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Dramáticos episodios de la fracasada revolución de Asturias
(De nuestro enviado especial <Julio Romano>)


El Cuartel de Pelayo.
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 El sargento Diego Vázquez Carballo, que desertó dos días antes de la revolución, atacó el cuartel de Pelayo. - Los soldados y la oficialidad defienden heroicamente el parapeto. — Muere en la evacuación del cuartel de la Guardia civil el comandante señor Bueno. - "Señora, su marido es un buen capitán..

 HOMBRES QUE NO POSEÍAN NADA FUERON LOS DUEÑOS DE TODO. -   UNA ORDEN DEL COMANDANTE JUSTER. -  EL CAPITÁN REYES PIDE UNOS PETARDOS DE TRILITA. - EL TENIENTE DE REGULARES QUE HABÍA VENIDO A CASARSE A OVIEDO. EL SARGENTO DESERTOR Y LA MUJER COMUNISTA. - SE LLEVA EL UNIFORME DE SU JEFE Y UNAS BOTAS.  - «NADIE HARÁ DAÑO NI A USTED, NI A SUS NIÑAS»

 Los mineros asturianos, al huir de Oviedo, incendiaron montones de casas y edificios públicos. La masa proletaria—montón de carne  negra y dura—había sido durante unos días dueña de una ciudad, y en un instante lo perdió todo, encontrándose de nuevo pobre y miserable. Al salir del sueño revolucionario, aquellos hombres miraron con tristeza sus manos vacías. Habían tenido entre sus dedos de acero el cuerpo sensual y esquivo de la capital y se les había escapado. Y el estampido de la dinamita—la voz bronca y terrible de la masa—llenó de cicatrices Oviedo, como la mano brutal del hombre del burdel deja su huella en el blando cuerpo de su amante.

Como el carbón se hace ascua con el fuego, así a aquellos obreros los convirtió en lumbre la propaganda extremista. Había que conquistar la ciudad, con sus palacios burgueses, sus comercios ricos v espléndidos, sus Bancos llenos de dinero, sus teatros y lugares de diversión. El hombre trabaja por el botín, y las plumas sagaces de los jefes revolucionarios habían escrito en los panfletos clandestinos que todo aquel maravilloso tinglado de la ciudad pertenecía a los mineros. Los que iban a abolir la propiedad peleaban por apoderarse de ella, y así aquellos miles de hombres que no poseían nada eran dueños de todo. Fueron los «amos de Oviedo», y sólo convirtieron a Oviedo en escombros cuando ya no les pertenecía.


"Uno de los heroicos defensores del Cuartel de Pelayo, el capitán del regimiento Num. 3, señor Reyes Martínez Vera."
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 «¡COMPAÑEROS, NO TIRÉIS!»

 Pero Oviedo no fue completamente de los revolucionarios Hubo algunos sitios—muy escasos—donde la furia demagógica tropezó con una resistencia férrea, roquiza. El cuartel de Pelayo fue uno de ellos. Si los rebeldes llegan a tomar este reducto, la ciudad hubiera sido por completo de los asaltantes y quizá se hubieran apoderado de toda Asturias.

Pero las fuerzas que había en el cuartel resistieron heroicamente durante muchos días el temible asedio. Había en Pelayo—nombre simbólico—unos 400 hombres del Regimiento número 3. Desde allí se habían mandado una compañía a la estación y al Ayuntamiento, dos al Gobierno militar y una compañía a la fábrica de explosivos de la Maniova, quedando, por lo tanto, en el cuartel cuatro compañías y una escasa de ametralladoras.

—El día 5—me dice un oficial del Regimiento—, ya atardecido, empezó el asedio del cuartel. Era el comienzo de la jornada. Durante la noche sufrimos un fuego intermitente. Los revolucionarios avanzaban pegados al suelo, haciendo descargas cerradas. En los intervalos se les oía gritar llamando a los soldados: «¡Compa­ñeros, no tiréis! ¡No vamos contra vosotros, sino contra vuestros jefes!»

El día 6 se hizo la descubierta por la compañía tercera del primer batallón, al mando del capitán señor Reyes Martínez Vera, y de los tenientes don José Ramírez Artil y Señor Riaño. A nuestra derecha teníamos fuerzas de la Guardia civil, mandadas por el teniente señor Esteve.  Avanzamos, llegando hasta la carretera del Vasco, donde apresamos a un sospechoso. Al replegarnos al cuartel fuimos hostilizados violentamente.

El 7, el fuego de los rebeldes fue  intensísimo día y noche. Hacían esfuerzos sobrehumanos por apoderarse del cuartel, convertido en fortaleza.

El comandante militar nos mandó un recado, ordenándonos que pasáramos al cuartel de la Guardia civil, que tenía radio, para que se comunicara al Gobierno que los rebeldes disponían de cañones del siete y medio, del diez y medio y del quince y medio. Esta orden la cumplimentó el capitán Reyes, un cabo llamado Pardiñas, que luchó valientemente, y otro soldado.

La artillería de los revolucionarios batía los muros del edificio, abriendo grandes brechas, y el fuego de fusilería caía como granizo.

Las familias de la Guardia civil abandonaron su cuartel el día 9, para refugiarse en el de Pelayo. Se desarrollaron escenas tristísimas y emocionantes. Lloraban las mujeres, y los chiquillos, asustados, se pegaban a las faldas de sus madres, gimoteando temblorosos. Algunos niños preguntaban: «Yo no quiero salir, mamá. No salgas tú, que te van a hacer daño.» Mujeres y niños, con sus escasos petates, salieron protegidos por la compañía y el capitán Reyes y el sargento Herrero. El cuadro era tristísimo.

Por la noche del citado día 9 el fuego contra el cuartel fue violentísimo. Los rebeldes trataron de acercarse; pero fueron rechazados varias veces.

—¿Cuántos revolucionarios atacarían el cuartel de Pelayo?

—El cerco lo formaban unos miles de atacantes, entre los cuales había muchas mujeres que llevaban cartucheras, fusiles y pistolas. Entre el ruido de las descargas se oían los gritos de las mujeres comunistas, que alentaban a los suyos y a veces nos llenaban de improperios.

—Esa misma noche, cuando el fuego era más intenso, el comandante Juster dijo al capitán señor Reyes Martínez que en caso de que el enemigo asaltara el cuartel—estábamos en un parapeto—nos replegáramos dentro del edificio, y para que el comandante supiera el momento en que se retiraba el capitán Reyes y sus soldados, le dio la siguiente orden:


Imagen publicada en el diario ABC el 24 de octubre de 1934.
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«Señor Capitán de la tercera del primero. Caso de tener que retirar el servicio exterior, mandará usted tocar la contraseña del Regimiento repetida tres veces.» y con la orden mandó el comandante un corneta.

El capitán no cumplimentó la orden, despidiendo al corneta. Y dijo inmediatamente a la compañía: «Armad la bayoneta para defender cada uno desde su puesto el sitio que nos han confiado! Antes que retirarnos, preferimos morir . »

 Alentó a los soldados, diciéndoles:

«¡En nuestras manos está la salvación del cuartel y la defensa de la población de Oviedo!» Los soldados cargaron la bayoneta al grito de «¡Viva España!*, y cada uno se dispuso a vender, cara su vida.

De un momento a otro esperábamos el asalto del enemigo. Frente a nosotros había un hormiguero humano que atacaba sin descanso, relevándose constantemente. Desde nuestro parapeto veíamos llegar autos y camiones cargados de hombres y de fusiles.

También llegaban a nosotros los resplandores de los edificios incendiados por los revolucionarios.

Pedimos al comandante de Ingenieros (el día antes habían llegado de Gijón dos compañías de Ingenieros) unos petardos de trilita para lanzárselos a los revolucionarios en el caso de que nos asaltaran. El comandante los mandó, juntamente con cohetes luminosos de observación, con paracaídas. Los petardos de trilita se distribuyeron entre los oficiales y sargentos para a una misma señal tirarlos sobre los rebeldes para contener su empuje. Pero no se atrevieron al asalto...

 SE PELEA SIN DESCANSO. DE LA IGLESIA, AL CUARTEL

 Algunos, rastreando, se aproximaban, pero los segaba nuestro fuego. Otros se protegían detrás de los cadáveres y nos gritaban: «¡Si no os entregáis, os quemamos el cuartel!»

Peleamos sin descanso, rechazando las acometidas del enemigo hasta el día 11, por la noche, que llegó a nuestro cuartel el general López Ochoa, con 300 hombres.

Al día siguiente, la columna de López Ochoa, aumentada con dos compañías del Regimiento número 3, salió, tomando a los revolucionarios varios cañones y reconquistando la fábrica de armas y el cuartel de la Guardia civil. (En el cuartel de Pelayo se habían replegado los civiles con sus familias, los de las fábricas de armas y otras fuerzas.) El día 8, por la mañana, al replegarse la Guardia civil, protegida por la compañía, fue muerto por los revolucionarios el valeroso comandante de la Guardia civil Don Gonzalo Bueno y dos sargentos. Ese mismo día, en la retirada al Pelayo de la guarnición de la fábrica de armas, se incorporó el teniente Don Joaquín Jiménez Patayo. El teniente Riaño sufrió, un desvanecimiento, y se presentó voluntariamente el teniente de Regulares, de Caballería, que había venido a casarse a Oviedo. Se casó a las nueve de la mañana, se despidió de su mujer y se presentó en el cuartel a las once.)

 UN CABECILLA DE LOS REBELDES. EL  SAQUEO DE LA CASA DEL CAPITÁN REYES

 El cabecilla de los rebeldes que con más furia atacó el cuartel de Pelayo fue un sargento de la compañía del capitán Reyes Martínez, que desertó dos días antes de la revolución. Este sargento se llamaba Diego Vázquez Carballo, y su vida en el cuartel era la de un hombre díscolo e indisciplinado. Para castigar sus faltas frecuentes en el servicio el capitán Reyes lo arrestaba, y Diego Vázquez le había tomado ojeriza.

El sargento tenía relaciones con una mujer de vida libre y de ideas exaltadas, que contribuyó a su perdición. Como Oviedo estuvo nueve días en poder de los revolucionarios, todos temíamos que el sargento Vázquez, que conocía el domicilio de la familia del capitán Reyes, hubiera cometido alguna infamia. Cuando las fuerzas reconquistaron la ciudad, el capitán Reyes corrió a su casa, temiendo encontrar su hogar deshecho y muertos los suyos por los revolucionarios, cuyo cabecilla había sido el sargento Vázquez. En efecto, éste había desvali­jado la casa del capitán, llevándose, entre otras cosas, su uniforme y unas botas altas, pero res­petó la vida de la esposa del señor Reyes, de sus tres hijitas y de su madre política. Cuando entró en la casa, al frente de otros revolucionarios, se encaró con la señora de Reyes, diciéndole:

-Señora, su marido es un buen capitán. Como se cruce en mi camino, lo mataré, pero usted puede estar tranquila, porque nadie hará daño ni a usted ni a sus niñas.

Y dichas estas palabras, se dedicaron al saqueo de la casa.

JULIO ROMANO

Oviedo y Octubre, de. ig34

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