Mourad Aboussi
Universidad de Granada
RESUMEN
La conexión entre las migraciones y el desarrollo local ofrece un buen objeto de análisis al presentar una doble problemática: la primera se centra en las condiciones que alimentan los proyectos de emigración; la segunda estudia las dificultades de llegada y asentamiento en el país de recepción. Ambas cuestiones resultan de suma importancia para la intervención social con las personas inmigrantes o potenciales emigrantes. Varias iniciativas han intentado instrumentalizar el desarrollo para frenar las migraciones en origen, pero muy pocas se han dado cuenta del gran potencial que tienen las migraciones para promover el desarrollo en el país de recepción. Sobre estas paradojas presentamos una serie de reflexiones para el debate.
PALABRAS CLAVE
Migración, Desarrollo, Trabajo Social, Cooperación, Globalización.
Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:
Mourad Aboussi (2015): “Migración y desarrollo local: retos para el trabajo social y la cooperación”, Revista OIDLES, n. 18 (junio 2015). En línea: http://www.eumed.net/rev/oidles/18/migracion.html
El fenómeno migratorio se ha consolidado progresivamente como un elemento o dimensión estructural del proceso de Globalización, debido a su carácter transnacional y lo que aporta en términos de producción, transferencias y servicios, pero también a los factores que lo alimentan y/o lo mantienen, es decir esta relación asimétrica que vincula al centro con las periferias del sistema mundial creando un cierto control y monopolio de varios sectores estratégicos e instrumentos de subordinación tales como la innovación, la transferencia de tecnología, el mantenimiento de la deuda externa, la frágil inserción comercial en los mercados mundiales y los condicionamientos geopolíticos (Pastor Antolín, 2002).
Esta situación de Globalización Discriminatoria tiene su correlato en la persistencia de diferentes dimensiones y aspectos de pobreza, marginación y desigualdad en los países subdesarrollados, o empobrecidos, sustentando movimientos migratorios en busca de mejores oportunidades en otros países supuestamente desarrollados y de mayor proximidad geográfica. Y es que a pesar de poner en marcha políticas restrictivas frente a las migraciones, el efecto es totalmente opuesto a lo esperado: “La restricción de las migraciones es una de las contradicciones más importantes de los Estados liberales democráticos en esta época de profunda desigualdad global y de expansión de conocimiento global. Los países ricos intentan preservar su riqueza relativa a través de la exclusión de los pobres. Pero los pobres conocen esa desigualdad y tienen medios para acceder a los países poseedores de esa riqueza” (Sutcliffe, 2004).
En el marco de estas premisas se inserta el caso de las dos orillas del Mediterráneo, donde Europa asume el papel problemático de “receptor” con sus varias cuestiones conflictivas y asignaturas pendientes, y donde el Norte de África se considera el portal de las migraciones en la región (especialmente Marruecos y en segundo grado Túnez). Con una inmigración extracomunitaria fuertemente caracterizada por la precariedad socioeconómica y laboral, las iniciativas europeas han venido desde los años 90 promoviendo el enfoque de cooperación y la idea de la relativa “integración” para conseguir, entre otros posibles objetivos, el compromiso de los países del Sur en el marco de estrategias comunes para frenar los flujos migratorios y reducir de este modo sus efectos y gastos indeseados dentro del espacio comunitario. Pero surgen numerosas dudas desde el mundo académico y el Tercer Sector sobre la posibilidad de frenar los flujos migratorios mediante proyectos de desarrollo local en las zonas de alta “emisión” ya que esta idea emana de una interpretación reducida de la cuestión migratoria.
La intensidad de las migraciones transnacionales hacia los países desarrollados ha hecho que políticos e investigadores sugiriesen el recurso a la cooperación como instrumento de gestión y/o reducción de estos flujos. Se alude a la cooperación para insinuar el papel que las comunidades de inmigrantes en la formulación más consciente de intervenciones de desarrollo en sus países de origen (el inmigrante como agente de desarrollo), para sugerir la necesidad de que la cooperación orientada hacia comunidades de fuerte presión migratoria, amplíe los grados de opción de las personas (el desarrollo como opción alternativa a la emigración) o , como lo defienden algunos, “el recurso a la cooperación no tanto para mejorar la suerte de los potenciales emigrantes cuanto para forzar el concurso del país emisor a una política más restrictiva en el control de los flujos” (Alonso, 2004).
Creo que las políticas migratorias y/o de cooperación que adoptan estos enfoques están justificadas por motivos, presiones y realidades interiores de cada país que hacen que instrumentos similares entren en la agenda pública para el debate y la eventual aprobación de unos u otros: “Es cierto que las migraciones ponen en juego intereses contradictorios y que pueden existir conflictos de intereses entre distintos puntos de vista según éstas den prioridad respectivamente a la mejora de las condiciones económicas de los autóctonos, a la solidaridad con el tercer mundo o al mantenimiento de los componentes socioculturales de la sociedad: es tarea de político distinguir estos aspectos y establecer las prioridades” (Tapinos, 1992).
Parece que en las dos últimas décadas los políticos optan por el bienestar de sus autóctonos y que las acciones de cooperación están dirigidas hacia este objetivo sea para conseguir convenios económicos y securitarios o para evitar las migraciones, relegando la solidaridad a un segundo plano. La idea del codesarrollo es acelerar el desarrollo económico de los países del Tercer Mundo como paso susceptible de disminuir la incitación a emigrar. Pero varios investigadores piensan que los efectos del codesarrollo no son inmediatos, “la generación de oportunidades requiere tiempo. La cooperación acentúa los lazos o aminora la distancia psicológica entre donante y receptor, lo que podría estimular la corriente migratoria a corto plazo” (Atienza, 2004). Una estrategia de este tipo tiene entonces la misma posibilidad de estimular la emigración que de contribuir a extinguir los flujos: “Estas acciones sólo podrían alcanzar el objetivo deseado si favorecieran un proceso de desarrollo caracterizado por un aumento de la renta y del empleo por un lado, y actúan de forma significativa y en la dirección deseada sobre los determinantes de la decisión de emigrar, por el otro” (Tapinos, 1992). Pero ¿hay una lista exhaustiva de las causas de emigración?, suponemos que sea posible elaborarla, ¿se puede actuar sobre todos los determinantes?
Creo que estos factores se relacionan con la insatisfacción respecto a: las condiciones de vida, el nivel de vida y el modo de vida. Cada uno se conecta con conceptos de Gobernanza económica, jurídica, administrativa, con los derechos humanos y con las libertades de las personas. Aunque existieran unos grados y criterios mínimos de satisfacción, queda un aspecto subjetivo que depende de las personas, sus ambiciones y sus decisiones: “El hecho migratorio se origina en numerosos y diversos elementos, los regímenes políticos, los servicios públicos, la deuda externa, las reglas del comercio, la falta de proyectos nacionales de desarrollo, la destrucción de las expectativas de futuro,…” (Atienza, 2004). Tampoco hay que olvidar el carácter globalizado del fenómeno migratorio, explicado, que expliqué brevemente en la introducción, y que está relacionado con los cambios económicos mundiales, las dinámicas de los mercados laborales y los acuerdos comerciales regionales: “Sostener que el desarrollo de un país es una suma de macroproyectos generadores de autoempleo capaces de suministrar ingresos para el mantenimiento de las familias y fijar así a los habitantes en sus lugares de residencia, como a menudo se hace, implica un desconocimiento profundo de los mecanismos que mueven la economía mundial, las inversiones, las finanzas y los sistemas productivos en una sociedad globalizada como la nuestra. Es evidente que se está produciendo un desfase creciente entre los procesos de liberalización económicos y comerciales y la libre circulación de personas en el mundo (…) No es casual que los grandes acuerdos de integración regional dejen fuera las migraciones, como si el libre comercio y los procesos de inserción económica no tuvieran que ver con los movimientos migratorios (Gómez Gil, 2005).
La cooperación como instrumento de presión frente a los países en desarrollo y la modalidad de codesarrollo planteada como estrategia de control en origen de la emigración, no tiene muchas posibilidades, ya que la presión migratoria aporta mucho más recursos financieros que la cooperación. La política de forzar en este sentido no conviene ya que el país emisor tiene más interés en mantener los flujos que en reducirlos. Una modalidad no puede sustituir la otra, sino complementarla y buscarle los mejores o más eficientes planteamientos.
¿Ayuda la emigración a ampliar las posibilidades de desarrollo del los países de origen? La respuesta está actualmente formulada por dos discursos que Joan Lacomba (2004) resume en dos frases sencillas “Cuantas más migraciones, más desarrollo. Cuantas más migraciones, menos desarrollo”. La migración alivia la presión demográfica sobre los mercados laborales saturados en el Sur y permite el acceso de parte de la población al empleo y a la renta como fases iniciales del proceso de Bienestar. En cuanto a su papel en el crecimiento económico, los vínculos familiares alientan el sostenimiento de un flujo de renta que potencia las posibilidades de consumo y, eventualmente, de inversión de las familias en su lugar de origen, al tiempo que ayuda a “equilibrar las precarias balanzas de pago de países receptores” (Alonso, 2004). El volumen de remesas supone una solidaridad/ayuda intrafamiliar más importante que la solidaridad/ayuda erigida por los sistemas de Cooperación al Desarrollo: “Las remesas tienen un efecto multiplicador mediante la generación de una demanda de bienes y servicios que promueven el desarrollo de mercados locales. Este aspecto es central en el desarrollo económico” (Orozco, 2004).
A nivel macroeconómico, las remesas conectan directamente al proveedor (inmigrante) con el receptor de los recursos (familiares), de hecho se considera limitada la capacidad que tienen para financiar un efectivo proceso de desarrollo en las comunidades de origen de la emigración, ya que el uso de estos recursos no siempre se relaciona con objetivos inversores, pues se destinan a satisfacer las necesidades de consumo corriente, de equipamiento del hogar, a la adquisición o ampliación del patrimonio doméstico o a la creación de un pequeño negocio: “Es limitada la proporción de las remesas orientada a impulsar capacidades productivas para generar renta y empleo. La recepción de remesas, al lugar de estimular la iniciativa inversora o la capacidad de emprendimiento de sus beneficiarios, contribuye a generar en ellos una mentalidad de rentista, poco propicia para el desarrollo” (Alonso, 2004).
En términos de movilidad geográfica, la emigración refuerza la urbanización, en tanto que los inmigrantes (retornados o no) y sus familias tienden a abandonar las zonas rurales de origen e instalarse en las ciudades. Consecuentemente, al dejar las tierras también, se confirma una cierta desvalorización de la actividad agrícola, aunque en algunos casos la emigración ayuda a preservar los sistemas agrícolas en lugar de su abandono. Una movilidad similar confirma el deseo de salir del aislamiento y la precariedad, en muchos casos sinónimos de la vida rural: “Este paso de lo rural a lo urbano se acompaña, generalmente, de una mejora en las posibilidades de escolarización de los hijos, así como de un nuevo rol para las mujeres dentro de la estructura familiar” (Lacomba, 2005).
Aparte del efecto macroeconómico global, la inmigración influye asimismo en el desarrollo regional: “En algunas zonas rurales, el desarrollo de la horticultura, que depende en gran medida de la mano de obra inmigrante, ha tenido un notable efecto sobre la actividad y las rentas globales” (Bacaria, 1998). En este caso, la inmigración ha permitido a varias regiones recuperar su retraso a nivel nacional o afianzar su liderazgo, sea en el ámbito agrícola o en el de turismo.
En el país de origen, el efecto de la inmigración sobre el desarrollo local se manifiesta en dos aspectos fundamentales: el empresariado inmigrante y lo que aporta en cuanto a la revitalización económica de algunos barrios; y la aportación de los trabajadores inmigrantes a la Seguridad Social. De igual modo, a nivel informal y de forma indirecta, el hecho de asumir trabajos invisibilizados como los cuidados o trabajos domésticos aporta un apoyo a las familias y sobre todo a las mujeres trabajadoras que pueden desarrollar su vida laboral sin preocuparse por los asuntos domésticos.
A pesar de estos análisis y de esta cantidad de información vinculada al desarrollo económico en las dos orillas, creemos que es muy reducido pensar que los rendimientos para la sociedad emisora y receptora se agotan en las transferencias financieras, pues los emigrantes son también portadores de nuevos valores, hábitos, actitudes y tipos de relaciones sociales que transmiten (o no) a sus comunidades de origen y de destino. La inmigración alienta también cambios en los sistemas de valores, capacidades y actitudes de las personas mediante las experiencias acumuladas, susceptibles de ser funcionales para el desarrollo del país de origen: “Se olvida que las acciones de los individuos, en este caso inmersas en sus movimientos migratorios, intervienen en la modificación de los contextos por los que se mueven, sea el de salida inicial, sea el de los nuevos lugares por donde se detienen” (Escrivá y Ribas, 2004). Este enfoque transcultural se refiere a un concepto más amplio que se popularizó a lo largo de la década pasada en el estudio de las migraciones (mediante trabajos de Glick-Schiller y otros): el transnacionalismo y lo que supone en materia de redes sociales, de integración y de participación ciudadana.
Hoy en día, en el entrono de las ciencias sociales, la discusión sobre las relaciones entre migración y desarrollo destaca el lado reducido de los impactos y la necesidad de intervención de las instituciones para planificar las acciones “La migración en su conjunto ha sido una manera de redistribuir la renta del Norte rico al Sur pobre, a través de las remesas y otros beneficios. Esto no quiere decir necesariamente que haya contribuido a la disminución de la diferencia del nivel de desarrollo entre países del Norte y Países del Sur” (Sutcliffe, 2004), de hecho los envíos monetarios no han sido de ninguna manera una palanca al desarrollo, reduciéndose a mantener las familias de emigrantes en posiciones correctas de vida. Pero no se puede conformarse solamente con esta transferencia de capital desigual, de allí la necesidad de basar el codesarrollo en líneas de inversión socioeconómica, microcréditos y creación de empresas, que tengan un aspecto más global y generalizado.
De igual modo, las políticas de integración resultan reducidas en su planteamiento, pues hay distintos niveles de integración de la persona inmigrante en el contexto de recepción, ahí el ámbito del Trabajo Social debe situarse como un aliado y posicionar sus profesionales como mediadores entre las personas inmigrantes y las distintas instituciones.
En primer lugar, la necesidad básica es poder acceder a los derechos subjetivos al mismo pie de igualdad que las personas autóctonas, como son sanidad, educación y servicios sociales. Desafortunadamente, estos derechos no siempre se garantizan a las personas inmigrantes porque dependen de su situación administrativa, si son documentados o no, si tienen empleo o no, etc.
En segundo lugar, se plantea el problema actual del paro prolongado y la dificultad de reinserción en el mercado de trabajo: aquí el sistema alternativo es la Renta Mínima de Inserción, pero resulta asistencialista e incluso precaria porque ofrece una cobertura mínima de los ingresos durante un tiempo limitado y no consigue posicionarse como modo de reciclar y formar para trabajar en nuevos ámbitos diferentes a los que ha golpeado fuertemente la crisis.
En tercer lugar, hemos de plantear el concepto de integración institucional, porque más allá de integrarse en la sociedad de acogida que queda relativo y depende de muchos factores, en parte psicológicos y de percepción, las personas inmigrantes necesitan que su relación con las instituciones está totalmente normalizada y que no sufre ningún tipo de discriminación estructural por leyes o normativas que distingan entre inmigrantes y autóctonos en los procesos de trámites administrativos, de creación de asociaciones o de participación en la vida política.
Por ello, aunque suene idealista, me gustaría ver un modelo de Trabajo Social más concientizador y estructuralista, que luche contra la dominación y procure un cambio en la percepción de la migración como peligro o riesgo para el país de recepción, pues las personas inmigrantes tienen un potencial que se desaprovecha y ésta es una cuestión más que apena como muchos otros malestares que vivimos hoy en día.
BIBLIOGRAFÍA
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Atienza, Jaime (2004). La cooperación para el desarrollo en contextos de alta migración, de las ideas a la práctica: el “Plan migración, comunicación y desarrollo Ecuador España”. En Alonso, José Antonio (Ed.), Emigración, pobreza y desarrollo (185-210). Madrid: La Catarata.
Bacaria, Jordi (1998). Migración y cooperación mediterráneas: Transferencias de los emigrantes residentes en España e Italia. Edición Icaria, Barcelona.
Gómez Gil, Carlos (2005): “Nuevas vías para el codesarrollo en la cooperación descentralizada”. Cuadernos Bakeaz, 72.
Lacomba, Joan (2004). Migraciones y desarrollo en Marruecos. La Catarata, Madrid.
Lacomba, Joan (2005): “Marruecos: realidades de las migraciones y posibilidades del codesarrollo”. En Codesarrollo: migraciones y desarrollo mundial, CIDEAL, Madrid.
Orozco, Manuel (2004). Oportunidades y estrategias para el desarrollo a través de las remesas. In Alonso, José Antonio (Ed.), Emigración, pobreza y desarrollo (123-137). Madrid: La Catarata.
Pastor Antolín, Luis Jesús (2002). Globalización y Migraciones Hoy: Diez años de continuos desafíos. Universidad de Valladolid, Centro Buendía, Valladolid.
Sutcliffe, Bob (2004). Migración y Equidad. En José Antonio Alonso Rodríguez (Coord.), Emigración, pobreza y desarrollo (211-230). Madrid: La Catarata.
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