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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas



II LA FASE RECESIVA Y LA TRANSFORMACIÓN ESTRUCTURAL Y SOCIOINSTITUCIONAL


CRISIS DEL IMPERIO: DESINDUSTRIALIZACIÓN Y LOS DECLINACIONISTAS
 


Una nueva situación relacionada con la crisis de productividad, y tema de debate durante la década de los ochenta es la llamada desindustrialización. Hoy siguen existiendo autores preocupados que proponen una política que fortalezca al sector manufacturero, porque consideran que es el sector que crea las bases para que se sustente el resto de la economía, y, por tanto, se le debe dar mayor importancia .
Un estudio clásico sobre la transformación industrial de los setenta es el libro, publicado a principios de los ochenta, de Bluestone y Harisson ; plantearon que atrás de las altas tasas de desempleo, del lento crecimiento del producto nacional, de la productividad del trabajo y de la pérdida de competitividad en el mercado internacional se encontraba una nueva situación, que llamaron desindustrialización de Estados Unidos. Dicho proceso lo definieron como “una generalizada y permanente desinversión en la capacidad productiva básica de la nación”, debido a que el capital era desviado de las inversiones productivas en las principales empresas industriales hacia la especulación improductiva, a las fusiones y adquisiciones, como también a la inversión extranjera. Esta desinversión, denunciaban los autores, está dejando fábricas cerradas, trabajadores desempleados, y un grupo de pueblos fantasmas (ghosttowns).
Reseñan que en los setenta empezó el cierre de empresas y el despido de trabajadores, que nunca más vuelven a conseguir empleos productivos y bien pagados; mientras, los capitales se desplazan a otras regiones del país -en mejores condiciones fiscales, productivas y contractuales- creando nuevos polos de desarrollo (boomtowns); las gigantescas empresas y símbolos de la fuerza industrial como las automotrices y acereras, cierran las planta en Detroit, en Pittsburg, y se van a otros países a invertir y a contratar fuerza de trabajo, o simplemente dedican el capital a comprar empresas existentes y a especular con sus acciones. Los autores asocian la desindustrialización con la decadencia de la economía de Estados Unidos -y con la crisis mundial del sistema económico- y la necesidad de los capitalistas de recuperar la tasa de ganancia que tuvieron en el apogeo de la mitad de los sesenta. Por tanto, hay una estrategia capitalista para doblegar a la clase obrera por medio de la flexibilización y libertad del capital. A principios de los ochenta la guerra contra el trabajador apenas empezaba, se iba a generalizar con el gobierno del presidente Reagan, advertían.
Pero los marxistas no eran los únicos en percibir el cambio estructural de la economía y por preocuparse y denunciar las nuevas tendencias del capital. Los viejos empresarios industriales, otrora orgullosos por la creación de empleos, de buenos contratos laborales, de la alta productividad y del dominio en el mercado internacional, se mostraban apesadumbrados por la desindustrialización, y abrumados por las excesivas regulaciones gubernamentales, por el déficit público, por las altas tasas de interés, por la crisis energética, por la caída de las ganancias, por la codicia de Wall Street -y las fusiones y adquisiciones hostiles-, por los japoneses -y su saldo comercial superavitario-, por el déficit comercial de Estados Unidos, por la deuda pública interna y externa, por el auge del sector servicios a costa de la industria. Es decir, un tipo de empresario –el productivo tradicional- que pretendía aún mantenerse en su rama manufacturera estaba expuesto o en peligro a ser parte de la desindustrialización.
Si la industria automotriz fue la rama básica y más dinámica del periodo “fordista”, entonces, no debió haber sido sorpresa que ella fuera una de las primeras victimas de la crisis de la década de los setenta. En 1979 la Chrysler -la tercera empresa automotriz y la décima en el ámbito nacional- estaba a punto de la bancarrota con deudas cercanas a los cinco mil millones de dólares (mmd) (12.4 mmd) y activos por seis mmd (14.9), que se podían liquidar en 2.5 mmd (6.2); la empresa sólo pudo evitar su desaparición con el préstamo-aval de 1.5 mil millones de dólares (3.7) aprobada por las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos, y con nuevos préstamos y concesiones por parte de los acreedores, proveedores y gobiernos locales, 1.13 mmd (2.8), y por aportaciones de los sindicalizados, 462 mdd, (1.15), y, también, de los trabajadores no sindicalizados, 125 mdd (300 md), en forma de reducciones y congelamiento de salarios. La situación de las otras dos empresas gigantes, la GM y la Ford, no estuvieron exentas de problemas . Empresas automotrices en bancarrota, con baja productividad, desplazadas por la competencia japonesa, renegando del libre comercio y recurriendo al gobierno, a los acreedores y a los trabajadores para recuperarse.
La desindustrialización de los países avanzados empezó desde la década de los cincuenta y en los sesenta. Para Alvin Toffler el predominio del sector servicios en Estados Unidos empezó en 1956 cuando los trabajadores de cuello blanco superaron en cantidad a los de cuello azul, es decir los trabajadores manuales . El sociólogo Daniel Bell acuñó el concepto de “sociedad post-industrial”, a principio de los sesenta, para definir un “cambio de estructura social” en las economías industrializadas, especialmente Estados Unidos porque “los procesos de cambio están más avanzados y son más visibles en él”.
La nueva sociedad post-industrial de Bell se caracterizaría por tendencias como el cambio de una economía productora de mercancías a otra productora de servicios; por la preeminencia de las clases profesionales y técnicas sobre los trabajadores manuales; por la primacía del conocimiento teórico sobre el empirismo y su conversión en el recurso estratégico, desplazando al capital físico; por la planificación, el control y el uso intensivo de la tecnología; un cuarto componente de la sociedad que Bell ya prefigura es la creación de una nueva “tecnología intelectual” que tendrá tanta importancia como lo fue “la tecnología maquinista en el siglo pasado y en la primera mitad de éste” .
Fueron estos sociólogos –Bell, Toffler y también el fránces Alain Touraine- los que previeron las tendencias generales del último tercio del siglo XX, y, a la vez, los economistas académicos los que modelaron el comportamiento concreto de las variables económicas, como la tecnología, el conocimiento, el capital humano (ver Apéndice I). A pesar del éxito, de la difusión y del debate encendido de la prognosis de la sociedad capitalista, los cambios tomaron por sorpresa y causaron destrucción y amplio malestar social; ya se había advertido que el cambio que se estaba produciendo en ciernes sería un “shock del futuro” o una “enfermedad del cambio” que no sería fácilmente aceptada, sino al contrario produciría fuerte resistencia; pero si los futuristas no estaban errados, dicha tendencia poderosa finalmente derribaría instituciones, trastornaría los valores y arrancaría algunas raíces. El cambio era tan trascendental como el desarrollo del capitalismo industrial, que superó las sociedades agrícolas, aunque ahora el proceso sería mucho más rápido, y difícilmente se estaría preparado para la transición.
En Estados Unidos, el proceso de “terciarización” fue mucho más rápido de lo previsto. Como se observa en la gráfica II.4 la producción relativa del sector servicios en cuarenta años aumentó casi 18 puntos porcentuales para llegar a 80 por ciento a principios del siglo XXI, mientras que la producción manufactura se redujo a 14 puntos.



En la gráfica II.5 el empleo manufacturero creció en términos absolutos en el periodo 1960-79 de 16.3 millones de trabajadores a 21 millones, crecimiento que no parece señal de desmanufacturización; pero si lo es con base a la disminución del empleo manufacturero en relación con el total de los trabajadores civiles, puesto que pierde 4 puntos porcentuales en el mismo periodo; o también, la pérdida absoluta de más de cuatro millones de trabajadores desde el punto más alto, hasta el año 2002, o 14 puntos en todo el periodo.
La participación del empleo manufacturero en el empleo total nunca ha sido superior al 27 por ciento, que se alcanzó en la segunda mitad de los cincuenta. En la década de máxima prosperidad, durante los sesenta, se mantuvo en 26 por ciento, con una tendencia creciente en el número de trabajadores, incorporándose más de cuatro millones; después, la participación relativa fue decreciente de manera continua, y no se ve que tenga fin. Esta situación es la que caracteriza la desindustrialización, y ha sido preocupación fundamental para muchos, pero es la tendencia seguida por todos los países industriales avanzados. Para el conjunto de la OCDE la participación del empleo manufacturero disminuyó de 28 por ciento en 1970 a 18 por ciento en 1994; mientras que en Japón la caída no ha sido tan marcada, pasó de 27.4 por ciento en 1973 a 23 por ciento en 1994; los 15 países que conforman la Unión Europea, descendieron de 30 por ciento a 20 en un lapso de 24 años . El otro lado de la moneda, es el crecimiento relativo de empleos en el sector servicios en todos los países avanzados.
Por tanto, contrariamente a la percepción popular y la opinión de muchos especialistas, se desprende que la desindustrialización no es un fenómeno negativo a largo plazo y para el sistema en su conjunto, sino una consecuencia natural del dinamismo industrial y del capitalismo desarrollado. Sin embargo, este proceso ha sido relacionado con el estancamiento económico o con el menor crecimiento de los salarios reales y el aumento de la desigualdad en Estados Unidos desde la recesión generalizada de 1974-75, y también se ve como causa del desempleo, sobre todo en Europa; otras causas del bajo desempleo relativo y de los salarios manufactureros se buscan en la movilidad de capitales, en el crecimiento del comercio mundial y en la globalización. Krugman niega que la pérdida de empleos con altos salarios se deba al comercio exterior de Estados Unidos , es decir con la competencia, el incremento de importaciones y el déficit comercial.
Rowthorn y Ramaswamy encuentran que la desindustrialización se debe a causas principalmente internas en los países avanzados: a) el cambio del patrón de demanda entre las manufacturas y los servicios; a medida que se desarrolla un país y aumentan los ingresos, disminuye el consumo relativo del sector primario, después el consumo del sector secundario, es el efecto-sustitución de bienes manufacturados por servicios; b) la más alta productividad en las manufacturas en relación con los servicios, por tanto, se produce más con menos trabajadores; c) una tercera causa, relacionada con la anterior, es la caída de los precios relativos manufactureros, se consume más o lo mismo con menos ingreso. En menor medida, otros factores han contribuido a la desindustrialización, como es el comercio mundial, o la competencia con productores con bajos salarios; y en estos casos el efecto ha sido estimular la productividad del trabajo del sector manufacturero para responder a la competencia de las importaciones más baratas , así beneficia la productividad total del país, y disminuye la participación de las manufacturas.
Existe una corriente que explica la desindustrialización como un proceso positivo y que por tanto es previsible su continuación, pero también hay quienes sostienen que la declinación de las manufacturas daña las perspectivas de un crecimiento económico fuerte y estable para Estados Unidos, y niegan que la floreciente industria de la tecnología de la información y otros servicios de alto valor agregado puedan reemplazar “los beneficios macroeconómicos de un sector manufacturero fuerte”; consideran alarmante la tendencia desindustrializadora actual y se lo atribuyen a la “mano visible” de los funcionarios gubernamentales con la política de un dólar fuerte -que fomenta las importaciones-, con la política tributaria corporativa -que coloca en desventaja a los productores internos-, y con la política comercial -con el fomento de acuerdo comerciales y la reducción de cuotas y tarifas.
Para Hersh y Weller existe en Estados Unidos una política para desindustrializar al país, mientras que en otros países están dedicados a promover la política industrial para fortalecer al sector manufacturero . Detrás de estas preocupaciones se encuentra la noción de que la producción material es “productiva” y que los únicos trabajadores “productivos” son los manufactureros como lo planteó Adam Smith, y que las actividades no manuales y de servicios no son productivas sino perjudiciales para la economía. Los fisiócratas franceses del siglo XVIII también se aferraron a la idea de que la agricultura era la única actividad “productiva”. Lo mismo sucede ahora (ver Apéndice: I.5).
La preocupación de Hersh y Weller -investigadores de Economic Policy Institute- por la industrialización de Estados Unidos, parece -es- obsoleta en estos tiempos, pero el análisis sombrío de otros investigadores en los ochenta no se vislumbraba tan fuera de la corriente. Se expresaron alertas por la pérdida de predominio de Estados Unidos en el mundo debido a la desindustrialización, a la pérdida de competitividad -y el creciente déficit comercial-, a la “pérdida” de activos adquiridos por extranjeros –inversiones por parte de los japoneses-; también advertían de un cercano colapso económico, mientras que Japón estaba en ascenso y representaba un ejemplo de éxito en la segunda mitad de los ochenta. Los liberales críticos de la política conservadora, atribuían los problemas de Estados Unidos a las “fallas del mercado”, y proponían mayor intervención gubernamental, proteccionismo comercial, o “comercio manejado”, política industrial, subsidios, regulaciones, mayor gasto público .
La postura más pesimista e influyente a fines de los ochenta y durante la primera mitad de los noventa fue la de Paul M. Kennedy, que se convirtió en el teórico de la corriente llamada “declinacionista”. Una exhaustiva investigación que comprendió quinientos años de historia –con el ascenso y caída de cuatro viejos imperios, el otomano, el español, el napoleónico, el británico- le señaló a Kennedy que había condiciones para el declive de Estados Unidos como potencia .
Estados Unidos se encontraba en decadencia relativa en cuanto a la riqueza, a la producción y el comercio en relación a otros países desde los sesenta; a medida que se recuperaba Europa y Japón, perdía la hegemonía absoluta que tenía al terminar la guerra. Había sido una posición favorable -en 1945- por su propio impulso productor pero también era artificial, decía Kennedy. Para este afamado y provocador autor, Estados Unidos estaba en una decadencia mucho más rápida que otros países –los Europeos, la Unión Soviética-, mientras que Japón mantenía una tendencia ascendente que prometía que continuaría por muchos años; también China y los nuevos países industrializados de asiáticos eran estrellas ascendentes.
En plena época de incremento del gasto militar y débil crecimiento del producto y de la productividad del trabajo, durante el periodo del presidente Reagan, el historiador Kennedy advertía que “sin cierto equilibrio entre las demandas en competencia de la defensa, el consumo y la inversión, es improbable que una gran potencia conserve durante mucho tiempo su posición como tal”. Mientras que Japón, no destinaba recursos militares, y en cambio invertía y consumía, Estados Unidos destinaba una parte importante del presupuesto a la “guerra de las galaxias”, a la vez que estaba en un proceso de desindustrialización. Kennedy no tuvo razón en su “especulación” , porque Japón tiene una década estancado, lo que no fue previsto; desapareció la URSS en menos de cinco años después de que Kennedy negó un posible colapso, aunque reconocía, como era muy evidente, que tenía problemas en la mitad de los ochenta . Pero sobre todo, Estados Unidos -cuando menos hasta hoy- no es una potencia que haya sido desplazada, como se desprendía del análisis de Kennedy, sino al contrario ha ganado participación relativa con respecto a Japón y a los principales países Europeos.
Recientemente Kennedy ha reconocido que la profecía de la declinación inminente de Estados Unidos obviamente no se cumplió, también reconoce que no previó la caída de la URSS, ni del estancamiento de Japón, como tampoco la reducción del gasto militar, y “el impresionante crecimiento durante el decenio de 1990” de Estados Unidos. El mamotreto de Kennedy abonó a la preocupación de los declinacionistas de la década de los ochenta y dio armas a los demócratas en la lucha electoral de 1988 y, aún, continuó en la primera mitad de los noventa .
Después de un periodo de calma ha resurgido la discusión sobre la pérdida de la hegemonía, pero ahora un elemento es el desprestigio político del gobierno de Bush hijo, ya no la cuestión productiva o económica.


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