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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial
José de Jesús Rodríguez Vargas
III LA NUEVA FASE DE DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL
ONDA EXPANSIVA: 1996-2003
ERA CLINTON
El gobierno del presidente William Clinton, desde el principio, se caracterizó por cambios fundamentales en la estrategia, la filosofía y la visión económica a corto y largo plazo con relación a las administraciones anteriores; la nueva política económica y nueva visión estratégica contribuyeron a crear, a reforzar y a profundizar cambios estructurales en la economía, la sociedad y el Estado, que desembocaron en una etapa de prosperidad y estabilidad monetaria no observada en dos décadas y media.
La última expansión de 120 meses no sólo fue la más larga en relación con la expansión de los sesenta (106 meses) o la de los ochenta (92 meses), sino tuvo características particulares, como una permanente “disciplina” fiscal que llevó gradualmente a la disminución del déficit público, hasta convertirlo en superávit. Mientras, las otras dos expansiones se caracterizaron por políticas fiscales estimulantes y deficitarias, la última, fue fiscalmente contraccionista. Además, se planteó como objetivo y, se consiguió la disminución y el control de la inflación a tasas tolerables, para permitir una estabilidad monetaria con efectos positivos en otras variables económicas; es decir, la expansión más reciente terminó con tasas bajas de inflación, en tanto que las otras dos expansiones finalizaron con tasas altas. A la Fed le corresponde este último éxito mientras que el primero, la disciplina fiscal, al gobierno federal, así hubo una coordinación que permitió la mayor fase de prosperidad y estabilidad del capitalismo . La expansión de los ochenta, por el contrario, fue una política fiscal expansiva y una política monetaria restrictiva; en la expansión de los sesenta, coincidieron la política fiscal y monetaria expansiva.
VI.2.2.1 LA CONSTRUCCIÓN
Cuando Clinton toma posesión como presidente en Enero de 1993 la economía de Estados Unidos se encontraba recuperándose de la recesión de julio de 1990-marzo de 1991. Sin embargo, durante un año, después del fin de la recesión, la recuperación seguía siendo débil y sin creación de nuevos empleos, situación que influyó en la derrota electoral del presidente Bush y en el triunfo del candidato Clinton, que basó su campaña electoral en priorizar a la “economía” en su gobierno; era una clara promesa de un mejor futuro económico y social, fundamentada en la estabilidad monetaria y el crecimiento económico y social.
Sobre una economía considerada estancada y a la deriva, con baja productividad, indeseables tasas de inflación y de desempleo, mayor desigualdad del ingreso, déficit público a nivel record en magnitud y en relación con el producto, y con una montaña de deuda federal, la estrategia económica del nuevo gobierno se planteó cinco puntos:
a. Establecer las condiciones fiscales para un crecimiento sostenido. Este punto sería el principal objetivo durante los ochos años del gobierno; la critica de la política fiscal anterior, fue que el gobierno federal había estado viviendo más allá de sus posibilidades, gastando más de lo que tenía y cubriendo el déficit con deuda. El incremento de la deuda federal, desde 1981, a un ritmo más alto que el crecimiento de la economía había ocupado cada vez una mayor parte del ahorro nacional, aumentando las tasas de interés a largo plazo, desalentando la inversión privada e impidiendo el crecimiento del sector privado a largo plazo. Esta fue la critica y a la vez la argumentación para una política fiscal sana.
b. Invertir en el futuro de la nación. En este objetivo el gobierno se propuso proporcionar “la materia prima del crecimiento económico”: la inversión en ciencia y tecnología, en educación y entrenamiento de la fuerza de trabajo, en “capital humano”, y en el desarrollo de la infraestructura pública que sentara las bases para la prosperidad del sector privado.
c. La Reforma del sistema de salud.
d. La apertura comercial de los mercados extranjeros.
e. El mejoramiento de la eficiencia gubernamental.
Con base a estos cinco puntos, la nueva administración, se plantea crear los cimientos de una etapa de prosperidad para Estados Unidos. No se propusieron expresamente crear un Nueva Economía como al final del periodo se llamaría, con mayúscula y sin comillas, pero sí se consideró desde el principio que la estrategia económica y, sobre todo, la reducción del déficit fiscal debería ser creíble en la sociedad y a largo plazo; este era el primer paso, el más difícil y doloroso, para liberar recursos para la inversión física privada, la inversión en capital humano, en infraestructura pública, en tecnología y en la preservación del medio ambiente .
Durante los años siguientes se ratifica la estrategia económica, sin cambios radicales ni vacilación alguna, con excepción de la reforma del sistema de salud que dejo de ser un objetivo, debido al rechazo del Congreso. Para 1997, el primer año del segundo periodo, los resultados positivos ratificaban el rumbo establecido: por un lado, había reducción del déficit público, de la inflación y del desempleo, a su vez mejoraba la tasa de la pobreza (ver Gráfica III.2), se reducía el tamaño del Estado y las regulaciones en sectores claves como telecomunicaciones, electricidad y la banca; por el otro lado, aumentaba la inversión privada, el empleo, se avanzaba en inversión en educación, en tecnología, y se expandía el mercado global por medio de acuerdos comerciales.
En el Reporte Económico del Presidente de 1997 se define claramente la “filosofía económica” del gobierno. Había una “nueva visión” con respecto al papel del Estado, del individuo y de los mercados. No era -decía- la vieja postura del individuo autosuficiente, que se forma a sí mismo, como un emprendedor que crea riqueza y finalmente todos se benefician y por tanto el gobierno se debe mantener aparte para no hacer daño; este punto de vista fue atribuido, en el Reporte, al liberalismo clásico de Adam Smith y en tiempos más recientes había persistido en “la retórica de la presidencia de Reagan y de sus apoyadores”; tampoco compartían la visión de aquellos que desconfían de los mercados, que ven la falla del mercado con sus graves consecuencias sociales y consideran al gobierno como el héroe, dotado de omnisciencia y omnipotencia para curar todos los males a través de una intervención en los mercados.
En el arranque del segundo periodo, Joseph E. Stiglitz, como Jefe del Consejo de Asesores Económicos y responsable técnico del Reporte, definía la “tercera visión”, como la “síntesis y la superación” de las dos visiones extremas; la nueva visión incluye “una renovada concepción del gobierno” en que reconoce tanto las eficiencias como las imperfecciones del mercado; el gobierno puede a veces hacer mejor el trabajo del mercado, pero raramente puede reemplazarlo; el gobierno tiene limitaciones y fortalezas, se requiere entender las limitaciones y donde sea posible mejorar el funcionamiento del gobierno; el gobierno no puede ignorar las fuerzas del mercado.
Esta supuesta nueva visión pone al individuo en el centro, aunque reconoce que vive y saca fuerza de la comunidad; de igual modo reconoce que muchos han quedado rezagados por la cambiante economía y pueden necesitar la ayuda del gobierno, no obstante el papel de este último es limitado: “puede y debe promover las oportunidades pero no crear dependencia” . Con base a estos principios se modificaría, relativamente, el sistema de bienestar social.
III.2.2.2 RESULTADOS
La estrategia de la tercera visión y la estrategia económica, está planteada desde 1993, y triunfa en toda la línea en el quinto año de la administración: se conseguía por primera vez, desde 1969, un superávit en el presupuesto público y se avanzaba gradualmente en los principales indicadores económicos y sociales. En el Reporte de 1998 se reconocía que la tecnología, la información y el comercio global estaban transformando la economía y se cuestionaba si realmente se estaba desarrollando una “nueva era económica”. Había resultados, tales como el rápido crecimiento del producto con inflación estable, fuerte crecimiento en las ganancias y en el mercado de valores, recuperación en la productividad; más la duda por parte del CEA era si tales avances positivos reflejaban cambios estructurales importantes en la economía, cambios que ameritaran un “nuevo paradigma” para describir una “nueva era económica”.
En el segundo periodo de Clinton se empezaron a percibir los cambios que experimentaba la economía de Estados Unidos: una mayor competencia interna y externa, el sector comercial externo ocupaba un papel prioritario en el crecimiento económico, como nunca antes; la desregulación de sectores claves, así como la mayor competencia y los mercados abiertos contribuían a elevar la eficiencia y el nivel del producto; también se promovía un ritmo más rápido de innovación tecnológica, induciendo mejoras en la productividad a largo plazo y en consecuencia una tasa más alta de crecimiento del producto.
El mercado de trabajo también había cambiado de manera significativa: la sindicalización cayó a la mitad, desde principios de los ochenta, continuando con una tendencia declinante, que empezó desde fines de los sesenta. Se nota el cambio en el mayor uso de trabajadores temporales de lo que había sido 15 años antes. Todo esto contribuyó a la flexibilización del mercado laboral y al incremento de la “ansiedad” del trabajador, se afirma en el Reporte de 1998. Se percibía que la tecnología de la información podría ser tan revolucionaria como lo fue la energía de vapor o el automóvil, pero no se afirmaba rotundamente. La administración de los inventarios con el just in time también representaba un significativo avance, debido a que los cambios en los inventarios son frecuentemente una fuente de las fluctuaciones económicas, aunque aún estaba por definirse si el nuevo sistema de inventarios podía amortiguar los futuros ciclos económicos; tesis que empezaba a sonar.
El sector público se había transformado en años recientes. El sistema de bienestar social cambió para hacer la transición de las nóminas de la asistencia social al empleo remunerado y, por tanto, se había reducido; había disminuido el gasto de la defensa al término de la guerra fría y se usaba para fines civiles; el gobierno se había “reinventado” logrando mayor eficiencia; pero lo más importante era la reducción gradual del déficit hasta lograr superávit presupuestario porque fomentaba la inversión privada y elevaba la productividad.
Había avances indudables y se percibían cambios estructurales como para plantearse la posibilidad de una nueva era, pero se deslindaban de algunas afirmaciones controversiales como la “derrota” del ciclo económico, o la inaplicabilidad de las viejas reglas (de la teoría económica). En este punto, se concluía que había factores que sugerían que la economía estaba experimentando algunos cambios importantes que configurarían los análisis económicos y los pronósticos en los próximos años .
Por medio de los Reportes se puede observar la evolución de la economía de Estados Unidos y en particular la transformación de los conceptos con respecto a la nueva economía; tempranamente, en el Reporte de 1995, se ubica a la nueva innovación tecnológica como el principal motor que impulsa a la “nueva economía global”, se observa una “nueva economía de la información”. Posteriormente, en los Reportes de 1996-1997, relacionan los nuevos empleos con altos salarios en el sector servicios, con la cambiante estructura de la economía debido a la revolución mundial de la alta tecnología, concretamente en telecomunicaciones, en biotecnología y en software.
Para la “nueva y cambiante economía”, se planteaba, un nuevo tipo de gobierno: más pequeño, con mejor trabajo y menor costo; se tenía por agotada la era de un gobierno grande, centralizado, que servía para todo. Se definía una nueva visión, una tercera vía, del mismo modo en Inglaterra se empezaba a plantear por parte del nuevo gobierno laborista. La Estrategia económica era acorde a una nueva era, la de la “revolución digital”, se afirmaba.
En 1998 los asesores del presidente, dirigidos por Janet L. Yellen, pretendían argumentar (por cierto, en un corto apartado de un capítulo), más con preguntas que con respuestas definitivas, la existencia de una nueva era económica en Estados Unidos. Las hipótesis y las respuestas tentativas del Reporte de 1998 se convertirían en una tesis con una amplia fundamentación en el último informe del CEA de la administración de Clinton: existía una Nueva Economía.
Por parte del gobierno y fundamentalmente por parte de Martín N. Baily, el Jefe del CEA, no había duda que el momento excepcional, incomparable con otros países y con otras etapas de Estados Unidos, se debía a una estrategia económica y a una Nueva Economía, impulsada por la “revolución tecnológica en marcha”. Hasta cierto punto el Reporte de febrero del 2001 inclinaba el debate abierto en 1987 (con la famosa declaración de Robert Solow, ver Anexo III.1) hacia el bando de los simpatizantes de la revolución en la Tecnología de la Información y Comunicación (IT o ICT) como fuerza motriz de una Nueva Economía. Parecía que ya no había margen para las minúsculas, para las comillas, ni para los signos de interrogación, tan propios del debate.
El Reporte 2001 está completamente dedicado a la Nueva Economía, nunca antes algún informe presidencial, elaborado por el CEA, había tocado únicamente un tema (cuando menos desde 1959). Era el balance de un gobierno de ocho años y los resultados insuperables requerían una explicación no sólo de la política económica sino de la construcción de la Nueva Economía.
El Reporte 2001 presenta evidencias de la transformación de la economía de Estados Unidos en los últimos ochos años que justifican el concepto y su creación. Se define el proceso a partir de los resultados excepcionales: primero, una fuerte tasa de crecimiento del PIB superior al cuatro por ciento, y una rápida aceleración de la productividad del trabajo, que se había duplicado con respecto al periodo 1973-1995, de 1.5 a tres por ciento; segundo, las “anormales” bajas tasas de inflación de alrededor de 2.5 por ciento, y de desempleo del cuatro por ciento; un tercer rasgo es la desaparición del déficit presupuestal federal, en un proceso que empezó con un elevado déficit de 290 mil millones de dólares (372 mmd) que se fue reduciendo gradualmente hasta lograr crecientes superávit, el último de 126 mil millones de dólares (136 mmd); una cuarta característica es la fortaleza de la economía de Estados Unidos en relación con otras economías industriales, expresado como un ingreso per cápita más alto y un más rápido crecimiento en el ingreso.
El resultado extraordinario del funcionamiento económico se lo atribuyen a la combinación, mutuamente reforzante, en los avances de la tecnología, a las prácticas de los negocios y a la política económica. El primer lugar, como fuerza motriz en la parte estructural, corresponde a las innovaciones tecnológicas: los crecientes avances simultáneos en la tecnología de la información -comprende hardware, software y telecomunicaciones- incrementaron el producto potencial. Un segundo factor, para ampliar el potencial, son los cambios organizativos en las empresas: nuevos métodos de producción, de administración de recursos humanos; de tipos de relaciones con los proveedores y clientes; de estrategias de negocios, como fusiones y adquisiciones, especialización en la cadena de valor, el outsourcing o subcontratación; y de nuevas formas de financiamiento.
Pero la fuerza decisiva de los cambios estructurales fue la política pública: una política y una estrategia económica basada en la disciplina fiscal, en la inversión educativa y en la capacitación de la población -especialmente de la fuerza de trabajo-, en la inversión de la nueva tecnología, en la liberalización comercial y la apertura de nuevos mercados nacionales y extranjeros, en el desarrollo de un marco institucional y en los acuerdos comerciales que fomentó la integración global.
La interacción de los tres factores –revolución tecnológica, administración empresarial y política pública- creo un circulo virtuoso en que el avance de uno reforzaba y estimulaba el avance en los otros: las nuevas tecnologías crean “nuevas oportunidades de transformación organizativa”, y las nuevas organizaciones crean una mayor demanda de mejores tecnologías. Por otro lado, el crecimiento impulsado por las nuevas tecnologías ayudó a que el gobierno federal controlara su gasto y aumentara sus ingresos; esto, a su vez, resultó en un déficit más pequeño y en superávit, que mantuvo bajas las tasas de interés, alentando una mayor inversión privada en nuevas tecnologías.
También la política económica dirigida a promover la competencia empujó a adoptar las nuevas tecnologías, estimulando a las empresas ha innovar o, de lo contrario, quedan rezagadas; la política encaminada a abrir los mercados externos incrementa los ingresos en el sector tecnológico de Estados Unidos, llevando a una mayor innovación, la cual disminuye aún más las barreras al comercio y a la inversión. La política de apertura de los mercados, impulsada por el gobierno, permite a los productores ser más productivos, y además que se incrementa la disponibilidad de insumos. Un circulo virtuoso. Realmente se había encontrado la fórmula de la estabilidad y el crecimiento; la situación extraordinaria en el año 2000 hacía pensar que la economía estadounidense estaba encarrilada de nuevo en una etapa de expansión y prosperidad a largo plazo.
El CEA confiaba en la continuación del crecimiento de la productividad a largo plazo -es decir, que no era un crecimiento cíclico sino tendencial-, con base a las nuevas tecnologías, y creían que se sostendría el circulo virtuoso, anteriormente mencionado. Había optimismo en el futuro, porque se habían establecido nuevas formas de producir, y las nuevas tecnologías de la información no habían agotado su potencial para un mayor desarrollo.
Hay que señalar que se advertía que el futuro crecimiento no estaba garantizado e incluso se pronosticaba una tasa menor al cuatro por ciento de los últimos años; se descartaba que las reglas básicas de la ciencia económica ya no se aplicaran en la Nueva Economía, por ejemplo, existía el potencial para un mayor crecimiento, pero la demanda no puede estar por delante de la oferta sin el peligro de una creciente inflación; la economía sigue siendo susceptible a las fluctuaciones cíclicas; se advertía de la volatilidad y de los riesgos de los mercados financieros; en fin, el Reporte hacía frente a las normales exageraciones durante las fases de auge. Se enfatizaba el importante papel jugado por las políticas públicas, y, plantean que sería un error abandonarlas, en especial el superávit, la inversión en tecnología y en capital humano, el incremento en la competencia, el estímulo de un ambiente favorable para la inversión privada y el impulso de políticas sociales para compartir la prosperidad económica. La Nueva Economía combinada con una política económica correcta no era sólo el pasado reciente, se vislumbraba como el futuro.
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