TURyDES
Vol 4, Nº 9 (febrero/fevereiro 2011)

GÉNERO Y COMERCIO INFORMAL EN DESTINOS TURÍSTICOS. EL CASO DE LAS VENDEDORAS DE PLAYA EN LOS CABOS, BAJA CALIFORNIA SUR, MÉXICO

Alba E. Gámez, Antonina Ivanova y Tamar Diana Wilson (CV)



Introducción

El turismo se ha convertido en un sector dinámico a nivel mundial. En el caso de las economías pequeñas, debido a sus desventajas comparativas, ha representado una oportunidad para beneficiarse de los cambios en la tendencia del mercado turístico, a partir del atractivo de sus recursos naturales, la apertura de sus economías a la inversión extranjera, y los bajos costos de transporte, por mencionar sólo algunos factores. El turismo, así, se ha visto como favorable por las oportunidades que ofrece en términos de trabajo, de atracción de inversión extranjera y del desarrollo de vínculos intersectoriales. Sin embargo, es innegable que ese sector también implica elementos negativos como el predominio de las corporaciones multinacionales, la falta de control sobre los ingresos generados, la demanda de trabajadores poco calificados, los cambios en los patrones tradicionales de producción, la naturaleza de “enclave” de los destinos turísticos, la consiguiente dependencia en los mercados externos, y economías externas indeseables tales como contaminación, sobrepoblación por la excesiva inmigración, y otros problemas sociales (Tisdell 2001; Wilson, 2008).

En Baja California Sur (BCS) tanto los efectos positivos como los negativos mencionados arriba pueden percibirse en las tendencias económicas y sociales recientes (Angeles y Gámez, 2008; Gámez y Angeles 2004). Entre las repercusiones más evidentes destacan las presiones sobre recursos escasos como el agua, en una zona semidesértica; y el elevado aumento en el precio de la tierra que ha redirigido el uso de ésta en favor de oportunidades de negocio vinculadas al hospedaje temporal y a inversiones en segundas residencias o tiempos compartidos, especialmente para ciudadanos extranjeros. Así, las políticas y acciones de crecimiento turístico en la entidad distan de estar en correspondencia con la idea de sustentabilidad. La evaluación del turismo se ha realizado generalmente desde una perspectiva económica, siendo necesario analizar las relaciones sociales que esas actividades auspician, que incluyen importantemente a las de género. Sobre esta última materia hay aún mucho por hacer y, si bien de forma modesta, este trabajo pretende contribuir a ello a partir de una mirada al trabajo efectuado por mujeres como vendedoras ambulantes de playa en Los Cabos, Baja California Sur, como uno de los destinos turísticos más importantes del Pacífico mexicano.

A efecto de lo anterior, se aplicaron 30 encuestas a sendas vendedoras ambulantes durante dos semanas en enero, cuando es temporada alta en Los Cabos: 13 de aproximadamente 40 vendedoras observadas en la Marina que resguarda los botes y donde se reciben los cruceros, en el centro de Cabo San Lucas; y 17 de 20 en El Médano, posiblemente la playa más concurrida de la zona. La encuesta buscaba identificar las características demográficas de las vendedoras ambulantes, averiguar si tenían lazos familiares o de amistad antes de arribar a Los Cabos, si ellas ayudan en la llegada de familiares o amigos/as a Los Cabos, si provienen de comunidades rurales o ciudades, su condición como mujeres vendedoras, y si tienen experiencia o si miembros de sus familias han tenido experiencia en esa actividad antes de llegar a Los Cabos, a efecto de establecer su rol y participación en las decisiones y el ingreso. Las 48 preguntas que integraron la encuesta se dividieron en tres secciones de datos: generales, sobre su arribo a Los Cabos, y sobre su trabajo y aspiraciones.

Este artículo está estructurado en tres secciones. La primera revisa el planteamiento existente en torno al trabajo en el sector informal, y el rol que tienen las mujeres en él. Una segunda parte trata sobre las características del crecimiento del sector turismo en Baja California Sur y sus efectos en los patrones de inmigración hacia las localidades que conforman el corredor turístico de Los Cabos. La tercera sección se refiere a los resultados de las encuestas aplicadas a vendedoras ambulantes de Cabo San Lucas. Por último, se ofrecen algunas reflexiones respecto a la composición y condiciones de trabajo femenino en el caso de las vendedoras de playa en la región cabeña.

1. Género, empleo y turismo

El reto a la concepción de que el espacio natural de las mujeres es exclusivamente el doméstico o privado y que, concomitantemente, el espacio público es la reserva natural de los varones ha significado un logro importante para la comprensión y el desarrollo de mecanismos de acción en torno a las relaciones familiares, sociales, económicas y políticas en prácticamente todo el mundo. La explicación, desde la perspectiva de género, es que vivimos un sistema de relaciones entre hombres y mujeres que, lejos de ser natural, ha sido social e históricamente construido en una condición de desventaja para las mujeres que ha sido suficientemente documentada. Esto es sumamente relevante porque implica que tal situación de desventaja puede y debe ser modificada. Así, el concepto de género ha sido aceptado e incluido bajo la modalidad de declaraciones, programas e instituciones en las agendas nacional e internacional.

En el caso del acceso al trabajo remunerado, la incursión de las mujeres ha sido motivo de discusión por las diferentes interpretaciones que se hacen de sus resultados. Por un lado, esa integración ha sido criticada porque el peso del trabajo pagado no ha implicado que se reduzca el de las labores domésticas y, por otro, se ha señalado su oportunidad como un medio de empoderamiento. Aunque los gobiernos han reconocido el valor del trabajo remunerado y no remunerado (en el hogar, la comunidad o el lugar de trabajo) de las mujeres, también se ha notado que los avances en materia de igualdad no son los deseados.

La disminución de la pobreza de las mujeres generada por el trabajo femenino es matizado por una serie de elementos que muestran la necesidad de establecer mecanismos que eliminen rezagos existentes aún como que, en general, las mujeres ganen menos, ocupen posiciones menores en la jerarquía laboral, engrosen el desempleo en mayor medida, y sufran la continuación de una segmentación horizontal y vertical del mercado laboral. Asimismo, aunque ha habido avances, las condiciones desiguales que siguen enfrentando las mujeres si se les compara con los hombres en el mercado de trabajo se expresan en situaciones desventajosas para ellas, especialmente con relación a los esquemas de seguridad social incluso dentro de la economía formal, donde tienden a ganar menos que los hombres (Mujeres Hoy, 2005).

Por otra parte, la Organización Internacional del Trabajo encontró que una fuente importante de ingresos para las mujeres es el empleo informal, entendido como la realización de actividades remuneradas que no son registradas, que no son de índole criminal, y que no tienen que ver con actividades vinculadas a la economía reproductiva (ILO, 2002: 12). Si se toma en cuenta que la economía informal tiene como característica central la ausencia de beneficios de seguridad y/o protección sociales, la situación de cerca de 60% de las mujeres en los países en desarrollo que laboran en actividades no agrícolas es de indefensión (83% en el caso de África Subsahariana). Para México, el dato era de 55 de cada 100, comparado con una media para América Latina de 58%, de la que se alejaba marcadamente Bolivia con 74%. Ya en términos de la participación de las mujeres en todo el trabajo informal no agrícola, con datos de 1997 a 2000, en México la relación era de 39 mujeres por cada 100, que contrastaba con 60% en Kenia (ILO, 2002: 21).

El incremento del empleo informal ha sido explicado por factores relacionados con la dinámica del sistema económico capitalista. La globalización, caracterizada por una mayor integración económica y competencia, ha estimulado la creación de empleos. Sin embargo, muchos de ellos se generan con condiciones laborales desventajosas para los trabajadores, como con la subcontratación, el trabajo por destajo y/o temporal, y la ausencia de contratos y registros que garanticen acceso a la seguridad social. El impacto de las crisis económicas y el estímulo a la flexibilización de la producción y del mercado de trabajo también han contribuido a la “informalización” de los empleos. De ese modo, aunque existen diferencias en términos de la ubicación en dónde se realiza la actividad, del sector económico, del tipo social y de género (y en ello el grupos social y el género) hay un trabajo informal visible, como en el caso de los vendedores ambulantes, en los que 30 a 90% son mujeres; y también otro invisible, consistente en la manufactura de artículos en talleres o en el hogar, donde entre 35 a 80% son también mujeres (Ibídem).

Estudios sobre el sector informal contienen tipologías para comprender la naturaleza del empleo ambulante, especialmente considerando que junto al empleo marginal coexiste un empleo informal caracterizado por la creatividad, la eficiencia y el éxito económico (ILO, 2002). Así, los vendedores ambulantes pueden ser autoempleados o microempresarios, trabajadores por comisión, o trabajadores dependientes. El vínculo entre el sector formal e informal es alto, considerando que los trabajadores informales se abastecen de empresas que les venden insumos, para ellos mismos producir sus mercancías, o bien los productos terminados (Wilson 1999) que expenden en las calles o playas. Las relaciones sociales van aparejadas a la dependencia o independencia que consigan los vendedores ambulantes respecto a sus proveedores, aunque la subordinación es una divisa común. La década de los ochenta significó el crecimiento del comercio ambulante en América Latina, que mostró un notable aumento de la participación de las mujeres: en ciudades como Guayaquil y Quito (Ecuador), Lima (Perú) y La Paz (Bolivia) ellas constituían aproximadamente 70% de los comerciantes en la vía pública (Ibídem: 108). Aunque se ha avanzado en la identificación

A finales de la década de los noventa, Naciones Unidas condujo un estudio para identificar la relación género-turismo. Con una muestra de 83 países, se encontró que las mujeres integraban 46% de la fuerza laboral de este sector. Este porcentaje era más alto que en la fuerza laboral general, donde de 34 a 40% eran mujeres. En los países donde el turismo es una industria consolidada e importante, la participación de las mujeres representa la mitad de la fuerza laboral del sector (UNED-UK, 1999). Lo anterior demostraba la relevancia que tienen las actividades turísticas para las mujeres.

Estudios posteriores (Williams, 2002) confirmaron esa importancia y añadieron a la comprensión del fenómeno a través de la lente de género. Un panorama similar al encontrado en otras áreas de empleo apareció, en donde los hombres predominaban en el empleo turístico formal, además de que había una división sexual del trabajo que hacía cuestionar que ese sector pudiera convertirse en una fuente de prosperidad de largo plazo para ellas. Como se decía anteriormente, al igual que en otros sectores, la existencia de una segregación horizontal y vertical por género del mercado laboral en el turismo tiende a colocar a hombres y mujeres en ocupaciones diferentes: 90% de los empleos como camareras, en limpieza, lavanderas, cocineras, etc. Son desempeñadas por mujeres (UNED-UK, 1999); mientras que los hombres generalmente son contratados como cantineros, jardineros, obreros de construcción, conductores, pilotos, etc.

Adicionalmente, la segregación vertical se manifiesta en que las mujeres suelen ocupar los niveles y ocupaciones inferiores con pocas oportunidades de crecimiento, mientras que los hombres predominan en los de nivel superior. Aún en el caso de mujeres educadas, el llamado "techo de cristal" interfiere con su desarrollo profesional. Dentro de los factores identificados en tal situación destacan los estereotipos basados en una concepción tradicional de los roles y la identidad de género (las mujeres son vistas como apropiadas para ciertas ocupaciones y ellas mismas se consideran apropiadas, e igual los hombres), y las mujeres tienden a desempeñar trabajos de tiempo parcial y/o temporales en razón de su rol como cuidadora de la familia. Aunque tal situación les puede permitir una flexibilidad, el lado negativo es que obtienen salarios, y oportunidades de promoción y entrenamiento formal menores. Otros aspectos se refieren a la naturaleza estacional de la industria del turismo, o a los menores niveles de educación en las mujeres que las ponen en desventaja al tratar de ganar entrada en el sector formal. Sin embargo, en el primer caso la evidencia debería apuntar a resultados similares para hombres y mujeres y, en el segundo, habría que explicar por qué ellas despliegan ese menor nivel educativo en primer lugar.

Un elemento importante para lo anterior es identificar la composición de las características demográficas de la población trabajadora. En la búsqueda de empleo, la migración se vuelve una solución ante la necesidad de proveer a la sobrevivencia familiar e individual, frente a situaciones de pobreza, desempleo y falta de oportunidades de crecimiento económico y de movilidad social. Los flujos migratorios se producen, generalmente, desde las zonas menos favorecidas hacia las más beneficiadas en términos de fuentes de trabajo, ingreso, opciones educativas y otras expresiones de desarrollo, oportunidades que muy pocas veces logran obtener quienes participan en ellos, por el contrario, tienden a agravar su situación debido al desarraigo, la discriminación racial y social y la violación de sus derechos humanos y laborales, más aún cuando se trata de población indígena, de mujeres y de menores (Durán, 2009).

Así, aunque la migración no es nueva, sí se han desarrollado nuevas características. Una de ellas es que las mujeres tienden a migrar (de acuerdo a datos de Naciones Unidas, en 2005 las mujeres constituían 51% de la migración mundial) para mejorar su propia situación económica y social como individuos y/o jefas de familia, y no sólo como acompañantes (Mujeres Hoy, 2005). El significado de esto es que pueden llegar a tener una mayor autonomía, independencia y desarrollo, en beneficio incluso de sus comunidades de origen si se mantienen las redes familiares o de apoyo. Pero también el proceso migratorio de las mujeres tiene a darse en un contexto de desigualdad, en el que existe violencia física o mental, discriminación de género en la educación, inequidad laboral, y sobrerrepresentación en el sector informal.

En la siguiente sección se ofrece un panorama del crecimiento demográfico y de las actividades turísticas en Los Cabos, a efecto de ubicar el contexto de las actividades de las vendedoras ambulantes en ese destino turístico.

2. Crecimiento turístico y migración en Los Cabos

La década de los ochenta marcó el inicio del predominio de Los Cabos, uno de los cinco municipios de la entidad, las actividades turísticas de Baja California Sur. En 1990 la zona absorbió casi 50 por ciento de los visitantes en el estado, con una tendencia creciente que alcanzó 73 por ciento de los 1.6 millones de turistas en 2008 (Gámez y Ganster, 2010). Anclado en el despegue del centro turístico integralmente planeado (CIPT) de Los Cabos como parte de una estrategia federal, el turismo se ha convertido así en un sector relevante para la economía de Baja California Sur: en 2008 incluía 23.7 por ciento de las empresas, 29.2 por ciento del empleo, 21.8 por ciento de sueldos y salarios, y 32.2 por ciento del valor agregado (Angeles, Gámez e Ivanova 2007).

Sin embargo, las actividades y la inversión turísticas en el estado muestran dos características principales. Por una parte, aunque el modelo turístico se ha comenzado a expandir en la entidad, en su mayoría se encuentra geográficamente concentrado en el sur de la media península, especialmente en el municipio de Los Cabos y en menor medida en La Paz; y, por otra, se fundamenta en proyectos de turismo considerados como tradicionales, que implican un turismo masivo concentrado en los sitios de playa. La derrama económica del turismo ha tenido, sin embargo, impactos negativos sobre el uso y aprovechamiento de los recursos locales, entre los que destacan el agua y el paisaje, y también sobre la forma y proporción en que se distribuyen la riqueza generada.

La relevancia económica del turismo se ha acompañado de un fenómeno migratorio sin precedentes en la media península. En un lapso de dos décadas, la población de Los Cabos creció de 10 mil habitantes en 1970 a casi 170 mil en 2005 (INEGI, 2007), esto es, casi 40 por ciento de los habitantes en el estado. De ser un conjunto de pequeñas poblaciones agrícolas, ganaderas y pesqueras, el municipio (especialmente la franja de 33 kilómetros del corredor turístico entre San José y Cabo San Lucas, y que incluye a ambas localidades) ha pasado a contener más de 14 mil habitaciones de hotel, campos de golf exclusivos, ser visitado por más de un millón de turistas al año, y conformar el núcleo poblacional de mayor dinamismo en el estado, segundo a nivel nacional solamente después de Cancún.

Sin embargo el crecimiento poblacional, estimulado por las necesidades del turismo, no se ha aparejado con una provisión adecuada de bienes y servicios básicos. Aunque BCS es uno de los estados más prósperos del país, y Los Cabos una región más rica que la gran mayoría de las municipalidades, tanto el municipio como la entidad evidencian signos de decaimiento (Angeles et al. 2010). Los Cabos es la segunda región más poblada de la entidad, después de La Paz, ciudad capital, en esa región vivía, en 2005, una tercera parte de los habitantes sudcalifornianos. Como señalan Angeles et al. (2010) Los Cabos es también el municipio más rico en términos del salario mínimo (SM), toda vez que 85 por ciento de la población ocupada percibe más de dos SM. Sólo 15 por ciento de la población empleada gana 2 SM o menos, comparado con el promedio estatal de 24 por ciento. Los mismos autores indican Pero Los Cabos tiene un porcentaje mayor de su población sin agua entubada (22.5 por ciento) y en hacinamiento (43.2 por ciento, comparado con 29.5 por ciento en La Paz, y superando a la media nacional de 40.6 por ciento). También tiene más casas con pisos de tierra (11 por ciento, contra 5 por ciento en La Paz).

Por localidades, colonias como Lomas del Sol exhiben altos grados de marginación en medio de la abundancia de hoteles de y segundas residencias de lujo. La mayoría de los 27 mil habitantes de Lomas del Sol atiende algún aspecto de las necesidades del más de un millón de turistas que anualmente llegan a Los Cabos. Oaxaca, Guerrero, Estado de México y Chiapas son sus lugares de origen más usuales, y se ocupan en actividades como albañilería y construcción, a jardinería, y mantenimiento y limpieza, entre otras. Aunque a nivel nacional el grado de marginación en Los Cabos es definido como medio, más de la mitad de los residentes no ha terminado la primaria, comparado con 10.7 por ciento que se observa en Cabo San Lucas, o 15.7 por ciento de San José del Cabo. Además, una quinta parte de los hogares carece de refrigerador, una cuarta parte tiene pisos de tierra, más de la mitad están en condiciones de hacinamiento, y casi un tercio no tiene agua entubada (Angeles et al., 2010).

La vulnerabilidad de Los Cabos ante cambios en las tendencias de la demanda turística estadounidense es clara en épocas de contracción económica. A raíz de la recesión en Estados Unidos y la alerta por la gripe porcina, el empleo formal cayó en casi una quinta parte: de mayo de 2008 a julio de 2009 se perdieron 12,636 empleos (El Sudcaliforniano, 4.11.09, p. 1). El impacto de la disminución del empleo en la calidad de vida de la población está aún por ser determinado, pero sus efectos negativos no pueden ser menores. Ante ello es necesario promover estrategias que eviten la polarización social y económica vinculada al turismo que se vive en la entidad y especialmente en destinos como Los Cabos. Una reforma del modelo de crecimiento turístico en Los Cabos favorecería la recuperación de los recursos económicos, medioambientales y sociales locales, y contribuiría a reducir su vulnerabilidad frente al mercado estadounidense, del que depende casi exclusivamente. Una estrategia comprehensiva que no sólo base el éxito del modelo en el crecimiento económico sino en una más amplia concepción de desarrollo favorecería, a la vez, la conformación de una sociedad más incluyente para las mujeres y los hombres que la conforman.

En ese sentido, es de mencionar la falta de sensibilidad y sentido común para manejar las presiones generadas por la falta de empleo en el sector formal y las sinergias del sector turismo en Los Cabos. Como ejemplo, se ha destacado como una política municipal la restricción de permisos a vendedores ambulantes en las zonas de playa pero sin considerar los efectos que la limitación del empleo significará para la región en su conjunto. Tan sólo en la playa El Médano operan 1500 permisionarios autorizados por el ayuntamiento, que se afirmó se reducirán a 698, una cantidad demandada por la Asociación de Colonos del Médano (Gómez, 2010), integrada por empresarios establecidos. Sin embargo a esas cifras hay que añadir los que no tienen permiso alguno ni tendrán posibilidad de tenerlo en el futuro cercano. Quejas con relación a la presencia de vendedores ambulantes se refieren al acoso y robo a turistas, además de competencia desleal a los propietarios de establecimientos permanentes. El ordenamiento de los servicios al turista y esquemas de certificación de las playas son deseables, pero es difícil que funcionen como política pública ante la ausencia de una visión comprehensiva y de largo plazo respecto al ambulantaje y las características de su operación, que incluye las acciones de funcionarios o inspectores que permiten la venta sin permisos a cambio de sobornos o extorsión.

Enseguida se presenta una mirada hacia las características de un grupo de vendedoras ambulantes a efecto de identificar, aunque sea parcialmente, las características del ambulantaje realizado por mujeres en la zona de playa cabeña.

3. Mujeres vendedoras en Cabo San Lucas

Durante dos semanas en enero, cuando el número de turistas es generalmente alto en Los Cabos, Micaela Gozalishvili y Ekaterine Ramírez entrevistaron en 2010 a 30 vendedoras ambulantes: 13 en la Marina que resguarda los botes y donde se reciben los cruceros, en el centro de Cabo San Lucas; y 17 en la playa El Médano. Una de las entrevistadoras (Micaela) estima que había aproximadamente 40 vendedoras en la playa (sobrepasadas por vendedores hombres en una proporción de 3 a 2) y cerca de 20 mujeres vendedoras en la Marina (donde la proporción era de 7 a 3). La preponderancia de hombres parece natural considerando que en el año 2000, de acuerdo a Castorena (2006: 205), 3.09 por ciento de la fuerza de trabajo femenina en Baja California Sur estaba ocupada en el comercio ambulante, mientras que sólo 1.41 por ciento de los hombres lo hacía. La mayor presencia de hombres como vendedores en la Marina y en la playa en Cabo San Lucas (CSL) puede explicarse por su mayor número en la fuerza de trabajo: en 2004 había 138,568 hombres pero sólo 68,667 mujeres en la población económicamente activa del estado (Castorena: tabla 2, p. 192). En las siguientes páginas se presenta información básica respecto a las 30 mujeres vendedoras que fueron entrevistadas, y posteriormente se consideran sus aspiraciones. Por último se ofrece un resumen de la información recibida por seis de las vendedoras.

3.1 Información básica de las encuestadas

Parte de la siguiente información se resume en la tabla 1. Con relación a la edad de las vendedoras, ocho eran menores a 20 años, teniendo 15 años las tres más jóvenes. Veintidós mujeres eran de 20 años o más, de las cuales ocho eran mayores a 30 años. Una vendedora estaba en los cuarenta, y dos en los cincuenta, siendo la mayor de 58 años. Catorce de las vendedoras tenían entre 20 y 29 años. Respecto a su estado civil, 12 eran solteras (incluyendo una madre soltera), 14 estaban casadas, 2 vivían en unión libre, una estaba separada y otra era viuda. Sobre su lugar de origen, 18 son de Guerrero, 3 del Estado de México, 2 de Oaxaca y, respectivamente, una de Chipas, Baja California Sur (La Paz), México, D.F., Jalisco (Puerto Vallarta), Michoacán, Puebla, y Querétaro. Las vendedoras de La Paz y Puerto Vallarta tienen padres nacidos en Guerrero. La mitad de las vendedoras (15) hablan alguna lengua indígena además del español, y la mayoría dice que habla un poco de inglés. 12 vendedoras hablan náhuatl, de las cuales 11 nacieron en Guerrero y una en Puebla. Las dos vendedoras de Oaxaca hablan zapoteco y la joven de Querétaro habla otomí. 23 de las 30 vendedoras tienen parientes que también son vendedores ambulantes, y ésas incluyen 12 de las 18 vendedoras de Guerrero, las tres del Estado de México, las dos de Oaxaca, y cada una de las originarias de los seis estados restantes (B.C.S., Chiapas, D.F, Michoacán, Puebla, y Querétaro).

17 de las vendedoras han vivido en Cabo San Lucas por más de cinco años: 10 de ellas son de Guerrero. 10 vendedoras (5 de Guerrero) han estado en CSL por más de diez años. La estancia más larga en este puerto ha sido de 19, 15, y 14 años. Trece vendedoras han vivido en CSL por 5 años o menos, y nueve de éstas son de Guerrero. 28 de las vendedoras conocían a alguien al llegar o eran acompañadas por algunos de sus padres o compañero. De éstos, 8 fueron traídas por sus padres, 3 por sus esposos, una por un hermano, y otra por un amigo de su comunidad de origen.

Hay agrupaciones de vendedores en la relativamente nueva colonia El Caribe (11) establecida por invasión en 2002; en Lomas del Sol (5), colonia que una vez fue conocida por sus pepenadores; y en Mesa Colorada (5), establecida por invasión en 2001. De las 11 vendedoras en El Caribe, 4 viven en casas de renta, 5 en lotes propios, una vive en el lote de su hermano, y otra en el lote de sus padres. Siete de las vendedoras que viven en El Caribe son de Guerrero, dos son del Estado de México, una de Chipas y otra de Puebla. De las cinco vendedoras que viven en Lomas del Sol, tres poseen lotes, una vive en el lote de sus padres, y otra en el de su hermano. Dos vendedoras son de Guerrero, una de Jalisco, una de Michoacán y otra de Querétaro. De las cinco vendedoras de Mesa Colorada, cuatro son de Guerrero, y una del estado de México. Otras viven en las colonias siguientes: dos en Los Cactus (invasión), dos en Tierra y Libertad (invasión), dos en Los Cangrejos, dos en El Arenal, y una en Cabo Fierro (ver tabla 1).

Un tercio de las mujeres encuestadas tienen licencia para vender, de las cuales siete son de Guerrero. Con excepción de una que compró su licencia de alguien más en 450 pesos, cada una paga 1,200 pesos al año por la suya. Aunque una mujer solicitó una licencia y le dijeron que no había disponibles, el alto costo debe desestimular a otras que intenten conseguirlas. Considerando que, al menos en la playa El Médano, existe una política municipal para reducir la presencia de vendedores de playa, parece inviable que las vendedoras las consiga en el futuro inmediato. 23 vendedoras ambulantes han estado dedicadas a esa actividad por más de un año, y 16 por más de cinco años. De estas últimas, 10 han laborado más de 10 años como vendedoras. Una mujer de 58 años del Estado de México sostiene que ha estado trabajando así toda su vida. 14 mujeres de Guerrero (de 43, 31, 27, y 25 años de edad) han sido vendedoras por exactamente 10 años: 3 de ellas tienen licencia para vender. Una mujer de 22 años del Estado de México se ha dedicado a esa actividad desde hace 12 años (empezó a los 10 años de edad), y una de 29 años originaria de Puebla lo ha hecho por 19 años ya. Una vendedora de 36 de Oaxaca ha comerciado desde hace 15 años; mientras que otra de 50, originaria de Michoacán, lo ha hecho por los últimos 13 años. De las siete vendedoras desde hace menos de un año, van desde los 15 años (incluyendo a dos de Guerrero) a los 34 (de Acapulco) y 38 (de Oaxaca).

Sólo cinco vendedoras trabajan por comisión, que va desde 10 por ciento por una caja de puros cubanos (ganando 500 pesos en un buen día como la mujer de 18 años proveniente del Estado de México), hasta 50 por ciento por artesanías y goma de mascar vendidas por una mujer de 23 años de Guerrero, y 50 por ciento en el caso de sombreros vendidos por una mujer de Guerrero, quien gana 30 dólares en un día de buena venta. Otra chica de 15 años de Guerrero gana 15 por ciento de comisión por vender collares que le representa de 5 a 10 dólares al día¬. La vendedora que más gana es una joven de Guerrero, quien dijo trabajar por una comisión de 30 a 40 por ciento, obteniendo 80 dólares en un buen día, vendiendo collares. Ella es la única, de las que trabajan por comisión, que tiene licencia para vender.

15 de las vendedoras se quejaron de la dificultad de trabajar bajo el sol y 7 señalaron ser vejadas por la policía o los inspectores fiscales que supervisan la zona. 21 dijeron que disfrutan su actividad; y 11 de éstas señalaron como razón el que pueden definir sus propios horarios. A siete les gusta vender porque es el único trabajo que encontraron o porque les permite tener un ingreso. Otras disfrutan trabajar junto al mar (2), por el trabajo en sí mismo (1), y otra no pudo explicar por qué.

3.2 Las aspiraciones de las vendedoras de playa

De las 30 vendedoras, 3 no tienen estudios, 12 completaron de 3 a 6 años de primaria, 13 tienen algún grado o han terminado la educación secundaria, y dos tienen algo de preparatoria (una de ellas está estudiando). De las 14 con alguna educación secundaria o terminada, 2 están aún estudiando, y 8 son de Guerrero. Las que no tienen escolaridad son de Guerrero y todas hablan náhuatl, así como español y algo de inglés, además de que todas tienen parientes vendedores.

El nivel educativo y las aspiraciones de las 30 vendedoras se presentan en la tabla 2. Sólo 2 mujeres, ambas de Guerrero, una de 28 y otra de 31, nunca fueron a la escuela. A ambas les gustaría aprender a leer y escribir; una quisiera trabajar en un salón de belleza y la otra como recepcionista en un hotel. Una mujer de 50 años de Michoacán, que solo concluyó el tercer grado de primaria, hubiera querido ser contadora pero aceptaría un empleo trabajando de camarera en un hotel. Cuatro jóvenes (una de 22 años, del Estado de México; una de 15, otra de 19 y de 29, de Guerrero) quisieran estudiar inglés y ser secretarias o recepcionistas en un hotel.

Varias, que han terminado o casi la secundaria, quisieran ser profesoras; una de ellas específicamente de jardín de niños. Una mujer de 23 de Guerrero, quien acabó la secundaria, quisiera ser vendedora al por mayor.

Una vendedora de 22 años del Estado de México, en cuarto semestre de preparatoria, desearía ser asistente ejecutiva. Otra, de 20 años de Querétaro, que ha ido y venido a Los Cabos por siete años para financiar sus estudios, está cursando la preparatoria. Le gustaría estudiar pedagogía y trabajar en un restaurant mientras termina.

Es notable el alto nivel de escolaridad y de aspiraciones de las vendedoras; también destaca la diferencia entre lo que les hubiera gustado estudiar a las mujeres y qué otro trabajo diferente a la venta hubieran tomado. No se puede evitar sentir simpatía por las mujeres que no asistieron a la escuela y quisieran aprender a leer y escribir y por la vendedora de 50 años que no terminó la primaria pero hubiera querido ser contadora. El caso tanto de las vendedoras que disfrutan de su trabajo por el horario flexible (11), como el de las que tienen aspiraciones de acceso a mayor educación para elevar su relativamente marginado estado, apoyan las conclusiones de Josephine Smart en su estudio de los vendedores callejeros en Hong Kong. Smart escribe: “No es el desempleo lo que lleva a la gente a vender en la calle; más bien, es un caso de resistencia activa a la proletarización por parte de personas, cuyas aspiraciones de movilidad social están limitadas por su posición marginada en la sociedad” (Smart, 1990: 271). Sin embargo, varias de las vendedoras mencionaron que el suyo fue el único trabajo que pudieron encontrar, sugiriendo que no había otros empleos a su alcance. Éste es ciertamente el caso de aquéllas con niveles de escolaridad bajos.

3.3. Información acerca de seis de las vendedoras

Se presentan en esta sección los casos de seis vendedoras, como ilustración de la vida del grupo encuestado.

Caso 1. Una mujer, a la que llamaremos Paula (todos los nombres de las vendedoras han sido cambiados), tiene 22 años, está casada, es del Estado de México, tiene dos hijos (una hija de 3 y un hijo de 11 meses). Sus padres son también originarios del mismo estado y son vendedores; su madre lo sigue siendo pero su padre trabaja actualmente en la construcción. Paula tiene siete hermanos, todos mayores que ella, incluyendo 4 hermanos y 3 hermanas. Una hermana es vendedora ambulante en el Distrito Federal, y otra hermana lo es en Nayarit. Una hermana y un hermano son vendedores en El Caribe, la colonia de CSL donde vive Paula, y una tía es vendedora en la Marina. Paula llegó a Cabo San Lucas hace 10 años con su familia; se unieron a primos de ella, y más primos han arribado desde entonces. Paula también ha trabajado en Hermosillo, Son., en Chihuahua y en su natal Estado de México desde que tenía 10 años de edad. Trabaja los cinco días que llegan los cruceros vendiendo sombreros que compra hechos; ha querido comprar una licencia pero se le ha dicho que no hay disponibles. Le gusta poder trabajar en su propio horario, pero se queja del acoso de la policía y de los inspectores fiscales. Paula dice que a veces la policía arresta a los vendedores y los multa con 300 a 500 pesos, y los de inspección fiscal les confiscan toda la mercancía. Al haber terminado la primaria, le gustaría estudiar secretariado y encontrar un trabajo parcial para pasar tiempo con su hijo e hija. Su esposo trabaja en la construcción y Paula ha tenido empleos en un hotel y en una tienda de ropa.

Caso 2. Una de las dos vendedoras de mayor edad, Lupe, tiene 50 años y es originaria de Michoacán. Está casada y tiene 5 hijos que van de los 15 a los 28 años. Sus cinco hermanos y una hermana son menores que ella. Su esposo vino a Los Cabos primero y luego la trajo hace 15 años. Lupe ha trabajado al menos 13 años como vendedora ambulante y lo hace en la playa cada día, vendiendo camisetas impresas con el logo de “Los Cabos.” Lupe obtiene cerca de 25 pesos por cada camiseta que vende y gana entre 300 a 400 pesos en un buen día pero nada en uno malo. Su esposo y cuñado también venden camisetas en la playa, que le compran los tres a un comerciante. Uno de sus hijos es también vendedor. A Lupe le gusta vender porque trabaja las horas que desea, pero se queja de estar en el sol, especialmente en el verano. Tiene una licencia de venta que le cuesta 1,200 pesos al año. Lupe terminó el tercero de primaria, y le hubiera gustado ser contadora. Si no fuera vendedora, buscaría trabajo como recamarera en un hotel. Nunca ha trabajado por paga en otra cosa que no sea la venta ambulante.

Caso 3. Julia es una mujer casada de 28 años que proviene de Guerrero, habla náhuatl, español y un poco de inglés. Tiene cuatro hijos, cuyas edades van de 4 meses a 12 años. Julia nunca ha ido a la escuela pero le gustaría aprender a leer y escribir y trabajar en un salón de belleza. Sus 4 hermanos y 3 hermanas son vendedores en CSL. Llegó a la ciudad hace dos meses, pero ha sido vendedora por 20 años, en Puerto Peñasco, Son. Parientes de su esposo estaban ya en CSL cuando ellos llegaron, y sus hermanos se les han unido desde entonces. Julia vende lentes de sol en la playa, y le quedan 20 pesos por cada par, ganando 200 pesos por día; también trenza el cabello. Trabaja todos los días, pero no tiene licencia. A Julia le gusta la flexibilidad de su horario pero se queja de trabajar bajo el sol, aunque el comercio ha sido su único empleo. Su esposo hace cerámica de yeso.

Caso 4. Isabel es una mujer casada de 28 años que proviene de Guerrero, habla náhuatl, español, y algo de inglés. Tiene dos hijos, de 2 y 4 años, respectivamente. Tiene cinco hermanas, y todas son vendedoras ambulantes en CSL. Su padre trajo a la familia a Los Cabos hace 15 años; lleva en este negocio 10, y nunca ha tenido otro empleo. Vende collares de semillas en la playa, y obtiene 20 pesos por cada uno, recibiendo 300 pesos en un buen día y 50 pesos o nada en uno malo. Isabel tiene licencia como vendedora que le cuesta 1,200 pesos al año, y pertenece a una asociación de vendedores. Su esposo es vendedor también. Isabel terminó la primaria pero le gustaría estudiar inglés. Su empleo favorito sería cuidar niños, incluyendo al suyo propio. Disfruta trabajar en la playa pero encuentra el calor la parte más difícil de su empleo. Se queja de que a veces vende muy poco.

Caso 5. Amalia, una mujer de 38 años, casada con un hijo de 15 años es de Oaxaca. Habla zapoteco, así como español, y completó la secundaria; ha vivido en CSL por casi 5 años. Su esposo vino a CSL gracias a un primo, y fue a Oaxaca por ella. Su esposo solía ser vendedor pero ahora trabaja en la lavandería de un hotel. Amalia alguna vez trabajó en un hotel como cocinera, y tiene como vendedora apenas un año. Vende flautas con forma de animales y gana 100 pesos en un buen día. Le gusta ser vendedora y no encuentra problemas en ello. Amalia trabaja en la Marina, sin licencia, sólo los días que llegan los cruceros. Le gustaría aprender computación, y extraña a su familia.

Caso 6. Elena es soltera, de 20 años, originaria de Querétaro y habla otomí, español y algo de inglés. Es la menor de ocho hermanos. Dos de sus hermanas y uno de sus hermanos son vendedores en CSL. Ha estado en CSL una semana, y se quedará por menos de un mes, pero ha ido y venido (junto a sus hermanos cada vez) durante los últimos siete años. Vende muñecas de trapo que ella misma confecciona en la Marina, ganando 15 pesos por cada una, y recibe hasta 600 pesos en un buen día y 100 pesos o nada en uno malo. Elena sostiene sus estudios de preparatoria con el dinero que gana en CSL. Ha trabajado como ayudante de cocina en su pueblo en Querétaro y le gustaría ser cocinera en un restaurante. Desea continuar sus estudios y está interesada en la pedagogía como carrera. No le gusta vender porque la policía la molesta, pero dice que es una manera de ganar dinero rápidamente.

Consideraciones finales

El papel de la economía informal sigue siendo un objeto de controversia en la literatura sobre el desarrollo económico. Por un lado, los trabajadores en el sector informal se perciben como emprendedores reales o potenciales, capaces de mantenerse a sí mismos y sus familias y de aprender habilidades que les permitan obtener empleos en la economía formal. Por otra parte, son vistos como actores expuestos a condiciones de vida cada vez más difíciles, y a un ambiente hostil que amenaza su seguridad. Aunque se ha encontrado evidencia a favor del primer planteamiento en algunos casos, no puede desestimarse el costo de oportunidad social, y muchas veces personal, que implica dedicarse a actividades en una situación de incertidumbre.

Como se observó en el caso de las mujeres vendedoras, prácticamente todas las encuestadas provenían de fuera de la entidad. De hecho, la migración es el elemento que explica el explosivo aumento poblacional en Los Cabos. Siendo un destino turístico todavía en crecimiento, en Cabo San Lucas un número importante de las mujeres migrantes encuentra oportunidades efectivas de inserción económica. El tema es que tipo (formal o informal) de ocupación remunerada obtienen, su temporalidad, y las condiciones laborales en que se desenvuelven.

Destaca el estado de Guerrero como lugar común de origen, así como las redes familiares o de amistad que las han llevado a realizar su actividad como vendedoras ambulantes en Los Cabos. De las respuestas, encontrar empleo en el sector formal es una aspiración compartida. Por otro lado, aunque sus ingresos varían, con alguna excepción, dependen de proveedores o contratistas con los que trabajan bajo un esquema de comisión por ventas, lo que ha limitado su acceso a programas y servicios de salud y protección sociales. La ausencia de integración, pese a ser deseada, en los esquemas de reconocimiento oficial de su actividad condiciona su indefensión ante las autoridades y el desconocimiento de sus derechos. Asimismo, la ausencia de lineamientos reconocidos legalmente en su trabajo auspicia situaciones de explotación por autoridades fiscales o policiacas, y también de autoexplotación al trabajar largas jornadas en condiciones desfavorables.

Las mujeres pueden sufrir de discriminación específica dentro del sector turístico, pero éste puede también usarse para cuestionar sus roles tradicionales y para dar poder a las mujeres, en términos económicos, sociales, culturales y políticos. Los casos discutidos en este artículo demuestran que las mujeres pueden ser más independientes a través de su involucramiento en las actividades turísticas: al desarrollar nuevos roles en sus familias, hogares y dentro de las estructuras locales de poder. Igualmente, denotan que existe una demanda significativa de educación y entrenamiento por parte de las vendedoras ambulantes encuestadas. De las respuestas, se infiere que consideran la capacitación un elemento importante para el éxito, por lo que las actividades de educación y capacitación deben convertirse en una parte importante de una estrategia de acción para el futuro en las que el sector público y también el privado debieran promover. Hay poca evidencia de capacitación que les permita mejorar su participación en el sector informal; otras restricciones clave, mencionadas por ellas, son el acceso al financiamiento y las lenguas extranjeras.

Así, en el caso de las vendedoras de playa de Los Cabos, consideramos que existe un conjunto de elementos que podrían tomarse en cuenta para el diseño de políticas públicas en favor de ese grupo de trabajadoras, con impactos positivos en la regularización y desempeño de esa actividad económica.

Primero, la venta ambulante contribuye a disminuir la pobreza individual y familiar de las mujeres modificando, a la vez, la estructura de género en el trabajo y en la toma de decisiones dentro de la comunidad y familia.

Segundo, las mujeres que trabajan como vendedoras ambulantes tienen aspiraciones que, en lo general, demuestran su preferencia por otros empleos que pudieran haber realizado de contar con una mayor educación. Sus habilidades podrían dedicarse también a actividades de mayor complejidad y mejor ingreso.

Tercero, de acuerdo a lo anterior, sería necesario que las organizaciones no gubernamentales, el sector privado, los gobiernos y las organizaciones inter-gubernamentales participaran para elevar la capacitación de las mujeres y mejorar sus ingresos, beneficiando no solamente a las mujeres mismas sino también a sus familias, y comunidades.

Cuarto, el apoyo puede ser bajo la forma de medidas específicas tales como capacitación y/o acceso a crédito.

Quinto, atendiendo a que las crisis económicas tienen un efecto directo en el crecimiento sector informal, y que las mujeres participan importantemente en aquél, se deben diseñar políticas tendientes a la reducción de su vulnerabilidad.

El contexto económico y cultural en Los Cabos exige una reflexión sobre la elaboración de políticas sociales, culturales y educativas dirigidas a las mujeres migrantes o que viniendo de fuera ya se han establecido en el lugar, que son las que más engrosan el comercio ambulante en ese destino turístico. Tales políticas son urgentes en el ámbito laboral, pero deben rebasar el mero aspecto económico para que permitan una mayor equidad y el enriquecimiento de la sociedad local. Aunado a esto, la creación de talleres de capacitación, acceso a financiamiento y a asistencia para la planificación legal y financiera de sus negocios les ayudarían considerablemente a superar las limitaciones legales, administrativas y financieras que enfrentan. Asimismo, los patrones económicos impactan en la identidad y relación familiares, fenómeno que requiere de estudios particulares, todavía escasos en y respecto a Sudcalifornia.

En suma, es necesario fortalecer la capacidad de participación tanto de las mujeres como de los hombres a efecto de contribuir a una sociedad más justa. En los lugares donde el turismo tiene un rol tan central como en los destinos de playa, la dupla género y turismo debe ser incluido en los procesos de planeación y toma de decisiones públicas, así como ser parte de esquemas de responsabilidad social corporativa: una pregunta que debiera hacerse es qué sectores de la economía formal cabeña se benefician del comercio informal en sus calles, marinas, y playas. Con medidas como esas, el éxito de las iniciativas de las mujeres en el turismo dejaría de ser resultado sólo del esfuerzo individual para convertirse en componente clave del desarrollo económico sustentable en el municipio de Los Cabos.

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