Maximiliano E. Korstanje (CV)
Universidad de Palermo
maxikorstanje@arnet.com.arResumen
Los intentos por definir al turismo han alegado en forma reciente, que su complejidad amerita un tratamiento interdisciplinar. Seguramente así sea, pero no por ello podemos pasar por alto las quejas de Paco Muñoz de Escalona respecto a la falta de una epistemología específica fuera del terreno comercial. En vistas de ello, la interdisciplinariedad puede alejarnos de un entendimiento del fenómeno. Dentro de la discusión definimos al turismo como un “ritual de pasaje” asociado (como el sueño) a una función renovadora dentro de la sociedad. Para la instalación de una disciplina de corte turística es necesario identificar prácticas no occidentales de escape o turismo y asociarlas a sus respectivas matrices de producción, a la vez que debe definirse al fenómeno como un ritual de pasaje posible sólo bajo condición de ruptura temporal con el espacio de origen, y de un compromiso de no agresión por parte del anfitrión, a la cual conocemos como hospitalidad.
Palabras Claves: epistemología, Turismo, Hospitalidad, Definiciones.
Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:
Maximiliano E. Korstanje (2014): Turismo, viajes iniciaticos y descanso. Un debate conceptual, Revista Turydes: Turismo y Desarrollo, n. 17 (diciembre 2014). En línea: http://www.eumed.net/rev/turydes/17/viajes-iniciaticos.html
El turismo es una actividad cuyo significado ha sido ampliamente discutido en los círculos académicos y comerciales (Morley, 1990; Botterill, 2001; Tribe, 2006; Reis, 2010; Nechar, 2007; Escalona & Thirkettle, 2011; Thirkettle & Korstanje, 2013). Su versatilidad y diversa aplicación hoy la trasforma en una actividad de gran rentabilidad aclamada por muchos países en vías de desarrollo (Knowd, 2006; Cortes Jimenes & Pulina, 2010; Vanhobe, 2011). En este sentido, la bibliografía especializada enfatiza en su origen exclusivamente desde los inicios del industrialismo como resultado del avance en materia tecnológica y legal que permitieron la introducción del derecho a vacacionar (Pastoriza, 2011; Schluter, 2010; Krippendorf, 2010). Más rápidos, menos costosos, los nuevos medios de transporte modificaron no solo la forma de comprender la movilidad y el desplazamiento, sino que expandieron la posibilidad de veraneo a clases que anteriormente habían estado inmovilizadas (Garrido, 2007; Jarrasse, 2012; Boyer, 2012). Esta postura académica considera que el turismo no ha existido desde siempre, que otras civilizaciones no han tenido acceso a él pues se considera una consecuencia directa de la maduración capitalista y moderna (Fuster 1991; Khatchikian, 2000). Si bien reconoce que su existencia se debe en parte a una institución medieval conocida como Grand Tour, reservado para que los jóvenes provenientes de la aristocracia conocieran diversas comarcas y pueblos durante un tiempo prolongado de viaje (Towner & Wall, 1991, Towner, 1985; Molina, 2003; Korstanje & Busby, 2010; Korstanje, 2012), su génesis y posterior evolución es puramente reciente. Empero ¿hasta qué punto puede ser diferente una excursión a Alejandría en la época de Virgilio y otra a Epcot Centre en la actualidad?.
En trabajos anteriores Korstanje identifica dos tipos de definiciones respecto al turismo, las acumulativas las cuales se inscriben en una tradición que adopta nuevas prácticas y la exhaustiva, propia de la ciencia que prefiere acotar el objeto de estudio por lo que es mutuamente excluyente. Si el subtipo acumulativo comprende “el hecho turístico” incorporando toda una serie de actividades dispersas como el ocio, los negocios, y otras obligaciones; por el contrario, cuando hablamos de una perspectiva exhaustiva, se focaliza exclusivamente en las características esenciales del fenómeno y su función para la sociedad. (Korstanje, 2009b; Korstanje, 2013).
Nuestra definición entiende al turismo por
“Un proceso cíclico cuya función es la dislocación identitaria y desplazamiento físico a un espacio ajeno al lugar de residencia o habitual con fines recreativos para una posterior reinserción cumpliendo temporalmente las necesidades psíquicas de evasión, curiosidad y extraordinariedad propias de cualquier forma de ocio” (Korstanje, 2013c p. 17)
En este breve ensayo, apelamos al sentido de turismo como proceso y “rito de pasaje” que requiere una ruptura geográfica temporal para una nueva inserción en el campo del trabajo una vez que la psique del trabajador ha sido revitalizada. Uno de los padres de la antropología moderna, B Malinowski enfatizó, aun cuando no profundizó, la importancia de la “diversión” como institución presente en la mayoría de las culturas del planeta. Dentro de lo que fue “su teoría de las necesidades”, Malinowski explica que se da una serie de demandas y necesidades orientadas al confort corporal (bodily comfort) sin las cuales la sociedad entraría en colapso. Los juegos, el escapismo o viajes de distracción y las prácticas lúdicas serían parte de este subtipo. La idea, es simple a grandes rasgos, la distancia y lo lúdico operan revitalizando las frustraciones sufridas durante el tiempo de producción de una sociedad (Malinowski. 1944). Por algún motivo, el agua ha históricamente cumplido un rol revitalizante vinculada al descanso y al ocio desde antaño (Korstanje, 2009c; Balsdon, 1969; Toner, 2013).
No menos importante es el hecho que Korstanje & Busby (2010), y Korstanje (2009a) reconocen la tendencia a definir al turismo como un fenómeno comercial, ignorando sus características profundas asociadas a lo político, que nosotros los modernos compartimos con otros grupos humanos. Una gran cantidad de mitologías hablan del inicio y del fin del mundo, también de la importancia que el agua y el fuego revistan en los procesos de creación. Las sociedades viajan de la misma forma y siguiendo los mismos preceptos que los padres fundadores. Los viajes iniciáticos, por regla, confieren un mensaje a la comunidad que debe ser escuchado. Es importante no dejar pasar que el agua no solo es un factor vital de la existencia, sino que denota renovación. Por ello no es extraño, que los turistas modernos expongan sus cuerpos al sol y al agua, de la misma forma que un niño es bautizado dejándole verter un poco de agua en su cabeza. En segundo lugar, el descanso se corresponde con un mandato divino que lleva al sujeto a glorificar el “trabajo”. Dice el antiguo testamento, y Dios viendo que estaba bien por eso descanso al último día. En consecuencia, la revitalización requiere de un viaje “iniciático” que suspenda temporalmente las normas. En ese desplazamiento, la recreación no solo mejor la relación de los hombres y los dioses sino que además elabora un puente entre ellos. Para poner esto en otros términos, existe una relación entre el “pecado” y la “norma”. En este sentido, si el feligrés apela a la confesión para que su pecado sea retirado, es decir su fe en Dios renovada, lo mismo va a hacer el turista, intentar separarse temporalmente de la norma para retornar a su hogar “como un hombre nuevo y renovado”. En esta discusión, los investigadores sostienen que el “desplazamiento recreativo” o viaje “onírico”, figuras en donde el turismo encuadra, pueden observarse en el análisis exegético de diversas mitologías como la judeo-cristiana. De ahí la importancia que el análisis de mitologías tienen para la comprensión del turismo, el viaje y la hospitalidad. Cabe recordar que sin ésta última no hay posibilidad de ethos turístico.
En la investigación turística, la dinámica procesual ha sido discutida por el académico brasileño José Rafael Dos Santos (2005) quien, apelando a diferentes definiciones, admite que el turismo es un ritual procesual, en donde la persona vuelve a su hogar convertida y transformada. Todo espacio cotidiano, admite Dos Santos, es reciclado bajo el signo de la excepcionalidad y la distinción, a la vez que la experiencia turística abre toda una serie de cambios culturales y simbólicos que necesitan imperiosamente del “desplazamiento” para existir. No es tan importante cuan autentica sea la experiencia del turista, sino su función dentro del sistema social. Partiendo de la premisa que el imaginario permite mediar entre la experiencia y el ambiente, Dos Santos propone que el significado “de un paraíso perdido”, derivado de la religión, se corresponde con una de las variables más representativas que promueve el turismo. Sin lugar a dudas, en este punto de discusión Dean Maccannell ha sido una de las personas de mayor influencia, no solo en el desarrollo de Dos Santos, sino también en comprender lo turístico como sinónimo de lo moderno, situado en oposición a lo mágico-totémico (Maccannell, 1988; 2003). Para el antropólogo americano, las culturas modernas estructuran sus relaciones de producción en pos de un valor cultural que les antecede y permite por medio de la confianza estructurar todas las relaciones de la comunidad. Si el tótem se configura para el “primitivo” el productor y estructurador de la identidad de la comunidad, el turismo cumple igual función para la “sociedad secular”, que ha dado un rol secundario a la religión. No obstante, esta clase de espacios turísticos se ha desdibujado hasta el punto en el cual no conciben tradición ni historia, sino a través del consumo masivo. Por ende, los espacios de encuentro propios de los turistas son vacíos y su sentido descansa en la individualidad y “el eterno presente”. El turista sólo recorre nuevos sitios movidos por su curiosidad y su deseo de expropiación visual pero sin ningún tipo de compromiso o intento real de contacto con la comunidad local. El turismo, en Maccannell, es un instrumento de disciplinamiento, control y expropiación. El otro no occidental queda sujeto y cosificado a una merca mercancía de cambio creada para ser distribuida por el ethos capitalista (Maccannell, 2003; 2007; 2011).
Sin embargo, una de las fallas epistemológicas de Maccannell, discutidas por Korstanje evidencia una miopía conceptual nacida por la falta de un abordaje histórico en su desarrollo del turismo. Aun cuando su diagnóstico ha iluminado a una gran rama de la antropología moderna dedicada al turismo, Maccannell hace un trabajo de campo sobre Dinsey-world, y sus observaciones son sólo válidas para estas prácticas de turismo. Pretender ver en el turismo una forma expandida de cosificación es una simplificación conceptual importante. Muchas civilizaciones han construido infraestructuras y prácticas sociales muy parecidas al turismo moderno (Korstanje, 2012). Claro ésta, los historiadores que se ocuparon del turismo hace medio siglo, incluso antes, no visualizaron ninguna forma de práctica similar en la Edad Media, ya que el proceso de “feudalización” y de guerras internas no permitieron ningún tipo de desplazamiento masivo. Empero, no menos cierto es que la edad antigua se encuentra repleta de ejemplos o formas turísticas comparables a la modernidad, tal vez no llevaban ese nombre (sobre todo en mega estructuras asociadas a formas imperiales de poder). No hace falta mucho para revisar la etimología de la palabra vacaciones en alemán (ferien) y portugués (ferias) para darse cuenta que el antiguo vocablo latino feriae, fue el precursor de las “vacaciones modernas”. Los romanos poseían una suerte de licencia otorgada por tres meses (feriae) a los ciudadanos romanos para visitar a sus familias y/o amigos ubicados en las distintas provincias imperiales. Este permiso se confería luego de un año de trabajo lectivo en la administración del imperio. Agobiados, cansados y necesitados de renovar el vínculo con sus grupos de referencias, los romanos usaban las ferias como nosotros hoy lo hacemos con las “vacaciones” (Korstanje, 2013ª; 2013b). Por ese motivo, para una mejor comprensión del fenómeno es vital remitirse a la tesis de “los ciclos vitales”.
Uno de los antropólogos que se ha referido explícitamente al ritual de pasaje como configurador cosmogónico de la cultura ha sido Víctor Turner. En sus respectivos textos, el autor explica que toda sociedad requiere de roles para que sus miembros organicen las formas productivas de trabajo. Cada rol, por tanto, queda sujeto a lo que se denomina “crisis del ciclo vital”. Cuando un joven se encuentra en condiciones de convertirse en adulto, se sucede una serie de rituales con el fin de conferir al nuevo guerrero de los recursos simbólicos necesarios para su nuevo status. En cuanto a tal, entonces el joven es retirado del seno de su familia y sometido a toda una serie de obstáculos fuera de la aldea. Dependiendo de su habilidad para hacer frente a cada situación, el joven será nuevamente re-conducido a su nuevo rol. Este ritual no puede llevarse a cabo sin una “ruptura geográfica”, es decir sin un viaje que lo aleje de las normas de la comunidad (Turner, 1999). La clasificación turneriana de los rituales de pasaje adquieren una naturaleza “procesual” ya que el estado anterior no se corresponde con el devenir del estado actual.
Por el contrario, Mircea Eliade (1968; 2006) considera que los rituales no necesariamente adquieren una naturaleza procesual sino cíclica. El “poder del mito” para la cultura que lo ha creado exige de rituales y prácticas que legitimen su esencia. Su función no descansa en la necesidad de cambio, sino de mantenimiento del estatus-quo. La distancia epistemológica es necesaria para una nueva reconducción, pero al hacerlo, el sujeto no entra en un nuevo status, sino que conserva el anterior. La lógica del mito de Eliade es puramente cíclica, y su función original consiste en revitalizar al sujeto de las diferentes frustraciones y privaciones de su vida activa.
En los estudios turísticos, Jost Krippendorf (2010) ha sido uno de los pioneros en incluir la figura de la “revitalización” al debate epistémico. Dentro del ocio, el turismo funcionaría como un mecanismo de preservación para cuidar el cuerpo y la mente del trabajador. Todas las culturas desarrollan dispositivos e instituciones vinculadas al descanso y la diversión. Para Krippendorf, el turismo sirve como catalizador imponiendo a los sujetos una “consciencia” específica que apela a la configuración del trabajo. Las licencias temporales otorgadas por las vacaciones se corresponden con esfuerzos para nivelar la frustración psíquica que se experimenta en el quehacer cotidiano.
En su conferencia magistral, Luis Fernando Jiménez de Guzmán (2014) argumenta que la conquista de América impone al aborigen una idea forzada de trabajo, la cual lo obliga a abrazar el ocio. El nativo “vivía” para ser feliz, y en vistas de ello, el trabajo no era considerado una obligación. En esta misma línea, el aborigen tampoco vivía para trabajar, sino que lo hacía sólo como condición de supervivencia. Empero, en Europa la situación era harta diferente. La idea de trabajo era condición única de humanidad y superioridad de ciertos grupos sobre otros. Hacer que otros trabajen para uno era visto como signo de estirpe dentro de la nobleza ibérica. El español, en cuya mentalidad preexistía el binomio ocio-trabajo, disponía de toda una serie de mecanismos disciplinarios para cooptar al aborigen en su beneficio. Al hacerlo, el nativo es despojado de su perspectiva original para sistemáticamente explotado. Por ende, el académico colombiano concluye que el concepto mismo de trabajo y ocio se sitúan como discursos ideológicos occidentales orientados al control del otro. Empero, aun cuando J. de Guzmán no profundiza en el rol del ritual de pasaje, la pregunta que surge es ¿cuáles son las similitudes del turista moderno y el nativo americano?.
Siguiendo esta misma discusión, se puede alegar que tanto aborigen como occidental quedan sujetos a sus respectivos ritos de pasaje. Para poder comprender el fenómeno debemos trazar dos círculos, los cuales evidencian dos mundos: el capitalismo moderno y el aborigen. La función del rito de pasaje consiste en introducir un quiebre (separación) por medio de la cual, el sujeto adoptará los valores culturales de la propia comunidad. Estos procesos son siempre liminares y obedecen a una práctica limitada en el tiempo. Como verdaderas “válvulas de escape”, la performance de los ritos emulan los valores contrarios a la sociedad que les ha dado origen. Aquellas sociedades situadas anteriores a la conquista en donde se desconocía la idea de trabajo y acumulación, los ritos de pasaje estaban marcados por el sacrificio. Por ende, el joven debía de ser sometido a una suerte de flagelación para demostrar ser merecedor de pertenecer a la comunidad. La literatura etnológica latinoamericana es abundante respecto a la separación de diversos jóvenes quienes eran enviados a los montes y lugares alejados quedando sometido a toda una serie de pruebas de fuerza y resistencia. Este desplazamiento liminar que acompaña la nueva figura del sujeto se lo conoce como “viaje iniciático”. Dicho desplazamiento consiste en la transmisión oral o escrita de experiencias hostiles que marcan la propia identidad del viajero con el fin de que adquiera una misión en la vida (Eliade, 1974, Malinowski, 1986; Myerhoff, B. 1982, Van Gennep, 2011).
Por el contrario, en las sociedades modernas y postmodernas, los sujetos quedan expuestos a una serie de frustraciones cotidianas promovidas por la competencia individual impuesta por el mercado de trabajo. El rito de pasaje en estas condiciones adquiere una naturaleza inversa, confiriendo al trabajador no solo un tiempo necesario de descanso sino que lo libera de todas sus restricciones, llevándolo hacia la exacerbación de todos sus sentidos y al hedonismo. En perspectiva a ello, el turista moderno es esquivo a la posibilidad de entablar relaciones duraderas con los nativos y con otros turistas. Ellos son expuestos a un pasaje de revitalización que luego lo ha de conducir a su status de trabajador. No es extraño observar como en lugares marcados por el turismo internacional, los connacionales no interactúan entre sí. Ellos requieren de la no interacción, como si durmieran en cámaras de creo-preservación, para poder revitalizarse. Si bien en ambos subtipos el aislamiento es estrictamente necesario, lo que difiere es la “performance” en los rituales de pasaje. El sufrimiento se antepone como respuesta o alternativa en aquellas comunidades originarias que no conocían la explotación capitalista, y por ende, su vida cotidiana estaba marcada por la falta de una competencia individual. Por el contrario, cuando el mercado moderno organiza las relaciones de producción dispone de una explotación sistemática sobre la fuerza de trabajo, dejando la puerta entreabierta para el ocio.
Por lo expuesto, es necesario re-conceptualizar, en primer lugar, al turismo explorando sus posibilidades como ritual de pasaje, e inscripto dentro de un sistema social más complejo. Las formas de producción de una comunidad humana requieren de dispositivos que ayuden a regular ese proceso. Desplazarse para queda sometido a nuevas reglas, y normas para luego ser reconducido en un nuevo o igual estatus, es una de las características esenciales de los ritos de pasaje. Para poder darle un marco legal y simbólico a esta práctica los grupos humanos disponen de una serie de instituciones que protegen la integridad de sus miembros como ser licencias (venidas del lat. Feriae), vacaciones, excursiones de caza, y o rituales iniciatorios etc. Para la instalación de una disciplina de corte turística es necesario identificar prácticas no occidentales de escape o turismo y asociarlas a sus respectivas matrices de producción, a la vez que debe definirse al fenómeno como un ritual de pasaje posible sólo bajo condición de ruptura temporal con el espacio de origen, y de un compromiso de no agresión por parte del anfitrión, a la cual conocemos como hospitalidad.
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