Francisco Javier Ruiz Durán *
Universidad de Extremadura, España.
pacobadajoz@hotmail.com.Resumen: En el presente artículo se analiza como la Revolución francesa se convirtió en una religión política inmanente, en la línea de la religión solar en Egipto o las herejías gnósticas medievales, donde los individuos perdiendo su propio yo ascendían a la realidad más amplia del pueblo; como esa nueva realidad en el fondo era tan sólo el producto decadente devenido de la secularización del cristianismo; y como ese sustituto religioso se conformó de nuevo con los Totalitarismos socialistas del siglo XX.
Palabras clave: Cristianismo, religiones políticas, Revolución francesa, socialismo, nacionalismo y positivismo.
Abstract: In the present article it is analyzed as the French Revolution it turned into a political immanent religion, into the line of the solar religion into Egypt or the gnostic medieval heresies, where the individuals losing his own one I they were ascending to the most wide reality of the people; as this new reality in the bottom it was only the decadent product developed of the secularization of the christianity; and as this religious substitute it conformed again to the socialists Totalitarism of the 20th century.
Keywords: Christianity, political religions, French Revolution, socialism, nationalism and positivism.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Francisco Javier Ruiz Durán (2017): “Las religiones políticas: de la Revolución Francesa a la I Guerra Mundial”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (julio-septiembre 2017). En línea:
http://www.eumed.net/rev/cccss/2017/03/religiones-politicas.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1703religiones-politicas
1. Origen y características de las Religiones políticas.
Alexis de Tocqueville al escribir sobre los jacobinos durante la Revolución francesa, por su lucha con los contrarrevolucionarios de toda Europa, los comparó con el islam siguiendo el ejemplo de Schiller, que en su día describió como se propagaron las guerras religiosas a través de las fronteras políticas, a inicios de la era moderna. “La Revolución […], encendió una pasión que no habían sido capaces de producir jamás las revoluciones políticas más violentas. Inspiró conversiones y generó propaganda. Así, al final, adoptó aquella apariencia de una revolución religiosa que tanto asombro causaba a los contemporáneos. O se convirtió, más bien, en un nuevo género de religión ella misma, una religión incompleta, bien es verdad, sin Dios, sin ritual y sin vida después de la muerte, pero una religión que sin embargo, como el islam, inundó la tierra con sus soldados y mártires” 1. La expresión religión política, también sirve para describir los regímenes instaurados por Lenin, Mussolini y Hitler. En la década de 1930, sería el escritor expresionista Franz Werfel quien adoptaría la expresión <<religión política>> durante una serie de conferencias sobre el comunismo y el nazismo, en Alemania en 1932, donde los describió como <<sustitutos de la religión>> y <<formas de fe que son sustitutos antirreligiosos de la religión y no simplemente ideales políticos>>. En esta línea, también destacaría la historiadora austriaca Lucie Varga, el sociólogo francés Raymond Aron, el periodista católico alemán Fritz Gerliah, el exiliado judío ruso Waldemar Gurian, el guionista húngaro René Fülöp-Miller, el político y sacerdote católico Luigi Sturzo, el teólogo protestante Reinhold Niebuhr y por supuesto el investigador germano Eric Voegelin.
Voegelin, que emigró a Estados Unidos al poco de llegar los nazis al poder, afirmó en sus escritos, de la década de 1930, que el Estado autoritario católico de entreguerras, de Schussinigg y Dollfuss, podría haber evolucionado hacia la democracia; mientras que negaba semejante posibilidad a la Alemania hitleriana. Esta identificación clarividente del Mal es una de las claves principales del pensamiento de Eric Vorgelin: “La resistencia contra una sustancia satánica que no sólo es mala en lo moral sino que también lo es en lo religioso sólo puede proceder de una fuerza igual de potente religiosamente buena. No podemos combatir una fuerza satánica sólo con moral y humanidad”2 . Además, Voegelin intentaba demostrar que el comunismo y el nazismo eran realmente el efecto acumulativo de los problemas y tentativas sin solución del último milenio de la historia de Occidente. Es más, en 1938 en su libro sobre las <<religiones políticas>> desarrolló una distinción crucial entre religiones <<transcendentes>> e <<inmanentes>> en relación con el mundo; es decir, de la diferencia de adoración entre un dios y un ídolo falso. Así investigó hasta llegar a las herejías gnósticas medievales de la Inglaterra puritana y, más tarde, hasta hace 4.000 años en el valle del Nilo. Recuerde usted que la primera religión <<inmanente>> nació con el faraón Amenofis IV cuando introdujo la nueva religión solar, y se autodenominó hijo del dios sol Atón3, hacia el 1376 a.c; en la época moderna, el poder político y el eclesiástico se fueron separando gradualmente dando lugar a las naciones soberanas que buscaron su sentido en el mundo, a través de la ciencia y la sacralización de colectivos como la raza o el Estado. Así la lucha entre el bien y el mal, se tradujo en términos seculares sembrando de nuevo las herejías milenaristas gnósticas medievales en las ideologías y partidos totalitarios. Voegelin indicó en su obra que el <<Führer>> era la modernización de aquel Akenatón iluminado por el sol; y que como entonces, “el alma quiere experimentarse y se experimenta como un elemento activo al vencer la resistencia, y se ve guiada y arrastrada al mismo tiempo por una corriente a la que sólo tiene que abandonarse. El alma está unida al flujo fraternal del mundo: <<Y yo era uno. Y el todo fluía>> […] El alma se despersonaliza en la búsqueda de esa unificación, se libera completamente del frío anillo de su propio yo, y se expande más allá de su escalofriante pequeñez para hacerse <<buena y grande>>. Perdiendo su propio yo asciende a la realidad más amplia del pueblo: <<Me perdí a mí mismo y encontré al pueblo, al Reich>>”4 .
La clave para comprender el Totalitarismo, según Voegelin, son las doctrinas salvíficas elitistas, porque se corresponden con las certidumbres ideológicas de los Totalitarismos del siglo XX. Pues la inmanentacción radical del Estado, a través de la raza, la clase o la nación, forjó un sentimiento de comunidad emotiva, dando un sentido espurio al caos de la realidad mundana mediante su sustitución por una utopía. Además estas ideologías gnósticas, intrínsicamente violentas, ya no dejaban nada por encima de ellas con la que potencialmente convertirían sus sueños, en una pesadilla por la falta de frenos ante la realidad. Es decir, esa insensatez moral derivaría en los asesinatos en masa de los Totalitarismos del siglo XX como indicaron, el escritor británico Norman Cohn y el historiador francés Alain Besançon en sus respectivos estudios sobre los milenarismos y de las afinidades gnósticas del leninismo; o el intelectual católico británico Christopher Dawson con los nacional-socialistas en la conferencia que dio en 1932 en Roma, junto a Daniel Halévy y Stefan Zweig, donde afirmó: “El nacionalismo relativamente benigno de los primeros románticos preparó el camino para el fanatismo de los modernos teóricos panraciales, que subordinan la civilización a las medidas del cráneo y que infunden un elemento de odio racial en las rivalidades económicas y políticas de los pueblos europeos” 5. Años después, Dawson afirmó en su obra Religion and Modern State de 1935 que la colonización de sectores sociales por parte del Estado imperial moderno también abrió el camino al Totalitarismo benigno y suave del <<Estado del bienestar burocrático moderno>> tanto como a los Estados malignos desarrollados por el comunismo y el nacional-socialismo. Y la razón fue que la política reprodujo las pretensiones absolutistas de la religión al envolver, cada vez más, amplios sectores de la vida dentro de la política, mientras que constreñía paralelamente lo privado. Así podían dictaminar los significados apropiados para la vida; empujando a las Iglesias a defender la democracia y el pluralismo para impedir su propia eliminación. Es decir, Dawson comprendió, como lo hizo Voegelin, que ese deseo de edificar Jerusalén, aquí y ahora, era la fuerza responsable de la violencia y la intolerancia del nuevo orden político de la Edad Moderna, donde el Estado quería abarcar todas las esferas de la vida para implantar en la tierra el Reino de los Cielos. A costa de la sumisión total de los individuos: “Si pudiésemos destruir el sistema capitalista, o acabar con el poder de los banqueros o con el de los judíos, todo sería encantador en el jardín”6 .
En 1938, Frederick Voigt7, que se había convertido en un neo-tory o neoconservador burkeano por el uso superficial que hacía la izquierda del fascismo, publicó su notable Unto Caesar donde reseñó: “Nos hemos referido al marxismo y al nacionalsocialismo como religiones seculares. No son cosas opuestas, sino fundamentalmente emparentadas, tanto en un sentido religioso como en un sentido secular. Ambos son mesiánicos y socialistas. Rechazan ambos el convencimiento cristiano de que todo está bajo el dominio del pecado y ambos ven en el bien y el mal principios de clase o de raza. Ambos son despóticos en sus métodos y en su mentalidad. Ambos han entronizado al César moderno, el hombre colectivo, el enemigo implacable del alma individual. Ambos ofrendarían a ese Cesar las cosas que son de Dios. Ambos harían al hombre dueño de su destino, establecerían el Reino del Cielo en este mundo. Ninguno de ellos querrá saber nada de un reino que no sea de este mundo”8 .
Llegados a este punto no se sorprenderán si afirmamos que el estudio de las <<religiones políticas>> como el jacobinismo, el bolchevismo, el fascismo y el nacional-socialismo nos obligan a considerar el cristianismo como la base antropológica del mundo simbólico de la nación-estado, el movimiento obrero, el fascismo y el nazismo. En este sentido, el supuesto implícito de que las <<religiones políticas>> son los sustitutos de la religión tradicional, Voegelin intentó demostrar que las <<religiones políticas>> eran el producto decadente devenido de la secularización, donde el <<instinto>> religioso que necesita el hombre se llenaba con símbolos cuyos contenidos eran disfrazados; actualizando así aquel comentario de George Bernard Shaw que decía: <<el salvaje se inclina ante ídolos de piedra y madera; el hombre civilizado ante ídolos de carne y hueso>>. Raymond Aron, en la línea de Durkheim, argumentaría en obra L´avenir des religions séculiéres que <<me propongo llamar religiones seculares a las doctrinas que ocupan en las almas de los contemporáneos el lugar de una fe desaparecida, y que sitúan la salvación de la humanidad en este mundo, en el futuro lejano, en la forma de un orden social que hay que crear>>. Y en esta definición tan amplia comprenderemos mejor la adoración de los fans en los conciertos de música o en los partidos de fútbol; como espectáculos de masas que se convierten en la redención terrenal en una época sin consuelo espiritual en algunos sectores autónomos y fragmentados de la sociedad.
Recordemos que la secularización europea no fue un proceso lineal y directo hacia el actual periodo de nihilismo, cristianismo residual y liberalismo desorientado que hoy vivimos en todo Occidente. Fue un proceso lento, complejo, confuso y con un ritmo propio en cada país, más procedente de la liberalización de la religión que de la ciencia; donde durante muchísimo tiempo la gente fue mezclando los valores religiosos con las ideas laicas, como hacían los trabajadores socialistas alemanes del siglo XIX que ponían el retrato del Mariscal de campo Moltke junto al de su dirigente August Babel en sus casas. O muchos cristianos cultos que combinaron un cristianismo despojado de elementos no muy plausibles denominado <<protestantismo cultural>>, que les acercó a un anticatolicismo cultural con cierta religiosidad. Paralelamente los intelectuales del movimiento obrero europeo comenzaron a presentar su visión edénica del cielo en la tierra, donde los trabajadores avanzarían felizmente hacia el sol Rojo a través del camino de baldosas amarrillas. Así, <<la famélica legión>> que componían sus bases suscribieron un Día del Juicio donde se condenaría a los ricos y poderosos, en su versión igualitaria de la ética cristiana. Eso sí, la capacidad de resistencia que demostraría el capitalismo terminó llevando al movimiento obrero a abandonar sus ilusiones revolucionarias de corte apocalípticas a favor de su mejora práctica en el mundo terrenal. Y en este contexto, es donde el abandono paralelo de cristianos y socialistas confluyen en el desarrollo de una ética comunitaria.
Aunque la visión mesiánica de edificar una ciudad en lo alto de un cerro procediese de los puritanos ingleses que habían sido desplazados; sería Jean-Jacques Rousseau el que abogó en 1762 por <<una profesión de fe puramente civil […] sentimientos sociales sin los que el hombre, no puede ser un buen ciudadano ni un súbdito fiel>>. Esta idea influiría en Bellah tanto como, en Émile Durkheim que llegó a señalar que los grupos humanos conformaban una comunidad a través de la fe religiosa, concepción que adquirió verdadera importancia cuando el escándalo del caso Dreyfus dividió radicalmente a la Francia católica de la laica. En este sentido Bellah señaló que esa religión civil9 existía en paralelo a los órganos religiosos oficiales y las Iglesias en los Estados Unidos; donde la religión civil tiene por objeto que su sociedad esté en perfecto acuerdo con la voluntad de Dios. Como proclama el Gran Sello de Norteamérica <<annuit coeptis, novus ordo seculorum>> -dio su anuencia [Dios] a un nuevo orden del mundo-. Por tanto, la religión civil significa la incorporación de una alusión religiosa mínima a la cultura política, como ocurre en Norteamérica. Aunque también existe lo que se denomina la ideología civil como el republicanismo secular francés, donde se busca de forma agresiva la exclusión completa de la religión de la vida política. Eso sí, Bellah no desarrolló su concepto de <<religión civil>> para articular un nacionalismo norteamericano, por lo que no se le puede relacionar con Leo Strauss ni con los mitos colectivos de los neoconservadores. Bellah en línea con su religión civil se opuso a la Guerra de Vietnam y tenía la esperanza de que se desarrollase una religión civil mundial. La verdadera esperanza escatológica de la religión civil norteamericana desde el principio. Pero como indica el profesor Burleigh “el desafío que representa el terrorismo islámico internacional, con el que algunos miembros de minorías interiores europeas simpatizan en grados variables, ha hecho particularmente adecuadas las religiones civiles a este lado del Atlántico”10 ; y es más, ni podemos olvidar que el Presidente de Polonia Alexander Kwaswiewski, que era ateo, llegó a comentar que <<es inadmisible que para hacer alusión a la Grecia y la Roma antiguas y a la Ilustración no haya problemas y que no se pueda hacer sin embargo, la menor alusión a los valores cristianos, y tan importantes en la formación de Europa>>.
Lenin leyó duramente su exilio en una villa de Capri La Ciudad del Sol del fraile dominico Tommaso Campanella que le llevó en 1908, el socialista-religioso, Máximo Gorki. A pesar de su ateísmo militante Lenin se entusiasmó con las visiones de los lemas omnipresentes y la propaganda visual de la obra hasta tal punto, que quiso incluir el nombre de Campanella en el obelisco del Tricentenario de los Romanov de Moscú durante su reforma. Debemos recordar que el fraile dominico, nacido en 1568 en Calabria, intentó derrocar a la Iglesia y a España con el apoyo de la flota turca. Sólo las dudas judiciales sobre si debía ser juzgado por sedición o por herejía le salvaron de la pena de muerte. Así, y tras unas durísimas torturas, Tommaso Campanella se convertiría en la primera gran celebridad convicta de Europa. Este antiguo propagandista del Papado y de la Monarquía española fue el autor Della Monarchia di Spagna, donde desarrolló sus recomendaciones para la <<hispanización>> del mundo a través de la universalización del <<honor>>. Tras su puesta en libertad en 1629 no tardó en marchar hacia París donde fue calurosamente acogido y pensionado por Luis XIII en el mismo momento que estallaba la guerra entre España y Francia. Así, Campanella comenzó a escribir que el largo brazo del Papa debía ser la Francia del cardenal Richelieu; mientras albergaba la esperanza de que el futuro Luis XIV crease la fabulosa Ciudad del Sol11. Recuerden ustedes, que fue Campanella el primero en hablar de <<religiones políticas>> como una reacción ambivalente de su estudio de los escritos de Maquiavelo donde el pensador florentino despojó el arte político de los frenos de la moral tradicional, sin dejar de advertir la importancia de la religión como indispensable argamasa social. En esta línea, Maquiavelo recordó que “la vieja religión [el paganismo] no beatificaba los hombres a menos que estuviesen repletos de gloria terrenal: jefes del ejército, por ejemplo, y gobernantes de repúblicas. Nuestra religión ha glorificado a hombres humildes y contemplativos, más que a hombres de acción. Ha considerado como el más alto bien del hombre la humanidad, la abnegación y el desdén hacia las cosas de este mundo, mientras que la otra lo identificaba con la magnanimidad, el vigor corporal y todo lo demás que contribuye a hacer a los hombres ser muy audaces. Y si nuestra religión exige que haya fuerza en ti, lo que pide es fuerza para sufrir más que fuerza para hacer cosas audaces. Este modo de vida parece, por tanto, haber hecho débil el mundo, y haberlo entregado como una presa a los malvados, que lo rigen con éxito y con seguridad porque saben muy bien que la generalidad de los hombres, que tienen como objetivo el paraíso, piensan en cómo soportar mejor los agravios, en vez de pensar en cómo vengarlos mejor. Pero, aunque parezca que el mundo vaya a afeminarse y que el cielo sea impotente, ello se debe sin duda alguna a la pusilanimidad de los que han interpretado nuestra religión en términos de dejar hacer y no de virtú”12 .
En este sentido, aunque Campanella aparentaba sobrecogerse ante la amoralidad de El Príncipe, en el fondo estaba de acuerdo con la función vinculadora de la religión en la sociedad que este proclamaba, tanto como en el desprendimiento de la religión del arte político. Eso sí, Campanella sí deseaba utilizar la religión para que el Estado fuese absorbido por una teocracia universal romana, bajo el brazo secular de España o Francia. Es decir, que el Estado debía implementar ceremonias donde los sacerdotes inculcasen el cristianismo como una religión pública. Recordemos que Campanella señaló en su diálogo utópico La Ciudad del Sol, de 1602, que el poder supremo debía residir en un sumo sacerdote, denominado <<Sol>> o <<el Metafísico>>, que tomase todas las decisiones importantes. Así como de actuar como juez inapelable; con el asesoramiento de tres sumos sacerdotes denominados o Pon, Sin y Mor –Poder, Sabiduría y Amor-. Amén de que en la Ciudad del Sol, la vida y los bienes se disfrutaban en común, las relaciones sexuales y la alimentación estaban reguladas según las normas de la cría de ganado así como con complejos cálculos astrológicos, la homosexualidad estaba proscrita, el Estado desarrollaría un credo público basado en el sacrificio y la confesión… que conformaban un entorno protocolario que volvió a tener vigencia con la Revolución francesa. Es más, un escritor ilustrado alemán llamado Christoph Martin Wieland que dirigía la publicación Der Teutschen Merkur, en la órbita de Goethe en Weimar, pronto se desilusionó con la Revolución francesa, que había apoyado, al comprender que la soberanía ilimitada del pueblo terminaría inexorablemente en una tiranía imperialista. Por ello, abandonó su apoyo a la <<bestia de un millón de cabezas>> que representaba la soberanía democrática popular por el apoyo a una Monarquía o una Aristocracia ilustrada. En esta línea, y como hombre ilustrado que era, Wieland consideraba que la religión debía ser una cuestión privada, y no una imposición del Estado. Es decir, veía como algo muy peligroso lo que llamó <<un tipo de nueva religión política>>, predicada por los Generales franceses a la cabeza del Ejército, cuyo grado de intolerancia en la adoración a los ídolos de la Libertad, Igualdad y Fraternidad le recordaba a <<Mahoma y a los teodosianos>>: <<El que no esté con ellos, está contra ellos. El que no considere las ideas de libertad e igualdad las únicas verdades, es un enemigo del género humano o un esclavo censurable>>. Y esta percepción se revelará como la característica fundamental de la mayoría de los proyectos utópicos tanto como de los Totalitarismos del siglo XX. 13
2. La Iglesia y la Revolución.
Los Reyes galos desde la época de San Luis -1226-1270- eran conocidos como <<los cristianísimos>>, término que se le adjudicaría a la propia Francia. Por ello desde el Reinado de Felipe el Hermoso -1285-1314- Francia fue conocida como <<la hija mayor de la Iglesia>> y el pueblo francés lo fue como el pueblo elegido por Dios. Así Trono y Altar estuvieron vinculados en una jerarquía establecida por Dios, hasta la llegada de la Revolución francesa. Entonces, debemos recordar que en la ciudad de Toulouse, con 53.000 habitantes, había 1.200 eclesiásticos o que en Angers, con 34.000 habitantes, uno de cada 60 habitantes era del clero. Además en la <<hija mayor>> de la Iglesia el clero tenía funciones semigubernamentales14 para establecer la moralidad social del Reino. El estado clerical poseía un sistema fiscal propio donde sus 130.000 miembros no pagaban impuestos, sólo donaciones libres –un 12% de sus rentas- y poseían tierras y diezmos; además en 1789 sólo había un obispo de origen burgués –todos los demás eran aristócratas-. Y en este contexto debe insertarse aquella célebre frase de Luis XVI de <<que era necesario que un arzobispo de París por lo menos creyese en Dios>>. Aunque no debemos olvidar, como se hace tan habitualmente, que la mayoría de los obispos galos también eran administradores eficaces, mejoraban los caminos e infraestructuras locales e incentivaban las actividades provechosas para sus diócesis. Como ejemplo contrario al clero francés tenemos los pastores luteranos de la Prusia de Federico el Grande que eran poco más que unos funcionarios estatales.
Pero las riquezas de las órdenes religiosas, vistas como oligarquía aristocrática, comenzaron a provocar la envidia de los Monarcas europeos durante el siglo XVIII que codiciaban tales riquezas, para poder ampliar su poder y sus rentas generales del Estado, amén de controlar la educación, convirtiendo a los monjes en maestros. Así <<la hija mayor de la Iglesia>> suprimió 8 órdenes y cerró 458 conventos –de los 3.000 que había en el país-. El camino quedaba abierto para los ataques clericales de la incipiente intelectualidad europea. Caso a parte eran los 60.000 curés –curas párrocos-** franceses que día a día aconsejaban, consolaban y ayudaban a sus feligreses en los campos. Gracias a su instrucción llevaron los conocimientos agrícolas, médicos y legales a las aldeas más remotas mientras promovían la instalación de pararrayos o la vacunación contra la viruela. Por todo ello los curés estaban exentos del oprobio habitual de los ilustrados. Recordemos que la mayoría de los curas trabajaban en exceso por un mísero sueldo y en 1770 el clero rural suponía el 70 por ciento del clero secular. Aun así el clero poco a poco había pasado de curar las almas a mejorar las condiciones sociales de sus feligreses. Además, el hecho de llevar a cabo los registros despertaba en muchos el gusto por la historia local. El clero representaba el 29 por ciento de los académicos de élite, sin olvidar que conformaban 700 de los 20.000 masones cuyas logias se habían convertido también en centros de actividad intelectual.
En otro sentido, la comunidad judía de Francia, unas 40.000 almas, se dividían entre los sefardíes que deseaban la integración y los askenazíes que deseaban conservar la independencia de su comunidad. “La opinión ilustrada sobre los judíos abarcaba desde la de Voltaire, que veía en el judaísmo el origen del fanatismo y del atraso religioso, hasta la del abate Grégoire, que pretendía <<reformar>> a los judíos abriéndoles un abanico de profesiones que incluía la agricultura a cambio de que abandonasen sus particularismos”15 . A la par, la Reforma conllevó una contrarreforma católica donde destacaron muchos jesuitas aportando una fe optimista para solucionar cualquier crisis espiritual; lo cual los ejemplificó como la representación de la intromisión papal en los asuntos nacionales. Tampoco se veía con buenos ojos, incluso dentro de la misma Iglesia, el esfuerzo jesuita en China por incorporar elementos propios del confucionismo para facilitar las conversiones, y no hablemos de las encomiendas que desarrollaron en el Paraguay; por lo que se desarrolló un ataque generalizado en toda Europa contra los jesuitas, que acabó con los ejércitos borbónicos ocupando los territorios pontificios. Prepararon además la elección de un nuevo Papa; Clemente XIV, al que convencieron de que debía abolir la orden de los jesuitas […] El 21 de julio de 1773, Clemente XIV firmó el breve Domicus ac Redemptor, suprimiendo la orden”16 . Ante esta situación, un comentarista británico se adelantó en casi dos siglos a Stalin* cuando dijo que <<el Papa no tiene una flota para apoyar a sus jesuitas>>. Así se comprende mejor que quería decir el profesor Wright cuando señaló que “el antijesuitismo deriva de una extraña alianza entre el oportunismo político y unos perjuicios añejos y profundamente arraigados”.17 Paradójicamente, los únicos Monarcas que siguieron apoyando el papel de los jesuitas fueron Federico el Grande de Prusia –protestante- y Catalina la Grande de Rusia –ortodoxa-.
Uno de los mayores enemigos católicos de los jesuitas fueron los jansenitas, una tendencia teológica que acabó generando un programa semipolítico. Los jansenitas tenían un credo riguroso y austero desarrollado por el eclesiástico flamenco Cornelio Jansenio, del siglo XVII, muy cercano al calvinismo y por ello comparados con los puritanos. Además hacían hincapié en el estudio individual de las Escrituras en la propia lengua vernácula, tanto como en la necesidad de la contrición sincera de sus pecados; lo cual lo enfrentaba al catolicismo jesuita que se flexibilizaba en sus misiones. Ahora bien, el jansenisno en la pluma de Henri Reymond y G. N. Maultrot desarrolló una corriente política –el richerismo- que sostenía que la Iglesia democrática sería mucho más espiritual. El jansenismo tuvo grandes propagandistas como Pascal con sus Cartas provinciales, donde vertió su desprecio por los jesuitas, o el periódico Nouvelles Ecclésiastiques –Noticias Eclesiásticas-. Para el escarnio de los jesuitas. Pero su independencia intelectual y su red ramificada en diversos sectores de la sociedad destinados a defender sus intereses, llevaron a Luis XIV a perseguir a los jansenitas. Así en 1711 se ordenó arrasar el convento de Port Royal, de donde sus monjas fueron expulsadas en 1709, y se desenterraron los huesos de tres mil difuntos, que para borrar todo rastro de su existencia fueron enterrados en una fosa común. Y en 1713 Luis XIV convenció al Papa Clemente XI para que condenase 101 de las posiciones jansenitas de los escritos de Pasquier Quesnel, por erróneas y heréticas, en su bula Unigenitus. De facto, la Iglesia galicana y las prerrogativas de los parlements eran contrarias a la fe ascética e intelectual de los jansenitas que ya estaban calando en sectores populares como los convulsionarios18. Entre 1617 y 1789, los parlements fueron tribunales de apelación que no eran realmente Parlamentos, pero tampoco meros tribunales de justicia, porque podían revisar la legislación regia y protestar contra ella hasta que el Rey los invalida en la ceremonia conocida como <<el lecho de la justicia>>. En ellos siempre tuvieron asiento los jansenitas por lo que no es extraño que los parlements se opusieran a la bula Unigenitus, abriendo así una disputa religiosa que hacía recordar la que ya había ocurrido en Inglaterra con el caso del puritanismo protestante. Y precisamente aquí, se encuentra la simiente que llevaría a los juristas de los parlements a considerarse los guardianes, o la encarnación, de las leyes fundamentales de la nación que la Monarquía estaba quebrantando. Es decir, estos magistrados –guardianes que mayoritariamente habían comprado sus cargos comenzaron a verse como verdaderos Parlamentos. Y aunque en 1789 las disputas religiosas estaban ya moribundas, el jansenismo pervivía como una ideología secular dentro de la propia Revolución que estaba a punto de estallar.
Sin descuidar, que hasta inicios del siglo XVIII los escritores dependían de los ingresos que le proporcionaba algún mecenas –aristócratas, hombres de negocios o clérigos-; pero la aparición de las enciclopedias, las traducciones y los diccionarios así como del periodismo, aumentó el número de personas que vivían de su pluma. Escribir se convirtió en una actividad profesional que eludía la censura imprimiendo los libros en Holanda e Inglaterra, reintroduciéndolos de contrabando para liberar la subversión contra las oligarquías complacientes del Viejo Continente. De esta forma algunos escritores fomentaron un debate y una estima, que desarrollaron el germen de una opinión pública escasamente controlada por la corte, las universidades y la Iglesia. Así, la opinión pública comenzó a reemplazar el juicio de Dios. En este contexto, Emmanuel Kant describió la Ilustración como la llegada del hombre a <<la mayoría de edad>> mediante la búsqueda del saber sin controles externos. El clásico Sapere Aude –Atrévete a saber-. El iluminismo se basaba en una fe en la bondad natural del hombre, en una creencia optimista en la razón y en la investigación empírica contra la tiranía política, el fanatismo religioso, el prejuicio y la hipocresía moral. Pero los filósofos en vez de ahondar en la Ilustración católica que luchaba para acabar con los abusos y las supersticiones que había en el seno de la Iglesia optaron por la vía anticlerical, deísta, materialista y, en muchos casos, atea. Lo cual no deja se ser curioso pues los filósofos modernos fueron el fruto del <<redescubrimiento>> de la antigüedad pagana tanto como de la excelente educación clásica que había impartido la Iglesia con los jesuitas o los oratonianos.
En este sentido, los filósofos como Voltaire, para desterrar la <<infamia del fanatismo>> que habían provocado las Guerras de religión en Europa, desarrollaron una nueva religión de la humanidad que traería el cielo a la tierra. La expiación se realizaría a través del amor a la humanidad y no por el amor a Dios. Pero como bien señaló Edmund Burke esa <<Camarilla literaria>> que se organizó para destruir a la religión cristiana con tal celo que después de “hacerse con todas las vías de acceso a la fama literaria […] Estos padres ateos tienen un fanatismo propio y han aprendido a hablar contra los frailes con el talante de los frailes… está claro que lo único que querían era el poder para convertir la intolerancia de la lengua y la pluma en una persecución que afectaría a la propiedad, la libertad y la vida” 19. Es más; Alexis de Tocqueville, que fue el mayor historiador de la Revolución, también se mostró igual de asombrado por la soberbia sacrílega de la intelectualidad secular cuando escribió que “cada posición pública se envolvía así en filosofía; la vida política era violentamente reconvertida en literatura y los escritores, haciéndose cargo de la dirección de la opinión pública, se encontraron por un momento ocupando el lugar que normalmente ocupan los dirigentes de los partidos en los países libres […] Por encima de la sociedad real […] se construía lentamente una sociedad imaginaria en la que todo parecía simple y coordinado, uniforme, equitativo y de acuerdo con la razón. [A lo cual añadía] Lo que es mérito en un escritor es a veces vicio en un estadista y las mismas cosas que han hecho a menudo libros encantadores pueden conducir a grandes revoluciones”20 . Eso sí, las líneas divisorias entre filósofos y clérigos no estuvieron muy claras durante la Revolución pues Luis XVI leyó a Montesquieu, Voltaire, Corneille y La Fontaine, María Antonieta asistía a las representaciones de Voltaire y muchos clérigos visitaban asiduamente las logias masónicas, las academias provinciales y los salones que eran los centros institucionales de la Ilustración; mientras el Journal de Trévoux de los jesuitas publicaban mensualmente críticas inteligentes contra La Enciclopedia de Diderot y se acogían a Rousseau, como otros autores de la Contrailustración, para oponerse a la imposición de la razón sobre los sentimientos y la fe devenidas de sus catecismos revolucionarios. Como señala el profesor Burleigh “los filósofos eran, en cierto modo, los beneficiarios de aquellos calvinistas y jansenitas que habían propulsado a un Dios infinitamente bueno muy lejos de este mundo corrupto”21 . Y por ello los filósofos deseaban que los gobernantes viesen el mundo como ellos lo mostraban y gobernasen en consecuencia. Pero la razón generó un monstruo que arrasó incluso con los clérigos, filósofos y parlements que habían apoyado la Revolución, creyendo que así edificaban una república secular como simiente para la regeneración mesiánica de la humanidad. Es más, la experiencia fue tan traumática, que la Iglesia se volvería profundamente hostil a cualquier otra forma de invocación para la igualdad y la libertad del pueblo o la nación 22.
En 1789 los Estados Generales iniciaron sus sesiones con unos 1.300 diputados en total, donde el Tercer Estado tenía dos veces más miembros que los otros dos, tras 175 años de vacío donde el Monarca pudo comprobar, que en los dos primeros estados comenzaban las defecciones del bajo clero y algunos nobles. Es más, fue a petición del abate Sieyés que los representantes que se agruparon en el Juego de Pelota, para no disolverse hasta crear una nueva Constitución para Francia, que coronase la Asamblea Nacional. Pero el apoyo de la Iglesia al Tercer Estado resultó efímero, porque las riquezas de la Iglesia fueron reclamadas para el nuevo Estado, que también deseaba asumir la responsabilidad de velar por los pobres. El abate Maury advirtió claramente de la imprudencia que suponía especular con los orígenes de los derechos de propiedad mientras el proceso de embargo, iniciado para remediar una crisis fiscal, comenzaba a convertirse en una orgía especulativa indecorosa. Acto seguido, el 13 de febrero de 1790, un decreto abolió todas las órdenes religiosas salvo las dedicadas al cuidado de enfermos y a la enseñanza. El hombre moderno tenía que relacionarse de una forma útil y productiva con el mundo, y con esta percepción, en febrero de 1790 se disolvieron todos los conventos y monasterios no dedicados a tareas útiles. A los religiosos que abandonaron sus casas conventuales después de ser liberados de sus votos se les ofreció una pensión; a los que se negaron se les concentró en las últimas instituciones.
Por otra parte, algunos clérigos abogaron por la creación de una especie de religión nacional basada en la unión de una nación democratizada y una Iglesia nacional; porque las grandes verdades de la fe habían hallado su expresión social a través de la Revolución, como promovía el abate Claude Fauchet en su obra De la religión nacional. Fue el propio Fauchet en su Vida de Jesús, el hombre del pueblo que acusó a los aristócratas de la crucifixión de Cristo, el que pedía la limitación de las riquezas excesivas, la reforma de las leyes de herencia y el fomento del igualitarismo mediante matrimonios entre diferentes clases sociales. Pero esta religión natural basada en el igualitarismo cristiano tampoco llegaría a buen puerto, pues el Nuevo Régimen veía la religión sólo como un aspecto del orden público. Por ello, emitió una <<constitución civil>> del clero que regía los aspectos seculares de la Iglesia: abolía más de cincuenta sedes, racionalizaba demográficamente el número de parroquias y abolió unas 4.000, el clero sin funciones pastorales quedó abolido, obligaba a los obispos a haber servido quince años en las parroquias, reequilibraron los salarios de curas y obispos y los laicos podían elegir a sus obispos a nivel departamental y a los párrocos a nivel parroquial. En algunos departamentos los representantes del Nuevo Régimen comenzaron a exigir el juramento de la Constitución Civil del Clero, para comprobar si los eclesiásticos acataban el nuevo sistema político. Los que se negaron perdieron su cargo. En este contexto, la Constitución Civil del Clero se reveló demasiado radical para los católicos ortodoxos pero demasiado tradicional para los revolucionarios que deseaban una religión cívica al servicio de los intereses del Estado revolucionario. Así, la Asamblea Nacional le proporcionó a la Contrarrevolución un banderín de enganche. Pero también abrió la posibilidad de una jerarquía eclesiástica paralela, que venía a ser una Iglesia cismática formada por los clérigos que asumieron la Iglesia nacional que provocó, que Pío VI rompiese relaciones diplomáticas con Francia después de que se quemara en el jardín del Palais-Royal una efigie del Papa -<<el ogro del Tiber>>-.
En esta situación, la Asamblea Nacional comenzó a radicalizarse aún más mientras se acercaba la posibilidad de una guerra con Austria, que comenzó con una serie de reveses para los revolucionarios en los campos de batalla del verano de 1792. Ese mismo año se aprobó un decreto por el cual si veinte ciudadanos activos23 denunciaban a un sacerdote refractario este podía ser deportado sin juicio previo; a los que se ocultasen podían encarcelarlos por diez años; y a los que les ayudasen se les condenaba a sufragar los gastos de las investigaciones y las detenciones. Poco después se suspendió al Rey de todas sus funciones y se propuso que todos los funcionarios y pensionistas prestasen también juramento24. Y finalmente, el 20 de septiembre la Asamblea proclamó al Estado laico e introdujo el divorcio civil. En este periodo, el hambre se extendía por campos y ciudades provocando que se arrasaran los castillos y los símbolos de los privilegios de la Aristocracia –palomares, veletas y prensas de vino-. En Alsacia el miedo a que el hambre fuese una conspiración aristocrática adoptó la forma de ataques a los prestamistas judíos askenazíes. A finales de septiembre de 1792 el Ejército prusiano tomó la fortaleza de Longwy en Verdún –última línea de defensa antes de París- y la Asamblea encarceló a muchos clérigos no juramentados, para impedir la formación de una quinta columna que alentó a los violentos sans-culottes, a irrumpir violentamente en los encarcelamientos conformados a tal efecto para asesinar a cuchilladas a los detenidos25. El ambiente antirreligioso propició que muchos obispos y sacerdotes juramentados utilizasen la habilidad de los clubes jacobinos locales, en organizar el fraude electoral, para obtener sus elecciones y consagraciones con la venia de las bayonetas de la Guardia Nacional frente a los hostiles feligreses favorables a la ortodoxia. En febrero de 1793, la Convención dio otra vuelta de tuerca al cisma religioso cuando introdujo medidas para que los clérigos se casasen y se castigase a los obispos que pretendieran impedirlo. Entre 4.500 y 6.000 clérigos lo hicieron. Y una cuarta parte de las monjas que también se casaron lo hicieron con antiguos sacerdotes. En este clima casi la mitad del clero constitucional abrazó la apostasía y se presentaron voluntarios al Ejército o a la enseñanza secular siguiendo las palabras del sacerdote de Hérault: “<<Ahora que el estado de sacerdocio es contrario a la felicidad del pueblo y obstaculiza el proceso de la revolución, abdico de él y me arrojo en los brazos de la sociedad>>”26 En 1794, sólo celebraron misa abiertamente 150 parroquias de las 40.000 que existían en la Francia prerrevolucionaria. Mientras tanto, los jacobinos buscaron instaurar la Constitución y la Declaración de derechos mediante misiones armadas por toda Francia, para instaurar la Razón tal y como si fueran los nuevos <<apóstoles>> de la libertad y la igualdad27.
Por otro lado, el pintor germano Johan Zauffalÿ pintó en 1794 dos grandes lienzos, Saqueando la bodega del Rey y Festejando sobre los cadáveres de los guardias suizos, sobre las jornadas revolucionarias del 10 y el 12 de agosto de 1792, donde podemos observar las brutales escenas protagonizadas por los sans-culottes que siguieron al combate que indujo al asalto del Palacio de las Tullerías. El mensaje sanguinario de las pinturas hizo más patente las palabras de Burke sobre las motivaciones brutales y ruines que acompañaban a la evangelización de las especulaciones filosóficas instigadas por las órdenes inferiores. La historia cultural de la Revolución puede seguir estudiándose también a través de las obras de David, el <<Robespierre del pincel>>, que siendo un jacobino de alto rango se convirtió en el artista de la Revolución. Claro ejemplo de ello fue el cuadro que realizó sobre el juramento del Juego de Pelota del 20 de junio de 1789 que se encargó por suscripción pública, en el cual su autor tuvo que borrar continuamente a los diputados que iban cayendo en desgracia o eran ejecutados28. El pincel de David también inmortalizó el asesinato de Marat, director del periódico El amigo del pueblo, cuya megalomanía y sus continuos llamamientos a las ejecuciones masivas29 llevó a Charlotte Corday a asesinarlo por considerarlo como el origen del descarrilamiento de la Revolución. David organizó un funeral nocturno mientras que su corazón fue colgado, dentro de una urna, del techo del club de los Cordeliers de París.
Otro acto de la propaganda revolucionaria producida por David, fue el festival que organizó por orden de Robespierre sobre el joven aprendiz de húsar Joseph Bara, que murió cuando la república combatía a los insurgentes vendeanos. Este tipo de festivales permitiría el contacto entre las diferentes milicias de Guardias Nacionales para aumentar su cohesión revolucionaria, como ocurrió el 14 de julio de 1790 en el Campo de Marte donde desfilaron 50.000 guardias y soldados, ante unos 300.000 espectadores. Talleyrand ofició una misa junto a 300 sacerdotes para que los delegados y peregrinos pudiesen volver a sus publicaciones cargados de recuerdos <<sagrados>> con los que alimentar la fe revolucionaria.30 Rousseau en su Carta a D´Alembert, en el Libro Cuarto, capítulo 8 de El contrato social, de 1762, así como en sus Consideraciones sobre el gobierno de Polonia de 1772, había analizado las fiestas y la religión civil y por ello desarrolló este tipo de celebraciones apoyándose en su creencia de que estas fiestas cívicas contrarrestarían el distanciamiento del Gobierno secular y el menosprecio por los asuntos mundanos que, según él, <<la religión cristiana fomentaba>> así como para integrar a las comunidades con más eficacia bajo una religión civil mínima de lo que había hecho <<el cristianismo divino e intolerante>> del Antiguo Régimen. Y junto a Voltaire propugnó los juegos y fiestas al aire libre, al estilo espartano, como la forma de recreo más idónea para una república. En este sentido, Rousseau confesó que admiraba más la forma de difuminar lo temporal y lo sagrado del islam que la del cristianismo; y para su religión civil pretendía trascender la dualidad, potencialmente, divisiva del poder secular y el espiritual intrínseca al cristianismo “separando el derecho de cada ciudadano a una opinión individual sobre el más allá de sus deberes como ciudadano y actor moral en la sociedad”31 . Así, la <<religión civil>> resultante se basaría en la creencia en un dios y en una vida posterior, la prohibición de la intolerancia, el castigo de los malvados, felicidad de los justos y la santidad del contrato social y de las leyes.32 Además, Rousseau buscó entre los legisladores de la antigüedad clásica y la Biblia –Numa, Licurgo y Moisés- como vincular a los ciudadanos con su patria mediante leyes, principios morales, ritos y fiestas. En esta línea señaló a la tauromaquia española como ejemplo del mantenimiento del vigor primordial de un pueblo. Pero la Religión civil terminó siendo el fracaso de una serie de abstracciones deificadas que se adoraron con una liturgia y un lenguaje cristiano desnaturalizado; en un intento por convertir la Revolución en una religión. “Mirabeau escribió en 1792:<< La Declaración de los Derechos del Hombre se ha convertido en Evangelio político y la Constitución francesa en la religión por la que el pueblo está dispuesto a morir” 33. Un año después el poeta Marie-Joseph Chénier pidió a la Convención: “<<Saca a los hijos de la república del yugo de la teocracia que aún pesa sobre ellos […] Sabrás hallar en las ruinas de la superstición destronada la religión universal única […] que no tiene ni sectas ni misterios [...] cuyos predicadores son nuestros legisladores, cuyos pontífices son los magistrados, y en la que la familia humana sólo quema su incienso ante el altar de la Patria, madre y divinidad común>>” 34.
Eso sí, la mayoría de los símbolos revolucionarios se tomaron de la tradición cristiana, como el triángulo trinitario para los masones, el Árbol de la Libertad y la Montaña de la que irradiaron las virtudes republicanas como lo hizo el decálogo de Moisés. Además, el significado de la <<regeneración>> de los revolucionarios procedía de la transformación o acceso a un nuevo mundo espiritual del católico mediante el bautismo. El Comité de Seguridad Pública reconoció en una declaración: “Mostraremos sin cesar esta Patria al ciudadano en sus leyes, en sus juegos, en su hogar, en sus amores, en sus fiestas. Nunca le dejaremos solo consigo mismo. Despertaremos con esta coerción continua el amor ardiente a la Patria. Dirigiremos su inclinación hacia esta posición única. Los franceses adquirieron así una fisonomía nacional; identificándose, digamos, con la felicidad de su país, provocaremos esa transformación vitalmente necesaria del espíritu monárquico en espíritu republicano”35 . No olvide, que los jacobinos consideraban a la especie humana como algo infinitamente maleable, rechazando el concepto cristiano de pecado original, tal y como decía un catecismo jacobino: <<Creemos que es una cera blanda capaz de recibir cualquier impresión>>. El adoctrinamiento llegó a la gramática al igual que al envoltorio de los bombones patrióticos con lemas políticos36. Las biografías de los héroes revolucionarios como el joven Bara, los nuevos libros de historia, los libros de urbanidad y principios morales republicanos estaban orientados a la creación de un hombre nuevo. Paralelamente, se desarrolló un ambicioso programa de obras públicas –baños, piscinas, fuentes y urinarios públicos e imponentes edificaciones para reforzar la comunidad-. Dicho refuerzo de la unidad se simboliza cuando la ciudadanía se sentaba en hileras “igualitarias” de bancos donde entonaban cantos revolucionarios, escuchaban homilías cívicas, observaban los juramentos públicos y atendían a las declamaciones de los Derechos del Hombre. Es decir, la Revolución intentó desarrollar una <<revolución cultural>> para erradicar los dieciocho siglos de unión entre Trono y Altar. Por ello, se erradicaron todos los recordatorios simbólicos del Antiguo Régimen, por ejemplo, cambiando el nombre de la calle de Mont-Saint-Michel en Mont-Libre37. En esta línea, muchos ciudadanos se cambiaron el nombre por los clásicos republicanos de Bruto, Escipión o Graco; el mejor ejemplo sería François-Noël Toussaint Nicaisse que se renombraría como Camillus Caius Gracchus Babeuf que afirmó: “para borrar las huellas de monarquismo, aristocracia y fanatismo hemos puesto nombres republicanos a nuestros distritos, ciudades, calles y a todas las cosas que portan la huella de esos tres tipos de tiranía” 38.
Durante la Revolución cuando a las minorías locales más fanatizadas se les unían los representantes –missionaires- del Régimen o su fanática milicia, comenzaban brutales descristianizaciones mediante la expoliación de las Iglesia y la imposición de la uniformidad ideológica pisoteando la sensibilidad religiosa de la gente. En esta línea se desarrolló también el sistema decimal y el calendario revolucionario –para la armonización del tiempo a los ritmos de la naturaleza- donde los meses se dividían en tres semanas de diez días que abolieron los domingos y todo el santoral cristiano para ensalzar las fiestas del Genio, el Trabajo, la Virtud, la Opinión y las Recompensas***. Todo este proceso se ejemplificó en la conversión de la Catedral de Notre-Dame en un <<Templo de la razón>> -consagrado a la filosofía- en cuyo interior se levantó una Montaña artificial que se coronó con un templo. Este ejemplo pronto se extendido por las provincias inquietando a Robespierre y Danton, que comprendieron que esos atropellos revolucionarios estaban nutriendo las filas de la contrarrevolución.
La fuerza motriz de la Revolución era la gran gama de subfacciones jacobinas –personas de clase media de mediana edad- que solían conocerse de las logias masónicas, los clubs de lectura o de fumadores y de las actividades de beneficencia que solían reunirse en antiguas iglesias y cuya retórica y rituales devenían de la secularización de su formación cristiana. Prohibían la embriaguez, la glotonería, el lenguaje grosero y el adulterio; pero su virtud individual se consumaba mediante las confesiones públicas y las purgas periódicas para trocar la libre discusión original de la Revolución por la más terrible unanimidad. Los jacobinos, originalmente, creían en la familia, la iniciativa individual, la propiedad privada, la caridad, la laboriosidad y la educación; a la par que veían con malos ojos el colectivismo económico y la lucha de clases como más tarde pedirían sus herederos soviéticos. Eso sí, los jacobinos tampoco fueron muy partidarios de los bancos, el crédito, la especulación y las quiebras. Aunque sí lo fueron, en periodos de emergencia nacional, de imponer gravámenes punitivos a las rentas más altas y de los controles salariales a las más humildes para mantener su pretendida <<igualdad moral>> así como para contemporizar a los demócratas radicales situados más a su izquierda. Pero la Revolución tuvo siempre partidarios del potencial deslizamiento hacia otras formas más literales de igualitarismo, la violencia terrorista, que llegaron a desencadenar contra sus enemigos e incluso contra sus propias filas. Así, los jacobinos con su <<ventana nacional>> o <<cuchilla nacional>>, la guillotina, dieron inicio a la era de la criminología ilustrada dando una especie de <<salto hacia delante>> para desarrollar un <<imperialismo moral>> con el que alcanzar la igualdad material que no se materializaba en la realidad. Es decir, para liberar la bondad latente del pueblo, encadenada por la superstición y la tiranía, creyeron que debía eliminar el sobrepeso de todo lo relacionado con el <<Rey cerdo>>. Dicha antinomia moralizante la presenta Robespierre el 17 de febrero de 1794 cuando afirmó: “En nuestro país queremos que la ética sustituya al egoísmo, la integridad al honor, los principios a los hábitos, los deberes al protocolo, el imperio de la razón a la tiranía del gusto cambiante, la burla del vicio a la burla de la desgracia, el orgullo a la insolencia, la elevación del alma a la vanidad, el amor a la gloria al amor al dinero, los hombres buenos a las compañías divertidas , el mérito a la intriga, el talento al ingenio, la verdad al ingenio, el encanto de la felicidad al hastío de la sensualidad, la grandeza del hombre a la mezquindad de <<los grandes>>, un pueblo magnánimo, fuerte, feliz a un pueblo afable, frívolo y desdichado, es decir, todos los milagros y todas las virtudes de la república a los vicios y a todos los absurdos de la monarquía” 39.
Esta visión maniquea del mundo –Bien frente a Mal, Virtud frente a Vicio, Franqueza frente a Hipocresía, Luz frente a oscuridad- debía mucho a la religión cristiana; pero se fomentó para instaurar la sospecha generalizada contra todo el que se opusiera u objetara real o imaginariamente contra ella. Dicha atmósfera se institucionalizaría el 17 de septiembre de 1793 mediante la Ley de sospechosos que instauraría la <<sospecha universal>>40. En este contexto, cabe recordar que el poeta y escritor ilustrado alemán Christoph Martin Wieland comenzó en 1793 a vislumbrar, que la Libertad y la Igualdad habían sido pervertidas para instaurarlas como unos ídolos a los que debía rendirse culto, si no deseabas conocer el Terror. Además, dichos ídolos servirían para hacer marchar Ejércitos revolucionarios intolerantes que Burke denominó la <<doctrina armada>>; cuando no para convencer a Tocqueville, tras leer a Burke y a Schiller –Historia de la Guerra de los Treinta Años-, de que las pasiones confesionales podían modificar incluso las fidelidades políticas tradicionales, como había ocurrido en la Europa del siglo XVII con los bloques religiosos antagónicos. Por ello, en El Viejo Continente y la Revolución escribió: “Como la Revolución parecía proponerse la regeneración del género humano más aún que la reforma de Francia encendió una pasión que las revoluciones políticas más violentas nunca habían sido capaces de inspirar. Produjo conversiones y generó propaganda. Asumió así, al final aquella apariencia de revolución religiosa que tanto asombró a sus contemporáneos. O se convirtió ella misma, más bien, en un nuevo género de religión, una religión incompleta, ciertamente, sin Dios, sin ritual y sin vida después de la muerte, pero una religión que sin embargo, como el islam, inundó la tierra con sus soldados, apóstoles y mártires” 41.
Los jacobinos con la aniquilación de las escrituras, de los derechos feudales, las veletas, los palomares y la vida de los Reyes no acabaron con la herencia psicológica del Antiguo Régimen, porque la intolerancia moralizante de su visón maniquea de la política –sobre el bien y el mal- fue realmente una destilación desviada del discurso religioso; propiciada por la secularización intolerante de los intelectuales de la Ilustración francesa. Eso sí, fueron innovadores en creer que un individuo era como un recipiente de cristal vacío, en el que se puede meter prácticamente cualquier contenido. En este ambiente de castigo ejemplar –lo que también indicaba que los revolucionarios eran hijos del Antiguo Régimen- el 23 de mayo de 1793 el funcionario L´Amiral intentó asesinar a Robespierre y a su vecino Collot d´Hewrbois, actor y miembro del Comité de Seguridad Pública; dando así el pretexto necesario para intensificar aún más el Terror de la Revolución: <<Nuestros enemigos son como esas plantas venenosas que proliferan en cuanto el cultivador no se aplica a arrancarlas todas de raíz. Debemos reanudar esta tarea con el fervor más extremado>>, como determinó la Convención. Acto seguido el Comité de Seguridad Pública guillotinó a L´Almiral junto a 54 personas, algunos familiares inocentes, tras un juicio espectáculo público contra los enemigos interiores. Así se instaurará la creencia de que la continua vigilancia en la república ayudará a la venida del Día del Juicio revolucionario donde se cercenará a los corruptos incorregibles. “Nuestra regeneración será sublime, consumirá al hombre viejo para formar al hombre nuevo: aniquilará reyes y sacerdotes. Ofrecerá en su lugar un Dios, virtud, ley; presentará un gran país de seres pensantes, libres, felices. ¡Sí! Un pueblo que reconoce al Ser Supremo, un pueblo dispuesto a sacrificarlo todo por la ley, es un pueblo virtuoso y un pueblo virtuoso jamás perece: tiene el derecho a la inmortalidad del alma”42 .
El desarrollo del nuevo sacerdocio político propio de la utopía revolucionaria llevó a un tercio del bajo clero francés y tres cuartas partes de los obispos, entre veinticinco mil y treinta mil sacerdotes, al exilio. Los que quedaron se vieron instados a formar una Iglesia clandestina con sacerdotes dando misas en casas de labranza y donde la falta de curas llevó a muchos padres de familia a darles la catequesis a sus hijos e incluso a muchos laicos a tener que celebrar los servicios religiosos, especialmente los maestros y los sacristanes. A causa de la irreligiosidad y las persecuciones de la Revolución se produjeron en la Vendée43, en el oeste del país, varios levantamientos populares antirrevolucionarios en la primavera de 1793. Más del 60 por ciento de los rebeldes fueron campesinos acomodados con explotaciones de tamaño medio o pequeño con criados y braceros, mientras que un 34 por ciento fueron tenderos, artesanos y tejedores. Dichas revueltas provocaron una brutal represión, mediante la acción de la Revolución, que recurrió a técnicas de exterminio masivo provocando la muerte de un cuarto de millón de personas44. Con ello quedaba patente que un Estado secular era capaz de implementar una barbarie tan inconcebible, que podía eclipsar las atrocidades limitadas de la Inquisición o la Matanza del Día de San Bartolomé, que resultaron “un asunto modesto cuando se compara con las turbas de sans-culottes entregados a la matanza y al saqueo en lo que fue equivalente a un genocidio”45 . La Convención había decretado la ejecución sumaria de todos los rebeldes capturados con armas y por ello la guillotina cayó frenéticamente hasta convertir el lugar de la ejecución en un riesgo sanitario; por lo que los terroristas comenzaron a emplear los cañones, como ideó Ronsin, para liquidar a numerosos grupos de prisioneros que luego serían rematados por espadachines. En este contexto, en abril de 1794 en Lyón fueron ejecutadas casi dos mil personas. El mensaje de Año Nuevo de Fouché en la Convención, anticipaba la mayoría de los argumentos que utilizarían los asesinos en masa, totalitarios en el siglo XX, para justificar sus crímenes: “Nuestra misión aquí es difícil y dolorosa. Sólo un amor ardiente a la patria puede consolar y recompensar al hombre que, renunciando a todos los afectos que la naturaleza y los hábitos delicados han hecho caros a su corazón, prescindiendo de la propia sensibilidad y de la propia existencia, piensa, actúa y vive sólo en el pueblo y con el pueblo, y, cerrando los ojos a cuanto le rodea, no ve nada más que la república que surgirá en la posteridad sobre las tumbas de los conspiradores y las espadas rotas de la tiranía”46 .
El Ejército y el Comité de Seguridad Pública se aseguraron de extirpar la revuelta de la Vendée bajo la palabras del General Turreau: <<Libertad, Fraternidad, Igualdad o Muerte>>. Es más, un Capitán del batallón Libertad escribió en una carta fechada en enero de 1794 para su hermano: “<<Por dondequiera que pasamos, llevamos las llamas y la muerte. No se respeta ni la edad ni el sexo… Es horroroso, pero la salud de la república es un imperativo urgente. ¡Qué guerra! No hemos visto un solo individuo sin dispararle. Todo está sembrado de cadáveres; las llamas hacen estragos por todas partes>>” 47. Así, se fusilaron a miles de personas en Angers y Laval o se asesinaron a nueve mil personas en Nantes por la acción de los jacobinos. En este ambiente, el diputado Jean-Baptiste Carrier se instaló en la villa de un antiguo tratante de esclavos con su amante oficial, la tía de la madre de Víctor Hugo, pero por donde también desfilaban las prostitutas locales. Este hombre nuevo de la Revolución reservaba la guillotina para aristócratas, burgueses y sacerdotes y economizaba la pólvora y las balas de mosquete, cuando se necesitaba aliviar el hacinamiento de las prisiones, lanzando tandas de prisioneros atados a las aguas del Loira desde barcos diseñados para tal efecto48. Los revolucionarios borrachos que llevaban a cabo estos crímenes se jactaban de lanzar a un hombre y a una mujer desnudos y atados en lo que denominaban <<matrimonio republicano>> entre las 1.800 víctimas que provocaron, muchísimos sacerdotes entre ellos, como solución humanitaria al hacinamiento y las epidemias de las prisiones de Nantes. Pero que a estos penosos y criminales actos los denominasen <<deportaciones verticales en la bañera nacional>> o <<bautismos patrióticos>> no pueden ocultar la hipocresía de estos. Para que se hagan una idea del Terror perpetrado por la Revolución debemos observar que pereció un tercio de la población. Esto es, una estadística equivalente a los horrores de la Camboya del siglo XX.
A la par que se reprimían las grandes rebeliones regionales comenzó a desarrollarse un Terror revolucionario paralelo –delación, paranoia y tribunales irregulares y arbitrarios- donde terminaron pereciendo muchos de los hijos más notables de la Revolución, cuando el Comité de Seguridad Pública denunció por igual a moderados y extremistas radicales democráticos, de participar en conspiraciones intrapartidistas cada vez más fantasiosas. Así perecieron Lavoisier, Romme y Robespierre. Finalmente, los dantonianos, girondinos y antiguos terroristas retomaron el poder de la Convención y reafirmaron su poder sobre los comités y el aparato burocrático del terrorismo fue desmantelado. Acto seguido se prohibieron los clubes jacobinos, se redujo el poder de las secciones de la Guardia Nacional; volvieron los teatros, cafés y salones de baile así como algo parecido a la pluralidad de prensa. Cercenándose con ello la revolución cultural jacobina. A continuación, la Convención instauró una nueva Constitución y trabajó para que la Iglesia y el Estado quedaran separados el 21 de febrero de 1795; pero el Golpe de estado de <<Fructidor>> de septiembre de 1797 llevó al poder a los anticlericales que volvieron a las deportaciones, a Guinea, de los clérigos que se negaban a los nuevos juramentos así como a la prohibición de las procesiones, el culto al aire libre, las campanas, la vestimenta en público… Pero a pesar de todo, ninguno de los cultos cívicos de la Revolución llegó a arraigar por lo que con la llegada de Napoleón, con un sentido mucho más agudo sobre el poder espiritual, dio paso a una nueva solución para la cuestión religiosa. Eso sí, Napoleón no tuvo reparos en invadir los Estados Pontificios en 1798 así como en encarcelar a Pío VI. No olvidemos que Napoleón era un hombre prágmático que en 1800 afirmó: <<fue convirtiéndome en católico como gané la guerra de la Vendée, haciéndome musulmán como me asenté en Egipto, haciéndome ultramontano como me gané los corazones de los hombre en Italia. Si tuviese que gobernar una nación de judíos reconstruiría el Templo de Salomón>>. Para él, lejos de las obsesiones anticlericales revolucionarias veía al clero como un <<valor>> cuantificable -<<el Papa equivalía a doscientos mil soldados en el campo de batalla>>- por lo que veía útil el resurgir religioso para garantizar su poder y la estabilidad social de su Régimen. Así, negoció el Concordato de 1801 con Pío VII que acabó aceptando al catolicismo como <<la religión de la inmensa mayoría de los ciudadanos franceses>>, reconociendo la situación de los sacerdotes que se habían casado para evitar la persecución, tolerando algunas órdenes religiosas de orden misionera para apoyar las empresas imperialistas y permitiendo unas doscientas comunidades de mujeres para trabajar como maestras y enfermeras.
Por tanto podemos concluir diciendo, que los intentos de crear cultos cívicos secularizados fracasaron miserablemente mientras que el ataque a las cúpulas eclesiales nacionales provocó, que los fieles aumentaran sus sentimientos ultramontanos –o lealtad suprema al Papa- como mecanismo de defensa ante las agresiones revolucionarias49 .
La Revolución provocó el antagonismo de la Iglesia católica, aunque sus sectores reformistas le hubiesen dado inicialmente la bienvenida, cuando los exponentes del nuevo credo laico iluminado comenzaron a exterminar a los seguidores de Cristo tanto como a exportar el sacrilegio y la blasfemia con el avance de sus Ejércitos sobre España, Alemania o Rusia. No debemos olvidar que las tropas del <<Anticristo corso>> derramaban el vino de la comunión, daban las hostias sagradas a sus caballos, hacían bailar a sus prostitutas sobre los altares, encendían sus pipas con las velas sagradas, colgaban las cabezas humanas cercenadas en las puertas de las Iglesias por donde pasaban esas tropas que decían llevar <<la Enciclopedia en la mochila>>50. La violencia y la impiedad napoleónica provocó que en Europa se uniesen aún más el Trono y el Altar para combatir la ola revolucionaria; hasta tal punto que incluso Hegel –que había considerado en su juventud a Napoleón como <<el alma del mundo a caballo>>- comenzó a expresar sus temores por la anarquía, el Terror y la dictadura continental en que incurrió la Revolución. Es decir, en el descrédito de los frutos que había desarrollado los ideales de la Ilustración. En esta línea, los obispos anglicanos junto al tory John Wesley comenzaron a reclutar milicias para luchar contra los radicales del país siguiendo las ideas del abate Barruel: la Revolución era una conspiración y Napoleón representaba el reinado del Anticristo. Esta senda de decepción sobre la Ilustración puede observarse en las innumerables biografías de escritores, músicos, pensadores, poetas y artistas románticos como los poetas británicos Wordsworth y Coleridge Southey; los pensadores de Europa continental como Chateaubriand, Clemens Brentano o Joseph Görres cuando descubrieron el catolicismo cultural; o los pensadores protestantes que se convirtieron al catolicismo como Friedrich Schleger y Adam Müller. De aquí que el profesor Burleigh afirme que “la religión restaurada parecía en todas partes una alternativa obligada al predominio de la razón desde que la lógica de esta última parecía haber culminado en el terror y en el genocidio de la Vendée” 51. Es decir, que la Revolución francesa, como progenie remota de la Reforma, llevó de nuevo a Europa a pensar en la renovación y unificación espiritual de la cristiandad y a la Iglesia a pedir obediencia a los Gobiernos que no ponían impedimento para la salvación espiritual de los creyentes. En este sentido, el obispo británico Richard Watson de Llandaff, uno de los pocos whigs que defendieron la Revolución, llegó a escribir: “<<Si la religión deja de controlar la conciencia de los hombres, el gobierno perderá su autoridad sobre las personas y se producirá una situación de barbarie anárquica>>” 52. Y precisamente por esto, la protestante Inglaterra, proporcionó su apoyo al clero católico francés en el exilio. Miles de ellos en la propia Gran Bretaña.
Tras la derrota de la Revolución Europa se reorganizó bajo el Congreso de Viena donde Austria, Rusia, Gran Bretaña y Prusia ratificaron la Cuádruple Alianza para mantener el equilibrio y la paz en el Viejo Continente. Posteriormente, en Aix-la-Chapelle, se permitió la Quíntuple Alianza con la entrada de Francia para proteger la paz, la prosperidad y los sentimientos religiosos.
3. Los hijos de la Revolución francesa: nacionalismo y socialismo.
No desatendamos que el cristianismo dejó una profunda huella en las ideologías políticas que agitaron a la humanidad en la era de la modernidad, especialmente en el nacionalismo y en el socialismo. Ambas hijas de la Ilustración francesa. El nacionalismo, cree que la Nación-estado es el mejor modo de satisfacer una necesidad humana de pertenencia intensa que, en la pugna constante con el cristianismo y el socialismo, se ha revelado como la más potente de las ideologías que hacen mayor hincapié en una condición humana compartida. El credo decimonónico del nacionalismo no fue un sustituto del cristianismo y no surgió de buenas a primeras en una tierra devastada por el laicismo. El nacionalismo fue incorporando temas importantes de la tradición judeocristiana, como la idea de la elección divina o la creencia de un pueblo elegido para cumplir una misión providencial, que sin perturbar las creencias religiosas de la mayoría, fue desarrollando una fe práctica para las minorías que conformaban la élite nacionalista. Dicha fe oscilará desde la pertenencia a una Iglesia alternativa hasta la adoración de la Nación como un Dios; pero no sería hasta que estas élites tomaran el poder del Estado, cuando se difundirían estas creencias entre el pueblo. El proceso de reeducación nacionalista tomó como ejemplo las versiones vernáculas de la Reforma y la Contrarreforma para desarrollar sus catecismos seculares, con imágenes de Juana de Arco o de Garibaldi, para hacer como dijo un girondino en 1791 <<lo que hicieron los impostores en nombre de Dios y del Rey, para esclavizar las mentes y cautivar a los hombres, debemos hacerlo nosotros en nombre de la libertad y de la patria>>. Eso sí, aunque los intentos revolucionarios en Francia para erradicar el cristianismo constituyeron un fracaso; la idea de que el Estado debía tener una religión única y común fue generalizándose hasta que Hegel, entre otros, señaló que esa religión <<expresa el ser más íntimo de todo el pueblo, de tal modo que, dejando a un lado todas las cuestiones externas y difusas, puedan los individuos hallar un centro focal común y ser capaces aún, pese a la desigualdad y a las transformaciones en otras esferas y condiciones, de confiar unos en otros y de ayudarse mutuamente>>53. En este sentido, los nacionalistas germanos buscaron una religión nacional para que la etnorreligión les diese la cohesión, la finalidad y el vigor transcendental de un pueblo como observaban en los judíos bíblicos54.
También se puede señalar que hubo nacionalistas católicos en Irlanda o Polonia, pero en estos casos el uso de la religión se hizo como auxilio de la autoafirmación nacional. No olvidemos que el universalismo cristiano tanto como, la creencia en las instituciones supranacionales como el papado o el Sacro Imperio Romano Germánico era más visible en el catolicismo que en el campo protestante. Aún así, se sospechaba habitualmente que los católicos mantenían una lealtad doble, como los judíos, por lo que Bismarck los introdujo entre los enemigos de Reich alemán, afirmando que eran una <<internacional negra>> casi tan amenazadora como la <<internacional roja>> de los socialistas***.
No podemos omitir que los nacionalismos siempre son construidos a partir de una selección de elementos preexistentes –idiomas, paisajes, instituciones o derecho- y en gran medida también de la experiencia cristiana así como de los mitos y de la memoria. El pietismo alemán del siglo XVII, que basaba su fe en el amor de Cristo más que en la adscripción intelectual a un credo, influyó en el desarrollo de los cultos románticos del yo y de la presencia de Dios en la naturaleza. El pietismo era cosa del corazón, más que de la cabeza, y por ello barrió en oleadas sucesivas todo el norte de Europa, Escandinavia y Gran Bretaña. Además constituyó una reacción al dogmatismo del luteranismo ortodoxo y a la religión mecánica, fría y racionalista de los deístas; pues esta era democrática, se oponía a cualquier signo de estatus social como los bancos de la Iglesia separados para la gente distinguida, celebraba las virtudes sencillas del hombre común; y precisamente con la búsqueda de la emoción hizo a Alemania muy receptiva al romanticismo. Prueba de ello es el siguiente sermón pronunciado en 1815: “cuando un hombre habla de patria, incluye en esta idea todo lo que ama en el mundo: el seno de sus padres, su círculo de hermanos y hermanas, el altar de la familia, sus terrenos de juegos infantiles, […], esos miles de vínculos que lo ligan a sus conciudadanos, el mismo idioma, las mismas costumbres, la misma nacionalidad, la misma vida en común, los nombres comunes, […], bienestar común, común aficiones”55 . El pietismo buscaba redefinir el mejor modo de servir a la humanidad y por ello Friedrich Schleiermacher, el teólogo protestante más importante desde Lutero o Calvino, afirmó que <<servir al género humano es noble. Pero sólo se puede hacer si uno está convencido del valor de su propio pueblo>>. Y el deseo de pertenencia estaba en el centro del proceso que despertaría al Volk –pueblo- para buscar su unificación como Nación.
En este contexto debemos recordar, que el clérigo luterano y filósofo Johann Gottfried Herder, profundamente influido por el pietismo y por Rousseau, consideraba que la religión podía prescindir de la razón y reconstruirse sobre los sentimientos y que podía alcanzarse el conocimiento de Dios a través de la conciencia de pertenencia al todo*. Además, Herder, haciéndose eco del entusiasmo pietista por el hombre común, afirmó que la auténtica cultura de la nación eran las gentes sencillas de las canciones populares que él recopiló. Y de aquí, Herder observaba la nación, como el intermediario ideal entre el individuo y la humanidad, el medio idóneo para que el hombre alcanzase la plenitud. Recordemos que Herder creía que cada pueblo tenía un alma creadora cuya misión, era realizarse plenamente como nación propia**; y que precisamente en esta profusión de plantas individuales estaba la plena realización del plan de Dios. La impregnación religiosa del nacionalismo se debía a que los clérigos protestantes y sacerdotes católicos de Europa, desempeñaron un papel importantísimo en su difusión porque los transmitían a las masas en sus sermones, subrayando los acentos morales de la lucha contra los ataques de la impiedad jacobina militante. Por que el hecho de considerar la nación como origen de la soberanía, había degenerado en el Terror y en el despotismo militar napoleónico que le sucedió, explotando habilidosamente la idea de las nacionalidades para desarrollar sus ambiciones imperiales. Las conquistas de Napoleón provocaron la nacionalización de la religión en Alemania, donde una oleada de subjetivismo pietista barrió al protestantismo, y con ello la politización de la religión fue un proceso paralelo a la sacralización de la política. Además, las invasiones napoleónicas provocaron que los pueblos oprimidos comenzasen a unirse en su seno, haciendo que la nación comenzase a superar las lealtades menores –dinastías, familia, religión, ciudad…-. De facto, los profetas nacionalistas comenzaron a buscar en los evangelios la <<nacionalidad>> centrándose en analogías entre el Antiguo Testamento. Así intentaron convertir sus deseos, como los alemanes, con la tradición del pueblo de Israel. Es más, hombres como Schleiermacher y Arndt trabajaron para convertir las <<guerras de liberación>> en nuevas cruzadas contra las tinieblas de la Razón.
La lucha contra Napoleón en toda Europa levantó en armas a miles de voluntarios alentados por consignas, poesías y canciones populares, convirtiendo sus sentimientos de nación en la religión de su tiempo, como señaló Arndt. Y ese deseo de unión y libertad les llevaría a comulgar con los cultos cívicos, muy cercanos a los de los revolucionarios franceses que combatían. En este ambiente se desarrolló en la universidad de Jena, en junio de 1815, la primera asociación estudiantil –Burschenschaft- que políticamente desarrollaron valores como <<honor, libertad y patria>> y que adoptaron enseñas como la bandera roja, negra y oro que los voluntarios de Lützow enarbolaron en las guerra de liberación***. Y de las universidades de Jena y Huyesen emergió un grupo más radical que aprobó la violencia y el terrorismo para conseguir sus objetivos****. A mediados de octubre de 1817 la Burschenschaft de Jena convocó una fiesta patriótica nacionalista en la fortaleza de Wartburg donde se reunieron 468 estudiantes para celebrar la Reforma, como el principio de la libertad individual y espiritual que esgrimían para levantarse contra Napoleón. Así, la piedad religiosa se transformó en patriotismo religioso, con la nación elevada a la condición de sagrada, donde se quemaron símbolos de la reacción y libros de autores judíos*****.
La juventud nacionalista alemana se volcó en las nuevas sociedades –gimnásticas, corales, de tiro, secretas…- que pronto se extendieron por Italia con la invasión napoleónica. Allí, la actividad política de oposición fue dirigida por sociedades secretas derivadas de la masonería –entonces no anticlericales- porque las insurrecciones populares antijacobinas en Italia fueron provocadas por la impiedad de los franceses contra las sensibilidades de los católicos. Es más, la insurrección de los Sanfedisti, la más grave de todas, en el sur del país, la dirigió un cardenal, y las sociedades secretas de corte liberal habían sido creadas por jacobinos desilusionados o jóvenes oficiales descontentos con el despotismo napoleónico*. La sociedad secreta más antigua fue fundada en Nápoles en 1810 –luego vendrían las de Bolonia, Lombardía y el Piamonte- donde se unieron abogados, médicos, pequeños propietarios, estudiantes, funcionarios y oficiales desilusionados con el Régimen napoleónico. Estos iniciados se disponían en células dentro de una estructura piramidal que a veces desarrollaron un Gobierno paralelo sin ningún programa común**. Por su parte, en Alemania, el Estado siempre ha sido el <<aliado natural>> del protestantismo -desde la Reforma- debido a que carecía de la autoridad exterior que representaba el papado. Y durante la Restauración estas dependencias aumentaron cuando el clero protestante vio en el Estado un baluarte contra la Revolución. En esta línea, el Rey Federico Guillermo III de Prusia fusionó la Iglesia luterana y la reformada, en una Unión que integró dentro del <<aparato del estado>> en 1822 y Federico Guillermo IV proclamó a Prusia como <<Estado cristiano>> cuya base fue un pietismo que siempre había rechazado el racionalismo***. Dicha alianza promovió la idea de una sociedad agraria cristiana corporativa. La Iglesia era un bastión contra el desorden social y denunciaba el descontento político y la pobreza como resultado del pecado. Los sectores más fundamentalistas del protestantismo negaron las bases de las libertades liberales y democráticas; mientras que dicha resistencia fue desarrollando la idea de traer el cielo a la tierra en los círculos liberales. En este contexto, el teólogo David Friedrich Strauss publicó su Vida de Jesús en 1835, donde desde su óptica hegeliana deseaba ver a la humanidad avanzando hacia la perfección, a la par que el proceso de la historia alcanzaba su plenitud. Strauss, sin negar que Cristo fuera un personaje histórico, veía los Evangelios como una interpretación mitopoeica de los deseos del pueblo judío de tener un Mesías. Mientras Bruno Bauer, otro <<joven hegeliano>>, rechazó los intentos de conciliación entre religión y filosofía, que realizaba el propio Hegel bajo el pensamiento de que el cristianismo había alienado al hombre del mundo. Bauer terminó siendo despedido de su puesto de profesor universitario en 1842 por lo que sus alumnos de doctorado se quedaron sin oportunidades de promoción académica. Por ello a Bauer se le unieron Marx y Feuerbach en la fundación de una revista teológica-filosófica. En esta línea pronto se introdujo la verificación racional del cristianismo, que Ernest Renan desarrolló en su obra Vida de Jesús que se convirtió en un éxito de ventas. De esta forma los Evangelios se revelaron como una serie de leyendas con cierta base histórica, transmitidos por una tradición oral que transformó la realidad en una proyección de los deseos de la gente.
Llegados a este punto comprenderemos mejor el advenimiento de aquellos que mediante el Gulag y los pelotones de fusilamientos proclamarían que <<la edad de oro de la especie humana no está detrás sino delante de nosotros>>. Es decir, que la mayoría de los pensadores utópicos vieron el perfeccionamiento del orden social, como un camino coronado dentro de un programa creado como una nueva religión; donde el hombre, bueno por naturaleza, era deformado o reprimido por el mal producido por las circunstancias sociales que le rodean.
En la Francia del Segundo Imperio, donde no se permitía la oposición política abierta, las logias masónicas se convirtieron en los centros principales de discusión política; desde donde Bourgeois, Buisson, Brisson, Ferry, Combas y Gambetta se convertirían en personajes políticos destacados con la llegada de la Tercera República. Esto explica que las logias fuesen grupos de presión favorables a la causa republicana, así como una poderosa red para obtener ascensos y nombramientos para ellos y contra los católicos. Sin olvidar que muchas personas de clase media se adhirieron al <<positivismo>>; un credo basado en la creencia de que a través de la ciencia se puede obtener un conocimiento seguro****. Los orígenes del positivismo radican en el círculo de Idéologues, de la época del Directorio, que quiso desarrollar una moral secular y científica junto a una élite ilustrada para dirigir la sociedad y el Gobierno; junto a la idea de la empresa productiva como el remedio principal para superar el gravísimo conflicto social que había provocado la Revolución francesa. Es más, estos Idéologues, napoleónicos y del Directorio, influirían en el pensamiento de Saint-Simon, que tras luchar por la independencia de las colonias americanas estuvo a punto de ser ejecutado bajo el Terror revolucionario francés.
En 1823 aquel joven cuyo siervo le despertaba todas las mañanas diciéndole <<levantaos, señor Conde, tenéis que hacer grandes cosas hoy>> se suicidó de un disparo entre la más lastimosa penuria. Para el profesor Burleigh, posiblemente, la condición mental frágil y desordenada del Conde de Saint-Simon fuera lo que explicase su obsesión por el orden, la planificación y las teorías totalizantes que mantuvo su discípulo Auguste Comte. No descuidemos, que “Saint-Simon fue el gurú de gurúes de todas las futuras soluciones burocráticas de los problemas sociales y una de las tempranas luces de la planificación central socialista europea, a través de la cual tanta desdicha se infligió a tantos. Además de eso, fue el antepasado de los que buscan un gobierno global, parlamentos mundiales y paz mundial, la manifestación contemporánea de la herencia utópica”.56 Saint-Simon tenía una confianza tan ilimitada en el futuro de la ciencia que se dirigió, en primer lugar, a los científicos para prometerles la tierra para el beneficio de toda la humanidad. Pero en 1814 decidió adjuntarles la nueva élite de burócratas, comerciantes y magistrados, para luego transferir el papel de dirigentes de la transformación mundial a los industriales –elementos productivos-. Entonces comenzó a creer que el mundo se convertiría en una gigantesca empresa multinacional unificada por los flujos del capital internacional; convirtiéndose por ello en un defensor del libre comercio donde los industriales traerían la paz al mundo y reducirían el Estado a unas cuantas funciones policiales al no existir ninguna regulación económica. Finalmente, el utopismo de Saint-Simon desarrolló la planificación central de inmensos proyectos de infraestructuras, bajo la dirección de unas Cámaras semicorporativistas dominadas por la nueva clase, los ingenieros, que unían las dotes de los negociantes con los técnicos de los científicos. A este desarrollismo industrializado Saint-Simon le sumó el deseo de ver la cultura como un instrumento útil para mejorar a la masa de la humanidad, convirtiéndolo en el primer <<ingeniero de almas humanas>> como señala el profesor Burleigh.
Saint-Simon no pudo resistir la tentación de elevar las ciencias sociales a la condición de nueva religión para garantizar el orden y el progreso. Recordemos que estuvo a punto de ser llamado a la guillotina por el populacho durante la Revolución. En este sentido, no podemos dejar de señalar que en 1821 Saint-Simon comenzó a desarrollar lo que él mismo denominó <<nuevo cristianismo>> afirmando que <<el trono de lo absoluto no podía permanecer desocupado>>. “Había también un programa social, pues también escribió: <<Religión es la colección de aplicaciones de la ciencia general por medio de las cuales los hombres ilustrados gobiernan a los ignorantes […] Yo creo en la necesidad de una religión para el mantenimiento del orden social>>”57 . Y esto, como comprendió perfectamente Isaiah Berlin,58 es el principio de la doble moral orwelliana; donde la élite ilustrada abrazaba un código de valores mientras alimentaba a la fuerza a los asnos con otros. En esta línea, Saint-Simon consideró que un Dios único debía traducirse en el único y sublime mandamiento de que los hombres debían comportarse como hermanos. Los ricos y los pobres sólo mejorarían moralmente cuando reconociesen que la tarea de todos es trabajar para beneficiar a los pobres; y como la Iglesia católica, incluida las protestantes, habían pervertido esta doctrina al convertirse en una fuerza secular por su proximidad corrupta al poder terrenal. Por tanto, la nueva religión –una filantropía capitalista con un clero de artistas, científicos o sacerdotes reeducados en las creencias del nuevo profeta que simbolizaba el propio Saint-Simon- debía ocupar la posición del herético papado. Pero tras la muerte del profeta de la nueva religión su discípulo Amanad Bazard pidió la abolición de la herencia privada de la propiedad59; mientras que Prosper Enfantin, otro discípulo, emprendió la construcción de comunas como la de Ménilmontant, a las afueras de París, para desarrollar una secta religiosa saintsimoniana. No tuvo mucho recorrido.
De todos los discípulos de Saint-Simon fue Auguste Comte, que de 1817 a 1824 fue su secretario, el más ilustre aunque tras separarse Saint-Simon escribió que Comte sólo era un <<charlatán depravado>>. Es cierto que Comte siempre tuvo una obsesión por los números, el orden y los sistemas, relacionada en cierta medida con la miseria de su vida privada y con intermitentes episodios de locura como los que tuvo cuando convirtió en concubina a una de las prostitutas con las que se relacionaba. La relación con Carolina Bassin provocó que se agudizase su paranoia envolvente. La larga estancia que estuvo en el manicomio desde 1826 de poco le serviría; pues una noche que su madre fue a visitarle a él y a Carolina este se seccionó el cuello durante la cena por una pequeña discusión. Posteriormente tuvo un intento de suicidio en el Pontales Arts que evitó un gendarme y episodios de locura por su impotencia. En estas condiciones, se enamoró de Clothilde de Vaux, y aunque esta le rechazase, cuando murió por tuberculosis Comte desarrolló <<la religión de la humanidad>> basada en el culto a Clothilde y a su sillón rojo de felpa.
Bien es cierto, que Comte también fue uno de los padres de la <<ciencia>> social moderna, acuñó el término <<sociología>> en 1839, pues se había propuesto establecer una reforma científica donde las ciencias de la sociedad, se harían <<positivas>> basándose en la aplicación de leyes empíricamente verificables. Él entendió el positivismo como tercera vía entre el Antiguo Régimen y un racionalismo abstracto, crítico, anárquico e incapaz de crear nada. Así el positivismo y la religión de la humanidad son los pilares del intento de síntesis comteano de Orden y Progreso. Comte desarrolló la ley de los tres estadios, por la cual los pensamientos pasan por una fase teológica -ficticia-, una metafísica –abstracta- y una fase científica –positiva-; la ley que también era aplicable a las etapas de la historia: de la antigüedad hasta el siglo XVI –etapa inicial militar y teológica-, la era de la decadencia y la renovación –del siglo XIV a la Revolución francesa-, y la era industrial-científica donde se extinguirían la viejas creencias. Este esquema era parte de los esfuerzos de Comte por desarrollar una nueva doctrina social que sustituyese a la Iglesia y a la teología; no olvide que su <<religión de la humanidad>> pretendía ser un <<catolicismo sin cristianismo>> como le criticaron algunos escépticos críticos británicos. Además no podemos obviar tampoco, que dicha religión tenía muchos ejemplos de sociolatría –adoración de la sociedad humana- que el destacado pensador católico Henri de Lubac tildó de <<egocentrismo monstruoso>>. El culto al ser supremo –la Grand Éter- iba acompañado de una serie de santos públicos –Aristóteles, Arquímedes, Dante, Descartes, Federico el Grande, Gutenberg- cuyos nombres designaban los meses lunares del calendario revolucionario que comenzaba en 1789. El nuevo culto tenía nueve sacramentos –presentación del recién nacido, iniciación a los catorce años, admisión a los veintiuno, destino a los veintiocho, matrimonio, madurez, retiro y transformación tras la muerte, donde los inmortales pasarían a formar parte del Gran Ser-. Por otra parte, los suicidas, los condenados y las esposas indignas iban al infierno positivista y la trayectoria elíptica de la tierra debía ser cambiada por una órbita circular para que se armonizasen los climas extremos; como afirma el profesor Burleigh <<el pensamiento de Comte era cósmico, además de cómico, en su ambición>>.
Políticamente, Comte abogaba por que los Estados se hiciesen tan pequeños como las Repúblicas de la Toscana y la Cerdeña60 para que se acoplasen a un ideal, entre teocracia medieval y club jacobino, que se basaba en el Gobierno temporal de banqueros e industriales depositado en los científicos contemplativos seleccionados para formar la <<pedantocracia>>. En este esquema la clase media debía desaparecer para que ciento veinte millones de proletarios pudieran ser gobernados por una élite de dos mil banqueros; es más, Comte afirmaba que su religión positiva no podía ser susceptible de análisis crítico y por ende rechazaba cualquier forma de democracia. Tal sectarismo tuvo pocos seguidores pero sus creencias subyacentes si que resultaron atractivas a mucha gente de clase media como a los profesores de historia y matemáticas del University College de Londres y el matrimonio Webb que fueron cofundadores de la London School of Ecomomics; que adoraban a la Unión Soviética como parte de una adhesión acrítica a los beneficios del progreso tecnológico y científico que propugnaba el positivismo.
En la Francia de la III república el positivismo, como credo secular, quedó eclipsado por la única religión no sobrenatural de difusión masiva, el socialismo. Este se enraizaba en el utopismo y en el cristianismo. Charles Fourier pudo vivir aislado en una buhardilla de París con sus loros y gatos gracias a una herencia. Así pudo entregarse a idear una organización de la producción que humanizase el progreso industrial que tanto detestaba. En todo sentido, desarrolló sus <<falansterios>>** para intentar reducir al mínimo los desengaños de la vida dentro de ellos. Fourrier imaginó sus falansterios como unos asentamientos agrícolas con 200 hectáreas de extensión y 2.000 miembros; calculaba que un día habría 6 millones de falansterios donde vivirían toda la humanidad, bajo el Gobierno de un <<Monarca>> mundial. Incluso llegó a proponerle el cargo a Napoleón, quien lo declinó. Posteriormente Fourier comenzó a pensar en un Congreso mundial de falansterios como forma de Gobierno última cuyos proyectos cambiarían el mundo acompañados por vastos <<Ejércitos armoniosos>> formados por el 2 ó 3 por ciento de la población de un país. Eso sí, siempre junto a un <<équipe>> de mujeres jóvenes con las que satisfacer sus deseos sexuales. En sus ensoñaciones Fourier llegó a afirmar que “como los males del sistema vigente habían influido de forma adversa en el entorno y en el reino natural, el nuevo orden social produciría un cambio planetario. Esto incluiría cambios en el clima, desviación de ríos, deshielo de glaciares, reforestación de montañas, casquetes polares habitables, limonada en vez de agua salada en los mares del mundo y benignos <<antileones>> y <<antiballenas>> que serían amigos del hombre”61 . Y por supuesto, los Ejércitos sólo librarían guerras armoniosas donde se moverían siguiendo las pautas de una partida de ajedrez donde no moriría nadie; y los prisioneros de ambos sexos podían disfrutar de su confinamiento teniendo voluntariamente relaciones sexuales con personas mayores para sofocar la soledad de estos. Continuando esta línea no se sorprenderán si les digo que Fourier contemplaba sus falasnterios como una sucesión de banquetes, desfiles, óperas y relaciones sexuales en medio de un entorno natural en la línea de los rabelesianos. Eso sí, los individuos podían mantener la propiedad privada y una pequeña riqueza, pues el lujo general haría superfluas esas diferencias. Además como en ellos la conducta social sería como la de las <<mariposas>> Fourier imaginó que las tareas podían cambiar de hora en hora para que todos pudiesen experimentar el mando y la subordinación, la armonía y la rivalidad. Y por supuesto, las tareas se repartirían según la edad –los niños podrían jugar paleando los excrementos- y los asesinos podrían orientar sus inclinaciones haciendo de carniceros. Además como el sexo sería experimental el matrimonio sería una institución a extinguir.
Por su parte, el reformador social galés Robert Owen, de corte virulentamente anticlerical, basándose en la creencia de que era el entorno quien degradaba al hombre, se trasladó a Manchester en 1788 para adquirir las fábricas de tejidos de su futuro suegro, David Dale62, en New Lanark del Clyde. Así, en 1816 las Fábricas de New Lanark eran el complejo manufacturero de algodón más grande de Gran Bretaña, que funcionaba con energía hidráulica, donde trabajaban unas 1.500 personas. Owen hizo famosas las fábricas de New Lanark por su calidad, su rentabilidad y la disciplina de sus trabajadores. Y “cuando las fuerzas económicas exógenas provocaron durante las guerras napoleónicas despidos masivos, él continuó pagando a los trabajadores. Sus empleados, entre los que había quinientos niños de más de diez años, trabajaban desde las seis de la mañana a las siete de la tarde con media hora para el desayuno y tres cuartos de hora para la comida”63 . En este sentido, New Lanark fue reformándose hasta convertirse en una comunidad modelo donde se coaccionaba para que todos adquieran las virtudes de la sobriedad y la limpieza. Robert Owen era un hombre austero producto de una sociedad puritana que aunque disentía profundamente de la idea religiosa del pecador individual, no era irreligioso, aunque sí propugnaba una educación no confesional. Su idea de educación se centraba en el deseo de borrar la idea de pecado original, de acabar con la influencia de los padres a favor de la comunidad. Este experimento social con régimen cuartelario se ganaría la admiración de muchos oficiales de la Marina y el Ejército, que se convertirían en filántropos de New Lanark por el atractivo que les suscitaba su disciplina y su reglamentación; así como de cierto número de terratenientes escoceses e irlandeses; algunos señores rurales, por su bucólico paternalismo en una época de graves perturbaciones sociales y económicas; e incluso con la aprobación del poeta tory –conservador- Robert Southey.
No obstante, la <<ciencia social>> racional aplicada de Owen, también fue ampliada en el siglo XIX por los valores de Condorcet y de la Ilustración francesa hasta el punto, que una poderosa corriente milenarista que atraería a sectarios religiosos de ambas orillas del Atlántico. Esto ocurrió porque se primaba lo colectivo sobre lo familiar y lo individual, donde se vieron reflejadas las comunidades Shakers de Norteamérica. No olvidemos que el owenismo tenía todas las características propias de una secta religiosa: el rechazo de un mundo más amplio –familia, Iglesia y orden económico-, la posesión de la única verdad, el deseo totalitario de dominar a sus individuos, la obligación de propagar la buena nueva desde su aislamiento sectario, la asignación de títulos fabulosos a logros modestos y la explicación sectaria de los fracasos por la corrupción del resto del mundo64.
Sobre el modesto experimento de New Lanark, Owen comenzó a pensar en la transformación total de la sociedad humana para provocar un <<nuevo mundo moral>>; de esta manera en 1817 propuso aliviar el paro creando aldeas autosuficientes de entre 500 y 1.500 habitantes, dedicadas a la industria ligera, que podrían manufacturar o cultivar todo lo que pudiesen necesitar *. Este plan se lo propondrían al Zar Alejandro I en el Congreso de Aix-la-Chapelle de 1818. Tras su rechazo, Owen comenzó a proponer un sistema de socialismo cooperativo mundial basado en asentamientos agroindustriales en lugares remotos donde se podría modificar, en condiciones casi de laboratorio, el comportamiento de los trabajadores según sus filantrópicos fundadores. Por cierto, el principio básico para la organización sería la edad, de manera que el Gobierno y las relaciones entre diferentes asentamientos serían llevados por una gerontocracia. Dicho plan fue ensayado por el propio Owen en Nueva Armonía, en el río Wabash en la norteamericana Indiana, en 1825. Allí compró dicha población por 125.0000 dólares, y 75.000 dólares más para su transformación, con lo que pudo comenzar su experimento con ocho mil hectáreas, una aldea, algunas iglesias, una fábrica textil, cuatro molinos, una fábrica de cerveza, varias destilerías, talleres artesanales auxiliares y novecientos owenistas. En Nueva Armonía** se estableció una Constitución, en parte obra de un Shaker de Kentucky, que se modificaría seis veces en dos años; la comunidad donde había cocinas, atuendos y lavanderías comunales que en 1827 ya estaba totalmente colapsada, fragmentada y fracasada. En Nashoba, cerca de Memphis, en Tennessee, los owenistas desarrollaron una comunidad multirracial incluyendo a esclavos donados o liberados que durarían tres años cuando los habitantes de la zona descubrieron que un blanco estaba conviviendo con una mujer negra. Y todos los demás intentos de comunidades satélites fueron fracasando sucesivamente. Incluido el de Yellow Springs, en Ohio, cuyo nombre en chino es sinónimo de <<infierno>>.
El espíritu del comunismo devino de la conspiración <<de los iguales>> que había dirigido Gracchus Babeuf en 1798 contra el Directorio; y esta es la razón por la que el comunismo originariamente se denominó babouvismo. Este quería garantizar el paraíso en la tierra mediante la expropiación de los ricos para obtener la igualdad de bienes. Pero fue Robert Owen, la primera persona que utilizó, en letra impresa en 1827, la palabra socialismo, mientras que el primer uso documentado del término comunismo se dio en un periódico conservador germano que en marzo de 1840 comentaba que “<<Los comunistas tienen previsto nada menos que una nivelación de la sociedad, sustituyendo el orden de las cosas que hoy existe por la utopía absurda, inmoral e imposible de una comunidad de bienes>>”65 . Los comunistas de la época no tenían nada parecido a un partido oficial, sólo habían formado un centro de reinserción social para artesanos exiliados e intelectuales desplazados. Los comunistas hacían hincapié en la igualdad mientras se identificaban con el periodo jacobino de la Revolución francesa, el más radical, por lo que comenzaba a diferenciarse del socialismo utópico, que rechazaba la revolución violenta y buscaba conseguir la armonía más que capitalizar los conflictos humanos. Como indica el profesor Burleigh “el marxismo fue un drama mitopoético de inspiración religiosa cuidadosamente camuflado dentro de diversos aditamentos que suenan a científicos. Una adición de ideales semireligiosos estimuló la aceptación del comunismo entre los trabajadores piadosos y ayudó a fomentar las solidaridades sectarias entre los artesanos e intelectuales desarraigados que constituían el núcleo de los primeros movimientos comunistas. De ahí la obsesión desesperada por reivindicar una raíz etimológica entre comunismo y comunión” 66. Por tanto podemos afirmar que inicialmente el credo ateo del comunismo fue una versión igualitaria del cristianismo. Es más, en 1840 un joven llamado John Goodwin Barmby fundó en Inglaterra, tras un viaje a París con una carta de Robert Owen para establecer relaciones con los socialistas franceses, la Sociedad de Propaganda Comunista. Pronto el joven Barmby siguió los pasos de Comte cuando se autodenominó como el <<Patriarca de la Iglesia Comunista>>, señaló al comunismo como la religión definitiva de la humanidad, subrayó al demoníaco individualismo y elaboró rituales de iniciación para los nuevos comunistas -cargados de simbolismos religiosos-. No olvidemos que la revista L´Atelier, es la primera revista francesa realizada por trabajadores, llevaba un grabado titulado <<Cristo predicando la fraternidad al mundo>>; ni tampoco que los socialistas alemanes en París crearan en secreto la Liga de los Justos, con las asociaciones religiosas, en la que pronto destacaría Wilhelm Weitling. Su utopía de corte fourierista hablaba de una comunidad sin odio, ni envidia, ni malos deseos, ni delitos, donde reinaría la fraternidad universal tras abolir la propiedad privada y las herencias.
Tal cúmulo de organizaciones provocó que en 1846 se crease un Comité de Correspondencia Comunista de Bruselas, por obra de Karl Marx y Friedrich Engels, que se autoadjudicaron las tareas de forjar vínculos entre esa diversidad de grupúsculos socialistas. Pronto Marx y Weitling se enzarzaron en disputas personales porque Marx le acusaba de no tener ni ideas científicas ni una doctrina constructiva; Weitling volvió a Londres donde quedó gradualmente marginado porque la Liga no apoyaba la revolución violenta, tanto como, porque comenzó a vislumbrar que el comunismo desbancaría su forma socialista de cristianismo. En junio de 1847 se celebró un congreso donde Marx y Engels se esforzaron por crear un catecismo comunista, así como de cambiar el lema de <<Todos los hombres somos hermanos>>, demasiado católico para sus gustos, por el de <<¡Proletarios del mundo uníos!>>. Meses más tarde la nueva Liga Comunista cambió el término <<catecismo>> por el de <<manifiesto>>. Esta evolución comunista deviene en paralelo a la Vida de Jesús de Strauss y a La esencia del cristianismo de Feuerbach, donde Dios era visto sólo como el reflejo de las necesidades humanas de buscar consuelo. Lo que Marx tildaría de opio del pueblo al que debía desplazarse para imbuir en las masas trabajadoras la lucha de clases. Pero aún así, las teorías científicas y empíricas de Marx seguían teniendo unas corrientes proféticas y mitopoéticas subyacentes, fácilmente detectable en sus términos clave: conciencia-alma; camarada-fieles; capitalista-pecador; demonio-contrarrevolucionario; proletario –pueblo elegido y sociedad sin clases-paraíso. Además las nuevas tesis comunistas indicaban que el logro de la conciencia superior traería la salvación; amén, de que las clases dirigentes iban a enfrentarse a un <<Juicio final>> revolucionario, tras una Revolución global que restauraría al hombre sin alienación tal y como ocurre en la escatología judeocristiana entre la caída de Adán y el Apocalipsis. “De hecho, el marxismo consistió en incorporar lo que el cristianismo había conseguido empujar desde San Agustín hacia los márgenes heterodoxos con la certidumbre de la versión ortodoxa. El marxismo combinó la seguridad de que todo estaba operando de acuerdo con las disposiciones de versiones secularizadas de poderes superiores con la creencia sectaria gnóstica de que el elegido mesiánico que había comprendido esas leyes estaba moralmente titulado para destruir la sociedad existente (que carecería por completo de virtud) con la finalidad de conseguir el paraíso en la tierra”67 .
De esta forma, los comunistas recogieron el testigo de los milenaristas medievales y los fanáticos protestantes a la hora de traer el cielo a la tierra mediante la violencia transformadora; que en el siglo XX provocaría el asesinato de 100 millones de personas para sacar al hombre de la <<oscuridad del ser>> y reintegrarlo en la luz como querían los milenaristas medievales. Así, explicaba Marx cómo el proletariado se convertiría en la clase salvadora, con un concepto gnóstico de <<pneumática>>, mediante <<ese aliento del espíritu>> misterioso del que hablaba. Recordemos que Marx consideraba la religión como una ilusión anticuada, que debía sustituirse por un credo <<racional>> centrado en la humanidad. El término <<secular>> lo utilizó el radical inglés George Jacob Holyoake en 1851 cuando un abogado le aconsejó, que este provocaría menos iras que el término <<ateísmo>> y evitar así la acusación de inmoralidad para sus Sociedades Seculares. Con este procedimiento, la <<secularización>> adquirió nuevos significados además de la expropiación de propiedades eclesiásticas devenidas de la Reforma y de la Revolución francesa, que fue su sentido primario. No olvidemos, que uno de los primeros en utilizar el término <<secularización>> para señalar que la religión había dejado de desempeñar un papel importante en el campo de las relaciones internacionales, fue William Lecky en su influyente obra sobre la historia del racionalismo europeo. Posteriormente, los sociólogos Émile Durkheim y Max Weber sostuvieron que las antiguas funciones del clero estaban siendo usurpadas, por las nuevas huestes de profesionales modernos a la par, que la importancia de los milagros y los santos, estaba mermando a la hora de enfrentarse a las contingencias de la vida. De esta forma, el salvacionismo dejó paso al mejorismo del optimismo subyacente, presente en las teorías del progreso científico que acabarían con la escasez, la pobreza y la enfermedad gracias a la prosperidad material. Sin embargo, el secularismo no fue un proceso lineal sino una masa de tendencias intelectuales y sociales, atravesada por reapariciones de fervor cristiano apoyadas en la importancia de las funciones sociales, políticas, caritativas y morales fundamentales que desempeñaba el cristianismo. Por tanto podemos afirmar, que la secularización fue una lucha intelectual donde algunas personas buscaron introducirla conscientemente, a través de sectas como la Sociedad Secular Nacional Británica guiada por librepensadores y radicales políticos; por logias masónicas en Francia donde terminaron instalándose en el corazón de la Tercera República; o por la Liga Alemana de Parroquias Religiosas Libres o la Liga de Librepensadores Alemanes de Ludwig Büchmer en la Alemania Imperial.
Pero a mediados del siglo XIX, se produjo una vuelta de la burguesía volteriana francesa al catolicismo mientras, que la intelectualidad provocaba la intensificación del anticlericalismo radical y republicano, como se simbolizó con la comuna de París de 1871. A la vez, en Gran Bretaña se desmanteló progresivamente el Estado confesional sin dar pábulo a los enemigos de la religión, gracias a la asociación entre liberalismo e inconformismo bajo la guía del Partido Conservador. Eso sí, esta confesionalidad estatal estaba dirigida a favorecer el pluralismo religioso y no a la desmoralización de la sociedad. Recordemos que la Inglaterra victoriana desarrolló una <<religión sustituta>> basada en las virtudes individuales y sociales, para la inmensa mayoría de la gente respetable de todas las clases sociales. Es decir, la Ley de Educación británica de 1870, para crear un sistema dual de escuelas, confesionales y no confesionales, y permitir la exclusión de los niños de la instrucción religiosa por motivos de conciencia de sus padres, no se realizó en la línea del holocausto descristianizador, promovido por la Revolución francesa.
La rapidez con la que el socialismo se separó del cristianismo, varió considerablemente según las circunstancias propias de cada región y país; cuando no se mantuvo la raíz cristiana del socialismo. Es más, el destacado historiador del socialismo francés, Edward Berenson, indicó que en las décadas de 1830 y 1840 la mayoría de los socialistas reconocían inspirarse en los Evangelios hasta el punto que parecía que Cristo era el padre fundador del cambio revolucionario. Con la llegada de los devotos en el socialismo <<científico>> se intensificó la crítica del cristianismo como un arcaísmo pernicioso; pero el fracaso de las insurrecciones de 1834 y 1839 llevaron a la izquierda francesa a reconsiderar la herencia anticlerical y conspirativa de 1789; para transformar a los individuos antes de hacerlo con la sociedad. Es decir, transformar moralmente al hombre en vez de convertir los mares en limonada o fabricar religiones civiles mediante el Terror. En este sentido, también ayudó la nueva generación de sacerdotes de orígenes humildes que predicaban las virtudes del hombre común con ayuda de obras como La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis. En Gran Bretaña, a diferencia de Europa continental, las organizaciones obreras nunca abandonaron el cristianismo y este no tuvo que identificarse con el conservadurismo como ocurrió en el continente, donde el canon marxista marcaba el ideario de sindicatos y partidos socialistas. En Alemania cuando Bismarck abandonó la Kulturkampf se apoyó en los socialdemócratas, que a su vez, redujeron su retórica anticatólica para negociar con el católico Partido del Centro. Tengamos presente que en las zonas rurales el socialismo iba de la mano de las religiones tradicionales, y sin esos votos nunca llegarían al poder. Así la socialdemocracia se orientó hacia las tesis de Eduard Bernstein y Karl Kaustky de que las ideas religiosas se irían diluyendo según aumentasen las condiciones socioeconómicas; y por ello, el SPD se limitaría sólo, a denunciar el papel político de la Iglesia y su influencia en la enseñanza primaria. Por consiguiente, el Partido Socialista Alemán optó por desarrollar una forma de vida que incluía seguros de enfermedad, cooperativas, organizaciones benéficas, clubes de gimnasia, bolos, ciclistas y de canto, bibliotecas, coros… para darles una visón del mundo y una identificación solidaria del individúo con el todo como el que tenían las grandes organizaciones y las religiones que enfrentar al universo paralelo de las escuelas, la Iglesia y el Ejército, que formaban parte de la sociedad donde vivían los trabajadores. En este contexto Bebel escribió en una celda la obra Die Frau und der Sozialismus en 1879, que se convertiría en la Biblia del socialismo, por su optimismo antropológico en el desarrollo de una futura sociedad que se basaría en el amor y la felicidad.
Un jesuita alemán reseñó que la socialdemocracia era una religión sustituta, cuando en 1878 escribió <<como el hombre ha de tener una religión, el socialismo se ha convertido en la religión de los trabajadores ateos, esencialmente en las regiones protestantes>>. Por su parte, los críticos protestantes acusaban a los socialistas de buscar establecer <<el cielo en la tierra>> mediante la espada y el fuego como los anabaptistas del Münster del siglo XVI; y esto era algo que los socialistas no negaban. Así, uno de los padres fundadores del socialismo, Wilhelm Liebnecht, dijo en la clausura del congreso del partido de 1890 en Halle: “por la ley socialista hicimos con agrado los mayores sacrificios, dejamos que se destruyera nuestra familia y nuestra existencia, nos separamos de la mujer y los hijos durante años, todo por servir a la causa, en ese caso era también una religión, pero no la religión clericalista, sino la religión humanista. Se trataba de la creencia en la victoria del bien y de las ideas. De la convicción inquebrantable, de la creencia firme en que la justicia debe vencer y la injustita caer. No podemos perder nunca esta religión, pues está unida al socialismo” 68. De esta manera, la fe socialista daba a los más inseguros, vulnerables y marginados la esperanza de un futuro mejor, una dignidad moral, una vida con sentido, y una comunidad que transcendía los escrúpulos de la conciencia. Es más, el socialismo prometía el fin del mundo en forma de un <<Juicio Final>> revolucionario, que provocaría la evolución de la sociedad, hacia el Estado revolucionario final del que emergería el <<hombre nuevo>>69.
A finales del siglo XIX en el Este de Europa, se desarrolló una forma de religión política donde los hombres se tenían por asesinos <<justos>>, porque su Terror se dirigía contra los culpables de la opresión, y creían indispensable la <<violencia sagrada>>. Paradójicamente, estos terroristas volvieron a hacer buena la tesis de Tocqueville que decía que las revoluciones se producen cuando comienzan las reformas70 y la clase dirigente, a ojos de los ciudadanos, pierde sus funciones pero mantiene sus privilegios.
La intelligentsia, sobre ideas abstractas mal digeridas e inflamadas de resentimiento social, se fue alejando de la sociedad convencional que avanzaba por la senda de la burocracia técnica para la que ellos no estaban preparados. Comenzaron, por ello, a describirse como los <<hombres nuevos>> para ocultar este alejamiento social, desde la década en que la libertad absoluta del artista les obliga a ajustar su obra creadora en una serie de programas ideológicos, derivados de la <<ciencia>> social o de los pensadores utópicos del pasado. En este sentido, los críticos radicales saturaron la literatura de credos políticos desarrollando sus nuevos héroes positivos, que en pos de la emancipación humana universal, ensalzaría al hombre nuevo moralmente politizado, con chaqueta de cuero bolchevique, con personalidad monolítica y sin lugar para la duda como símbolo supremo de la ambición de los mediocres sin éxito. El prototipo de todos estos críticos era Nicolas Chernishevski71 y como dijo Lenin: “bajo su influencia se hicieron revolucionarios cientos de personas […] Fascinó, por ejemplo, a mi hermano y me fascinó a mí. Influyó en mí más que ningún otro […] después de la ejecución de mi hermano […] Sólo entonces comprendí su profundidad […] Es algo que aporta energía para una vida entera”72 . Además estos críticos, sin saberlo, estaban poniendo en pie la senda de la que se desarrollaría el realismo socialista soviético. Así, en el ¿Qué hacer?, como en todas las utopías hay pocos ancianos, muchos niños y jóvenes, los campos son trabajados por máquinas, las noches son claras, brillantes y se disfrutan bailando y cantando. Como es lógico, el mundo no conoce la auténtica felicidad, porque todavía no se había creado la gente adecuada para apurar <<la copa del placer hasta las heces>>. La importancia de Chernishevski, radica en que proporcionó modelos de conducta humana –identidades- para los radicales individuales creando una moralidad radical paralela; tanto como que justificó los medios corruptos si servían a los fines revolucionarios. Y esto fue precisamente lo que inspiró la vida de Lenin y del terrorista que era su hermano mayor.
4. Conclusiones.
A lo largo del artículo hemos analizado como Tocqueville señaló que la Revolución francesa se convirtió en una religión política incompleta –sin Dios, sin ritual y sin vida después de la muerte- que como el islam, inundó la tierra con sus soldados y mártires. En esta línea, el escritor expresionista Franz Werfel apadrinó la expresión <<religión política>> durante unas conferencias, sobre el comunismo y el nacionalsocialismo en la Alemania de 1932, donde los describió como <<sustitutos antirreligiosos de la religión y no simplemente ideales políticos>>; el investigador alemán exiliado Eric Voegelin, escribió en 1938 que los dos socialismos totalitarios del siglo XX eran religiones <<inmanentes>>, que no adoran a un Dios, como las <<trascendentes>>, sino a ídolos falsos como la ciencia o la sacralización de colectivos como la raza o la clase, señalando claramente, la clave para comprender que estas ideologías totalitarias son doctrinas salvíficas elitistas que buscan forjar un sentimiento de comunidad emotiva para imponer su utopía, pero que al no dejar nada por encima de ellas terminan convirtiéndose en una pesadilla por la falta de frenos ante la realidad; y el escritor británico Frederick Voigt, también en 1938, publicó su notable Unto Caesar donde reseñó que las religiones seculares del marxismo y el nacional-socialismo estaban fundamentalmente emparentadas pues ambas eran mesiánicas y socialistas. Por todo ello, hemos indicado que tras el estudio de las religiones políticas, como el jacobinismo, el bolchevismo, el fascismo y el nazismo, hemos de observar que el cristianismo es la base antropológica de estos movimientos, que tan sólo eran el producto decadente devenido de su secularización.
No olvidemos que la secularización europea fue un proceso lento, complejo, confuso y con un ritmo propio en cada país; donde muchos cristianos protestantes se acercaron al anticatolicismo cultural, mientras los intelectuales del movimiento obrero, como hicieron los ilustrados franceses, comenzaron a presentar su visión edénica del cielo en la tierra: en ella sus fieles de la <<famélica legión>> avanzarían bajo el sol rojo hacia el Día del Juicio revolucionario, donde se condenaría a ricos, poderosos y reaccionarios, en su versión igualitaria de la ética cristiana; donde se traería el cielo a la tierra mediante la expropiación de bienes; donde una nueva ética haría que la comunidad fuese fraternal reivindicando la raíz etimológica de comunismo y comunión, pues el primer lema del <<catecismo comunista>> fue <<Todos los hombres somos hermanos>>, sería después cuando Marx cambió lo de catecismo por <<Manifiesto>> y el lema oficial pasó a ser <<¡Proletarios del mundo uníos!>>; y donde el elegido mesiánico que había comprendido las leyes que regían el mundo, se erigía como el Filósofo-rey platónico que moralmente debía destruir la sociedad existente, por lo que sólo en el siglo XX se provocó el asesinato de 100 millones de personas.
Bibliografía.
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Voigt, Frederick. Unto Caesar. Constable, London, 1938.
Wright, Jonathan. Los jesuitas. Debate, Barcelona, 2013.
* Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad de
Granada.
Tesina por la Universidad de Granada: Aproximación al pensamiento de
Erich Fromm: Humanismo socialista.
Doctor en Filosofía por la Universidad de Extremadura, Departamento de
Historia: El Humanismo socialista.
Profesor del Máster Criminalidad y Seguridad Pública de la UNEX.
Consejero internacional de la Revista “Política y estrategia” de la
Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Chile.
Tesis doctoral publicada, en 2011, por la Editorial académica española:
El papel de los intelectuales en la guerra fría cultural. Cuius regio eius
religio. ISBN: 978-3-8465-6830-9
Tesina publicada, en 2012, por la por la Editorial académica española
Aproximación al pensamiento de Erich Fromm. El humanismo socialista.
ISBN: 978-3-659-05619-2
1 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 264.
2 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 267.
3 Para profundizar Berlin, Isaiah. Freedom and its Betrayal. Six Enemies of Humanan Liberty, Londres, Pímlico, 2003.
4 Las herencias debían ir a un banco central que las reinvertiría en nuevas empresas productivas.
5 Francia debía reconvertirse en diecisiete de esas unidades. Es más, para Comte España, Francia e Inglaterra eran sólo <<agregados ficticios sin una sólida justificación>>.
** Comunas diseñadas para una vida óptima. Libres de regulación externa y con la propiedad en común, que podría llamarse en realidad <<falanges>>.
6 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 275.
7 David Dale fue un empresario paternalista que aumentó su fuerza de trabajo con niños abandonados, que proporcionaba viviendas a los trabajadores, que abandonaban la embriaguez y la holgazanería.
8 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 276.
9 De hecho centenares de comunidades owenistas en Estados Unidos y Gran Bretaña fracasaron por que se instalaron en terrenos pedregosos, por falta de prudencia económica y porque se olvidaron de que el género humano no es maleable.
* El coste rondaba las 60.000 libras por aldea que debían pagarse por el erario público. Estas debían ser un cuadrángulo de edificios públicos y apartamentos familiares, rodeados de instalaciones manufactureras y estas, a su vez, rodeados por un cinturón de unas cuatrocientas hectáreas de tierra agrícola.
** Nueva Armonía fue creada y abandonada por los Rappites, una secta parecida a los Shakers.
10 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 284.
11 Burleigh, Michael, Poder terrenal, pp. 285.
12 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 293.
13 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 311.
14 Cierto es que algunos socialistas dejaron de insistir en el Apocalipsis revolucionario que daría presuntamente paso a la utopía, a favor de una valoración moderna de reformas prácticas y progresivas, que se podían conseguir sin oponerse al sistema. Es la diferencia fundamental entre el comunismo y la socialdemocracia.
15 Las reformas que acometió el Zar Alejandro II en 1855 eran tan abrumadoras que hasta los adversarios del Régimen como el liberal Alexander Essen las aplaudieron cuando intentó abolir la servidumbre en 1861. Los judíos lo conocían como el <<buen Emperador>> y junto a las mujeres pudieron entrar en la Universidad por primera vez.
16 Nicolas Chernishevski escribió ¿Qué hacer?, el Evangelio del radicalismo ruso, en la primavera de 1863, mientras se hallaba confinado en solitario en la fortaleza de Petropavlovsk, como respuesta radical a Padres e hijos de Turguéniev por sus supuestas calumnias contra los <<hombres nuevos>> que tanto amaba Chernishevski.
17 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 325.
18 Burleigh, Michael. Poder terrenal, p. 104-105.
19 En los catecismos revolucionarios para los niños mayores se recogían textos como: ¿Qué es bautismo? La regeneración del francés iniciada el 14 de julio de 1789. ¿Qué es comunión? La asociación propuesta a todos los pueblos de la República francesa, con el fin de formar en la tierra una sola familia de hermanos que no acepten ni rindan culto a ningún ídolo o tirano. ¿Qué es penitencia? Es la vida de los traidores a la Patria. Es la expulsión.
20 Dato curioso fue que la tarea de <<desfanatizar>> las direcciones de París recayó sobre el abate Gregoire.
21 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 107.
*** Dicho calendario provocó huelgas en las ciudades mientras que no se respetaba en el campo. Además, el séptimo día y el décimo día se convirtieron en días de asueto para los más holgazanes.
22 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 115.
23 Considerar la Revolución como <<religión política>> -expresión utilizada por primera vez por el utópico Campanella en el siglo XVII para describir el uso político de la fe religiosa- era corriente en aquella época.
24 Tocqueville, Alexis de. El Antiguo Régimen y la Revolución, pp. 97.
25 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 119.
26 Recuerde usted que el Sagrado Corazón fue el emblema que llevaban los campesinos de la Vendeé en sus combates contra las tropas revolucionarias en 1795.
27 Alexander Solzhenitsyn realizó una peregrinación a la Vendée cuando inició su exilio, pues aquella fue la primera ocasión de la historia en que un Estado <<anticlerical>> y presuntamente <<no-religiosos>> se embarcaba en un programa de asesinatos en masa que anticipaba muchos de los horrores del siglo XX.
28 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp, 121.
29 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 124.
30 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 125.
31 Dichas atrocidades volvieron a sucederse en la Unión Soviética como nos relató Alexander Solzhenitsyn en su obra Archipiélago gulag. Barcelona, Tusquets, 2010.
32 Cf. Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 88 y ss.
33 Goya perpetuó en sus grabados Desastres de la guerra muchas de estas espeluznantes escenas durante la invasión napoleónica de España, bajo el mando del General conde Hugo.
34 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 142.
35 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 143.
36 Hegel asignaba así un gran valor a las leyes codificadas, las corporaciones y las Constituciones escritas. Y no como se afirma, falsamente, que el hombre deba venerar al Estado como una deidad secular.
37 Bien es cierto que los nacionalistas germanos más radicales siempre mantuvieron que hasta que no se recuperase la religión de Thor y Odín los altares no volverían a ser alemanes.
*** Como Bismarck se beneficiaba del asesoramiento financiero de un banquero judío, reservó su hostilidad hacia la empresa privada. La <<internacional del oro>>.
38 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 181.
* También es cierto que la mayoría de los escritores y filósofos alemanes del siglo XVIII, incluidos Kant, Goethe, Schiller y Lessing, eran cosmopolitas a los que el nacionalismo les parecía demasiado estrecho, vulgar y poco atractivo.
** En este sentido también veía a los idiomas individuales como el encapsulamiento del espíritu de cada nación.
*** Muchas de estas organizaciones negaron su entrada a los judíos no bautizados, que tuvieron que crear sus propias sociedades.
**** El asesinato de un funcionario llamado August Kotzebue por delatar a los activistas estudiantiles al Gobierno ruso fue el detonante para que Metternich tomara medidas contra las universidades.
***** Las nuevas religiones eran contrarias a todo cosmopolitismo o apertura a la educación universal que contenía la Iglesia Católica y el judaísmo.
* El nombre de la más numerosa de estas sectas se convirtió en genérico: los carbonarios –carbonari-.
** En Grecia, dentro de las élites políticas profundamente impregnadas de la corrupción que habían heredado del Régimen otomano, comenzó a larvarse el nacionalismo a través de su amplia diáspora mercantil –desde los Balcanes hasta la India pasando por el Mediterráneo y el mar Negro- y de los hijos de los navieros y comerciantes enriquecidos durante las guerras revolucionarias, que enviaron a sus hijos a las universidades europeas donde se impregnaron de las ideas de la Ilustración, la Revolución francesa y el nacionalismo romántico. Así, en 1814 tres comerciantes helenos de Odesa, fundaron la asociación pangriega Sociedad de Amigos –Philiki Etarra- para liberar a Grecia y a todos los pueblos balcánicos. Esta sociedad funcionaba como la masonería: se ingresaba por invitación de los miembros, se hacía un juramento a la especificidad nacionalista ante un sacerdote o un icono sagrado, se iniciaba a los postulantes en los diferentes grados a través de un catecismo y se esperaba que todos los miembros hiciesen aportaciones económicas. Estos profesionales liberales, clérigos, comerciantes, artesanos o estudiantes vieron su oportunidad de insurrección cuando los turcos estaban concentrados en la defección del albanés Alí Pachá de Janina, que regía la mayor parte de la Grecia continental en poder de los Otomanos. Estos no tardaron en recibir el apoyo –medios materiales- de los comités griegos extendidos incluso hasta los Estados Unidos y de los voluntarios filohelénicos, como los poetas Byron y Pushkin, que lucharon por Grecia. Entre estos voluntarios destacaron aquellas nacionalidades, que todavía no habían creado su propia nación: alemanes, italianos, polacos, irlandeses y escoceses. Además, el rumor de que los otomanos planeaban exterminar a los griegos y reemplazarlos por colonos musulmanes del norte de África, llevó a Gran Bretaña, Rusia y Francia a exigir al Imperio turco una gran autonomía para Grecia. En este contexto, en octubre de 1827, una fuerza aliada comandada por un Almirante británico hundió la flota turca-egipcia en Ambarino –donde murieron cuatro mil musulmanes-. Fue la última batalla naval importante con barcos de vela. A finales de 1829 el Ejército ruso se instaló en los alrededores de Constantinopla. Y en la Conferencia de Londres, a principios de 1830, los aliados aseguraron el reconocimiento de un Reino griego independiente. Por otro lado, Polonia, representó el ejemplo de nación víctima por la repartición que de ella hicieron Austria, Rusia y Prusia en 1795. Recordemos, que Napoleón creó el Gran Ducado de Varsovia, con lo que había sido la Polonia prusiana, para premiar al gran número de polacos que habían luchado por la Francia revolucionaria, contra las Monarquías absolutistas extranjeras, así como por sus intereses geopolíticos. Esta partición desarrolló en el seno del Ejército polaco un hondo malestar provocando la creación de sociedades secretas, siguiendo el modelo de los carbonarios aglutinándose en 1821 en una Sociedad Patriótica, que buscaría la independencia polaca hasta la detención de la mayoría de sus miembros. A finales de 1830 el Parlamento polaco depuso oficialmente al zar ruso del trono de Polonia. Los Ejércitos rebeldes lograron algunas victorias iniciales pero finalmente, incluso con la llegada de voluntarios alemanes, italianos, suizos y franceses, los rusos volvieron a tomar Varsovia. Nicolás dio una amnistía general a la que se acogió la mayoría de la tropa pero unos ocho mil oficiales partieron a la emigración para continuar la lucha. París se convertiría en el centro político del exilio polaco. En este contexto, los católicos liberales como Lamennais apoyaban a los rebeldes, mientras que el Papa Gregorio XVI exhortaba a los obispos polacos, a que predicasen y recomendasen <<obediencia y sumisión tal y como propugnó San Pablo>>. Recordemos que la inmensa mayoría de los rebeldes eran católicos y que entre ellos había un gran número de sacerdotes. En el caso de la Península Ibérica el Papa se inclinó por los ultracatólicos Miguel de Portugal y Carlos de España; aumentando así las reacciones anticatólicas como ocurrió en Madrid mientras a “gritos de << ¡Muera Cristo! ¡Viva Satanás!>> […] se quemaban las iglesias y se asesinaba al clero”. Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 210. En Irlanda la Iglesia católica, a finales del siglo XVIII, se había mostrado contraria a la idea de los protestantes del norte, de superar sus diferencias confesionales a través de una república irlandesa laica y democrática. al estilo norteamericano o francés. Pero en pocas décadas sería la Iglesia católica irlandesa la que se convertiría en el pilar de la lucha política popular encabezada por el abogado radical Daniel O´Connell, donde catolicismo y nacionalismo se hicieron progresivamente sinónimos. También, debemos reseñar que fue el único movimiento nacionalista en la Europa de principios del siglo XIX, que contó con el apoyo de las masas campesinas. Pero Daniel O´Connell nunca olvidó que tuvo que huir de Francia, durante la Revolución francesa, por ser un estudiante <<inglés>>; y de ahí que siempre se opusiera a la violencia política: “la libertad tenía que alcanzarse no por el derramamiento de sangre humana sino por el acuerdo constitucional de hombres buenos y prudentes; por la perseverancia en las vías de la tranquilidad y del buen orden y por el rechazo total de la violencia y el derramamiento de sangre”. Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 212. O´Connell llegó a pedir al Gobierno británico que desplegase más tropas para reprimir a las bandas terroristas rurales como los <<Molly Maguires>>, los <<Ribbonmen>> y los <<Whiteboys>>. Y como conservador social que era afirmaba: “<<No deseo ninguna revolución social, ningún cambio social. En suma, restauración saludable sin revolución, un parlamento, irlandés, conexión inglesa, un rey, dos cuerpos legislativos>>”. Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 213. Poco a poco, O´Connell se fue convirtiendo en un espectacular político populista al darse cuenta del gran peso demográfico de su país; y como la cuota de suscripción de una guinea al año para pertenecer a la asociación Católica, que ayudó a fundar en 1823 para denunciar legalmente los agravios a los que se sometía a los católicos, era realmente prohibitiva, el clero católico que estaba excluido del pago comenzó a recaudar dinero en las capillas –los católicos no tenían derecho a tener Iglesias- hasta que en 1825 la asociación y las logias orangistas fueron prohibidas. O´Connell respondió creando la <<Nueva Asociación Católica>> que incluía todo lo que la ley no prohibía convirtiéndose así en el brazo extraparlamentario de una campaña que terminó cortando los vínculos históricos entre poder y propiedad en Irlanda. El nacionalismo cultural irlandés al estilo romántico de Alemania se desarrollaría con la aparición de la Joven Irlanda saqueando la rica historia de su país para reelaborar los relatos de las viejas hazañas, las baladas, los poemas y las canciones para escribir la historia de Irlanda con los crímenes ingleses. En este contexto, el Gobierno británico pidió al Papa que emitiese un decreto reprobando al clero metido en política, decreto que dividiría a los obispos entre los que siguieron con O´Connell, los que volvieron a la neutralidad y los que colaboraron con el Gobierno británico. Pero todos se tuvieron que enfrentar a la brutal hambruna que acabó con la vida de un millón de personas. Ahora bien, en Italia el responsable del nacimiento del nacionalismo romántico fue Giuseppe Manzini, abogado y periodista, que en 1827 ingresó en los carbonarios de Génova. Desdeñando el insurreccionismo comunista parisino de Filippo Buonarroti y apartando el formato de sociedades propio de la Monarquía, en el verano de 1831 fundó junto a otras treinta personas la Joven Italia que, rompiendo con los derechos abstractos de la Revolución francesa, señalaba el deber moral de todos los italianos para cumplir la <<misión>> nacional. La Joven Italia era un movimiento republicano y unitario que buscaba la regeneración moral, antes que la política, del pueblo que estaba formando. En ella no se recibía con agrado a mujeriegos, borrachos o delincuentes y sus discursos estaban saturados de palabras como fe, apostolado, creencia, credo, cruzada, encarnación, misión, purificación, mártires, regeneración, sagrado, religión, salvación o sacrificio; y estaba salpicado por frases como <<Nuestra religión de hoy aún es la del martirio; mañana será la religión de la victoria>>. Es decir, para ellos la nación era el intermediario ideal entre el hombre y Dios; y el nacionalismo era una alternativa más espiritual que el liberalismo utilitario o el comunismo, a los que Manzini tildaba de materialistas y únicamente centrados en lo colectivo. Manzini, tras diversos Golpes de estado abortados terminó en la cárcel, tras el intento de derrocar al Rey Carlos Alberto de Piamonte-Cerdeña. Posteriormente, tras su expulsión de Italia en 1833, fue a Francia y luego a Suiza desde donde intentó tomar el poder en Saboya. La presión política hizo que Suiza lo expulsase en 1836, lo que le condujo a Londres en 1837, desde donde reconvirtió a la Joven Italia en un grupo de revolucionarios demócratas. En estas circunstancias, el sacerdote piamontés Vincenzo Gioberti sostuvo en su libro De la primacía moral y civil de los italianos, de 1843, que el papado y el catolicismo romano eran las glorias de la superioridad de la civilización italiana. De ahí que propusiese una Federación de Estados italianos independientes bajo la presidencia moral del Papa y reforzada por el poderío militar del Piamonte-Cerdeña en lo que pretendía reconciliar a católicos, nacionalistas y liberales. Tras el enfermo y octogenario Gregorio XVI llegó Pío IX a la silla de San Pedro desde la cual no tardó en condenar la herencia intelectual y política de la Ilustración y de su revolución; emitió la encíclica Qui pluribus en 1846 donde condenó el liberalismo moral y filosófico, execró a las sociedades secretas, tildó de <<sacrílega>> la idea de progreso y denunció <<las doctrinas execrables del comunismo>> porque sólo podían instaurarse destruyendo los derechos y los intereses de todos. Esta posición chocaría abiertamente con las Revoluciones italianas de 1848 que llevó a las tropas papales a aliarse con la causa piamontesa. En esta situación, la nueva República romana proclamó el fin de los poderes temporales del papado y del catolicismo como religión de Estado; pero como los hombres de Manzini y Garibaldi abrazaron la anarquía libertaria las tropas de Radetzky, comenzaron sistemáticamente a barrer a los revolucionarios en el norte de Italia. Gracias a ello el Papa volvió a Roma en abril de 1850, dejando de residir en el Quirinal para hacerlo en el Vaticano y estar más protegido del populacho romano, con el apoyo de los Ejércitos franco-austriacos. La siguiente vuelta de tuerca política la daría el Primer Ministro Cavour cuando en el Piamonte-Cerdeña reformó la Iglesia bajo un prisma progresista para obtener <<una Iglesia libre en un Estado libre>>. Para ello, eliminó todos los conventos y monasterios que no estaban socialmente activos siguiendo la visión protestante de la riqueza de los Estados, basada en la eliminación de los ociosos contemplativos. La respuesta del pueblo llegó en 1857 cuando Cavour perdió las elecciones, por el voto malicioso de la influencia clerical según el ex–Primer Ministro. Tras ello comenzó una oleada de acusaciones de corrupción contra el clero para recuperar el poder. Mientras tanto, en 1858, los partidarios de Manzini intentaron asesinar a Napoleón III lanzando varias granadas en su carruaje. El Emperador francés no tardó en ceder ante la violencia republicana italiana, firmando en secreto el acuerdo de Plombiéres con Cavour que permitiría la creación de cuatro reinos dentro de la Confederación italiana, bajo la presidencia honorífica del Santo Padre. Eso sí, Francia obtuvo Saboya y Niza; así como la salida de Austria de la Italia septentrional. Los dirigentes del <<Risorgimento>> italiano pronto fueron objeto de una canonización popular con la constricción de altares patrióticos con sus bustos, siguiendo la religión patriótica perseguida por Fitche en Alemania. Y esta sería la esencia de la efervescencia de la guerra total de masas que estremecería al mundo en el siglo XX. Por ello, el profesor Burleigh señala que “el nacionalismo fue la Iglesia más potente y omnipresente que surgió en el siglo XX, aunque la mayoría pertenece a su nación era perfectamente compatible con la devoción cristiana, la judía y cualquier otra”. Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 235. Bien es cierto que pocos siguieron al historiador Jules Michelet, que pedía que el nacionalismo sustituyese al cristianismo; pero la intensidad del compromiso con la nación hizo dudar a católicos como el arzobispo Manning de Westminster, que denunció <<la deificación del poder civil>> y la <<tiranía del nacionalismo moderno>>, punto de vista que coherentemente sostendría la Iglesia católica en sus relaciones políticas con todos los Gobiernos. Sin embargo, el siglo XIX fue una época de gran fe cristiana donde la mayoría de los individuos que albergaban dudas seguían manteniendo un respeto por la religión. En esta línea, Mary Ward publicó en 1888 sus tres volúmenes de Robert Elsmere, una de las novelas más destacadas del periodo victoriano que admiró tanto a Theodore Roosevelt, que llegó a acortar una entrevista con el Káiser Guillermo II para mantener una conversación con ella. Es más, durante la guerra se convirtió en la primera mujer periodista que pisó el frente occidental, en parte, para escribir un libro que permitiese a Estados Unidos entrar en la Guerra, e Irlanda la convirtió en una conservadora reformista aunque en algunos pasajes de Elsmere, hubiese comparado a las feministas con los terroristas fenecianos. En este contexto, los científicos eran los nuevos héroes cuya autoridad eclipsaba a la de los sacerdotes; de facto, Francis Galton, primo de Darwin, deseaba que los científicos se convirtieran en <<un nuevo cuerpo sacerdotal>>. En esta línea también se situó el distinguido patólogo alemán Rudolf Virschow, que en 1860 afirmó que las ciencias naturales estaban desplazando a las Iglesias, y en 1865 que <<la ciencia se ha convertido para nosotros en una religión>>. Por ello, cabe destacar que el sociólogo Max Weber escribió La ciencia como vocación tras la I Guerra Mundial y que Emile Zola escribió El doctor Pascal. A pesar de que médicos como Taine afirmasen que <<el crecimiento de la ciencia es infinito y podemos prever que llegará un momento en que reinará suprema sobre todo el pensamiento y sobre todas las acciones del hombre; había muchísimos científicos que no tuvieron ningún conflicto entre su ciencia y su fe. Ejemplo de ello fueron Faraday, Kelvin, Ampère, Mendel, Pasteur o Lister. Es evidente que entre los publicistas, ideólogos y fanáticos científicos, destacaron figuras como Vogt, Huxley, Haeckel, Moleschott y Wallace. Sus extravagantes afirmaciones politizadas, desarrollaron la perspectiva de la moderna <<expertocracia>> del Gobierno de los ingenieros –o científicos- como había soñado Saint-Simon. Desgraciadamente estas fantasías a finales del siglo XIX se habían configurado en la pesadilla de la eugenesia y el sacerdocio científico de Galton que quería regular la reserva genética nacional. Pero no podemos obviar, que en 1882 Darwin fue enterrado en la abadía de Westminster con una ceremonia cristiana, tanto como que fueron los arzobispos de York y Canterbury los que iniciaron el comité para recaudar los fondos necesarios para crear un monumento en su honor. Darwin siempre estuvo en contra de los secularistas militantes.
*** El apoyo intelectual a esta nueva manifestación de la alianza de Trono y Altar, vino de personajes como Friedrich Julios Stahl, un destacado conservador que había abandonado a los 17 años el judaísmo para abrazar el protestantismo.
**** Su lema <<Orden y Progreso>> figura hoy en día en la bandera nacional de Brasil.
40 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 19.
41 En Egipto el dios imperial era Amon Ra, aunque cada ciudad tenía su dios y su templo. Cada culto tenía sus sacerdotes pero generación tras generación las tareas sacerdotales se fueron profesionalizando con las familias de los propios sacerdotes hasta convertirse en un Estado dentro del Estado. Además los templos tenían cientos de cabeza de ganado, silos de cereales y miles de trabajadores en las granjas de templo. Así el sacerdocio egipcio terminó controlando gran parte de la economía y sosteniendo la estabilidad social del Imperio. Pero el nuevo faraón que ya no tiene enemigos a los que combatir decide pasar a la historia desarrollando un templo que lo convirtiera en un Dios vivo en la tierra. Dios-sol o Atón. Por si fuera poco el nuevo dios decidió no tener intermediarios –sacerdotes- y tomó todos los poderes del Imperio. En la cúspide de su poder el Dios-sol muere y lo sucede su hijo Akenatón que fue todavía más lejos al prohibir el culto de Amon Ra y ordenar la confiscación de sus propiedades y la condena a trabajos forzados a sus sacerdotes para asegurarse que el disco solar Atón fuese el único Dios. Y obviamente todas las riquezas fluyesen a sus únicas arcas. A pesar de todo ello, como de la creación de una capital creada de la nada en lo que hoy es Amarna (a 400 km de Tebas), el pueblo siguió adorando a sus dioses en secreto y la nueva capital se quedó en el olvido a la muerte del Dios-sol.
42 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 21.
43 Scott, Christina. A historian and his world. A life of Christopher Dawson, pp 106.
44 Voigt, Frederick. Unto Caesar, pp. 37.
45 Corresponsal anglo-alemán en Berlín de The Manchester Guardian que descubrió la connivencia secreta de Trotsky con el rearme ilegal de la Alemania de Weimar con aviones, carros de combate y gases venenosos.
46 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 24.
47 Las religiones civiles se desarrollaron en periodos de intensa crisis en un país. El término apareció en 1967 en un ensayo del sociólogo norteamericano Robert Bellah.
48 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 30.
49 Como dato curioso reseñar que fue enterrado en el convento parisino de la rue St. Honoré. El mismo que se convertiría en el Cuartel General de sus epónimos jacobinos durante la Revolución. Eso sí, su tumba también fue presa del sinsentido descristianizador jacobino.
50 Maquiavelo, Nicolás. Discursos sobre la primera década de Tito Livio, pp. 199.
51 Cf. Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 18 y ss.
52 Transmitían las proclamas del Gobierno en sus sermones dominicales, traducían los textos, registraban la vida de los súbditos y dirigían la educación como pudieron agradecer la mayoría de los futuros revolucionarios.
** Los sacerdotes para ordenarse necesitaban disponer de una renta independiente de 100 libras como mínimo. Por ello la mayoría de los ordenandos solían ser hijos de artesanos y fabricantes ricos o de profesionales como abogados y notarios.
53 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 47.
54 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 50.
* La máxima de Stalin fue <<¿Cuántas divisiones tiene el Papa?>>.
55 Wright, Jonathan. Los jesuitas, pp. 252.
56 Los convulsionarios buscaban curaciones milagrosas estremeciéndose junto a la tumba de François de Paris y taladrándose repetidamente las manos y los pies con clavos.
57 Burke, Edmund. Reflexiones sobre la Revolución en Francia, pp. 175.
58 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 62.
59 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 64.
60 Cf. BURLEIGH, Michael. Poder terrenal, pp. 39 y ss.
61 Ciudadanos con el suficiente dinero para poder votar.
62 <<Juro ser fiel a la Nación, defender con todas mis fuerzas la libertad, la igualdad, la seguridad de las personas y de la propiedad, y morir si es necesario por el cumplimiento de las leyes>>.
63 Perecieron entre dos y tres mil presos, entre los que se incluían tres obispos y doscientos veinte sacerdotes.
64 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 87.
65 Este fue el ejemplo que siguieron los Anarquistas en la Rusia del siglo XIX.
66 El hecho de borrar personajes de la historia fue utilizado en la Rusia stalinista.
67 En 1970 dijo que <<en 1789 se debía haber ejecutado a quinientos enemigos del pueblo <<para que no fuese necesario ahora ejecutar a diez mil>>. Y en 1791 afirmaba que era necesario matar a doscientas mil o trescientas mil personas para salvaguardar la Revolución.
68 Recuerde usted los desfiles y mítines multitudinarios del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes en Nüremberg.
69 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 101.
70 Se asignaba al soberano, el poder de expulsar a los incrédulos insociables y de ejecutar a los que incurriesen en lo que equivalía a apostasía secular por no vivir de acuerdo con esos preceptos.
71 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 104.
72 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 104.
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