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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial
José de Jesús Rodríguez Vargas
III TEORÍAS DEL LIBERALISMO Y EL MONETARISMO
EL TRÁNSFUGA DEL LIBERALISMO: KEYNES
Inglaterra después de la Primera Guerra mundial ya no era la primera potencia mundial. Como lo predijo Engels, Estados Unidos había alcanzado y superado al taller del mundo del siglo XIX. Inglaterra, en la década de 1920, se encontraba con problemas económicos y sociales; a pesar de haber sido una de las potencias victoriosas de la guerra sufría de daños en su economía: las industrias tradicionales de exportación estaban en declive, había desequilibrio de la balanza comercial, debilidad y volatilidad en la libra esterlina, se había suspendido el sistema patrón oro y se debatía la conveniencia de su reanudación, preocupaba la deflación de precios y el desempleo, los sindicatos luchaban con huelgas generales para impedir que les rebajaran sus salarios nominales; después, se elevaron los salarios reales -por la lucha obrera y por el restablecimiento del patrón oro- y se dañó la competitividad en el mercado mundial. Inglaterra vivía un estancamiento económico y luchas sociales que ponían en duda la viabilidad del sistema, mientras que Estados Unidos vivía a plenitud los dorados años veinte.
Parecía lejano el esplendor de la era victoriana. En esas condiciones un prominente economista, académico, funcionario y especulador, se pronunció por abandonar el laissez-faire. En 1924, John Maynard Keynes, liberal igual que su padre, sus maestros, sus colegas y miembro del partido liberal, rompe lanzas en contra del librecambio decimonónico en un artículo periodístico: “creo en el Estado; abandono el laissez-faire, no con entusiasmo, no porque desprecie esa vieja doctrina, sino porque, queramos o no, las condiciones para que tenga éxito han desaparecido”43. En ese momento no tuvieron eco sus propuestas de que la acción gubernamental -por medio de obras públicas y deuda- eran decisivas para sacar a Inglaterra de la crisis.
Posteriormente al pronunciamiento público de su herejía, como él le llamó, pronunció una conferencia en noviembre de 1924 y otra en 1926 que juntas dieron forma al ensayo El final del laissez-faire. Es un texto pequeño de treinta páginas, dividido en cinco partes. La primera parte o primer capítulo analiza las diversas corrientes de pensamiento que produjeron al individualismo y al laissez-faire, la corriente filosófica que impulsó la libertad natural, el contrato, el utilitarismo, el individualismo, el egoísmo, la igualdad, la democracia; principios elaborados por autores como Locke, Hume, Rousseau, Paley, Bentham en el siglo XVIII; “sin embargo, dice Keynes, hubiera sido difícil que esa época alcanzara esta armonía de cosas opuestas si no hubiera sido por los economistas, que surgieron precisamente en el momento oportuno”, fueron éstos los que dieron una base científica: “a la doctrina filosófica de que el gobierno no tiene derecho a interferir, y a la doctrina divina de que no tienen necesidad de interferir, se añade una prueba científica de que su interferencia es inconveniente”44, era la corriente de Adam Smith, de Ricardo, de John Mill, de John Stuart Mill, pero también Keynes incluía a Marshall, Edgeworth y a Pigou.
Pero no sólo fueron las corrientes filosóficas y económicas las que alimentaron el laissez-faire del siglo XVIII y XIX, también contribuyeron la corrupción e incompetencia del gobierno, la ineptitud de los administradores públicos, de tal manera que “casi todo lo que hizo el Estado en el siglo XVIII, por encima de sus funciones mínimas fue, o pareció, perjudicial o desafortunado”; otro elemento que suma Keynes al desprestigio del Estado y la aceptación del liberalismo fue el progreso material entre 1750 y 1850 que “vino de la mano de la iniciativa individual, y no debió casi nada a la influencia directiva de la sociedad organizada como un todo. Así, la experiencia práctica reforzó los razonamientos a priori. Los filósofos y economistas nos dijeron que por diversas y profundas razones la empresa privada sin trabas había promovido el mayor bien para todos. ¿Qué otra cosa hubiera podido agradar más al hombre de negocios?”44. No deja de ser sorprendente la similitud del diagnóstico de Keynes con respecto al Estado y la realidad material para adoptar el liberalismo, con el análisis de los liberales en la década de los setenta del siglo XX. Posteriormente nos encontraremos con otros excelentes análisis, pero ahora de liberales.
Más adelante, en la parte III, menciona otras razones por las cuales el laissez faire obtuvo prestigio y autoridad: una es la escasa calidad de propuestas como el proteccionismo y el socialismo marxista, “de los dos, el proteccionismo es, por lo menos, plausible”, al socialismo lo descalifica, era una peor alternativa. “Finalmente, el individualismo y el laissez-faire no podían, a pesar de sus profundas raíces en las filosofías políticas y morales de finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve, haber asegurado su dominio perpetuo sobre la dirección de los asuntos públicos, si no hubiera sido por su conformidad con las necesidades y los deseos del mundo de los negocios de la época”45. Realmente Keynes utiliza, intuitivamente, un planteamiento materialista, porque, ve una determinación fundamental, como causa, en el triunfo del liberalismo; es decir, que el laissez-faire no sólo tenía “profundas raíces” filosóficas, políticas y morales sino era una aspiración, debido a la necesidad de la burguesía dominante. Más adelante, en el apartado del método (IV.5), prosigo con el tema.
Keynes reconoce la existencia de un “terreno fértil” para el desarrollo de la doctrina, para la limitación del Estado, para una vida económica sin regulaciones, para que los ciudadanos desplegaran sus habilidades “movidos por el motivo admirable de intentar progresar en el mundo”46. Después, la doctrina se convirtió en dogma y se apropió de la educación, de la religión, de la filosofía política y de la “mente popular”; en términos de Marx se hizo conciencia social, se convirtió en ideología dominante, la ideología de la clase dominante, se fue transformado en interés nacional, el interés de la burguesía industrial. Keynes menciona a Cairnes como el primer economista que dirigió un ataque frontal en 1870 contra el laissez-faire, al declarar que ese sistema no tenía bases científicas; y aunque fue, según Keynes, esa opinión crítica la que compartieron los economistas más importantes en los últimos cincuenta años “no ha prevalecido contra la opinión general de que un laissez-faire individualista es lo que ellos debieron enseñar y lo que de hecho enseñaron”47.
Concluye el tercer capítulo con una apreciación del “gran capitán de la industria, del maestro del individualismo”: el empresario, que ahora lo veía como un “ídolo deslucido” que “cada vez dudamos más de que sea él quien nos conduce de la mano al paraíso”. Observa, Keynes, que muchas de las razones originales que convirtieron en ortodoxia al laissez-faire habían desaparecido y sólo sobrevivía por la costumbre; “una ortodoxia está en cuestión, y cuanto más persuasivos sean los argumentos, tanto más grave será la ofensa. Sin embargo, aventurándome en la cueva del monstruo aletargado, por lo menos he rastreado sus quejas y genealogía, de manera que demuestre que nos ha gobernado más por derecho hereditario que por mérito personal”48. Era el grito de un burgués liberal desalentado por la crisis del sistema capitalista y del empresario individualista; Keynes iba a percibir genialmente antes que muchos la necesidad de remediar los males del sistema con otra medicina.
Ya dentro de la cueva del monstruo, Keynes continúo su lucha contra las viejas y aún dominantes ideas. Su obra magna, la Teoría general de la ocupación, el dinero y el interés, publicada en 1936, vendría a ser como fue la obra de Smith, la Biblia que iluminaría una “nueva economía” y sentaría las bases de la política económica de los principales países capitalistas.
La Teoría general es un libro dirigido a sus colegas economistas en donde va a criticar la teoría clásica, la que va desde Adam Smith hasta sus contemporáneos, la misma que él defendió “durante muchos años con convicción”; en el primer capítulo del libro I parte de que los supuestos de la teoría clásica “no son los de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales”49. En el último capítulo, recalca la idea de “los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos”50. Es evidente que Keynes estuvo preocupado por estos problemas en la medida que representaban en su momento la expresión de un sistema económico incapaz de salir de la depresión y de un conjunto de ideas teóricas que no contribuían al mejoramiento sino, al contrario, profundizaban la crisis.
Propone la intervención del Estado en la economía; lo hace de manera conservadora, como tratando de aminorar el rotundo ataque contra el laissez-faire. Considera de “importancia vital establecer ciertos controles centrales en asuntos que actualmente se dejan casi por completo en manos de la iniciativa privada, hay muchos campos de actividad a los que no afecta”. Enseguida, señala que el Estado “tendrá que ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través de su sistema de impuestos, fijando la tasa de interés y, quizá, por otros medios”; define con lo anterior la política fiscal y monetaria activa. No confía en el banco central, cree “improbable que la política bancaria sobre la tasa de interés sea suficiente para determinar la inversión óptima”, entonces propone una “socialización de la inversión” como único medio para aproximarse a la ocupación plena; socialización, que en otras palabras es inversión pública y no excluye que la “autoridad pública coopere con la iniciativa privada”51.
Reivindica el interés personal, porque determina lo que se produce, en qué proporciones se combinan los factores de la producción, y cómo se distribuirá entre ellos el valor del producto final. Tratando de conjurar el miedo de los empresarios, insiste que la necesidad de los controles centrales será sólo para lograr el ajuste entre la “propensión a consumir” y el aliciente para invertir y por tanto “no hay razón para socializar la vida económica (más) que la que existía antes”, recalca que no está proponiendo -de ninguna manera- un socialismo de Estado. Reconoce la vigencia de las funciones tradicionales del gobierno, las ventajas tradicionales del individualismo, la eficacia, la iniciativa, el interés personal, la responsabilidad individual, la libertad personal, el libre juego de las fuerzas económicas. El ensanchamiento de las funciones del gobierno, dice Keynes, parecería “una limitación espantosa del individualismo”, pero no lo es. Defiende las nuevas funciones, porque “son el único medio practicable de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes, como por ser condición del funcionamiento afortunado de la iniciativa individual”52.
Está explícito en su Teoría general que Keynes pretendía reformar al sistema económico, debido a que el laissez-faire y el patrón oro internacional no permitían “echar mano del gobierno” para mitigar la miseria económica, la desocupación crónica o subocupación intermitente; esos sistemas sólo tenían medidas para la competencia por los mercados y para mejorar la balanza comercial. Para Keynes los supuestos de la teoría económica clásica no podían resolver los problemas económicos del mundo real. Confiaba que su propuesta de mayor intervención gubernamental lograría “establecer un volumen global de producción correspondiente a la ocupación plena tan aproximadamente como sea posible”, sacaría al país de la crisis económica y entonces la “teoría clásica vuelve a cobrar fuerza de aquí en adelante”.
La crítica despiadada al liberalismo se vuelve al final del libro una lamentación por su ineficacia. Al pretender “llenar los vacíos de la teoría clásica no se echa por tierra el "sistema de Manchester", sino que se indica la naturaleza del medio que requiere el libre juego de las fuerzas económicas para realizar al máximo toda su potencialidad de la producción”53. No se buscaba desplazar a la teoría clásica sino resolver los problemas a los que no tenía respuestas para que después ella se siguiera aplicando. Es como crear una teoría que se complementara con la tradicional, es llenar los vacíos, es cubrir las insuficiencias. Ya estaba sistematizado y coherente un nuevo planteamiento para la época, que retomaba principios e ideas de los mercantilistas, de los proteccionistas, de economistas clásicos y autores contemporáneos a Keynes; sabía que estaba escribiendo ideas revolucionarias que al principio no les harían caso pero, confiaba, que en un periodo de diez años serían aceptadas54.
Es conocido que otros economistas ya habían publicado, por su lado e independientemente, antes de la Teoría general, y expuesto las mismas ideas fundamentales sobre la producción, la demanda efectiva, la intervención del Estado; en efecto, en la década de 1930 se habían desarrollado las mismas ideas. En algunos países se aplicaba un keynesianismo sin Keynes, sin conocerlo. Intervenía el Estado en mayor medida que lo había hecho tradicionalmente, se adoptaban aranceles protectores, se planificaba. La realidad estaba de nuevo adelante de la teoría y superaba viejos planteamientos.
La nueva teoría, aún tenía que pasar la prueba de fuego, la aceptación entre los pares de Keynes, el medio académico e intelectual. En poco tiempo, antes de los diez años que había pronosticado, algunos viejos economistas tradicionales se habían convertido y los jóvenes se entusiasmaron. Los tiempos habían cambiado. Esto es lo que percibió genialmente Keynes, pero también Michael Kalecki y Gunnar Myrdal, también los estadistas de Suecia con medidas de ocupación y bienestar social, el gobierno de Estados Unidos con obras públicas y medidas devaluatorias y proteccionistas, y hasta la Alemania nazi con su industria armamentista señalaban el camino. La realidad había cambiado. Primero el estancamiento productivo y deflacionario en Inglaterra, después la crisis bursátil y la Gran Deflación-Depresión de Estados Unidos, que repercutió a escala mundial, eran señales de la nueva realidad. Las primeras medidas de política económica tradicional no dieron resultados, la crisis se profundizaba.
Las ideas de Keynes, por las que temía que lo calificaran de “loco”, iban a influir en la política económica al terminar la Segunda Guerra Mundial; el “keynesianismo inconsciente” se convertiría en consciente. Sin duda contribuyó de manera decisiva al desarrollo del capitalismo en las siguientes décadas; las condiciones productivas, las nuevas relaciones sociales, las necesidades de los hombres de negocios convirtieron al keynesianismo en la nueva ortodoxia o “nueva economía”, como se le llamó en Estados Unidos cuando fue la política oficial del gobierno de Kennedy. Se había desplazado el poder mundial y también el poder de la economía. Aunque la teoría surgió en Inglaterra, durante su decadencia como Imperio, se iba a desarrollar durante el vertiginoso progreso y pleno dominio de Estados Unidos.
La cúspide del keynesianismo fue en los años sesenta. Cumplió con sacar al sistema capitalista de su crisis más profunda, de la deflación y del desempleo; reformó al sistema y lo desarrolló a niveles extraordinarios. Había desplazado y arrinconado en las universidades a la teoría del liberalismo, a la teoría clásica, neoclásica y microeconómica; estas se continuaban enseñando como parte de la cultura económica del profesional, pero sin fines prácticos, sobre todo en el ámbito de la política económica; o en el mejor de los casos se había combinado, de manera subordinada, dando origen a la síntesis neoclásica. Se dudaba de la vuelta al pasado, con crisis e inestabilidades monetarias. Se creo una nueva teoría para “conjurar el mal”, diría Samuelson en su manual de Economía. Se lograba una etapa de crecimiento económico y de estabilidad de precios, estabilidad y crecimiento del comercio mundial, incremento de la participación estatal, florecimiento de las economías nacionales y proteccionistas, de los gobiernos laboristas, populistas y nacionalistas, y el desarrollo del socialismo en la tercera parte de la humanidad. Las ideas de Keynes y las aportaciones de sus seguidores habían reformado e impulsado al capitalismo. Los experimentos socialistas reforzaron al keynesianismo. Había sido la respuesta a la crisis económica, a la inestabilidad política y social, el sistema tenía un nuevo aliento e inauguraba una nueva etapa de prosperidad.
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