Alfredo Zárate Flores
Universidad de Guanajuato
el_ingrato_alfredo@hotmail.comResumen:
La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo puede ser entendida como la búsqueda de la satisfacción de un deseo siempre encendido. Búsqueda de la imaginación que se desplaza fenoménicamente por los espacios que habita Beatriz, que es una y todas, y los desdoblamientos que su imagen produce por la permanente ingesta de ron de nuestro personaje. Búsqueda que, como la del arte, nunca termina y en la que nunca somos los mismos. Este trabajo pretende hacer coincidir la propuesta de análisis de la imaginación y el espacio de Gastón Bachelard con La obediencia nocturna y ofrecer nuevas rutas interpretativas de esta obra.
Abstract:
The night obedience of Juan Vicente Melo can be understood as the search for the satisfaction of a desire always on. Search phenomenally imagination that moves through living spaces Beatriz, which is one and all, and split his image produced by the permanent intake of rum of our character. Research that, like art, never ends and which are never the same. This paper aims to match the proposed analysis of imagination and space Gaston Bachelard with The night obedience and offer new routes performing this work.
Palabras clave:
Imaginación, espacio, fenomenológía, desdoblamiento, Bachelard, Juan Vicente Melo.
Key Words:
Imagination- space- phenomenological- splitting- Bachelard- Juan Vicente Melo.
Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:
Alfredo Zárate Flores (2015): “Gastón Bachelard y el desplazamiento imaginativo- espacial en la configuración del discurso narrativo de La obediencia Nocturna”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, n. 27 (enero-marzo 2015). En línea: http://www.eumed.net/rev/cccss/2015/01/obediencia-nocturna.html
Introducción.
La escritura vuelve significante el espacio porque por su venia la letra configura la significación del texto literario. Este proceso de co-significación del espacio que cede su lugar y la letra que llena el vacío que el primero deja para que andemos tras él, permite la construcción de la ficcionalidad mientras construye la potencia productora de sentido, manifestación del destino que, en la novela de Juan Vicente Melo, La obediencia nocturna (1969) toma el nombre de Beatriz y habita la intimidad al igual que el espacio de un jardín adánico o la sacralidad de una catedral y, sobre todo, la posibilidad de ser una imagen que no puede asirse. Figura potente que otorga coherencia y significación al discurso de un narrador que se nos revela de manera caótica y se vale de la mentira la mentira para desviar nuestra atención al o nos hace partícipes de sus delirios etílicos mientras, a sorbo de ron, brinda a nuestro lado por una mujer inasible.
Resulta significativo decir que Juan Vicente Melo asumirá la literatura como un medio para encontrar una realidad más sosegada que le permita vivir en un universo hecho de mentiras donde todo le sea menos intolerable. En este sentido consideramos pertinente decir que las propuestas bachelardianas de la ensoñación poética y la poética del espacio como una configuración fenomenológica del tratamiento poético y su productividad consciente nos permiten acercarnos a la obra de Juan Vicente Melo, La obediencia nocturna.
En primer lugar, en el sentido de la ensoñación poética, las figuras femeninas de La obediencia nocturna están relacionadas con la propuesta del Gastón Bachelard debido a que, en la imaginación el pensamiento desplaza imágenes que determinan aquellos espacios que el sujeto no puede alcanzar en la realidad, una especie de sublimación que no necesita la validación que le principio de realidad otorga y por las que el narrador, en principio por el grado de alcoholismo que manifiesta, suelta sin preocuparse por el destino que la imagen tenga, sólo consciente de la necesidad de aprehender lo que nunca se alcanza.
En segunda instancia abordaremos en la novela del veracruzano, la noción de espacio que propone el francés nos permite inaugurar un itinerario fenomenológico por los lugares que determinan la amplitud y extensión de la conciencia del narrador de la novela de Melo: el cuarto, el jardín, la catedral, etc., estos espacios se identifican en la propuesta bachelardiana con las nociones de casa, nido, inmensidad íntima y otorgan coherencia a nuestro análisis.
1. La Obediencia nocturna y la propuesta de Gastón Bachelard.
En La obediencia nocturna, Beatriz es el final de una historia que nunca sabemos cómo o dónde empieza. Figura enigmática que se manifiesta como posibilidad enteramente abierta porque tiene diferentes realizaciones o desdoblamientos. Beatriz es Pixie, Adriana, la vieja Villaranda, un retrato. Lo que define a Beatriz es su búsqueda permanente e inconclusa. Beatriz es la figura que se vuelve deseo, posibilidad de perfecta significación, andanza permanente sin la cual no hay nada significativo o valedero, proyección de un estado anímico que hace actualizar al sujeto los productos de su capacidad imaginativa, en términos bachelarianos, ensoñadora.
Beatriz es la actualización que significa una capacidad de representar por la palabra una sustancia en principio inaprehensible, imagen y figura a partir quien se produce lo imaginario. En La obediencia nocturna, escribe Melo (1987: 113) Beatriz es el nombre “que trae consigo la certeza de que el mundo no termina en aquello que se ve y se nombra, pues siempre hay un más allá oculto y a la espera”1, algo que prefiere ser descubierto y entonces, develar el secreto que esconde.
De este modo, por la búsqueda, la conciencia reconoce su pertenencia a la potencia de la imaginación. Imaginación que se proyecta en los sentidos, en las sensaciones, registros que el cuerpo proporciona mientras los hace suyos al tiempo de crear los productos que quiere aprehender. En La Obediencia nocturna, Beatriz es la posibilidad de apropiarse, para el narrador, del mundo de la imaginación, la posibilidad de otorgar realidad al mundo de lo posible que esta mujer representa para todos. Los espacios en los que Beatriz habita son un desdoblamiento de los espacios en los que Adriana estuvo. El ron, o sus efectos, aparecen como el factor de acceso a las sensaciones provocadas por la existencia de Beatriz. La degustación del vino introduce en nuestro narrador la posibilidad de comprender el fenómeno que ella representa, la necesidad de asirlo, el ansía de hacerlo suyo, la exigencia de comprenderla y desmembrar todos los elementos que la componen para tenerla siempre, para que deje de ser un sueño.
En La Obediencia nocturna los espacios como las personas sufren desdoblamientos, son una especie de recuerdo atrapado que busca una salida para expresarse como realidad trascendental. Los espacios como el modo de acceso que el narrador tiene al mundo de Beatriz son ejes fundamentales que nos permiten organizar el discurso narrativo e interpretar los espacios y la vida de Adriana y Pixie como un desdoblamiento de los lugares en los que Beatriz habita. El ron aparece como el elemento catalítico que proyecta la vida de Beatriz en las sensaciones y los productos de la conciencia que los crea.
2.1 Los desdoblamientos imaginativos en La obediencia nocturna
Cuando Bachelard reflexiona sobre la ensoñación la manifiesta como un fenómeno de la conciencia, algo transmisible e inspirador. En La poética de la ensoñación Bachelard (1982:19) describe la ensoñación como un “fenómeno de la soledad que tiene su raíz en el ánima del soñador” 2 . De este modo la propuesta de Gastón Bachelard manifiesta el acceso al estudio de la obra literaria como la toma de partido de un producto consciente del hombre. La ensoñación se manifiesta por la relación de la diada concepto-imagen que apareen en su reflexión como la unión de dos polos opuestos pero correlativos: la razón y la imaginación.
En La obediencia nocturna, (Melo: 1987: 68) “Beatriz es un recuerdo”3 inaprehensible que según lo dice el narrador-protagonista (Melo: 1987: 75): “representa la posibilidad de recuperar el sueño que uno desea soñar” 4. Es necesario, para tener a Beatriz, soñarla, estar sumergido en un mundo incomprensible al que solo los elegidos pueden acceder. El poeta, el soñador de imágenes, busca constantemente las figuras que le permitan recrear aquello que ve. La imaginación, considera Gastón Bachelard (1982: 161), suelta variaciones de la vida, “desplaza globos de pensamiento sin preocuparse por el hilo de la aventura”5 . En esta forma, según el filósofo francés (1982: 186) se “extiende la historia hasta los límites de lo real” 6, hasta la frontera en que se confunden la concepto e imagen, verdad y ficción, presente y recuerdo. En este punto, los nombres, las personas se desdoblan, desaparecen, cambian de lugar, modifican su identidad. Por eso, por el proceso ensoñador o imaginativo, en la novela de Melo: Beatriz es nadie, un recuerdo, un naufragio, el principio o el final de una historia que puede ser a un tiempo, cierta y falsa, real e imaginaria.
Beatriz está muerta pero hay un sujeto que desea verla, sentirla, captar su olor, escucharla, darle sentido al juego del que es objeto, descifrar quién es y dónde se esconde, conceptualizar su imagen difuminada y borrosa. El narrador de La obediencia nocturna tiene que dar con el significado al que ella nos remite (Melo: 1987: 71), “recordar, su rostro, inventar sus labios”7 , aprehenderla. Este hacerla suya solo es posible mediante un salto inesperado de la conciencia, una especie de encantamiento dionisiaco; un éxtasis que en la novela es proporcionado por el ron y que hace decir al narrador, mientras bebe (Melo: 1987: 57): “tomo un sorbo de ron, enciendo un cigarro, Beatriz ven”8 . La bebida aparece como la posibilidad de acceso al mundo que Beatriz habita, niega su inexistencia, le otorga ser (Melo:1987: 71), “Beatriz estaba ya conmigo solo podía pensar que la tenía ya entre mis manos quemándome”9 . Parece necesario recurrir a este artificio de la alteración de la conciencia, que no es inconciencia, para poder definir, con Bachelard, la ensoñación de nuestro narrador como un resquebrajamiento del principio de realidad.
Nuestro protagonista inventa, crea en Beatriz una imagen capaz de construir en torno a sí una serie de historias (Adriana, Pixie, entre otras), que proporcionan la posibilidad de interpretar a este personaje como los hace Bachelard (1982: 148): como una “síntesis de las más grandes idealizaciones” 10, un encantamiento del que el ron sólo es el impulso, un pretexto, porque Beatriz, sólo puede ser un instante nunca hecho propio, inabarcable, ajeno. Por ello no es posible distinguir sus rasgos borrosos en la fotografía; por eso, su voz es la de Pixie, sus imágenes las de Adriana oculta en el jardín; en el juego infantil del caballero que salva a quien nunca ha estado presente para él.
Por esa alteración de la conciencia nuestro narrador se desdobla en alguien a quién no reconoce ni al verse frente al espejo, por ello es posible rebautizar a Adriana con el nombre de Beatriz. El ron puede hacer que el narrador sueñe a Beatriz. Por los efectos del alcohol, ella viene con (Melo: 1987: 108) “sus cabellos rubios… su voz armoniosa… sus manos suaves”11 , porque (Melo: 1987: 112) “basta con inventar a Beatriz, soñarla… a fin de que este viva”12 . Sólo quien es capaz de inventarla, de crearla permanentemente, puede dar testimonio de ella porque, lo que importa son las consecuencias, los finales, lo que está justo antes de salir del encantamiento provocado por el ron donde, la creación de Beatriz tiene sentido. El narrador imagina (Bachelard: 1982: 136) que “todas las tensiones psíquicas, todas esas iluminaciones del ser han sido vividas”13 ahí, Beatriz se sacraliza y por eso es inaprensible.
Beatriz proporciona a nuestro narrador la percepción de un mundo diferente, un sentido que va más allá de la experiencia y lo hacer ser un ser distinto de sí mismo. Por medio de una desarticulación de su memoria y por el otorgamiento de una vitalidad perenne a los productos de su imaginación; Adriana es Beatriz, Pixie tiene la voz de Beatriz; Beatriz es nadie. Su existencia condensa la existencia de quien la crea, o la descubre, de quien en sentido estricto la desmitifica para darle ser. En la tríada Adriana-Beatriz-Pixie, el recuerdo y la imaginación se constituyen en un solo sujeto que es capaz de llenar todos los vacíos que esos nombres (conceptos) representan. El ron aparece aquí como el catalizador de lo que Bachelard llama consolidaciones imaginarias. En Beatriz, las cosas se transforman y adquieren sentido y realidad.
Hasta ahora hemos descrito en torno a La obediencia nocturna la propuesta imaginativa que Gastón Bachelard desarrolla en La poética de la ensoñación. Ahora, según lo hemos hecho notar anteriormente queremos identificar esas figuras o potencias imaginativas con los espacios donde la realidad adquiere su sentido más profundo. Para esto, queremos identificar algunos de los espacios que Bachelard propone en La poética del espacio con las nociones espaciales que Juan Vicente Melo usa en La obediencia nocturna.
2.2. Los desdoblamientos espaciales en La obediencia nocturna
Otro elemento fundamental, además de los desdoblamientos imaginativos de los que acabamos en hablar en La obediencia nocturna, son los espacios en los que el narrador se desenvuelve. Dichos espacios otorgan cohesión al discurso, pues nos señalan, entre otras cosas, los lugares que, cada una de las figuras que el desdoblamiento de Beatriz ocupa, en momentos específicos de la narración, el jardín y la relación con la infancia, cuando se habla de Adriana, el cuarto cuando el narrador se enfrenta a la imagen de Beatriz, la catedral cuando Beatriz se vuelve Pixie.
Gastón Bachelard advierte que si bien la ensoñación, o creación poética, es libre también ocupa lugares específicos, puesto que, la conciencia necesita llenar esos puertos de anclaje desde donde proyectarse. Esos lugares significan el contacto con el pasado y además son capaces de proyectar lo que es posible habitar. Las imágenes espaciales aparecen en la expresión poética como generadoras de lo que Bachelard (1982: 8) llama: “la fuerza, el sentido y la transubjetividad de la imagen poética”14 .
En La obediencia nocturna la materia diegética tiene una estrecha vinculación con los espacios desde los que se genera el discurso de nuestro narrador, particularmente con el jardín (Melo: 1987: 24): “Esa selva que fue nuestro jardín”15 , que hace referencia explícita a la figura de Adriana y al paraíso de la infancia provincial del narrador; y, con la habitación capitalina en la que Beatriz es la fuerza productora del discurso de la novela.
Creemos pertinente identificar estos espacios con la noción espacial que Gastón Bachelard desarrolla en La Poética del espacio y decir que, es posible asociar el jardín con el concepto de casa que el francés explicita en el apartado “Casa y universo” (Bachelard: 1975: 183): “un espacio de consuelo e intimidad, como un espacio que debe condensar y defender la intimidad” 16 y, por el cual, lo onírico se desenvuelve. Es importante señalar que para el francés la casa, en tanto espacio poético y no geométrico, tiene una estructura definida que nos ayuda a defendernos. En este sentido, el jardín que recuerda la infancia del narrador de la novela, le da al narrador un espacio donde intentar tocar lo inasible.
Otro de los espacios poéticos que identificamos en la novela es el cuarto donde Beatriz aparece por el efecto del ron y que asociamos con la idea de “Nido” que Bachelard (1975: 133) caracteriza como un espacio al que desea volverse siempre, “signo del retorno [que] señala infinitos ensueños” 17 mientras nos aleja de la experiencia de la hostilidad que la realidad pone frente a nosotros. En La obediencia nocturna el cuarto es el espacio en el que el narrador-protagonista se encuentra de forma más intensa con Beatriz por medio de una imagen difusa de ella en un cuadro. Aún si el cuarto parece más un espacio del encierro, Beatriz se encuentra en él porque ahí se resguardan los cuadernos que conducen de forma definitiva a ella. El cuarto, como el “Nido”, nos permiten el retorno a la infancia, al paraíso que resguarda nuestros afanes más intensos.
Por último, queremos señalar la identificación de la catedral y la aparición de Pixie con la idea de “inmensidad íntima” propuesta en la Poética del Espacio. El fenomenólogo francés define este espacio como el punto en el que (1975: 222) “un alma encuentra en un objeto el nido de su inmensidad” 18 donde tiempo y espacio convergen de la misma manera en que converge el hombre con Dios en la sacralidad. El espacio sacro que ocupa Pixie, en tanto desdoblamiento de Beatriz, nos permite decir que es justo en la sacralidad donde el narrador de La obediencia nocturna expande sus visiones y logra identificar, aún si es parcialmente una figura de Beatriz. Este es el único momento en la novela donde Beatriz se objetiva en algún modo y donde el mundo evocado puede alcanzarse a rozar.
Estos espacios, al igual que las identidades de Beatriz que tratamos en el apartado anterior, parecen ser desdoblamientos, espacios que se intercambian por espacios propicios para que el sueño devele su sentido más hondo, habitando, de ese modo, el lugar desde el que surge la invención de Beatriz, el cuarto, donde tal como dice Bachelard (1982: 116): , “somos el diagrama de las funciones de habitar esa casa y todas las demás no son más que variaciones de un tema fundamental”19 y por el cual todos los lugares pueden ser el mismo.
Compartir con Adriana las aventuras del jardín o vivir con Beatriz desde el encierro que supone el cuarto y la potencia del ron, supone espacios que desean ser habitados y dado que como dice Bachelard (1982: 126): “la imaginación no está sometida a una comprobación de la realidad” 20 nuestro narrador puede construir el sentido y el destino de los lugares que Adriana y Beatriz y Pixie habitan. En el cuarto horadado por una planta, símbolo de Beatriz que se viste de verde, símbolo también del jardín en el que él es el redentor de Adriana y donde se guarda a sí mismo de la terrible hostilidad que supone la ciudad, ahí Beatriz esta visible solamente para él, fuera de ese espacio debe buscarla y luego dar testimonio de ella. Él es los sentidos que pueden descifrar el misterio del cuaderno donde todo es incomprensible.
Allí, en el cuarto, donde se encierra Beatriz, se encuentra paradójicamente el misterio de su desdoblamiento, Adriana. Allí porque Beatriz no está en ninguna parte y solo puede ser vista en el sueño, en la potencia que recurre a la memoria. Allí en el espacio sacro donde el ser se encuentra con la inmensidad y permite aprehender lo inaprensible. Allí un objeto se convierte en sujeto poético, un lugar donde todos los lugares se insertan, una imagen que capaz de absorber todas las imágenes, un concepto, Beatriz, que sintetiza todas las imágenes y les otorga existencia. Beatriz habita todos los lugares: la infancia, el crecimiento, el dolor de no alcanzarla nunca, lo eterno.
Referencias
2. Juan Vicente Melo, La obediencia nocturna, México, ERA/SEP, Col. Lecturas Mexicanas, Núm. 96, 1969, p. 113.
3. Cfr. Gastón Bachelard, La poética de la ensoñación, México: FCE, Col. Breviarios, Núm. 330, 1982, p. 19.
4. Juan Vicente Melo, Op. Cit., México: ERA/SEP, 1987, Col. Lecturas Mexicanas, Núm. P. 68.
5. Ibid., p. 75.
6. Gastón Bachelard., Op. Cit., p. 161.
7. Ibid. p. 186.
8. Juan Vicente Melo, Op. Cit., p. 71.
9. Ibid. p. 57.
10. Ibid. p. 71.
11. Gastón Bachelard, Op. Cit., 148.
12. Ibid,. p. 108.
13. Ibid., p. 112.
14. Gastón Bachelard, Op. Cit., p. 136.
15. Ibid., p. 8.
16. Juan Vicente Melo, Op. Cit., p. 24.
17. Gastón Bachelard, La poética del espacio, México: FCE, Col. Breviarios, Núm, 1975, 183, p. 80.
18. Idem
19. Gastón Bachelard, Op. Cit., p. 116.
20. Ibid., p. 126.
Bibliografía
1 Juan Vicente Melo, La obediencia nocturna, México, ERA/SEP, Col. Lecturas Mexicanas, Núm. 96, 1969, p. 113.
2 Cfr. Gastón Bachelard, La poética de la ensoñación, México: FCE, Col. Breviarios, Núm. 330, 1982, p. 19.
3 Juan Vicente Mello, Op. Cit., México: ERA/SEP, 1987, Col. Lecturas Mexicanas, Núm. P. 68.
4 Ibid., p. 75.
5 Bachelard., Op. Cit., p. 161.
6 Ibid. p. 186.
7 Juan Vicente Melo, Op. Cit., p. 71.
8 Ibid., p. 57.
9 Ibid., p. 71.
10 Gastón Bachelard, Op. Cit., 148.
11 Ibid., p. 108.
12 Ibid., p. 112.
13 Gastón Bachelard, Op. Cit., p. 136.
14 Ibid., p. 8.
15 Juan Vicente Melo, Op. Cit., p. 24.
16 Gastón Bachelard, La poética del espacio, México: FCE, Col. Breviarios, Núm, 1975, 183, p. 80.
17 Ibid., p. 133.
18 Ibid., p. 222.
19 Gastón Bachelard, Op. Cit., p. 116.
20 Ibid., p. 126.
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