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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial
José de Jesús Rodríguez Vargas
I NEOLIBERALISMO MONETARISTA VS KEYNESIANISMO
RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES
Los indicadores macroeconómicos, en los niveles más extremos y perjudiciales para el sistema, explican “el cambio de marea” de los gobernantes, de los empresarios y de amplios sectores de la población. La tendencia venía desde la recesión anterior, 1974-75, pero la burguesía mundial no se decidió, en ese momento, por una adopción firme de tipo monetarista y liberal, pero sí hay abundantes señales y símbolos que muestran que se abonaba el camino para ello.
El ascenso de Thatcher y de Reagan al poder y el cambio de política del FMI era el triunfo relativo de Hayek-Friedman y la derrota también relativa de Keynes . La primera orientación iba a dominar pero la segunda no iba a desaparecer. Era un cambio de prioridades, la lucha era contra la inflación y no contra la crisis y el desempleo.
Parecía alarmante y contradictoria la política restrictiva, de reducción del Estado y la deuda pública, cuando se entraba a una recesión. Era increíble e inútil que en el siglo XX se usara una política basada en teorías monetaristas del siglo XVI ; la teoría era vista como inviable, como falsa, como simple, como impuesta; también era perversa, era inflacionaria, era recesiva, era fascista, era irreal, era antisindical, era neoclásica, era antikeynesiana, era “incapaz de entender y explicar los problemas de las economías capitalistas contemporáneas y de elaborar una política que asegure tanto el crecimiento del ingreso y el de la ocupación, como la estabilidad de precios y la del tipo de cambio” . Era un ataque de los perdedores e incomprensión acerca de la contrarrevolución monetarista en marcha.
En la historia moderna del monetarismo se ha pretendido descalificarlo por medio de la satanización, de la subestimación, de la caricaturización y de la ignorancia . Es el mismo método que siempre se ha usado contra el marxismo y que se ha redoblado en los últimos años, y son también las mismas críticas que se le aplicó al keynesianismo cuando surgió. En el mejor de los casos las fuerzas y grupos establecidos compadecían a Keynes por su locura, o lo desdeñaban porque pertenecía a los círculos de la burguesía y de la academia, pero sintieron que sus ideas nuevas los perjudicaban. De todos los métodos para descalificar el más recurrido es ignorar al contrario. Muchas de las críticas parten de la incomprensión de los objetivos del monetarismo y de adjudicarle funciones y medidas que no tiene ni pretende tener.
En primer lugar es completamente cierto, como alegan muchos, que el monetarismo friedmano no “asegura el crecimiento del ingreso y la ocupación” en el sentido que la política que propone no está directa e inmediatamente enfilada a resolver esos problemas. Si fuera así entonces no tendría porque ser una teoría distinta a la keynesiana, ni ser antagónica. Es ésta, la keynesiana, la que fue creada en el momento de la mayor crisis capitalista, para que de manera pragmática resolviera el problema de la crisis productiva, el desempleo y la deflación. Indudablemente fue una teoría que sirvió eficazmente y llevó al capitalismo a niveles tan altos de producción y de consumo que el éxito se convirtió en una “borrachera” inflacionaria que empezó a revertir los efectos positivos.
La teoría keynesiana surgió, se desarrolló y culminó, para enseguida descender, en un proceso dialéctico. Querer que la teoría y la política keynesiana expliquen la inflación y las crisis financieras y cambiarias, es pedirle más de lo que ellas pretendieron . Al nivel de la teoría no supo explicar la inflación y el desempleo y se derrumbó la curva de Phillips, al nivel de la política económica la pretensión de abatir la crisis estimuló la inflación a tasas insoportables para el sistema.
El Waterloo keynesiano fue la inflación, que no estuvo contemplada como problema, sino como solución. Cínica e inteligentemente Keynes propuso estimular la inflación para deprimir los salarios reales y favorecer la inversión productiva. En un momento de deflación de precios sólo los ortodoxos como Hayek pudieron estar en contra, por el riesgo que significaba en el futuro. Pero en el corto plazo se resolvió el problema fundamental. En eso consiste la utilidad de las teorías y de las política económicas en tiempos de crisis. Pero sirven mientras se mantienen las causas que dieron origen a determinado fenómeno económico. No más. Es como pretender que la economía política de Marx le resuelva los problemas al capitalismo, cuando su objetivo es comprenderlo para destruirlo.
Lo mismo se aplica al monetarismo. La preocupación fundamental de esta teoría, como su nombre lo indica, es el dinero como el determinante de la inflación, y ésta como el problema básico. La obra de Friedman es monetarista no fiscalista. Valga la obviedad para los expertos. Por tanto, la burguesía mundial adoptó y asumió durante más de dos décadas una ideología antiinflacionaria, porque el problema rebasó la gravedad de la crisis productiva y el desempleo. Y los gobiernos no recurrieron al keynesianismo más de lo que fue utilizado en los setenta, porque desestabilizaba. Es decir, si alguna teoría-política económica fue la causante inmediata (o en primera instancia) de la crisis de los setenta fue el keynesianismo, y no se le puede atribuir al monetarismo ni al neoliberalismo la crisis del capital, al contrario fueron éstas las que entraron a rescatarlo.
Las preguntas claves son: ¿qué tan útil ha sido el monetarismo?, ¿qué tanto ha contribuido a la disminución de la inflación? La inflación de los países de economía avanzada (y en la mayoría del mundo capitalista) ya no existe como problema. No hay inflación reptante, ni galopante, ni hiperinflación. ¿En qué medida la disminución de la inflación es producto del monetarismo y del neoliberalismo?: en la misma medida que el keynesianismo administró la crisis y desarrolló el sistema en la posguerra. Las teorías y las políticas económicas no son varitas mágicas sino herramientas que las superestructuras utilizan para modificar las relaciones de fuerza entre las clases, perjudicando y beneficiando. En la medida que los responsables de la administración del sistema comprendan la realidad y apliquen la política más acorde a los intereses generales, en esa medida será la más adecuada, racional y útil. Eso es lo que ha sucedido. No más.
El liberalismo económico acompaña al monetarismo en su objetivo: aleja al Estado de la economía, en el momento en que ya no es capaz ni funcional, para que el mercado actúe más libremente, sin asfixiantes regulaciones, sin altos impuestos, y para que las clases sociales se reorganicen de acuerdo a sus intereses y a sus fuerzas. Es la lucha de clases sin árbitros (en la realidad actual, hasta cierto punto) paternalistas. El fortalecimiento de grandes conglomerados por medio de las fusiones, asociaciones, adquisiciones, y la formación de bloques regionales y comerciales refleja una etapa de recrudecimiento de la competencia internacional como no se había visto antes.
La teoría monetarista y el liberalismo moderno se convirtieron en la ideología de la burguesía (y no solo de la financiera, como creen algunos) de los países avanzados. La asumieron conscientemente como un mecanismo antiinflacionario y antiestatista, que contribuía a destruir –en parte- lo hecho durante cuatro décadas, desde el periodo de posguerra. La alta inflación de los setenta marcó el fin del pleno empleo y el avance social de las masas trabajadoras. Se consideró por parte de las élites dominantes que era más dañino al sistema una descontrolada y alta inflación que una crisis profunda y un creciente desempleo. Se decidió por una estrategia económica que creara condiciones para la recuperación de las ganancias.
Como materialistas marxistas no podemos más que reconocer que la situación económica –en última instancia- determinó el cambio de doctrina económica en la superestructura, y los gobernantes, finalmente, actuaron en consecuencia: transformando la estructura económica. La clase burguesa no fue engañada por los perversos y fascistas monetaristas ni tampoco sufrió un ataque de irracionalidad colectiva sino que se atuvo a su instinto burgués de autoconservación y supo elegir el método más adecuado para preservar su futuro
Así como la aplicación del keynesianismo en su tiempo fue la única salida viable, en la fase recesiva e inflacionaria no hubo más que el monetarismo liberal como solución. La “conservadora” y “contrarrevolucionaria” concepción monetarista liberal en realidad es más “revolucionaria” que la vieja concepción keynesiana. Aplicar la misma receta keynesiana, como se hizo en la década de los setenta, era mantener una crisis y una inflación a la vez. Se prefirió tener la crisis y el desempleo.
La producción de desempleo no es consecuencia directa e inmediata del neoliberalismo-monetarismo sino de la incapacidad histórica e inmanente del sistema de crear suficiente empleo, y, recientemente, del débil desarrollo de las fuerzas productivas materiales y de la producción global. Las tres décadas más recientes corresponde a una etapa del capitalismo que le hemos llamado onda larga recesiva (ver Apéndice: II.2) y se caracteriza por un menor crecimiento relativo de la acumulación.
En la fase expansiva de los ciclos Kondrátiev, no sólo la de 1940/48-73 sino también las anteriores, el capitalismo demostró que puede asimilar a la mayoría de los trabajadores en los países industrializados, hasta lograr pleno empleo al estilo keynesiano y en una tasa de desempleo suficientemente baja para presionar los salarios al alza. Sin embargo, cuando el desempleo es menor al que se necesita para regular los salarios y éstos se empiezan a elevar, junto al mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores -a la vez que disminuye la productividad del trabajo-, perjudicando las ganancias empresariales hasta desestimular la inversión productiva, es cuando se requiere –por supuesto, desde el interés del capitalista- una política de creación de desempleo.
El incremento de lo que Marx llamó el ejército industrial de reserva se convierte en una política económica, en una medida deliberada para deprimir los salarios. Se terminan los mejores momentos del proletariado, cuando la economía y la acumulación crecen fuertemente, ahora se sanciona al trabajador con un persistente desempleo por combativo, insolente y aprovechado. En la historia reciente el pleno empleo fue uno de los factores (para los monetaristas) que condujo a la inflación y ésta se encargó de expropiar al proletariado lo que había ganado.
El monetarismo-liberal demostró su eficacia al bajar y estabilizar la inflación a tasas asimilables y benéficas para la acumulación, también tuvo éxito en desarrollar lo que hoy se llama globalización e integración de la economía mundial. Atribuirle a la corriente monetarista la culpa del desempleo, la miseria y el sufrimiento de millones de trabajadores y partir de aquí para declarar la “ineficacia”, el “fracaso” o la “crisis” de la teoría monetarista es ignorar los objetivos explícitos e implícitos de una teoría elaborada para detener la inflación.
Y de paso, pero no menos importante, la incomprensión o el error de los críticos del llamado neoliberalismo monetarismo al pretender que funcione como una política de desarrollo -como hasta cierto punto lo fue el keynesianismo- lleva a idealizar al sistema capitalista y al Estado burgués al creer que ellos pueden, por su dinámica interna y por la política económica, crear el empleo suficiente y el mejoramiento social de la clase proletaria.
Este último deseo es comprensible: la crisis social fue tan profunda que determinó añorar el pasado y el largo auge de posguerra, que hizo creer en la posibilidad del crecimiento permanente y que llevó, incluso, a los críticos tradicionales del keynesianismo a que vieran en el Estado una alternativa viable para la mayoría de la sociedad. Los revolucionarios de los setenta se convirtieron en los reformistas de los ochenta.
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