tambi�n menos alegre. El socorro es bastante f�cil de prestar, y generalmente sabemos cu�ndo lo hemos hecho. Cuando damos alimento a un hombre hambriento, su hambre cesa, al menos por el momento. El desarrollo no es f�cil de llevar a cabo, y a menudo no sabemos cu�ndo lo hemos realizado. Las donaciones para el desarrollo, por lo tanto, adolecen de un problema muy real de efectividad del coste, y all� donde el donante se siente inseguro sobre esta efectividad, se hace mucho m�s al coste.

El desarrollo puede definirse como un cambio cualquiera en el estado o condici�n total de una sociedad que aumenta su productividad en t�rminos de bienestar humano. El input fundamental en este caso son veinticuatro horas diarias de vida humana; el output es el bienestar, por muy inexactamente que �ste pueda medirse. Lo que realmente estamos tratando de medir es el bienestar por habitante. Una medida muy burda e inexacta es la renta nacional real por habitante, o el producto nacional neto real por habitante. Sin embargo, ni siquiera el bienestar por habitante es la �nica variable significativa. Tambi�n hemos visto que no podemos olvidamos de los aspectos distributivos de este proceso, Y si el incremento del producto nacional neto por habitante, por ejemplo, se concentra sobre un 10 por 100 de la poblaci�n, mientras que el restante 90 por 100 no ve aumentado su bienestar -peor incluso, si disminuye-, entonces esta condici�n no puede ser considerada como "desarrollo". Junto con la medida de producto nacional neto por habitante, tenemos que incluir una medida del avance hacia una distribuci�n m�s satisfactoria de la renta. Una medida generalmente de desarrollo ser�a alg�n tipo de medida ponderada de estas dos, pero las ponderaciones que asignar�amos depender�an, por supuesto, de nuestro sistema interno de valores. Las sociedades igualitarias radicales de Cuba y China asignan una ponderaci�n tan alta al cambio a favor de la igualdad que incluso pueden estar dispuestas a comprarlo a costa de un descenso de la renta real por habitante. En el otro extremo, tenemos sociedades que parecen asignar una ponderaci�n de cero al factor distributivo y est�n dispuestas a obtener rentas mucho m�s desiguales si s�lo por ese medio aumenta el producto nacional neto por habitante. Estas ponderaciones tienen que ser evaluadas, tanto por individuos como por sociedades enteras, a trav�s de procesos pol�ticos. No hay una norma �objetiva� que pueda ser aplicada, al menos en muchos terrenos. El problema se complica m�s por el hecho de que no hay un �ndice escalar individual satisfactorio de distribuci�n, ya que muchos de los diferentes momentos estad�sticos de la distribuci�n pueden ser significativos al ser evaluados [4].

Por muy dif�cil que sea definir el desarrollo como una cantidad existe un amplio consenso acerca de que el proceso de desarrollo puede ser reconocido y que consiste en un incremento del saber del conocimiento pr�ctico y del capital, que conlleva un aumento de la complejidad de las estructuras de la sociedad. Por ejemplo, nos movemos desde las azadas a los azadones, desde los arados tirados por bueyes a los tractores, y quiz� en �ltima instancia, a la producci�n hidrop�nica de algas artificiales en invernaderos. En este proceso, la acumulaci�n de capital f�sico no humano desempe�a una funci�n importante, pero mucho m�s importante es la acumulaci�n de capital dentro del sistema nervioso humano; esto es, el proceso de aprendizaje. El desarrollo es un proceso de aprendizaje y poco m�s. No consiste meramente en la acumulaci�n de todo tipo de bienes, en la acumulaci�n de capital en su sentido m�s simple. Consiste en desarrollar existencias de nuevos tipos de bienes y, lo m�s importante, consiste en desarrollar conocimientos pr�cticos y saber en el sistema nervioso humano que anteriormente no exist�an. No es de ning�n modo absurdo considerar todo el proceso de acumulaci�n de capital esencialmente como un proceso de aprendizaje, no s�lo en el sentido de que el aprendizaje humano es crucial, sino tambi�n en el sentido de que incluso el capital f�sico est� formado realmente por conocimiento humano impuesto sobre el mundo f�sico. El dict�fono y la m�quina de escribir con los que este libro est� siendo producido se originaron en alguna estructura correspondiente al sistema nervioso de alguien, que fue entonces traducido a la complejidad f�sica organizada del dict�fono y la m�quina de escribir. Tales objetos ciertamente nunca existen en ausencia de conocimiento humano.

Sin embargo, si ha de tener lugar el desarrollo, deben dedicarse recursos al mismo. Tenemos que distinguir en todas las sociedades entre lo que podr�a llamarse el �sector de mantenimiento� y el �sector de desarrollo�. El sector de mantenimiento sustituye el consumo existente por la producci�n de personas, objetos y conocimientos de los mismos tipos de los que est�n siendo consumidos. La manzana que se come es sustituida por una manzana que se cultiva. La casa que se incendia es sustituida por otra casa de exactamente el mismo tipo. Un hombre viejo, a medida que crece, decae y muere, es sustituido por un hombre m�s joven con exactamente el mismo tipo de conocimientos e ideas. Este es el aspecto de �sistema abierto� de la sociedad, ya que su estructura se mantiene en medio de un flujo de personas, materiales e informaci�n. Si todos los recursos de una sociedad se dedican al mantenimiento, evidentemente no habr� desarrollo, y la sociedad simplemente se reproducir� a s� misma generaci�n tras generaci�n. Ha habido muchos ejemplos hist�ricos de estas sociedades estacionarias. Si una sociedad ha de desarrollarse, una cierta parte de su actividad tiene que estar dedicada al desarrollo; cuanto mayor sea esta proporci�n y m�s eficientemente se emplee, mayor ser� la tasa de desarrollo.

Podemos ahora empezar a comprender el significado de la econom�a de donaciones dentro del proceso de desarrollo. Una sociedad pobre e improductiva con poco conocimiento humano y una estructura de capital primitiva, tendr� que gastar casi todos sus recursos en su mantenimiento. En realidad, hay una fuerte tendencia a que las sociedades en un estado dado de cultura y tecnolog�a se desarrollen hasta el punto en que todos sus recursos hayan de dedicarse a mantener las condiciones existentes. Esto es parecido al �estado estacionario� que los economistas cl�sicos familiarizaron, y es una condici�n a la que muchas sociedades, especialmente las sociedades primitivas, se han aproximado durante largos per�odos de tiempo. Incluso sociedades complejas y desarrolladas, como la de Mohenjo Daro, la antigua civilizaci�n de los hind�es, pareci� mantener un estado estacionario (si podemos juzgar por sus artefactos) durante muchos cientos de a�os. La China cl�sica es un ejemplo de una sociedad que alcanz� un estado estacionario a un nivel bastante alto de desarrollo para la tecnolog�a de su tiempo. Por lo tanto, existe la tendencia a que un proceso de desarrollo cualquiera llegue a su fin cuando todos los recursos se dedican a su mantenimiento. Si la sociedad ha de escapar a esta condici�n y comenzar un nuevo proceso de desarrollo, s�lo parece haber dos procedimientos que puedan emplear, aunque en combinaciones diferentes. Puede ser capaz de liberar recursos internos por medio de alg�n tipo de reorganizaci�n o cambio en sus patrones de vida, de forma que aumente su producto total por encima del nivel de mantenimiento. Esto lo puede hacer, por ejemplo, transfiriendo gente que est� ociosa en la agricultura a la industria o manejando su capital existente m�s intensivamente; por ejemplo, organizando el trabajo en las f�bricas en tres turnos, en lugar de funcionar s�lo ocho horas diarias. El otro proceso consiste en obtener recursos del exterior, que puede entonces dedicar directamente al desarrollo o empleados para liberar recursos del mantenimiento interno, para dedicados tambi�n al desarrollo. La importaci�n neta de recursos implica una donaci�n a corto plazo del mundo exterior en t�rminos reales. Esto es, para que una sociedad estacionaria entre en este sendero de desarrollo tiene que ser capaz de importar m�s de lo que exporta. Esto puede hacerse bien por medio de! intercambio diferido, bien por medio de donaciones. El intercambio diferido es la inversi�n extranjera tradicional, bien a trav�s de pr�stamos contractuales o a trav�s de un excedente de bienes de importaci�n sobre los que los extranjeros retienen t�tulos y de los que esperan derivar un beneficio en el futuro. Desde el punto de vista del pa�s en desarrollo, la inversi�n extranjera est� justificada si el aumento de productividad y el crecimiento de la renta interior resultantes son mayores que los pagos por intereses y beneficios que han de realizarse As�, tomando un ejemplo muy sencillo, sup�ngase que un pa�s toma prestados un mill�n de d�lares y promete devolver dos millones de d�lares en diez a�os. Si con el excedente real de importaciones (exceso de importaciones sobre exportaciones) que obtiene con el mill�n de d�lares, es capaz de dedicar recursos a la construcci�n de capital o a la educaci�n, que entonces aumentan la productividad del pueblo, de forma que en diez a�os la renta nacional ha aumentado en m�s del mill�n de d�lares pagado por intereses, el exceso es pura ganancia, y la inversi�n ha valido la pena para el pa�s en desarrollo. Si la inversi�n se dedica a fines poco sabios e improductivos, entonces el mill�n de d�lares de intereses es una carga para las generaciones futuras impuesta por la generaci�n anterior; y es esencialmente una transferencia intergeneracional.

Hay muchos ejemplos de pa�ses cuyo desarrollo ha estado materialmente asistido por la inversi�n extranjera. Por otra parte, hay tambi�n muchos ejemplos en que �sta no ha impulsado un proceso de desarrollo sostenido en el pa�s en desarrollo, y en el que sus costes, por lo tanto, han sido mayores que sus beneficios. Evidentemente, cuanto menor sea el tipo de inter�s o de beneficio que un pa�s ha de pagar, mayor ser� la oportunidad de que la inversi�n le sea ventajosa. En el caso de una donaci�n directa, o ayuda extranjera, el tipo de inter�s es realmente igual a menos infinito. Si el tipo de inter�s fuera de cero, un pa�s pagar�a exactamente la cantidad que hab�a tomado prestada. Evidentemente, la probabilidad de que una donaci�n directa sea beneficiosa es mucho mayor que la de cualquier inversi�n, a un tipo de inter�s positivo o incluso negativo finito. No obstante, el apoyarse en donaciones como medio de desarrollo es evidentemente apoyarse en una parte muy peque�a del espectro total de transferencias a corto plazo, de forma que una confianza demasiado grande en las donaciones puede limitar grandemente la tasa de desarrollo. Tambi�n vemos esto en el caso de individuos. Muchas m�s personas se han hecho ricas tomando prestado que pidiendo limosna.

Por supuesto, esto no significa que la ayuda extranjera sea indeseable. Sin embargo, estaremos equivocados si pensamos que es probable que las donaciones de este tipo representen un factor importante en el desarrollo mundial, al menos en el estado actual de la comunidad mundial. En realidad, el desarrollo de una peque�a econom�a de donaciones internacionales es un sustituto muy pobre de un gran sistema de inversi�n extranjera eficiente y bien salvaguardada, y las donaciones, de hecho, pueden ser empleadas mejor para subvencionar a la inversi�n extranjera en lugar de realizar donaciones directas. Como dice el viejo proverbio chino, �Es mejor dar a un hombre pobre una red de pescar que pescado�; esto s�lo es verdad si es un buen pescador. El equilibrio adecuado entre donaciones e inversiones todav�a es un problema que requiere una gran cantidad de estudio.


1 Una carrera de armamentos es un proceso por el que a un nivel dado de armamentos en una naci�n, A, otra naci�n, B, aumenta sus armamentos, lo que induce a A a aumentar a�n m�s los suyos, y as� sucesivamente, hasta que, o bien se alcanza un equilibrio, o el sistema desemboca en guerra.

2 Un �potlatch� era una ceremonia celebrada entre los indios de la costa noroeste de Norteam�rica, por la que los miembros ganaban prestigio por medio de la destrucci�n de grandes cantidades de mantas y otros bienes �tiles.

3 Heim: Kohler, Economic Integration in the Soviet Bloc (Praeger Publishers. Nueva York, 1966).

4 Sup�ngase que el x por ciento m�s pobre de la poblaci�n recibiera el y por ciento de la renta total. Si las rentas fueran perfectamente iguales, entonces x = y para todos los valores de x. Cualquier 10 por 100 de la poblaci6n obtendr� el 10 por 100 de la renta; cualquier 20 por 100 obtendr� el 20 por 100, etc. Una medida de desigualdad es el �ndice Gini, que es y/x. As�, una sociedad en la que el 10 por 100 m�s pobre de la poblaci�n obtiene el 2 por 100 de la renta total es presumiblemente m�s igualitaria que una en la que el 10 por 100 m�s pobre recibe s610 el 1 por 100 de la renta total. Sup6ngase, sin embargo, que los pobres se hacen ricos y que tanto la clase media como los ricos se hacen m�s pobres, en contraste con la situaci�n en que los pobres se hacen m�s ricos, los ricos se hacen m�s pobres y la clase media permanece inalterada. Estas dos situaciones podr�an f�cilmente tener el mismo �ndice Gini pero unas redistribuciones de tipos muy diferentes. ,


 

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