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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas

 
V. EL RUMBO DEL CAPITALISMO

V.1 ¿DESARROLLO O CRISIS?




En 1996 Dornbusch plantea que en ese momento existían dos opiniones sobre la economía mundial, una señala que “una nueva edad de oro está en proceso, parecida a la de fines del siglo XIX cuando el capitalismo floreció a su máximo. La otra es que el capitalismo ya ha llegado al final de su camino y que ha fracasado, no en el aspecto de la simple habilidad para producir sino como un proceso socialmente aceptable para gobernar las relaciones humanas en el mercado” . Aquí está planteada la dicotomía de cualquier hecho económico, la parte positiva, el crecimiento económico y, la parte negativa, el fracaso social. Unos años antes, no hubiera sido posible arriesgar un pronóstico de un capitalismo floreciendo a su máximo, sin embargo, en el momento, el sistema mostraba cambios estructurales –el libre comercio mundial, la revolución tecnológica, la desaparición del estatismo, del comunismo y de la inflación- que para Dornbusch eran hechos que aseguraban la continuación del crecimiento económico y “un extenso periodo de prosperidad social”.
En la década de los noventa surgió y se popularizó el término globalización, para denotar una situación diferente, cuando menos desde los años ochenta del siglo XX. La Organización de las Naciones Unidades para el Desarrollo Industrial, en su Informe Mundial 1996, planteaba que a partir de los “grandes cambios que están produciéndose en la estructura del desarrollo industrial en todo el mundo” es que “se han intensificado la globalización de la producción y especialmente de los servicios” . El organismo mundial, al igual que otros pares como el FMI, el BM y la OCDE, encuentra una relación directa entre el liberalismo, la competencia, la globalización, el crecimiento y el desarrollo industrial, comercial y los servicios.
La nueva –para algunos- fase mundial, también, está “abriendo muchas oportunidades para millones de personas en el mundo ya que el incremento del comercio, las nuevas tecnologías, las inversiones extranjeras, la expansión de Internet y de los medios de comunicación están alimentando el crecimiento económico y el avance de la humanidad”, a tal grado que lo anterior ofrece “un potencial enorme para erradicar la pobreza en el siglo XXI” , afirma la Organización para el Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.
Se plantea con toda nitidez que el futuro crecimiento y desarrollo social depende del mayor crecimiento de la globalización, de la integración al mercado mundial, del avance y uso de la revolución tecnológica y del fortalecimiento del capitalismo. En los últimos años, se ha extendido en los organismos internacionales la idea de la viabilidad de reducir considerablemente, e incluso acabar, la pobreza. Se ve realista el objetivo (de reducir) porque las condiciones estructurales se han modificado radicalmente, creen que hay el potencial para el crecimiento económico. Además, la teoría está aportando nuevos elementos para luchar contra la pobreza; se ha desconocido el aporte del Nobel Simon Kuznets de que el deterioro en el ingreso es inevitable en la primera etapa del crecimiento económico o la posición de Nicholas Kaldor, quien enfatizó la importancia de los ahorros, y argumentó que la única manera de financiar el crecimiento sería canalizando los primeros beneficios a los capitalistas, para que ellos, debido a su alta propensión al ahorro, proporcionaran los fondos de la inversión. Se descartan semejantes teorías y en cambio se acepta que la equitativa distribución del ingreso puede fortalecer las perspectivas de un mayor crecimiento . (ver Apéndice I.1.4.3).
La culminación de esta tendencia ideológica de crecimiento y desarrollo social está en la aprobación de la “Declaración del Milenio de las Naciones Unidas en el año 2000”. Es un compromiso de todas las naciones para reducir la pobreza y el hambre mundial en cincuenta por ciento en un periodo de quince años, entre otros siete objetivos sociales y de genero: “por primera vez existe el consenso real entre los países ricos y pobres que la pobreza es un problema mundial” .
Si bien, todo esto, puede ser demagogia, porque no es la primera vez que los gobernantes se comprometen a luchar contra la pobreza, como fue en la precedente “Cumbre Mundial de Desarrollo Social” en 1995, también, puede ser una genuina solidaridad social, o quizá existe una real preocupación por las consecuencias de la pobreza; el director-gerente del FMI, lo expresa de la siguiente manera: “la pobreza es el reto más grande para mantener la estabilidad y la paz en el siglo XXI” .
No me queda duda que existen condiciones materiales para disminuir –no erradicar- la pobreza y el hambre , y que el sistema necesitará de un mayor número de consumidores solventes para incrementar el mercado y cubrir la descomunal oferta. La reducción proporcional de la pobreza y el mejoramiento social y económico de la población ha sido una constante del capitalismo y en alguna etapa, como en la posguerra, fue posible incorporar a un gran sector de la población a la sociedad de consumo. Hoy, por el interés propio de la clase capitalista y por las condiciones “favorables de la dinámica capitalista” (Duménil-Lévy dixit), es muy realista la posibilidad de un desarrollo social, superior a la onda descendente. De antemano, estimo improbable que la meta del cincuenta por ciento de reducción de la pobreza y el hambre se pueda alcanzar, pero cualquier porcentaje de logros sería expresión de un mayor desarrollo.
Para el mundo industrializado y de servicios se da por descontado que el crecimiento, la creación de empleos y la estabilidad monetaria, lleva al mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, al fortalecimiento de su poder de compra y a la disminución de la pobreza. Como se observa en Estados Unidos en la segunda mitad de los noventa . Para el resto del mundo no desarrollado, no será suficiente, aunque, sí indispensable, el auge de los países avanzados.
Muchos países subdesarrollados han realizado parte de las tareas que el sistema requirió en los últimos años, y algunos están en condiciones de empezar a cosechar algo de los frutos en crecimiento y beneficio social. Sin pretender un análisis exhaustivo, porque representaría otra tesis, no quiero dejar pasar un claro ejemplo, de lo que puede ser la clave del progreso de países de crecimiento medio . Es el caso de Brasil y su presidente Lula. El antiguo líder obrero socialista radical, llegó a la presidencia con el apoyo mayoritario de la población, incluyendo a sectores burgueses; sin duda, representa la aspiración de la población trabajadora y de los más desprotegidos, al mismo tiempo que representa el interés de la burguesía mundial. De nuevo, vemos que confluye el interés antagónico, históricamente, de la burguesía con el pueblo. Esto ya fue visible en la década de los sesenta no sólo en países industrializados sino en América Latina.
Lula llega a la presidencia de un país que había realizado, con el cepalino-dependentista socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, una parte de las reformas estructurales necesarias para el desarrollo social; los cambios que faltaban los está realizando Lula y el Partido de los Trabajadores, con la oposición de los radicales socialistas que lo acusan de neoliberal y traidor del proletariado. Un ejemplo, es la reforma de las jubilaciones a los trabajadores del sector público -una de las principales preocupaciones del mundo industrializado-, como lo dijo Lula: “nunca un gobierno logró que la cámara baja aprobara, en sólo tres meses y medio, una reforma tan importante para el futuro del país”; Lula, el PT y los demás partidos socialdemócratas y burgueses, aprobaron la reforma que no fue posible en los ocho años de Cardoso, en gran parte por la oposición del PT.
En el gobierno socialista de Brasil, también, se siguió el llamado dogma monetarista neoliberal de acabar con la inflación como prerrequisito del crecimiento y desarrollo: “primero teníamos que doblegar la inflación [...] y eso es lo que hicimos. Después las tasas de interés tenían que comenzar a disminuir y eso es lo que está sucediendo” . Es la enseñanza de Paul Volcker y de Alan Greenspan, seguidores de Milton Friedman. La aceptación de la burguesía internacional se expresa en una mayor confianza en el gobierno socialista, en la caída del índice de riesgo-país y en los cuantiosos préstamos del FMI; para el director-gerente del FMI, Lula “es un genuino líder que ha definido la agenda correcta: la estabilidad macroeconómica y el crecimiento con equidad social. El fortalecimiento del consenso social es un prerrequisito para que Brasil movilice sus enormes recursos para que produzcan beneficios para todos sus ciudadanos” .
En los próximos meses veremos si el antiguo férreo líder metalúrgico soporta las contradicciones y la lucha entre fracciones del gobierno y del PT, por lo pronto ya hubo expulsados de sus filas y la conformación de un nuevo partido auténticamente socialista, democrático y revolucionario, según sus impulsores.
La burguesía y los burócratas del FMI, del BM y de los gobiernos imperialistas no se oponen a la lucha contra el hambre y la pobreza en Brasil, con un gobierno socialista, sino (ahora) todo lo contrario, consideran que es el gobierno más efectivo para lograr el fortalecimiento del consenso y el beneficio social. Esta situación me recuerda al ascenso de los comunistas al gobierno y en especial a los ministerios del trabajo, durante las crisis del capitalismo en la década de los treinta y en la reconstrucción de posguerra. El mensaje es claro: la burguesía mundial no va a detener a la radical oposición de izquierda, con masas, que tiene la posibilidad de llegar al poder para reencauzar el desarrollo social. La demanda política propagandista, “por el bien de todos primero los pobres” y lucha “contra el hambre”, no está fuera de la corriente ideológica mundial.
Theotonio Dos Santos, un destacado economista luchador contra los neoliberales y el llamado pensamiento único, también asevera que una onda larga ascendente empezó en 1994 en Estados Unidos, y que “una nueva fase de acumulación capitalista mundial necesitará de una gestión moderna que tenga confianza de la mayoría de los asalariados [...] dependerá también de una expansión de la demanda mundial, con la incorporación de una parte significativa de los marginados y excluidos del tercer mundo”; y, que por tanto, para lograr lo anterior, “el gran capital internacional sólo tiene como solución buscar un acuerdo económico, social y cultural que premie la convivencia entre estas fuerzas fundamentales de la economía y la sociedad contemporánea”. Para Dos Santos son los partidos socialdemócratas europeos los que “podrán conducir una política de crecimiento económico y de inclusión social” . Dicho planteamiento es parecido a lo que sostengo: se requerirán políticos y gobernantes sensibles a las necesidades sociales, porque como dice Peter Drucker “en los siguientes 20 o 30 años, los temas sociales serán dominantes” .
No obstante, mientras que para el marxista-dependentista-keynesiano brasileño esta nueva situación es el “crepúsculo de neoliberalismo” y del “pensamiento conservador” , para mí es el resultado lógico de la aplicación de dicha política. No es el fracaso de la política monetarista neoliberal, es su triunfo.
En la misma sintonía que Dos Santos se encuentra el francés Alain Minc que con base a la teoría de Kondrátiev está convencido que Estados Unidos ya entró en una “auténtica” onda ascendente desde principios de los noventa, mientras Europa apenas empieza “a probar los frutos de un ciclo de crecimiento duradero” y, apuesta al optimismo: “el mapa económico mundial es más prometedor de lo que ha sido desde hace décadas”, sin desconocer que no desaparecerán “las resacas coyunturales” .
Dos influyentes analistas estadounidenses –Bluestone y Harrison- llamados el Dr. Fracaso y el Dr. Abatimiento por sus habituales posiciones desde la década de los setenta, han dado un giro radical y plantean, a mitad de 1999, que existe “la posibilidad de otra época de prosperidad estadounidense como la que tuvimos durante las décadas de 1950 y 1960”; consideran que su investigación muestra que existen “muchos de los elementos necesarios para un renacimiento económico” y que a pesar de las dudas iniciales “seguimos siendo optimistas en cuanto al potencial de la economía” de Estados Unidos. Es tal su optimismo que, reconocen, sus proyecciones del potencial de crecimiento son superiores a los pronósticos oficiales; se basan, en primer lugar, en la revolución de la información que “finalmente está produciendo hoy una cosecha económica mucho más rica de lo que había pensado la mayoría de los economistas de la corriente dominante”, también resaltan “los cambios fundamentales en el mercado de trabajo” y en el aumento de la productividad del trabajo. Dichos factores deberán contribuir al crecimiento de la tasa de crecimiento y esto “es la condición sine qua non para revertir la polarización económica de los Estados Unidos” .
Sin embargo, los autores no validan que el éxito a corto plazo, que se vivía en la segunda mitad de los noventa, pudiera convertirse en una “prosperidad duradera”. Para que el potencial de la economía de Estados Unidos se haga real y, una expansión económica sostenida, revierta “las enormes desigualdades de ingreso y de riqueza” que se desarrollaron desde comienzos de los setenta, dependerá del modelo de crecimiento que se adopte, advierten los autores.
Explican dos modelos, el Main Street y el Wall Street; el primero fue aplicado en las décadas de 1950 y 1960, basado en la demanda que lleva a un circulo virtuoso de consumo, inversión, incremento de la producción, de la productividad, de los salarios y prestaciones y de nuevo al consumo; proceso estimulado por el sector público. El segundo modelo, el imperante en los noventa, parte de la inflación controlada, que favorece al mercado de valores, una mayor riqueza accionaria, estimula un mayor gasto, eleva la producción, la inversión de capital, la productividad, la ganancia empresarial y, finalmente, retroalimenta el alza de las acciones. Los autores no creen que este último modelo tenga que ver con la prosperidad existente -aunque reconocen que dicha percepción es una opinión casi universal-, sino, que por lo contrario, su continua aplicación socavará la prosperidad futura.
Aceptan que la baja inflación contribuye a un crecimiento más rápido porque existe una base financiera estable para la inversión; sin embargo, la inflación no disminuyó por las conocidas razones que argumentan los partidarios del modelo Wall Street-Pennsylvania Avenue: el equilibrio presupuestal, el NAFTA, la reforma laboral, aumentos de la tasa de interés. Para Bluestone-Harrison lo que hizo desaparecer la inflación a fines de la década de 1980 y durante los noventa fue la productividad del trabajo, los bajos precios del petróleo y una “mano de obra atontada por años de inseguridad laboral”. La productividad también aumentó las ganancias de las empresas sin incrementar los precios, que, al mismo tiempo, elevaron el valor de las acciones y provocaron el boom bursátil. La productividad del trabajo –a su vez- se debe a la “revolución de la información” que se está propagando a toda la economía y “arrastrando finalmente en su estela la productividad y el crecimiento, aún en el sector de los servicios”; explican que el retraso del impacto productivo de la revolución se debió a la “curva de aprendizaje”, ya que “las ideas tardan décadas en traducirse en aplicaciones prácticas y difundirse en toda la economía” (por supuesto, coincide con la posición Greenspan-Paul A. David, ver III.2.3)). Y un segundo factor que determinó la revolución de la información fue el Estado con el impulso a la investigación y desarrollo.
Coincido con la tesis de Bluestone-Harrison que la prosperidad de la segunda mitad de los noventa se debió -yo afirmo en última instancia- a la productividad del trabajo, impulsada por la innovación tecnológica, en donde el Estado tuvo –como siempre- el papel clave (sobre todo, debido a la I&D en defensa militar). Pero, no subestimo los factores superficiales –en primera instancia- que la “sabiduría convencional” reconoce. Incluso a corto plazo dichos factores del modelo Wall Street, que explican la inflación, son decisivos para la evolución del sistema financiero, de las tasas de interés, del mercado de valores, de la estabilidad, de la inversión, del crecimiento y de la prosperidad.
Es un error en el análisis marxista (de algunos) y en el poskeynesiano y neoclásico (de todos), separar tajantemente el rol de la “economía real” y la “economía monetaria” y regocijarse en la critica del “casino” del sistema bursátil y financiero, como si fuera no sólo inútil sino pecaminoso a la población y dañino al funcionamiento del capitalismo. Se lleva al absurdo la idea de la “economía de papel” o capital ficticio –en términos de Marx- sin relación alguna con el capital productivo. No tengo reserva en reconocer que la despreciada economía monetaria, el casino, la borrachera bursátil y los incontrolados y complejos nuevos instrumentos financieros de los últimos años, cumplieron y cumplen un papel importante en el reciente y actual crecimiento económico de Estados Unidos. En particular el sistema especulativo suministró los fondos para el auge de la revolución tecnológica y no considero que este efecto positivo haya concluido (ver II.2.6).
Para los autores mencionados la posibilidad de la prosperidad futura no sólo radica en la productividad-innovación tecnológica ya existente -desde la oferta- sino en la demanda de mercado: “al combinar la pasión por la tecnología de la nueva teoría del crecimiento con la vieja idea de la teoría keynesiana de que el Estado puede ayudar a sostener una mayor demanda, tenemos las bases para un modelo Main Street de crecimiento con equidad en el siglo XXI”, de tal manera que la “transición” de Wall Street a Main Street aseguraría tres por ciento o más de crecimiento económico y una distribución más equitativa.
Lo que los autores no pudieron haber soñado, es que con el gobierno republicano de George Bush se hubiera acabado con la criticada “obsesión de la Casa Blanca y el Congreso” por priorizar el superávit “aunque la economía tuviera que disminuir su ritmo”. Es decir, actualmente no hay obsesión alguna por acabar con la inflación y elevar las tasas de interés -como creen los autores que será la actitud permanente del gobierno para favorecer a Wall Street (al capital financiero) en detrimento de la producción- y, en cambio, sí hubo en el 2001-2003, la obsesión por acabar el superávit –ahora denostada dicha política deficitaria por las mismas corrientes que antes criticaban el superávit.
No se puede negar la evidente política keynesiana del presidente Bush (“keynesianismo de derecha” dice Theotonio) de creación de demanda efectiva durante la reciente recesión, que impidió que la crisis fuera mayor. Esta política, junto con la aún vigente revolución de la información y la estabilidad monetaria están impactando la productividad y el crecimiento, que finalmente llevará a la disminución del desempleo cíclico, al mejoramiento de los ingresos y aumentará la demanda. La realidad de principios del 2004, prefigura el modelo Main Street, sin necesariamente esperar el fin del modelo Wall Street.
De lo anterior, se puede extraer fácilmente la tendencia de un desarrollo social futuro si se reúnen determinadas condiciones. Pero, no todos están de acuerdo en la prospectiva.
En una posición extrema, encontramos al teórico Immanuel Wallerstein. Este prominente braudelista-marxista ha previsto la tendencia del capitalismo mundial hacia una “crisis sistémica” que provocará un “caos”. Considera que el sistema se encuentra en una “crisis histórica”, en un “periodo negro”, en una “etapa terminal” y, que, efectivamente, nos encontramos en un mundo en transformación, pero no en el sentido de lo que dicen los “engañados” teóricos de la globalización, sino estamos en “una era de transición en el cual el sistema-mundo capitalista será transformado en cualquier otra cosa; el futuro -que lejos de ser inevitable y al cual no hay alternativa- está siendo determinado en está transición y el resultado es extremadamente incierto. No hay una apreciación cercana de lo que será el fin de la llamada "era de transición"” . No hay una respuesta de Wallerstein de cómo serán los contornos del resultado de esta transición, sólo está seguro que será el caos y la desintegración del capitalismo y que no existe posibilidad alguna del dilema clásico marxista de “revolución o reforma” .
El probable caos y terminación del capitalismo mundial, en primer lugar del sistema estadounidense que está en “crisis hegemónica” desde 1980, Wallerstein lo había fechado para el 2025 en primeros trabajos y, recientemente, ha agregado otro posible año, el 2050; para el politólogo e historiador la economía ha entrado en una “anarquía global” desde el 2001 y continuará hasta el 2025 o el 2050, que finalizará con algo nuevo diferente al capitalismo que conocemos.
La anarquía global es y será una situación que Estados Unidos no puede ni podrá controlar, debido a su propia declinación, causada, a su vez, por la “imprudente timidez” de los sucesivos gobiernos. Wallerstein habla de un “mundo incierto”, y de que el resultado de la crisis del sistema mundo no puede ser conocido -puede ser más o menos igualitario y con democracia, o completamente totalitario-, sólo que no será como la actual situación. Sin embargo, el resultado puede ser consecuencia de cómo actuemos, -en donde los intelectuales tienen un papel importante-, colectiva y concretamente.
Wallernstein llama a no “quedarse al margen”, menos ahora, que ha surgido una real alternativa antiglobalización, con una nueva estrategia antisistémica factible, que empieza a delinear un orden mundial alternativo, en donde otro mundo es posible, es decir, el Foro Social Mundial de Porto Alegre, Brasil y los zapatistas del sureste de México como la vanguardia .
De acuerdo a la periodización de los teóricos de las ondas largas, la fecha del 2025, podría ser el fin de la presente onda ascendente, que no quiere decir que sea el fin del capitalismo, sino la entrada a una onda descendente; con excepción de la corriente de Wallerstein no conozco a otro teórico que plantee el fin del capitalismo de manera tan precisa, aunque ahora sean dos fechas terminales; tampoco pienso que a pesar de la supuesta crisis de hegemonía del imperialismo estadounidense y de la descomposición del capitalismo, estemos viviendo una etapa de anarquía global o de “desintegración del orden mundial”, y mucho menos creo que exista la supuesta alternativa.
Como señala el principal discípulo e impulsor del pensamiento de Wallerstein en México, Carlos Antonio Aguirre Rojas, se puede estar en contra de dichas ideas, pero no se les puede soslayar en una investigación de las ondas largas. El tono revelador y apocalíptico de las posiciones Wallersteinianas me recuerda los artículos propagandísticos del político demócrata marginal Lyndon H. Larouche de Estados Unidos (el creador de los Comités Laborales de la década de los setenta); siempre tiene algo nuevo, extraordinario y fantasioso para asombrar a sus fanáticos seguidores, pero alejado de la realidad.
Otro teórico connotado y cercano a las posiciones de Wallerstein que prevé el fin del capitalismo es el egipcio-francés Samir Amin . Su análisis parte de una supuesta crisis del discurso del neoliberalismo triunfante y de sus recetas, debido a que no han alcanzado “la prometida prosperidad para todos o para casi todos”, como tampoco han logrado la paz y la democracia; al contrario, el neoliberalismo “sólo ha profundizado la crisis de acumulación y generado una mayor degradación de las condiciones sociales para la gran mayoría de los pueblos y de las clases obreras”. Por tanto, no cree en la posibilidad de que se produzca un nuevo período de expansión y de prosperidad, como lo pregonan los “incondicionales” del capitalismo. Adjetivo para futuras excomuniones.
La conclusión de Amin es que existen claros síntomas de la “senilidad del capitalismo”, y que sólo una nueva izquierda y un frente de los dominados y explotados de los pueblos del Norte y del Sur, pueden acabar con el capitalismo, de lo contrario no asegura la supervivencia de la humanidad; sin embargo, el frente no existe aún, pero está convencido que “el capitalismo está objetivamente maduro para ser superado”.
Para Amin “el éxito del pensamiento utópico y archirreaccionario” es sólo transitorio -reconoce que ha dominado durante los ochenta y noventa del siglo anterior- y “no es otra cosa que un síntoma de la decadencia del sistema”, de tal suerte que “el neoliberalismo es el viagra del capitalismo senil”; otro síntoma de la senilidad es la actual revolución tecnológica. Esta última afirmación, me parece una idea original que no la desarrolla sino sólo la suelta en la página 96 como si fuera una tesis ampliamente reconocida, tesis que si fuera, realmente, correcta refutaría mi trabajo doctoral y lo pondría en el bote de basura junto a miles de paginas de los teóricos de las revoluciones tecnológicas y, por supuesto, una gran parte de la obra de Marx.
Lo del viagra por supuesto es una frase encantadora de un mercadólogo. Otro síntoma, de la decadencia, para Samir, es la “nueva fase imperialista” o el “imperialismo colectivo de la tríada”, claro, Estados Unidos, Europa y Japón. Los síntomas que para algunos –me incluyo- son señales de fortalecimiento, para Amin son de senilidad del capitalismo.
Por supuesto, Amin mantiene el análisis leninista de la decadencia y putrefacción del capitalismo, ve en el capitalismo financiero y rentista parasitario los indicadores indiscutibles del envejecimiento del sistema, al igual que Lenin y Bujarin, según afirma. Lo que a lo largo de varias páginas, de su más reciente libro, parece un rosario de deseos, sin fundamentos sólidos, en la página 73 reconoce que “no creo que, de la observación y del análisis -por serios que estos sean- de lo nuevo que se presenta en el sistema de la economía mundializada contemporánea, pueda deducirse un escenario del futuro que tenga alguna probabilidad considerable de juzgarse como casi cierto”. Pero después de este destello científico, vuelve a arremeter contra los que creen, que, necesariamente, se dará una nueva fase expansiva, ya que reconocer tal posibilidad sería aceptar la hipótesis de que el capitalismo es eterno e ignorar los signos graves de envejecimiento evidente que hoy se están manifestado. Creencia suficiente para la excomunión.
En fin, el autor asume que ha empezado un caos permanente, tesis cercana a Wallerstein, que sólo se superara mediante el comienzo de una larga transición al socialismo -diferente a Wallerstein- de lo contrario las perspectivas son la catástrofe y el suicidio de la humanidad. Samir Amin habla como si el capitalismo y el neoliberalismo estuvieran en crisis terminal y el socialismo gozara de plena salud. El mundo al revés. La senilidad y decadencia se encuentra en otro lado.
En realidad, las tesis catastrofistas de Samir como de Wallerstein mantienen cierta coherencia con sus opiniones de hace dos décadas; en aquella época Wallerstein enmarcaba la crisis del capitalismo de principios de los ochenta como parte de un proceso –“el fallecimiento de la economía-mundo capitalista”- que había empezado desde 1914/1917 –tesis leninista-; situación que continuaría (preveía) durante el siglo XXI en lo que le parecía una “crisis de transición de una economía-mundo capitalista a un orden-mundo socialista”, ahora no sostiene la tesis de la transición a un mundo socialista, sino a un “mundo incierto”; mientras que Amin argüía –en aquel tiempo- que la crisis de principios de los ochenta se “inscribe en la prolongada transición del capitalismo al socialismo” y que “lejos de contribuir a la conformación de una nueva etapa de desarrollo del capitalismo, abre, al contrario, posibles perspectivas socialistas” .
En aquellos días, 1970-80, eran más atractivas y creíbles las referidas posiciones –más políticas, ideológicas y subjetivas que analíticas y objetivas-, pero, a principios del siglo XXI, se perciben muy descabelladas. Yo así las percibo. No tiene fundamento alguno la tesis de la “crisis permanente” del capitalismo (cien años de crisis y decadencia), cuando menos no con base a la posición marxiana, la posición del mismísimo Marx. Por supuesto que el moro volvería a renegar –en un alto grado de insolencia me atribuyo lo que pudiera pensar- de los “marxistas” como lo hizo con sus supuestos seguidores franceses.
Uno de los principales investigadores mexicanos del ciclo largo y traductor de Kondrátiev, Luis Sandoval Ramírez, no percibe la actualidad de la onda ascendente, ni mundial ni nacional, y en cambio considera que aún falta una gran catástrofe de la economía mundial -que puede ser a corto plazo, en 2005 ó 2006- y la aplicación de una nueva energía motriz (el hidrógeno-gas natural) para que aparezca un nuevo Kondrátiev; siguiendo la orientación de Wallerstein sostiene que el neoliberalismo, el predominio de la esfera financiera especulativa y su parasitismo, la descomposición actual, y la globalización llevarán al caos y a la crisis del capitalismo mundial; un síntoma sería una próxima crisis de la deuda internacional y el estallido de la “burbuja financiera”. Prevé que para el 2008 pudiera iniciarse un Kondrátiev ascendente mundial, después de una gran depresión, mayor que la de los años treinta .
Una importante corriente del marxismo estadounidense, y aún con influencia latinoamericana, es la agrupada en la revista Monthly Review, que mantiene la tesis de que últimamente ha surgido una “nueva fase del imperialismo” estadounidense, que generará sus propias contradicciones, y que debido a la destructividad de las armas modernas, a la política del gobierno y a su “pax americana” puede estar creando las condiciones para una “holocausto global” y, también, afirman que sólo se podrá detener, este fatal resultado, con una ola de rebeliones en Estados Unidos y a nivel global. Confían en que continuaran los supuestos éxitos del movimiento antiglobalización que empezó en Seattle; auguran una “nueva era de rebeliones” en la nueva era del imperialismo, que evitará que la estrategia imperialista triunfe a largo plazo, y, en cambio, será la ruina del imperio americano, aunque esperan que no sea a la vez la ruina del mundo .
Las corrientes anteriores, con distinto lenguaje, plantean lo mismo: hoy el “mundo no es apacible” y se vive en crisis profunda que desembocara en un caos o en el holocausto mundial, la alternativa de un mundo socialista o un sistema diferente al capitalismo se encuentra en los movimientos antiglobalizadores y antiimperialistas y descartan la participación de los remakes de leninismos, estalinismos, maoísmos o trotskismos (Samir dixit).
Una cuarta posición, también, de origen estadounidense y no marxista ni anticapitalista, sino de personeros de la academia y de las finanzas internacionales mantiene una visión crítica de la hegemonía de Estados Unidos, del mercado, del neoliberalismo, del FMI, y proponen alternativas intermedias que mejoren el funcionamiento del sistema, sin olvidar a los más desfavorecidos.
El financiero George Soros va a presagiar el “desplome de la economía global” en sus testimonios ante el Senado de Estados Unidos y en el libro “La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro”. Justamente en medio de la crisis financiera del sudeste asiático en 1997, el especulador internacional sostiene que “la situación actual es poco sólida e insostenible. Los mercados financieros son intrínsecamente inestables y existen necesidades sociales que no pueden satisfacerse dando carta blanca a las fuerzas del mercado. Lamentablemente, no se reconocen estos defectos”.
Soros financia con recursos propios, producto de sus fondos de inversión, la instauración de “sociedades abiertas globales”, y teme que, por los “excesos” de los mercados financieros, por la “insuficiente” organización política y por el fundamentalismo-liberalismo, el capitalismo global se desplome. “El fundamentalismo del mercado es el responsable de que el sistema capitalista global carezca de solidez y sea insostenible”. La preocupación primordial es que “el fundamentalismo del mercado es hoy en día una amenaza mayor para la sociedad abierta que cualquier ideología totalitaria” ya que “el fundamentalismo del mercado hace peligrar inadvertidamente a la sociedad abierta al malinterpretar el funcionamiento de los mercados y encomendarles un papel demasiado importante”.
Sin embargo, aboga por “un equilibrio correcto entre la política y los mercados, entre la elaboración de las reglas y el acatamiento de las mismas”. Soros manifiesta una posición que no puede descartarse de antemano, no es un globalifóbico, sino un capitalista que teme el fin del capitalismo, no por el comunismo sino por el fundamentalismo de mercado y la falta de controles adecuados. “Deseo aclarar que no es mi deseo abolir el capitalismo. A pesar de sus deficiencias, es mejor que las alternativas. Deseo impedir, en cambio, que el sistema capitalista global se destruya a sí mismo” . Son contratendencias relativas dentro del sistema que buscan un equilibrio entre la completa libertad del mercado y las regulaciones gubernamentales o de organismos internacionales, es el punto medio. Son claras expresiones (la de intelectuales como Soros, Stiglitz, Krugman, Rodrik, Sachs y alter y antiglobalizadores) que llaman a “reflexionar y reorientar el desarrollo”, tal como dice Carlota Pérez, que sucede en los turning point, que ya traté en III.1.1.1, en IV.1.6. Fácilmente compatibles con las necesidades (hoy) del sistema.
Paul R. Krugman es un prestigiado académico iconoclasta de Estados Unidos, orgulloso de echar cubetazos de agua fría y de escandalizar al resto de sus colegas; en medio de la crisis del sudeste asiático de 1997, diagnosticó que más de 700 millones de personas en cinco economías que generan un cuarto de la producción mundial se encontraban en la Gran Depresión y, comparó, por tanto, la situación asiática con los años treinta en Estados Unidos.
Pero, lo peor podría estar aún por verse, advirtió hace algunos pocos años. “Parece como si todo lo viejo fuera nuevo”, son problemas que supuestamente se había aprendido a prevenir, sin embargo “la medicina económica convencional no ha demostrado ser efectiva, quizás ha sido incluso contraproducente”; es decir, el mundo está inerme, como lo estuvo en la Gran Depresión. El mundo se encontraba de vuelta a la economía de la gran depresión y existía el riesgo de que se extendiera la depresión asiática (posteriormente matizó y le llamó la Gran Recesión) a países como China y fuera del área, incluso que se repitiera la crisis deflacionaria japonesa en Europa y en Estados Unidos. Era un panorama sombrío para el mundo capitalista, a partir de la crisis del sudeste asiático, en medio de la euforia expresada por otros debido a la Nueva Economía de Estados Unidos.
Krugman, como buen profesional que vende ideas, argumentó que el problema ya no era estructural, ni de recursos, sino de comprensión: “yo creo que los únicos obstáculos estructurales a la prosperidad del mundo son las doctrinas obsoletas que abarrotan las mentes de los hombres” y propone dejar el énfasis en la teoría de la oferta y atender el problema de la demanda, al estilo keynesiano, ya que, por “primera vez en dos generaciones, unas fallas de la demanda de la economía -es decir, un gasto privado insuficiente que no utiliza la capacidad productiva disponible- se han convertido en una clara y patente restricción para la prosperidad de una buena parte del mundo” .
El mundo estaba cambiando y una política económica ortodoxa, correcta en otros tiempos, ya no es relevante, y sí un obstáculo en la búsqueda de la prosperidad. Krugman, como muchos teóricos, es tenaz en su lucha contra los neoliberales, y gran parte del arsenal es el programa keynesiano, que a fuerza de sacarlo en todo momento, en alguno puede coincidir con la necesidad de la realidad capitalista y, entonces, ser adoptado de nuevo. Es decir, que la clave de “la vuelta a la economía de la prosperidad”, ahora, puede encontrarse en estimular más la demanda, puesto que (lo siguiente es mi afirmación, no de Mister K.) la oferta está funcionando mejor.
Otro economista que recientemente cimbró la modorra de las instituciones (burocracias) multilaterales es Joseph Stiglitz; este teórico de la “Nueva Economía Keynesiana” de la primera mitad de los noventa, pasó de la academia a ser miembro y jefe de los asesores económicos del presidente de Estados Unidos en 1993-1997, y después, fue economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial. Aunque es importante su obra, en estos dos trabajos, no fue la que lo coloco en el candelero -no sólo del medio profesional sino también en el de los medios de comunicación y en el ámbito de las masas antiglobalizadoras; fue su voz tronante y condenatoria, a partir de que recibió el premio Nobel de Economía en el año 2001, lo que lo vistió de luces y de reconocimientos.
Stiglitz antes del 2001 era conocido por círculos académicos cerrados, ahora es reconocido como el principal crítico de la globalización, conducida por los organismos FMI, BM, OMC y el Tesoro de Estados Unidos. Sus críticas son variadas, destacando el tema de la globalización y sus efectos devastadores sobre los países más pobres y propone que se replantee el modo en que ha sido gestionada; no se opone a ella, sino a la forma en que está funcionando; critica la confianza excesiva por el FMI en los mecanismos del mercado y cree que los gobiernos pueden aplicar políticas que contribuyan al crecimiento de los países y a una mejor distribución del ingreso; pide un equilibrio entre la participación del gobierno y el mercado, en donde la relación sea complementaria, como socios, aunque el papel del gobierno, reconoce, debe ser limitado; cree en las privatizaciones siempre que las nuevas empresas sean más eficientes y reduzcan los precios para favorecer a los consumidores; propone modelos económicos más realistas, que desechen los supuestos de competencia e información perfecta; se opone a políticas del FMI, como en las reformas de Rusia hacia el capitalismo y apoya la reforma gradual China.
Stiglitz, también, fue uno de los principales críticos de las políticas del FMI en la crisis del sudeste asiático; le critica al FMI la aplicación de supuestos teóricos anticuados, como la eficiencia de los mercados, y la prescripción de la misma receta para situaciones diferentes; así como su hipocresía y la del Tesoro de Estados Unidos, por su falta de transparencia, cuando la piden para el resto; o la hipocresía de los países desarrollados que piden liberalización cuando protegen a sus productores agrícolas; critica la toma de decisiones del FMI sobre “la base de una curiosa mezcla de ideología y mala economía, un dogma que en ocasiones parecía apenas velar intereses creados”; los resultados mediocres deplorables de sus políticas; su carácter antidemocrático; propone la reforma de las instituciones internacionales y que la comunidad global se guié por reglas “equitativas y justas”, que atiendan tanto a los pobres como a los poderosos, y que “reflejen un sentimiento básico de decencia y justicia social”; dichas reglas deben ser producto de proceso democráticos; pide una “globalización más humana, efectiva y equitativa” . No obstante, hace ligeros reconocimientos a su personal y a algunas acciones del FMI, pero, pasan desapercibidos debido a su enorme bombardeo.
La posición crítica del Nobel vino a confirmar lo que muchos alegaban desde tiempo atrás, la globalización no funcionaba bien para todos, y las instituciones internacionales, así como los gobiernos capitalistas de los países desarrollados están defendiendo el interés de los ricos y poderosos; se requiere más democracia en los organismos y un trato comercial justo y equitativo.
Los gobiernos e instituciones internacionales nunca han sido democráticos, funcionan a partir de estructuras, reglas y gobiernos propios, muy alejados del voto popular directo. Por tanto, no veo que dicha situación vaya a cambiar radicalmente, sin embargo, los resultados de la globalización, de la extensión del mercado libre, de las políticas antiinflacionarias y de austeridad del pasado y del cúmulo de criticas, no sólo de economistas o de globalifóbicos, sino de países miembros de la comunidad internacional, están modificando a las instituciones y sus políticas.
Los “burócratas internacionales –símbolos sin rostro del orden económico mundial” como les nombra Stiglitz están poniendo atención al “malestar de la globalización” además, llaman a una “mejor, más responsable y más humana globalización”, con mayor énfasis en el crecimiento, en el desarrollo social y en la transparencia informativa, a la exigencia de una mayor liberalización de los productos agrícolas de los países industrializados, entre otras políticas que reflejan, que una gran parte de la crítica de Stiglitz y de los alternativos a la globalización actual, son asimilables por el sistema. Y, en la medida que suceda dicha conjunción se logrará una mayor estabilidad social que contribuirá al objetivo, esencial, de los organismos multilaterales, de un mayor y mejor crecimiento, también, para sectores, anteriormente excluidos.
Los autores críticos y revolucionarios de este apartado coinciden en que no funciona bien -o simplemente no funciona- el capitalismo mundial, y sus propuestas y su lucha por reformar o revolucionar el orden establecido dominante tendrá mucha o poca aceptación en los círculos gobernantes en la medida que haya margen para la concesión, la cesión, o la distribución; o como diría el marxista radical, cambiará la situación en la medida en que el temor de la burguesía y debido a la movilización de las masas arranque lo que merecen y les corresponde. Creo que la lucha de clases si contribuye a que la burguesía mundial, por medio de sus instituciones y gobiernos, modifique sus políticas y preste mayor atención a la población mayoritaria. Mucho más ahora, que al capital le conviene la incorporación de más trabajadores y consumidores.
Por tanto, no veo que las perspectivas caóticas, depresivas y sombrías que retratan en sus análisis puedan alterar el curso de la nueva onda Kondrátiev, al contrario, la fortalecen. Es el momento de las zanahorias. Existe capacidad para producirlas, lo que se requiere es una mayor distribución y demanda efectiva; para Schumpeter la destrucción creativa -la funcionalidad de la onda descendente- es efectiva y necesaria en la medida en que se incrementa la demanda de las masas. Las críticas y el malestar, las movilizaciones y las rebeliones, empujan las reformas del sistema para que continúe siendo capitalismo. No hay peligro para el sistema y la clase gobernante, hay complementariedad. Por lo mismo, vislumbro un desarrollo relativo más que destrucción y fin del sistema.
Si los planes de la burguesía mundial se llevan a cabo, a pesar de las reacciones de amplios sectores, entonces es muy probable que la incipiente onda expansiva de desarrollo se amplié al conjunto de la economía mundial, como sucedió en la década de los cincuenta del siglo XX. Existe también la posibilidad, muy remota, y me atrevo afirmar improbable, de la destrucción sistémica del capitalismo dentro de unas dos décadas, sino es que desde antes, de acuerdo a algunas opiniones. También se perciben problemas más realistas –sobre todo de tipo económico- que pudieran detener el avance de los principales vagones del capitalismo mundial; creo que dichos problemas serán superados y la burguesía, el sistema capitalista y una parte de la población mundial volverán a transitar en una fase de crecimiento y desarrollo, cuando menos superior al periodo precedente.


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