Yanet Jiménez Rojas
Profesora de Historia General de Asia
Universitad de la Habana
jimenezrojas@ffh.uh.cu
Los postulados relativos al carácter paradigmático de la experiencia de desarrollo de Japón están estrechamente conectados al criterio de su singularidad como país, condición que estaría expresada según algunos en una evolución histórica que ejemplifica y recrea su unicidad y excepcionalidad. Siguiendo la lógica de esta perspectiva, asumida desde dentro y fuera del archipiélago, es posible reconocer que el señalado vínculo entre éxito y singularidad arranca de varios factores donde converge un discurso científico empeñado en certificar -desde ópticas diferentes y con diferentes intenciones- la validez de este pronunciamiento.
Tras esta percepción en ocasiones se esconde un enfoque amparado en estereotipos tales como Occidente-Oriente equivalente a superioridad-inferioridad y/o desarrollo-subdesarrollo. El tema de los estereotipos podría iniciarse desde el cuestionamiento mismo del uso teórico de nociones como Occidente y Oriente, tradicionalmente en oposición y resultado clásico de la postura “ellos y nosotros”; donde ellos (en este caso los asiáticos) clasifican como lo diferente e inferior mientras nosotros (Occidente) simbolizamos ni más ni menos que la encarnación de idoneidad y perfección, lo legítimamente correcto y vendible (1).
El despegue económico japonés, su conversión al capitalismo y su inclusión entre las potencias globales obligó a buscar una explicación para la incógnita de cómo era justificable que un país lejano física y espiritualmente al Oeste alcanzara, y en algunos aspectos superara, sus niveles de desarrollo. La opción de un Japón sui generis emergió como una elección cómoda que arriesgaba menos la validez de las tesis enarboladas por los abanderados de la preeminencia occidental.
De esta forma, Japón devino lo "único", lo "otro", desde una visión centro-occidental (2) escudada inicialmente en la curiosidad y asombro que despertó su modo de ser y hacer. Consecuentemente, se impuso en la historiografía mundial como una alternativa de desarrollo capitalista contraparte de los cánones tradicionales impuestos, o exportados, por modelos occidentales al estilo de los Estados Unidos o Alemania.
No obstante en los espacios de debate japoneses también se ha explotado bastante el carácter singular. La visión que tiene y ha tenido Japón de sí mismo ha estado condicionada por la conjugación, o bien la alternancia, de los puntos de vista externos a él y la obligatoriedad de asumir una posición al respecto. Una de las más arraigadas es la autoafirmación de los valores propios y una suerte de promoción del nacionalismo, resolución relacionada en gran parte con la constante de la influencia extranjera sobre el país.
El énfasis dado a la identidad nacional y la exaltación histórica giró en torno a esta óptica y ha otorgado prioridad al examen del país como un ente donde confluyen espacio geográfico, lenguaje común y raza. La defensa del carácter unitario de la nación se ha apoyado en estos aspectos y está muy relacionada con los valores tradicionales y el papel que han estado llamados a desempeñar en el proceso del desarrollo. Marcar la diferencia, la singularidad respecto al mundo (es muy importante tomar en cuenta que mundo incluye a Asia), ha sido esencial desde este ángulo de observación.
Esta opinión ha encontrado varias formas de expresión, generando en ocasiones una sensación de autoconfianza interna que roza con la aseveración de la superioridad japonesa. Montada en esa misma cuerda, toda la escuela de autores inscriptos en la tendencia nihonjinron (3) puso su empeño en demostrar que el desarrollo experimentado por el sistema japonés era más que todo el resultado de una cultura e identidad propia, lo cual evidentemente contribuyó a reforzar el discurso de la excepcionalidad.
En cualquier caso, más allá de las motivaciones que respalden esta concepción ¿tiene sentido hablar de un Japón singular? Siguiendo las líneas fundamentales trazadas por los especialistas esta cuestión puede ser evaluada desde dos aristas: partiendo de razonar la singularidad de Japón respecto a su contexto regional y, por otra parte, confrontando Japón al mundo occidental y más específicamente al modo de desarrollo capitalista asumido por este bloque.
- Los argumentos de la singularidad japonesa respecto a Asia.
Dentro del debate de la singularidad uno de los elementos más polémicos, precisamente porque no se puede afirmar categóricamente el rasgo de lo singular, está referido a la cultura. En numerosas ocasiones se recalca la existencia de una cultura exclusivamente japonesa, sujeta a la condición insular del país y su separación del continente asiático. Japón ha llegado, de esta forma, a ser evaluado como una civilización diferenciada, homogénea étnicamente, cuyos valores (a pesar de arrancar de una base conceptual común a sus vecinos) tomaron apariencia autóctona a resultas de factores como los mencionados (4).
Igualmente, es referencia constante el contexto de la modernidad (5) como el momento en que se hicieron más marcadas las diferencias entre el devenir histórico del archipiélago y el de su espacio geográfico natural. El tránsito hacia un capitalismo desarrollado a raíz de los cambios experimentados durante el proceso Meiji (1868-1912) (6) coincidentemente cuando su entorno territorial claudicaba ante las apetencias occidentales de colonización para más tarde, incluso, ceder ante los propios japoneses vino a ser la evidencia de este juicio (7).
En esa misma dirección se señaló el período precedente -el Shogunato Tokugawa (1603-1867)- como una etapa fundamental que propició la transformación de la sociedad y su avance al modo de producción capitalista en tanto acunó las semillas de las relaciones productivas burguesas. En ella se reconocen elementos que constituyeron la génesis del proceso que concluyó con la conversión de Japón, ya en los albores del siglo XX, en una potencia de primer orden y que fueron los que posibilitaron al país evitar la colonización y garantizar su independencia (8).
La época Tokugawa obedeció a la última fase del desarrollo de las relaciones feudales y comprendió los más de dos siglos en los que bajo el predominio de esta generación de shogunes (shogun: generalísimo) el archipiélago asistió a un largo período de estabilización interna aniquilando efectivamente la guerra entre daimyos (señores feudales) que hasta entonces había tipificado al Japón medieval (9). Con todo, el mismo éxito y la estabilidad de los Tokugawa liberaron las fuerzas sociales que con el paso del tiempo provocaron su derrocamiento (10).
Así, la política de aislamiento (11) que distinguió al país durante esta fase devino caldo de cultivo de costumbres fijadas en el presente como típicamente japonesas, favoreciendo (junto al sistema sankin-kotai 12) el apogeo de las ciudades y de una infraestructura económica dirigida a la esfera de los servicios, además de constituir la génesis de un mercado interno unido al desarrollo de relaciones comerciales (13). El hecho de que estos factores estuvieron menos presentes en el continente asiático y a la vez sean determinantes en el desenvolvimiento de la dinámica capitalista permitió, a tono con la corriente expuesta, justificar el carácter diferenciado respecto su área geográfica.
Aunque la intensificación del comercio y de una economía monetaria socavaron la disposición de las relaciones feudales haciendo crecer las tensiones sociales hasta un punto crítico, correspondió a la presión directa occidental precipitar y canalizar la caída de este sistema. Vencido en su impotencia, el Shogunato claudicó sucesivamente ante los Estados Unidos y las potencias europeas otorgando prebendas que fueron entendidas por sus enemigos internos como una muestra de debilidad y decadencia (14). Automáticamente se coordinaron las fuerzas de oposición que hicieron caer el régimen en 1868 a través del Meiji (15).
El Meiji Ishin (16) significó la irrupción de la modernidad, consolidó en menos de tres décadas el tránsito de un Japón feudal a un Japón capitalista y desarrollado. Lo importante en si no fue el corto plazo del proceso sino la particularidad de haber realizado una revolución burguesa apelando a un movimiento de restauración monárquica que se apoyó en reformas y las utilizó como método de transformación social. Esta y otras razones han motivado su análisis como uno de los momentos más relevantes de la historia nacional y ejemplo por excelencia de su peculiaridad (17).
A partir de entonces los japoneses comenzaron a escoltar la visión de Occidente como colofón de la civilización y lo moderno, compartiendo metas y objetivos y poniendo distancia de por medio entre ellos y el “destino” de sumisión que aguardó al resto del continente. De hecho, una de las diferencias más notables que se señala entre Japón y los países asiáticos reside en el hecho de que el primero actuó como potencia en función de que sólo emulando con las naciones occidentales a través de la adhesión a sus postulados y principios era posible evitar los efectos de la dominación foránea.
La materialización de esta postura se evidenció desde finales del siglo XIX en las guerras chino-japonesa (1894-1895) y ruso-japonesa (1904-1905), ambas expresiones concretas de la voluntad expansionista nipona (18). Asimismo, la coyuntura de la I Guerra Mundial (1914-1919) acrecentó aún más sus apetencias imperialistas; no satisfecho con las posibilidades de suplantar los intereses alemanes en el área, Japón se animó, además, a presentar un proyecto colonizador a China con las Veintiuna Demandas (19), reafirmando la compatibilidad de su imperialismo con el occidental y confirmando, desde esta perspectiva, la singularidad respecto a sus vecinos.
Su conversión al militarismo en el período que medió entre las dos guerras mundiales dio un nuevo curso a la situación, a lo largo de la década del treinta Japón desempolvó teorías expuestas años antes en Occidente y que fueron usadas para refrendar e imprimir un nuevo tono al expansionismo. El panasiatismo y la Esfera de Co-Prosperidad de la Gran Asia Oriental, instrumentos legitimadores de la extracción de materias primas, devinieron sistema de propaganda racial donde el archipiélago se presentaba como redentor de los amarillos oprimidos por el blanco conquistador (20).
En ese mismo contexto, Japón pudo aspirar a formar parte protagónica de un bloque como el Eje Roma-Berlín-Tokio (en el que se equiparaba con países occidentales) y llevar adelante durante la II Guerra Mundial una intensa política de conquista a partir de la invasión a China en 1937 (21) y el estallido de la Guerra del Pacífico en 1941. Esta cadena de agresiones fue detenida por la derrota definitiva y la firma de la rendición incondicional en 1945, todo lo cual supuso el fin de la presencia militar nipona en Corea, Taiwán, Manchuria y el Sureste Asiático del mismo modo que la desmilitarización preconizada por la ocupación norteamericana (1945-1952) implicó un cambio en la proyección de las relaciones para con su área geográfica (22).
No obstante, la dicotomía Japón-Asia se ha mantenido vigente, en gran parte por el resentimiento natural de los pueblos y gobiernos asiáticos ante los excesos del militarismo en la región (23). No es riesgoso asegurar que uno de los problemas fundamentales que ha enfrentado el país del sol naciente en la contemporaneidad es fijar una definición de si mismo donde converjan las especificidades de su evolución histórica y la pertenencia geográfica sobre la base de una identificación de ambos factores.
- Manifestaciones de las peculiaridades de Japón con relación a Occidente.
Una vez que se trata de iniciar un análisis comparativo entre Japón y Occidente habría que introducir algunas consideraciones generales que han cimentado el desarrollo de un discurso teórico adherido a este principio. En consonancia con ello, se debe señalar que si bien cuando se ha analizado la singularidad japonesa respecto a Asia se tiende a indicar los múltiples vínculos que acercarían al país a la experiencia histórica occidental; paradójicamente los razonamientos de las peculiaridades niponas frente a Occidente han venido a reforzar en ocasiones aspectos que estarían relacionados con la condición asiática del país.
Efectivamente, prevalece en algunos autores (24) el énfasis dado a la indiferencia generalizada de la sociedad japonesa hacia a la obtención de autonomía social, distante del espíritu individualista con que habitualmente se vincula a los estados occidentales. La persistencia de valores ancestrales, la preeminencia de nociones como honor, disciplina, lealtad o la jerarquización como pilares de todo el engranaje civilizatorio constituyen soportes de esta tendencia.
Los defensores de esta línea contradicen parcialmente la exclusividad cultural nipona, dando prioridad a la presencia de la herencia confuciana china, cuya influencia está muy extendida en la mayoría de los países del Asia Suroriental. En ese sentido, se favorece un acercamiento entre el “espíritu” asiático y el “espíritu” japonés para acentuar la diferencia de este último con relación a Occidente y su sistema de relaciones ético-sociales.
Otra de las aristas en el estudio de las particularidades es examinar Japón como un complejo dual donde, al mismo tiempo, coexisten estructuras representativas de lo tradicional y lo moderno. El slogan Wakon Yosal, Espíritu japonés - Tecnología occidental (nacido al calor del proceso Meiji) es el que mejor define la idea de seleccionar de Occidente lo conveniente (tecnología, instituciones, proyectos) sin arriesgar la esencia misma de lo japonés (precedentes históricos y culturales de la nación) (25).
Este dualismo ha sido recreado del mismo modo en los estudios acerca de la combinación de pequeñas y medianas empresas con las grandes compañías como algo característico de la experiencia capitalista japonesa. Ha sido reconocido, además, en el desarrollo interno del mercado sobre la base de la sustitución de importaciones conjuntamente con la materialización de un progreso hacia afuera sustentado en una política de exportación intensiva, así como en el nexo capitalismo estatal-capitalismo privado.
Por su parte, algunos períodos históricos han sido evaluados, también, desde la óptica de la peculiaridad japonesa. Tal es el caso del ya citado feudalismo japonés de los Tokugawa, analizado como sui generis en tanto la identidad nacional coexistió con los señoríos (han) permitiendo cierta centralización, expresada a través del orden shogunal (bakufu). Su diferenciación de las formas feudales occidentales fue establecida por Marc Bloch en su obra clásica La sociedad feudal y, a posteriori, ha sido desarrollada por otros autores (26).
Lógicamente, un momento trascendental como el Meiji no ha escapado a estas proyecciones y ha sido analizado como caso particular dentro de las revoluciones burguesas subrayándose sin cesar que una clase no burguesa fungió como principal sector impulsor de las reformas pro-capitalistas y que el papel rector como agente promotor de las transformaciones fue desempeñado por el Estado (27). A lo que, además, debería añadirse el carácter incompleto que muchos reconocieron en el proceso de capitalización experimentado por la nación durante este período (28).
Las diferencias entre los fundamentos ideológicos del militarismo de entre-guerras, y las experiencias ultranacionalistas de los regímenes nazi-fascistas alemán e italiano también ha sido establecida. Las pocas posibilidades de incluir a Japón bajo la égida del totalitarismo clásico, el hecho de que la ordenación política pre-establecida por el Meiji no sufriera, en definitiva, ninguna variación importante en este período salvo la participación cada vez más activa de los sectores militares y que no se pueda hablar del militarismo como un legítimo movimiento de masas apoyado en la acción de partidos han apoyado este alegato (29).
Otro de los momentos ineludibles es la impresionante recuperación económica de los años cincuenta del pasado siglo y la consolidación como potencia capitalista de primer orden (segunda en el mundo tras los Estados Unidos y única no occidental). El impacto que causó fue tal que terminó obsesionando a los investigadores, empeñados a toda costa en “decodificar” las claves del supuesto milagro. Este afianzamiento convirtió a Japón en una opción, una variante dentro de la amalgama capitalista que podía incluso proceder como fórmula para garantizar el progreso a naciones menos favorecidas (30).
- Hacia el cierre de un juicio.
De este modo, alimentado por las precisiones culturalistas, por las tipificaciones económicas, las similitudes que lo acercan a unos y lo alejan de otros, se ha perpetuado la condición de Japón como una especificidad. Este criterio, igualmente, ha sido utilizado para legitimar el carácter paradigmático de la nación y asentar sus fundamentos. En definitiva, de la exploración de los elementos manejados bien a favor de la singularidad frente a Asia, bien a favor de la singularidad respecto a Occidente, se puede extraer una conclusión:
La experiencia de Japón está en posición de asumirse como singular a resultas de la combinación de elementos que, no obstante ser en muchas ocasiones comunes a otras realidades, se combinaron de una forma única en ella. Aun así, no puede establecerse un divorcio entre singularidad y universalidad, ya que este segundo carácter debe ser contemplado en tanto es el que custodia el vínculo entre la historia del país y la historia regional y global. La universalidad en la evolución japonesa ha estado gravada por la determinante de la coyuntura histórica general (31), la particularidad reside en las respuestas dadas ante cada contexto y sus demandas.
Notas, citas y referencias
1. Como punto de vista esta proyección encuentra sus raíces en la ascensión de Europa durante la época moderna y el establecimiento de su preeminencia a partir de la standarización de su “cultura” como patrón global extendido a América, África y Asia bajo la forma de la colonización y subordinación. El problema Oriente-Occidente ha sido una constante gravitando como trasfondo de los estudios asiáticos, especialmente los japoneses, y muchas veces ha llegado a atentar contra la profundidad real y científica de las investigaciones. En este sentido se recomienda consultar el análisis que realiza Andrew DeWitZnet desde el sitio especializado www.rebelion.org en su artículo: Estereotipos científicos: Oriente y Occidente. (http://www.rebelion.org/noticia:php?id=17444)
2. Este ensayo es contrario por completo a un uso discriminatorio tras los conceptos de Oriente y Occidente, en adelante servirán básicamente para referirse a un espacio geográfico o cultural específico, sin las determinantes de los estereotipos antes cuestionados. La apropiación de esta denominación responde únicamente a la voluntad de facilitar la comprensión y evitar confusiones manejando otras terminologías menos frecuentes.
3. Como resultado del crecimiento económico acelerado de la posguerra hicieron su irrupción varias teorías que buscaban explicar las razones del éxito. Dentro de Japón una de las más significativas fue la Nihonjinron, que conoció su boom a lo largo de las décadas del setenta y del ochenta. Esta corriente, que podría resumirse en el criterio “Japón construido por si mismo” dedicaba atención especial a la preeminencia de los valores naturales e intrínsecos de la sociedad japonesa y puede constituir un antecedente de todo el sistema de estudios realizados a posteriori acerca de las especificidades asiáticas y sus ventajas para obtener desarrollo. El gran inconveniente de estas argumentaciones es que llegaron a revestir el tema de un halo mítico que derivó una deificación exacerbada contraria a lo que pudiera esperarse de investigaciones científicas. Uno de los autores que más objetivamente ha cuestionado la relación valores asiáticos-desarrollo es el economista Amartya Sen.
4. Algunos defensores de esta tesis son: Herman Khan, Ishida Eiichiro, Masuda Yoshio, Umejara Takeshi. Una excelente evaluación de estos y otros elementos se encuentra en el artículo de Gregory Clark. The Human-Relation Society and the Ideological Society. The Japan Foundation Newsletter, August-September, 1978.
5. Históricamente hablando la modernidad atañe al período en que surgen y se difunden formas de organización de la vida social y material vinculadas al modo de producción capitalista; algunos investigadores hablan de una modernidad occidental exportada y asumida en diferentes dosis por el resto del mundo (Giddens, Anthony. Consecuencias de la Modernidad. Alianza Editorial: Madrid, 1993, p1; Wallerstein, Inmanuel. El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI. México D.F: Siglo XXI Editores, 1979, pp. 53-54) y otros proponen la existencia de una de diversidad de modernidades que tuvieron lugar a partir de las condiciones específicas de cada quien ( S. N. Eisenstadt, Ch. Taylor y B. Lee, por ejemplo). En el presente trabajo se asume como la coyuntura general en la que cada área o país, a partir de las condiciones históricas precedentes inmanentes a ellas, activó el proceso de desarrollo del capitalismo, en algunos casos bajo la forma de la dominación, preeminencia y progreso y en otros predeterminando la subordinación y el atraso.
6. Meiji significa “gobierno iluminado” o “de las luces”. Se inició con la deposición del último shogún Tokugawa y la restauración de la autoridad imperial. Durante este período tuvieron lugar importantes transformaciones económicas, políticas y sociales que sirvieron para situar internacionalmente a Japón e iniciarlo en la senda de lo moderno.
7. Chesnaux, Jean. Asia Oriental en los siglos XIX y XX. Madrid: Editorial Labor, 1967; Eisentad, S.N. La experiencia histórica de Japón: la paradoja de la modernidad no axial. (http://www.unesco.orglissj/rics151/eisendtadt.htm)
8. Knauth, Lothar. La Modernidad en Japón. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, pp. 67-68; Fitzgerald, C. P. A concise history of East Asia. En: Montes de Oca, María Teresa y Enrique Baltar. Cuadernos Afroasiáticos # 1 (inédito).
9. Whitney Hall, John. El imperio japonés. Madrid: Siglo XXI Editores S.A., 1973, p 57.
10. Reischauer, Edwin O. El Japón. Historia de una nación. Ciudad México: Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 86-99.
11. Desde 1635 hasta 1853 se aplicó en Japón una política de aislamiento, prohibiéndose la salida de los japoneses al extranjero y el regreso de los que violaban esta prohibición, se expulsó a los extranjeros del territorio y se hizo cesar prácticamente el comercio exterior. No obstante, el aislamiento no puede ser entendido como un retraimiento que mantuvo al país ajeno por completo a lo que sucedía en Asia o a todo contacto e influencia exterior, baste mencionar la presencia de los holandeses en Dedyima y la impronta de la escuela Rangaku.
12. Sistema Sankin Kotai: implicaba la permanencia alternada en Edo (capital shogunal) de los daymios, que debían dejar allí permanentemente sus familias. Esto obligaba a realizar frecuentes viajes que implicaban numerosos gastos y endeudamientos, más el desentendimiento involuntario de sus han (señoríos).
13. Reischauer, Edwin O. Japan. Past and present. Tokio: Charles E. Tuttle Company, INC, 1970, pp. 96-98; Holliday, Jon. Japón: capitalismo asiático. En: Montes de Oca, María Teresa y Enrique Baltar. Ob. cit.; Okabe, Hiroji. Reflexiones sobre la formación del capitalismo japonés. Economía y desarrollo (La Habana) 23: mayo-junio, 1974, p 149.
14. En 1853 una flota naval estadounidense bajo el mando del comodoro Perry llegó hasta Bahía de Tokio exigiendo concesiones comerciales. Incapaz de resistir militarmente, los Tokugawa cedieron frente Estados Unidos y las potencias europeas firmando una serie de tratados desiguales. La firma en 1854 del primero de ellos, el Tratado de Kanagawa, dio al traste con la política de aislamiento.
15. La caída del régimen Tokugawa ha sido analizada desde dos direcciones: una que otorga un papel preponderante a la llegada de EE.UU. como propiciador de la crisis y fin del Shogunato (Edwin Reischauer; Tomoko Asomura, entre otros) y otra, con la que concuerdo, que parte de analizarlo como un proceso de decadencia interna precipitado por la coyuntura de la amenaza Occidental (Lothar Knauth; Omar Martínez Legorreta).
16. Ishin significa literalmente renovación, aunque es traducido frecuentemente como restauración.
17. Utilizar la restauración imperial como justificación legal y moral de un proceso esencialmente revolucionario otorgó al Meiji una peculiaridad; en lugar de una ruptura completa o parcial de las estructuras precedentes y su sustitución por otras, se recurrió a antiguas formas que en su momento habían sido consideradas obsoletas proporcionándoles un nuevo contenido que facilitara la reestructuración del totalidad de la sociedad.
18. Asomura, Tomoko. Historia política y diplomática del Japón moderno. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, S.A., 1997. pp. 100-106; 113-122.
19. Veintiuna Demandas: nota diplomática dirigida a Yuan Shikai, a la sazón dirigente de la república China, en enero de 1915. Estaban divididas en cinco grupos fundamentales y representaban una lesión total de la soberanía china a costa de conceder prerrogativas, territorios y derechos de explotación a los japoneses. En principio China se vio obligada a aceptar algunas de estas demandas y Japón vio favorecido sus intereses hasta que la Conferencia de Washington (1921-1922) logró imponer la “Política de Puertas Abiertas” preconizada por los EE.UU.
20. Un interesante análisis de los aspectos vinculados a la política panasiática japonesa y su implicaciones en las relaciones con los países del área se puede encontrar en el trabajo de Florentino Rodao Japón y Asia, 50 años después (http://www.aeep.es/socios/rodao/95a5.htm)
21. El inicio de la II Guerra Mundial para Asia está fijado en 1937 independientemente de la fecha de 1939 que es la manejada a nivel mundial, algo por cierto muy a tono con el eurocentrismo como percepción dominante en los estudios históricos.
22. El sistema político pos-ocupación empujó a Japón por la senda del crecimiento económico, evitando proyecciones de tipo ideológico que pudieran hacer renacer el fantasma del militarismo. Haciendo gala de un pacifismo constitucional, Japón se embarcó de lleno en un proyecto donde el desarrollo ocupó el centro de atención y las relaciones exteriores se inclinaron hacia el florecimiento del comercio y la exportación. El éxito de esta estrategia llevó a expertos a la afirmación de que gracias a esta vía Japón pudo adquirir más ventajas e influencia en Asia que en tiempos del expansionismo territorial.
23. Las relaciones entre Japón y sus vecinos desde la posguerra hasta hoy han estado mermadas por la desconfianza general de los pueblos asiáticos en lo referido a la autenticidad de un arrepentimiento nipón. El resentimiento de un lado, y la reticencia japonesa ante las demandas han mantenido vivas las tensiones, especialmente con China y la península coreana, antaño objetivos claves de la política expansionista. Ejemplos de esta situación son la ola de protestas que acompañó la gira asiática del Primer Ministro Tanaka en 1974 o el escándalo generado desde hace algunos años en torno a la tergiversación de la historia en los libros de texto escolares japoneses.
24. Autores que se han hecho voceros de estas "cualidades" japonesas son Morishima Michio, Gregory Clark, Lucien Bianco, Víctor Sukup yJosé Daniel Toledo Beltrán.
25. Japón no fue el único país asiático que utilizó esa consigna, en China se dijo: “ciencia occidental, espíritu chino” pero el archipiélago fue el único capaz de mantenerla durante el período más álgido del colonialismo. Esto se debió en parte al alto grado de confianza en la propia cultura como base de los cambios; la obligatoriedad de adaptarse a las condiciones de la modernidad sin caer en la subordinación fue un resorte importante ya que no llevó a romper con el pasado sino a perpetuar la continuidad. Un ejemplo de ello fue el propio rescate y dimensión de la figura del Emperador a partir del Meiji y su importancia como símbolo más allá de su participación real del poder. Una obra clásica que aborda esta especial combinación de lo moderno y lo tradicional es precisamente la ya citada de Morishima Michio.
26. Bloch, Marc. La sociedad feudal. México: UTEHA, 1958; S.N Eisentad. Ob. Cit; Kennedy, Paul. Auge y caída de las grandes potencias. Barcelona: Plaza & Janes, 1998.
27. Reischauer, Edwin O. El Japón. Historia….. p 121.
28. Un óptimo análisis de esta cuestión así como de los autores que la han manejado, se encuentra en: Montes de Oca, María Teresa. Historia General de Asia. La Habana: Editorial Félix Varela, 2004, pp. 54-56.
29. Reischauer, Edwin O. . El Japón. Historia….. pp. 165-167; Togores Sánchez, Luis E. Japón en el siglo XX. De imperio militar a potencia económica. Madrid: Ediciones Arco, 2000, pp. 41-45, Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica, Grijalbo-Mondadori, 1998, tomo I, pp. 137-138.
30. Una obra como Japan as number one: Lesson for America de Ezra Vogel llegaría tan lejos en el afán de señalar a Japón como modelo que lo sugirió incluso al resto de las naciones industriales del mundo.
31. La coyuntura histórica general está estrechamente ligada a las nociones de Inmanuel Wallerstein, explícitas en sus trabajos relativos a los vínculos desarrollados a partir de la extensión del capitalismo. Estos vínculos han señalado los derroteros de naciones y regiones independientemente de la diversidad de formas que han asumido sus manifestaciones al interior de ellas. En definitiva, se trata ni más ni menos que de la dinámica impuesta por las relaciones de lo que se ha dado en llamar: sistema-mundo. Al respecto se recomienda consultar el interesante análisis que hace de esta proyección Carlos Antonio Aguirre Rojas; Aguirre Rojas, Carlos Antonio. La obra de Inmanuel Wallerstein y la crítica del sistema-mundo capitalista. La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2005, pp.30-46.
Bibliografía
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- Whitney Hall, John. El imperio japonés. Madrid: Siglo XXI Editores S.A., 1973.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Jiménez Rojas, Y. : “El carácter singular de Japón: algunos criterios e interpretaciones" en Observatorio de la Economía y la Sociedad del Japón, enero 2008. Texto completo en http://www.eumed.net/rev/japon/
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