Alberto Enrique D’Ottavio*
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
aedottavio@hotmail.comRESUMEN
Tomando en cuenta que varios sectores sociales (empresarios, sindicalistas, periodistas, intelectuales y viandantes) prosiguen, dolosa o culposamente, dificultando y condicionando la democracia republicana, consagrada en la Carta Magna, este trabajo hace foco en su némesis: el comportamiento populista, y en una cosmovisión más centrada en la conveniencia económica personal o sectorial que en los principios institucionales. Partiendo de la lúcida caracterización de un escritor argentino contemporáneo profundiza consideraciones hechas en trabajos previos mediante el abordaje tanto de la prevalencia de las opiniones superficiales sobre los juicios críticos y reflexivos, como de la vigencia del realismo mágico, ambas obstáculos de la antedicha democracia, y facilitadoras, a la vez, del retorno del populismo, piedra angular de la decadencia argentina.
Palabras clave: Populismo, República, Doxa, Epistéme, Realismo mágico, Argentina
ABSTRACT
Taking into account that several social sectors (business owners, union members, journalists, intellectuals and pedestrians) continue deceitfully or culpably hindering and conditioning the republican democracy consecrated in the Constitution, this paper focuses in its nemesis: the populist behavior, and in a cosmovision more centered in personal or sectorial economic conveniences than in institutional principles. Starting from the lucid characterization of an Argentinean contemporaneous writer, it also digs into considerations exposed in previous communications. In this regard, it tackles superficial opinions overriding critical and reflexive judgments as well as the currency of magic realism, both restricting the abovementioned democracy and making easier the return of populism, cornerstone of Argentinean decline.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Alberto Enrique D’Ottavio (2016): “El país de los caranchos”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (octubre-diciembre 2016). En línea:
http://www.eumed.net/rev/cccss/2016/04/populismo.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss201604populismo
A manera de introducción
Distintos sectores sociales (empresarios, sindicalistas, periodistas, intelectuales y viandantes) continúan, dolosa o culposamente, dificultando y condicionando la democracia republicana, consagrada en la Constitución Nacional.
Complementando y ampliando trabajos previos al respecto (D’Ottavio, 2014, 2016), la presente comunicación hace hincapié nuevamente en su némesis: la conducta populista, y en una persistente desazón económica de raíz más personal o sectorial que institucional.
Partiendo de una lúcida caracterización de Jorge Fernández Díaz (2016), profundiza tales consideraciones precedentes mediante el abordaje tanto de la prevalencia de las opiniones superficiales sobre los juicios críticos y reflexivos, como de la vigencia del realismo mágico, obstaculizadoras ambas de la antedicha democracia y facilitadoras, a la vez, del retorno del populismo, piedra angular de la declinación argentina.
De Los Caranchos de la Florida1 a los caranchos de a pie
Señala el periodista, escritor y miembro de la Academia Argentina de Letras D. Jorge Fernández Díaz que en “la mordaz jungla de la política, donde anidan desde hace tiempo los "gusanos" anticastristas y los "gorilas" del antiperonismo, se agrega ahora un ave autóctona de larga tradición: el "carancho". Injustamente olvidada en el catálogo de la decadencia, esta especie carnívora se ha dedicado durante años a depredar el Estado cuando su facción gobierna y a cobrar protección cuando corretea en el llano; a justificar su rapiña en nombre de pobres y ausentes, y a aprovechar que su víctima queda exangüe para desplegar su furibundo escarnio y preparar su suicidio asistido. El carancho tiene predilección por picotearte los ojos; necesita verte caído y fuera de juego. El caranchismo es un virus pedigüeño y extorsivo, pero también destituyente - el plumífero puede adoptar distintas tácticas temporales - puesto que hay en la pajarera vernácula caranchos urgentes y caranchos con paciencia. Todos, sin embargo, conciben a la democracia republicana como una sandez neoliberal, a las presidencias no peronistas como una intrusión intolerable, y a cualquier coalición que no sea la propia como una partidocracia cipaya con destino de helicóptero”2.
Dichos caranchos, verdadero acierto zoológico de Fernández Díaz, son contemplados con simpatía, y las más de las veces apoyados en las urnas, por una mayoría de votantes con inclinaciones tan mendaces, tan afectas al mangoneo y a la precitada depredación (todas ellas consustanciales con la delincuencia sistemática) como las tenidas por sus votados que, con las honrosas excepciones de rigor, representan habitualmente su quintaesencia.
A tan condenables características puede sumarse la afición por las opiniones en desmedro de los juicios reflexivos y críticos y el despeño en un realismo mágico que lleva a aislarse de la realidad, a creencias sobrenaturales y a pensamientos abracadabrantes acerca de soluciones sencillas para problemas complejos, entre otros desatinos.
Las inacabables opiniones
Para los griegos, la doxa u opinión era un conocimiento rudimentario, incompleto y acotado asociado con una percepción sensorial primitiva, que bien podría relacionarse en la actualidad con lo emocional y lo ingenuo. Era, según establecían, un saber aparente, distante de lo real, y, por ende, engañoso y susceptible de conducir hacia la falsedad. Por ende, lo identificaban: empírico, vulgar, y propio de sujetos poco cultivados. A la fecha, se la prosigue caracterizando como un conocimiento no sistemático que elude el tamiz de la crítica, entendida ésta como el cotejo entre los pros y los contras de algo en proceso de juzgamiento.
En cambio, la epistéme constituía un saber cierto que escudriñaba las causas y fundamentos de las cosas. Además, era objetivo porque eludía las construcciones artificiales, y era sistemático, pues seguía de manera ordenada parámetros lógicos y racionales. Sintetizando, se trataba de un conocimiento científico por sus características coherentes, metódicas, rigurosas, críticas y lo más objetivas posible dentro de una inevitable subjetividad. Más allá de variaciones diacrónicas, el propósito de alcanzar tal tipo de conocimiento sobrevive aún en las ciencias y en la filosofía, cada vez que se pretende hacer ciencia filosóficamente y filosofar científicamente. En este sentido, corresponde agregar que el muy meneado pero escasamente ejercitado pensamiento crítico, piedra clave del científico, forma parte indisoluble de la epistéme.
En tal contexto, dable es asistir con cierta frecuencia a adhesiones (cuando no, a sumisiones) predominantemente afectivas e intelectualmente acríticas hacia dichos y acciones de personas o grupo de ellas. Este tipo de vínculos no se hallan sustentados en análisis que consideren sus trayectorias previas, su franco desinterés en el proceder y su responsabilidad, en tanto dar escrupulosa cuenta de los propios actos, sino en fidelidades parciales basadas en aspectos puntuales de carácter nada integral. De allí que, así enmarcado, lo que se expresa diste de ser epistémico, para circunscribirse a simples opiniones, siempre debatibles e insustanciales las más de las veces.
En suma, cuando se opina sin fundamento y superficialmente se hace prevalecer, por sobre los datos objetivos y el contexto, las preferencias subjetivas o aquéllas indicadas por subordinantes.
Ese duradero y, por momentos, creciente predominio de la doxa en nuestra sociedad resulta digna de preocupación ya que, según modesto entender, cuando se extiende, termina por afectar de manera negativa a la convivencia en particular y a la institucionalidad en general.
Lo antedicho, quizás entendible aunque no justificable, se torna más inquietante cuando se lo registra en ámbitos donde debiera preponderar la epistéme (entidades educativas, investigativas y periodísticas). Y lo es, puesto que se valora que allí transitan y trabajan individuos entrenados en ella, quienes, por fuerza, deben practicarla, soslayando derrumbes en improcedentes dogmatismos.
En tal situación, lo emocional nubla o anula la conciencia racional en las mentes ilustradas, impidiéndoles, entre otros desaciertos y sólo a guisa de ejemplo, descubrir lo espurio dentro de fines presentados como nobles. Ello, además de revelar un sectarismo de difícil o nula reversión, puede conducir a algunos hacia una rigidez más indeseable aún: la de ser extremistas de la propia ciencia y no, sensatos cultivadores de la misma y de sus aplicaciones.
Poniendo a salvo a dignos periodistas, otros representantes del cuarto poder más que reflejar la realidad - según repiten ellos mismos – terminan refractándola y moldeándola a voluntad, con dichos y gestos que nadie solicita, para formar, a su vez, opinión debidamente orientada.
Puede que, entre doxa y epistéme, transiten, asimismo, los fanatismos y las convicciones ya que mientras éstas, por firmes que sean, son fundadas, debatibles, pasibles de crítica, potencialmente mutables y, por consiguiente, no tienen por qué generar violencia, los fanatismos - cualesquiera sean las razones que los generen y por honrosos que sean o luzcan- implican todo lo contrario.
Algunos rasgos del realismo mágico argentino
Tras años de entronización, la mediocridad, derivada de la postergación de la epistéme en bien de la doxa, se ha tornado moneda corriente en una hermosa tierra poblada de cultores del realismo mágico.
Creación literaria latinoamericana de mediados del siglo XX, éste es ejercitado a diario por muchos, que se dicen políticos; tanto por quienes jamás llegarán a administrar las arcas públicas2 como los que, pudiendo hacerlo o habiéndolo realizado repetidamente, lo hacen en propio y fructuoso beneficio.
Por el contrario, los correctos, aquéllos genuina y desinteresadamente bienintencionados, serán desplazados a como dé lugar por no adherir a un realismo irreal que sólo trae déficits, ruina, desesperación e infelicidad pero que tanto place a viandantes opinantes sin juicio crítico como a aquéllos que, poseyéndolo, juegan de modo abusivo al Antón pirulero.
Otra muestra de esta fantástica andadura, son los saltimbanquis de la política que cambian de partido, movimiento, frente o como quiera que se lo designe. Estos volatineros proclaman (y hasta vociferan) hacerlo en nombre de fines superiores cuando, en realidad, usualmente lo llevan a cabo en favor de intereses inferiores. No escatiman pretextos en el transcurso de un viaje que puede ser hecho en una escala o en varias; esto último es más perceptible cuando su partido llega al poder y, travestido de derechas o de izquierdas, permanece por añares. Ellos (y ellas, pues corresponde ser justos) harán lo indecible para justificar su hipocresía o, quizá, cínicamente nada explicarán.
Cabe ahora sumar a ello una faceta ligada a la supervivencia económica. En este sentido, cada sector social, desde el más bajo al de más alto estándar, anhela e intenta consumir cualitativa y cuantitativamente por encima de sus posibilidades. Se valen para ello de una cadena de deudas que los coloca al borde de la bancarrota; cuando no, en la ruina misma. Lo contradictorio es que quienes no paran mientes en endeudarse puertas adentro ponen el grito en el cielo cuando lo hace el país, aunque lo realice para infraestructura progresiva y no para sanear propias exageraciones financieras. El dilapidar por placer conduce a quedar displacenteramente endeudados, conlleva frustración y enojo y suele redundar no sólo en inusitados requerimientos mediáticos sino en violencia de variado tipo.
En estos despropósitos, la cultura del trabajo y del esfuerzo queda pospuesta ante la consumista; el ahorro racional permanece postergado por el goce transitorio, vano y adormecedor, y el consumo sensato para una vida digna, relegado por el dispendio, aún en épocas de crisis.
En suma, racionalidad y reflexión, propias de la epistéme, subyacen a lo instintivo y acrítico, más propio de la platónica doxa.
Expresión palmaria de este realismo mágico en el que viven y perviven cantidad de coterráneos es la escena con la que concluye el filme “Plata Dulce”4.
En ella, el actor Julio de Grazia visita al encarcelado Federico Luppi. Vigilados por un hierático guardia cárcel y durante su diálogo de corte familiar, se aprecia el fugaz resplandor de un relámpago y se oye un trueno. Cuando se repite el fenómeno, Luppi augura: “Mirá…¡Cómo va a llover!”. De Grazia, tras una broma sarcástica entre el agua que caerá y el dinero líquido que llevó a Luppi entre rejas, afirma: “…Sabés cómo le viene esta lluvia al campo”. Luppi ironiza: “¿Vos tenés campo?”. De Grazia remarca: “¡No! pero está el país. La cosecha, viejo. Con una buena cosecha nos salvamos todos”. Retornan luz y trueno. ¡“Cómo llueve”! – se admira De Grazia- No hay nada que hacerle –agrega- Dios es argentino”, Ante una mirada entre resignada y socarrona de Luppi, De Grazia insiste:”¡¿Qué, no me creés?! ¡Dios es argentino!”.
Con ambos observando la lluvia que empaña los vidrios del penal y que, mágicamente, será “la salvación argentina” llega el final.
Como en modo alguno estas reseñas pretenden agotar estas sinrazones, ojalá pueda el sapiente y paciente lector ampliarlas ad infinitum.
Colofón
Argentina es un inagotable venero de absurdos, de paradojas y de contrasentidos. Sin embargo, como en el filme de Federico Fellini: Y la nave va, el país – ora, a flote; ora, sumergido a medias - va. En realidad, el problema no reside en esto sino en cómo va.
A ese respecto, sirvan los párrafos reseñados como muestra de ello y de permanente preocupación a fin de que la nave enderece definitivamente su rumbo y no lo vuelva a torcer hacia indeseables playas involutivas.
Cerrando estas reflexiones, Marcos Aguinis en uno de sus variados textos (2001) recoge algunas sentencias sobre el aquí designado país de los caranchos.
Así, el autor cordobés registra que el cómico mexicano Mario Moreno, hipocorísticamente Cantinflas, abrevió de maneraimplacable: “La Argentina está compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla, pero no lo logran”.
Por su parte, Albert Einstein preguntó: ¿Cómo puede progresar un país tan desorganizado?
A su vez, Giuseppe Bevione en su libro L’Argentina (Turín, 1911) se asombraba porque el Poder Judicial no tenía independencia ni el Ejecutivo, frenos, a la luz del despilfarro de fondos públicos con fines demagógicos o sencillamente propagandísticos. Asimismo, le sorprendía la voracidad de sus gentes por tener pensiones públicas, convencidas de que trataba de un derecho natural. Finalmente, lo pasmaba cuán suntuosa e hiperbólica era su arquitectura.
Excediendo estos dichos, y también en consonancia con Aguinis: “Nos duele la Argentina y su pueblo. Por eso es atroz nuestro querer”.
NOTAS AL PIE
BIBLIOGRAFÍA
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