Revista: CCCSS Contribuciones a las Ciencias Sociales
ISSN: 1988-7833


LA LUCHA SOCIAL MULTISECULAR FEMENINA POR ACCEDER A LA PRÁCTICA MÉDICA

Autores e infomación del artículo

Larisa Ivón Carrera

Alberto Enrique D’Ottavio

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

decanato@fcm.unl.edu.ar

Resumen
El presente trabajo da cuenta de la lucha social multisecular femenina por acceder a la práctica médica, desde el siglo XXVIII AC hasta inicios del siglo XX, a través de una sucinta reseña histórica. Intenta, así, mantener viva en la memoria a muchas de las que, prohibidas, perseguidas, ocultas, travestidas, traicionadas o luchando por su reconocimiento e incorporación a dicha práctica, contribuyeron, directa y/o indirectamente, al mejoramiento médico. En la actualidad, transitando la segunda década del siglo XXI, a pesar de ser mayoría en las admisiones y graduaciones médicas y de haber conquistado lugares dentro de la práctica profesional y de la gestión institucional otrora vedados, su porfía continúa.
Palabras clave: multisecular, lucha, social, mujeres, acceso, práctica, Medicina, historia.

Summary
This paper exposes the age-old social struggle carried out by women for accessing to medical practice from the XXVIII th. century BC to the beginnings of the XX th. century. In this regard, it intends to keep alive, through a brief historical review, the memory of those fighters who forbidden, chased, transvestite, betrayed or struggling for their recognition and incorporation to the aforesaid practice, contributed directly and/or indirectly to medical improvement. At present, during the second decade of the XXI century, their struggle still endures, regardless being majority in medical admissions and graduations and after having conquered formerly prohibited places into professional practice and management.
Key words: age-old, struggle, social, women, Access, practice, Medicine, history.



Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:

Larisa Ivón Carrera y Alberto Enrique D’Ottavio (2016): “La lucha social multisecular femenina por acceder a la práctica médica”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (enero-marzo 2016). En línea: http://www.eumed.net/rev/cccss/2016/01/lucha.html

http://hdl.handle.net/20.500.11763/CCCSS-2016-01-lucha


Introducción
La lucha femenina por desempeñarse en el campo médico se remonta históricamente al Egipto faraónico. Desde entonces, recorriendo las edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea, las mujeres no han cejado en su empeño por lograrlo valiéndose de las más variadas estrategias para vencer los diversos y antiquísimos obstáculos opuestos a sus designios.
En ese marco, el presente trabajo da cuenta diacrónica de tal pertinacia a partir de aquella destacable civilización y hasta inicios del siglo XX e intenta echar luz sobre muchas de las involucradas en tal batallar a fin de mantener viva la memoria de quienes bregaron por su reconocimiento e incorporación a la práctica médica, lograron su cometido y abrieron brechas en discriminadores prejuicios de época.

Una lucha milenaria
A. – Egipto y Europa [1][2]
En el Antiguo Egipto, cuna de la medicina occidental, hubo mujeres que estudiaron y se dedicaron primordialmente a las hoy designadas Tocoginecología y Neonatología en las casas de salud de las ciudades de Sais (Zau) en el delta del Nilo y de Heliópolis (Un), cerca de El Cairo actual.
Empero, la Historia de la Medicina considera a Merit Ptah (Amada por el Dios sanador Ptah) (siglo XXVIII a. C), como la primera mujer destacada en ambos menesteres.
Más cercana en el tiempo, la escuela pitagórica permitió el ingreso femenino a partir del siglo VI a. C. Dos siglos más tarde, sobresale la ateniense Agnódice, quien travestida de varón estudió Medicina con Heróphilo de Calcedonia en Alejandría, graduándose en Tocoginecología. Nuevamente en Atenas y aún con vestimentas masculinas, ejerció solventemente su profesión entre las aristócratas. Celosos, los médicos la denunciaron como corrompedora de esposas. Agnódice develó judicialmente su femenina condición y fue condenada a muerte pues, como mujer, le estaba vedado estudiar Medicina. El apoyo de sus pacientes, que amenazaron morir con ella, conllevó su liberación y la autorización para continuar ejerciendo engalanada como le pluguiera. Más aún, implicó la modificación legal permitiendo el ingreso femenino a la Medicina.  
El platonismo y, en particular, el aristotelismo, con su notoria desestima hacia la mujer, condujeron a su oscurecimiento histórico.
En Roma (siglo I a. C), adquirieron relevancia la ginecóloga Olimpia de Tebas, la obstetra Elefantide de Lemnos, escritora de un tratado y maestra tan bella que - según la leyenda – se ocultaba de la vista de los estudiantes tras una cortina, y la oftalmóloga Salpa de Lemnos.
En el siglo II, Galeno rescató a Origenia, con sus tratamientos para la tos, la hemoptisis, el estómago y la diarrea; a Eugerasia, para la nefritis y el bazo, y a Antioquis, amiga y colaboradora suya en la escuela médica de la Colina Esquilina, dedicada al dolor pectoral, esplenopatías y gota.

A ellas pueden agregarse en dicho siglo: Cleopatra, redactora del tratado De Geneticis, y Aspasia, grecorromana especialista en Ginecología, Obstetricia y Cirugía e inventora de un método facilitador para el parto de nalgas.
En el siglo III se recuerda a Metrodora, griega de origen y autora del libro médico más viejo escrito por una mujer: Sobre las enfermedades de la mujer y su cura.
En el siglo IV, la cristiana Fabiola fue una de las quince seguidoras de San Jerónimo, entre otras mujeres que incursionaron en Medicina y asistían a enfermos sin recibir remuneración alguna. A ellas se anexan: Leoparda, Salvina, Victoria, Olimpia y Santa Mónica, madre de San Agustín, quien atendía pobres y enfermos utilizando sus propios medicamentos, cuidaba a las parturientas y proveía alivio a los moribundos.
La decadencia romana hizo emerger sitios culturales en el Mar Mediterráneo. Tales los casos de Constantinopla y Alejandría. En esta última ciudad, durante el siglo III, vivió la alquimista María la Judía a la que se atribuye la creación del baño de María o baño maría.
Ya en la Edad Media, y excediendo el oscurantismo reinante, merece mención la Escuela Médica salernitana del siglo XI, no vinculada a la Iglesia, adonde fuera profesora Trótula di Ruggiero o de Salerno, redactora de Passionibus mulierum curandorum (Trótula Major) y Trótula Minor.  El primero, fue un tratado de Tocoginecología sobre curación de dolencias femeninas, donde, además, conjeturaba que la esterilidad era un problema masculino-femenino y proponía la atención de la mujer por otra persona del mismo sexo. El segundo, por su parte, estuvo orientado hacia la Dermatología y la Cosmética. Ambos textos fueron plagiados y la existencia de Trótula, puesta en duda hasta el siglo XX.
En el siglo XII, la abadesa benedictina Santa Hildegarda de Bingen escribió Liber simplicis medicine, ponderado el libro más valioso de las ciencias médicas y naturales del Medioevo, y Liber composite medicine acerca del origen de las enfermedades y su tratamiento.
Entre los siglos XIII y XVIII las sanadoras fueron consideradas brujas, prohibiéndoseles el acceso a la educación médica. No obstante, en Francia, Italia, Inglaterra, Alemania y Suiza pudieron ingresar al gremio de los cirujanos.
En el siglo XIV, la obstetra Jacoba Felicie curaba pacientes que los médicos diplomados no podían sanar.
Hacia el siglo XV Dorotea Bocchi o Bucca fue catedrática de Medicina y Filosofía Moral por más de cuarenta años, sucediendo a su padre en la cátedra. La Universidad de Bolonia donde esto aconteció permitía el ingreso femenino a diferentes ciencias desde su creación en el siglo XI.
Desde 1493, cuando se doctoró en medicina en la Universidad de Nápoles Constanza Calenda se focalizó en enfermedades oftálmicas.
En suma, a lo largo de las Edades Antigua y Media el aristotélico-tomismo sustentó la división entre varones subordinantes, intelectuales y aptos para la vida pública y mujeres subordinadas, manuales y reducidas al hogar.  
El denominado Renacimiento y la Revolución Científica, poco hicieron para cambiar estas ideas manteniendo en la sociedad valores política e ideológicamente masculinos. Para más inri, los ilustrados de entonces se valieron de la ciencia y de los libros para convalidar la “condición inferior femenina”.
Durante los siglos que abarcaron uno y otra pervivió la persecución, primordialmente religiosa, hacia las mujeres que deseaban acceder a la Universidad. A su pesar, algunas italianas y francesas fueron habilitadas para incursionar en Medicina aunque con cierto grado de restricción.
Hubo, asimismo, quienes se resistieron al estereotipo mujer-madre; entre ellas, la primera médica alemana Dorothea Christiane Leporin. Hija de médico recurrió al Rey de Prusia, Federico El Grande, quien autorizó en 1741 su admisión por parte la Universidad. Prescindiendo de la misma, contrajo matrimonio con el diácono Johann Christian Erxleben, acrecentó sus conocimientos médicos estudiando y practicando, y recién tras el nacimiento de su cuarto hijo aprobó sus exámenes en la Universidad de Halle durante 1754 con casi 40 años. Su tesis doctoral versó sobre las causas que alejan a las mujeres del estudio.
Durante la decimoctava centuria, Anna Morandi Manzolini estudió Medicina en la Universidad de Bolonia, siendo posteriormente catedrática de Anatomía de esta institución. Además, fue miembro de la Sociedad Científica de Rusia y dictó conferencias en Londres. Por su parte, María Pettracini obtuvo la licenciatura en Medicina en 1780 en Florencia y fue, luego, profesora de Anatomía en Ferrara, y María delle Done se dedicó a Obstetricia.
A inicios del siglo XIX, dos mujeres necesitaron todavía vestirse de hombres para estudiar y ejercer la Medicina: la irlandesa James Miranda Stuart Barry (nacida Margaret Ann Bulkley) y la suiza Henriette Faver Caven (Enrique o Enriqueta Faber, Faver o Favez).
Stuart Barry se recibió de médico en Edimburgo y calificó posteriormente ante el Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra. Tras cumplir con distintos destinos como miembro del ejército y desempeñar sucesivos cargos jerárquicos en Cirugía se retiró de las fuerzas armadas. Su verdadero sexo fue descubierto después de su muerte.
Faver Caven estudió Medicina en París bajo el nombre de Henri Faver (existen citas con el apellido Fuenmayor) y obtuvo el título de médico cirujano. Formó primeramente parte del ejército napoleónico para terminar recalando en Cuba durante su azarosa y atribulada vida. Allí, con consecuencias judiciales, fue develado su verdadero sexo y condenada a abandonar la isla. Tras pasar por México arribó a Nueva Orleans, Persiste el debate acerca de su derrotero ulterior. Fue la primera mujer médico de Cuba legalmente autorizada por el Protomedicato de la Habana y pionera del movimiento feminista en la isla y el mundo.
A mediados del siglo XIX, valiéndose de distintas tácticas, las mujeres comenzaron a tener acceso a universidades y academias y a obtener, primero, licenciaturas, y, más tarde, doctorados.
En 1867 se graduó en Medicina la rusa Nadeshda Prokofevna Suslova en la Universidad de Zurich, la más liberal de entonces, con una disertación sobre los ganglios linfáticos.  
En 1870, Frances Elizabeth Morgan fue la primera británica en recibir un doctorado en Medicina en una universidad europea (nuevamente Zurich) y la primera médica registrada en Gales.
Meses después lo hizo la inglesa Elizabeth Garrett Anderson en la Universidad de París, tras prolongados inconvenientes. Fue la primera inglesa en calificar como médica y cirujana en el Reino Unido, cofundó The London School of Medicine for Women en 1874 y fue la primera decana de una escuela médica británica.
En 1877, Sofía Jex-Blake fue la primera en graduarse de médica en Edimburgo (Escocia) con una tesis sobre fiebre puerperal.
En España, la barcelonesa Dolors Aleu i Riera, quien ingresara en 1874, se convirtió en la primera mujer licenciada en Medicina y en la segunda en lograr el título de doctora durante 1882. Si bien ella había concluido sus estudios en 1879, el permiso para licenciarse se dilató burocráticamente un trienio. Se especializó en Ginecología y Pediatría.
En simultáneo, finalizó su carrera la leridana Martina Castells Ballespí, fallecida temprana y lamentablemente antes de poder ejercer la profesión.  
En realidad, la primera matriculada universitaria española fue la tarraconense María Elena Maseras i Ribera, admitida en 1872 y egresada médica en 1878. Empero, una intencionada demora en la tramitación de su examen de grado le impidió un rol pionero. Mientras aguardaba, concluyó estudios de magisterio, actividad a la que se dedicó hasta su fallecimiento en 1900. A diferencia de las antes citadas, no se doctoró.
En Portugal, Elisa Augusta da Conceição Andrade (1889 en Lisboa, aunque polémica), Amélia Cardia dos Santos Costa (1891 en Lisboa) y las hermanas de Morais Sarmento: Aurélia y Laurinda (1891 en Porto) y Guilhermina (unos años después) fueron las médicas precursoras.
En 1896, la educadora humanista Maria Montessori fue la primera mujer italiana en graduarse como doctora en medicina. Se dedicó a Psicología, Psiquiatría y Pedagogía.
Empero, la ciencia persistía en demostrar la inferioridad femenina desde lo biológico (el psiquiatra alemán Pablo  Moebius y el médico francés Paul Broca), lo filosófico (el austríaco Otto Weininger) y lo psicoanalítico (el moravo Sigmund Freud) a la par que la religión – encíclicas papales incluidas – perseveraba en sostener que el lugar de las mujeres era el hogar y el cuidado de la familia
B.- América [2]
En 1849, Elizabeth Blackwell, inglesa de nacimiento, fue la primera mujer en recibir el título médico en EEUU. En 1868 fundó una Universidad de Medicina para mujeres y al año siguiente marchó hacia Inglaterra donde ejerció la cátedra de Ginecología hasta su jubilación en 1907.
La primera médica latinoamericana fue la colombiana Ana Galvis Hotz, graduada en Suiza en 1877. A ella le sucedieron la médica carioca María Augusta Generoso Estrela, graduada en 1881 en el Geneva Medical School (hoy, Hobart & William Smith Colleges o Colleges of the Seneca Lake) y Hospital for Women (Nueva York, EEUU) y la pernambucana Josefa Águeda Felisbella Mercedes de Oliveira, quien egresó también en 1881 y en el mismo College neoyorquino. Ambas se conocieron allí y fundaron una publicación literaria “A Mulher”, editada en Nueva York y distribuida en las ciudades capitales brasileñas. Por entonces, aunque las universidades brasileñas no aceptaban mujeres María Augusta Generoso Estrela obtuvo una bolsa de estudios de su gobierno y fue, luego, profesora titular en la Facultad de Medicina de la Universidad de San Pablo.
Brasil, Chile, México, Cuba y Argentina recién habilitaron su ingreso de mujeres a la Universidad en la década del 80 del siglo XIX. Y lo concretaron mayoritariamente en ciencias de la salud; en las entonces rotuladas menores: Obstetricia, Farmacia y Odontología, y en la considerada mayor: Medicina.
En 1879, una reforma educativa parlamentaria permitió el acceso femenino a la Universidad. Las tres primeras mujeres graduadas en Brasil fueron: Rita Lobato Velho Lopes de Río Grande del Sur, graduada durante 1887 en la Facultad de Medicina de Bahía, fue la primera médica brasileña y la segunda latinoamericana; la portoalegrense Ermelinda Lopes de Vascocellos finalizó su carrera en 1888 y la pelotense Antonieta Cesar Dias, en 1889.
Ese mismo año, el Ministerio de Instrucción Pública chileno decretó el acceso femenino a la Universidad. Se graduaron dos chilenas: Eloísa Díaz Insulza, licenciada en Medicina y Farmacia en 1886 y doctorada en Medicina y Cirugía en 1887 - primera mujer médica en Chile y en Latinoamérica -, y Ernestina Pérez Barahona, graduada como médica siete días después que Eloísa. Esta última lideró luchas contra el alcoholismo, la tuberculosis y el cólera y se especializó en Ginecología escribiendo un Compendio sobre dicha especialidad.
Por entonces, lo haría también la mexicana Matilde Montoya, la primera médica cirujana de México. Aparentando ser mayor de edad, consiguió en 1870 matricularse en la Escuela Nacional de Medicina para ser obstetra. Tras graduarse en Obstetricia en 1872 ingresó al Hospital de San Andrés. Un grupo de médicos apreció su dedicación, avidez de conocimientos e inteligencia. Eso le acarreó la crítica de sectores eclesiásticos ultramontanos que la estigmatizaron como “apóstata por profesar el protestantismo”. Contra viento y marea, ingresó a la Escuela Nacional de Medicina en 1882 y obtuvo el título de médica cirujana en 1887. Respetada profesional se especializó en Ginecología con el único propósito de ayudar a las mujeres. En su memoria, la Academia Nacional de la Mujer, creó el Premio Matilde Montoya que se otorga cada año a la médica más destacada de México.
Laura Martínez de Carvajal y del Camino fue la primera mujer médica y la primera oftalmóloga de Cuba. Se matriculó junto a su hermano en las carreras de Ciencias Físico-Matemáticas y Medicina (Universidad de La Habana) en 1882. Desde entonces, conquistó el respeto y la admiración de sus compañeros con su trabajo diario en una sociedad que no admitía mujeres en esa posición. Se graduó en Medicina con notas sobresalientes en 1889. Colaboró con su esposo en gran cantidad de publicaciones como “Notas Fisiológicas”, “Observaciones Clínicas”, “Ocular leprosy”, así como en los tres volúmenes de “Oftalmología Clínica” (obra que no firmó con su marido pero de la que se sospecha fue coautora).
La primera profesora universitaria cubana fue Luisa Pardo Suárez  que, graduada de Doctor en Medicina en 1904, fue Ayudante en el Laboratorio de Histología Patológica en 1905.
En Argentina y sin olvidar a la pionera Elida Passo cuya graduación frustró la muerte, Cecilia Griergson y Elvira Rawson Guiñazú lo hicieron en la Universidad de Buenos Aires durante las décadas del 80 y del 90, respectivamente. En esta última década lo lograron, también, Petrona Eyle en Suiza, Rosa Pavlovsky en París y Margarita Práxedes Muños en Chile.
Cecilia Griergson, considerada representante de un feminismo equilibrado y práctico, fue la primera médica argentina. Ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1882 y concluyó en 1889 con una tesis sobre Ginecología. Promovió disciplinas como la Kinesiología y la Accidentología al fundar la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. Fomentó la Puericultura, fue precursora de la enseñanza de ciegos y sordomudos, creó la Asociación Obstétrica Nacional y la Revista Obstétrica y, con Alicia Moreau de Justo, Elvira Rawson y Julieta Lanteri-Renshaw, participó del inicio del Partido Socialista Argentino desde 1896. Juntas lucharon por los derechos civiles y políticos femeninos, por la igualdad de oportunidades educativas y de trabajo y propusieron reformas al Código Civil en beneficio de la situación de la mujer (concretadas en 1926). Fundadora – siendo aún estudiante de Medicina- de la primera Escuela Argentina de Enfermeras a la que dirigió hasta 1913, la Escuela de Enfermería de la Ciudad de Buenos Aires la homenajea con su nombre.
Finalmente, la carrera de Medicina en Rosario se inició el 1 de Junio de 1920, dependiendo inicialmente de la Universidad Nacional del Litoral. Francisca Montaut de Osuna en 1929 se constituyó en la primera egresada.  Su título fue Doctora en Medicina –  así figura en el archivo de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario-, se dedicó a Pediatría ingresando como parte del cuerpo médico del Hospital de Niños e Instituto de Puericultura de Rosario (desde 1946 llamado Hospital de Niños Víctor J. Vilela) donde igualmente se desempeñó en la atención  del consultorio de Clínica Médica. 
Conclusión
En el marco de esta batalla secular, las mujeres salvaron distintos obstáculos ligados a diferentes momentos de la carrera y del ejercicio médico ya que una y otro les estaban negados. Vale destacar que el cursar Medicina no rompía por completo el rol de mujeres cuidadoras de la higiene del hogar y de los niños, por lo que varias de las primeras médicas incursionaron en Tocoginecología y Pediatría.
Este trabajo, con las involuntarias omisiones que empresas como ésta conlleva, pretende mantener viva la memoria de todas aquellas mujeres que, prohibidas, perseguidas, travestidas y/o traicionadas aunque indoblegables en su lucha por ser reconocidas e incorporadas a la práctica médica, pugnaron perseverantemente para ello.
Transitando ya la segunda década del siglo XXI, pese a ser mayoría en las admisiones y graduaciones médicas y tras haber conquistado lugares dentro de la práctica profesional y la gestión institucional, restan aún resabios de discriminación de género [3] que las fuerzan a continuar avante.

Nota
Algunas de las mujeres citadas fueron homenajeadas cinematográficamente; entre ellas: Élida Passo, Cecilia Grierson y Elvira Rawson Guiñazú en el filme argentino “Allá en el setenta y tantos” (1945); María Montessori en el TV film italiano: “María Montessori: una vita per i bambini” (2007) y Henriette Faver en el cortometraje “Enriqueta Faber“(1998) y el mediometraje documental “Favez” (2004), ambos cubanos
Referencias
[1] Carrera LI, Palermo AI. D’Ottavio, AE. (2010) Increased feminine matriculation in Argentinean medical schools. Identification of possible reasons underlying a seemingly broader phenomenon. Educational Research 1(6), 166-170.
[2] Carrera LI. (2008) Tesis de Maestría en Educación Universitaria: Elección de la carrera médica por parte de las mujeres en la Universidad Nacional de Rosario FHAUNR.
[3] Arrizabalaga P, Valls-Llobeth C. (2005) Mujeres médicas: de la incorporación a la discriminación. Medicina Clínica.125 (3), 103-107


Recibido: 27/03/2016 Aceptado: 31/03/2016 Publicado: Marzo de 2016

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