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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial

José de Jesús Rodríguez Vargas

 

I NEOLIBERALISMO MONETARISTA VS KEYNESIANISMO

DESARROLLO Y AUGE: DÉCADA DE LOS 0CHENTA-NOVENTA
 


El gobierno laborista de Callaghan en Inglaterra, a pesar de que se portó más “conservador” que los conservadores tradicionales y que contó con la ayuda y supervisión del FMI, no logró sus objetivos de estabilización y control de la inflación; las medidas restrictivas encontraron firme resistencia en los trabajadores ingleses. A fines de 1978 los 60 mil trabajadores de la Ford se mantuvieron en una huelga de nueve semanas que terminó con un aumento de 17 por ciento, muy por encima del tope salarial de cinco por ciento; en tanto, los obreros de la ESSO y Shell arrancaron aumento de 15 por ciento. A principios de 1979 las huelgas y las demandas hasta por el 40 por ciento de aumento salarial eran incontrolables a tal grado que al periodo de 1978-79 se le llamó el “invierno del descontento”. El 28 de marzo de 1979 renuncia el gobierno laborista. El 4 de mayo los conservadores ganan las elecciones y Margaret Thatcher se convierte en Primera Ministra.
El gobierno de Thatcher, del 4 de mayo de 1979 - 28 de noviembre de 1990, pasó a la historia como un gobierno duro e inflexible, y la primera ministra como la “Dama de hierro”. Se tomaron decisiones que cambiaron la historia. En el ámbito de los países industrializados, es en Inglaterra donde se combatieron las ideas y las estructuras keynesianas, nacionalistas, laboristas y socialistas de manera firme y autoritaria hasta lograr desmantelarlas en una parte importante. Margaret Thatcher no tenía duda de cuáles eran los problemas, las causas y las soluciones; para ella, Inglaterra estaba enferma; este era su diagnóstico: en declive económico, productivo, desempleo, disminución del bienestar social, cultura antiempresarial, inflación de dos dígitos, sobreempleo, holgazanería, violencia, envidias, desesperación, discordia; Inglaterra era el “enfermo de Europa”. Las causas: el socialismo, la intervención del Estado, las doctrinas keynesianas, los sindicatos. Las soluciones: el conservadurismo, reducción del sector público, disciplina financiera, la privatización y la reforma sindical .
“Curar la enfermedad británica con el socialismo era como intentar curar la leucemia con sanguijuelas”, decía Thatcher, quien percibió que “se había producido un cambio de marea en la sensibilidad política del pueblo británico. Habían renunciado al socialismo -el experimento de treinta años había fracasado plenamente- y estaban dispuestos a probar otra cosa. Ese cambio de marea era nuestro mandato” .
Las medidas fueron en tres niveles: la política fiscal, la política monetaria y la reforma de los sindicatos. Se “retrocedieron las fronteras del Estado” con la reducción del sector público, la disminución de gastos y la deuda pública, la congelación y disminución de la plantilla, la reducción de la tasa de crecimiento de los salarios públicos, la privatización de las empresas nacionalizadas, con el recorte de impuesto sobre la renta, la desregulación, el recorte de los subsidios industriales. Se dio prioridad al combate de la inflación por medio de la reducción y el control de la oferta monetaria, de la elevación de los tipos de interés, la eliminación del control de precios y del control de cambios; se combatió al socialismo y al laborismo con la restricción del poder de los sindicatos.
Margaret Thatcher se sentía “equipada a una edad temprana con el enfoque mental y los instrumentos de análisis idóneos para reconstruir una economía devastada por el socialismo estatal”; era “una optimista a largo plazo en favor de la libre empresa y la libertad, ayudándome a soportar los desoladores años de supremacía socialista de los sesenta y los setenta” . Se daba cuenta de que sus compañeros de gobierno eran incoherentes entre lo que decían y lo que hacían, fue Ministra de Educación en 1970-74 en un gobierno conservador con orientaciones intervencionistas, pero no pudo hacer nada por modificar las políticas, no era su tiempo.
Su concepción básica consistía en que “era tarea del Gobierno establecer un marco de estabilidad -ya fuera estabilidad constitucional, el cumplimiento de la ley, o la estabilidad económica proporcionada por una moneda solvente- dentro de la cual las familias y los negocios individuales fueran libres de perseguir sus propios sueños y ambiciones. Teníamos que dejar de decirle a la gente cómo debían ser sus ambiciones y cuál era la manera exacta de hacerlas realidad. Eso dependía de ellos” . Se adoptaron medidas radicales a contracorriente: se recortaron los impuestos cuando los ingresos disminuían, se eliminó el control de precios en momentos en que la inflación se aceleraba, se cortaron los subsidios industriales ante la inminencia de una recesión, se restringió el sector público cuando el sector privado era demasiado débil para crear nuevos empleos.
Eran medidas que necesariamente desaceleraban más a la economía. Se había decidido combatir a la inflación, con la orientación monetarista, y a la vez cambiar las estructuras públicas, sindicales y privadas, con medidas liberales y antirregulacionistas. La economía era una cuestión política y de largo plazo. Durante el gobierno de Thatcher disminuyeron las altas tasas de inflación, se debilitó considerablemente el poder de los sindicatos y del partido laborista -que volvió a perder estrepitosamente en las elecciones de 1983-, se fortaleció la moneda y el tipo de cambio, aumentaron las inversiones extranjeras, el desempleo era “la mancha negra”, porque se mantenía elevado. Se fortaleció al sector de la oferta, renació la economía de la empresa privada, aumentaron las inversiones empresariales, la rentabilidad y la productividad; “los cambios aumentaron la eficiencia y la flexibilidad y de ese modo capacitaron a la empresa británica para satisfacer las demandas del mercado interno y externo. Sin ellos, la economía no hubiera podido crecer tan velozmente ni producir tales mejoras en beneficios, nivel de vida y empleo: en síntesis, el país hubiera sido más pobre” . En el periodo de Thatcher los precios al consumidor aumentaron un 7.8 por ciento promedio anual, tasas menores en relación con la década anterior, que fue de 12.8 por ciento; la producción creció a tasas anuales de dos por ciento menores al 2.5 por ciento del periodo previo y el desempleo se incrementó de 3.6 por ciento en el decenio de 1970 a 9.2 ciento en los ochenta.
A Thatcher le sucedió el gobierno de John Major, también conservador, que continuó con la obra neoliberal. Los resultados, en 18 años de gobierno liberal, son contradictorios, se reconoce una economía y una empresa saneada, una inflación baja, la tasa más alta del producto y el desempleo más bajo con relación a las tasas de Europa continental, mayor consumo, más desigualdad social -el 10 por ciento de la población más pobre disminuyó su participación en el ingreso disponible del 4.1 al 2.5 por ciento, mientras que el 10 por ciento más rico pasó de 20 a 26 por ciento-, disminuyeron los afiliados a los sindicatos de 13.3 millones en 1979 a 7.3 millones en 1996, lo mismo sucedió con las huelgas y los días de trabajo perdidos .
La elección de Ronald Reagan en noviembre de 1980 fortaleció la tendencia liberal y monetarista que era representada principalmente por Inglaterra, y en segundo lugar por Alemania con el gobierno de Helmut Schmidt. La economía de Estados Unidos se encontraba con tasas de inflación de dos dígitos, que se convirtió en la preocupación principal del gobierno de Carter y de la Reserva Federal (Fed). Se adoptó en octubre de 1979 por parte de la Fed una política monetaria restrictiva para frenar la inflación: se disminuyó la tasa de crecimiento de la oferta monetaria y por tanto se elevaron los tipos de interés, cayó la Bolsa de valores, disminuyó el crédito, se frenó el gasto de los consumidores y de las empresas, se contrajo la economía y se elevó el desempleo a tasas superiores al 10 por ciento en 1982, era la recesión. En 1981 el gobierno de Reagan sorprendió con un presupuesto público basado en la teoría del control de la oferta (ver III.3.1.3), que proponía la disminución de los impuestos, la reducción de la demanda nominal agregada, la reducción del gasto público, la disminución de la tasa de crecimiento del dinero; eran medidas para reducir la inflación y a la vez aumentar los incentivos en las empresas y los individuos, para que se elevara la producción y el empleo.
El gobierno de Reagan (1981-1988) se propuso reducir los impuestos en 275 mil millones de dólares en un período de tres años; las tasas marginales se redujeron en forma drástica para las familias de mayores ingresos y se aplicó la tasa máxima del 50 por ciento al ingreso; se eliminaron todos los impuestos a las nuevas inversiones y se eliminaron regulaciones para estimular la expansión de los negocios. A la vez la Fed aplicó una política monetaria de dinero escaso que hizo subir las tasas de interés a niveles nunca antes vistas. Eran políticas que por un lado pretendían estimular la oferta productiva y por el otro la frenaban. En un primer momento el freno resultó ser más fuerte que el acelerador de la economía y condujo a una mayor recesión.
Los resultados de las medidas restrictivas fueron un descenso de la inflación, que pasó de la media anual de 12 por ciento del período 1979-1980 a un cuatro por ciento en el período 1983-88. “La baja inflación y el exceso de capacidad de principios de los años ochenta prepararon el terreno para la larga expansión que experimentó la economía durante la administración Reagan”, dice Paul A. Samuelson. El PIB real creció ininterrumpidamente desde 1982 hasta 1989, a una tasa anual media de 3.5 por ciento; el desempleo descendió de más de un 10 por ciento anual en 1982 a un 5.5 por ciento en 1988-89, en los dos periodos de gobierno de Reagan la tasa promedio anual de desempleo fue de 7.6 por ciento, y, a partir de 1982, la inflación se mantuvo en un 3.5 por ciento en promedio.
“La política monetaria restrictiva fue costosa, pero consiguió erradicar la inflación de la economía de los Estados Unidos” . En cuanto al presupuesto público, la política ofertista presuponía que las rebajas en impuestos aumentarían la producción y los ingresos fiscales. No sucedió así, por el contrario se incrementó considerablemente el déficit fiscal, que se cubrió con deuda que desplazó los préstamos privados. En los primeros años del segundo periodo de Reagan, 1985-86, el déficit público llegó a una tasa de 5.4 por ciento del PIB, la más alta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; el déficit del periodo 1975-79, considerado alto, alcanzó un promedio de tres por ciento, tasa que fue superada en la primera etapa de gobierno de Reagan con un 4.8 por ciento promedio anual. La deuda pública, por consiguiente, se incrementó del 25 por ciento en relación con el PNB a mediados de los setenta a tasas superiores al 40 por ciento una década después. El programa de estímulo a la oferta presentó niveles de desigualdad social, porque redujo impuestos del seguro social sobre la renta de familias de altos ingresos y no así a las de bajo ingreso, hubo cortes en los programas de bienestar social, se redujeron los cupones para alimentos, los apoyos a los alquileres subsidiados, se recortaron los programa de capacitación. Fue una política de alejamiento del Estado en actividades de bienestar social y en las regulaciones que favoreció a las empresas y perjudicó a los sectores más pobres .
Al final del periodo del gobierno de Reagan el déficit presupuestario continuó siendo alto, aunque no tanto como en 1985-86, porque no se elevaron los impuestos y los gastos de la defensa continuaron siendo prioritarios, y, por tanto no disminuyeron sino que siguieron creciendo. En 1985 se aprobó por el Congreso la “Ley del presupuesto equilibrado y de control de emergencia del déficit” (Ley Gramm-Rudman-Hollings), que imponía una reducción paulatina del déficit que llevaría a un presupuesto equilibrado en 1991. Objetivo que no se alcanzó en el periodo del presidente George Bush, a pesar de que aumentaron los impuestos.( ver II.3.1, II.3.2)
Los demás países industrializados continuaron con los lineamientos de políticas liberales y monetaristas, pero no con la firmeza y decisión que se aplicaron bajo los gobiernos de Thatcher-Major en Inglaterra y de Reagan-Bush en Estados Unidos; en Alemania el primer ministro socialdemócrata Helmut Schmidt, en el periodo de la segunda mitad de los setenta hasta 1983, aplicó una política similar a la de Inglaterra; el gobierno que le sucedió, el demócrata cristiano Helmut Kohl, continuó con la misma orientación antiinflacionaria y liberal. El presidente socialista Miterrand en Francia en su primer año 1981-82 aplicó un programa de reformas sociales, estatista y nacionalizador de grandes empresas y bancos, medidas que muy pronto revirtió asumiendo, a medida que la inflación aumentaba, políticas monetarias duras . Italia, en los primeros años de los ochenta y debido a la recesión, aplicó políticas keynesianas de estímulo a la demanda. Sin embargo, tanto Francia como Italia, que se salían de la orientación mundial, retomaron a partir de la mitad de la década de 1980 una política antiinflacionaria, de creación de desempleo y disminución del Estado de bienestar. “La cuestión es simplemente que ha habido en los países de la OCDE un cambio ideológico generalizado y de largo alcance, en que el estancamiento del producto y el aumento del desempleo constituyen un resultado deliberado de la política. Ésta ha logrado acabar con la inflación”, diagnosticaba Angus Maddison .
Para la mitad de los ochenta el neoliberalismo y el monetarismo antiinflacionario se había convertido en la teoría y la política oficial de la mayoría de los principales países capitalistas y por tanto su influencia se extendió a los demás países . El FMI en el Informe Anual de 1986 constataba la realidad: “la estrategia ha tenido mucho éxito en lo referente al control de la inflación”, porque los precios en los países industrializados continuaban disminuyendo por quinto año consecutivo, y en 1985 se colocaban por primera vez, desde 1967, en un nivel inferior al cuatro por ciento; se reconocía que los principales países industriales “han tratado de ir reduciendo la tasa de crecimiento de ciertos agregados monetarios y de limitar la proporción de recursos reales y financieros absorbidos por el sector público. Al mismo tiempo, también se ha procurado mejorar el financiamiento de los mercados, mediante diversas reformas estructurales. Esta estrategia general, que se empezó a principio de la década en curso, continuó marcando la política de los países industriales en 1985 y primeros meses de 1986” .
Sin embargo, había diferencias en la aplicación de las orientaciones generales, en el caso de la política fiscal, algunos países tenían éxito en reducir el déficit fiscal, Japón y Alemania, mientras que en Francia y el Reino Unidos tendió a estabilizarse en 1983-84, y en Canadá, Estados Unidos e Italia el déficit se mantenía en un nivel alto. El gasto público continuaba incrementándose de manera considerable en relación con 1979. Las medidas estructurales que se aplicaban eran la desreglamentación, como en sectores de las industrias del transporte y las telecomunicaciones en Estados Unidos, la liberalización de los mercados financieros, la eliminación de la indización de salarios en varios países europeos, la privatización de empresas estatales y medidas para mejorar el funcionamiento del mercado laboral. No obstante, se señalaban “contratiempos” en algunos países porque no disminuían los subsidios en la proporción esperada y en una gran parte de los países europeos “el mercado laboral sigue sometido a rigideces que retrasan la recuperación de un buen nivel de empleo”; la producción de los siete principales países industriales en los tres años posteriores a la recesión de 1982 promediaba un 3.5 por ciento, con tasas de desempleo del 7.5 por ciento anual y de 11 por ciento en los países europeos .
Para la mitad del decenio de 1980 el crecimiento de la economía de los países industriales era débil, el desempleo seguía una tendencia ascendente, con tasas mayores a las recesiones anteriores, la inflación descendía, alcanzando los niveles de fines de la década de 1960; las medidas de restricción fiscal y monetaria y las reformas estructurales seguían siendo consideradas necesarias para una crecimiento sostenido no inflacionario, pero había resistencias sociales y estructurales que impedían su decidida aplicación. La estrategia avanzaba, pero no completamente.
Para la segunda mitad de los ochenta, 1986-90, la producción de los países industriales había crecido en 3.3 por ciento promedio anual, la tasa de desempleo en 6.5 por ciento y la inflación un 4 por ciento. La producción había aumentado un punto en relación con la primera mitad de los ochenta, el desempleo era un punto menor y la inflación había descendido dos puntos porcentuales. La década se terminaba con una desaceleración económica iniciada en Estados Unidos y en Inglaterra a mediados de 1989 que se convirtió en recesión en los próximos años. Las causas inmediatas fueron una política monetaria restrictiva para hacer frente a presiones inflacionarias en 1987-88, a la incertidumbre de la Guerra del Golfo de 1990, al aumento de los precios del petróleo y otras materias primas. Meses después se sumarían a la recesión Francia e Italia, mientras que Alemania y Japón mantenían tasas altas de crecimiento, mismas que descendieron en el periodo 1991-93 y 1992-93 respectivamente.
La política fiscal a fines de los ochenta en los principales países industriales fue, en general, neutral o moderadamente restrictiva, con excepción de Alemania, según, afirma el Informe de 1991 del FMI; la política monetaria fue restrictiva y con elevación en las tasas de interés, de esta manera se respondía al crecimiento de la producción en los años 1987-88, y a mas altos déficit presupuestarios que presionaban los precios. En el caso de Estados Unidos no se logró equilibrar el presupuesto en el año 1991 como estaba legalmente obligado, por lo que se adoptó un plan quinquenal de reducción del mismo. En Canadá también se programó reducir el déficit a mediano plazo .
La recesión que empezó en algunos países industriales en 1989, se presentó con fuerza en 1990-93, pero la inflación no había cedido sino aumentado a tasas superiores del cinco por ciento en 1990 y 4.5 por ciento en 1989 y 1991, había subido dos puntos en relación con 1987. Esta situación llevó al FMI a hacer “hincapié en la necesidad de una orientación a mediano plazo de la política económica” y a que los objetivos “sean consecuentes con la estrategia de crecimiento a mediano plazo aplicada por los países desde principios de los años ochenta. Entre otros objetivos, mediante dicha estrategia, se trata de lograr un alto grado de estabilidad de precios, es decir, una tasa de inflación baja y estable que no distorsione las decisiones económicas; fomentar el ahorro, especialmente mediante la reducción del déficit público y eliminar los obstáculos que afectan a la eficiencia de la asignación de los recursos e impiden alcanzar un alto nivel de empleo mediante la reforma estructural”.
Las cifras de recesión y de inflación, superiores a lo anteriormente alcanzado, crearon incertidumbre en la economía, pérdida de credibilidad en la política económica y preocupación de que se estuviera dando lugar a mayores presiones proteccionistas y aumentos en los déficit públicos. Se recomendaba “una intensificación del saneamiento fiscal en muchos países industriales, especialmente en Estados Unidos, Canadá, Alemania, Italia y el Reino Unido, así como en varios países industriales menores”. Se reconocía que los “cuantiosos” déficit presupuestarios constituían un grave problema, dada la necesidad de mayor ahorro mundial, de reducir las altas tasas de interés, y, por tanto, aumentar las tasas de inversión y la creación de empleo. Los directores del FMI acordaban que “la estrategia a mediano plazo no ha fracasado, sino que en realidad no se la ha aplicado cabalmente”. En 1992 y 1993 la tasa de inflación regresó a los niveles de 1987, había crecido un 3.2 por ciento en los países industriales y en algunos casos con tasas más bajas desde los años sesenta, en Japón y Canadá al dos por ciento, Estados Unidos al tres por ciento y 4.5 por ciento en la Comunidad Europea .
En el periodo 1989-1993, -en donde se ve una situación vacilante y flaqueza en la aplicación de las políticas fondomonetaristas-, se presenta la mayor oportunidad para la aplicación rotunda, firme y decisiva de las políticas liberales y monetarias: el desplome de los países socialistas de Europa Oriental, Central y la URSS. Casi tres decenas de ex-países socialistas y nuevos países surgidos también del socialismo decadente se han incorporado formalmente al campo capitalista. Están en transición al capitalismo. No hay precedentes. Esta conversión representa la más importante transformación estructural, económica, política y social del siglo XX. No hay parangón, ni siquiera con la Revolución Rusa, o la invasión soviética en la Europa Oriental, o la Revolución China. La construcción socialista de decenas de años está en entredicho. Para esos países no hubo más que un solo camino, una sola política, en su objetivo de construir el capitalismo de mercado: la teoría librecambista y el monetarismo moderno. Se abrió un nuevo flanco de países que sigue siendo el gran laboratorio para el liberalismo (ver III.1.4).
Después de la recesión de principios de los noventa la economía de los países industriales se recuperó a tasas del 2.8 por ciento en 1994; dos por ciento y 2.2 por ciento en los dos años siguientes; son tasas de crecimiento del producto inferiores a las posteriores a la recesión de los inicios de la década de los ochenta, la economía de los países más importantes se recuperaba pero no al nivel anterior. El desempleo, con excepción de Estados Unidos y el Reino Unido, continuaba aumentando a tasas consideradas máximas en la posguerra, como en Alemania con 11 por ciento, Francia e Italia con 12 por ciento. La inflación, en cambio, continuaba la tendencia descendente a partir de 1992 a la tasa más baja en los países industrializados de 2.4 por ciento en 1996. Japón tuvo deflación de -0.6 y -0.5 por ciento en los dos últimos años, Alemania, Francia y Canadá tasas menores al dos por ciento, Estados Unidos y Reino Unido entre dos y tres por ciento, sólo Italia mantuvo un cinco por ciento .
Los directores del FMI consideraban que la baja tasa de inflación era “un notable éxito” y que era el “resultado de la determinación con que se adoptaron medidas para controlar la inflación y sobre todo de la aplicación de una política monetaria centrada en el objetivo primordial de alcanzar y mantener una razonable estabilidad de precios”; la política monetaria “seguía siendo un eficaz instrumento de la política macroeconómica”. Otras medidas, como la flexibilidad de los mercados de trabajo, el aumento de la competencia y la apertura al comercio exterior y a los capitales, servían como complemento a las políticas monetarias antiinflacionarias .
Los déficit fiscales se redujeron en los últimos dos años: Estados Unidos pasaba de dos por ciento en 1995 a uno por ciento en 1996, Canadá de 4.3 a dos por ciento, Francia de cinco a cuatro por ciento, Alemania mantenía un 3.3 por ciento, Italia descendía de 7.7 6.7 por ciento; había tasas de déficit público que seguían siendo elevadas en varios países, y, por tanto, consideradas un problema grave, al igual que la deuda pública que mantenía “una trayectoria insostenible”. En el caso de los países de Europa Continental había la presión para reducir sus déficit a tasas menores a tres por ciento, como condición para la constitución de la Unión Económica y Monetaria en 1999. Estos desequilibrios fiscales los atribuían a los gastos sociales para cubrir el alto desempleo en Europa; el FMI insta a los gobiernos a “corregir las distorsiones del mercado de trabajo”, para disminuir el desempleo, con medidas de rebajas en las aportaciones de los empleadores a la seguridad social en el caso de trabajadores jóvenes y menos calificados, aumentando la flexibilidad salarial, reduciendo o eliminando las cláusulas de indexación, mejorando la educación y la capacitación laboral.
El FMI analizaba –a mitad de los noventa- el bajo crecimiento del producto y el alto desempleo de algunos países industriales como resultado de las distorsiones, la rigidez estructural y la falta de flexibilidad del mercado de trabajo, que impedía la rentabilidad de las empresas y la creación de empleos; el Estado destinaba, de acuerdo a su diagnóstico, mayores recursos a la seguridad social por el desempleo, lo que provocaba un déficit mayor, que debía ser cubierto con deuda que elevaba las tasas de interés y desplazaba la inversión privada. Recomendaban los directores del FMI que el saneamiento fiscal tenía que ser por medio del recorte de los pagos de transferencias más que por aumento de impuestos .
En el caso de Estados Unidos el déficit público había desaparecido en 1998 con el primer superávit desde 1969; lo mismo sucedió en 1999 y 2000, acumulando 431 mil millones de dólares en tres años . En la segunda mitad de los noventa, Estados Unidos había presenciado una prosperidad económica y social contrastante con las dos últimas décadas; era una nueva forma de producir, con base al impulso de las llamadas Tecnologías de la Información y Comunicación, que fue nombrada como una “nueva economía” para diferenciarla del periodo recesivo, inflacionario, de baja productividad, de alta tasa de desempleo y bajos salarios, es decir, una “vieja economía”. (ver III.2.1)
El cambio de marea, que los teóricos monetaristas percibían en la segunda mitad de los setenta, estaba plenamente establecido veinte años después. El keynesianismo había sido desplazado en la política económica y la teoría heterodoxa, el monetarismo neoliberal, se había convertido en la teoría ortodoxa. El mundo había cambiado de nuevo.


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