Miguel Ángel Cruz Pérez
Universidad de Celaya/Universidad Anáhuac Querétaro
riconsoto@gmail.comRESUMEN
Actualmente hay diferentes conceptualizaciones de lo que se entiende por cultura. Hay posturas que vinculan el desarrollo y la cultura y dentro de estos planteamientos existen quienes expresan el grado de aportación, participación o nivel de práctica en términos cuantitativos, es decir, miden las variables culturales.
Es por ello que debería considerarse una visión amplia sobre la relación existente entre la cultura y desarrollo.
En este artículo se analizan algunas de las posturas: Desde las que se le considera poco valorada o no muy relevante como factor de desarrollo. Hasta las que toman en cuenta a la cultura como un factor principal en el grado de desarrollo de las sociedades. También se argumenta y discute la importancia de considerar los indicadores de la cultura en ambas posturas.
Se iniciará, pues con la visión desde el desarrollo humano dentro del PNUD por parte del Romero (2005), para continuar con la visión UNESCO con respecto a los indicadores de cultura para el desarrollo (IUCD). Una vez expuesta la visión del PNUD y de los IUCD se hará un recuento de las posturas sobre indicadores y de una tipología en la que se puede identificar históricamente las posturas desde las que se mide la cultura.
Palabras clave: Cultura, Desarrollo, Variables culturales, Indicadores de la cultura.
ABSTRACT
At the moment there are different conceptualizations of what is understood by culture. There are positions that link development and culture and within these approaches there are those who express the degree of contribution, participation or level of practice in quantitative terms, ie, measure cultural variables.
This is why a broad view of the relationship between culture and development should be considered.
In this article we analyze some of the positions: From which it is considered not very valued or not very relevant as a development factor. Even those that take into account culture as a major factor in the degree of development of societies. It is also argued and discussed the importance of considering the indicators of culture in both positions.
It will begin, therefore, with the vision of human development within the UNDP by Romero (2005), to continue the UNESCO vision with respect to the indicators of culture for development (IUCD). Once the vision of the UNDP and the IUCD is outlined, an account will be taken of the positions on indicators and of a typology in which the positions from which culture is measured can be historically identified.
Keywords: Culture, Development, Cultural variables, Indicators of culture.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Miguel Ángel Cruz Pérez (2017): “La gestión cultural como factor de desarrollo social: indicadores y planteamientos. Primer acercamiento”, Revista TECSISTECATL, n. 21 (junio 2017). En línea: http://www.eumed.net/rev/tecsistecatl/n21/cultura-desarrollo-social.html
Handle: http://hdl.handle.net/20.500.11763/tecsistecatln21cultura-desarrollo-social
Conocer algunas propuestas para enfrentar las dificultades teóricas y prácticas de medir la cultura.
Identificar problemas teóricos que representan las intervenciones al medir la cultura buscando desarrollo.
Conocer tipologías de cultura y valor cultural, de las que se ha partido para generar indicadores de desarrollo.
Raúl R. Romero (2005) nos da una visión desde el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) sobre lo que son los indicadores culturales, haciendo un recuento de algunos de los enfoques que le ha dado la UNESCO y el Índice de Desarrollo Humano a la cultura para considerarla desde una perspectiva que ha cambiado, aunque no del todo, la forma de considerarla y la forma de medirla. El PNUD fue establecido, en la configuración que ahora tiene, en 1965. Ello da una idea de cuánto tardó la ONU en considerar un punto de vista de la cultura y el desarrollo, con el que se hubiese podido lograr un avance (crecimiento) diverso y que por ello habría enriquecido la cultura mundial, de haberse iniciado antes de esa fecha.
Romero (2005) nos dice, ya desde la postura del PNUD que...
Desde la perspectiva del desarrollo humano, el desarrollo de las personas es en última instancia la libertad de las mismas; libertad de optar, libertad de ser. ¿Y, sobre qué se opta y se aspira a ser? No hay duda que sobre el basamento cultural, que resume la manera de ver el mundo. La cultura acumula y sintetiza elementos del pasado –mitos, percepciones y valores- y se nutre de un presente de convivencia con su entorno (…) Más bien, pareciera que cultura y desarrollo son indesligables y multidefinibles en función de sus particulares características (Romero, 2005, Preámbulo, p. 9)
La cultura y el desarrollo son vistos por el autor como indesligables, pero ¿cómo se ha dado esa relación? Porque pareciera que se da mucha más importancia al desarrollo que a la cultura y que ésta última podría incluso quedar fuera de consideración. Tal vez eso era pues no parece comportarse en forma estable, es decir ¿cómo podría siquiera considerársele si no es igual en todos lados, es decir si no es única y universal?
Los proyectos de desarrollo se diseñan y ejecutan sin considerar los factores culturales de cada comunidad, por lo que se asume que, si un modelo funciona bien en un lugar, debe suceder lo mismo en otro. La definición de desarrollo como crecimiento económico, sin considerar otros factores, sigue dominando en la práctica de los especialistas, y en los organismos gubernamentales y no gubernamentales, que son los encargados de implementarlo en el país (Romero, 2005, p. 15)
Entonces, es importante considerar un estudio en el que se aclaren ciertas características de la población para identificar cuáles son esas particularidades (diferencias culturales) a considerar al momento de hacer y aplicar políticas públicas, pues la voz de aquellos que serán afectados por la intervención debe ser escuchada mediante la participación: es esa voz la que hará mucho de lo que se requiere para que las políticas cumplan con el deseo de desarrollo a partir de lo que esa población considera bienestar.
Hay una concepción que ve el efecto directo de la cultura sobre el empleo y el ingreso, y “conlleva implícitamente un contenido utilitario de la cultura, como un indicador más, en este proceso. Es claramente una variable dependiente del desarrollo, que no se encuentra a su nivel, sino que está subordinada a él” (Romero, 2005, p. 21), y que por lo tanto podría pensarse que si se deja de lado poco o nada afectaría pues “la idea implícita de cultura, según esta severa visión de desarrollo, está constituida por expresiones ajenas a la vida productiva y alejada de los problemas realmente importantes de las personas” (Romero, 2005, p. 21), es decir es voluntaria la presencia de la cultura en la concepción (podría decirse concepción tradicional) de desarrollo, donde la cultura depende de la actividad económica.
Se tiene, desde esta perspectiva la consideración de que el desarrollo es autosuficiente donde, la cultura es considerada parte de la economía y por ende se busca desarrollar la cultura con elementos económicos. Y otra perspectiva en la que se considera al desarrollo como parte de la cultura, siendo la cultura la que forma a quienes se encargan de autorizar, pensar e implementar políticas y metodologías para el desarrollo. Vista así, la cultura contiene al desarrollo y hay variantes de desarrollo a partir de la cultura en que se esté.
El desarrollo es visto por algunos teóricos, como autosuficiente, es decir, en el que la cultura es dependiente del desarrollo, y por otro lado es visto el desarrollo como inserto en un contexto cultural. En esta segunda visión se considera que
toda manifestación es un producto cultural; por lo tanto, la economía como el desarrollo material y las creencias que sobre ésta se construyen y se transforman, integran la cultura. No es posible, entonces, separar la cultura de las actividades económicas, y menos aún pensar el desarrollo fuera de la cultura, ya que constituiría un contrasentido (Romero, 2005, p. 22)
Tal vez por ello es que no ha sido eficaz ni eficiente el llevar modelos de desarrollo tal cual se plantean en un lugar, para su aplicación tal cual, en otro lugar, o como nos dice Romero (2005, p. 22) “el desarrollo, necesariamente emerge y se proyecta dentro de un determinado contexto cultural, y en tanto no se reconozca como un proceso anclado en dicho contexto, no podrá ser aplicado a otros contextos con una alta seguridad de éxito o aprobación”.
Vinculando lo anterior a los derechos de desarrollo humano, el Informe sobre Desarrollo Humano 2004 se dedica a la libertad cultural y es donde se señala por primera vez la relación entre cultura y desarrollo, donde la búsqueda de la diversidad cultual constituye una libertad. Con estas ideas puede también suponerse que de dicha diversidad surgirán nuevas y diversas formas y concepciones de desarrollo y que ello supone dificultades insalvables. Pues bien, aquí es donde entra en juego la integración por medio de compartir subjetividades y entenderlas para así asumir la diversidad como una riqueza de opciones. Esa riqueza sólo surgirá cuando sea explotada y surja como un recurso más, ya que
un modelo de desarrollo es el que se adapta a las características de las distintas sociedades, a sus historias y expectativas” (Romero, 2005, p. 24) y es por ello que la participación ciudadana se ha convertido en esencia del desarrollo, pues “son las sociedades afectadas, las que deben definir el concepto de bienestar al cual quieren acceder. Radl señala que lo cultural no es solamente una dimensión del desarrollo sino el dominio en que éste se desempeña, es decir, como fenómeno cultural (Romero, 2005, p. 24)
Si se analiza el caso de la Encuesta Nacional de Consumo Cultural de México 2012 (INEGI, 2014) se toman en cuenta las siguientes características sociodemográficas:
La pregunta sería ¿acaso el modelo de desarrollo del país sólo considera a las poblaciones de 15 mil o más? De allí podría deducirse por qué el campo se ha abandonado paulatinamente y cómo muchas decisiones se toman sin considerar a minorías y se ve la necesidad de ampliar las características sociodemográficas, para considerar alternativas de desarrollo que sean incluyentes.
Considérese la visión de que la cultura está ligada al pasado, es decir, la cultura es una especie de visión museística, donde la cultura de algunos pueblos es considerada como marginal ¿acaso esa visión no considera posible que desde una postura que rescata y convive con tradiciones ancestrales, por llamarla de cierta forma, pueda tener aspiraciones al futuro? ¿por qué se asocia la cultura sólo al pasado? Pues eso es, curiosamente por una postura eurocentrista y decimonónica que permea la cultura de muchas personas e incluso de muchos de los que redactan o implementan políticas culturales.
Romero (2005, p. 25) dice que Arjun Appadurai explica la separación entre cultura y desarrollo, argumentando que la cultura se asocia al pasado, mientras que el desarrollo se asocia al futuro, y es esto último lo que hacen los economistas al definir el desarrollo “alrededor de la planificación hacia delante, de metas hacia el futuro, de las necesidades de la gente, de sus expectativas, y de los planes y cálculos concretos que hay que llevar a cabo para su realización” y considerar esas tradiciones como representaciones de bienestar de dichas culturas y que deben incorporarse a una visión de futuro donde el bienestar (en un sentido amplio) es una prioridad.
Por ello es que si se pretende implementar cambios, es decir intervenir en una cultura, no puede trasplantarse directamente la metodología o los indicadores directamente como se aplicaron en otro sitio de Europa, EEUU, etc., pues “cuando se aplica un proyecto de desarrollo en cualquier parte del Tercer Mundo, también se lleva parte de esa cultura occidental como contenido encubierto” (Romero, 2005, p. 30), tal como se dijo arriba de la concepción romántica europea de la cultura como conservación y preservación de la antigüedad y no como una forma viva de bienestar representada en acciones de la gente puede estar presente entre quienes importan dicho proyecto, por muy bien intencionado que sea. Si de entre los pueblos diversos puede analizarse caminos y opciones, se puede encontrar patrones de comportamiento y similaridades mismas que unan criterios pues
la diversidad cultural, lejos de ser fuente de división, une a los individuos, a las sociedades y a los pueblos, permitiéndoles compartir el caudal constituido por el patrimonio del pasado, la experiencia del presente y la expectativa del futuro (Romero, 2005, p. 39)
Hasta ahora se ha visto lo importante de la perspectiva de desarrollo y de cultura para la UNESCO, pero ya hablando directamente del PNUD lo que sucede es que la categoría de derechos humanos incluye los derechos culturales y éstos aúno no son atendidos con el detenimiento necesario y ello por la relativa corta edad de la perspectiva que considera al desarrollo como inserto dentro de una cultura. Lo importante ahora es trabajar para hacer estadísticas sobre las culturas, enriquecer las perspectivas y cuestionarse sobre la necesidad (económica) de medir la cultura y la forma en que se mide, así como los fundamentos para insistir en esa idea. Así pues,
Los informes presentados enfatizan indicadores derivados de los ingresos económicos (producto interno bruto), de los aspectos de salud social (esperanza de vida medida en años) y de la educación (cantidad de analfabetos y número de habitantes matriculados en escuelas) (Romero, 2005, p. 53)
Donde el mismo autor dice que los indicadores que han utilizado en la UNESCO son las que tienen valor de mercado y que por ello son aplicables a países industrializados que privilegian el desarrollo de medios escritos, audiovisuales y exhibiciones culturales, es decir que para ellos se tomó en cuenta
Y aquí, puede ser claro que se busca, dentro de la Encuesta Nacional de Consumo Cultural de México 2012 (INEGI, 2014), sólo la población urbana, es decir, se hace desde una perspectiva cuya pertinencia y objetivos que no se han discutido del todo y abiertamente.
Otro proyecto que se basa en poblaciones modernas, urbanas es el World Values Survey, que aunque busca detectar actitudes, valores y creencias lo hace desde estados desarrollados, donde hay consumidores y productores especializados pero también un mercado que se encarga de la distribución y no, por ejemplo de comunidades o etnias marginales o rurales que más que pertenecer a un mercado cultural, participan en fiestas y celebraciones comunitarias o rituales, es decir que dejan de lado la dimensión exclusivamente económica. Es así que Romero (2005, p. 55) dice que “es necesario reconocer que existen diversos tipos de indicadores, y que la metodología para crearlos debería definir un marco conceptual” pues las realidades son diferentes de una cultura a otra y no pueden medirse todos en forma de rating. Es, sin embargo, importante destacar la información que puede obtenerse de esta encuesta. Por ejemplo, para México para el 2012 puede verse con claridad que ante la pregunta:
Ahora le voy a leer una lista de organizaciones voluntarias. Para cada una, ¿podría decirme si usted es miembro activo, es miembro pero no activo, o no pertenece a ese tipo de organización? (ITAM, 2012, p. 11)
Puede verse claramente cómo el 77.1 de los entrevistados no son miembros voluntarios de organizaciones. Esta pregunta podría claramente llevarnos a una medición en términos de cómo podría medirse la participación ciudadana en actividades artísticas, educativas o musicales (aunque es curioso que música quede fuera de las artes, tal vez por la definición de “art” para ciertas culturas). Otra situación que se hace evidente es la poca participación, por parte de la población, en organizaciones en general, incluidas las organizaciones para ayuda de la comunidad.
En el mismo reporte se ve cómo la gente, dentro de sus prioridades para los próximos 10 años, plantean tres objetivos, como respuesta a la pregunta
Algunas veces la gente habla acerca de cuáles deberían ser las prioridades de este país para los próximos 10 años. En esta tarjeta se listan algunos objetivos a los que distintas personas les dan la mayor prioridad. ¿Cuál sería para usted el objetivo más importante? (ITAM, 2012, p. 26).
Y en la pregunta sobre lo que es más importante entre a) mantener el orden en el país, b) dar a la gente mayor injerencia en las decisiones importantes de gobierno, c) combatir el alza de precios, d) proteger la libertad de expresión, la mayor parte de los votos fueron para la opción b) dar a la gente mayor injerencia en las decisiones importantes del gobierno (ITAM, 2012, p. 26) puede verse con claridad que la necesidad de participar es consciente pero falta estudiar las causas por las que la gente no participa en esas organizaciones.
Pero ¿cómo vincular esas manifestaciones culturales con las políticas de desarrollo? Porque se ha avanzado mucho en medir el avance de industrias culturales, mismas que se enfocan en la producción masiva y se centran en el mercado, pero ¿qué se propone desde el PNUD para tener unos indicadores de desarrollo cultural? Pues bien, Romero propone tres objetivos, cada uno con dimensiones. Los objetivos son
1) Seleccionar cuáles dimensiones de la cultura son especialmente relevantes para el desarrollo, y por lo tanto prioritarias para ser cuantificadas.
2) Precisar qué aspectos de la cultura son efectivamente cuantificables y cuáles requieren de una metodología ad-hoc para determinar su impacto en la comunidad.
3) Proponer una lista de indicadores culturales que guíen, tanto al estudioso de la cultura como al promotor de desarrollo, en un intento por enlazar ambas áreas hacia un objetivo común (Romero, 2005, p. 59)
De los anteriores objetivos, el primer objetivo tiene dos dimensiones:
1.- Representaciones culturales de la identidad (Cultura inmaterial según la UNESCO, o generadoras de consenso social según Appadurai)
2.- Representaciones del sentido de pertenencia (Cultura como “concepción intelectual de una comunidad que se identifica con su pasado común y un futuro compartido)
Se considera aquí a la cultura como una aspiración al futuro y que considera el pasado como fundamento para ello, es decir que la concepción de cultura como el pasado, ya no se considera como única. Es por eso que se necesita un análisis sobre cómo se tipifican los indicadores, y sobre la medición de lo que es la cultura inmaterial, porque entre otras cosas, “hay indicadores subjetivos, es decir que no dependen de la acción de contar, medir o calcular, sino que están sujetos a la interpretación personal del investigador” (Romero, 2005, p. 67).
Así puede verse la lógica de los IUCD (Indicadores UNESCO de Cultura para el Desarrollo) donde se “considera la cultura no solo como sector de actividad, sino también en términos de valores y las normas que orientan la acción humana” (Alonso y Medici, 2014, Introducción, párrafo 2). Es en los IUCD donde se plantea examinar siete dimensiones normativas clave con sus respectivos indicadores (22 en total) para entender la cultura para el desarrollo:
Esas dimensiones con sus indicadores son la propuesta del PNUD para medir la cultura para el desarrollo, pero es habría que indagar un poco más sobre esa necesidad de medir la cultura, que de por sí ya es tendenciosa, pues como señaló María Ceci Araujo Misoczky en el XIV Congreso Internacional de Análisis Organizacional (XIV CIAO) refiriéndose a los recursos naturales y que bien podría ampliarse a la cultura, esa necesidad de considerarla como cualquier otro prestador de servicios y que por lo tanto debe contabilizarse.
Para entender las formas en que se mide la cultura es necesario incluir posturas ante lo que son los indicadores. En lo este documento se trabajará con los escritos que han conjuntado Lachlan MacDowall, Badham, Blomkamp y Dunphy (2015) donde se habla de las implicaciones culturales de medir la cultura y lo que los sistemas de medición pueden crear, en detrimento de capturar el valor cultural, viendo en dichos sistemas de medición una complicidad con paradigmas económicos neoliberales inflexibles, aún al identificar diferencias culturales.
Según Carrasco (1999, pp. 6,7), para el estudio de los indicadores culturales, ha habido tres escuelas de pensamiento que han investigado el tema:
Para José Pessoa (MacDowal et al. 2015. Pos. 404), unos retos para enfrentar las evaluaciones de las artes y la cultura son
También se señala la búsqueda, desde la economía, por encontrar técnicas que hablen del valor cultural señalando ejemplos de riqueza económica y deseo de pagar por acceso a ella, así como del concepto de retorno social de la inversión. Son estas posturas las que muestran el impacto económico de la producción cultural y las preferencias del consumidor, y más siendo esto último desde la medición de la cultura, pues se considera el consumo cultural como un elemento básico de la política pública.
Mucho de lo que esas preguntas destacan y tal vez por esa necesidad de medir, las preguntas son tendientes a lo político cuando hay mucho por investigar en el campo pues
Mientras los beneficios sociales y económicos propios a la cultura y a las artes también pueden ser logrados por otras actividades, las actividades artísticas y culturales producen un rango de productos que son únicos de las artes y la cultura. Esos productos son lo que se llama valor cultural (Yue y Khan, 2015, pos. 5722-5726)
Es decir, que, si se debe centrar la tarea de la cultura en el valor cultural y la forma de medirlo, se debe incluso cuestionar esa necesidad de medir y más cuando se hace desde otras ciencias o enfoques ajenos a la cultura.
Varios economistas culturales han buscado técnicas para medir el valor cultural con medidas económicas, mismas que hacen visible el impacto económico de la producción y del comportamiento del consumidor y del productor (MacDowal, Badham, Bloomkamp y Dunphy, 2015, pos. 421), pero las preguntas sobre el valor cultural son políticas necesariamente y hay que considerar que
el esfuerzo intelectual y práctico ha de centrarse en el proceso de la política, en sus condiciones de consenso, corrección y factibilidad, en su formación, implementación, impacto y evaluación (Aguilar, 1992, p. 22)
y agrega Aguilar (p. 26), que “es más probable simular que alcanzar efectivamente un acuerdo con los ciudadanos”. Así la medición de la cultura queda reducida a lo que un grupo de personas considera debe medirse y, por ende, a lo que consideran valioso o lo que es más sencillo medir desde su perspectiva; es decir, pone en peligro la diversidad cultural en la decisión.
Por su parte Emma Blomkamp (2015, pos. 2602) nos habla de las implicaciones políticas de la medición de la cultura, argumentando que los esquemas de medición pueden efectivamente crear formas de valor cultural porque el carácter político de la medición actual no debería ser considerado un sustituto de la política y por ello da cuatro dimensiones del valor cultural:
identificando también, seis tipos principales de indicadores culturales existentes en las matrices de valor cultural:
Con lo anterior podemos iniciar el tema de las tipologías del valor cultural, y al frente de los esfuerzos por el tema, está la UNESCO, que lo hace con sus medidas de derechos culturales, industrias culturales e indicadores culturales para el desarrollo; así como la OCDE que desarrolló estadísticas para medir el sector cultural de sus miembros. Tal vez por ello es que Blomkap (MacDowal, Badham, Bloomkamp y Dunphy, 2015) se pregunta el porqué del creciente interés en la medición de la cultura, respondiendo, tentativamente que es por el peso o valor que han tomado los números en nuestra sociedad actual y sobre todo en comunidades donde la confianza y el conocimiento interpersonal son deficientes. Profundizando en el último punto, el de las comunidades con confianza y conocimiento interpersonal deficientes, los números son utilizados como una forma de atacar la desconfianza mediante la medición de pruebas de crecimiento o avance, pero siguen siendo una fachada de objetividad ante la ausencia de importancia de medir algo (claro, también está el uso de estadísticas y encuestas donde lo importante son los números y no se habla del proceso metodológico).
Un aspecto importante de lo anterior es la falta de información estadística de cultura y la formación (e información) necesaria para construirla, así como la metodología y los estándares que guíen el tomar decisiones informadas para el desarrollo cultural. Es eso justamente lo que busca el Institut for Statistics de la UNESCO (UIS), pues pretende sobrepasar la estadística cultural tradicional que se centra en la información de la infraestructura cultural (Pessoa, 2015, pos. 2709), y que muestra que la estadística cultural generalmente tiende a medirse con la dimensión económica y no con la dimensión social simplemente porque es la información disponible (Pessoa, 2015, pos. 2714) y también porque es más fácil medirla así.
Podría decirse que los indicadores son una herramienta para administrar, con evidencias, las políticas públicas (con las reservas antes mencionadas). Blomkamp (2015), dice que este modelo de gobernanza es para administrar en forma imparcial y abierta los programas, reduciendo la complejidad de la toma de decisiones.
Blomkamp (2015), agrega que, si se sigue la genealogía de los indicadores culturales, se llega a la estadística Europea del siglo XIX, con lo cual podemos asegurar que no es una forma neutral de conocimiento pues se basan en los valores e ideologías que subyacen en su aplicación de indicadores culturales y sociales. A manera de comentario un punto de vista sobre las razones de lo anterior es que “los países pobres lo son porque quienes tienen el poder toman decisiones que crean pobreza. No lo hacen bien, no porque se equivoquen o por su ignorancia, sino a propósito” (Acemoglu y Robinson, 2012, pos. 1312), tal es el caso de nuestro país, según el mismo Asemoglu.
Continuando con lo que son los indicadores y en específico los indicadores culturales, se hace necesaria una revisión sobre su uso en la cultura.
Los indicadores sociales se desarrollaron en Estados Unidos a mediados de los 60´s, aunque no se utilizaron como hacedores de política pues sus proponentes se centraron en el reto técnico de la medición llegando incluso a excluir las tareas institucionales y necesarias en política para integrar indicadores en la práctica. En muchos casos se olvida la utilidad del indicador, al centrar el interés en la medición misma y la forma de hacerlo ajustándolo a la práctica aceptada.
Originalmente los indicadores culturales surgieron, según Blomkamp (2015, pos. 550) como medidas de contenido mediático, antes de ser adoptadas en los 80´s por agencias internacionales, como herramientas para expresar los roles de la cultura en el desarrollo humano. Hubo intentos de medir la expresión cultural y el cambio en los medios masivos desde los 1930´s pero el término ´indicador cultural´ apareció en 1969 cuando George Gerbner lo usó para describir medidas de contenido televisivo, “concentrándose especialmente en la naturaleza y funciones de la violencia televisiva” (García, 2008, p. 95), y a su vez descomponiendo el fenómeno en:
Que a su vez se relacionan con las tres líneas de estudio de los indicadores culturales:
Según Salvador Carrasco (1999), los indicadores culturales no ya sólo para funciones de industrias culturales, sino para la UNESCO se gestaron de la siguiente manera:
La UNESCO organizó una reunión en Helzinki en 1972 donde se discutió la naturaleza de las estadísticas e indicadores en el campo de la cultura. Posteriormente, en Viena (1979), Bohner ofrece algunas características que deben cumplir los indicadores culturales (…). En 1980 se celebró en Acapulco, México, la “International Conference on Communication” donde, en una sesión denominada Los Indicadores Culturales y el Futuro de Sociedades Desarrolladas, se reunieron por primera vez representantes de diferentes líneas de investigación en el campo de las estadísticas culturales. Mas tarde, en 1982 se realizó un simposium bajo los auspicios de la Academia de las Ciencias Austriacas denominado “Los Indicadores Culturales para el Estudio Comparativo de la Cultura” (Carrasco, 1999, p. 1)
Los indicadores discutidos en 1982 en Viena eran:
mientras tanto, y podría agregarse, paralelamente a estos indicadores, Karl Rosengren (Blomkamp, 2015, pos. 559) distinguía entre indicadores económicos, sociales y culturales.
Se hace evidente una vez más la existencia de diferentes tipologías en los autores para los indicadores. Específicamente los indicadores económicos y sociales miden fenómenos más tangibles, mientras que los culturales representan la estructura social y simbólica, así como las expresiones de cultura. Según Badham (Blomkamp, 2015, pos. 563) éstos últimos son, por definición, colectivos y abstractos. La aplicación de los indicadores de éste tipo está limitada y hay una deficiencia académica sobre sus efectos.
Puede verse, a partir de ello, que la forma en que se entienda y valore el fenómeno cultural dependerá siempre del contexto histórico y social, mismos que en las políticas culturales siempre se considerarán asuntos de valor y por ende indicadores de alguna tipología o inclinación. Es por ello que la teoría se convierte en una parte importante en el análisis y la construcción de las políticas, pues como ya se dijo más arriba, las políticas se centraban (y lo siguen haciendo) en el valor y por ello se debe distinguir e identificar lo que es el valor cultural en específico.
Hay dos conceptualizaciones básicas de valor cultural, de acuerdo a Gus Geursen y Ruth Rentscheler (Blomkamp, 2015, p. 598):
En cuanto a las conceptualizaciones del valor cultural, puede relacionarse ésta última conceptualización de Geursen y Rentscheler en la vinculación que se hace de la cultura y el turismo en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) (Gobierno de la República, 2013), pretendiendo asignar valor cultural y midiendo resultados económicos (entendidos como monetarios) sin considerar la perspectiva estética.
En esa dicotomía de perspectivas neoclásica y perspectiva estética se refleja la oposición arte/industria o en la de cultura/comercio donde se distingue entre valor intrínseco y el valor instrumental de los estudios en la política cultural.
El valor ´intrínseco´ de una obra como concepto, podría verse en ciertos casos como descontextualizado, cuando en realidad y a modo de ejemplo, lo que hay es una falta de un lenguaje común entre creador y un público específico, y es ese vínculo el que llena un emprendimiento cultural. Pero Considérese por ejemplo el modelo de Colbert y Cuadrado (2010) para marketing de las artes y la cultura, en el que se debe buscar el público o mercado a esa obra ya creada, al contrario del modelo tradicional de marketing en que a partir de las preferencias del mercado se crean productos.
En el modelo puede verse cómo del producto se va al sistema de información. Esa información sobre el producto se lleva al mercado (Consumidores, patrocinadores, Estado, intermediarios) para nuevamente regresar a la empresa y específicamente a la misión de la empresa, o como lo dicen los autores:
dicho proceso comienza esta vez dentro de la organización, con el propio producto, como se establece en la definición antes adoptada. A continuación, la organización intenta conocer qué parte del mercado está interesada en su producto. Una vez identificados los consumidores potenciales, la empresa determinará los otros tres elementos del programa de marketing (precio, distribución y promoción) para dicho público (Colbert y Cuadrado, 2010, p. 28)
Lo anterior se hace para verificar la alineación entre lo que es la razón de existir de una organización o emprendimiento cultural, y lo que la gente desea del producto terminado, pues como agregan Colbert y Cuadrado (2010, p. 28), “la organización cultural centrada en el producto contempla el arte más que el beneficio como su objetivo último”. 1
En otras palabras, el modelo de marketing para las artes y la cultura se centra en la existencia del producto y posteriormente se busca el mercado para dicho producto o servicio cultural. De allí la confusión al pensar en el arte como descontextualizado de la vida social, cuando lo que se da es una falla de mercado. Esa falla se da por un error en el enfoque al introducir los productos culturales en el mercado, tratándolos (en general) como commodity, es decir un objeto en un sistema de producción, distribución y consumo (Blomkamp, 2015, pos. 640) pero centrando el modelo de marketing en las necesidades del mercado, o sea, se centra en el mercado y no el objeto cultural.
Para Belfiore y Bennett, según Blomkamp (2015, pos. 618), el valor cultural intrínseco toma de Kant la idea del placer estético como desinteresado y es opuesto al valor instrumental y por ello está desvinculado de las cuestiones de la vida (¿cotidiana?) y no depende de intersubjetividades contextuales. Esto trae consigo la mentalidad europea postcolonial de alta cultura. Opuesta a esta visión está la de Williams que considera a la cultura como forma particular de vida (Blomkamp, 2015, pos. 625) donde el arte es visto como un sistema cultural.
Resumiendo, la cultura para Blomkamp (2015, pos. 640), puede ser vista de diferente manera, es decir, como:
Y cada una de esas posturas sobre lo que es la cultura conlleva teorías (y políticas públicas para llevarlas a cabo) específicas para cada concepto de valor y por ende se mide de diferentes maneras. La matriz de tipos ideales de valor cultural sirve para clasificar las diferentes aproximaciones a los indicadores de cultura aclarando las diferentes teorías implícitas en cada uno.
La matriz tiene cuatro tipos ideales del valor cultural:
La matriz puede representarse con dos ejes, uno vertical y otro horizontal donde se colocan los tipos ideales como dos pares de opuestos, muy similar a la matriz propuesta por Colbert y Cuadrado (2010)2 :
En la matriz pude utilizarse diversos niveles de cada una de los tipos, pudiendo colocarse elementos en cualquiera de los cuatro cuadrantes formados por los ejes [(orientación, producción) en el modelo de Colbert y Cuadrado], dependiendo de la combinación de pares ordenados. Con la diferenciación en los niveles de cada tipo también se puede llegar al entender qué cuadrante o tipo se ha privilegiado históricamente, es decir que la matriz de cuatro tipos ideales puede utilizarse en la clasificación histórica a los indicadores culturales. Para Blomkamp (2015, pos. 651)puede hacerse lo anterior en seis categorías:
Un ejemplo puede ser claro: Cuando en el caso del municipio de Querétaro en la Administración 2015-2018 se plantea a la cultura como como un medio y no como un fin, pues el Alcalde manifestó que la cultura era para la contención de la seguridad, diciendo “no tengo hoy la capacidad para tener en contención el número de policías que esta ciudad necesita(...) mi mejor herramienta es el deporte y la cultura” (Aguilar, 2016, -21:42) y que como consecuencia, sería medida con variables de seguridad y no sería vista, una vez más, como pilar de desarrollo. Para esta concepción se ven los indicadores culturales como infraestructura para seguridad, dando prioridad a esto último y muy por encima de la preparación y la capacitación, así como la preparación de un estudio estadístico para crear indicadores reales de desarrollo cultural tomados de lo que considerarían desarrollo los involucrados. Básicamente centra los indicadores en orientación al mercado y producción en serie, pues busca satisfacer la percepción de la población con un producto (cultura) producido en serie, pues “deporte y cultura” serán aplicados igualmente para mejorar la percepción de seguridad. Con lo anterior se centran los indicadores culturales en dos categorías (económica y política social) de los seis que pueden trabajarse, siendo una limitación para el propio desarrollo cultural.
En la Figura 4 puede verse cómo, dentro de la matriz de las dimensiones del valor cultural, se clasifican históricamente los indicadores culturales. Por ejemplo, los indicadores de cultura como política social hacen ver con claridad, dentro del modelo de Colbert y Cuadrado (2010), cómo se orienta la cultura hacia el mercado y hacia la producción en serie, o como objeto (commodity) colectivo (estilo de vida), dejando de lado la perspectiva artística y la simbólica, ya que se valora más una perspectiva que otras. Hay que aclarar, junto con Emma Blomkamp que
Cualquier discusión de políticas (policy) públicas culturales, ya sea en el estrecho sentido de patronazgo de las artes o en el más amplio sentido de reformar lo social, debe, en algún punto, incluir preguntas sobre valor (Blomkamp, 2015, pos. 595)
Usero y del Brío aclaran, según Blomkamp (2015, pos. 658), que incluso el esquema de estadísticas culturales está fundado en la clasificación económica y de datos de la industria, es decir que casi por seguro se centra en la concepción de cultura como commodity.
Para Blomkamp, “conceptualizar la cultura como un objeto, mide indistintamente y no hace distinción entre arte y cultura, y confunde entre indicadores culturales e indicadores artísticos” (Blomkamp, 2015, pos. 662). Nos dice, además que los indicadores están basados, generalmente en la idea de que la cultura se refiere a “arte superior”, con lo cual habría una confusión, en la matriz presentada, entre arte y cultura.
Los indicadores de cultura para el desarrollo de la UNESCO citados al inicio de éste documento, ejemplifican lo que son los indicadores de derechos humanos, que se vinculan con modelos de derechos culturales y la libertad de participar en la vida cultural, mismas que identifican a la cultura como proceso de cultivarse en un arte superior.
Siendo puntuales, debe identificarse que
en toda gestión de la cultura subyacen, en primera instancia, cuatro interrogantes: ¿dónde me posiciono para gestionar?, ¿dónde voy a gestionar?, ¿cómo voy a gestionar?, y ¿qué voy a gestionar?” o sea que se deben aclarar los principios que guiarán la gestión, la definición del territorio, el estilo y los campos de actuación de dicha gestión. Para la primera pregunta es importante dejar claramente señalada la definición de cultura que se trabajará, pues de ello depende gran parte de la visión y misión del trabajo (Cruz, 2016).
El objeto de las cuatro interrogantes de la sociedad es claro, el reto es guiar la dimensión social de la cultura, que usualmente ocurre en el sector informal, donde no ocurren las transacciones económicas, aunque hay aspectos de las dimensiones sociales que se relacionan con el valor simbólico y el papel que éste juega en la construcción de la cohesión social (Pessoa, 2015, pos. 2729).
Es en el UNESCO Framework for Cultural Statistics (FCS) donde se apoya el desarrollo de indicadores y la investigación analítica en el sector cultural (Pessoa, 2015, pos. 2789-2800) y donde se investigaron contribuciones para responder a las preguntas:
En cuanto a la forma en que podría hacerse, no hay que descartar la posibilidad del uso de modelos de negocio digitales, como el Big Data, pues como dice Dosdoce (2014, p. 77)
el sector cultural no es ajeno a esta necesidad, como queda constatado en el informe 'Counting what counts: What Big Data can do for the Cultural Sector'
CONCLUSIONES
La necesidad de medir la cultura está relacionada con la idea de que depende del desarrollo y que por lo tanto tiene que medirse. En vista de que se ha convertido en una necesidad el medir, cobra importancia la discusión sobre los factores a considerar y entre ellos está la aplicación de diversas formas de medir la cultura, que son las dimensiones, siendo los indicadores la forma de verificar que se trabaja en ellos. Si se analiza la forma en que se ha trabajado en esos indicadores puede verse también ciertos patrones donde se utiliza a los indicadores como una forma de considerar a la cultura y de allí surgen las tipologías de los indicadores culturales, mismos que pueden dar claridad sobre la correspondencia entre lo que dictan las políticas culturales del municipio, del estado, del país, del PNUD y de la UNESCO. Así pues, el involucrarse en la cultura se ha vuelto una necesidad, dado que la participación es la base del desarrollo. A mayor participación, mayor será la posibilidad de desarrollo y de diversidad cultural que abra el espectro de posibilidades para el bienestar, pues la implementación o intervención para lograr ese desarrollo es básica para estar en concordancia con las culturas y lo que ellas consideran su bienestar. Falta mucho por trabajar en la discusión teórica sobre los indicadores culturales y la forma en que se interviene culturalmente, pero lo que queda de manifiesto es la necesidad de esa participación y de esa legitimación de los gobiernos centrales por lograr una mayor participación que favorezca el desarrollo y el bienestar de los ciudadanos.
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2 En el modelo de Colbert y Cuadrado el primer criterio da referencia a la orientación de la misión de la organización (orientación al producto u orientación al mercado y el segundo hace referencia al modo de producir (producción única o producción en serie).
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