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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial
José de Jesús Rodríguez Vargas
II LA FASE RECESIVA Y LA TRANSFORMACIÓN ESTRUCTURAL Y SOCIOINSTITUCIONAL
MUERTE DE LA INFLACIÓN Y RETORNO DE LA DEFLACIÓN
El problema del capitalismo en Estados Unidos, en la segunda mitad de los sesenta, apareció cuando se duplicó la tasa de inflación anual, después se agravó y se convirtió en el problema principal del capitalismo mundial. Durante quince años, 1965-1979, realmente no se tomaron acciones efectivas para acabar con la inflación, a pesar de que se declaraba la lucha como prioritaria. La causa reside en la incomprensión del problema estanflacionario, en las equivocadas políticas económicas y en las presiones y resistencias de sectores sociales, e incluso del gobierno mismo. Entre el momento en que se decidió que la inflación era el enemigo público número uno y el uso de la única herramienta que, inmediatamente, podía acabarla, pasaron varios años.
Los gobiernos de Nixon, de Ford y de Carter, asumieron la gravedad de la inflación, y de la recesión con desempleo; los tres gobiernos, utilizaron la política del freno y el acelerador, para desinflar los precios y reanimar la producción; es decir, se usaron como paliativos. Planteaban que la lucha contra la inflación debía ser paciente y larga, porque tenían que disminuir la tasa de crecimiento de los precios de manera gradual.
Aunque, no todos lo señalaron explícitamente, detrás del largo plazo se encontraba la idea de que la inflación era la expresión de problemas en la producción, la productividad, la insuficiente oferta, la falta de moderación de los empresarios, de los monopolios y los sindicatos. En realidad, la explicación más acabada y completa de la inflación comprende infinidad de causas, primarias y secundarias, endógenas y exógenas, históricas. Para fines de la década de los setenta, el problema parecía que había adquirido vida propia, al superar los dos dígitos. No por casualidad se le representaba como tigre, dragón, como monstruo.
La monstruosa tasa de inflación de 13.3 y 12.5 por ciento en 1979 y 1980, se redujo a 3.8 por ciento durante cuatro años sucesivos en el periodo 1982-1986, para caer a 1.1 por ciento en 1987. Pero el mérito de estos resultados le corresponde al presidente de la Junta de Gobernadores de la Fed porque decidió la reducción del ritmo de crecimiento de la oferta monetaria; se aplicó la medicina más amarga del botiquín de los economistas -la que teóricamente era considerada por los monetaristas, como la única efectiva, y así lo tenía claro Volcker: “En el momento en que me convertí en el Presidente había un sentimiento de urgencia y de disposición para aceptar medidas más enérgicas para tratar de enfrentarse a la inflación, y adoptamos el método de hacerlo directamente, descartando el énfasis en la tasa de interés y poniendo el énfasis en el crecimiento de la oferta monetaria, el cual es la causa de la inflación, demasiado dinero persiguiendo demasiado pocos bienes” .
Mientras se continuaba discutiendo las causas de la estanflación y todos los gobiernos pensaban que el proceso antiinflacionario debía ser largo, llegó Volcker y sin mediar explicación alguna, como moderno Alejandro Magno, no pretendió desatar el nudo gordiano, sino tomo la espada y asestó el golpe que rompería la “columna vertebral” (expresión de Friedman) de la inflación. Inmediatamente se produjo la desinflación. Se demostró que era posible doblegar al monstruo y tenerlo controlado, con una decisión firme, a corto plazo, y sin importar los efectos recesivos y sociales. Nadie ignoraba que tal medida, provocaría una gran recesión -en realidad en Estados Unidos fue una doble recesión, primero una recesión de seis meses, enseguida una recuperación de un año, y después la recesión más profunda y larga de 16 meses.
La inflación en Estados Unidos desde 1982 ya no representó peligro alguno, con excepción del año 1990, con una burbuja de 6.1 por ciento. Sin embargo, continuo el nerviosismo durante los siguientes años. Enseguida, con base al semanario The Economist, se ve la preocupación por el reavivamiento de la inflación y la aparición de un nuevo monstruo monetario (representado en la portada como la muerte con su guadaña), la deflación, que expresa que el mundo superó un problema y se encuentra temeroso de caer en otro que puede ser más grave.
Para mediados de la década de los noventa la inflación en el mundo capitalista desarrollado había sido prácticamente dominada. La inflación, medida con el Índice de Precios al Consumidor (IPC) o por el Deflactor del Producto Interno Bruto, había sido menor al tres por ciento en 1994-95, tasa muy inferior al promedio de 7.3 por ciento de Europa y de Estados Unidos en el periodo 1975-85. Japón, por primera vez, en 1995 tuvo un IPC menor con relación al año anterior, una deflación. Los países de la OCDE con menor inflación se encontraban en una tasa del 2.2 por ciento, medida con el Deflactor del PIB. Se habían logrado tasas comparables a la primera mitad de los sesenta. Fue en ese periodo que surgieron las primeras voces que hablaban de la “muerte de la inflación”; aunque el monstruo había sido herido hacía varios años antes, fue en ese momento -mitad de los noventa- que algunos consideraron que ya no era un problema real; la inflación era un “volcán extinto”, dijo Lester Thurow. Uno de los principales centros de análisis y vigilancia de la economía mundial reaccionó virulentamente contra Thurow y contra el libro de un funcionario bancario inglés, que se volvió famoso por su tesis y por las descalificaciones que recibió, The death of inflation .
La pasión antiinflacionaria de los editores The Economist los llevó a criticar a los economistas por su “celo en proclamar una nueva era” que da respetabilidad a las “políticas terribles” como el relajamiento de la política monetaria: “¿la inflación está muerta? Entonces se relaja la disciplina monetaria” afirmaba alarmado en abril de 1996. Criticaba a los sobreoptimistas que pensaban que pudiera haber un crecimiento fuerte sin inflación; para The Economist “era crucial mantener la disciplina monetaria”. Temía que los banqueros hicieran suya la tesis de la muerte de la inflación y aflojaran y detuvieran la lucha contra la inflación; para la revista inglesa “la lucha contra la inflación es una tarea que nunca termina. No había que bajar la guardia antiinflacionaria. Y, sin embargo, el semanario adopta una postura prudente cuando afirma que la mejor apuesta es “esperar y ver” .
La inflación en los siguientes años, 1996-98, continúa disminuyendo a tasas del uno por ciento anual. The Economist a fines de 1998 percibía que de “repente todos están preocupados acerca de los riesgos de una deflación global”, desde el cantante callejero fuera de las oficinas de la revista, que “ofrecía su música más barata con relación al día anterior por la deflación global”, hasta los análisis de algunos bancos y las primeras advertencia de Alan Greenspan de las fuerzas deflacionarias .
Para The Economist por el momento no había evidencia directa de que el mundo estuviera atrapado por la deflación; más bien no se utilizaba correctamente el término, se hablaba de deflación cuando realmente se quería referir a la recesión o a la desinflación. Sin duda las tasas de inflación eran tan bajas como hacía cuarenta años. Japón era el único país industrializado que tenía deflación de los mercados de valores, en el mercado inmobiliario y en los precios al consumidor o, en el mejor de los casos, tasas de inflación cercanas a cero, y, además, estaba estancado en la “trampa de la liquidez” con políticas económicas equivocadas. Era una situación preocupante, porque la deflación era acompañada de recesión productiva. The Economist argumentaba: “es bastante difícil crear deflación en las economías modernas”, además que los gobiernos y los bancos centrales, con algo de suerte, evitarían los errores de Japón .
Cuatro meses después de afirmar que la “deflación es rara” y no había motivos para temerla, el artículo de portada de febrero de 1999 advierte del “nuevo peligro: la deflación”. La inflación estaba a tasas inferiores al uno por ciento en las economías más ricas, el nivel más bajo en los últimos cincuenta años: “mientras el viejo enemigo, la inflación, permanece inactivo, un nuevo y posiblemente más peligroso puede estar asomándose: la deflación” . Al terminar el año tres países desarrollados estarían en deflación, Nueva Zelanda, Suecia (1998) y Japón; mientras, Francia y Alemania se encontraban en el segundo año con inflación cercana a cero.
En el conjunto de países Europeos el crecimiento de los precios al consumidor apenas superaban el uno por ciento, 1.2 y 1.1 por ciento, en 1998-99. Si la inflación se mide con el Deflactor del PIB, entonces, Japón desde 1994 y de manera consecutiva estaba en deflación y varios países habían sufrido uno o dos años con tasas negativas o con inflación cero o muy cerca. En estos últimos casos se considera prácticamente deflación porque los índices de precios oficiales sobreestiman el aumento de precios, como ha sido comprobado para el caso de Estados Unidos y Europa.
A fines del siglo XX y en los primeros años del actual, la inflación con tasas menores al dos por ciento en los países desarrollados y de menos de un digito en el resto del mundo, muestra un panorama radicalmente distinto al que se gestó en la segunda mitad de los sesenta. La estabilidad monetaria –mientras no se deslice en deflación generalizada- es otro de los grandes logros de la reestructuración capitalista.
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