Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@arnet.com.ar
Universidad de Palermo
En la actualidad, los medios masivos de comunicación han enfatizado en muchos países sobre la necesidad de mejorar las condiciones de seguridad de las poblaciones. Ambas definiciones seguridad y población tienen, no obstante, raíces comunes ignoradas por las audiencias modernas. Vislumbrar ese pasaje de la sociedad medieval a la moderna, será entonces, el objetivo central de Mitología de la Seguridad, un libro que en forma general establece un debate conceptual nacido de los textos de Michel Foucault y Giovanni Botero.
La filósofa italiana Andrea Cavalletti (2010) sugiere que el concepto moderno de seguridad no puede comprenderse sin la figura de la ciudad. El concepto de seguridad, según los postulados de Foucault, comienza a articularse en el pasaje de la Edad media tardía a la modernidad. El principio que emula el sentido de la seguridad se corresponde con la racionalidad del buen gobierno. Las ciudades, sus poblaciones, los territorios como así todo tipo de características que puedan servir en el conocimiento pleno del arte de gobierno, (aritmética política), pueden sólo ser posible a través de la imposición de un nuevo estado, la seguridad. La autora va a decir en palabras textuales,
“La aritmética política, especial medio de sondeo inmerso en la población, restituye, pues, la partición de los medios útiles y los dañinos, mientras que la selección de los medios traza una ruptura entre amigo y enemigo en la población misma. La tabla sintética, en efecto, no es sino la expresión de una síntesis incluso anterior, que caracteriza toda política entendida como técnica y que define a la biopolítica como conocimiento de los medios en sí, posible sólo a través de la reducción implícita y preliminar de la felicidad del gobernado a la felicidad del gobierno” (p. 141).
Este pasaje revela una transferencia en las unidades familiares medievales, a un estado más abarcativo pero no por ello más justo. Advierte Cavalletti que unos de los aspectos de la biopolítica es la extensión en las condiciones de vida de ciertos grupos, a la vez que se impone una muerte segura a otros. El hecho de dar muerte a otro, implicaría la apertura a una nueva oportunidad, una nueva práctica de subjetivación donde el asesino mantiene sus propias condiciones de vida. El nazismo ha sido una de las tantas expresiones de esta dinámica. Siguiendo a Foucault, Cavalletti considera que dos mecanismos son de vital importancia para la implantación de las sociedades de control sobre las disciplinarias. En primera instancia, la necesidad de individualizar por medio de lógicas binarias como loco, sano, amigo, enemigo etc. La segunda forma es “la asignación coercitiva” que distingue pero caracteriza la vida del otro. Existe una clasificación normativa tendiente a resaltar lo anormal para justificar el sentido de la normalidad. Si lo normal parte de una definición positiva de las condiciones de vida de una población, lo que se desvía es lentamente empujado hacia los límites de la vida, es decir hacia la muerte. En la era del “bio-poder”, la gente puede vivir sólo denunciando a otros como anormales, como desviados, como elementos a erradicar de la población. De esta manera, distinción por un lado y clasificación por el otro generarían políticas selectivas de administración de la vida. La función central de la seguridad es marcar el pasaje de una sociedad teocrática, amparada por el derecho medieval y natural, a otra racional donde la decisión juega un papel importante. La aritmética política (la cual luego dará forma a la ciencia demográfica y a la ingeniería) se transforma, en este proceso, en elemento clave y sustancial de gobierno. El poder de policía, entendido éste como la necesidad del bueno gobierno para todos los elementos, queda suspendido para dar forma a un nuevo estado orgánico que se reserva el derecho al uso de la fuerza sobre todos sus miembros, esparcidos y ubicados en el territorio.
Las polaridades binarias establecidas por el estado, como hemos mencionado, son administradas por el “buen técnico”, quien en vistas de su supuesta objetividad, legitima el poder del estatus quo. Es por demás interesante, el desarrollo de Cavalletti sobre la ciencia y el diagnostico pues asume dos ideas interesantes. La primera es que toda ciencia moderna opera con una necesidad impuesta, que nace de la binariedad propia de la biopolítica. La segunda, es que por medio de la intervención a esa necesidad es que la técnica, como herramienta ajena “a la suciedad o corrupción de lo político”, logra su cometido, el control total del sujeto. El conocimiento goza de una imagen positiva en la población pues se proclama y se asume, “neutral”. No obstante, advierte nuestra filósofa no solo está lejos de serlo, sino que por medio de sus tecnologías se fortalecen los instrumentos tanato-políticos que posibilitan la bio-política. Empero, dentro de este contexto, ¿como se construye el vínculo del ser humano con lo social?, ¿cual es el papel del sujeto junto a otros sujetos en una sociedad que lo empieza a excluir constantemente?, la respuesta es la educación. Este proceso hace que el sujeto se piense en pos de una unidad más abarcativa, la población. La educación permite el control por medio de una tradición común, una misma historia, que sólo posibilita la imposición de la ley.
La seguridad se remite a un concepto por el cual se integran las fuerzas externas e internas del orden. Cavalletti sugiere que uno de los primeros pensadores en facilitar una definición moderna del término, ha sido Sonnenfelds, en cuyo argumento los hombres libres se asocian con el fin último de conseguir algo que en forma individual no pueden. En realidad no es el objetivo en sí mismo, sino la voluntad común orientada al bienestar común el criterio primordial del sentido de policía. Empero hay que definir primero un obstáculo conceptual, una cosa es el interés común que lleva a la colectividad (público) y otro es el individual que hace lo propio con lo privado. La voluntad común permite integrar estos dos valores opuestos, dentro de un mismo discurso, la felicidad para todos. Sonnefelds aclara, que en lo interno esa fuerza recibe el nombre de policía (polizei), mientras en lo externo se llama política (politik). El bien público se transforma en la suma de todos los intereses individuales. La seguridad es la condición ideal por lo cual no hay nada en lo cual se pueda temer. De esta manera, sugiere Cavalletti quedan configuradas las bases epistémicas de la noción moderna de seguridad, siempre anclada al de ciudad; he aquí el artilugio de la seguridad. Un espacio considerado seguro sólo puede ser tal en constitución a otro inseguro. Entonces, la seguridad interna de una ciudad puede comprenderse siempre y cuando se considere al mundo exterior como hostil o inseguro. Dadas estas condiciones, lo “indeseable” debe ser expulsado fuera de los muros de la ciudad.
En términos penales, la idea de Cavalletti, también la de Foucault es de vital importancia no solo para el abordaje de la precarización del sistema carcelario, sino además una explicación, si se quiere, convincente a la percepción de inseguridad. No obstante, por convincente no necesariamente la descripción debe ser real. Discrepamos con su argumento por los siguientes motivos.
En anteriores trabajos, demostramos que la secularización y por medio de ella la introducción económica del riesgo ha sido el factor desencadenante de la explosión de delitos. El riesgo, como dispositivo de control, disminuye la fuerza del cambio social. Para concretar tal fin, en tanto discurso acelera la desvinculación normativa entre el sujeto y sus instituciones. La desaparición de Dios hace del mundo un lugar más inestable e inseguro. Los peligros del mundo exterior deben ser mitigados por medio de la tecnología y la racionalización. Pero lejos de lo que piensa Cavalleti, ese proceso pone el destino en manos del hombre, quien porque cree que su destino le pertenece construye una serie de rituales para hacer del mundo un lugar más predecible. Es aquí, donde entra la aritmética política. No obstante, existe otro canal por medio del cual opera la modernización que ni Foucault ni Cavalletti han observado con claridad. Una vez cerrada la religión al espacio de lo trascendente, la culpa no amerita ningún tipo de perdón. El desviado, anulada las bases morales de la religión, queda sujeto a no poder reparar a la víctima por el acto cometido. El sistema penal y mercantil marcan de por vida al desviado con el fin de aumenta el valor de la mercancía producida y de mejorar los canales de circulación de bienes de la sociedad moderna. Si partimos de la base que el delito regula y determina el valor de la propiedad privada, ese valor se replica por medio de la penalización eterna del delito, hecho por el cual se explica que a mayor maduración productiva, mayores son los índices de delitos de la sociedad (Korstanje, 2012; Skoll & Korstanje, Korstanje, 2013); en resumen, el sentido impuesto de “seguridad” por la maquinaría biopolítico favorece las condiciones materiales por medio del cual el trabajador se transforma en commodity consumible y transformable. Empero, éste no puede ser posible sin el declive de la vida religiosa que permite la criminalización del anormal.
Referencias
Korstanje, M. (2012) “Bases para comprender la economía del riesgo: modernidad, tabú y representaciones”. Revista Austral de Ciencias Sociales. Número 22: 5-24
Korstanje, M. (2013) "Revisando la ética de la Hospitalidad en Daniel Innerarity". Historia Actual Online. Número 32, pp. 203-213
Skoll, G. & Korstanje, M. (2012) “Risks, Totems, and Fetishes in Marx and Freud”. Sincronía: a Journal for the Humanities and Social Sciences. Año XVII, Número 61