Jacques Rueff
Capítulo VI de "La Época de la Inflación" (L'Âge de l'inflation,
1964) versión española en Ed. Guadarrama, 1967.
Occidente es para nosotros el país de la Iibertad.
Según la tradición, en Estrasburgo, y durante la Revolución francesa, se colocó
en el puente de Kehl un gran cartel que decía: «República francesa, una e
indivisible — aquí comienza el país de la libertad.»
El país de la libertad es el de los hombres que escogen libremente su actividad,
su residencia, el empleo de sus recursos y, por tanto, la contribución que
aportan en cada sector del mercado a la demanda y la oferta, y por ahí, a la
demanda y la oferta globales. Es evidente que si las demandas y las ofertas particulares de cada sector del
mercado no estuvieran coordinadas y que si la demanda global se apartara mucho
en cualquier momento del valor global de la oferta, el país de la libertad sería
también el país del desorden. Sin embargo, no ocurre así. El orden liberal no es menos exacto ni menos
riguroso que el planificado. Durante largos períodos, a pesar de la libertad de
los comportamientos individuales, los precios se han mantenido estables y equilibrados los mercados y las balanzas de pago.
En esta memoria voy a referirme especialmente al equilibrio de las balanzas de
pago. Para medir la improbabilidad del equilibrio de la balanza de pagos basta
imaginar el número y la diversidad de las decisiones que contribuyen a
formarla. Si estas decisiones son libres, en la medida en que lo son en nuestro
país des de que no existen contingentes de importación, el equilibrio no puede
ser un producto del azar. Si existe, es que un mecanismo apropiado trata de
establecerlo.
Este mecanismo puede tomar diversas formas, según se encuentre en régimen de
moneda inconvertible de cambios oscilantes o en el de moneda convertible de
cambios estables. Este último caso era el de las monedas metálicas, bajo la
forma que tenían antes de la última guerra, es decir, monedas libremente
convertibles en lingotes de oro con arreglo a tasas ya fijadas. En este
sistema, el equilibrio de la balanza de pagos estaba asegurado directamente por
efecto de las transferencias de capacidad adquisitiva a que daba lugar todo
desequilibrio de los compromisos exteriores - Cuando la balanza estaba en déficit, la compra del oro o de las divisas necesarias para saldar el pasivo
provocaba, en la proporción adecuada, reabsorción de la capacidad adquisitiva
en el país deudor. La capacidad adquisitiva global, o sea el volumen de las rentas, se hacía inferior al valor global de la producción, lo cual liberaba para
la exportación las riquezas aptas para restablecer el equilibrio de las balanzas
de pagos, y provocaba, eventualmente, los movimientos de precios que permitían exportarlas.
Que no se me objete que el fenómeno era más complejo de lo que este análisis
esquemático muestra. Yo también estoy convencido de ello. Pero cualquiera que
fuese su complejidad, el mecanismo citado era el que lo ponía en marcha.
Este sistema ha funcionado con eficacia durante un siglo, prácticamente hasta
la guerra de 1914; ha mantenido los precios estables a pesar de la gran
expansión de la producción, y ha asegurado el equilibrio de los compromisos exteriores; de ahí la estabilidad monetaria de los países que
lo habían adoptado. Después de la guerra de 1914, los países de Occidente estaban tan convencidos de
que el régimen del patrón oro era indispensable para el equilibrio de la
economía, que decidieron restablecerlo inmediatamente, a pesar de las dificultades que este restablecimiento pudiera producirles.
Ahora bien: el nivel de los precios-oro se encontraba en 1920 en el índice 246,
frente a 110 en 1913. El volumen de la circulación monetaria había aumentado en
la misma proporción. Pues bien: por razones de hecho o de derecho, el importe
de las reservas metálicas in dispensables para el mantenimiento de la convertibilidad está en función del volumen de la circulación a que se aplican. Era
evidente que si se restablecía la convertibilidad sin modificar
el precio del oro, la cantidad de metal disponible sería insuficiente.
Por ello, la Conferencia monetaria que se reunió en Génova en 1922 adoptó una
resolución que prescribía «la conclusión de una convención internacional que
tendiese a la economía en el uso del oro por medio del mantenimiento de balances
en el extranjero». Al aplicar esta recomendación, el régimen llamado gold-exchange-standard —al
que podría denominarse patrón de cambio oro— reemplazó, después de la primera
guerra mundial, al viejo patrón oro en Francia, Alemania y en todos los países
cuya moneda había sido restaura da por el Comité financiero de la Sociedad de
Naciones. Este régimen se hundió durante la gran depresión de los años treinta,
para renacer de sus cenizas después de la última guerra.
Este régimen autorizaba a los Bancos de emisión a crear moneda no sólo contra
efectos librados en moneda nacional y contra oro, sino también contra divisas
pagaderas en oro; es decir, después de la primera guerra mundial, contra libras
esterlinas y dólares, y después de la segunda, esencialmente contra dólares.(1)
De esta forma, al recibir, a causa de los déficit de la balanza de pagos de los
Estados Unidos, dólares o efectos pagaderos en dólares, los
Bancos de emisión de Occidente, y especialmente el Bundesbank, el Banco de
Italia, el del Japón y, en menor grado, el de Francia, en lugar de encajar el
oro a que tenían derecho dejaban los dólares depositados en los Estados Unidos,
donde generalmente se prestaban de nuevo en el mercado norteamericano. Los
Bancos de emisión acogieron muy favorablemente el nuevo régimen, puesto que
sustituía en sus balances los lingotes o piezas de oro improductivas por haberes
productivos. El funcionamiento del sistema monetario internacional se reducía a un juego
infantil: era como una partida de canicas en la que los jugadores hubieran
acordado devolver las pérdidas a sus propietarios.
El gold exchange-standard proporcionaba al país deficitario la certeza de que, en la
medida en que el Banco acreedor le restituye, bajo forma de préstamo, las
divisas obtenidas de las liquidaciones de sus créditos —y durante la duración
del préstamo consentido—, el déficit de su balanza no provocará ningún pago al
extranjero. Así, las consecuencias monetarias del déficit quedarán borradas
pura y simplemente. De esta forma, el gold-exchange-standard ha realizado la gran revolución de
proporcionar a los países provistos de una moneda prestigiada internacionalmente
el secreto maravilloso del déficit sin lamentaciones, que permite dar sin tomar,
prestar sin tomar prestado y comprar sin pagar.
El descubrimiento de ese secreto ha modificado profundamente la psicología de
los pueblos al atenuar o suprimir en esos países las consecuencias internas que
el patrón oro ligaba al déficit de las balanzas de pago.
El gold-exchange-standard ha creado así las condiciones propicias para el gran
cambio introducido en las tradiciones internacionales por la política de la
donación. Dando al donante la alegría de dar y al donatario la de recibir, sólo
ha producido una consecuencia: la situación monetaria descrita por el
presidente Kennedy en uno de sus primeros mensajes, y cuyos efectos vamos a
precisar ahora.
(1)
Dentro de la zona de la libra esterlina, ésta se regía por un estatuto
particular, muy parecido al del dólar. LOS EFECTOS DEL «GOLD-EXCHANGE-STANDARD»
La sustitución del patrón oro por el gold-exchange-standard ha producido tres
consecuencias: A) En el régimen del patrón oro, todo déficit de la balanza de pagos provocaba,
por la transferencia a que su liquidación daba lugar, una disminución de la
capacidad adquisitiva—en una primera aproximación cabría decir una reducción del volumen nominal de
las rentas— en el país deficitario. Por el contrario, en régimen de gold-exchange-standard, el volumen global de
la capacidad adquisitiva no queda afectado por los déficit de la balanza de pagos, cualesquiera que fueran sus importes. De forma
que este régimen crea en el país deficitario, por lo que respecta a su poder
adquisitivo global, una situación idéntica a la que existiría sin déficit.
Naturalmente, el volumen global de la capacidad adquisitiva interna sufre otras
influencias, especialmente la de la política del crédito. En cada período aquel
volumen es el resultado de un gran número de factores, más o menos independientes los unos de los otros. Por ejemplo, una inflación interna puede
compensar e incluso invertir la restricción de la capacidad adquisitiva
engendrada en el régimen del patrón oro por el déficit de la balanza de pagos.
Sin embargo, con esta reserva, comprobamos que incluso en el caso de que el
volumen de las rentas sea igual al de la producción nacional, es decir, cuando
no hay inflación, el gold-exchange-standard separa enteramente el volumen de la
capacidad adquisitiva global del saldo de la balanza de pagos y hace
desaparecer por ello la influencia reguladora que hubiese ejercido, en el
régimen del patrón oro, el mecanismo monetario. De esta forma, las
liquidaciones a que da lugar no afectan a la balanza de pagos, y su equilibrio
sólo puede provenir, incluso en las condiciones más favorables, de una política
sistemática del crédito o de una regulación autoritaria de los intercambios
internacionales de productos. La experiencia ha demostrado muchas veces que no era imposible, aunque sí muy difícil, a las autoridades monetarias
realizar sistemáticamente, por medio de una acción consciente, las
contracciones del crédito de las que el gold-exchange-standard tenía
precisamente como consecuencia liberarles.
En cuanto a las manipulaciones autoritarias de la balanza de pagos —por ejemplo,
las limitaciones de las compras en el extranjero o las de divisas concedidas a
los turistas, la prohibición de los movimientos de capitales a corto plazo—, han
fracasado siempre, que yo sepa. El profano se asombra, a veces, de la acción decisiva que ejercen, sobre el
saldo de las balanzas de pago, las variaciones globales de la capacidad
adquisitiva. No vamos a explicar la teoría del fenómeno; bastará tan sólo señalar, para
indicar su naturaleza, que todo exceso de la demanda interna sobre el valor de
la producción nacional tiende a retener ésta en el interior, mientras que toda
diferencia en sentido contrario libera para la exportación parte de las riquezas
ofrecidas en el mercado. Las mejoras de la situación de las balanzas de pago de Inglaterra y Francia que
se han producido en el último decenio han sido siempre efecto del volumen
interno de los ingresos, nunca de una acción autoritaria directa sobre los diversos elementos de los intercambios internacionales.
B) En el régimen de gold-exchange-standard todo déficit de la balanza de pagos
de un país cuya moneda es devuelta, por los Bancos de emisión que la reciben, a su punto de partida (Estados Unidos y, en el
interior de la zona de la libra esterlina, Inglaterra) produce una verdadera duplicación de las bases del crédito en el mundo, con la reserva,
naturalmente, de las variaciones concomitantes que se puedan producir en los
demás conceptos del balance del Banco receptor.
Las divisas transferidas para la liquidación del déficit son compradas, mediante
la creación de moneda, por el sistema bancario del país acreedor. Y los encajes
así engendrados son entregados a los acreedores del país deudor. Pero, al mismo
tiempo, estas divisas contra las cuales el país acreedor ha creado moneda son
colocadas de nuevo en el mercado del país deudor. Todo ocurre, de hecho, como
si no lo hubieran abandonado. Al entrar en el sistema de crédito del país acreedor y permanecer, al mismo
tiempo, en el del deudor, las divisas representatívas del déficit se desdoblan,
con la reserva de las variaciones concomitantes del volumen del crédito.
Por medio de este mecanismo, la sustitución del patrón oro por el
gold-exchange-standard, que no tendría efecto apreciable sobre la capacidad
adquisitiva global en un período en el que las balanzas de pago estuvieran
sencillamente equilibradas, se convierte en un potente instrumento de inflación mundial en cuanto se producen importantes desplazamientos de
capitales. El análisis anterior quedó demostrado de manera rigurosa, aunque trágica, por
los acontecimientos que precedieron y siguieron a la recesión de 1929.
El saneamiento financiero realizado en Alemania mediante el plan Dawes (1924) y
en Francia por las reformas de Poincaré (1927) provocaron en los dos países una
afluencia masiva de capitales provenientes de ultramar. Sin embargo, ambos
aplicaban, de hecho, un régimen de gold-exchange-standard que, a causa de la
duplicación del crédito que es su efecto característico, dio al boom de 1929
una amplitud excepcional. Los movimientos de capitales norteamericanos hacia Alemania y Francia de los
años 1958, 1959 y 1960 han provocado de la misma manera un aumento excepcional
de las disponibilidades, causa de unas alzas anormales de las cotizaciones en
los mercados financieros, de la falta de mano de obra y de una fuerte tendencia
a la subida de precios. En los períodos de movimientos de capitales de los países de moneda clave hacia
los de moneda no privilegiada, la coyuntura puede ser expansionista en éstos
sin dejar de serlo en los otros. Los primeros arrastran a los segundos—en los que nada tiende a frenar el boom— y el conjunto de países afectados por
el gold-exchange-standard se encuentra impulsado, mientras duran las migraciones de capitales, por una potente ola de expansión,
económica o bolsística, de tendencia inflacionista.
Las afirmaciones precedentes no son incompatibles con las teorías que ven en
las alzas de precios que no responden a aumentos de la productividad el origen
del proceso inflacionista y oponen a la «inflación impulsada por los costes»
(cost-push inflation) «la inflación empujada por la demanda» (demand-push
inflation). Aunque en este terreno es difícil separar la causa del efecto, no
hay duda de que el aumento de la capacidad adquisitiva global provoca y legitima
las reivindicaciones de salarios, al mismo tiempo que hace desaparecer los
obstáculos que se oponían a su obtención.
C) Pero la consecuencia más grave del gold-exchange-standard está en el
carácter engañoso de la estructura de crédito que engendra.
En el mensaje antes citado, el presidente Kennedy ha indicado que a fines de
1960 los diecisiete mil quinientos millones de dólares que constituían la
reserva de oro de los Estados Unidos eran la garantía, por una parte, de los
veinte millones de dólares de los depósitos extranjeros a corto plazo o a la
vista, y por otra, de los once mil quinientos millones de la circulación monetaria interna.
No pretendo decir que las existencias actuales de oro no basten para mantener
la seguridad de la moneda norteamericana. Por otra parte, el presidente Kennedy
había señalado que, mediante una modificación de la reglamentación existente, el volumen de oro
requerido como garantía de la circulación interna podría ser reducido, y, de
hecho, ha propuesto que lo fuera. Además, el sostenimiento del dólar podría disponer de varios activos todavía no
utilizados y, especialmente, de los márgenes del Fondo Monetario Internacional y
de importantes depósitos en el extranjero.
El análisis precedente no pone en duda el valor del dólar. Sin embargo, obliga a
reconocer que la aplicación del gold-exchange-standard en los momentos de
grandes movimientos de capitales ha establecido una doble hipoteca sobre una
fracción importante de las existencias de oro de los Estados Unidos. Si los
extranjeros poseedores de importantes cantidades en dólares pidiesen el pago
en oro de una parte importante de sus créditos, podrían provocar un auténtico
hundimiento del edilicio del crédito de los Estados Unidos.
Seguramente no lo harán. Pero el hecho de que tengan derecho a hacerlo obliga a
recordar que el hundimiento del castillo de naipes construido sobre el
gold-exchange-standard convirtió la depresión de 1929 en una «gran depresión».
En 1960, pese a las lógicas diferencias, coinciden las mismas circunstancias.
Si no estuviéramos atentos, las mismas causas podrían producir los mismos
efectos. Por ello es indispensable que, antes que sea demasiado tarde, se corrija la situación producida por el desdoblamiento de la pirámide de
crédito edificada sobre la cantidad de oro existente en el mundo. LOS REMEDIOS
Suprimir el gold-exchange-standard, que ha funcionado entre un número
importante de países durante un período prolongado, planteados problemas:
1.° La sustitución del sistema monetario vigente por otro sistema que no tienda
a favorecer ni a mantener el déficit de aquellos países cuya moneda es
considerada equivalente al oro por los Bancos de emisión que la reciben.
2.° La liquidación de la situación inestable y peligrosa que resulta de la
duplicación del edificio del crédito construido sobre las existencias de oro de
los países de moneda aceptada como equiparable.
A) El sistema que se establezca debe impedir que los países acreedores reciban,
como pago de sus créditos, una capacidad adquisitiva que no han perdido los
deudores. Para ello ningún Banco de emisión podrá prestar a un acreedor
extranjero las divisas contra las cuales haya creado capacidad adquisitiva en el
interior de su dominio monetario. (1)
El sistema del patrón oro —el cual, a diferencia del gold-exchange-standard,
obliga a los Bancos de emisión a emitir moneda solamente contra el oro o
documentos de crédito en moneda nacional—, incluso limitado a los pagos exteriores, cumple esta condición. Satisfaría, pues, completamente la exigencia
antes mencionada. Sin embargo, otros sistemas de compensación multilateral pueden satisfacerla,
con la condición de que los saldos provenientes de los déficit no sean
remitidos al país deficitario. Pero esta esterilización, al ser voluntaria y
onerosa, siempre será precaria, es decir, contingente, mientras que la que
resulta del juego del patrón oro es la consecuencia incondicional e inevitable
de las reglas que le caracterizan. La evolución de la Unión Europea de Pagos, debido al «endurecimiento»
progresivo de sus modalidades de liquidación —es decir, por el aumento de la
fracción pagadera en oro—, nos proporciona un ejemplo de acercamiento progresivo al sistema del patrón oro.
B) Para suprimir los riesgos que ha legado a Occidente la aplicación durante
quince años del gold-exchan ge-standard no hay, desgraciadamente, más solución
que reembolsar en oro la mayor parte de los haberes en dólares acumulados en los activos de los Bancos de emisión. Sólo así desaparecerán los
peligros de deflación brusca que implica la duplicación del edificio del crédito
construido sobre las reservas de oro de los Estados Unidos. Las dificultades de
la operación nacen de la brusca disminución que tal reembolso produciría en las
reservas del Federal Reserve System.
Sin embargo, la situación es menos grave de lo que parece. El presidente Kennedy
ha enumerado en su mensaje los recursos disponibles o susceptibles de ser
liberados para tal reembolso si se solicitase.
Por otra parte, la liquidación del gold-exchange-standard —si no se produjera
como efecto de un pánico, que precisamente hemos de evitar— puede ser
organizada y hacerse progresivamente.
C) Sin embargo, la supresión de la duplicación característica del gold-exchange-standard, al hacer desaparecer de los encajes de los Bancos de emisión los haberes en
dólares, disminuiría el volumen global de la liquidez monetaria y podrá
reducirlo a un importe inferior al mínimo necesario para las liquidaciones cotidianas. Esta consecuencia es inadmisible, y para evitarla se han hecho varias
propuestas. La más importante es la del profesor Triffin, que propone la
concentración de las reservas de divisas de los Bancos de emisión en el Fondo Monetario Internacional, donde se convertirían en una auténtica moneda internacional.
Además, el Fondo quedaría dotado de una facultad de emisión que le autorizaría a
remediar toda insuficiencia de liquidez mediante la creación de su propia
moneda a un ritmo que debería ser fijado por una autoridad internacional, según
las necesidades de la expansión. El profesor Triffin señala que esto podría
suponer el aumento de un tres a un cinco por ciento anual del volumen total de
las reservas de oro y de los haberes en divisas de los Bancos centrales. Esta
solución podría, naturalmente, ser modificada de acuerdo con las conclusiones
que se alcanzasen en el estudio que sobre ello habría de realizarse.
El plan, que se aproxima al que lord Keynes presentó en 1943
(2) es ingenioso porque
disminuiría bastante, debido a la concentración de los encajes que sería su
consecuencia, las necesidades de liquidez de los Bancos centrales. Pero, en el
complejo sistema imaginado por el profesor Triffin, la nueva moneda sólo sería
parcial mente convertible y podría, en ciertas circunstancias, ser de curso
forzado. Además, la autoridad encargada de emitirla estaría provista, debido a
sus facultades de emisión, de un verdadero poder para obtener fondos de los
Estados miembros. El temor de la inflación es lo que hizo rechazar, en 1943, el plan Keynes. Las
razones que impidieron aceptarlo parecen válidas todavía hoy y lo son, también,
frente a otros planes de inspiración semejante.
La no aceptación de la solución inflacionista ha conducido a ciertos autores a
buscar, con un alza del precio del oro, el aumento del valor nominal de los
encajes metálicos, indicando que el precio del oro ha quedado fijado al mismo
nivel de 1933, mientras que, desde aquella fecha, los precios en dólares se han
duplicado. No hay duda de que el alza del precio del oro en dólares y, al mismo tiempo, en
todas las monedas cuyo curso ha sido fijado en dólares, aumentaría el valor
nominal de las reservas metálicas y facilitaría, con ello, la liquidación de
los falsos encajes provenientes del gold-exchange-standard.
Sería imprudente, sin embargo, deducir de cálculos simplistas cuál es el alza
necesaria e incluso también el afirmar que la subida sería inevitable, pues en
primer lugar los métodos de liquidación que harían posible la extensión y el
perfeccionamiento de las instituciones de compensación existentes disminuirían
mucho el volumen de liquidez indispensable. Además, es falso que la producción
del oro no se vería muy afectada, tanto por el precio asignado como por los
movimientos del nivel general de precios.
D) Las consideraciones precedentes muestran que la necesaria liquidación del gold-exchange-standard plantea difíciles problemas políticos y de técnica
monetaria que exigen una discusión y un estudio profundos.
Para la preparación de esta discusión hay que señalar que los problemas
planteados no son exclusiva ni esencialmente americanos. Su solución sólo puede
hallarse en una modificación profunda del sistema actualmente en vigor para la
liquidación de los saldos internacionales y, por tanto, del estatuto de los
Bancos de emisión nacionales. El gold-exchange-standard es el responsable principal del déficit de la balanza
de pagos de los Estados Unidos, a pesar de que este país no intervino en su
institución. Esta fue debida a la Conferencia Monetaria Internacional que se reunió en Génova en 1922 y en la cual los Estados Unidos no estaban
representados. Lo que una conferencia internacional ha hecho sólo otra podrá deshacerlo. Pero
es indispensable que lo deshaga rápidamente. Una crisis monetaria comprometería
el saneamiento financiero, al fin llevado a cabo, en todos los Estados de
Occidente y expondría sus economías a una recesión grave, que llevaría
implícitas todas las amenazas de una «gran depresión».
De todas maneras, en caliente o en frío, el problema del gold-exchange-standard
será pronto resuelto, pero es esencial que lo sea en frío.
Con este fin, es indispensable y urgente una iniciativa gubernamental que si
interviene a tiempo evitará a los pueblos de Occidente el desorden y los
sufrimientos de una nueva crisis mundial. (3) (1) En un estudio detallado, ciertas reservas deberían atenuar esta afirmaci6n. El
aumento de las necesidades de moneda
esterilizada, en el interior de cada país, es una capacidad adquisitiva que puede legítimamente dar lugar a préstamos.
(2) Proposals by British Experts for an International Clearing Union.
(3) Memoria presentada a la Academia de Ciencias Morales y Políticas el 16 de
octubre de 1961.