Texto de Reyes Martínez Vera
Edición y notas de JCMC
La liberación de las fuerzas, que estábamos sitiadas, fue de gran
emoción,
sobretodo al salir las familias de los sótanos donde habían permanecido 12 días
sin ver el sol, hacinadas en el poco espacio disponible, con escasez de agua y de
alimentos, como si estuvieran enterradas en vida. Las lágrimas mezcladas con la
alegría del momento se prodigaron dando suelta a expresiones salidas del estado de animo en que se encontraban la
mayoría de las familias. Yo no pude saber de la mía hasta la tarde, pues tuve que esperar
a que mi compañía fuera relevada.
Cuando quedé libre y pensando en lo que habría sido de mi mujer y de mis hijos salí del cuartel. Pude aprovechar un coche que pasaba por los alrededores. Pasé por la plaza de la Escandalera, desde donde sitio se oían los fuertes tiroteos que desde las tapias del hospital sostenían las fuerzas de la Legión y la de Regulares. Al pasar por la Plaza de San Francisco tirotearon el coche y tuve que obligar al chofer a seguir. Hasta que doblamos la calle de Cervantes no quedó el coche fuera del alcance de los impactos enemigos.
Deseaba ardientemente ver a mi familia, pues sabía de los saqueos y asesinatos que los rojos habían cometido. Gracias a Dios encontré bien a mi mujer e hijos. Y no quiero describir mi emoción al abrazaros. Vi la desolación en que se encontraban por la falta de alimentos y la palidez de sus rostros. Menos mal que me había preparado y les llevé botes de leche condensada y algunas latas de conservas. Estuve escasamente diez minutos pues estaba pendiente de las ordenes que recibiría mi compañía, y retorné al cuartel. Por la noche de ese día y en la direccion de mi casa se oyó una fuerte explosión. Era el Instituto que fue depósito de municiones de los rojos y que había sido volado por ellos. Los cristales de mi casa y los de las casas de los alrededores se rompieron. Las persianas quedaron curvadas. Pro lo peor fue el susto de todas las familias. En la mía creían que la casa de les venía abajo y mis hijas y mi mujer lloraban y rezaban.
Por fin se restableció la
tranquilidad en el centro de la población, retirándose los rojos a las afueras
de la ciudad. Mi compañía recibió la orden de salir a toda prisa a tomar la
ermita de San Pedro pues desde ella los rojos tenían batida la estación de
ferrocarril y la calle de Uría hasta la mitad de ella que no era transitable.
Tomé las disposiciones necesarias, sosteniendo un breve tiroteo, huyendo los
rojos y conquistando dicha altura.
En dicha ermita y en los chalet que existían en los alrededores situé mi compañía estratégicamente. Situé mi Plana Mayor en el que estaba más cerca de la antigua ermita, con el cementerio. Los rojos habían profanado sepulturas que tenían más de un siglo, sacando los cadáveres y dejándolos al exterior.
El chalet donde me instalé estaba desmantelado por el enemigo. Aunque se habían llevado muchas cosas de valor, habían destrozado lo que no pudieron llevarse consigo. Todos los armarios eran de una madera riquísima, las camas de cristal, las lámparas y las grandes arañas rotas y tiradas por el suelo. Montones de basura por los pasillos. Su dueño se llamaba Subiran. Era un catalán muy trabajador, ya viejo, que tenía una tienda que se llamaba "La Más Barata". Cuando subieron les entregué el chalet con todo lo que los rojos habían dejado, pero ya limpio, pues el olor insoportable de los primeros momentos había desaparecido por la limpieza tan a fondo que se hizo con un fuerte desinfectante.
Lo peor para mí fue recibir
la orden de que abriéramos una gran zanja para enterrar a todos los cadáveres
que me iban trayendo, recogidos por todas las calles, sobre todo en las
proximidades de los fuertes reductos, en la defensa de la Casa Blanca, en la que
se distinguió el capitán Jesús Guillen Navarro, de la calle Uría, el comandante
D. Gerardo Caballero Ulabezar, en la defensa del Gobierno Civil y en todos los
demás sitios donde la defensa fue muy dura. Había grandes montones de cadáveres
que iban subiendo a las proximidades de la Armita de San Pedro para que les
diéramos cristiana sepultura. El olor era irrespirable y fue un milagro que no
hubiera una epidemia, gracias al tiempo frío que evitaba la acumulación de
moscas y demás parásitos.
Cuando me habían traído más de 200 cadáveres los fuimos colocando en el interior de la zanja y un sacerdote rezaba algunas oraciones. Después, antes de colocar otra tanda, echábamos un fuerte desinfectante y se ponía la siguiente. Únicamente hubo la excepción del cadáver del Comandante Bueno de la Guardia Civil que se enterró dentro del cementerio de la citada ermita.
Durante muchos días recibí ordenes de desenterrar algunos cadáveres pues había familiares que por indicios creían que entre los que se habían traído tenían parientes. Esto era muy desagradable, pero no había más remedio que cumplir como una penosa obligación.
En dicho destacamento recibí
la visita de muchos oficiales de la 3ª Bandera de La Legión, entre ellos el
teniente García López y el comandante Bartomeu, que habían seguido mi odisea y
sentían lo que mi familia había sufrido y me felicitaban por la parte tan activa
que había tenido en la defensa del cuartel de Pelayo. También tuve la alegría de
que viniera mi hermano con la idea de llevarse al lado de mi querida madre
a mi familia. Mi mujer no quiso separarse de mi. Mi madre había seguido paso a paso mi
odisea sufriendo con gran intranquilidad y la emoción minó su ya desgastada
constitución. Mi hermano nos confortó y nos acompañó unos días. Luego el pasó
también por la misma
odisea pues dos años mas tarde, en los primeros días del Alzamiento Nacional,
sucumbió como un héroe defendiendo el cuartel de Ingenieros de Guadalajara. Su heroico acto
fue premiado a título póstumo con el ascenso por meritos de Guerra.
En el mes de Noviembre pedí 48 horas de permiso para asistir al entierro de mi querida madre ( q,e.p.d.). Cuando llegué ya se había efectuado el sepelio, pero mi hermana consiguió retener en el deposito del cementerio los queridos restos y pude darle el emocionado beso de despedida. Presencié como la colocaban junto al cadáver de mi padre y las ultimas paletadas de tierra.
Seguí destacado en la
posición de la Ermita, turnándonos los oficiales para bajar a los distintos
servicios que teníamos que efectuar, entre ellos a los Consejos de Guerra que en
aquellos días se estaban celebrando.
Todos los días me levantaba al toque de diana pues la escasez de oficiales se hacía sentir y había que vigilar los servicios, no solo de armas sino los económicos, y luego bajar a recibir las instrucciones del mando,
Por las tardes, después de terminada la instrucción teórica a la tropa, paseaba por los alrededores acompañado por mi mujer, que le convenía reponerse y, lo que era más preciso, distraerla y levantarle el ánimo, tan decaído por los sufrimientos pasados. Desde esa altura dominábamos la ciudad de Oviedo, veíamos el Monte Naranco, todo verde. Se veían los destrozos en la torre de la antigua y hermosa catedral, las casas que habían sufrido los violentos bombardeos y el ambiente que se notaba en los trabajadores, sobre todo en algunos cuyas miradas parecían encerrar odio y rencor. En la parte baja se veía la estación de ferrocarril y los mozos moviéndose en sus servicios que efectuaban con desgana. Lo peor era la expresión que ponían cuando se encontraban con otros. Gesticulaban y parecía que amenazaban a alguien.
Mi mujer sentía miedo. Otro
día, paseando a media ladera del monte, apareció entre la nieve caída la noche
anterior unas letras que ponían U-H-P. Los obreros que había en una taberna
(Chigres) de la carretera me miraron con hostilidad y esperaban ver mi reacción.
Al día siguiente di parte de lo ocurrido, pero la tranquilidad de mi mujer era poco confiada y la vi llorando. Me pidió que la sacara de Oviedo. Entonces solicité una vacante en el Grupo de Fuerzas Regulares de Melilla y en el mes de abril pude salir de Oviedo con toda mi familia.
Notas del editor
El
capítulo "la Liberación de Oviedo" ocupa las cuartillas número 131 a 134, en la
que empieza el siguiente capítulo "Comentarios de la prensa y amigos". He
considerado sin embargo más adecuado añadir como final el texto que empieza en
el párrafo "Seguí destacado..." que está en la cuartilla número 139 y el dorso,
manuscrito, con la numeración 140, ya que parece estar trastocado y resulta más
coherente aquí.
La que en el texto se llama "ermita de San Pedro" actualmente recibe el nombre de "Iglesia de San Pedro" o "Iglesia de San Pedro de los Arcos". Puede verse aquí una foto actual de la iglesia.
Cerca
de la Iglesia de San Pedro hay actualmente un monumento en memoria de la famosa
miliciana Aída de la Fuente (León, 25 de febrero de 1915 - Oviedo, 13 de octubre
de 1934), heroína de la revolución de Asturias, que merece algunos comentarios.
Según Wikipedia y otras
fuentes "Aida Lafuente perdió la vida en las inmediaciones de la iglesia de
San Pedro de los Arcos de Oviedo, en pleno enfrentamiento con la 21ª Compañía
comandada por el teniente coronel republicano Juan Yagüe. Estaba intentando
frenar, casi en solitario, mediante una ametralladora situada en la cota de San
Pedro de los Arcos, el avance del ejército (tropas de la Legión conducidas por
el General Francisco Franco) en su definitiva neutralización de la Revolución de
1934".
Según el texto de RMV, "la cota de San Pedro de los Arcos", no fue tomada por la compañía de Juan Yagüe sino por la suya propia, la 3ª compañía del 1er. Batallón del Regimiento de Infantería nº 3. Hay sin embargo dos datos que niegan la posibilidad de que hayan sido las armas al mando de RMV las que causaran la muerte de Aída. Por una parte, RMV dice "Tomé las disposiciones necesarias, sosteniendo un breve tiroteo, huyendo los rojos y conquistando dicha altura" lo que no parece indicar que hubiera resistencia ni muertos. Por otra parte, aunque en el texto de RMV no quedan claras las fechas, en su Hoja de Servicios se dice que "el día 17 fue trasladado con toda su compañía a San Pedro de los Arcos (Oviedo) donde quedó destacado hasta el 14 de noviembre". Como la muerte de Aída se produce el 13 de octubre, podemos pensar que, bien murió como consecuencia de disparos a distancia, o bien que la cota de San Pedro de los Arcos fue tomada de nuevo por algunos milicianos desde el 14 hasta el 17 de octubre.
El
Instituto de Enseñanza que está situado actualmente junto a la Iglesia de San
Pedro tiene por nombre "Aida de la Fuente". Aída también tiene dedicada una
canción de Victor Manuel y otros muchos honores. La explicación de la fama de
Aída puede sorprender, ya que en la Revolución de Asturias murió mucha gente,
hombres y mujeres. La explicación posiblemente sea que el padre de Aída, Gustavo
de la Fuente González, fundador del partido comunista en Oviedo, era entonces un
alto dirigente sindical, ocupó cargos durante el Frente Popular y trabajó para
el Ministerio de Propaganda durante la guerra civil. Parece ser que el cartel
"Heroínas de la Independencia y de la Libertad en España" (ver)
en el que aparece Aída junto a Agustina de Aragón y Mariana Pineda, fue diseñado
por su mismo padre.