La Revolución de Asturias

Texto de Reyes Martínez Vera
Edición y notas de JCMC

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    En el año 1934, como ya he indicado, llevaba cerca de cuatro años de capitán en La Legión. Durante ese tiempo estuve turnando en los distintos destacamentos que tenía mi Bandera. Dos años antes pasé por el doloroso trance de que enfermara un hijo mío, de dos años de edad, con pleuresía que no pudo ser combatida, ya que entonces no se tenían los antibióticos de hoy día. Fue empeorando hasta que lo traje a Melilla, al Hospital Militar, donde le operaron. Pero dado su estado de debilidad no resistió, falleciendo horas después. Mi sentimiento fue grandísimo y no he olvidado la bondad de su angelical sonrisa, sus balbucientes palabras, el color de su pelo rubio y rizado y el azul de sus ojos.

    Después del fatal desenlace, deseábamos irnos destinados fuera de aquí ya que el clima de Melilla era por aquel entonces perjudicial para los niños y donde la mortalidad era muy elevada. Además la falta de estabilidad de mi casa por los continuos destacamentos hacía que no pudiéramos atender debidamente a los demás hijos pequeños. Y ante el miedo de que se repitiera el caso, decidí solicitar las vacantes que fueran saliendo.

    A final de julio salieron dos vacantes en Mahon y en la segunda fue destinado otro mas moderno que yo. No quise hacer ninguna reclamación, y lo dejé a la suerte. Después me alegré ya que dos años mas tarde, durante el Alzamiento, fusilaron a todos los Jefes y Oficiales, entre ellos mi cuñado, así como a los muchos amigos que tenia por haber estado destinado en mi época de Alférez y de Teniente.

    Luego enfermó otra hija mía de colitis, pues las aguas no eran buenas, y salieron dos destinos, uno en Lérida y el otro en Oviedo. Recuerdo que nos era indiferente uno u otro y, dejándolo a la suerte, decidimos mi mujer y yo elegir la que resultara lanzando una moneda al aire. Salió Oviedo y de esta forma tomé parte en los sucesos que ensangrentaron Asturias.

    Me incorporé con mi familia el 28 de agosto de 1934. Nos hospedamos en un hotel unos días hasta que el 15 de septiembre pude encontrar un piso. Quince días después nos acuartelaron dejando a mi familia sin conocer a los vecinos, ni amistades que pudieran ayudarla.

DEFENSA  DEL CUARTEL DE PELAYO

Empezaron los primeros disparos que pronto se generalizaron y el cuartel de Pelayo fue atacado con fuego de fusilería y de artillería. Lo mismo ocurrió al cuartel de la Guardia Civil y como no podía ser defendido por que era un edificio de nueva construcción y bastante grande, se organizó la retirada a nuestro cuartel. A mi me tocó la protección de dicha retirada y con mi Compañía salí colocándome a todo lo largo del trayecto para proteger a las familias de los Guardias y de los Jefes y Oficiales, que tomaron las disposiciones de protección avanzando. Durante la retirada, mataron al Comandante Bueno de la Guardia Civil y a varios soldados de mi Compañía, que lo fueron al querer rescatar el cadáver de dicho Jefe.

No pretendo hacer el relato de toda la Revolución de Asturias, pues plumas mas autorizadas que la mía ya lo habrán hecho y únicamente citaré la parte que tuve y mi intervención.

Los milicianos, en numero de mas de treinta mil, se adueñaron de la mayor parte de la ciudad, quedando varios reductos aislados: el Gobierno Civil, Telégrafos, la Casa Blanca de la calle Uría, la Catedral, la Cárcel y el cuartel de Pelayo.

Nota del editor: En Artehistoria, en el artículo "La Revolución de Octubre" del catedrático de Historia Contemporánea Julio Gil Pecharromán,  http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/contextos/7207.htm se dice que tras la revolución "Se dictaron veinte penas de muerte pero sólo se efectuaron dos, la de un obrero que había cometido varios asesinatos y la de un sargento del Ejército, pasado a las filas revolucionarias". Probablemente se refiere al sargento Vázquez.

De mi compañía era el celebre Sargento Vázquez. En los pocos días que lo tuve bajo mi mando, me di cuenta de su falta de moral y cuando se le dio la orden de que se incorporara al cuartel no se presentó. Días después supimos que se había unido a los rojos, con el celebre "Pichulato". El Sargento Vázquez, fue a registrar las casas de de los militares con el pretexto de requisar las armas. Fue a la mía y mi mujer se llevó un gran susto. Se apoderó de las botas mías de montar y, al preguntarle mi mujer, dijo que yo no las necesitaría ya. También dijo: "Su marido es un buen Capitán, pero si me tropiezo con él tendré que matarlo". Mi pistola no la encontraron; yo la había dejado en casa por si tenía que hacer uso de ella mi familia para defenderse en el ultimo momento y además porque yo tenia en el cuartel una de mas potencia, como eran las reglamentarias del 9 largo. Doy gracias a Dios de que no encontraran la pistola en mi casa, pues seguramente hubieran tomado alguna represalia con mi familia.

Los días trascurrieron con pocos víveres en mi casa. Estaban racionados a la mínima expresión, disminuida además por los escamoteos de la criada, de ideas comunistas, que al volver a la casa con las tarjetas de racionamiento y la cesta llena para los seis de mi familia, se quedaba ella con mas de la mitad diciendo que el Comité le daba mas a ella y una quinta parte a mi familia, quedando casi hambrientas y sin poder hacer nada.

En el cuartel de Pelayo también se notó la falta de víveres , pero se hicieron algunas salidas con una compañía para comprar en gran escala lo necesario para la tropa y los oficiales, pero a los dos días las tiendas estaban saqueadas por los milicianos y hubo necesidad de racionar lo que teníamos. Se intensificaron los ataques, sobre todo nocturnos, que el enemigo aprovechaba para aproximarse y lanzar granadas de mano y lanza llamas para incendiar los sótanos. Nuestra vigilancia era grande en esa parte pues allí se habían refugiado las familias de casi todos los Jefes y Oficiales del Regimiento. Yo no tuve esa suerte, pues nadie me había advertido de que podían refugiarse en ellos.

Por el prestigio que me daba el venir de la Legión y además por mi propio espíritu y honor, pedí con mi compañía el puesto de mas peligro, que era el de la parte exterior del cuartel que estaba dominado por la carretera que desde la Fábrica de Armas se dirigía hacia la estación de ferrocarril. El cuartel de la Guardia Civil, una vez evacuado, fue enseguida ocupado por los rojos y desde allí nos tiraban con toda clase de armas que batían el patio del cuartel de Pelayo donde estábamos defendiéndonos, por lo que hubo que levantar algunos traveses con sacos terreros, y preparé en estado de defensa la parte exterior.

Pedí todas las armas automáticas posibles y situé las ametralladoras cruzan
do fuegos así como los fusiles ametralladores. De esa forma pude contener todas las avalanchas rojas. Por la noche se intensificaba la vigilancia, acostumbrándonos a la oscuridad de la noche y con el oído muy atento; entonces se producían los ataques mas furiosos del enemigo. Así pasaron doce días de fatiga sin descanso contando las estrellas con la esperanza del nuevo amanecer que nos trajera la victoria.

Cada día se iban reduciendo los víveres y a partir del día 6 se redujo a un solo plato por día , tanto para la tropa como para los oficiales, pues todos comíamos igual. De las municiones hubo que tener un control mas efectivo e imponer la disciplina de fuegos. Muchas veces hacia callar nuestro tiroteo con el silbato que tenía.

El día 6 la furia roja se desató y nos tiraron con mas intensidad con morteros y artillería de grueso calibre, pues del mediano ya recibíamos muchas andanadas. La artillería no descansaba y como se posesionaron de las piezas que robaron los rojos de la fabrica de armas de Trubia, caían con mucha precisión dentro del cuartel y de la explanada donde efectuábamos la defensa, teniendo que permanecer dentro de las trincheras. Quedábamos envueltos por el polvo de las explosiones; algunos ya no se levantaban más y el porcentaje de bajas era muy elevado.

En esos días se produjeron los asaltos mas audaces del enemigo. Al principio había 600 hombres que al final quedaron reducidos a la mitad, entre bajas y enfermos. El Comandante Jefe Sr. Vallespín estaba muy preocupado por la situación, y seguía en comunicación por radio con el Coronel Navarro, Jefe del Regimiento que, con la plana mayor y el Comandante Caballero, dirigía desde el Gobierno Civil la defensa de la Plaza de Oviedo.

Se nos dio la noticia, que había sido recibida confidencialmente, del proyecto de asaltar el cuartel de Pelayo con todas las fuerzas de los mineros de la cuenca del Nalón y nos dijeron que tomáramos todas las precauciones posibles.

Empezó la gran embestida que continuó toda la noche. Los rojos se aproximaban a nuestras trincheras. Las ametralladoras crepitaban constantemente. Los sirvientes tenían que ser relevados cada media hora por el cansancio que producía estar tan pendientes de la situación y como en los cambios inevitables de los cañones se producían bajas era el motivo de relevarlos en tan corto espacio de tiempo.

El enemigo lanzaba oleada tras oleada y nuestras armas hacían muchas bajas que contenían el entusiasmo de los rojos. Al amanecer de cada día se veían a diez o quince pasos de nuestras líneas muchos cadáveres enemigos, nuestras bajas iban también en aumento.

Tras
la fracasada intentona de varios días en que los rojos atacaron sin conseguir apoderarse del Cuartel, quisieron hacer un alarde de atacar en masa. A media mañana fui llamado al interior del cuartel para recibir instrucciones. El Comandante Vallespin bajaba del observatorio desde donde había visto la afluencia de milicianos que de todas direcciones venían a engrosar los efectivos de los que nos atacaban con la idea de apoderarse del cuartel. Me dio la orden de que cuando se produjera el asalto a nuestra primera línea de trincheras, me retirara con lo que quedara de mi compañía al interior del cuartel, para continuar la defensa desde el interior todo el tiempo que pudiéramos resistir y evitar que no se pudiera cerrar la puerta.

Me dejó la iniciativa para que calculara yo el momento de dar la orden de retirada. Cuando sal! a las trincheras fui con el decidido propósito de no retroceder y juré no abandonar las líneas avanzadas. Pensé era mejor morir con mis soldados que meternos dentro sin medios de defensa y, lo que es peor, sin gloria ni honor.

Ante ese dilema dije a mis soldados que todos defendieran sin desmayo el puesto que tenían, prometiendo bajo juramento que aunque pasara el enemigo por encima de nosotros seguiríamos combatiendo hasta morir si preciso fuera, combatiendo para hacer honor a nuestra bandera y nuestra Patria. Todos prometieron no abandonarme y seguir a mi lado.

Estaba yo en el centro de la líneas de trincheras para acudir en el momento de peligro a la parte en que pudiera haber alguna filtración de los rojos. Así fue en efecto. Las oleadas se sucedían constantemente. El enemigo, muy numeroso, puso pie en nuestras líneas y entonces, con los dos pelotones que tenia de reserva, me lancé al contraataque consiguiendo todas las veces expulsar al enemigo. Así fueron diezmados muchos de ellos. Hubo momentos en que las bajas propias dejaban muchos vacíos en las trincheras y entre los muchos muertos que teníamos cayó para siempre el cornetín de ordenes, muchacho muy animoso y valiente. Por fin, al declinar la tarde, aflojaron en intensidad los ataques enemigos.  Llevábamos mas de 30 horas seguidas sin descanso ni alimentos pues no había tiempo ni para abrir las latas de sardinas de que disponíamos para no perder un momento en la terrible lucha entablada.

Después cuando había aflojado mucho el tiroteo relevé una tercera parte de los efectivos para que se tomaran un café caliente que del interior nos habían preparado.

Por la noche los ataques volvieron a intensificarse con gran denuedo. Era la noche del día 10 y los rojos querían apoderarse del cuartel antes de la llegada de las fuerzas que venían a liberar a Asturias.

Amaneció el día 11 y se notó que disminuían los ataques y que la mayor parte del enemigo se retiraba pues ya se oía el tiroteo de los legionarios y regulares que combatían en el Monte Naranco.

Al amanecer del día 12, día de la Virgen del Pilar, entraron las tropas. Primero se sintió con mas intensidad el fuerte tiroteo y finalmente las fuerzas liberadoras de la Columna del General Lopez Ochoa entraron en el cuartel de Pelayo. Por fin habíamos vencido.


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