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La Nueva Fase de Desarrollo Económico y Social del Capitalismo Mundial
José de Jesús Rodríguez Vargas
PREFACIO
Cuando me entrevistó la comisión de admisión al doctorado, a mitad del 2000, ya sabía con precisión lo que quería hacer: una investigación exhaustiva sobre la economía mundial y, particularmente, de Estados Unidos, para demostrar la hipótesis de que nos encontrábamos en la parte terminal de una onda larga descendente y que, en consecuencia, lo más probable, es que algunos países, claro, en primer lugar la nación estadounidense, estuvieran en sus primeros años de una onda ascendente.
No fue una idea que me brotó por inspiración de un momento a otro, en una noche de insomnio. No. Es una idea que surge en la cabeza de los estudiosos de los ciclos económicos o en cualquier pensador dialéctico que sabe que la vida económica del capitalismo, como cualquier fenómeno vivo, tiene un comportamiento cíclico, nace, se desarrolla y muere. Soy parte del círculo de “ciclistas” y me apasionó el tema desde mitad de los setenta, cuando entré en contacto con el mismo, durante mis estudios de licenciatura.
Conocía perfectamente que la economía mundial estaba en una onda larga descendente tipo Kondrátiev; también, era conciente que una parte de la teoría estaba bajo el ataque de otras teorías y, pronto, me di cuenta que a dicho movimiento se le llamaba la contrarrevolución monetarista. Algunas lecturas y, principalmente, el estimado –y hoy entrañable- camarada Ernest Mandel, influyeron para que estudiara el significado de este pensamiento así como el hecho de que el sistema estuviera en una crisis de larga duración, con la característica particular de ser inflacionaria. Me surgió un verdadero apetito por conocer lo que menos estudiábamos los activistas de izquierda, la teoría y la política económica -hago abstracción de matemáticas y estadísticas- desde el punto de vista de la economía política que, para los oriundos de la Facultad de Economía, sabemos que esta última, se refiere a la economía marxista y, la otra teoría económica, a la economía burguesa.
En la década de los setenta la teoría keynesiana y la llamada economía mixta estaban bajo ataque permanente, no por el monetarismo ni el liberalismo, sino por el marxismo. Los estudiantes anticapitalistas no digeríamos la doctrina dominante, sino lo suficiente para aprobar la materia. El keynesianismo y el Estado del bienestar, eran obstáculos en la lucha contra el sistema establecido, fuertemente sostenidos por el reformismo comunista y el marxismo-keynesiano.
Posteriormente, se flexibilizó la postura dogmática, cuando conocimos el “Kaleckismo”. Era un keynesianismo más aceptable, sus orígenes eran luxemburgistas, y no tenían que ver con los orígenes aristocráticos de Keynes, ni los burgueses de sus seguidores de la Universidad de Harvard o el MIT, de la Universidad de Yale, de Estados Unidos. Se pasaba en algunos círculos de la Facultad de la síntesis neoclásica a la kaleckiana-marxista. Recuerdo, con cuanto orgullo se hablaba de “Kaleski” (así se pronunciaba por los eruditos introductores en México) como el teórico que se adelantó al mismo Keynes y mejor formuló “su” teoría.
Me interesó la nueva vertiente keynesiana, apropiada como poskeynesiana, pero más me interesaba lo que realmente se discutía en otros lugares y, en particular, la doctrina que pretendía acabar con el nuevo fenómeno de la inflación, que estaba íntimamente relacionada con la devaluación y el Fondo Monetario Internacional.
Recuerdo también, cuánta expectación causó, en las filas estudiantiles, una conferencia sobre la devaluación del peso, del primero de septiembre de 1976, que tuvimos que trasladarnos –en un río de masa ávida e ignorante- del auditorio Ho Chi Minh de la Facultad al Ché Guevara de Filosofía, conducidos por el ecuánime director José Luis Ceceña. No teníamos idea del tema, porque no estudiábamos la teoría de la inflación, ni de la devaluación y mucho menos habíamos oído hablar del Fondo Monetario Internacional, con el cual el gobierno mexicano había llegado a un acuerdo. Esto era lo realmente nuevo que iba a revolucionar la economía y al sistema.
Impactado por la devaluación y, en consecuencia, sin interés en realizar la tesis sobre la industrialización, el empleo, el ingreso, las empresas estatales y la economía mixta, la crisis agrícola, el estado desarrollista y la dependencia, o los países socialistas y la planificación, como entonces se acostumbraba. Profundamente conmocionado –en proporción a mi ignorancia- me propuse, para enmendar mis evidentes insuficiencias, elaborar un tema completamente alejado de mi horizonte cognoscitivo.
Así, me sumergí en un mundo desconocido sobre la política y la teoría keynesiana, su desarrollo y aplicación -aún no era desplazada de los ministerios gubernamentales y, menos, de los textos básicos de economía- igualmente estudié la crítica monetarista y liberal. Al principio la investigación la llamé “la contrarrevolución monetarista”, retomando la expresión de una artículo de Mandel de 1976, que a su vez, fue tomado de un trabajo de Friedman de 1970; sin embargo, en el transcurso de la investigación me di cuenta que más que contrarrevolución (que suena a pasado y a reaccionario y, es como comúnmente se usa) era una revolución en el pensamiento, que llevaría a cambios profundos en la realidad.
Lo esencial que descubrí fue que la ofensiva y probable desplazamiento, de un pensamiento por otro, tenía su origen en el interés de una fracción de la burguesía y, por tanto, el proletariado y, por supuesto, yo junto con él, no teníamos porque apoyar una corriente contra la otra sino luchar contra ambas (en México la incipiente pugna de los nacionalistas-estatista vs. los liberales-tecnócratas, se expresaba en “la disputa por la nación” de conocidos profesores).
Es decir, conocí las dos corrientes, más no saqué la conclusión de adherirme a alguna de ellas, lo que encontré fueron municiones en su contra. Eran proyectos y pugnas interburguesas y el camino de los revolucionarios no estaba allí. Finalmente, no podía dejar por fuera de la tesis mi evidente posición clasista y el llamamiento revolucionario con la clásica disyuntiva: socialismo o barbarie. Era la época y así pensábamos una parte de los estudiantes y profesores de los setenta y mitad de los ochenta.
Después, cuando las condiciones cambiaron radicalmente y se alejo la posibilidad revolucionaria así como la necesidad, la actualidad del socialismo y el fervor y la conciencia socialista, me conformé con utilizar la ciencia económica para comprender mejor al sistema y no para transformarlo; retrocedía -claramente desde la visión marxista revolucionaria- con respecto a la conocida onceava tesis de Feurbach, ahora lo que importaba era interpretar la realidad y no transformarla.
Cuando fui el “economista designado” de una organización revolucionaria me propuse aportar una interpretación científica y objetiva de la realidad, tal como Marx enseña y hasta donde mi capacidad lo permitía, pero me di cuenta que a las cúpulas revolucionarias no les interesaba la realidad, tal como es, sino la denuncia y el llamamiento revolucionario, de tal suerte, que sentí que no empezaba a gustarles que dijera que la economía había superado la fase de crisis cíclica y se enfilaba a la recuperación; después encontraba en la resolución política, la alta probabilidad del desplome del sistema y la toma del poder por parte de las masas campesinas y la clase obrera.
Los académicos –aunque fueran militantes organizados- no eran tomados en cuenta por los profesionales de la revolución, militantes no académicos que precisamente por la revolución habían abandonado la universidad, y sólo servían para las conferencias públicas y las escuelas de cuadros. Adornaban, pero no influían.
Con mi nueva conciencia de marxista académico, sin el filo revolucionario, continué el estudio y la enseñanza de la ciencia económica y, particularmente, le di seguimiento a la lucha de las teorías y políticas económicas, siempre con el método y la economía del pensamiento crítico, como se dice ahora para no parecer obsoleto, o como me dijo el investigador Aguirre Rojas, para no ser atacado por los antimarxistas.
Sin despreciar teoría o corriente alguna (por ser burguesa) me sumo a otros estudiosos que comprenden la realidad, con varios y diferentes enfoques y no se limitan a uno todopoderoso, es decir, recurren a una síntesis dialéctica. Es tan amplio el conocimiento, que no podemos desperdiciar, por prejuicio alguno, los aportes en cualquier campo.
Así elaboré la tesis de maestría en economía, que fue reconocida como la mejor de la generación con la medalla Alfonso Caso. En esta investigación me percaté al final, ya en las conclusiones, que era posible que lo que empezaba a llamarse “nueva economía” en Estados Unidos –y con el dominio pleno del liberalismo-monetarista y sus efectos depuradores- pudiera ser la expresión de una nueva fase de ascenso del capitalismo. Es, entonces, cuando me propuse hacer una investigación que abordara el tema que ahora presento a un prestigiado grupo de profesores e investigadores que integra el Jurado.
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