Francisco Javier Ruiz Durán *
Universidad de Extremadura
pacobadajoz@hotmail.comResumen: En el presente artículo, se analiza la evolución equilibrada de la separación gobierno-religión de la Inglaterra vitoriana, frente a la versión laizante y anticlerical de la Europa continental, ejemplificada en la Kulturkampf de Bismarck. Así, mientras en Gran Bretaña el catolicismo social del Conde de Shaftesbury eliminó los excesos del liberalismo, y frenó el avance del socialismo <<científico>>; en el continente el ejemplo del Conde Melon y de los obispos Blomfield o Keteller, terminaron cediendo ante el empuje del socialismo.
Palabras clave: Kulturkampf, socialismo, catolicismo social, Conde Shaftesbury, Conde Melon, León XIII y León Hermel.
Abstract: In the present article, the balanced evolution of the separation analyzes government - religion of the Victorian England, opposite to the version laizante and anticlerical of the continental Europe exemplified in the Kulturkampf of Bismarck. This way, while in Britain the social Catholicism of the Earl of Shaftesbury eliminated excesses of liberalism, and slowed the advance of socialism <<scientist>>; on the continent the Earl Melon and the bishops Blomfield or Keteller example, ended up by yielding before the push of the socialism.
Keywords: Kulturkampf, socialism, social Catholicism, Earl Shaftesbury, Earl Melon, León XIII and León Hermel.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Francisco Javier Ruiz Durán (2017): “Estado contra Iglesia”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (julio-septiembre 2017). En línea:
http://www.eumed.net/rev/cccss/2017/03/estado-iglesia.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1703estado-iglesia
1. La relación del Estado con la Iglesia en el siglo XIX.
La casi universalidad del Estado confesional comenzó en el siglo XIX, donde se favorecía a la religión cristiana y se toleraba a los otros credos, para acomodar en el sistema a los disidentes, las minorías religiosas y los anticlericales radicales y liberales. Eso sí, la Inglaterra victoriana nos enseñó que la separación Gobierno-religión –que no de Iglesia y Estado- no fue el resultado de una ofensiva laizante de anticlericales y liberales como en Europa continental e Hispanoamérica. En el caso británico, la fuerza impulsora fue una sociedad que deseaba ser más religiosa; por ello, ningún partido político británico abrazará la política confesional ni el anticlericalismo como acaecería en el continente.
En Iberoamérica, Colombia fue la primera república hispánica independiente a la que la Santa Sede reconoció en 1835; y aunque el catolicismo fue proclamado la religión oficial del Estado en 1843, los gobiernos liberales fueron introduciendo sucesivamente medidas anticlericales, aboliendo la norma que permitiría acogerse a sagrado, anulando los diezmos e introduciendo la primera separación de Estado e Iglesia en Hispanoamérica. Esta vía no tardó en implementarse en Guatemala, Chile, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, México, Perú y Venezuela.
Los gobiernos prusianos, como en Austria, consideraban la religión como una fuente de estabilidad social en la década de 1850. Esto quedó evidenciado en la Constitución prusiana de 1848-1850 donde se otorgó a la Iglesia católica amplios derechos, así como una amplia representación junto a los protestantes dentro del Ministerio de Educación y Asuntos Religiosos1. En este contexto, los diputados católicos del Parlamento prusiano formaron un grupo propio, en 1852, que pasaría a conocerse como el Partido del Centro en 1859, que en temas de carácter fiscal, militar o constitucional solían hacer causa común con la oposición liberal, en la década que duró antes de desintegrarse. Pero las asombrosas victorias militares prusianas -1864, 1866 y 1870- rodeadas de fervor nacionalista y triunfalismo protestante junto a las derrotas austriacas, en 1866, y francesas, en 1870, dieron pie a la organización de la Confederación Alemana del Norte previa a la creación del II Reich que unificó Alemania, <<como la férrea Esparta en campaña>>, entorno al protestantismo y el idealismo filosófico germano; que terminaría señalando las lealtades cosmopolitas –judías, católicas o marxistas- como algo intrínsicamente siniestro. En este contexto, Bismarck en su camino por la unificación de Alemania –Prusia y la Confederación bávara como la Pequeña Alemania, frente a la Gran Alemania que hubiese sido la unión de Austria y la Confederación bávara- desarrolló la Unión Aduanera –Zolverein- para atraerse a los bávaros mientras intentaba recortar los privilegios que la Iglesia católica había obtenido desde 1850. En este interin el Partido del Centro se refundó en 1870, para defender a Roma proporcionándole al Canciller de Hierro la excusa para desatar la Kulturkampf.2 Y aquí encontramos una de las simientes de lo que la estrechez de miras de muchos católicos, siendo realmente víctimas, consideraron la conspiración judeo-masónica-satánica3. Cierto es que los liberales con su afán por señalar a los católicos como <<la banda negra>>, <<la peste negra>> o <<la personificación del oscurantismo cultural y el atraso económico>>; así como por su afán por presentarse como los portadores de la luz moderna y científica, tampoco ayudaron mucho.
En este periodo la Alemania liberal se identificó con Armiño4 y Lutero que se habían rebelado contra Roma; conmemoraban la batalla de Leipzing, el día de Sedán y la Paz de Versalles de 1871 como victorias sobre la Francia católica. Mientras que en la Polonia prusiana la demografía favorecía a Roma así como en el número de conversiones en la propia Alemania aunque allí más de la mitad de los hijos de matrimonios mixtos se educaban como protestantes. En este contexto, y olvidando el decisivo papel en la provisión de servicios benéficos, hospitalarios y pedagógicos, conventos como el de los dominicos de Moabit, fueron asaltados por turbas urbanas irritadas. Pero, como reconoció el Ministro de la Guerra en 1875 <<sin las Hermanas de la Caridad yo no podría iniciar la guerra>>.5 Aún así, el Parlamento prusiano aprobó las Leyes de Mayo, para asegurarse de que los candidatos a la ordenación fuesen ciudadanos alemanes, graduados en instituciones secundarias de su Estado. Una segunda ley permitiría al Estado vetar todos los nombramientos eclesiásticos; así como establecer penas para los obispos que abandonasen sus sedes en vez de someterse a los dictados del Gobierno. Y una tercera trató de evitar que volviese a repetirse un incidente como al ocurrido en la diócesis de Ermland –Prusia Occidental- donde el Estado evitó que fuese despedido un capellán que se había negado a leer a sus alumnos una carta pastoral sobre la infalibilidad del Papa. En esta línea, no tardaría en llegar la publicación de una nueva Ley de Prensa que permitiría la confiscación de libros, folletos y periódicos así como la imposición de multas draconianas y el encarcelamiento hasta de un año. Poco después, Prusia desarrolló el matrimonio civil obligatorio que no tardó en extenderse a todo el Reich. Tampoco debemos olvidar que muchos maestros polacos fueron trasladados a zonas de lengua alemana donde se les impuso el uso de la lengua teutónica como única lengua de enseñanza; fue el primer paso para la Ley del Idioma Oficial del 28 de agosto que proclamaría el alemán como medio exclusivo para los trabajadores polacos que trabajasen en la burocracia y los tribunales, además poco a poco desaparecieron muchos topónimos polacos y muchos carteles bilingües.
En 1875, el Estado prusiano promulgó una ley para disolver o reducir las órdenes religiosas y otra para disminuir los subsidios estables para el clero católico. Además la Ley Imperial de Expatriación permitió al Estado el destierro o la expulsión de sacerdotes; mientras la Dieta prusiana promulgó la Ley de los viejos católicos, para favorecer a los académicos católicos contrarios a la infalibilidad del Papa6.
El clero católico y sus correligionarios se vieron envuelto en vejaciones, penurias y acoso constante. Un ejemplo clarificador del ambiente de la Kulturkampf lo tenemos en el hecho de que cuando se embargaban los salarios o propiedades para cobrar las multas que los arzobispos se negaban a pagar: los católicos pujaban a la baja para devolver la propiedad confiscada a los obispos o bien pagaban mucho por ella para asegurarse el pago total de las multas. Además, como la negación del pago de las multas estaba tipificado como delito, cinco de los doce obispos católicos de Prusia terminaron en prisión y los que huyeron fueron objeto de los carteles de búsqueda y captura propios de los peores fugitivos. Bien es cierto que muchos protestantes no se sintieron cómodos por la persecución de los católicos; es más, el pastor Niemöller realizó el adagio que se hizo tan famoso durante el Régimen nazi de <<Primero cogieron a los comunistas, y yo no dije nada porque yo no era comunista. Luego se llevaron a los judíos…>>. Los archiconservadores tampoco estaban a favor de la Kulturkampf porque temían que el progreso del liberalismo pudiera poner en peligro sus derechos de padrinazgo eclesiástico e incluso la secularización de las escuelas. Sin embargo, la política de Bismarck contra los católicos sólo le valió para que el pueblo se arrodillase, en multitudes, al paso de los obispos y sacerdotes que regresaban, como héroes, tras cumplir sus penas de cárcel; así como al desarrollo de una impresionante contracampaña de desobediencia pasiva y de desobediencia civil que terminó, a veces, en disturbios en la Alemania católica y en la Polonia católica. En este sentido tampoco debemos olvidar que durante la Kulturkampf el Partido del Centro pasó de los 63 escaños de 1871 a los 93 de 1877 al arremeter contra la legislación anticatólica7; tal y como luego haría contra las leyes antisocialsitas o la demagogia antisemita.
En la Polonia prusiana la Iglesia católica ocupó, por primera vez, los puestos claves de la red organizativa del movimiento nacionalista; por lo que la Kulturkampf logró un éxito inaudito al unir en la misma causa a los ultramontanos y a los polacos liberales seglares.
La Kulturkampf fue desactivada progresivamente a través de la diplomacia hasta las Leyes de Paz de 1879, con la que Bismarck reequilibró las relaciones con la Iglesia como había deseado desde el principio. Acto seguido comenzó la ofensiva contra los socialistas a través de la alianza con el Vaticano, con León XIII en la silla de San Pedro. Esta alianza de la Iglesia con el <<Atila moderno>> o el <<Satanás con casco>> como le denominó Pío IX fue contraria a los católicos democráticos, dividió a los católicos en grupos étnicos e impuso al Partido del Centro la alianza con las políticas militaristas de Bismarck, justo en la época donde la Comuna de París parecía significar el retorno del viejo jacobinismo en Francia.
La Comuna de París intentó crear una federación nacional de municipios autónomos, mientras organizaba un Comité de Seguridad Pública, proclamaba la separación de la Iglesia y el Estado, cerraba los periódicos de la oposición y convertía la mitad de los conventos e Iglesias en depósitos de municiones o centros de reunión política. Y cuando las tropas gubernamentales entraron en la ciudad el 24 de mayo de 1871, los sublevados fusilaron a los rehenes clericales que tenían en su poder. Esto provocaría que los communards fuesen fusilados in situ, tras un consejo de guerra protocolario provocando la mayor matanza de civiles de la Europa del siglo XIX8. Pero el 5 de julio de 1871 la intransigencia del aspirante al trono, Enrique V, se tornó en una mayoría de la derecha en la Cámara que bajo la dirección del Mariscal MacMahon –uno de los vencedores de la Comuna- intentó poner a Francia otra vez en la senda del <<orden moral>> que representaba la Iglesia. Así fue hasta que en 1879 los republicanos se hicieron con la mayoría de la Cámara, con la que retiraron la capacidad titular a las universidades católicas, comenzaron las purgas de los altos mandos del Ejército y volvieron a ver en la Educación ilustrada el instrumento para perfeccionar y limpiar la soberanía popular que volvería a explotar mediante el imperialismo ultramarino. “Por último, consiguieron convertir la catástrofe de la Revolución en un mito impreciso y estimulante, sobre todo minimizando, eliminando o justificando como desviaciones del noble ideal sus <<episodios>> más sanguinarios, como el Terror, un proceso en el que fueron cómplices evidentes los grandes historiadores de la República, algunos de los cuales ocuparon altos cargos, y que recuerda claramente acontecimientos posteriores de Rusia, aunque allí se tendió a fusilar a los historiadores” 9.
Los republicanos volvieron a instaurar una religión civil mediante la cual en 1885, se pudo enterrar a Victor Hugo en una procesión nocturna propia de la era babilónica, donde las prostitutas hicieron su turno con un crespón negro en sus partes pudendas como señal de luto; se retiraron los crucifijos de los espacios públicos, se abolieron las capellanías castrenses, se expulsó a las monjas de los hospitales públicos de París, se obligó a los seminaristas a realizar el servicio militar, se volvió a introducir el divorcio civil y se abolió la oración pública que abría cada sesión parlamentaria. Y el proceso de confrontación de los republicanos por tomar el control de la enseñanza10 a la Iglesia fue denunciado por los católicos, al igual que por los socialistas marxistas, como un intento por desviar la atención pública de la falta de voluntad republicana, por emprender las reformas económicas y sociales que realmente necesitaba el país.
No olvidemos que las órdenes religiosas eran internacionales y eso ponía en entredicho las lealtades esenciales para crear un Estado nacional homogéneo; y que las órdenes religiosas intentaban controlar la personalidad individual, mientras que los republicanos buscaban liberar las potencialidades del ser humano. Es más, los republicanos observaban las instituciones jesuíticas como <<escuelas de la contrarrevolución>> y por ello dieron el paso de efectuar redadas al amanecer que terminaron desarrollando un conflicto social, que acabó con la expulsión sumaria de 10.000 religiosos de 261 conventos franceses. En este contexto León XII pidió a los católicos que en caso de que sus candidatos no tuviesen probabilidades de éxito en las elecciones, optasen por votar a los republicanos moderados; la estrategia fue un rotundo fracaso por que los católicos más intransigentes no la apoyaron.
El periódico antisemita Libre Parole comenzó las insinuaciones sobre la traición de un oficial alsaciano llamado Alfred Dreyfus. En diciembre de 1894, el Capitán Dreyfus fue declarado culpable de facilitar secretos militares a los alemanes, y degradado y desterrado de por vida en la colonia penal conocida como la isla del diablo, gracias a pruebas falsas. Esto lo comprobó el antisemita y católico jefe de la Inteligencia Militar, Coronel Picquart, cuando vio que a pesar de la condena de Dreyfus la información secreta continuaba pasando hacia Alemania. El Coronel dedujo que el espía era el Comandante Esterhazy y las autoridades trasladaron al Coronel a otro destino para no tener que repetir el juicio; y colocaron en su lugar al Coronel Henry que nada más llegar comenzó a manipular las pruebas originales para que no hubiese dudas sobre la traición de Dreyfus. Así cuando la presión popular forzó un nuevo juicio contra el Comandante Esterhazy, este fue declarado inocente en tres minutos. Por todo ello, el novelista Émile Zola publicó su celebérrima carta abierta denunciando el crimen del Ejército contra el Capitán Dreyfus dando paso así al enfrentamiento entre los propios intelectuales que se dividieron entre los de la Liga de los Derechos del Hombre –pro-Dreyfus- y la Liga de la Patria Francesa –anti-Dreyfus-. Desgraciadamente el Ejército galo siguió encubriendo el caso mientras alegaba razones de Seguridad Nacional; pues el caso Dreyfus formaba parte de una guerra de venganza mucho más amplia que estaban librando los derechistas, que buscaban perjudicar a la república, y los partidarios izquierdistas. La radicalización política llegó al examen de la vida personal como le ocurrió al dirigente socialista Jaurés, que fue durísimamente atacado por sus propios compañeros, cuando se descubrió que su hija había hecho la Primera Comunión; cosas parecidas empezaron a repetirse cuando muchos diputados, y sus esposas, reconocieron públicamente que la educación religiosa era mucho mejor, para las carreras y las perspectivas matrimoniales, que las escuelas públicas de las que indicaron que eran <<a veces bastantes mediocres>>.
En la Gran Bretaña victoriana tuvo lugar la Revolución industrial que cambió la vida de miles de personas, al provocar una concentración de población sin precedentes –en tiempo y escala-, la mecanización del trabajo y el tiempo, permitió el desarrollo de nuevas clases sociales que rivalizaban por el poder político y la aparición de novedosas formas de pobreza y riqueza, así como una economía política liberal -enfrentada a socialistas y conservadores- que negaba al Estado su derecho a interferir en el funcionamiento autónomo del mercado. Tal situación provocó que el censo religioso desvelase, que cinco de los dieciocho millones de británicos residentes en las islas no asistían al culto dominical; amén de que sólo el 54 por ciento de ellos lo hacían en Iglesias anglicanas. La Iglesia oficial británica reaccionó reuniendo fondos privados para construir nuevas parroquias y comenzó un programa de misiones urbanas para volver a atraer a los fieles. Pero sería la Iglesia católica la que más éxito tuvo para ganarse a la clase obrera; especialmente entre los inmigrantes irlandeses que había en Londres y en las ciudades industriales del norte de Inglaterra. No obstante, dicho éxito también supuso un aumento de la conciencia sectaria de la clase obrera protestante en Belfast, Liverpool, Cardiff y Glasgow; y con ello vinieron los ataques a iglesias católicas, a las casas de irlandeses o los intentos de expulsar a los católicos de los barrios protestantes.
Mientras que el laissez faire del liberalismo moderno o <<el credo del diablo>> como lo denominaba el obispo Wilberforce, tory moderado, se desarrollaba antes de que se habilitase una legislación juiciosa que impidiese los abusos individuales y la excesiva interferencia estatal; las personas religiosas de la era victoriana enfocaron los males sociales que surgían, mediante la combinación del evangelismo y el trabajo social, a través de intervenciones humanitarias, mientras se moderaba el liberalismo del laissez faire. Cabe recordar que los cuatrocientos misioneros domiciliarios que había en 1870 estaban financiados por un número elevadísimo de contribuyentes y donantes de los condados londinenses. La mayoría de los misioneros eran de clase obrera y se dedicaban a visitar a la gente en sus casas o en su trabajo para escuchar sus problemas y aconsejarles de que leyesen la Biblia, fuesen a la Iglesia y enviasen a sus hijos a la escuela dominical. Es de resaltar el maravilloso trabajo que realizaron para rehabilitar a antiguas camareras, criadas o costureras que habían acabado ejerciendo la prostitución ante los abusos y los bajos salarios que habían padecido; así como para la creación de casi todas las <<escuelas de harapientos>> que se abrieron en Londres. En este sentido, tampoco olvidaron crear cobertizos para que los cocheros pudieran descansar y tomar un refrigerio mientras les animaban a no abusar ni insultar a sus clientes; ni en realizar su trabajo en las tabernas; ni mucho menos en organizar campañas contra <<el sistema de perturbación social y corrupción moral>> conocido como socialismo mediante conferencias en la Birkbeck Institution. Tengamos presente, que estos misioneros tuvieron que perseverar ante las agresiones y la violencia verbal para ganarse el aprecio entre los enfermos y los más humildes, llegando incluso a vulgarizar el mensaje cristiano para acercarse a la clase obrera. En este contexto, los misioneros urbanos tuvieron un gran éxito en la promoción del deporte –boxeo, críquet y fútbol- a pesar de las apuestas que de ellos se desarrollaron. Otra incursión espectacular entre la clase obrera fue la realizada por “el Ejército de Salvación, que heredó y militarizó la tradición metodista primitiva de evangelismo plebeyo, sus <<coribánticos>> toques de trompeta, repiques de pandereta y tintineos de címbalos desconcertaron por igual a las serias oficialidades de anglicanos y disidentes hasta que unas y otras llegaron a su respectivo acomodo con este fenómeno vocinglero” 11.
2. Los movimientos políticos de la Iglesia: social cristianismo, catolicismo social y democracia cristiana.
La crisis del movimiento social denominado <<cartismo>> provocaría el nacimiento de un socialismo cristiano relacionado con el teólogo académico Frederick Maurice, el predicador y escritor Charles Kingsley y el abogado John Ludlow; que terminó en un fiasco tras la desaparición del cartismo. Dichos socialcristianos buscaban la fraternidad perdida tal y como lo hacían los socialcatólicos. Pero sería el tory evangélico Lord Ashley –más tarde Conde de Shaftesbury- quien promovió la Ley de fábricas de 1833 que prohibió el trabajo de menores de nueve años, introdujo la jornada de ocho horas para los menores de trece años y una jornada de menos de doce horas para los jóvenes entre los trece y los dieciocho años; que sería vigilada por la recién creada inspección de fábricas. También fue Shaftesbury quien impulsó la Comisión Regia sobre el trabajo infantil de 1840, que terminaría prohibiendo el trabajo de niños menores de diez años en las minas. En este sentido, no podemos olvidar que en 1847 se aprobó la Ley de las Diez horas para mujeres y niños que terminaría acortando la de los hombres; ni que muchas de estas medidas fueran apoyadas públicamente por los obispos británicos. Estos avances sociales fueron fruto de los informes sobre las condiciones sanitarias de la población, como el que realizó Edwin Chadwick en 1842, el periodismo de investigación de Henry Mayhew y el duro trabajo diario de los reformadores sociales victorianos como Lord Ashley, el obispo londinense Blomfield12 o el Vizconde Ebrington que dijo aquello de <<el cristianismo de este país está estrechamente relacionado con las condiciones sanitarias de esas ciudades>>. Todas estas medidas fueron tan eficaces que como afirma el profesor Michael Burleigh: “la capital, al igual que otras ciudades, estaba expandiéndose y transformándose sin cesar, de manera que a veces las condiciones que describía Dickens en sus novelas ya no existían cuando éstas se publicaban”13 . Una gran medida para paliar las condiciones de vida de los trabajadores, fue la construcción de <<casas de alquiler modélicas>> que evitase el hacinamiento, las rentas abusivas y las condiciones deplorables de los chamizos que había por entonces. Dichas medidas legislativas también se debieron al apoyo del Conde de Shaftesbury y del obispo Blomfield.
Eso sí, el socialismo cristiano volvió a resurgir entre 1870 y 1890 –el Gremio de San Mateo con sede en Londres en 1889 y la Unión Socialcristiana de Oxford fundada en 1889- inspirado en el pensamiento del fabiano Stewart Headlam: <<si quieres ser buen cristiano, tienes que ser algo muy parecido a un buen socialista>>. No obstante, el señor Headlam también pedía que el Estado se considerase una <<organización sagrada>>, como la propia Iglesia, a la par que pedía la nacionalización de la tierra, los impuestos progresivos sobre las rentas, la abolición de los pares hereditarios y el sufragio universal.
Tampoco podemos dejar de señalar el intento de adaptar la Iglesia al movimiento laborista en formación por lo que, tanto el socialismo como el liberalismo británico estaban inseparablemente anclados a la disidencia religiosa, la cual representaba un marcado contraste con el panorama de la Europa continental, donde las fuerzas políticas nominalmente seculares y el catolicismo –a veces incluso el protestantismo- con el conservadurismo. Cierto es también, que la Iglesia católica desarrolló una filosofía social muy explícita, para denunciar los excesos del liberalismo y la amenaza del socialismo. El catolicismo social que desarrolló la Iglesia se extendió por toda Europa mediante una actividad misionera doméstica que se remontaba al siglo XVII. En este sentido se fundó en París la Sociedad de San José en 1882, para mantener a los jóvenes trabajadores emigrantes en el camino recto –dándoles trabajo, alojamiento decente, diversiones inocuas y apoyo religioso- que agrupaba a mil patronos y siete mil trabajadores. La facción conservadora del catolicismo social quería preservar el carácter familiar de los talleres artesanales14, apoyándose en ideas como la expresada en el influyente diario jesuita Civilitá Católica, que reseñó que los gremios abolidos por la Ley Chapelier de 1791 durante la Revolución francesa eran instituciones de derecho natural.
El catolicismo social sentía una hostilidad visceral hacia el liberalismo por su anticlericalismo, su materialismo, su atomización social y su falta de conciencia social que provocaba la miseria en la sociedad. Un ejemplo del trabajo de los conservadores del catolicismo social fue el Conde Armand de Melon, que creó una serie de patronatos que abordaron los problemas de los huérfanos, los aprendices y las sirvientas; fundó una revista para el estudio sistemático de los problemas de los pobres; y creó una sociedad para la Economía Caritativa coordinando las iniciativas de caridad. Todo ello simboliza el deseo de encontrar una Tercera vía entre el liberalismo <<salvaje>> y el socialismo <<científico>> que se formalizase, en una legalización que se aprobase en el Parlamento francés. El Conde Armand fue el equivalente galo del Conde británico de Shaftesbury; especialmente cuando empezó a trabajar para actuar con los niños abandonados, el trabajo infantil, la mendicidad y los prestamistas. En esta línea el Conde Melon comenzó a organizar reuniones regulares con los trabajadores en las iglesias, donde aunó la instrucción moral con la provisión de servicios médicos y funerarios mediante una modestísima suscripción. De estas reuniones surgiría en 1840 la Sociedad de San Francisco Javier bajo la protección del arzobispo Farré de París15; cuya labor social fue de tal magnitud que llega a explicar por qué en la Revolución de 1848 no hubiese excesos anticlericales habituales como, que los obispos conservadores, inicialmente, dieran la bienvenida a la nueva república. Aquí, también destacaron los católicos liberales como Frédéric Ozanam, que organizó una red de agrupaciones conocidas con el nombre de Sociedad de San Vicente de Paúl para visitar a los pobres en sus casas16. Dicha sociedad abogaba por la reducción de la jornada laboral, por un impuesto gradual sobre la renta y por una caridad científicamente planificada para los necesitados.
En la Revolución de 1848 treinta y tres sacerdotes socialistas, asistieron a un banquete con trabajadores donde brindaron por Jesús de Nazaret como el padre del socialismo. El exponente más destacado de la izquierda del catolicismo social fue el doctor Philippe Bucher, que venía del socialismo saintsimoniano que había degenerado en una especie de culto pseudoreligioso. Él propugnó la creación de cooperativas obreras cuyos beneficios les permitiesen convertirse en sus propios patronos. Los patrones católicos pensaban que si enseñaban moralidad a las masas se haría más contra la necesidad y el pauperismo, que con todas las innovaciones teóricas e ilusorias del socialismo. Y en esta línea Melon intentó desarrollar una serie de reformas que incluían hospitales de maternidad, orfanatos, parvularios, mejora de viviendas, reducción de la jornada laboral, educación generalizada, formación profesional, planes de ahorro y asociaciones de seguridad social para los trabajadores jóvenes y sus informes permitieron, que la Asamblea pudiese aprobar una cierta legislación social que abordaría los problemas: de las viviendas insalubres, los hospitales, las pensiones, la construcción de baños públicos y los servicios médicos.
En el periodo de conmoción que acusó la derrota francesa a manos de Prusia; así como la sangrienta Comuna de París, hubo un repunte de las formas conservadoras del catolicismo social, cuyos clubes eran la respuesta católica a los centros republicanos y socialistas para trabajadores. En este contexto, León Harmel empleó en su fábrica de Val des Bois a más de cuatrocientas personas, –un gran número para su época- provenientes de devotas familias de las Árdenas belgas, para que dieran ejemplo a los descristianizados trabajadores de la Champaña rural donde estaba su fábrica. Harmel como su padre, daba mucha importancia al bienestar espiritual y material de los trabajadores de su fábrica de lana en el valle del Suippe. Su funcionamiento dependía de cuarenta miembros de su familia que constituían el consejo y el nexo de asociaciones religiosas que vivificaban el denominado <<Valle de los Bosques>>. Harmel pagaba un sueldo inferior a la media del norte industrial pero, sus trabajadores se beneficiaban del respeto de este por el cumplimiento de la letra y el espíritu de la legislación industrial que evitaba los abusos. Algo no muy habitual en la época, pues los inspectores solían ser propietarios retirados. Además cuidaba la limpieza, tenía la fábrica a 24 grados centígrados y no hasta 40 grados como sus competidores, daba una educación decente a los niños de ambos sexos así como el aprendizaje de un oficio, permitía a los trabajadores beneficiarse de los planes de ahorro y cooperación y les daba vivienda, planes de pensiones y servicios médicos. Y a los trabajadores mayores, incluidos los de más de 70 años, los empleaba como jornaleros o encargados de mantenimiento; cuando los demás despedían a sus trabajadores a los 40 ó 45 años. Harmel procuraba estructurar la vida de sus trabajadores de una forma cristiana por lo que daba un salario suplementario a las familias según su número de hijos para que no tuviese la necesidad de practicar las toscas medidas anticonceptivas de la época y los abortos. Pagaba dos veces al mes el salario a los padres de familia a los que animaba a gastárselo en alimentos y no en bebida. Es más, el Gobierno anticlerical restauró el domingo como día laborable en 1880 ante lo cual, Harmel declaró el domingo y el sábado como días de descanso en su fábrica. Harmel realmente era como un Robert Owen católico, pues ambicionaba que su fábrica fuese el modelo, no sólo del norte industrial, sino de todo el mundo industrializado. Además era miembro activo de La obra de los círculos católicos de obreros –y de su sección educativa- tanto como participante en la formación de la Asociación católica de empresarios del norte, que en 1895 reunía a 30.000 miembros de 177 empresas.
Además, Harmel promovió una serie de peregrinaciones obreras a Roma17, que terminaron teniendo una gran importancia en los pronunciamientos de León XIII sobre la política social, e incluso en las negociaciones diplomáticas del Papa con la Francia republicana. En este sentido, el Vaticano en vistas del éxito de estas peregrinaciones dio instrucciones a Harmel para que volviese en dos años, con 10.000 peregrinos de la clase obrera. Para tal efecto hubo de utilizarse 17 trenes entre Francia y Roma durante un mes para hacer posible dicho mandato. Leon XIII resaltó la dignidad del trabajo, reconoció la necesidad de que el Estado interviniese a favor de los trabajadores y condenó con firmeza toda forma de lucha de clases.
El ultraderechista Albert de Mun, también desplegó una actividad incansable desde la Cámara de Diputados francesa, a partir de 1887, al abogar por la reforma social e industrial, por la legalización de los sindicatos que se otorgaría en 1884 y por las leyes que limitasen el horario laboral de niños y mujeres. Además también promovió la ley de 1899 sobre indemnización por accidentes industriales, la ley de 1905 para la ayuda a los ancianos, la ley de 1906 para restaurar el descanso dominical y la ley de 1910 sobre las pensiones de jubilación. En esta línea, debemos recordar el discurso de Albert de Mun a la Cámara en 1878 donde arremetió contra los primeros principios de la Revolución: “¿Libertad, caballeros? ¿Dónde está, pues? ¡Se oye hablar de ella por todas partes, pero sólo veo gente que la confisca en su propio provecho![…] La libertad absoluta de trabajo es la fórmula de la revolución, la aplicación de la Declaración de los Derechos del Hombre al orden económico […] Al privar al poder soberano del deber de protección que es el fundamento de su derecho, al suprimir de un plumazo toda intervención tutelar, ha entregado al débil sin defensa a merced del fuerte. Al crear al individualismo… y al abrir la puerta a la libre competencia, es decir a la guerra implacable, a la Revolución” 18. Ante ello Mun propuso, las asociaciones profesionales, la alternativa católica corporativa a los sindicatos y a las asociaciones empresariales siguiendo lo que su amigo y antiguo agregado militar en Austria, La Tour du Pin, le contó sobre los influyentes grupos de conservadores socialcristianos aristocráticos bajo el mando del Barón Karl Von Vogelsang –que desde 1879 publicarían la Revista Mensual Austriaca para la Ciencia Social Cristiana-. Estos socialcristianos se oponían a las condiciones injustas y anómicas del liberalismo moderno en Viena, que asociaban con la población judía recién emancipada de la capital. Pedían además una legislación social reformadora que incluyese la limitación de horario laboral y medidas de seguridad industrial así, como medidas para el trabajo infantil. En esta línea, cuando De la Tour du Pin volvió a Francia elaboró una filosofía corporativista contra los abusos de poder mediante la persuasión, e incluso la coacción. Dichas corporaciones se basaban en el ejemplo de la fábrica de Harmel que deberían extenderse también al mundo de las artes, la educación, la agricultura y los servicios públicos. Dicho sistema corporativo, estaría bajo la instrucción de unas comisiones regionales formadas por empresarios y trabajadores que elegirían los delegados para un senado corporativo nacional, que tendría el deber de consultar a sus bases constantemente. Este sería uno de los muchos puntos en los que el corporativismo diferiría de la democracia parlamentaria representativa. Y debemos tener en cuenta que este corporativismo, en el siglo XX, sería el puente de unión entre el autoritarismo católico y la extrema derecha fascista que vendría después.
De igual manera, tampoco debemos olvidar que la industrialización llegó relativamente tarde a Alemania, que provocaría una gran profusión de instituciones y asociaciones caritativas protestantes, bajo control de funcionarios del Estado, antes de la Revolución de 1848. Así en la Asamblea del clero protestante de Wittenberg de 1848 Johann Hinrich Wiechern propuso fundar una <<Misión Interior>> para reevangelizar la sociedad a través de la predicación, los folletos, los libros y las visitas domiciliarias de las misiones urbanas; así como el trabajo de muchas instituciones benéficas y organizaciones que ya funcionaban en Alemania. La actividad social católica estuvo muy centrada, en los problemas de los trabajadores con oficio en esa época de transición económica, como el sacerdote Adolf Kolping, antiguo zapatero, que crearía 104 clubes de trabajadores con oficio19 que contarían con 12.000 miembros en la mayor parte de pueblos y ciudades de Alemania en 1858. Y unos 80.000 miembros en 1879. Uno de los discípulos de Kolping sería otro sacerdote llamado Wilhelm Emmanuel Freiherr Von Ketteler, ex-funcionario, que deseaba la vuelta al sistema gremial de la Edad Media como antídoto a los efectos perniciosos del liberalismo económico moderno.
En este contexto, la Iglesia católica empezó a orientarse hacia el radicalismo político de Ferdinand Lasalle, que en 1863 fundó el primer partido obrero alemán independiente, La Allgemeine Arbeiterverein, que se oponía al liberalismo y a sus cooperativas de trabajadores autónomos porque creía que debía ser el Estado quien las crease. Así en 1864, el obispo Ketteler le pidió por carta a Lasalle que le ayudase a crear cinco asociaciones productivas que este no aceptó por ser una petición anónima. Ketteler siguió insistiendo porque quería tender puentes entre el cristianismo y los reformadores sociales y utilizó el concepto lassalleniano de la <<ley de hierro de los salarios>>20 para tildar al liberalismo de <<anticristiano>> y <<neopagano>>.
Sin embargo, muchos trabajadores de la Baja Renania que intentaron conciliar la pertenencia al Partido Socialista de Lassalle con el catolicismo, se encontrarían ante la negativa de los sacerdotes locales que les negaban la absolución; pues el partido del difunto Lassalle avanzó por la senda del anticlericalismo que recordaba demasiado al fanatismo religioso favorable a la Kulturkampf bismarckiana. Debido a esta situación, el obispo Ketteler se dirigió en 1865 hacia un <<socialismo cristiano>> hostil al liberalismo y al socialismo marxista, que llegó a preocupar al propio Marx de tal forma que escribió una carta a Engels diciendo: <<Me convencí de que debe emprenderse una acción enérgica contra el clero, sobre todo en las zonas católicas. Trabajaré en este sentido en la Internacional>>.
Ketteler dio una alocución en el verano de 1869 donde condenó la concentración del dinero y el poder, así como del debilitamiento de una fuerza laboral atomizada, a la par que, elogió a los sindicatos británicos por su moderación y respeto a la religión como contrapunto a la utopía y la irreligiosidad socialista. En esa conferencia el obispo Ketteler reconoció que la sociedad industrial no tenía marcha atrás y que por tanto había que centrarse en cómo suavizar el impacto de esa realidad cambiante sobre los trabajadores. Y ahí se encontraba la razón de los elogios a la legislación fabril de Inglaterra, que desarrollaba leyes para corregir los diversos abusos. Ketteler pedía el envío de misiones para convertir a los agentes que se habían hecho paganos, mientras incidía en una edad mínima laboral para ciertos sectores, que se dotase de los medios adecuados para la educación de esos niños, que se limitasen los horarios laborales y el descanso dominical por ley, un cuerpo de inspectores de trabajo para mejorar la seguridad y la salud en el trabajo, que los trabajadores tuviesen derecho a un seguro de accidentes, que se reconociese legalmente a las asociaciones obreras y, que se enviasen sacerdotes con estudios de economía política para conciliar a trabajadores y patronos en las zonas industriales. Sin embargo, aunque las palabras de Ketteler eran escuchadas con mucho interés por sus colegas, estos no hicieron realmente nada. Sólo su sobrino, el Conde Ferdinand von Galen, -padre del célebre obispo que se opuso a los nacionalsocialistas- intentaría introducir la primera legislación de política social en 1877.21
Recordemos que el catolicismo social fue una de las corrientes que influyó notablemente en la encíclica Rerum novarum de León XIII del 15 de marzo de 1891; que consiguió la hazaña de condenar las peores características del capitalismo contemporáneo a la par, que criticaba repetidamente las <<soluciones>> utópicas de los socialistas. El Papa era consciente de la situación social del conflicto industrial que estalló en 1886, con huelgas y derramamiento de sangre en las regiones industriales de Bélgica como se observa en la encíclica Rerum novarum, subtitulada <<Derechos y deberes del capital y del trabajo>>. Pero el Papa no paraba de insistir en la importancia de la propiedad privada y de la familia, así como, de negar categóricamente la idea de que el conflicto de clases fuese endémico o inevitable. Las clases para él eran interdependientes -<<nada puede hacer el capital sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital>>- por la que León XIII abogaba porque los patrones respetasen la dignidad del trabajo, debían garantizar que los trabajadores tuviesen tiempo para sus prácticas religiosas y para una vida doméstica y familiar plena, debían dar unos salarios justos que permitiesen un modesto ahorro más equitativo y generalizada de la propiedad y de la sociedad. El Papa comprendió que una mayor distribución de la propiedad acercaría a ricos y pobres tanto, que fomentaría la productividad mientras se contendrían las oleadas de emigrantes desterrados. No olvidemos que “Vicente Blasco Ibáñez… llama a León XIII “el primer socialista del verdadero socialismo””.22 Por tanto podemos afirmar que León XIII llegó a la conclusión, de que había llegado el momento de la instauración de <<leyes generales>> por parte del Estado para asegurarse que los trabajadores también participasen de los beneficios, así como de que tuviesen un servicio sanitario decente y una vivienda digna. En este sentido el Papa pensaba que los católicos tenían la obligación de crear sus propias asociaciones de trabajadores, para emular lo que hacían los sindicatos y asegurarse el respeto de los derechos religiosos; pero sin entrometerse indebidamente en esferas como la familia.
En este sentido León Harmel organizó, en la región francesa de Reims, grupos de estudios obreros, antes de la organización de los primeros congresos nacionales de trabajadores cristianos de Reims y Lyón celebrados entre 1893 y 1900. En dichos congresos se ratificó la santidad de la religión, la propiedad privada y la familia, a la par que se sostenía, que las leyes debían atenerse a los Diez Mandamientos y a los Evangelios; y se presionó a favor de la protección del descanso dominical, la jornada laboral de diez horas, la abolición del trabajo nocturno y la protección de las pequeñas empresas. Por otro lado, no podemos olvidar que estos congresos comenzaron a denominarse como <<Congresos de la Democracia Cristiana>> desde 1896. Para muchos expertos, la simiente de la Democracia Cristiana nacida tras la II Guerra Mundial. La Democracia Cristiana fue pronto desaprobada por la jerarquía francesa, debido al entusiasmo de muchos democristianos con consignas como <<Francia para los franceses>> así como sus sentimientos antimasónicos, antisionistas y antiprotestantes. Pero sería el caso Dreyfus el que produjo el desplazamiento de muchos democristianos hacia la extrema derecha nacionalista; justo en el momento en que el anciano Leon XIII tuvo que escribir la encíclica Graves de communi en 1901, para poner límites a los coqueteos de los democristianos con la izquierda y los Gobiernos populares, que menospreciaban otros métodos de administración política.
En este contexto, un joven carismático del movimiento juvenil católico llamado Marc Sangnier, ex-oficial del Ejército, creó un grupo de estudio espiritual denominado Le Sillon –El Surco-, tomado de un diario, que desde 1899 agruparía a artesanos, trabajadores, empleados y estudiantes de clase media en la creencia de que las diferencias de clase se disolverían en la fraternidad cristiana, como amigos más que como clientes y patronos. Sillon buscaba un <<vínculo inmaterial entre almas>> para lo que no tardó en desarrollar actos de masas con una <<joven guardia>> con gorras negras, habilidades pugilísticas, camisas blancas y corbatas negras para <<imponer el respeto a la libertad de expresión y de discusión>>. Posiblemente fue la única vez en la historia moderna que un atuendo paramilitar –basado en este caso en las órdenes religiosas militares de la Edad Media- sirviese para defender las libertades. A ella se unieron diez mil jóvenes de toda Francia, en busca de crear una élite católica23 con conciencia social de todas las clases, para servir a toda la comunidad irredenta.
3. La evolución del social cristianismo hacia los Totalitarismos socialistas del siglo XX.
Las victorias de Bismarck sobre Austria y Francia se consideraron victorias protestantes sobre el catolicismo del nuevo Reich alemán, enfáticamente cristiano. Pero tanto Bismarck como los liberales nacionalistas en ascenso, se negaron a otorgar una posición central a las Iglesias protestantes; y es más, durante la Kulturkampf el ímpetu anticlerical de los liberales, dejó de lado a los católicos para centrarse en los protestantes conservadores prusianos, que querrían desplazar su credo individualista por sus valores tradicionales. Las Iglesias protestantes, como el capellán castrense Adolf Stoecker, se oponía con vehemencia a los socialdemócratas por considerarse un partido revolucionario y antipatriótico así como su hostilidad hacia el <<liberalismo de Manchester>> y a los judíos a los que consideraban responsables de este, mientras señalaban a los liberales como los responsables de socavar el orden ético y político concedido por Dios -que además propiciaba el desarrollo del socialismo revolucionario-. El capellán Stoecker celebró un acto en la taberna <<Eiskellerr>>, el 3 de enero de 1878, con vistas a reclutar a berlineses socialistas de clase obrera para el nuevo <<Partido de los Trabajadores Socialcristianos>>; cuyo programa político realizó junto al profesor Adolf Wagner y por el que aboga por la formación de cooperativas nacionales de trabajadores, un sistema de seguridad social amplio y obligatorio, el arbitraje vinculante en los conflictos laborales, impuestos progresivos sobre la renta y la herencia, la reintroducción de leyes contra la usura, la erradicación de la <<grosería>> en los espectáculos públicos y el cultivo de la vida familiar en el espíritu cristiano; bajo la senda del primer artículo del partido que señalaba que <<se basa en la fe cristiana y en el amor al Rey y la Patria>>.
Los malos resultados electorales hicieron que Stoecker abandonase a los trabajadores para centrarse en los artesanos, pequeños campesinos y tenderos fuera del ámbito conservador tradicional para las elecciones de 1879 donde salió elegido para la Cámara de diputados y dos años después para el Reichstag. Así sus socialcristianos se convirtieron en el populismo del Partido Conservador, al que intentó atraerse, señalando a los judíos como los causantes de sus desgracias. Y fueron esas denuncias contra la hiperrepresentación de los judíos entre los liberales y socialistas prominentes las que envenenaron la mente de estudiantes, funcionarios, jueces, catedráticos, abogados… que introdujo el antisemitismo en el juego político y en las campañas de los grupos de presión como la Liga Agraria o el DVH de los empleados de comercio. No olvidemos que Stoecker estaba muy relacionado con antisemitas raciales tan notorios como Wilhelm Marr, Otto Glagan, Max Liebermann von Sonnenberg y Ernst Henrici. Cuyas obsesiones antisemitas calaron en Stoecker hasta el punto de calificarlos de <<parásitos>> que contaminaban la pureza sanguínea alemana24. A pesar de este papel infamante, no podemos obviar que el Capellán Stoecker tuvo un papel destacado, por razones cristianas y como juego político para desarmar a los socialistas, en que el Estado garantizase ciertos derechos mínimos a los sectores más pobres de la sociedad. Dicha política de seguridad social fue extraordinariamente avanzada y se implementó en la misma época de las Leyes Antisocialitas de 1878-1890. Bismarck tuvo como uno de sus asesores más importantes para el desarrollo de la legislación social de la década de 188025 a un cristiano evangélico del entorno de Stoecker.
En 1890 subió al trono el Kaiser Guillermo III y Stoecker, a sabiendas de que ese mismo año expiraba la legislación antisocialista, vio el momento oportuno para revivir su programa social reformista, para lo que convocó a 800 pastores protestantes en el <<Congreso social-evangélico>> que buscaba fomentar un movimiento de reforma social populista y conservador, no gubernamental, basado en un antisocialismo violento. Por otro lado, los social-liberales como el historiador Adolf von Harnack deseaban analizar la realidad social bajo una ética cristiana, que humanizase la sociedad industrial moderna; y los socialcristianos jóvenes de Paul Göhre y Friederich Naumann pretendían el acomodo con el ala revisionista de los socialdemócratas, que ya estaban en vías de abandonar el revolucionarismo marxista en pro de adaptarse en la realidad socioeconómica de la década de 1890. Pero la alianza operativa entre el pastor y el terrateniente comenzó a ponerse en peligro en 1894 por jóvenes socialcristianos como Paul Göhre y Max Weber, al criticar las condiciones laborales de los campesinos. En este contexto, el propio Guillermo filtró una carta donde afirmaba: <<El socialismo cristiano es absurdo y conduce a la impertinencia y la impaciencia. Los señores del clero deberían preocuparse por las almas de sus feligreses y dejar en paz la política, que no les concierne a ellos>>.
A mediados del siglo XIX las clases medias germanas estaban muy distanciadas de sus iglesias, depositaban una enorme credulidad en un cientificismo vulgar y el sentimiento de deber patriótico condicionado por la exaltación religiosa de la nación alemana, imbuida por las influencias de Lutero y por la veneración idealista del Estado prusiano, desarrolló un anticatolicismo vulgar y un militarismo tan influido por el cristianismo como el de Gran Bretaña en el periodo final victoriano. No obstante, la mayoría de las personas estaban profundadamente imbuidas de valores cristianos residuales en el valor absoluto del individuo, en la responsabilidad moral, en el papel de la conciencia individual y en un profundo sentido del deber hacia la nación, la sociedad o la familia. Por esta razón, las tentativas del Partido Socialdemócrata para que las bases renunciaran activamente a las iglesias, fracasaron estrepitosamente. Y es más, no debemos descuidar, que el socialismo no está nunca tan libre de las Iglesias como dice, porque la visión rectora del hundimiento del capitalismo y el adiestramiento idealizado de la sociedad sin clases devenía de la propia escatología cristiana. Como reconoció Friedrich Naumann el poder del socialismo se basaba en gran medida en <<que esta doctrina cuenta con la posibilidad de crear un talante que es similar al de muchas sectas religiosas, que depositan todas sus esperanzas en el gran día de la cólera y el júbilo, y que se abren camino valerosamente a través de la vida diaria, porque brilla ya en el cielo del lucero del alba del Reich del Milenio>>. Incluso la Internacional se cantaba junto a la melodía de un himno cristiano bien conocido.
En 1877 el Conde Maximilian Gercon Galen, sobrino del obispo Ketteler, introdujo en el Reichstag una petición que aunaba medidas tan específicas como el descanso dominical o la protección del derecho del trabajo, con soluciones corporativistas de corte neomedievales para el individualismo atomista de la sociedad industrial. En este contexto, los católicos afrontaron el desafío de la socialdemocracia para su electorado obrero urbano, y en 1879 un empresario textil de mentalidad reformadora de Mönchengladbach llamado Franz Brandts y el sacerdote Franz Hitze fundaron Bienestar Obrero, un intento de copiar la fusión de paternalismo y piedad desarrollados por León Harmel para neutralizar la conciencia de <<clase>> poniendo el acento, en los aspectos éticos-profesionales de cada rama de la actividad laboral. Estas agrupaciones locales fueron evolucionando en asociaciones regionales, que llegaron a tener 800.000 miembros en vísperas de la I Guerra Mundial; llegando a democratizar la cultura política del catolicismo alemán a la par, que ampliaban sus horizontes más allá de los conflictos Iglesia-Estado desarrollados en el periodo de la Kulturkampf. Pero en 1889 hubo una huelga general de mineros donde los católicos perdieron la batalla por el control de los trabajadores frente a los socialistas. Esta lección les llevaría en 1884 a unirse con los trabajadores protestantes en el primer sindicato interconfesional –nacionalistas, monárquicos, conservadores y antisocialistas- que fundó August Brust en Essen. Pero en Berlín y en Traer, algunos católicos se opusieron radicalmente a los sindicatos interconfesionales, tanto como a cualquier forma de representación de los trabajadores fuera del ámbito de cada actividad específica; para lo cual crearon las Asociaciones por especialidad dentro de los Gremios de Trabajadores Católicos, ganándose a la mayoría de la jerarquía católica. Recordemos que estas Asociaciones buscaban garantizar que el clero y los patronos, continuasen ejerciendo influencia entra los trabajadores.
Como señalaba el profesor Burleigh la adhesión de la comunidad católica a la Iglesia fue de una religiosidad bastante kitsch, que sorprendentemente realizó su viaje hacia el mundo moderno mucho mejor que sus vecinos protestantes, cuyo fracaso quedó simbolizado por la fusión demagógica de cristianismo y antisemitismo que realizó Adolf Stoecker y que presupondría lo que estaba por venir. Esta línea fue continuada por Paul Lagarde, precursor de Nietzsche, que señalaba que el Estado debía dar cohesión a la nación alemana desarrollando una nueva <<Fe cristiana germánica>> -con un Jesús purificado de toda creencia paulina-, aportando a las religiones existentes y desarrollando un antisemitismo feroz por ser los judíos emancipados los agentes de la disolución modernista; que de pedir su asimilación forzosa o la expulsión, acabó escribiendo <<con la triquina y los bacilos no se negocia, ni se les puede intentar educar; hay que exterminarlos con la mayor rapidez y contundencia posible>>. Otro aspecto de la nueva religión nacional que Lagarde deseaba era definir la misión imperial que Dios otorgaba a Alemania en el Este <<germánico>>, sería un inmenso programa de conquista y colonización con las poblaciones urbanas excedentes del Báltico y de los Balcanes; a la par que evitaban la emigración germana a Estados Unidos. En estos contingentes colonizadores irían incluidos los judíos. Esta fe germánica le ganaría el respeto de Carlyle, Nietzsche, Wagner, del teólogo Ernst Troeltsche y de aquellos que comenzaron a reivindicar al superhombre ario. En esta línea apareció en 1904 una Biblia Teutónica donde se recogían los escritos sagrados de los pueblos germánicos y en 1911 la obra Sigfrido o Cristo donde se pedía <<encontrar a Dios en ellos mismos y no en las nubes>>.
Así, con el cataclismo que supuso la I Guerra Mundial, la religión política del nacionalismo europeo comenzó a amenazar la visión cristiana tradicional, convirtiendo el Volksgeist –el espíritu del pueblo- en el espíritu religioso de Alemania. Mientras que la vanguardia artística, académica, científica e intelectual comenzó a inclinarse por los credos materialistas, como el darwinismo social, que suponía un cristianismo puesto al servicio de la lucha de cada nación en las trincheras de la I Guerra Mundial.
En este sentido, recordemos la profecía que había realizado en 1834 el poeta judío alemán Heinrich Heine, cuando afirmó que Alemania nunca había llegado a ser cristianizada totalmente, y que eso le había permitido al paganismo imperfectamente erradicado aflorar en el corazón de Europa. “El cristianismo, y éste es su gran mérito, ha calmado ocasionalmente el ansia brutal alemana de guerra, pero no es capaz de destruir ese gozo salvaje. Y cuando se rompa la Cruz, ese talismán moderador, entonces los viejos combatientes bramarán con la furia que celebraban los poetas nórdicos. El talismán de madera se pudre a toda prisa; llegará el día en que se romperá patéticamente en pedazos. Entonces, los viejos dioses de piedra se alzarán de las ruinas olvidadas, se limpiarán el polvo milenario de los ojos y Thor volverá al fin a la vida y aplastará con su martillo gigante las catedrales góticas”26 . Mientras que el clero católico francés achacó el rabioso pangermanismo alemán a Treitschke y Nietzsche; el filósofo católico Jacques Maritain señaló a Lutero por el <<panteísmo>> que se percibía en su exaltación a la conciencia individual. Llegados a este punto comprendemos mejor que la I Guerra Mundial fue una conflagración de las ideas de 1789 y las de 1914; pues como indicó el teólogo liberal Ernst Troeltsch <<la idea alemana de libertad>> -basada en la autosubordinación libre del individuo a un Estado semiteocrático- se enfrentó a los sistemas parlamentarios británico y francés que permitirían que los intereses perniciosos dominasen a los <<individuos atomizados>>. Así, el nacionalismo de <<la teología bélica germana>> barrió tanto el ecumenismo protestante como al internacionalismo católico; mientras que los católicos franceses, principalmente de derechas, observaban la invasión alemana como lo hizo el obispo de Lucon: <<si Francia es invadida, es un castigo justo>>.
Tras el Canal de la Mancha, un número muy significativo de eclesiásticos británicos participaron en la movilización de voluntarios para la guerra, trece obispos perdieron a sus hijos en combate a principios de 1916. Es más, Noel Chavase, hijo del obispo de Liverpool, fue el único militar inglés en conseguir la Cruz Victoria con galón. Por su parte, el obispo de Londres, Arthur Winnington-Ingram afirmó ante cinco mil reservistas que “ésta es una guerra santa. Estamos del lado del cristianismo contra el Anticristo. Estamos del lado del Nuevo testamento que respeta al débil y honra los tratados y muere por sus amigos, y considera la guerra una necesidad lamentable […] Es una guerra santa, y combatir en la guerra santa es un honor […] He visto ya una luz en los ojos de los hombres que no había visto nunca”27 . Y, finalmente, aunque el clero británico estaba exento del servicio militar cuando se levantó la prohibición durante la crisis de la ofensiva germana de la primavera de 1918, por la cual se amplió el reclutamiento hasta los cincuenta años, algunos clérigos anglicanos se alistaron en el Ejército junto a los 3.500 capellanes castrenses y 6.000 se incorporaron a tareas civiles para cubrir a los que se iban al frente. Durante la contienda murieron 172, a cuatro se les concedió la Cruz Victoria y otros muchos recibieron otras condecoraciones de importancia por su valor en combate. Y en las trincheras francesas se superó el distanciamiento de la III República con el clero pues en ellas sirvieron 32.699 eclesiásticos, 23.418 seculares, 9.281 regulares, 12.554 en los hospitales militares y unos 841 jesuitas que hicieron caso omiso de la prohibición que caía sobre las órdenes religiosas de los cuales perecieron el veinte por ciento en combate. Del clero francés fueron bajas 4.618 y fueron condecorados unos 13.000 por sus acciones como capellanes, enfermeros y camilleros en el frente. Aunque también hubo casos como el del Coronel –abate- Leliévre, que pistola en mano se lanzaba el primero al ataque y la de tantos otros que avanzaban entre la tropa para poder administrar los últimos sacramentos, a los hombres que agonizaban en tierra de nadie. Cuando no, se presentaban voluntarios a las misiones excepcionalmente peligrosas en lugar de los hombres casados.
Benedicto XV, que veía el conflicto como una manifestación terrible del nacionalismo europeo que estaba propiciando el suicidio colectivo de la civilización cristiana, mantuvo una diplomacia para mantener el Imperio de los Habsburgo como contrapeso a la Alemania protestante mientras, para intentar evitar que la Rusia ortodoxa obtuviese un San Pedro ortodoxo en Santa Sofía a costa del decadente Imperio Otomano y para que Italia se mantuviese lejos de la guerra. Y todo esto sin olvidar las presiones constantes de todos los beligerantes, porque rompiese su imparcialidad diplomática28 que aumentarían notablemente con la llegada de Pío XII a la silla de San Pedro. Benedicto XV intentó también suavizar las condiciones de los prisioneros de guerra enfermos, a través de la Ópera dei Prigonieri, y gastó 82 millones de liras en ayuda humanitaria durante el conflicto –incluidos Lituania, Siria o el Líbano-.
Desgraciadamente, la Gran Guerra, las guerras civiles nacionales e internacionales y la crisis económica, provocaron la desesperación entre las masas hasta tal punto que buscaron en las religiones políticas –bolchevique, fascista y nacional-socialista- la salvación aquí y ahora, descendiendo a un autoritarismo siniestro que explotaba los niveles más atávicos de la psique humana. 29 Recordemos que el profesor Michael Burleigh señala en su obra Poder terrenal, que la <<religión política>> fue, con sus cultos a la Razón o al Ser Supremo, creada durante la fase jacobina de la Revolución francesa; no como una usurpación simple y cínica de las formas religiosas, sino como una <<explotación abusiva del sentimiento humano>> como la interpretó el pensador italiano Luigi Sturzo. Burleigh también señala claramente que estos intentos de traer el cielo a la tierra terminaron para muchos en el infierno; así como, que esta veta distópica reapareció con diversas formas y ropajes en el siglo XIX- Augusto Comte, Charles Fourier, el nihilismo ruso o Marx y Engels-. Otro dato crucial que aporta Burleigh en su obra Poder terrenal, es que el cristianismo aunque fue parte integrante de muchos movimientos socialistas originales (y en Inglaterra lo sigue siendo), poco a poco se fue alineando con el conservadurismo, en parte como consecuencia de su experiencia a manos de las devastadoras turbas democráticas revolucionarias en la Francia jacobina, y en otros países. Pero esta alianza entre trono y altar se rompería cuando las naciones-estado desafiaron el poder temporal de las Iglesias para hacerse con las lealtades humanas básicas; amén de la gran cadena de objetos –ciencia, moralidad, dinero, progreso, humanidad, cultura e incluso deporte- que se convirtieron en objetos de reorientación y de devoción religiosa. Así se inició la senda por la que tras la I Guerra Mundial se hicieron perceptibles los <<dioses extraños>> del bolchevismo, el fascismo y el nacional-socialismo como religiones políticas alternativas, que fueron objeto de devoción religiosa.
Estas nuevas patologías pseudorreligiosas de corte socialista intentaron crear un <<hombre nuevo>> y establecer el cielo en la tierra para metabolizar el instinto religioso. De aquí que los críticos más perspicaces de las religiones políticas totalitarias procediesen del mundo religioso como los católicos Eric Voegelin y Luigi Sturzo, el ortodoxo Nikolai Berdiáev o los protestantes Adolf Keller y Frederick Voigt. Además, durante el periodo de entreguerras mundiales se dispararon las atrocidades anticlericales en Rusia, México y España –Pío XI lo denominó el <<triángulo terrible>>-; y en este contexto debe entenderse la predisposición general de las Iglesias hacia los Regímenes autoritarios, que no a los totalitarios.
4. Conclusiones.
A lo largo de este artículo habrán podido comprobar, que la Inglaterra victoriana realizó una separación Gobierno- religión, en el marco de una sociedad que deseaba ser más religiosa; mientras que la Europa continental e Hispanoamérica, prefirieron una ofensiva laizante anticlerical. En el caso de Prusia, desde la década de 1850, se consideró la religión como una fuente de estabilidad social y el Partido del Centro -católico-, era aliado parlamentario de los liberales; pero con las asombrosas victorias militares de Bismarck se provocó una oleada de fervor nacionalista y protestante que dio pie a la unificación de Alemania, tanto como a mirar negativamente a las lealtades cosmopolitas –judías, marxistas o católicas-. En este sentido, Bismarck terminó desatando la Kulturkampf con lo que las turbas comenzaron los asaltos a los conventos, el Parlamento aprobó las Leyes de Mayo –contra la independencia de los católicos, la libertad de cátedra de los sacerdotes en la universidad, el traslado de los trabajadores de la Polonia alemana para desculturizarlos…- y los fieles católicos comenzaron a pujar en las subastas para recobrar las propiedades confiscadas a la Iglesia y a recibir como héroes a los religiosos cuando volvían de la cárcel. Por lo que, finalmente, Bismarck dio marcha atrás con las Leyes de Paz de 1879 para poder centrarse en contener la emergencia del socialismo, simbolizado por el levantamiento de la Comuna de París. En este sentido, Gran Bretaña continuó su buen camino –desarrolló una legislación juiciosa para moderar las desigualdades del liberalismo- y vio como el socialismo cristiano y el socialismo antirreligioso no tuvieron mucho recorrido en las islas, gracias a que los social católicos tomaron como referente al Conde de Shaftesbury, que elaboró la Ley de fábricas para regular, o prohibir según los casos, el trabajo de los menores, la Ley de minas y la Ley de las diez horas para mujeres y niños; y que apoyó notablemente junto al obispo Blomfield la construcción de <<las casas de alquiler modélicas>> para los obreros. Paralelamente, en Europa continental, la Iglesia católica comenzó a desarrollar una filosofía social muy explícita contra la amenaza del socialismo y los excesos del liberalismo. Un ejemplo del catolicismo social resultante, fue la fundación en París de la Sociedad de San José que se dedicó a la labor de dar cobijo, comida, trabajo y apoyo religioso a los jóvenes trabajadores emigrantes que iban llegando; la facción conservadora del catolicismo social tuvo como referente a la figura del Conde de Melon –creador de una serie de Patronatos para huérfanos, aprendices, sirvientas y pobres- que buscaba desarrollar una legislación como la británica para componer una Tercera Vía entre el liberalismo <<salvaje>> y el socialismo <<científico>>, que ejemplificaría la labor social de la sociedad de San Francisco Javier; y los católicos liberales conformaron la red de agrupaciones conocida como la Sociedad de San Vicente de Paúl. Pero el catolicismo social comenzó a radicalizarse: en Francia con la filosofía corporativista, que con el paso del tiempo sería la simiente del fascismo y en Alemania con la fundación del primer partido obrero alemán independiente –el de Lasalle- y el social cristianismo antisocialista, antiliberal y antijudío del pastor Adolf Stoecker –que aunque desarrolló el Estado del Bienestar- fue el precursor del pensamiento de Paul Lagarde, Nietzsche y Hitler.
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* Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad de Granada. Tesina por la Universidad de Granada: Aproximación al pensamiento de Erich Fromm: Humanismo socialista. Doctor en Filosofía por la Universidad de Extremadura, Departamento de Historia: El Humanismo socialista. Profesor del Máster Criminalidad y Seguridad Pública de la UNEX. Consejero internacional de la Revista “Política y estrategia” de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Chile. Tesis doctoral publicada, en 2011, por la Editorial académica española: El papel de los intelectuales en la guerra fría cultural. Cuius regio eius religio. ISBN: 978-3-8465-6830-9 Tesina publicada, en 2012, por la por la Editorial académica española Aproximación al pensamiento de Erich Fromm. El humanismo socialista. ISBN: 978-3-659-05619-2
1 Los católicos pasaron a estar representados proporcionalmente en el funcionariado, el cuerpo de oficiales del Ejército y el profesorado.
2 El termino Kulturkampf fue acuñado en 1872 por el diputado progresista, divulgador científico y patólogo Rudolf Virchow, conocido por su sacrílega soberbia científica. Esta lucha cultural sólo se pudo desarrollar gracias al anticatolicismo liberal y protestante. Recordemos que en la Holanda calvinista del momento aún se denominaba a los católicos como el <<Partido hispanorromano>> para evocar el temible recuerdo del Duque de Alba.
3 En la obra Los jesuitas. Barcelona, Debate, 2013. del profesor Jonathan Wright podemos profundizar sobre el mito del Judío Errante devenido de la leyenda del judío Ahasuerus que cometió el error de no tener compasión de Jesucristo mientras recorría las calles de Jerusalén cargando con la cruz hacia el calvario –lo echó de la puerta de su casa cuando estaba descansando- y fue castigado a vagar por la tierra durante siglos. De los diversos mitos el más famoso fue el Le juif errant del médico naval Eugene Sue que convirtió sus novelas por entregas en un ataque violento contra los jesuitas en el ambiente anticlerical de la Francia de 1840. Así los presentó como granujas, avariciosos y corruptores sociales cuya función era extirpar la individualidad de las gentes por medio del despotismo, la intimidación y las prohibiciones para obtener el dominio del mundo según sus siniestros planes. El Le juif errant de Sue tuvo un éxito extraordinario desde su misma publicación en el diario Le Constitutionnel entre 1844 y 1845 aumentando la circulación del folletín de 3.600 a 20.000 ejemplares. Otra obra sobre el mito del Judío Errante apareció a mitad de siglo pero con la peculiaridad de que el judío en cuestión explica al público inglés que lo lee que la obra de Sue ha sido una interpretación desastrosa de las humillaciones que ha sufrido desde hace 1.800 años. Es más, afirmaba que rompía su silencio ante el falseamiento de la historia y la difamación que estaban sufriendo unos hombres buenos –los jesuitas- por obra de los Pombal y los Pascal que los han tomado como <<espantajo para niños crédulos y chivo emisario de los delitos y locuras de las multitudes>>. –Exactamente igual que él-.
4 En 1875 se inauguró, con la exclusión explícita de los cristianos, en el bosque de Teutoburgo un monumento a Armiño, en el lugar donde venció a las legiones romanas en el siglo I.
5 De las 914 fundaciones religiosas, con más de 8.000 miembros, 623 y sus 5.000 miembros estaban dedicadas al cuidado de los ancianos y enfermos. Muchas ciudades industriales del Oeste, entre ellas Dusseldorf, Duisburg y Essen no tendrían servicios hospitalarios de ningún género sin la participación de las órdenes religiosas.
6 La necedad de académicos e intelectuales se puso de manifiesto con la confianza de los viejos católicos en que <<si doce bobalicones [los Apóstoles] fueron capaces de regenerar el mundo, ¿qué no vamos a poder hacer nosotros que tenemos la ciencia de nuestra parte?>>.
7 Bismarck estuvo a punto de morir asesinado cuando un joven carnicero católico llamado Eduard Kullmann disparó contra él, hiriéndole en una mano. En el Parlamento se llegó a insinuar que el Partido del Centro estaba implicado.
8 Fueron fusilados unos veinte mil communards y varios miles más fueron deportados a ultramar.
9 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 391.
10 Las leyes laizantes de la República mostraban la influencia de los masones, librepensadores, protestantes y positivistas que se tornaban en el poder con sorprendente velocidad; cuyo fin era crear una <<religión de la patria>> que superase la humillación nacional de Sedán a la par que se redujese drásticamente el papel de la religión teniendo así vía libre para imponer su visión antagónica del mundo.
11 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 432.
12 El obispo Blomfield impulsó la Ley de Casas de Lavabos y Baños que permitiría la creación de baños públicos por el Estado; e impulsó el desarrollo del alcantarillado público. Recordemos que sólo en su diócesis perecieron catorce mil personas en una gravísima epidemia de cólera.
13 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 440.
14 Los socialcatólicos conservadores veían los gremios y la sociedad corporativa como un ideal parecido a la pañería que describió Balzac en su novela de 1830 La casa del gato que juega a la pelota.
15 La Sociedad de San Francisco Javier llegó a contar con la participación de 15.000 trabajadores parisinos en 1845; y abrió una <<Casa de Trabajadores>> que hacía las funciones de una oficina de empleo.
16 La Sociedad de San Vicente de Paúl realizó 388 reuniones en 1848 donde asistieron entre 8.000 y 10.000 personas.
17 Las peregrinaciones se iniciaron en 1885 cuando un centenar de empresarios que decían representar a trabajadores de todas las regiones de Francia fueron a Roma, donde el Papa les concedido tres audiencias.
18 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 459.
19 Los clubes eran en parte casa de huéspedes y en parte oficinas de empleo; donde también los trabajadores podían aprender a leer y a escribir, recibir clases sobre religión, economía o cuestiones cívicas. Estos se financiaban inicialmente con donativos privados y más tarde con pequeñas suscripciones administradas por el clero diocesano.
20 Según esta ley, lo salarios tienden a mantenerse en el mínimo indispensable para la subsistencia; o incluso por debajo de ese nivel para desarrollar una esclavitud industrializada.
21 El Estado de Bienestar, desde una perspectiva práctica, tuvo su origen en la Alemania del canciller Bismarck cuando se desarrolló un sistema de seguros obligatorios de enfermedad, accidentes laborales y de jubilación, entre 1883 y 1889. La denominación de Estado de Bienestar fue elaborada por el hacendista germano Adolf Wagner en 1879. Para más datos consultar De Blas, Andrés. y Pastor, Jaime. Fundamentos de Ciencia Política. UNED. Madrid, 1997.
22 Sanz de Diego, Rafael. Pensamiento social cristiano I, pp. 99.
23 Marc Sangnier quería que esta élite se seleccionase en vez de elegirse, pues tenía una idea del futuro político como la de una élite meritocrática de trabajadores presidiendo una sociedad formada por asociaciones voluntarias y sindicatos. El partido político resultante condenó al capitalismo y veía a la democracia como la responsable de la manifestación de la conciencia y la responsabilidad cívica de cada individuo.
24 Los ataques de Stoecker a los judíos más ricos e influyentes como el banquero de Bismarck, Gerson Bleichröder, irritó muchísimo a las élites dirigentes, llegaron a provocar disturbios antijudíos en algunas zonas y llevó a destacados dirigentes protestantes, así como al dirigente católico Windthorst, a criticarlo con dureza. Esto nos indica que el protestantismo se había contaminado del antisemitismo y la patriotería que llevaron a Hitler al poder.
25 La legislación sobre seguridad social incluía la Ley del Seguro de Enfermedad de 1883, la Ley de Seguro de Accidentes de 1884 y la Ley de Seguro de Invalidez y de Jubilación de 1889. el propio Bismarck calificó esta legislación de <<cristianismo práctico>>.
26 Burleigh Michael. Poder terrenal, pp. 504.
27 Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 512.
28 Benedicto XV intervino para poner fin a las deportaciones alemanas de civiles belgas y protestó públicamente contra el exterminio de los armenios a manos de los turcos.
29 Cf. Burleigh, Michael. Poder terrenal, pp. 16 y ss.
Recibido: 01/07/2017
Aceptado: 29/08/2017
Publicado: Agosto de 2017
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