Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@arnet.com.ar
Universidad de Palermo
Resumen.
La presente reseña aborda la presencia del otro diferente en el pensamiento de Jacques Derrida. Hasta cierto punto, la presencia de otro no vinculante genera espacios de hospitalidad de exclusión, limitados, o restringidos. En este sentido, situamos al turismo como una industria capaz de generar espacios de hospitalidad. A un inmigrante que por necesidad llega a una nueva tierra se lo interpela por medio de dos preguntas básicas, ¿quién eres y de donde vienes?. Estas cuestiones hacen de estado el garante no solo del derecho bajo la cual la hospitalidad es posible, sino del permiso de residencia temporal de todo extranjero. Ningún estado confiere hospitalidad a extranjeros sin una previa verificación. Por este motivo, cuando hablamos de hospitalidad (mercantilizada) hablamos de hospitalidad condicionada. Esta condición para aceptar al otro es la primera cláusula de violencia del estado sobre las personas que resultan de ese estado.
La Hospitalidad. Jacques Derrida. Buenos Aires Ediciones de la Flor, 2006. ISBN 978-89505152550-0
La hospitalidad de Jacques Derrida es ya un clásico de la filosofía y de los estudios culturales en temas de movilidad. Su foco principal radica en la conexión que hay entre la mismidad, la otreidad y el lenguaje. Todo idioma, no importa su raíz, denota una frontera y un principio de familiaridad. La hospitalidad debe ser comprendida como el permiso de residencia del extranjero en el hogar que nace desde el lenguaje mismo.
Derrida reconoce que la hospitalidad sólo es posible bajo un derecho previo que protege y antecede a cualquier capacidad discursiva. Un proceso donde también las figuras del patrimonio y el nombre juegan un gran papel. Si la hospitalidad se aplica sólo sobre quienes pueden ser marcados, se desprende la idea que el anonimato implica la anti-hospitalidad. La habilidad de la elite para dominar a la mayoría radica en la eficiencia en como se realizan y circulan esas marcas, a la vez que ella misma es desmarcada de cualquier interpelación.
A un inmigrante que por necesidad llega a una nueva tierra se lo interpela por medio de dos preguntas básicas, ¿quién eres y de donde vienes?. Estas cuestiones hacen de estado el garante no solo del derecho bajo la cual la hospitalidad es posible, sino del permiso de residencia temporal de todo extranjero. Ningún estado confiere hospitalidad a extranjeros sin una previa verificación. Por este motivo, cuando hablamos de hospitalidad (mercantilizada) hablamos de hospitalidad condicionada. Esta condición para aceptar al otro es la primera cláusula de violencia del estado sobre las personas que resultan de ese estado. No obstante, existe otro subtipo de hospitalidad a la cual Derrida llama absoluta, y por medio de la cual huéspedes y anfitriones pueden interactuar sin ningún tipo de reciprocidad (obligación).
Mientras el turismo se corresponde con la posibilidad de obtener una hospitalidad restringida, la migración laboral forzada o el asilo político adquiere una idea de hospitalidad absoluta. Cualquiera sea el caso, Derrida agrega, se da una brecha entre un huésped y un parásito. Esa condición es la aplicación de la ley por medio del cual la sustentabilidad del patrimonio puede tomar forma. Explicado esto en otros términos, la identidad sólo puede centrarse en la aplicación de la violencia. En tanto condicionado por ley, el huésped adquiere el status de viajero legítimo. Cuando el huésped se transforma en parasito y se aleja de todo derecho, el estado pone en movimiento todos sus recursos, incluso el poder de policía para marcarlo y sujetarlo. Eso abre una gran complejidad en el sistema mismo. El legado de Derrida ha sido sustancial al estudio del capitalismo y la modernidad como fuerzas que por un lado promueven la movilidad a la vez que clausuran al otro por medio de la frontera. Mientras el viajero (turista) se encuentra protegido por la hospitalidad restringida, el migrante es perseguido, encarcelado y deportado. Cuanto más intolerante sea un estado frente a la extranjería, mayor será su apego por la identidad.
Derrida hace un salto epistemológico importante y afirma que toda persona lleva impresa el sello del lenguaje materno. La nacionalidad es funcional a la lógica subyacente de la división del trabajo social. Lo nacional cierra la comunicación entre los grupos y las clases. Bajo esta lógica, un obrero francés tiene familiaridad con un empresario de la misma nacionalidad. Como la hospitalidad, la lengua también puede ser comprendida en forma estricta o absoluta. Por tanto lengua y hospitalidad son dos conceptos homólogos. El cuerpo de lo nacional promovido por el capitalismo se impone a una forma restringida de hospitalidad (el turismo); el viaje turístico para Derrida es masivo por su propia selectividad.
No obstante, creemos estar en condiciones de objetar la tesis de Derrida sobre la hospitalidad centrados en dos errores conceptuales serios. El primero y más importante es que el extranjero no es interpelado por su pertenencia, mucho menos por su linaje sino por su “enunciado”, por su posibilidad de emitir un mensaje que es descifrado por el estado. Derrida equivoco al afirmar que era el lenguaje el criterio suficiente para la hospitalidad; la hospitalidad deriva del enunciado, el cual es sólo una parte pequeña del lenguaje. Lo que ata el sujeto a su territorio no es su adscripción sino su propio “enunciado”. Cuando el sujeto dice “partir” (estar saliendo), lo hace convencido de que existe sincronía entre su suelo territorial y su suelo simbólico. Cuando alude a llegar, no solo exhibe el final de un viaje sino la estancia en un espacio que le es ajeno. Esta relación no siempre es fija, y una persona puede mostrar incongruencias entre su suelo territorial y simbólico. Por ejemplo, un viajero de negocios con radicación en Argentina pero que viaja periódicamente a Inglaterra, le pide a su secretaria que le coordine un transfer para cuando llegue aquí. El sentido de la secretaria es que el “aquí del empresario” es Argentina. Empero equivoca, porque el aquí del empresario es Inglaterra. Cuando le pide los traslados lo esta haciendo para el extranjero, empleando la palabra “aquí”.
Derrida olvida que el sentido conferido al territorio es fluctuante y emocional. El turista por ejemplo no tiene discrepancia entre su suelo simbólico y territorial, hecho por el cual sólo se aloja bajo condición de retorno. En este caso, el estado otorga hospitalidad porque el sentido de su suelo simbólico y territorial es el mismo. El habla, dice Derrida, representa el apego del hombre por su suelo y su identidad. Empero, el migrante no solo no volverá a su hogar, o duda en hacerlo, sino que –como el empresario- muestra una discrepancia entre su suelo deseado (simbólico) y el real (territorial). Por ende, la hospitalidad no interpela (a través del derecho) a quienes tienen un patrimonio, sino a quienes viajan en silencio. Segundo, el migrante debe proponer una enunciación al estado que lo recibe para no desintegrarse en su propia búsqueda de identidad. A diferencia del inmigrante, el turista no tiene nada para decir al estado anfitrión, y por ello debe regresar. Ese regreso se encuentra garantizado por la hospitalidad restringida. El migrante, en cambio, reduce su di-sincronía por medio del enunciado. Al decir, yo soy X, hijo de Y, el estado mismo apela al derecho y el tratamiento necesario para regular su “extranjería”. Pero esa extranjería, como explicamos, sólo toma fuerza en su estar en ese territorio. En tanto la marca sólo puede pender de quienes pueden emitir un enunciado.