Inmaculada Estévez Ramos
jmariohv@yahoo.es
Hasta hace no muchos años, los modelos propuestos desde la medicina y la física
acústica, han sido los predominantes en la educación de los niños con
alteraciones auditivas. Estos modelos han puesto el énfasis en el déficit
auditivo sino en el hándicap que de él se deriva.
Actualmente desde una perspectiva educativa estos aspectos no se abandonan, pero
se ha pasado de una concepción en la que la problemática se situaba en el propio
niño a una concepción más interactiva, en la que tan importante es el posible
“déficit” del alumno como el ajuste a la “respuesta” que el ambiente da a ese
déficit.
Esta concepción hace necesario conocer cuáles son las medidas que desde la
institución escolar se deben tomar para dar respuesta a las necesidades
educativas que los alumnos con déficit auditivos pueden presentar.
En el sistema educativo de la LOE (heredera de la LOGSE) los alumnos con
deficiencia auditiva forman parte de ese continuo de diversidad que nos
encontramos en las aulas y que debemos atender desde el equilibrio de los
principios de educación común y atención a la diversidad.
En su diversidad son muchas y muy diferentes las NEE, necesidades educativas
especiales, que pueden presentar estos niños y niñas en función del grado de
deficiencia auditiva, del momento de aparición, de las experiencias familiares,
escolares y sociales vividas. A nivel educativo y desde nuestra capacidad de
actuación, podemos hablar de tales necesidades, agrupándoles en n.e.e. de
naturaleza curricular y de acceso al curriculo.
El desarrollo de la capacidad de comunicación y del lenguaje constituye la
prioridad básica en el curriculo provisto a los niños y niñas sordos o con
deficiencia auditiva grave, en la medida en que es esta carencia secundaria a su
déficit sensorial la que parece ser la variable que puede mediatizar el
desarrollo y que son adaptaciones de acceso al currículo ( si lo utilizamos como
medio de comunicación) y curricular cuando se enseña una forma de comunicación
alternativa, complementaria y aumentativa.
Sin embargo, este consenso generalizado se transforma en controversia, cuando
se trata de definir cuáles deben ser los métodos a seguir para desarrollar las
capacidades comunicativas y lingüísticas del niño o niña sord@.
Aunque las lenguas de signos empleen en ocasiones signos manuales que
representan letras para palabras nuevas o nombres "raros", no debe confundirse,
en absoluto, el manualismo con el lenguaje de signos. El manualismo es una
orientación basada en asociar signos manuales a unidades sub-léxicas (es decir,
menos que la palabra); típicamente, a las letras con el lenguaje escrito
representa al oral, como ocurre en la "dactilología" o deletreo manual, que
remonta sus orígenes los trabajos de Ponce de León.
En cuanto a los métodos oralistas, han sido los históricamente dominantes en la
mayor parte de los países occidentales en la educación de los niños y niñas
sordos. Hasta fechas muy recientes, como los años 60 y 70, no se ha recuperado
una consideración igualitaria, al menos, con el reconocimiento de la lengua de
signos como una auténtica lengua por parte de la Sociedad Lingüística
Internacional.
Partiendo de este supuesto compartido, no obstante, son muchos y muy
diferentes métodos oralistas, que se extienden desde los “puros” hasta los de
tipo bimodal y los de Comunicación Total, siendo cada vez menor el número de
profesionales que emplean el oralismo puro, a consecuencia de la falta de
resultados que éste ha manifestado a pesar de su predominio y extensión.
Finalmente, las aproximaciones gestualistas parten de considerar el oralismo
como un proceso lento, excesivamente laborioso y poco natural y adecuado para
la persona sorda, que contribuye a convertir a ésta en un eterno retrasado
respecto al oyente: primero en lo oral, luego en lo escrito y, por último, en
cuanto al conocimiento cultural general adquirido.
Consecuentemente, se muestran partidarias de alejarse del lenguaje oral para
instaurar en el niño sordo un lenguaje (sistema de comunicación) alternativo
que le resulte natural y más fácilmente accesible, ¿y qué más natural que el
propio lenguaje de signos?
Las lenguas de signos se proponen, por tanto, como lenguas naturales tan buenas
o malas como cualquier otra, que arrancan de la capacidad de expresión no
verbal que posee todo ser humano, aunque no son en lo más mínimo algo que pueda
reducirse a una simple sofisticación del lenguaje corporal.
Como señala MARCHESI (1987), constituyen auténticos sistemas de signos
lingüísticos representados "principalmente a través de la configuración,
posición y movimiento de las manos y la expresión del rostro y que tiene una
estructura gramatical diferente a la de los lenguajes hablados con los que
convive". Las lenguas de signos, son además, lenguas tan vivas como el español o
el inglés, en las que los signos cambian, se crean, interactúan con el lenguaje
próximo, etc. Hasta el punto que no hay, en absoluto, una lengua de signos
universal, sino lenguas de signos diferentes que son "habladas" por diferentes
comunidades sociales y culturales.
Tan solo hacer referencia a la existencia de un sistema lingüístico, considerado
de alguna manera como universal, denominado Sistema de Signos Internacional,
surgido de la necesidad de unificar diferentes lenguas para un entendimiento
común a nivel mundial, sobre todo en lo referente a congresos, ponencias o todo
tipo de evento internacional que incluya el encuentro de diferentes culturas.
En este sentido, contamos desde los años 70 con investigaciones que ponen de
manifiesto bien a las claras, que sordos con lengua de signos de un país usan
signos no inteligibles para los de otros países, no coincidiendo además los
límites geográficos con la inteligibilidad del lenguaje de signos con los de
los lenguajes hablados, pues están determinados más bien por razones de
parentesco "histórico-lingüístico".
En definitiva, las lenguas de signos constituyen auténticas lenguas con una
organización interna propia, como ya evidenciaran los estudios pioneros de
STOKOE en los 60 y 70: cada signo se diferencia de otros por el lugar del cuerpo
en donde se realiza, la configuración de la mano o manos que lo efectúan y por
el movimiento de ésta o de éstas.
Su mayor aportación, según argumentan sus defensores, es que constituye una
herramienta absolutamente natural y accesible al niño sordo desde el mismo
instante de su nacimiento, de modo que puede ser adquirida de forma espontánea
en la interacción del niño con su medio, con la sola condición de que tal lengua
forme parte de él de modo "natural"; la investigación evolutiva, sin duda,
apoya esta idea y pone de relieve cómo cuando la lengua de signos se adquiere
tempranamente desaparecen las desventajas cognitivas, sociales, y emocionales
tradicionalmente atribuidas al sordo.
Esto podrá llevarse a cabo cuando los prejuicios acontecidos a lo largo de la
historia dejen de considerar a la lengua de signos como una “lengua de segunda”
o no la reconozcan como tal, a pesar de ser una lengua oficial dentro del
territorio nacional.
BIBLIOGRAFÍA:
BECERRO, L. y PEREZ, M.C. (1988): Educación del niño sordo en integración
escolar. Madrid: UNED.
C.N.R.E.E.(1991): Las Necesidades Educativas del niño con deficiencia auditiva.
Serie Formación. Madrid: MEC.
MARCHESI, A. (1990): La educación del niño sordo en una escuela integradora. En
Marchesi, Coll y Palacios: Desarrollo Psicológico y Educación III. Madrid:
Alianza.
MONFORT, M (1994): Comunicación bimodal. En Torres, S.(comp.) Discapacidad y
sistemas de comunicación. Madrid: Real Patronato de Educación Especial.
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