Emilio Ferreiro Lago
Formador y director de proyectos
emilio.ferreiro@outlook.comRESUMEN
Comenzamos este ensayo con una aproximación conceptual a la compleja y misteriosa idea-fenómeno del tiempo, pero un acercamiento inacabado, pues no se trata tanto de definirlo sino de introducir de alguna manera a qué nos referimos cuando hablamos del tiempo. Puesto que queremos conocer cómo se ha transformado el tiempo en la sociedad del conocimiento y cómo las personas lo perciben en su vida, parece lógico observar también, aunque sea brevemente, cómo el tiempo ha cambiado en periodos anteriores de la humanidad. Tras ello, nos introducimos de lleno en las características del tiempo en la sociedad del conocimiento de acuerdo con algunos autores relevantes, dedicando dos incisos especialmente a Internet y al trabajo, dos entornos muy significativos para apreciar la transformación del tiempo. Finalmente, llegamos a algunas “(in)conclusiones”, apartado que hemos denominado así porque penosamente se puede concluir en observaciones definitivas ante un concepto tan escurridizo
Palabras clave: tiempo, sociedad del conocimiento, Internet, trabajo, cambio social.
ABSTRACT
A conceptual approach to the complex and mysterious idea-phenomenon of time is the starting point of this essay. Its purpose is to introduce a basic concept of time one can relate to, rather than delimiting it by defining it. It is therefore interesting knowing how time has changed in knowledge society and how people perceive it in their lives. Moreover, it seems natural to consider too, even shortly, how time has changed throughout human history. After this, we will regard, according to some relevant authors, time features present in knowledge society, while we focus on Internet and work, two very meaningful fields in order to asses time’s changes. Finally, we reach some ‘(no)conclusions’, named after the difficulty to reach definite and absolute conclusions given the complexity of the concept.
Keywords: time, information society, Internet, labour, social change.
Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:
Emilio Ferreiro Lago (2015): “La transformación del tiempo en la sociedad del conocimiento: una (des) aproximación teórica”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, n. 29 (julio-septiembre 2015). En línea: http://www.eumed.net/rev/cccss/2015/03/tiempo.html
1. LA (IN) DEFINICIÓN DEL TIEMPO
Se dice repetidamente que tiempo y espacio están cambiando en la sociedad del conocimiento. Si es así, ¿cómo está cambiando? Este trabajo se propone acercarse al estado de la cuestión sobre la transformación del tiempo a través de un recorrido por la argumentación y los discursos de algunos estudiosos del tiempo y de la sociedad del conocimiento. Aunque tiempo y espacio fueron categorías autónomas hasta finales del siglo XIX (Bagú, 1970: 105), hoy en día casi nadie duda de que no es posible medir el tiempo sin hacer referencia al espacio y viceversa (destacamos “casi”, pues veremos que hay alguna opinión discrepante). Así, Norbert Elias (2010: 111-112) advierte y argumenta que espacio y tiempo no son magnitudes separables, pero tal y como hizo Manuel Castells en su obra La era de la información, a sabiendas de que “espacio y tiempo están entrelazados en la naturaleza y en la sociedad” (Castells, 2001: 453), nada impide que aquí podamos desarrollar, a efectos esencialmente prácticos, también un trabajo descriptivo y aproximativo sobre el tiempo relacionado con otros aspectos de nuestra vida presente. Vaya por delante que no entraremos en el debate terminológico de si debe ser sociedad del conocimiento, sociedad de la información, sociedad red, sociedad digital, economía de consumo o cualquier otra, por no ser objeto de este trabajo. Para una revisión de este concepto, puede consultarse a Karsten Krüger (2006).
La pertinencia de acercarnos a un tema tan complejo, a la vez que enormemente fascinante, se basa en afirmaciones como las de Manuel Castells, quien señala que el tiempo es uno de los cimientos de la sociedad red (Castells, 2001: 507) o de Norbert Elias (2010: 31-32), quien señala que:
En las sociedades antiguas, las exigencias sociales respecto a la determinación del tiempo no eran ni con mucho tan apremiantes como en los Estados muy organizados de la Edad Moderna y menos aún como en las sociedades industrializadas de la actualidad.
Pero probablemente no hay un término más difícil y arriesgado de definir en un diccionario como el tiempo. La lectura de unos cuantos artículos y libros terminan por dejar a uno con la sensación de saber aún menos del tiempo que antes de empezar a leer. Resulta curioso que científicos tan dispares como Elias Norbert –sociólogo-, David Landes -historiador y economista-, o Julian Barbour –físico- dediquen las primeras líneas de sus obras sobre el tiempo a citar a San Agustín: “sé lo que es el tiempo, pero si alguien me pregunta, no sabría explicárselo” (Barbour, 1999: 11; Landes, 2007: 1; Norbert, 2010: 10). Además, el tiempo no es el mismo para todo el mundo. Baste como ejemplo observar el uso del tiempo en el lenguaje: en la lengua china, no existen tiempos verbales para indicar el pasado, el presente o el futuro (se marca según el contexto), mientras que en la cultura hindú cuentan con hasta trece palabras para nombrar el tiempo y las divisiones temporales (Viñao, 1994: 13) y en el dialecto siciliano no tienen conjugación verbal para el futuro. Pero al menos nos queda el alivio de saber que es la misma sensación que asalta a todo el mundo aún hoy en día: el tiempo no es tangible y por ello tenemos que valernos de todo tipo de teorías e interpretaciones (Landes, 2007: 1).
Se ha dicho que el tiempo es orden, es cambio, es secuencia, es magnitud y muchas otras cosas más. De la misma forma que para San Agustín, a la gran mayoría de las personas nos resulta muy difícil, si no imposible, definir el concepto del tiempo: definire en latín no significaba otra cosa que poner límites a un concepto. Pero ¿cómo limitar el concepto del tiempo? ¿Realmente tiene límites, hay un comienzo y un final del tiempo? Suponiendo que el tiempo exista y aunque no pueda definirse con precisión, al menos parece que han podido atribuirle algunas características: es unidireccional, solo avanza en la dirección del futuro, lo que ha sido representado como la flecha del tiempo; es acumulativo, pues cada momento del tiempo se acumula al anterior; es irreversible, pues nunca se ha podido observar la reversibilidad; y es irrecuperable. Sin embargo, la opinión más sorprendente al respecto es la de Julian Barbour (1999), quien sostiene que tenemos la percepción del tiempo porque nuestro cerebro percibe los cambios de la naturaleza pero que, en última instancia, el tiempo como tal no existe, sino que existe lo que él denomina “instantes del tiempo”, y el movimiento es sólo una ilusión. Barbour tiene partidarios y detractores, pero como físico, su hipótesis se sustenta científicamente.
Desde otro punto de vista, Norbert Elias sostiene que el tiempo es una institución social que regula la conducta humana y que las personas deben crecer aprendiendo las señales del tiempo de su sociedad (Elias, 2010: 22). Para él también es símbolo social a la vez que una coacción social interiorizada en una autodisciplina y una compleja red de relaciones. “La omnipresente conciencia del tiempo de los miembros de sociedades relativamente complejas y urbanizadas es parte integrante de su modelo social y de la estructura social de su personalidad.” (ibíd.: 177). Imaginario o convención social, convengamos en un primer momento que el tiempo es una construcción mental para intentar explicar algunas de las cosas que nos suceden.
2. LA EXPERIENCIA VITAL DEL TIEMPO HASTA LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Como institución o símbolo social, el ser humano impregna su comportamiento con el tiempo desde los primeros estadios de su vida. Pronto el niño aprende a decir su edad, a llevar a cabo sus actos cotidianos en tiempos y momentos determinados (comer, dormir, bañarse, etc.) y no mucho más tarde a leer el reloj y el calendario. La puntualidad (relativa en cada sociedad), las esperas razonables, los plazos, las celebraciones en fechas concretas e incluso la duración y ritmos de diversas actividades rigen las costumbres y normas de convivencia en las sociedades modernas. Pero como institución social, ésta ha tenido que recorrer un largo camino que interesa conocer aquí, sucintamente, para comprender los modos en los que la actual sociedad del conocimiento estructura, desestructura y reestructura el tiempo.
En las primeras sociedades se concebía el tiempo de forma cíclica, probablemente al recurrir a fenómenos naturales para medirlo, tales como la bajamar y la pleamar, o los ciclos del sol y la luna (Elias, 2010: 11). Entonces, el tiempo era puntual y discontinuo (ibíd.: 103). Casi todas las culturas mantuvieron esta idea del tiempo cíclico hasta que en las sociedades cristianas se escindió parcialmente en un tiempo lineal marcado por el nacimiento y el fin del mundo, representándose con un calendario también lineal. No obstante, la actividad humana seguía estando determinada por los ciclos naturales y dicha actividad era anunciada por los sacerdotes con su poder y autoridad, quienes disponían de más tiempo para la observación astrológica. Éstos decidían cuándo el pueblo debía empezar la siembra de los cereales, así como las horas de trabajo, de comida y de oración con el repique de las campanas en las iglesias (ibíd.: 64). Podría decirse que, entonces, los días estaban divididos en unidades religiosas (Sennet, 2000: 36).
En la modernidad, la religión –sobre todo la cristiana- siguió ejerciendo una gran influencia en la medición del tiempo, lo que podemos observar en hechos tan conocidos como la firme convicción católica en la teoría geocéntrica y la consiguiente oposición al heliocentrismo presentado por Copérnico y representado por Galileo (Hawking, 2005: 11), o como la promulgación del calendario gregoriano por el Papa Gregorio XIII en 1582, el cual continúa usándose en nuestros días. Sin embargo, progresivamente, el poder sobre el tiempo hubo de ser compartido con el Estado, especialmente con la urbanización y comercialización, cuando “se hizo cada vez más urgente la exigencia de sincronizar el número cada vez mayor de actividades humanas y de disponer de un retículo temporal continuo y uniforme como marco común de referencia de todas las actividades humanas” (ibíd.: 65).
La introducción y extensión del tiempo mecánico y, sobre todo, los avances de la Física, consolidaron la idea del tiempo como un concepto matemático que podía ser medido y se dotaba de entidad propia. Los relojes mecánicos reemplazaron así a las campanas de la Edad Media, especialmente a partir de mediados del siglo XVIII, cuando los relojes de bolsillo ya eran comunes:
La hora matemática exacta podía saberse al margen del lugar en que se encontraba una persona. Ya no importaba que estuviera cerca de una iglesia o en un lugar desde el que pudiera oír las campanadas; así el tiempo dejó de depender del espacio (Sennet, 2000: 36).
En el plano individual, cuando las personas comenzaron a apropiarse del tiempo físico y mecánico, acabaron siendo autodisciplinadas, por ejemplo, comiendo a una determinada hora y no cuando tenían hambre (pero en diferentes horas en función de las costumbres de cada sociedad). En el plano social, la revolución industrial vino a “reinventar” el tiempo, conocido como tiempo de reloj, cuando la actividad en las fábricas estaba dominada por el reloj y determinaba el salario de los obreros. Lewis Mumford afirma, sin género de dudas, en una obra escrita en 1930: “The clock, not the steam-engine, is the key-machine of the modern industrial age” (Mumford, 1930/2010: 14). La maravillosa película Tiempos modernos, escrita, dirigida y protagonizada por Charles Chaplin, comienza, como no podía ser de otra forma, con la imagen de un reloj y la manecilla de los segundos desplazándose mientras aparecen los títulos de crédito, reloj que además marca la rutinaria y dura vida en la fábrica. De John Maynard Keynes, bien conocido por el pacto keynesiano, es la frase “a largo plazo todos estaremos muertos”, que representa, entre otras cosas, una economía a corto plazo con un tiempo mecanicista, preludio del posmodernismo y característica del tiempo en la sociedad del conocimiento. El tiempo era administrado fundamentalmente desde la modernidad laboral y era ya completamente percibido como un tiempo lineal (Alonso, 2007: 72).
3. EL TIEMPO EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Resulta extraño observar cómo en los últimos años la televisión en directo ha resultado tan atractiva. Extraño porque cuando comenzó la emisión televisada en España con Televisión Española (TVE) todos los programas debían ser en directo al no haber medios para la grabación y posterior diferido. Salvo excepciones (principalmente programas informativos diarios sujetos al when de las cinco W como principio, aconsejándose emitir siempre en directo), muchos programas se han ido pasando al diferido a lo largo de los años a partir de 19631 . Programas como Gran Hermano, con su primera emisión en el año 2000 fue el primer reality show en España en alcanzar un enorme éxito de audiencia. La posibilidad de ver la vida en directo fue uno de los atractivos del programa, como se constata en el hecho de que entre el 2010 y 2011 pudo seguirse en completo directo la vida en la casa durante las 24 horas 2. Aún cuando una gran parte de la programación de Gran Hermano estaba dedicada a emitir fragmentos grabados y tertulias con las personas eliminadas del concurso, los momentos de mayor expectación eran aquellos en los que se contactaba en directo con los concursantes o en el desarrollo de pruebas, nominaciones, expulsiones y otras sorpresas. El directo sigue siendo uno de los grandes atractivos de la televisión en programas de todo tipo: tertulias, entretenimiento, análisis informativo o, por supuesto, todo clase de retransmisiones deportivas (para los grandes aficionados, un partido de fútbol no es lo mismo si no se vive en directo).
No es necesario extenderse más. Sirva este preludio simplemente para destacar una característica del tiempo muy perseguida en la sociedad del conocimiento: “una inmediatez temporal sin precedentes en los acontecimientos sociales y las expresiones culturales” (Castells, 2001: 539). Esta inmediatez se ha extendido a todos los aspectos de la vida actual. Podemos encontrar numerosos iconos con sólo mirar un poco a nuestro alrededor: el tren bala japonés, el desaparecido avión supersónico Concorde, la comida rápida o fast-food, el superordenador, la caja rápida del supermercado, Internet,… Las tecnologías de la información y la comunicación son el máximo exponente de la transformación del tiempo de muchas formas, y la inmediatez es una de sus principales características. No es que esto no fuera posible con medios anteriores a Internet (con el teléfono, por ejemplo), es que trajo la democratización de la comunicación gracias a las tecnologías: desde los primeros correos electrónicos en los años setenta hasta el uso de las redes sociales en movimientos y revoluciones por la libertad y la dignidad en tiempos recientes (para profundizar al respecto sugerimos consultar la obra de Manuel Castells, 2012).
Ken Robinson hizo un interesante experimento espontáneo con el público de una entretenidísima conferencia en TED Talks (Robinson, 2010). Preguntó a las personas asistentes a la conferencia cuántas tenían más de 25 años y si estaban usando un reloj de pulsera:
Somos la mayoría, ¿no lo creen? Pregunten lo mismo en un cuarto lleno de adolescentes. Los adolescentes no usan reloj de pulsera. No quiero decir que no pueden o no se les permite, simplemente eligen no usarlos. Y la razón es, como ven, que hemos sido educados en una cultura pre-digital, nosotros, los que tenemos más de 25. Y así, para nosotros, si quieres saber la hora, tienes que usar algo para saberlo [levanta su muñeca]. Los niños ahora viven en un mundo digital, y para ellos la hora está en todas partes. No ven ninguna razón en usar reloj […] Mi hija Kate, que tiene 20 años, nunca usó un reloj, no ve el propósito. Como ella dice: “es un dispositivo de una sola función [risas]. O sea, qué inútil es eso”. Y yo digo: “¡No, no, también te dice la fecha!” [risas].
Esta divertida anécdota ilustra otra de las características del tiempo actual: la compresión, la multitarea como la realización de varias actividades en un tiempo dado. Respecto a esta característica, Manuel Castells ejemplifica otros muchos escenarios más complejos en los que los tiempos se mezclan y que definen a la sociedad red:
Las transacciones de capital en fracciones de segundo, las empresas de tiempo flexible, la duración variable de la vida laboral, el desdibujamiento del ciclo vital, la búsqueda de la eternidad mediante la negación de la muerte, las guerras instantáneas y la cultura del tiempo virtual (Castells, 2001: 542-543).
Para Castells (ibíd.: 511), el tiempo en la sociedad red es un tiempo atemporal:
Es la mezcla de tiempos para crear un universo eterno, no autoexpansivo, sino autosostenido, no cíclico sino aleatorio, no recurrente sino incurrente: el tiempo atemporal, utilizando la tecnología para escapar de los contextos de su existencia para apropiarse selectivamente de cualquier valor que cada contexto pueda ofrecer al presente eterno.
Para este autor, el tiempo atemporal implica una profunda ruptura de los ritmos vitales asociados a la naturaleza aunque también reconoce que esta ruptura no se da por igual en todo el mundo y que la mayoría de las sociedades viven bajo el tiempo de reloj (ibíd.: 510, 543). Pero no es sólo que muchas personas sigan viviendo su propio tiempo, lineal o cíclico, sino que en distintas partes del mundo y en distintas culturas, el tiempo se vive de formas diferentes. Así, Robert Levine (2006), escribió un libro tras viajar por todo el mundo titulado Geography of Time, en el cual diferencia entre dos tipos de tiempo que se viven en las diferentes culturas o incluso dentro de cada cultura: event time (tiempo de eventos) y clock time (tiempo de reloj). El primero, más antiguo, es el tiempo que se necesita para llevar a cabo una tarea de la vida diaria, pero el segundo, al que ya nos hemos referido anteriormente, es el que ha desarrollado el moderno capitalismo. De esta manera, dice el autor que en Burundi viven completamente el tipo de eventos (por ejemplo, para acordar un encuentro a mediodía dirían “te veré mañana por la mañana cuando las vacas salen a pastar”), en Brasil se está transformando y viven una mezcla de ambos tipos, y en Japón usan ambos: el tiempo de reloj para el trabajo y el tiempo de eventos para la vida personal por separado.
4. INTERNET Y TIEMPO VIRTUAL
Profundicemos un poco en Internet como exponente de la sociedad del conocimiento: ¿cambia nuestra percepción del tiempo con Internet? ¿Nos libera de tiempo o nos hace perder el tiempo? ¿Cuánto duran las cosas en Internet? ¿Influye en nuestro comportamiento la forma en que usamos Internet? Para Manuel Castells (2001: 540), la atemporalidad del hipertexto en Internet sí tiene influencia en el desarrollo infantil y cultural. Ésta es una cuestión envuelta en cierta polémica, pues son necesarios más estudios al respecto, pero muchos expertos coinciden en lo que se ha denominado un “efecto mariposeo”, por el cual la rapidez con la que se mueve una persona entre un hipervínculo y otro no es suficiente para desarrollar la atención ni la reflexión (Gros, 2003). Gavriel Salomon (2000) fue una de las primeras personas en describir este efecto y recientemente Nicholas Carr (2010) ha vuelto a actualizar y apoyar la tesis de que esta forma de usar la tecnología puede incluso alterar los procesos neuronales.
Por otra parte, Castells (2009: 141) señala varias investigaciones llevadas a cabo en Reino Unido y Estados Unidos en las que se constata que no hay evidencia de que las personas con acceso a Internet pasen menos tiempo haciendo otras actividades tradicionales. Sin embargo, parece que todas estas investigaciones a las que se refiere se llevaron a cabo no más tarde del año 2001, una época aún dominada por las punto-com, sin las actuales tecnologías digitales ni mucho menos las actuales redes sociales de la web 2.0, por ejemplo. Así, de acuerdo con la última encuesta del INE sobre el empleo del tiempo en 2009-2010, se destaca entre sus principales resultados que aumenta el tiempo dedicado a la informática (redes sociales, navegación, videojuegos,…) respecto al año 2003, mientras que disminuye el tiempo empleado en la vida social y diversión. No obstante, estos datos deben ser tomados con pinza y convendría hacer un análisis pormenorizado. Por ejemplo, algunos estudios concluyen que el tiempo dedicado al uso de redes sociales en Internet consolida e incluso potencia las redes sociales fuera del ciberespacio.
Aunque quizás es algo aventurado para lanzar hipótesis, la información en Internet puede tener dos duraciones básicas: la que parece destinada a permanecer por largo tiempo y la que tiene una “vida” realmente efímera. La Wikipedia es un ejemplo representativo del primer caso, que ha llegado a ser la enciclopedia con mayor número de artículos de la historia y no deja de crecer (37 millones de artículos en 287 en el momento de redactar este trabajo) 3. Ejemplo de la vida efímera de la información es aquella que se comparte en la mayoría de las redes sociales. Por ejemplo, Bitly (2011) hizo un pequeño estudio para responder a la pregunta “¿cuánto tiempo permanece «vivo» un enlace antes de que la gente deje de prestarle atención?”. Considerando como vida media de un enlace el tiempo que pasa entre su publicación y cuando alcanza la mitad de los clics que obtendrá hasta desaparecer, los enlaces de Twitter “viven” 2,8 horas y 3,4 horas los de Facebook. Como excepción, los enlaces de Youtube tienen una vida media de 7,4 horas. No es de extrañar entonces que Javier Callejo (2008: 19) afirme que “cuando alguien deje de emitir sus mensajes en la comunidad virtual, en Internet, desaparece”, pues la actividad en Internet muchas veces se mide por las visitas o clics que uno recibe.
Ésta obsesión por el tiempo en Internet también tiene sus efectos en el mundo real e inspira otras concepciones sobre el tiempo que, a su vez, se ajustan a las reglas de juego del ciberespacio. Si en 1972 se había creado el tiempo universal coordinado (UTC), medido con relojes atómicos, en 1998 se concibe la hora Internet4, en realidad una estrategia comercial de la marca de relojes Swatch pero muy interesante en la medida en que Internet inspira una nueva e innovadora forma de medir el tiempo: no existen husos horarios (¿signo de la globalización?) y la unidad de tiempo es el beat, representado por la arroba y equivalente a un minuto y 26,4 segundos. Así, un día de 24 horas tendría @1000 (mil beats). Aunque cuenta con críticas, lo cierto es que no deja de ser una solución muy ingeniosa que se reconcilia perfectamente con la ausencia de husos horarios en el ciberespacio.
5. TRABAJO Y SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Pero si hay un ámbito concreto en el que puede percibirse claramente una importante transformación del tiempo es el laboral y económico. Así como el tiempo de reloj fue fundamental para construir el capitalismo industrial, en la sociedad del conocimiento “las nuevas tecnologías de la información, incorporadas en la nueva sociedad red, facilitan decisivamente la liberación del capital del tiempo y la huida de la cultura del reloj” (Castells, 2001: 2.011). De nuevo, al igual que algunos expertos consideran que el tiempo se reinventó con la revolución industrial, en la sociedad del conocimiento vuelve a cambiar la forma de organizar el tiempo, especialmente el tiempo de trabajo (Sennet, 2000: 20). Javier Callejo (2008: 51) va más allá y afirma que “ya no hay tiempos […] sino disponibilidad ante una fluctuante demanda de mercado. Lo que importa es el vínculo, para cuando haga falta, en el momento que haga falta –just in time- y donde se esté”.
Para competir en el capitalismo flexible de acuerdo con sus reglas de juego, es necesario conseguir productos más variados cada vez más rápido (Sennet, 2000: 52), lo que pone en marcha un sinfín de nuevas formas de organización del trabajo y los tiempos del trabajo: fijos discontinuos, medias jornadas, jornada flexible bajo demanda, prejubilación, teletrabajo, horas extra… El tiempo de trabajo debe adaptarse a las necesidades de la industria capitalista, que busca maximizar sus beneficios ajustando al máximo los costes al más puro estilo del toyotismo. En esta línea, Richard Sennet (2000: 32-46) describe el paso del hogar como centro físico de la economía, hasta mediados del siglo XVIII, a la separación física entre hogar y lugar de trabajo, con las fábricas fordistas en su punto culminante. Esta separación física entre hogar y espacio de trabajo implicaba también una división de tiempos: había un tiempo de trabajo (en la fábrica) y un tiempo social (en casa) que no podían coincidir. Paul David y Dominique Foray (2002: 17-18) plantean una pregunta en relación con la posibilidad del trabajo a distancia: “¿es el final de la geografía o por lo menos del dominio de la distancia geográfica en la organización de las actividades?”. Parece percibirse una tendencia a la economía del trabajo en casa (que, entre otras cosas, supone un ahorro de tiempos), pero aún es pronto para determinar si se está volviendo al hogar como centro físico de la economía. Lo único que es evidente es que se han ampliado las posibilidades de elección.
6. (IN)CONCLUSIONES
Para estudiar el tiempo en la sociedad del conocimiento es necesario partir de parámetros sociales y psicológicos, concibiendo el tiempo como un constructo del ser humano sin detenernos a plantear si realmente el tiempo existe o no, pues la sociedad del conocimiento no es tampoco una sociedad como tal o grupo social, sino un concepto construido. En este sentido, es extraordinario observar cómo al asumir una concepción institucional del tiempo, es posible dar cuenta de su percepción y usos en una sociedad. Desde luego, este trabajo no contribuye en absoluto a dilucidar el concepto del tiempo, pero es que, al fin y al cabo, quizás el tiempo sea tan solo un instrumento más, como tantos otros posibles, con el que parametrizar la sociedad del conocimiento. Cuando hablamos de un tiempo cíclico en las sociedades primitivas, o de un tiempo lineal en mundo moderno, o de un tiempo aleatorio en la sociedad contemporánea, probablemente no estemos haciendo otra cosa que describir la forma en la que estas sociedades organizan las vidas de sus individuos.
Norbert Elias (2010: 12) señala que “el tiempo era ante todo un medio para orientarse en el mundo social para regular la convivencia humana”. Era y sigue siéndolo. El tiempo, con otra organización, con otra duración y en otros espacios, sigue marcando comportamientos y normas de convivencia incluso en contextos virtuales. Podemos observarlo, por ejemplo, en la netiqueta del correo electrónico. Cuando el correo se enviaba únicamente por vía postal, esperar entre dos semanas y un mes la respuesta a una carta entraba dentro de lo razonable, pero esperar ese mismo tiempo para obtener una respuesta a un correo electrónico que enviamos a alguna amistad exigiría, cuando menos, una disculpa por lo que ya se consideraría un retraso descortés. En este sentido, parece que la rapidez (menor tiempo) con la que las nuevas tecnologías facilitan nuestras actividades diarias, del tipo que sean, condicionan también de alguna manera el tiempo en que las personas deben actuar.
Dos han sido las principales propiedades detectadas en este trabajo sobre la transformación del tiempo en la sociedad del conocimiento: la inmediatez y la compresión. Investigadores como Manuel Castells son de muy recomendada lectura para encontrar numerosos ejemplos de estas propiedades. No obstante, también es recomendable alguna lectura tan fresca como Robert Levine (2006) para recordarnos que el mundo se mueve a dos velocidades. No todo el mundo organiza, vive y quiere vivir su tiempo de acuerdo con las propiedades mencionadas: de la misma manera que hubo quien temía que la invención del automóvil hiciera que el ser humano atrofiara sus piernas y se puso a correr más que nunca (el deporte es hoy en día una gran industria), frente al fast-food hay movimientos de slow-food, frente a la inmediatez del correo electrónico pervive el romanticismo del correo postal, la apacible rutina del jardinero frente al estresante e imprevisible ritmo del ejecutivo de empresa, la “detención” del tiempo recorriendo el mágico Camino de Santiago frente a los vuelos París-Nueva York en tres horas, la lectura relajada y continuada del libro de papel frente a la sobre-información hipervinculada a altas velocidades de descarga en Internet,…
Parece que sí, que las tecnologías de la información y la comunicación, sobre todo Internet, están cambiando la forma en que nos organizamos y nos relacionamos en el mundo, especialmente en el mundo económico y laboral. Algunos autores sostienen que la transformación del tiempo que tiene lugar en Internet está cambiando incluso nuestro desarrollo cognitivo y nuestro comportamiento. Javier Callejo (2008: 73) critica que “toda espera se ha convertido en insoportable. Especialmente en relación con los medios. Nuestro hábito como audiencia nos ha transformado en impulsivos”. Pero, ¿está cambiando el tiempo? Cuando tantos expertos e investigadores están tan interesados por los cambios en la sociedad del conocimiento será porque efectivamente dichos cambios se deben estar sucediendo pues, al fin y al cabo, el tiempo no puede más que ser percibido. Habrá que esperar algún tiempo para saber cómo realmente el tiempo ha cambiado en nuestra sociedad.
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