Francisco Javier Ruiz Durán
Universidad de Extremadura
pacobadajoz@hotmail.com Resumen: En el presente artículo se analiza la evolución del deporte, desde la Grecia Clásica hasta los albores de la Edad Moderna, como parte de la cultura de Occidente. Pero en dicha evolución señalaremos como el agonismo griego nunca fue reproducido fidedignamente, en su sentido religioso, por los ludis romanos; y como, durante la Edad Media, se elaboraron una serie de juegos que, durante la época industrial, se convertirían en la base del deporte moderno.
Palabras clave: Grecia, agonismo, juegos olímpicos, gladiadores, torneos y juegos de pelota.
Abstract: In the present article the evolution of the sport is analyzed, from the Classic Greece up to the whiteness of the Modern Age, as part of the culture of West. But in the above mentioned evolution we will indicate as the Greek agonismo it was never reproduced fidedignamente, in his religious sense, by the Roman ludis; and as, during the Middle Ages, there were elaborated a series of games that, during the industrial epoch, would turn into the base of the modern sport.
Keywords: Greece, agonismo, Olympian games, gladiators, tilts and games of ball.
Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:
Francisco Javier Ruiz Durán (2015): “Historia del deporte: del mundo antiguo a la edad moderna”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, n. 27 (enero-febrero 2015). En línea: http://www.eumed.net/rev/cccss/2015/01/deporte.html
1. La Grecia clásica.
Ya en los pueblos primitivos, las actividades que nosotros concebimos como deporte eran, principalmente, ritos que acompañaban a los mitos correspondientes. Autores clásicos como Diem, Ortega y Gasset, Huizinga y Veblen subrayan que las actividades físicas lúdicas de las sociedades primitivas eran ofertas a las presencias sobrenaturales; pues es evidente que esos juegos no eran necesarios para su supervivencia. En este sentido, los griegos se enfrentaban en pos de ser el primero –protós- o el mejor –aristós-; para alcanzar así la gloria –timé-. “La competición se conoce en griego con el termino agón, que indica la lucha entre dos personas; de aquí, deriva el termino <<agonístico>> que ha caracterizado desde siempre a la civilización griega”1 . Pues en la Grecia antigua existía una preocupación por mantener, mediante el ejercicio físico, un saludable equilibrio entre las cualidades morales y físicas de la persona –la Kalokagathía- que era el eje de la educación de los jóvenes griegos, así como, del espíritu agonístico del deporte helénico. Según Cagigal la clave para comprender el significado y la dimensión cultural que tenían los griegos de los Juegos en general era el concepto de agón como temple y afán de superación y la práctica de la areté –virtud-; como un todo donde se desarrollaba la Kalonkaigathai –lo bueno y lo bello-. Sólo así entenderemos que para los griegos los Juegos eran una forma de potenciar el agón como una fuerza impulsora de la creación vital. Así lo cotidiano, el arte, el deporte y, por extensión, la cultura, eran un conjunto que se desarrollaba en el gimnasio donde lo agonal unía la reflexión y la acción. Ejemplo de esta concepción lo tenemos en que a uno de los mayores representantes del pensamiento humano lo conocemos “no por su nombre de pila, sino a través del apelativo puesto por sus compañeros de palestra, Platón viene a significar <<anchas espaldas>>, y de otro lado la escuela de este filosofo tomó su nombre del <<gimnasio suburbano abundante en árboles y dedicado al héroe Ecademos>>”2 como recogió Diógenes Laercio. No olvide usted, que los griegos siempre pensaron que el hombre se distinguía de otras especies animales más por su hacer que por su pensar, pues <<el pensamiento se engendró en la acción>>.
En esta línea, no fue ninguna casualidad que Aristóteles desarrollase la escuela peripatética –paseante- en los jardines del Liceo, un gimnasio, ni que su discípulo y continuador Platón enseñara a sus alumnos mientras caminaban. Tampoco lo es que Séneca reseñase que <<los antiguos romanos no enseñaban nada a sus hijos que tuvieran que aprender sentados; ni que Rousseau nos dejase constancia de su amor a la educación física cuando afirmó en su programa de actividad corporal consignado en el Emilio que <<no puedo meditar sino andando>>; ni que Nietzsche en Ecce Homo y en El crepúsculo de los ídolos afirmase que <<sólo tienen valor los pensamientos caminados>>. No olvidemos que en la polis griega el concepto de agón está unido a la reflexión; así, “la filosofía y su consecuencia: la ciencia, que surge del diálogo sostenido por sus ciudadanos en el ágora, en las sotas, en la Academia, en el Liceo, en los banquetes, en las palestras y en los gimnasios”3 como bien nos explicó Vitrubio. También es notorio que en el mundo griego la medicina se desarrolló en los gimnasios donde los profesores-entrenadores -paidotribai- cuidaban las enfermedades, la alimentación, las fracturas, etc., de sus pupilos.
Llegados a este punto, comprenderemos mejor, que “el deporte, que es juego (y movimiento), no puede prescindir de su otra motivación primaria, que es el agonismo. Este responde a la exigencia espontánea del hombre de medirse con la naturaleza y consigo mismo, y, por tanto, se exterioriza en la búsqueda de situaciones a estudiar, más o menos sencillas, cuya superación adquiere un significado tranquilizador y procura un certificado de valor” 4. De esta forma, “la confrontación en el agonismo es, sobre todo, <<coexistencia>> y no choque competitivo; un <<dirigirse juntos>> luchando por un objetivo común, lejos de cualquier designio de opresión o de avasallamiento recíproco. En la prueba deportiva se expresaría, así, una posibilidad humana aparentemente contradictoria: la de luchar guardando respeto al otro”5 . No olvide usted, que en la Hélade clásica del siglo V a.C, los griegos desarrollaron una noción de cultura integral donde el agón era el eje espiritual de los juegos deportivos que definía el significado real de la vida griega; es decir, los juegos deportivos eran una parte de lo religioso, el teatro, la escultura, la pintura, la música, la poética y la arquitectura, en plena comunión. “La importancia del deporte era ya tal por aquel entonces que no había funeral sin una fiesta deportiva. Testimonio de ello es La Iliada de Homero: Aquiles, el de los pies ligeros, ordena la celebración de una competición deportiva para honrar la memoria de su amigo Patroclo, caído en el campo de batalla. Estas celebraciones o juegos funerarios evolucionaron posteriormente hacia juegos conmemorativos”6 . Los juegos que Aquiles organizó en los funerales de su amigo Patroclo fueron descritos por Homero en el libro 23 de la Ilíada. Esta tradición se mantuvo por el Estado para honrar la memoria de los soldados caídos en combate como ocurrió tras las míticas batallas de Maratón, Platea, Salamina o Leuctra.
Pero el agonismo griego, que participaba de esta significación cultural y sacra, aparentemente, tan alejada de la idea moderna que tenemos del deporte; poco a poco, fue separado de la práctica deportiva, con lo que terminaron conformando en una especie de festival. El mejor ejemplo de esta evolución lo tenemos en los Juegos Olímpicos griegos cuya fundación se hizo en honor a Zeus pero que con el paso de los siglos se convertiría en una fiesta profana. Según afirma McIntosh, la dejación de las funciones culturales y religiosas de los Juegos se produjo por la comercialización y la especialización de estos. Así pues los Juegos que heredó Roma ya no eran la fiesta piadosa en la que participaron los jóvenes disciplinados, idealistas y entusiastas que derrotaron a los persas en Maratón y Salamina. Roma heredó unos Juegos, donde los profesionales atraían al público a un espectáculo lúdico y no a un evento desarrollado como un peregrinaje espiritual.
Las actividades deportivas, en las ciudades griegas, tenían gran importancia en la vida diaria, pues a través de los ejercicios corporales que se realizaban para la guerra, también se ejercitaban los valores morales y el cuidado de la salud. Los ejercicios eran las carreras, el salto de longitud, la lucha y el lanzamiento de disco y jabalina, o sea, era el penthalon. Dicho tipo de gimnasia se realizaba, principalmente, en los gimnasios y palestras, mientras que el estadio y el hipódromo eran los lugares de la competición. Pero autores como Ulmann indican que el deporte actual no deriva del agonismo griego; pues aunque tenemos la misma estructura competitiva que los griegos, –intentamos superar un obstáculo, a un contrincante o a nuestras propias limitaciones- no poseemos las mismas motivaciones que les guiaron en la práctica del deporte. Para ellos el espíritu esencial del deporte, era una suerte de participación en la vida de los dioses, de su moral y de su gloria, y no un divertimento que nos libera de las fatigas y del pesar de la vida diaria como lo entendemos en la actualidad. Es más, muchos autores señalan que incluso la forma de percibir la competición es diferente, pues nosotros creemos en el progreso humano a través de la ciencia que computeriza el récord.
Los griegos observan la competición como una forma de iniciar el largo camino de la ciencia, la sabiduría y el conocimiento. Dicho de otra forma, los helenos veían la actividad física como algo pedagógico e indispensable para la formación del hombre; la cual entendían como un conjunto moral, físico y corporal. Esta concepción del deporte valoraba principalmente la oposición a un adversario; concepción agonística donde el obstáculo era la ocasión para la consagración del mejor. En Grecia había un verdadero afán de buscar lo apolíneo y por ello en la escultura se divinizaron los cuerpos atléticos. Por otro lado, en la ciudad-estado de Esparta, durante el siglo VII a.C., “se promulgó una ley según la cual todo ciudadano libre debía ser soldado. Desde los doce años los jóvenes espartanos entraban en un internado. Estaba rigurosamente prohibida la utilización de calzado entre los alumnos, pues se pensaba que los pies desnudos eran más ligeros para correr o saltar. Y lo mismo ocurría con el taparrabo, que fue suprimido a raíz de que un atleta llamado Orcipos perdiera una competición al habérsele desarmado y enredado a las piernas, mientras participaba en los XXXI Juegos de Olimpia”7 .
Los expertos señalan que los Juegos se venían celebrando en Olimpia con regularidad desde antes del 776 a.C., por la fecha que aparece en la inscripción de Coroebos, atleta de Élide, como vencedor de la prueba de velocidad del estadio, convirtiéndose así en el campeón olímpico más antiguo conocido. La organización de los Juegos era supervisada por el Senado o Consejo Olímpico que se encargaban de administrar y cobrar los tributos que debían pagar todas las ciudades participantes en concepto de ayuda militar, donaciones, alquiler de terrenos y sanciones de participantes; así como, la designación de los sacerdotes y los cargos inferiores. “Los atletas que no cumplían el reglamento […] eran castigados con multas y sanciones. Las sanciones podían ser políticas, económicas, deportivas y corporales. Las primeras suponían la exclusión de los juegos por violar la tregua sagrada, como le ocurrió a los espartanos en el año 420 a.C; […] Las sanciones deportivas afectaban principalmente a la lucha, el boxeo y el pancracio, si se empleaban prácticas antideportivas que ocasionaban la muerte del adversario. Por último, los castigos corporales consistían en azotar públicamente a los atletas que hacían salidas falsas […] Para ello había unos jueces que portaban estos látigos” 8. La mayor responsabilidad en los Juegos recaía en los hellanódikas <<jueces de los griegos>>, miembros de las familias nobles de la élite, que vestían de púrpura y ocupaban un sitio de honor en el estadio. Esta designación por cuatro años era entendida como un honor y tenía la contrapartida de que tenían que pagar parte del coste de los Juegos, en calidad de servicio público o liturgia. Junto a ellos, para controlar el desarrollo de las pruebas y castigar las irregularidades, se nombraba a los árbitros auxiliares que se conocían como los <<portalátigos>> (rabdoukues), que solían utilizar para imponer la disciplina. Los jueces de la organización sometían a los atletas a un riguroso examen para comprobar que cumplían los cinco requisitos: “ser griegos, hombres libres, hijos ilegítimos de padres griegos, no estar privados de derechos de ciudadanía por haber cometido algún delito (atimía) y haberse entrenado durante un periodo de diez meses antes de la prueba y uno de ellos en Elis” 9. Posteriormente, se prestaba juramento ante la estatua de Zeus y se hacían los sacrificios rituales. “Los atletas victoriosos eran premiados ante la puerta Este del templo de Zeus, con una corona trenzada con ramas del olivo sagrado que, según la leyenda, había plantado Heracles cuando fundó los juegos” 10. Tras las pruebas a los vencedores se les ceñía una cinta que acreditaba su triunfo hasta su coronación en el templo de Zeus. Además de la corona de olivo –stephanós-, al vencedor se le permitía erigir su propia estatua. En Atenas los vencedores recibían una recompensa monetaria, una estatua en el ágora –asamblea pública-, una manutención pública de por vida, se le reservaba un asiento en el teatro, quedaba exento del pago de ciertos impuestos y se le proclamaba ciudadano de honor. Y Esparta otorgaba a sus campeones el llamado derecho del <<igual>>, gracias al cual los campeones olímpicos podían luchar al lado de su rey en batalla”11 .
“En el año 88 a.C., los Reyes Licurgo e Ífito, de Esparta y Élide respectivamente, pactaron la tregua sagrada en sus territorios durante la celebración del festival. A partir de entonces, los viajeros que dirigiesen sus pasos hacia Olimpia para asistir a los Juegos quedaban bajo protección de Zeus, y no podían ser atacados ni entrar armados en la ciudad. Quedaba así instituido el carácter festivo y pacificador de los antiguos Juegos, motivo hoy día de asombro y respeto hacia la cultura griega”12 . La tregua sagrada –ekecheiría- duraba tres meses antes y tres después a la celebración de los Juegos. “La tregua no suponía, como se había venido creyendo, la interrupción de todos los conflictos bélicos que enfrentaban a las ciudades griegas durante el tiempo que tenía vigencia, sino en la garantía que se daba a atletas y espectadores para desplazarse hasta Olimpia y volar a sus ciudades respectivas sin que peligrasen sus vidas” 13. Eso sí, la proclamación de la tregua olímpica consiguió, durante más de un milenio, que los juegos se celebrasen cada cuatro años, independientemente, de los conflictos políticos y militares en los que las ciudades griegas estuvieran envueltas. La peculiaridad de la proclamación de los días de paz o tregua de los litigios bélicos, para que los ciudadanos de las distintas polis pudiesen acudir a los Juegos, como afirman García Ferrando, Fabres, Brohm y Mandell, es una muestra clara de las relaciones esenciales entre el deporte y la política en Grecia. Pero es más, esta relación se hace también evidente cuando observamos que el esplendor de los Juegos coincide plenamente con lo que se denomina el siglo de Pericles; y que su decadencia comenzó pasado este. A pesar de los denodados intentos por revivirlos de los Emperadores romanos como Augusto, Nerón, Trajano, Adriano, Marco Aurelio y los Antoninos.
“Cada cuatro años, tres espondóforos –mensajeros- de Élide proclamaban la tregua olímpica por todo el mundo griego, exhortando a atletas y público a asistir a los Juegos, la más importante de sus celebraciones deportivas y religiosas, consagrada a Zeus, dios del cielo y de los fenómenos celestes. Una vez llegados a Olimpia, los propios atletas se ocupaban de acondicionar el estadio, desbrozar las pistas y cubrirlas con una fina capa de arena. Mercaderes, comerciantes, filósofos, guerreros, poetas, fabricantes, tiranos, jueces, colonos de la Magna Grecia, África o el Mar Negro, atiborran el estadio y la explanada principal soportando con entusiasmo el intenso calor de la canícula y los malos olores. El festival duraba cinco días”14 . Para los griegos, “vencer en los juegos era glorioso, pero caer derrotado no lo era menos si uno había luchado con dignidad hasta la extenuación, puesto que, según la creencia, eran los propios dioses quienes repartían tanto las victorias como las derrotas. Los Juegos formaban parte de la cultura griega, como los certámenes poéticos, filosóficos, teatrales o musicales, y servían para honrar a los dioses y afirmar la identidad nacional del mundo griego”15 . Pero el grado de profesionalización llegó a ser tan alto que el poeta Eurípides terminó calificando de <<pillos>> a los deportistas que tomaban parte en los Juegos Olímpicos; pues se extendió la compra de campeones y el soborno de jueces. “Astylos de Trotona, vencedor en los años 488 y 484 a.C. en las pruebas de uno y dos estadios, tomó parte en los siguientes Juegos Olímpicos como ciudadano de Siracusa, tras ser comprado por el tirano de esta ciudad”16 .
A pesar de todo ello, en la Antigua Grecia, la victoria “no sólo se obtenía a base de fuerza o demostrando destreza, también se valoraba la naturalidad o elegancia de los deportistas. Como estos criterios no podían medirse, existían unos jueces llamados hellanódicas que decidían quién era el vencedor. Para que no hubiera disensiones, los deportistas juraban acatar el veredicto de los jueces antes de la competición”17 .
Para los griegos el deporte era un componente fundamental de su cultura que se extendió al ámbito de la ética, la estética, la higiene y la medicina. Los Juegos, por su parte, eran una manifestación deportiva interétnica que excluía a los bárbaros. Pero no por criterios de discriminación racial sino por diferencias culturales fundamentales: recuerde que Isócrates afirmaba que <<es griego todo partícipe de la cultura helénica>>. “Herodoto (II: 160) refiere que los helenos habían encomendado a los sabios de Egipto, bajo el reinado de Psaumis, la legislación olímpica”18 .
No obstante, los participantes en los grandes certámenes deportivos eran generalmente profesionales. De facto, en el siglo V se produjo un marcado incremento del profesionalismo incluso en el deporte escolar, donde se comenzó a dar una enseñanza especializada a los futuros campeones. El carácter amateur del deporte heleno se debe más a la idealización que los escritores griegos hicieron de sus atletas que de la realidad. Pero no debemos obviar, “la integración de la práctica deportiva escolar dentro de las procesiones cívicas. La participación de niños y efebos en las procesiones y sacrificios organizados por la ciudad proporcionaba una sanción moral a la educación al integrarla dentro de la vida oficial de la ciudad” 19. Como tampoco, que “durante el periodo helenístico las niñas recibían un entrenamiento físico similar al de los muchachos […] las niñas compartían con los niños las instalaciones deportivas”20 . La educación helena tenía un equilibrio entre la formación intelectual y la ejercitación deportiva; un joven iniciaba su jornada de estudio ejercitándose físicamente en la palestra durante toda la mañana y estudiando en la escuela por la tarde. No obstante, en la propia Grecia el horario se terminaría invirtiendo. También es cierto, que en el mundo heleno se universalizó la práctica deportiva escolar así como la implantación de estadios y gimnasios desde Marsella hasta Babilonia y desde Egipto hasta Crimea. Y no sólo en las grandes ciudades, ni para uso exclusivo de las clases altas. En Egipto se practicaba la lucha, el boxeo, una esgrima con bastones, tiro con arco, carreras pedestres y diversos deportes acuáticos como el remo. El Faraón Taharqa (690-664 a.C) implantó una ruta en el desierto por la cual corrían los soldados elegidos y entrenados entre Menfis –la capital- y el oasis de Fayoum. Unos cincuenta kilómetros. Sin embargo, tras descansar un par de horas tenían que correr la vuelta en una carrera de 100 km que solía hacerse en nueve horas. En los canales del Nilo era común ver competiciones de natación, remo, buceo o justas náuticas.
En Esparta las mujeres jóvenes eran entrenadas para competir en público –lucha, lanzamiento de jabalina y disco, carreras y posiblemente natación- para fortalecerse. Eso sí, estaban excluidas del pancracio y del pugilato. “En Olimpia, las jóvenes y las mujeres tenían un festival reservado para ellas: los Juegos Hereos, que se celebraban en honor de la diosa Hera” 21. Al igual que en los Juegos Olímpicos las mujeres corrían en el estadio masculino, las campeonas recibían su corona de olivo, levantaban sus estatuas y tenían su propio colegio de jueces. Los Juegos Hereos tenían lugar también cada cuatro años, pero los expertos no saben si se desarrollaban el mismo año, ni por la misma época. “Los Juegos Hereos recuerdan una fiesta matriarcal prehelénica en honor de la Diosa Madre de la Tierra, identificada más tarde con Hera, cuyo templo es más antiguo que el de Zeus. La carrera de mujeres se corría originariamente en un campo labrado, que recuerda claramente un rito de fertilidad”22 . Pero la mujer no podía acceder al estadio durante los Juegos. El castigo era la muerte: las infractoras eran arrojadas desde el monte Tipeo. “Kallipateria fue la madre de un boxeador olímpico llamado Pisirodos que se disfrazó de entrenador de su hijo, a riesgo de su vida. Cuando Pisidoros ganó el torneo, la madre, en su emoción, saltó sobre la barrera de entrenadores y descubrió su condición. Los responsables le perdonaron la vida porque su padre, hermano e hijo habían sido campeones olímpicos. Para que esto no volviera a ocurrir, se aprobó una ley que obligaba a todos los entrenadores a ir desnudos” 23.
En el año 396 a.C. la espartana Cinisca levantó una estatua en Olimpia con ocasión de la victoria de su auriga en la carrera de cuadrigas. Siendo así la campeona olímpica más antigua de la que tenemos registro. Después de Cinisca, que repetiría triunfo en el año 392 a.C., vencieron en Olimpia, también en pruebas ecuestres, la espartana Eurileónide en el 368 a.C., Belistica de Macedonia (amante de Tolomeo II) en el 268 y el 264 a.C., las hermanas Timareta y Teódota de Élide en el 84 a.C., y Casia Mnasítea, también local, en el 153 d.C.. En este sentido, los primeros testimonios que conocemos en el mundo griego sobre la práctica del deporte, por parte de las mujeres, se remontan a la época minóica. Las fuentes arqueológicas atestiguan la intervención de mujeres en distintas manifestaciones deportivas; aunque muy particularmente nos orientan hacia los rituales religiosos cretense de saltar sobre los toros. Por su parte, Homero nos indica con su famosa escena del canto VI de la Odisea –donde nos narra como la Princesa Nausícaa y su sirvientas despertaron al náufrago Ulises de un pelotazo mientras practicaban un juego de pelota-, que en la Grecia del primer milenio ya había mujeres practicando alguna actividad física; aunque no debemos descuidar, que en los frescos egipcios de Beni Hassan, datados hacia el 2000 a.C., se aprecian unas mujeres jóvenes jugando a la pelota. En la Antigüedad los juegos de pelota eran considerados idóneos para las mujeres; es más, estos juegos serían los predilectos de las mujeres romanas. Aunque también es cierto que la carrera, gracias a las espartanas, fue el deporte femenino de competición más extendido de la antigüedad. No olvidemos, que el sistema educativo espartano, que primaba lo físico sobre el intelecto, tenía la singularidad de permitir la práctica deportiva de la mujer en él a todos los efectos gracias al mítico legislador Licurgo, pues este creía que ello las prepararía mejor para los esfuerzos del parto, amén de que también así llegarían a alumbrar hijos más sanos y robustos. Según la obra de Jenofonte, Licurgo ordenó que las mujeres practicasen el pentatlon –carrera, lucha, salto y lanzamiento de jabalina y disco-. Aunque otras fuentes también señalan que, las espartanas podían practicar la natación y la equitación; por lo que sólo habrían tenido prohibido el boxeo y el pancracio. Finalmente, sería Aristóteles quien insistiría en la importancia de la práctica de ejercicios adecuados para la preparación del parto.
El dopaje de la época clásica se refería a la ingesta de carne para aumentar la musculatura; el consuno de testículos de toro o de ovino para aumentar los niveles de testosterona –el mejor anabolizante-; la toma de abrojos para aumentar temporalmente los precursores de la testosterona para, fomentar la construcción muscular, activar la médula ósea al aumentar los glóbulos rojos y fortalece al sistema inmunológico; la preparación de cocciones de cola de caballo para superar la fatiga, la elaboración de pan con semillas de amapola de opio por su poder somnífero y analgésico y la ingesta de un brebaje de semillas de ajonjolí y hongos alucinógenos para las carreras, así como, el consumo de alcohol e hidromiel de alto contenido alcohólico para atletas y equinos. “Sin embargo no existe documentada ninguna victoria olímpica obtenida con estas ayudas ergogénicas u otras formas primitivas de dopaje”24 .
Finalmente, con la Guerra del Peloponeso llegó la decadencia de los Juegos cuando las palestras se quedaron vacías, y se inició el camino para la primacía del cultivo del intelecto sobre el cuidado del cuerpo; pero son muchas las voces que reseñan, que realmente se inició cuando el profesionalismo y la comercialización desplazó de los estadios a los aristócratas, para implantar la corrupción y el fraude en los Juegos a partir del siglo IV a.C. El proceso de decadencia continuó con la pérdida de las libertades ciudadanas iniciada con la dominación macedonia y la posterior conversión de Grecia en una provincia romana, que reconvertiría el agonismo griego en una serie de exhibiciones circenses y sangrientas que serían condenadas por los Padres de la Iglesia y proscritas, por el edicto del Emperador cristiano Teodosio I en el 393 d.C. Este periplo pone de manifiesto la pérdida progresiva del valor social individual de la areté –virtud entendida como la excelencia- que originalmente tenía el agón griego ante el nuevo orden social, que ya en Esparta comenzó por primar la areté colectiva de inspiración militar y los nuevos valores éticos, que ven los antiguos valores teológicos homéricos como algo ingenuo. En una palabra, la sociedad griega desplazó los valores tradicionales aristocráticos de la corona de olivo por la sabiduría y el valor en la guerra, como pilares fundamentales para la supervivencia de sus ciudades. Así lo afirmó Solón, el gran legislador ateniense, según los escritos de Diodoro de Sicilia. Es más, los nuevos valores políticos y morales que emergían frente al agonismo, fueron bien desarrollados en el proyecto educativo de Platón –base de los sistemas Totalitarios socialistas del siglo XX- donde se primaba una educación pública de corte espartano, impartida por instructores del Estado bajo la dirección de un epimeletés; algo parecido a un Ministro actual. De facto, Aristóteles compartía con Platón la enseñanza pública pero rechazó abiertamente el sobreentrenamiento y la rigidez del modelo espartano que sobrevaloraba el físico sobre el intelecto. Sin olvidar, que los valores espartanos residían sobre un fortísimo clasismo que veía con malos ojos la entrada masiva de las clases inferiores a los estadios y a la vida política que progresivamente había desarrollado la concepción deportiva clásica.
2. El Imperio romano.
En el Imperio romano, Augusto consolidó la política de seducir a las masas a través de los juegos en el circo y el anfiteatro; tanto para mantener a los ciudadanos al margen de la política como, para darse a conocer de cara a unas próximas elecciones para la magistratura. De aquí devino la célebre frase de Juvenal <<panem et circenses>>. <<Pan y circo>>. Según los expertos, los graves altercados que solían provocarse entre los espectadores a los juegos gladiatorios, provocó la regularización de los asientos. Recordemos que en la antigua Roma la violencia entre los espectadores a los juegos del anfiteatro y a las carreras hípicas del circo, o del hipódromo bizantino, se originaban entre los fanáticos seguidores de las diversas facciones: blancos, rojos, verdes y azules. La pasión exacerbada provocó auténticas masacres en este periodo.
“Los gladiadores que, en su origen, eran amateurs, soldados o prisioneros de guerra, y luchaban en ceremonias religiosas destinadas a honrar la memoria de los muertos”25 ; pasaron de ser inicialmente una profesión honrosa, dura, rigurosa y bien primada; a convertirse en un espectáculo tan sangriento como apreciado por los romanos. En especial por el Estado, que terminó ingresando anualmente más de 20 millones de sestercios. El negocio era tan redondo que el Estado no tardó en crear sus propias escuelas de gladiadores para evitar el enriquecimiento de los lanistas. Sin embargo, los gladiadores profesionales disfrutaban de buena comida y cuidados corporales; caso a parte, eran las condiciones de los condenados a la arena que eran tan lamentables que llegaron a provocar motines y rebeliones como la de Espartaco.
Durante el combate los gladiadores eran controlados por un juez principal y uno auxiliar, provistos de una vara larga y un látigo, para evitar los golpes prohibidos o la violencia innecesaria. Además, los espectadores más entendidos solían alertar a los gladiadores sobre los manejos de sus adversarios y les sugerían la técnica para responder. En general los combates no eran a vida o muerte puesto que las armas estaban poco afiladas, los hinchas de cada gladiador pedían su perdón y se tenía en cuenta el alto coste de la formación de un gladiador. En realidad los combates no eran tan violentos y cruentos como aprendimos en el cine. “Normalmente los que morían en la arena eran los noxii o condenados ad gladium, que eran ejecutados durante los espectáculos del mediodía (meridianum spectaculum), mientras que los profesionales, dado su costosa formación y su alto precio, sobrevivían a varias derrotas y muchos llegaban a viejos (40 años)”26 . La edad media de los gladiadores perecidos en la arena ronda los 27 años –con menos de 20 combates, a unos tres por año-; una media superior a la de los aurigas y a los profesionales del teatro. Sin olvidar, que los gladiadores profesionales sí podían hacer descansos en su carrera profesional. Y entre los voluntarios se podían encontrar a muchos aristócratas y senadores, que renunciaron a sus privilegios, para descender a la arena; e incluso esposas e hijas de senadores que se convirtieron en gladiatrices, en combates privados. Sin olvidar que Emperadores como Calígula, Nerón o Cómodo saltaron a la arena para enfrentarse a <<adversarios pagados>>.
Cicerón fue uno de los más fervientes defensores de los combates de gladiadores, aunque el mismo los señaló como crueles e inhumanos; mientras que Séneca era de los pocos que desaprobó públicamente los combates. La línea de Séneca sería la que desarrollarían los Padres de la Iglesia para señalar el embrutecimiento de los espectadores. En este sentido, Tertuliano pensaba que los criminales debían ser castigados, incluida la pena de muerte, pero se oponía a que dichos actos se convirtieran en espectáculos públicos. El poeta Prudencio pidió al Emperador Honorio en el siglo V que acabase con los combates de gladiadores; aunque admitía los espectáculos con fieras, como mal menor. La nueva concepción humanitaria que conllevaba el cristianismo tuvo mucho que ver con el Edicto de Constantino, que suprimió los combates en el 326 d.C. y destinó los reos condenados a la arena, a trabajos forzados. No hubo muchas protestas. Los altos impuestos que Roma impuso a las clases ricas entre los siglos III y IV terminaron produciendo un desinterés por la vida urbana y una mayor dedicación a la vida rural; que terminaría disgregando la base social en la que se apoyaba el espíritu aristocrático del agón griego, el gimnasio y la educación física. El decreto de Teodosio I sólo fue el colofón a una muerte anunciada. Así, como dijo Caigal, “cuando en el año 392 el Emperador Teodosio decreta la abolición de los Juegos, no estaba suprimiendo los antiguos Juegos, con todo su esplendor de los agones griegos, sino una pálida sombra de ellos”27 . Por tanto, podemos concluir que Roma ni comprendió la sutileza del pensamiento griego, ni entendió el espíritu agonístico, ni pudo superar el arte griego. Los romanos nunca entendieron ni reprodujeron fielmente el agonismo griego por lo que, los Juegos que en la época industrial se convirtieron en deportes fueron elaborados durante la Edad Media. Eso sí Roma les dio un sentido político que les condujo a desarrollar los espectáculos lúdicos como su principal arma para regular el comportamiento de la plebe.
Pero los expertos nos señalan, que el espectáculo más famoso y antiguo de Roma fue, seguramente, las carreras de carros iniciadas en el siglo VI a.C. por el Rey Tarquino Prisco; al que también se le atribuyen la construcción del primer circo romano. La gran asistencia a las carreras de carros llevó a la construcción de gradas, inicialmente de madera. Los aurigae o agitadores que conducían los carros solían ser esclavos que podían ganarse su libertad con el dinero de sus victorias. A pesar de ello, en el circo también se pudo ver a diversos Emperadores saltar a la arena. Para las carreras había cuatro equipos cuyos colores, metafóricamente, representaban las estaciones del año. Pero sus seguidores se encuadraron según su clase social: los verde –prasina- representaban al pueblo, la roja –russata-, la azul –veneta- seguida por los senadores y la blanca –albata-. Aunque es cierto que durante el Reinado de Domiciano existieron también las facciones dorada y púrpura. Los corredores solían participar con todos los colores durante su carrera deportiva. El aurigae más conocido fue Gaius Appuleius Diocles que tras quince años corrió 4.257 carreras y ganó 1.462. El resultado económico ascendió a 36 millones de sestercios. “La carrera formaba parte de una ceremonia religiosa precedida por una procesión (pompa) que salía a la arena desde la Porta Triumphalis […] Como parte de esta función religiosa, se instalaron en los circos unos templetes conocidos como Pulvinar […] a partir de Augusto, se convertirían en el palco de autoridades” 28. Las carreras constitían en dar siete vueltas a la espina siendo las dos curvas el punto crítico donde se producían la mayoría de los accidentes –naufragium- que convertirían a esta profesión en un oficio realmente peligroso. El premio era una palma, grandes cantidades de dinero, la adoración popular y una vuelta de honor. Era el deporte que más apuestas movía y al que más libremente podían acudir las mujeres. Es más, el poeta Ovidio lo recomendaba para buscar pareja en su obra El Arte de amar. “Esta adoración popular lo hacían objeto de propaganda política. Así los ediles gastaban verdaderas fortunas en ofrecer los mejores espectáculos a la espera de obtener el reconocimiento popular […] y posteriormente con su apoyo político”29 . Si lo comparamos con el deporte moderno –división de equipos, primas multimillonarias, traspasos de deportistas, apuestas y manipulación política- vemos lo acertado de aquel aforismo latino que decía <<Nihil novum sub sole>> -Nada nuevo bajo el sol-.
3. La Edad Media.
El periodo preindustrial de nuestra historia se comprende desde la caída de Roma hasta la Revolución francesa –del 476 a 1789- y se caracteriza por el sistema de producción feudal reinante. Tras la caída de Roma, el poder recayó en las tribus germánicas que, bajo el poder de sus Caudillos electos y sus guardias personales, futuros Reyes y nobles, se enfrentarían entre sí sin cesar, durante los once siglos que duró la Edad Media; mientras que, la Iglesia católica abonaba el antagonismo entre Reyes y nobles, a la par que daba carta de originalidad divina a la Monarquía o desarrollaba teorías filosóficas para derribar a los Reyes tiránicos. Pero muchos olvidan, que la Edad Media no fue un proceso histórico monolítico sino una continua evolución política, económica y social, que pasó de la caballería cortesana y su economía natural feudal, a la burguesía ciudadana y su economía monetaria, que propició un halo de libertad en los nuevos burgos donde se desarrollaría el capitalismo. Gracias a ello, durante la Edad Moderna, el Estado-nación terminó imponiéndose a las ciudades-estado renacentistas así como desarrollando Monarcas absolutos, que se apoyaron en la burguesía para dominar a los nobles, eclesiásticos y campesinos más levantiscos. Esta concepción absolutista del poder llegó a su cenit en la Corte del Rey Sol en Versalles.
En esta línea, no debemos omitir, que si los primeros siglos de la Edad Media fueron tiempos realmente oscuros y bárbaros; también se comenzó a desarrollar una cierta forma de entender moralmente la vida; que tanto haría por desarrollar la caballería, y de esta, al deporte donde durante siglos pudo seguir viajando el espíritu agonista de los clásicos; especialmente en las actividades físicas modernas individuales. La Iglesia proporcionó la gran continuidad cultural grecolatina ante el salvajismo y la incultura de los primeros tiempos de la Edad Media. La base que gradualmente sostuvo el Señorío fue el continuo proceso de los individuos que, supeditaron su libertad ante un Señor, para obtener protección en una época de gran incertidumbre política y económica. Máxime cuando recordemos que los individuos de aquella época abandonaron las ciudades romanas para buscar su subsistencia en el campo. Así los campesinos con los diezmos, las primicias y su trabajo durante tres días semanales en la reserva de su Señor, afianzaron el sistema militar y religioso de la Edad Media. El rígido sistema social imperante se trasladó a la práctica de las actividades lúdicas, diferenciando las de los nobles de las de los villanos; así como a la falta de instalaciones deportivas, bien definidas; porque el poder no las necesitaba. En este contexto, el pueblo desarrolló sus juegos de pelota, tiro o luchas entorno a las iglesias, los fosos, las murallas, los solares, las playas, las eras, etc., hasta que en el siglo XII con la aparición de las ciudades comienzan a surgir las primeras instalaciones.
La Iglesia realmente fue la única fuerza cohesionante que tuvo la sociedad medieval, gracias al código moral de comportamiento que fue elaborando en un mundo iletrado y violento. Por ello la Iglesia terminó siendo la encargada de declarar las treguas -la <<Paz de Dios>>- y las reglas para hacer la guerra. Gracias a ello se comenzó a fijar el carácter público de ciertos días del calendario y estos con el tiempo, darían origen a los días feriados que serían tan importantes para el desarrollo del juego y el deporte. Pero poco a poco, la Iglesia medieval perfeccionó la idea de la inmoralidad del alma, y antepuso el ideal de santidad y ascetismo, al cultivo del desarrollo físico e intelectual del mundo clásico, que según ella, fue la causa de la caída de Roma. Avanzada la Edad Media el hombre estaba obligado a cultivar su alma despreciando su cuerpo; así, quien dedicaba demasiado tiempo a su cuerpo estaba poniendo en peligro la salvación de su alma, al robarle tiempo a la oración. Sólo se excusaba de esta exclusividad a aquellos hombres que debían trabajar su cuerpo para la defensa de la fe o de su Señor feudal.
No olvide usted que, el Emperador Constantino el grande impuso el cristianismo como religión oficial del Estado en el año 380 y prohibió los Juegos en el año 394. Aunque bien es cierto que los combates de gladiadores no serán prohibidos hasta el año 529 y que en el hipódromo de Constantinopla se mantuvieron durante siglos las carreras de carros, que los Cruzados cambiarían por los torneos. “La prohibición de los Juegos mediante un edicto se debió a la súplica efectuada en ese sentido por el obispo de Milán, Ambrosio, y supuso un episodio más en la lucha que mantenía el nuevo Estado confesional contra el paganismo y del desmesurado culto al cuerpo practicado por griegos y romanos”30 . En la Edad Media la práctica de la virtud, que en el mundo griego era desempeñada por el héroe, se encarnó en la figura del caballero y del santo bajo el influjo del cristianismo. En el Medievo se practicaban juegos en los tiempos de paz –Pax Dei- que los Monarcas, Príncipes y Señores feudales concebían como periodos de preparación amistosa para la guerra. Así es como fueron surgiendo los torneos, las justas, los concursos de tiro con arco, los partidos de pelota, las cacerías, etc. Además en el sistema feudal los segundones de las familias nobles tenían que dedicarse a las correrías caballerescas para ganarse la vida; así de torneo a torneo y de asalto en asalto muchos llegaron al mero pillaje por los caminos. En este contexto, “el eros es idealizado, la carne reprimida, y se ensalzan los valores espirituales, al menos entre ciertas clases sociales”31 , a la par que, en las justas y torneos se comienzan a desarrollar con armas corteses: espadas sin filo, mazas de madera, lanzas embotadas, etc. Todo esto se realiza en un contexto de reinterpretación del pensamiento platónico donde el cuerpo, más que nunca, se concibe como la cárcel del alma. Lo corporal, que representa la naturaleza pecadora, lasciva y mortal del hombre, pasa a ocupar un lugar secundario y a concebirse como algo a lo que hay que someter y disciplinar. Y es aquí donde Ortega y Gasset nos recuerda que el término asceta deriva del griego askesis: “<<era el régimen de vida del atleta, lleno de ejercicios y privaciones… su primera casa y su primer club placentero, es también el primer cuartel y el primer convento>>”32 . Así, como indicó José Luis Salvador, podemos comparar el trabajo del joven griego para esculpir su cuerpo, con el sacrificio del cristiano para disciplinar interiormente el suyo. Pero, esta transición ideológica relegará el olimpismo al olvido. Así el gran humanismo de los siglos XIV, XV y XVI fue un humanismo de contemplar –theorein- y no un humanismo de quehacer –poiein-, aunque individualmente aparecieron espíritus como el de Copérnico, Giordano Bruno, Leonardo o Galileo que comenzaron a materializar la Ciencia y con ello, el proceso de secularización del pensamiento moderno. En este sentido, será el Renacimiento quien recobrará una dimensión íntegra del ser humano recuperando la teoría platónica que asociaba el bien no sólo a la belleza del alma, sino también a la del cuerpo. Aunque bien es cierto, que el recuerdo de los Juegos Olímpicos se guardó gracias a escritores como Erasmo, Rabelais, Cervantes, Calderón, Góngora… gracias a su amor por la literatura clásica.
Durante los tiempos de paz, la nobleza se dedicaba a los torneos y a la caza como preparación para la guerra; y el resto de la población medieval no rebasaba el ámbito de los tradicionales juegos rurales como la lucha: danesa, leonesa, turca, morava, bretona, carelia… La caballería implicaba un considerable status personal para pagarse el equipo, un cuidadoso entrenamiento y mucho tiempo libre; instituyéndose así unas actividades deportivas netamente de uso militar cuyas justas, torneos y partidas de caza además de sostener el prestigio de la nobleza, la autoridad del Rey y el sometimiento de los campesinos a las tierras de su Señor, eran un entrenamiento para la guerra. Esta es una de las razones por las que en la época de la caballería “sólo muy excepcionalmente un villano o un siervo podía alcanzar tal categoría” 33. La limitada posibilidad de escalar socialmente fue la clave de la idealización del oficio de la caballería, pero sin olvidar que muchos hijos segundones que no poseían la riqueza suficiente para mantener el status de caballero, terminaron haciéndose ladrones, traidores y mercenarios. A esas peligrosas mesnadas les acompañaban vividores, prostitutas, rateros, jugadores y aduladores por lo que terminaron propiciando la aparición de reglamentos para controlar su peligrosidad, así como las Cruzadas y las Órdenes Militares fueron, el banderín de enganche ideal para alejar de las Cortes europeas a tan peligrosa tropa. En este contexto, la mayoría de la población se orientó hacia los juegos populares para alegrar sus duras vidas. Por su parte, la caza medieval se concebía como un deporte agonístico cargado de valores que con el tiempo fueron deshumanizados. Gran auge tuvieron los bolos que se atribuyen a los celtas. “La palabra soule -nombre primitivo del balompié- es una corrupción del vocablo celta heule, que significaba <<sol>>. En el <<soule>> normando se establecía una relación entre el balón lanzado al aire y el culto religioso que los celtas dedicaban a esa deidad. En esta ceremonia, la pelota era identificada con la esfera solar”.34 Los normandos jugaban con balones sobre el hielo. Y los francos luchaban con grandes cargas de todos contra todos en una forma más brutal incluso que los romanos; que hoy muchos autores señalan como la base histórica de los futuros torneos.
Y aunque pueda parecer lo contrario, el Medievo fue un periodo donde las guerras fueron algo infrecuente y por lo que el deporte, los torneos, fueron realmente la preparación ritualizada de la guerra, es decir, una manera de mantenerse en forma. Estos torneos se originaron en Francia a partir del siglo XI. Así, las justas y los torneos, a expensas de los Monarcas y los grandes Señores feudales, se convirtieron en verdaderos agones lúdicos. En las justas peleaban los caballeros uno contra uno, mientras que en los torneos lo hacían en dos bandos y todos contra todos. Algunos autores ven en el circo romano el origen de los torneos y justas medievales, pero otros reseñan que los torneos derivan de los antiguos duelos germánicos, que eran los entrenamientos de los jefes tribales. Sin descuidar que “<<en el siglo XVI, Fauchet propone como posible etimología el hecho de que los caballeros acometieran con sus lanzas el “stafermo”, que funcionaba por giro o torno. De ahí la posibilidad de llamarle torneo algo así como <<ida y vuelta>>”35 . Los celtas y los galos se divertían organizando batallas gratuitas fuera de sus empalizadas pero sería Godofredo de Preuilly en 1066 quien fijó las reglas y prohibiciones que debían prevalecer en los combates lúdicos de los caballeros. También fue él quien adoptó el término torneo para estos enfrentamientos.
Los torneos más célebres se originaron en Francia sobre el año 1000, en los Condados de Caen y Champagne y el Ducado de Normandía –las zonas más cercanas a Inglaterra-. La razón es que esas zonas eran unas borrosas <<marcas>> que limitaban políticamente a diversas etnias en los territorios de Normandía, Bretaña y Borgoña. Pero no tardarían en extenderse a Germania desde el 1127, luego a Inglaterra y finalmente a las Cruzadas, desde donde retornaría a todas las Cortes feudales de Europa. La fama de los torneos comenzó a atraer a caballeros de Escocia, Bretaña, Anjou, Poitou, Borgoña, Flandes, Hainaut, Lorena… hacia la aureola que comenzaban a desprender estos festivales agonísticos medievales. Los Reyes, los lugartenientes de Dios en la tierra, no solían organizar estos festivales, que la Iglesia no tardaría en condenar por ser una trampa del diablo, que alejaban a los caballeros de los asuntos militares importantes como las Cruzadas, y que además, mutilaban o diezmaban el número de efectivos para la guerra. Pero los Duques, Barones y Condes obviaban estas prohibiciones eclesiásticas y mantuvieron, la preparación, el calendario y la publicidad de los torneos. Así era como estos nobles extendían su prestigio y control entre la juventud más revoltosa y peligrosa; pero también sería la herramienta que estos nobles utilizarían para resistir al creciente dominio de la Monarquía. En este contexto, el éxito de los torneos puede apreciarse en la gran cantidad de prohibiciones reales y religiosas de las que fueron objeto. Ejemplo de ello son las cuarenta ordenanzas que Eduardo II de Inglaterra promulgó durante su Reinado contra la celebración de torneos.
Por otra parte, aquellos torneos que se asemejaban tanto a la guerra real se fueron haciendo más lucrativos a partir del siglo XII; cuando se comenzó a apresar a los nobles para pedir rescates y componendas, en vez de matarlos. A estas brutales batallas se les debe añadir, que las gentes de las villas vecinas al campo del torneo acudían a verlas demostrando sus simpatías por sus caballeros gritando, lanzando piedras o participando en la lid con palos y otras armas contundentes. Es más, algunos de aquellos torneos llegaban a atraer a más de tres mil caballeros acompañados de sus sirvientes y sus compañías de soldados a pie, que eran complementados con mesnadas mercenarias, según la necesidad. A la par, llegaban a los torneos una muchedumbre de parásitos, chanchulleros, prostitutas, cambistas… con el fin de obtener riqueza. Como en la propia guerra. La única diferencia era que las guerras se detenían cuando llegaba el invierno, pero ni el frío ni la lluvia interrumpían los torneos; sólo las fiestas religiosas más importantes –Navidad, Pascua, Todos los Santos,…- los relantizaban. Con el tiempo la furia se fue controlando para evitar el gran número de muertes inútiles y gratuitas gracias a los reglamentos, las armas <<corteses>> -espadas embotadas, mazas de madera, lanzas romas…- que aparecieron a finales del siglo XIII. Sin omitir que también aparecieron los estrados para asentar a las damas, con lo que se aceleró la adaptación de la cortesía y las buenas maneras.
Cuando un Señor organizaba un torneo acudía a los heraldos para hacerlo público por las villas, castillos y caminos de la zona con unos quince días de antelación. No es de extrañar que a esta forma de publicidad se le denominase como el <<escándalo>>. Pero dado el éxito de las proclamas, es de suponer que conformaban un buen sistema de comunicaciones. Tras el anuncio de los heraldos los caballeros iban arribando en grupos a la acampada previa al torneo; los solitarios o <<caballeros andantes>> intentaban integrarse en alguna de las mesnadas acampadas o bien, se agrupaban entre ellos formando una de fortuna; y finalmente todos se encuadraban en escuadras cuando llegaban los grandes Señores que, bajo su patronazgo, solían formar lo que podemos entender como naciones tribales. Georges Duby nos recuerda que el sentimiento de pertenencia a un pueblo: “<<los francos, angevinos, normandos, bretones, sajones, etc., era muy intenso al final del siglo XII>>”36 . Y que esto reforzaba el empeño con que se lanzaban los unos contra los otros. Eso sí, los mejores torneadores eran agasajados por todos los grandes Señores y estos solían cambiar de banderas según la soldada o el porcentaje en el reparto del botín. Costumbre devenida de las prácticas de la guerra. La partida de las batallas se jugaba como máximo en dos jornadas, donde junto a los caballeros participaban los ribaldos –combatientes a pie que en la guerra se ocupaban de degollar a los supervivientes- que en los torneos se empleaban para llevarse las armas caídas por los suelos, guardar el botín de su Señor o participar en las emboscadas. En los torneos los participantes se jugaban el honor pero también, como en la guerra, buscaban obtener un botín: armas, arneses, caballos y prisioneros. Aunque dichas tareas rapaces solían dejarse en manos de los bachilleres. El juego consistía en lanzarse contra los adversarios como en las batallas de verdad y posteriormente comenzaba la lucha con mazas, espadas, hachas… hasta provocar la desbandada del conjunto adversario. De aquí se desprende que la mejor estrategia era siempre mantener la cohesión de la formación, andando con las filas apretadas tanto en defensa como en ataque, pues la clave de la victoria residía en la disciplina del grupo. Pero en aquellos torneos también se daban los ajustes de cuentas para saldar viejas deudas, saciar rencores o lavar ofensas; extendiéndose así entre aquellos combates la necesidad de botín y venganzas. Es más, algunos participantes conformaban pequeñas partidas para acorralar a un objetivo elegido previamente para su captura o muerte. A causa de todo ello, los torneos solían ser más mortíferos y sangrientos que muchas batallas porque se aprovechaba para desahogar los odios más secretos; además, se usaban arcos, los golpes más innobles, a los infantes auxiliares para realizar tretas y se atacaba en grupo a los caballeros caídos. En este sentido, los historiadores hablan de que más de veinte Príncipes murieron en esta clase de batallas lúdicas; de que en un torneo celebrado en Sajonia hubo 16 muertos en 1175; o que “en el famoso torneo de Neuss –localidad alemana próxima a la ciudad de Colonia- celebrado en 1240 murieron sesenta caballeros”37 . Llegados a este punto, comprenderán mejor, que como no pudieron erradicarlos tuvieron que crear los reglamentos tanto como inducir al uso de armas corteses.
Los caballeros capturados se dejaban a buen recaudo en el campamento mientras se negociaba su rescate en la fiesta posterior al torneo. Los resultados eran proclamados por los heraldos y con ellos se afianzaba la fama y el palmarés de los campeones tanto como, servían para ajustar el salario para el próximo torneo. Gradualmente, el campo de batalla se fue acortando y acotando; su duración se concretó en un día solar; y se establecieron en los reglamentos las armas que se podían usar y el comportamiento a seguir. Para regular las batallas se establecerían paulatinamente lugares de refugio, se delimitó el terreno de lid, se fue utilizando la presencia de jueces con grandes bastones que separaban a los acalorados combatientes como hicieron los paidotribos griegos y se introdujeron las armas corteses. La codificación y ritualización de los torneos fueron reduciendo el nivel de bestialidad de estos juegos a la par, que los fueron asemejando más a un deporte que permitiese la asistencia de las mujeres. Así, poco a poco, los torneos fueron aproximándose a una rudimentaria forma de deporte moderno. O mejor dicho, volvieron al agón clásico reglamentado y con cierto sentido del espectáculo que copiaron los romanos. Sin olvidar que lo más sorprendente de los torneos no era la riqueza ni el cosmopolitismo de sus participantes sino, que en estos agones torneísticos se podía reconocer un mismo tipo de competición en cualquier territorio del norte de Europa o Centroeuropa, por lo que sí son comparables con los Juegos Olímpicos de la Antigüedad o a los encuentros de fútbol contemporáneos, por su ritualización y reglamentación. Por tanto, podemos contemplar los torneos como batallas lúdicas donde por placer, honor o ganas de destacar en aquel ambiente guerrero y señorial, se combatía por gratuidad y desinterés, a pesar de las muertes o los rescates, en un marco guiado por la irracionalidad más exquisita. Aunque no pocos iban a la búsqueda del pecunio para su subsistencia. También es cierto, que en estas refriegas la fuerza era más importante que la destreza tanto como, que la necesidad de ganancias de muchos caballeros fue progresivamente institucionalizando el profesionalismo en los torneos. Finalmente, los torneos, que dependían fundamentalmente de su función como entrenamiento para la guerra, comenzaron su declive con el desarrollo de la artillería –bombardas, cañones, culebrinas- así como de los arcabuces y mosquetes para la infantería. Pero también, porque el feudalismo estaba dando paso a los nuevos Estados-nación donde la burguesía comenzaría a romper la escala social.
En la Edad Media, junto a los torneos, se desarrollaron las justas, que además terminaron sobreviviéndolos cuando estos cayeron en desuso. Las justas consistían en la embestida a caballo con lanza de dos caballeros en combate singular, que se desarrollaron inicialmente tras los torneos. Aunque bien es cierto que muchas batallas se detenían momentáneamente para observar uno de estos duelos surgidos del fragor del enfrentamiento. Es más, en las justas sí se podía, con mayor facilidad, desarrollar la técnica sobre la fuerza. En 1466 el Duque de Worcester redactaría sus reglas y los premios; cada contendiente podía romper tres lanzas, luego si no habían sido descabalgados se seguía el combate a pie con armas cortas, y para abandonar la justa, un caballero sólo tenía que quitarse voluntariamente el yelmo. Por consiguiente, esta fue una evolución reglamentada y ajustada, a un campo de juego y contra un contrincante, mucho más cercana a un estilo deportivo agonístico o moderno. Máxime cuando fueron introduciéndose la <<tela>> o barrera separadora, las armas corteses, las armaduras más ligeras o el ristre y el contrarristre para el agarre de la lanza, desde el siglo XV. Pero, la teatralización de la actividad agonística de la justa y el avance de la infantería de los nuevos Estados-nación, fueron convirtiendo esta actividad en un relleno festivo para las fiestas patronales o encomísticas, las bodas, las coronaciones, las sucesiones… hasta que la muerte de Enrique II de Francia, en la justa que conmemoraba la boda de su hermana en 1519, marcó el fin de este deporte. Cierto es, que en España continuaron celebrándose justas, cañas y juegos de toros durante todo el siglo XVII; pero la nobleza ya evolucionaba en toda Europa hacia la esgrima y la equitación.
Enrique II de Inglaterra y Felipe el Hermoso de Francia también intentaron prohibir los juegos guerreros por considerar que podían poner en peligro la autoridad Real y alentaban la indisciplina en la caballería. La participación en ellos podía acarrear la pérdida de las posesiones de los contendientes. Pero las amenazas no surtían ningún efecto, mientras se sucedían los reglamentos. En este sentido, los ejercicios y juegos de tiro eran obligatorios para los infantes y mesnadas que concurrían con sus Señores a las batallas, lo que justificaría las prohibiciones de que los arqueros se pudiesen dedicar a otros juegos de pelota o al balompié; tanto como, que en el siglo XVI se extendiera la popularidad de los concursos de tiro con arco en toda Europa fomentados por los Monarcas y la burguesía, que todavía se celebraban en el siglo XIX. En el siglo XII apareció en Inglaterra el Statutum armorum in torniamentis, unas reglas cuya violación podía suponer la pérdida del caballo, la armadura y hasta tres años de prisión. La Iglesia también se pronunció claramente contra los torneos en el III Concilio de Letrán de 1179, clasificándolos moralmente entre las <<res illicitae>> -cosas ilícitas-. Recordemos que el Concilio de Clermont en 1139 había dictado que a los muertos en los torneos no se les diese sepultura. Finalmente, el Papa Alejandro III, que había ratificado el III Concilio de Letrán, terminó comprendiendo que no se podía impedir estas actividades agnósticas y lúdicas ya que podían contribuir a hacer menos fatigosa la vida. Por tanto, podemos concluir, que los torneos eran el deporte por excelencia de su época. Además, con el desarrollo de los burgos medievales “<<los burgueses pudieron formar parte de los torneos; y en 1385 en Magdeburgo, participaron hasta los judíos>>”38 ; y por si fuera poco, “el espíritu caballeresco saltó el océano y siguió caminando por América. En efecto, la conquista de este continente no se hizo sólo en nombre de la codicia depredadora: también se llevó a cabo en nombre de ese espíritu selecto, rico, motivante y falso de los libros de caballerías, que los colonizadores se sabían al dedillo… empresas de lectores o mejor dicho <<escuchadores>> de estos relatos que en el Quijote se nos cuenta cómo se leían en corro, y así parecía ocurrir en los descansos de las tropas conquistadoras de América, entre los que siempre viajó un cronista que les leía a los demás, iletrados soldados de fortuna”39 . Todo ello fue posible porque “las reglas del duelo, de las justas y de los torneos eran similares en Polonia y en España, por decir dos países muy diferentes. En cambio, los juegos del vulgo eran locales y tradicionales”40 , como la lucha, los juegos de pelota, los concursos de tiro, el boxeo, las carreras de caballo o las parodias de batalla. Y no se celebraban entre ciudades diferentes, entre otras cosas, porque no tenían ni reglas ni conceptos comunes. Estos festivales cívicos europeos tenían ciertas analogías con los agones atléticos de la Grecia clásica tanto como, con el ambiente de fiesta y pasión del circo romano y bizantino; pero con la peculiaridad de institucionalizar las lealtades localistas. No olvidemos que cada ciudad mantenía su especialidad sin imitar o exportar las de otros municipios.
Los juegos de pelota y de balón como el balompié, el frontón o la palma, entusiasmaban por igual a aristócratas como a burgueses y villanos; también eran juegos de corte agonístico por centrarse en el combate cuerpo a cuerpo por la posesión de la pelota. Es más, “los juegos de pelota de los campesinos eran comparables, pero en forma de parodias, a las batallas de las clases altas” 41. Y sólo se suprimían por causas de fuerza mayor como la peste, las hambrunas, los levantamientos populares… En Navidad o los Martes de Carnaval en los municipios rurales de toda Europa solían celebrarse multitudinarios partidos de balompié –un conjunto de fútbol, rugby y balonmano- que cosistía en llevar la pelota a la meta ubicada en la aldea del otro equipo. A varios kilómetros de distancia, con el concurso de docenas o centenares de pateadores, sin muchas reglas ni juego limpio.
En el año 630 San Isidoro de Sevilla ya cita en sus Etimologías el juego de palma –el frontón- así como lo hizo Alfonso X en las Partidas, donde prohibió la participación del clero en este juego tan extendido. Como siempre, sin mucho éxito, pues Juan II de Castilla en el siglo XIV encargaba las pelotas a los artesanos franceses, amén de que la muerte de Luis X de Francia se produjo por beber un vaso de agua fría en medio de una partida de pelota. Igual que le ocurrió a Felipe el hermoso –esposo de Juana la Loca- tras una de estas partidas. Recordemos que estos juegos siguieron jugándose al socaire de los monasterios y los muros de los castillos, mientras se desarrollaron aportaciones como el uso de la red, el juego a cubierto, el guante o la raqueta; hasta que a finales del siglo XV, la pujante burguesía comenzó a cobrar por ver los partidos en los recintos cerrados. Hecho muy importante para la evolución del deporte en general. En este sentido, debemos recordar “la hazaña de una mujer de Hainaut, llamada Margot, que fue hasta París y en el frontón llamado Petit Temple batió a todos los que se le enfrentaron” 42. En el contexto, la producción legal seguía recogiendo las tradicionales prohibiciones para que artesanos, soldados y campesinos no abandonasen sus labores o se lesionasen por jugar; al clero para que no se mostrase públicamente en mangas de camisa; o para contener las consecuencias brutales del juego. Y aún así, en el año 1480, el Rey Luis XI de Francia dictó una orden que recomendaba a los maestros en la fabricación de pelotas hacerlas bien revestidas de cuero y llenas de borra. Así las pelotas se hicieron tan duras que los jugadores de paume comenzaron a utilizar guantes de piel, palas recubiertas de pergamino y hasta raquetas encordadas con tripa de animales desde el año 1500. Otro dato para comprender la importancia del juego de paume, fueron las células de Francisco I en 1537 y los estatutos de Carlos IX de 1571, que le concedieron a este el <<rango de juego real>>. Es más, Francia contaba en 1596 con doscientas cincuenta pistas de paume en París, cuarenta en Orleans, veintidós en Poitiers y se construyeron canchas como la del Louvre en casi todos los castillos del país. No olvidemos que el juego de paume era jugado por Monarcas, mujeres, jóvenes y en general todo el pueblo de Francia; tal pasión no tardó en extenderse por Inglaterra y en todo el norte de España como reseña el gran número de frontones que todavía perviven. El juego de pelota era un enfrentamiento individual, que prefigura el modelo de la competición moderna por sus duelos pacíficos que permitían una revancha indefinida. Ya en esta época el deporte venía acompañado de las apuestas en las que participaban hasta los Reyes; lo cual implementó la importancia de los marcadores. “Las apuestas y la actividad física van unidas desde que Homero nos relata los funerales deportivos de Patroclo y se mantuvieron, con pujanza, durante el esplendor clásico”43 . Es más, en Francia, desde Juan el Bueno hasta Luis XIV, hubo pocos Reyes que no jugasen al frontón. Sólo la aparición del billar, tan apreciado por el sedentario Luis XIV, pudo acabar con su inmensa popularidad. Hoy en día todavía se mantienen en París el frontón del Hotel Ritz y el del Museo del Louvre. Y para finalizar, debemos recordar que fue en un frontón donde el Tercer estado juró no disolverse hasta elaborar una Constitución para Francia. El origen de la Revolución francesa.
Por otro lado, el harpastum romano terminó evolucionando hacia el choule, el hurling, el soule y otros juegos de balompié que terminarían generando el fútbol y el rugby de hoy. Con diversos nombres y distintas maneras de jugar, estos juegos nunca unificaron sus reglas para no frenar el ardor de los contrincantes en llevar la pelota ovalada, rellena de crines, a la puerta de la otra villa, generalmente, la puerta de la iglesia parroquial, o a hacerlo pasar por dos postes. Estos juegos, que por regla general se organizaban con motivo de alguna fiesta patronal, no tenían limitación alguna de tiempo, espacio o número, y sólo se interrumpía por la fatiga extrema de los jugadores o por las heridas graves y la muerte accidental de algunos jugadores. Muchos expertos han visto en la Soule y en el hurling a los precursores de todos los juegos deportivizados que se practican en campos grandes, abiertos y con suelos de hierba. Pero en su forma primitiva –donde eran los torneos de los campesinos- se jugaba con normas muy confusas de tiempo y espacio, amén de que servían para satisfacer la afición al juego violento. Recordemos que el pueblo no podía participar en los torneos; o que la soule o ludus soularium tuvo un origen religioso como rememoraba la leyenda de que fue el Santo de Auxerre, quien le dio el balón a los hermanos de la cofradía que le habían sacado en procesión. Estos juegos de balón propios de la Picardía, Bretaña y Normandía no tardarían en extenderse por toda Francia. Incluso hoy hay constancia de que en el año 1147 el Señor feudal de Languedoc donó siete pelotas, <<de las más gordas>>, a una iglesia. No olvide usted que los juegos colectivos siempre estuvieron muy ligados a la efervescencia social de las fiestas populares como navidades, carnavales, vendimias, matanzas… “A menudo, el poder jugar adoptó el aspecto de un canon en el que las gentes del feudo pagaban al señor por el uso de los espacios… a cambio, el señor pagaba los balones y realizaba el saque de honor lanzando el balón, al comienzo del partido, en medio de los contendientes”44 . En esta línea, el nombre de hurling deriva de la palabra inglesa hur –lanzar, arrojar- en este caso una pelota hacia una portería, al estilo que se practicaba en el este de Cornwall. En este contexto, uno de los herederos del harpastum y de la soule francesa que se jugaba en Inglaterra, conocido como hurling over country, terminó evolucionando localmente hasta el hurling at goales; una variación predecesora del fútbol actual. El hurling at goales se jugaba en un terreno de unos cien metros de eje longitudinal, con unos 15, 20 ó 30 jugadores de campo para introducir el balón en el goal –un espacio de tres o cuatro metros delimitado por dos haces de leña-; en este juego estaba prohibido cargar contra el adversario o agarrarlo por encima de la cintura; fue habitual en las calles de Londres desde mediados del siglo XVI hasta los inicios del XVII, periodo donde la burguesía construye las Public Schools como Salisbury o Rugby; y el hurling at goales, junto con otros juegos, será el inicio de los deportes modernos. No olvidemos que el juego del balón, que se jugaba desde el siglo XII hasta el siglo XVII, comenzó a decaer junto con el juego de pelota hasta el punto de quedar constreñido a zonas de Bretaña, Escocia, Picardía, Gales y el sur de Inglaterra, hasta finales del siglo XVIII, que los universitarios ingleses lo recordaron.
Eso sí, este juego también se recogió en las crónicas por los motivos propios del deporte de esta época: “los jugadores de hurling recorren colinas, valles, zarzas y matorrales espinosos, pasando por las ciénagas, charcas y toda clase de corrientes de agua, en lucha por la pelota […] El juego está ligado a muchos peligros: una vez concluido, puede verse a los participantes como si regresasen de una verdadera batalla: con el cráneo ensangrentado, huesos fracturados, dislocaciones y magulladuras, apropiados para acortar los días de cualquiera. Sin embargo, todo se entiende como un juego y jamás se escandaliza el Procurador de la Corona… o siquiera el inspector de cadáveres”45 .
Las estampas y las ilustraciones medievales también nos muestran otros juegos parecidos pero moviendo el balón con palos o mazos; considerándolos así precedentes del golf, del críquet y del jockey. En este sentido, el mallo era un juego de bolos muy popular desde el siglo XVI, posiblemente fue desarrollado en Irlanda, que consistía en impulsar una bola de madera con un mazo por un recorrido sobre hierba natural de unos 500 metros, aproximadamente, con el menor número de golpes y contactando con el mayor número de bolos. Este juego, caracterizado por su ausencia de violencia, terminó convirtiéndose en Escocia en el golf que conocemos desde el siglo XV. También existió una versión del mallo en miniatura, cuyo concepto era parecido al minigolf, que evolucionó hasta el <<mallo de mesa>>. En España Covarrubias llamó <<trucos>> al mueble articulado sobre patas en el que se jugaba- que hizo las delicias del Rey Luis XIV de Francia; y que pronto se denominó billar-. Y bajo los mismos principios que la soule, en la Edad Media, también se jugaba a la vilorta o choule donde se tenía que hacer progresar una pelota golpeándola con un bastón doblado. Una variante de estos jugado por pastores era el La crosse que muchos consideran como el precedente del golf y del hockey. El golf es un juego que acabó perfeccionándose en los campos de Escocia pero cuya creación reclamaron los italianos por los frescos de Verona del siglo II, los españoles por la vilorta castellana o el perraixe vasco, los holandeses por el hecho de que su vocablo <<xolf>> significa <<palo>> o <<báculo>> y los franceses con el coculpe del siglo XIV. Hoy podemos observar en el British Museum un libro holandés de 1510 donde se encuentra la primera representación de este juego que poseemos. Y del siglo XV datan las consabidas prohibiciones de este juego que partieron del arraigado Parlamento de Edimburgo. Pero el primer club de golf se constituiría en Inglaterra gracias al séquito de Jacobo VI de Escocia, que se trasladó a Londres para suceder a la Reina Virgen en el trono de Inglaterra.
Y como ya se recogieron en las sagas vikingas, en los países nórdicos, por necesidades obvias, se practicó el patinaje sobre hielo, el esquí y los paseos con raquetas; como también hacían los lapones. Pero será la burguesía holandesa la que comenzó a patinar sobre superficies heladas para divertirse a finales de la Baja Edad Media.
Por otra parte, en el Renacimiento comienzan a borrarse las distinciones entre la nobleza y la alta burguesía, tanto como a reforzarse el deseo de la autonomía humana gracias al profundo interés por los clásicos griegos y romanos que se despertó, con la llegada de los sabios bizantinos que huían tras la caída de Bizancio en manos turcas. En este contexto, se inserta que “la gran dedicación de los primeros Médicis, mercaderes de Florencia, a los torneos, juegos y festividades, formaban parte de su política general de prestigio”46 ; pues la alta burguesía comprendió que <<el perfecto hombre de sociedad>> debía ser el educado y familiarizado en los juegos nobles, tanto como ser hábil en la lucha, la natación y el salto, a modo de desarrollar la emulación como gran motor para el desarrollo de la cultura lúdico-caballeresca que deseaba el espíritu humanista. Así no se tardaría en ver <<regattas>> a remo en Venecia, las carreras de caballos y el juego de la paume; gracias a que las ricas economías comenzaron a prolongar los tiempos de ocio. A la vez, el Renacimiento subraya el desarrollo de la destreza técnica en los juegos así como el desarrollo de los reglamentos; a la par, en Inglaterra los puritanos denunciaban el deleite físico que producían estos juegos lúdicos, que además profanaban el día del Señor; en Francia y Centroeuropa se comenzaba a abandonar las actividades deportivas; y en España seguía la magnifica profusión de juegos como la pelota o los toros. Con el triunfo de la Alta burguesía en el Renacimiento los antiguos ejercicios caballerescos comienzan a transformarse en juegos reglamentados como la esgrima. Aunque realmente esta se popularizó principalmente, por los duelos que posibilitaban combatir en cualquier lugar y a todas horas. En esta época como nos recuerda Erasmo: “<<Los españoles no ceden a nadie la gloria en la guerra; los alemanes están orgullosos de su corpulencia y de sus conocimientos en magia, los italianos son pendencieros y hábiles con la espada…>>”47 .
En este ámbito, no podemos olvidar, que el uso de la pólvora hizo inservible el uso de las armaduras y potenció la habilidad en el uso de la espada. Así los duelos comenzaron a sustituir a los torneos y las justas; y su profusión fue tal que las autoridades tuvieron que emplearse a fondo para detener la sangría inútil que estos producían. Pero la esgrima como deporte comenzó a desarrollarse en Alemania donde se conformaron las cofradías de maestros de esgrima, como la del gremio de San Marcos en Frankfurt, sufragadas por las ciudades. De ahí que fuese en la plaza pública donde se impartían las clases y se organizaban los espectáculos de pago para tener derecho a un asiento. Además el espíritu de este deporte se asemejaba a los contemporáneos porque los candidatos a la maestría en esgrima debían pasar unas pruebas y el espíritu general de los practicantes, se centraba en el entrenamiento y el ejercicio como preparación física y complemento educativo. Por último, cabe destacar que las fraternidades de duelistas universitarios en los territorios pangermanos duraron hasta la I Guerra Mundial.
En este periodo la Iglesia también mantuvo su papel en el desarrollo lúdico de las fiestas populares, tanto en las carreras populares en las que el Papa Pablo II donaba los premios -uno de ellos reservado a los judíos- así como, en las carreras entre las diferentes corporaciones y ciudades. Es más, en caso de necesidad, Roma llegó a utilizar la fuerza de las armas pontificias para asegurarse que todas las gentes de Roma y de otras localidades se decidieran a jugar. Además de las carreras también había lanzamiento de disco y venablos, juegos de cañas, cucañas, batallas campales a pedradas, boxeo, corridas de toros y lucha. Y se tiene constancia de un programa de una fiesta popular en Roma en 1519 donde se consignó una carrera para mujeres, como también en una fiesta popular en Augsburgo en 1507; de que la famosa Margot jugaba en 1429 a la pelota mejor que muchos hombres; o que había mujeres esgrimistas en España, Italia, Francia y Alemania. En este contexto, comenzó a desarrollarse el juego del puente –gioco da ponte- en todas las ciudades italianas que eran atravesadas por un río. En este juego los representantes de dos barrios luchaban entre sí por el control del puente.
Por otro lado, en la cultura occidental la danza teatral se remonta al siglo XV, siendo una mezcla de bailes sociales y escénicos, que gracias a los judíos errantes evolucionaron desde bailes populares a danzas regladas para la Corte. Por ejemplo, Domenico de Piacenza – de Ferrara anteriormente, aunque su condición de judío le llevaba a cambiar regularmente de nombre y patrón por su seguridad- y Guglielmo Hebreo –tras su conversión Maese Giovanni Ambrogio da Pesaro- dieron origen a la coreografía en las Cortes renacentistas. Así, Lorenzo el Magnífico pudo entretenerse encargando los vestuarios para representar sus triunfos a Botticelli, mientras Leonardo diseñaba los accesorios y la escenografía. Por su parte, Catalina de Médicis, que vivía en el Louvre como Reina, acogió la protección del ballet tanto como la de un judío llamado Baldasarino de Belgiocoso –luego Baltasar de Beaujoveux- que desarrollaría el Ballet Comique de la Reine.
El juego de pelota italiano denominado el calcio, es observado por muchos como hermano del fútbol y el rugby; pero los tres son herederos del harpastum romano, en el cual era fácil discernir los movimientos y el orden de batalla de las legiones romanas, que los mandos militares romanos utilizaban para lograr un óptimo entrenamiento de sus soldados durante las largas campañas. Entretenimiento que perviviría siglos en muchos lugares de Europa, incluida Inglaterra, a través de los menestrales. El mejor ejemplo de ello, lo tenemos en el calcio italiano, que hoy se sigue jugando en algunas fiestas populares. Dicho juego recuerda al soule, el choule, el hurling y tantos otros juegos balompédicos que llegó a practicar hasta Enrique II de Francia en el Renacimiento. Y aquí encontramos un aspecto precursor del deporte moderno en los jugadores del calcio, en sus desplazamientos deportivos, como el que realizaron a Lyon en 1575 para jugar un partido ante el Rey de Francia Enrique II. Así como el uso de tribunas desmontables, o el uso de los balcones en las plazas principales, para que los nobles siguiesen el juego. Por desgracia, también en este periodo algunos partidos se suspendieron cuando la pasión los convertía en auténticas batallas campales; no descuidemos que las reglas lo permitían todo menos los golpes con los puños. En Florencia se celebraba, y se celebra aún hoy, un festival en la Plaza de la Santa Croce durante la festividad de San Bautista, Patrón de la ciudad, donde los equipos de los cuatro barrios históricos jugaban una liguilla con dos partidos eliminatorios para llegar a la final. “Los Médicis, al parecer, estuvieron particularmente interesados y apasionados por el calcio, que claramente era un juego de nobles, teniéndose constancia de que los papas Clemente VII, León IX y Urbano VIII montaban partidillos de <<aficionados>> en los jardines del Vaticano. Formó parte de los programas de las fiestas principescas (por ejemplo, en la boda, en 1536, de Alejandro de Médicis con la hija de Carlos V)” 48. Pero, “con el tiempo se fue permitiendo la participación de los servidores de los nobles, y se tiene noticias de un Leonardo da Vinci como fervoroso hincha y de Maquiavelo como hábil jugador casi profesional”49 .
Por su visión ideal del mundo griego, la mayoría de los humanistas impulsaron la educación integral, buscando el desarrollo de un hombre armonioso y equilibrado. Es más, en este contexto, reaparecieron los tratados que aspiraban a formar Reyes cabales en lo moral, lo espiritual y lo físico, continuando la tradición medieval, como se puede observar en El cortesano de Castiglione, el De rege et regis institutione del Padre Mariana o en La guía de Príncipes que elaboró Gracián. Aunque el ejemplo más mundano del papel del poder correspondería a El príncipe de Maquiavelo. Sin embargo, en honor a la verdad, aunque no sea políticamente correcto recordarlo, el Renacimiento español incluso llegó a avanzar más que el italiano en algunos aspectos gracias a figuras, como Lebrija, Vives, Alcocer o Méndez, fraguadas en torno a las universidades de Alcalá de Henares, Salamanca, Sevilla y Valencia; eso sí, bajo la atenta mirada de la Inquisición como pudo comprobar Fray Luis de León al terminar encarcelado por sus clases. Además, Ignacio de Loyola no sólo creó al modo militar la Compañía de Jesús sino también señaló, en su obra Monumenta Ignatiana, la importancia del cuidado del cuerpo y de cómo participar en las actividades físicas y en el juego. Así, “Ignacio de Loyola (1491-1556) creador y general de la militarizada Compañía de Jesús estableció, en la regla número 49, que todos los escolásticos, mientras no fueran dispensados por el Rector, debían dedicar un cuarto de hora antes de las comidas al ejercicio físico”50 . Amén de que España también llevó su concepción del juego a las Américas con la acción efectiva de los jesuitas en sus instituciones educativas. Por otra parte, el humanista español Luis Vives publicó en su exilio de Brujas su obra La instrucción de la mujer cristiana, en la que pedía la creación de gimnasios para la formación de las mujeres.
Llegados a este punto podemos concluir, que aunque la mayor parte de los ejercicios estaban reservados a la nobleza, por la triste razón de que las diferencias sociales, la elevada mortalidad, las hambrunas, la miseria social y la escasa esperanza de vida, limitaban las necesidades y las capacidades para esfuerzos físicos gratuitos; así el deporte se vivió y se desarrolló en una Europa que a comienzos de la Edad Media se caracterizaba por su descentralización y su integración social inestable. Pero muy lentamente, el sistema feudal fue desarrollando las condiciones estructurales que le definirían a la par que sostendrían el peculiar dinamismo con el que avanzaría sobre otras civilizaciones. Esta evolución será la que permitió a Occidente obtener la hegemonía, formar monopolios, crear las naciones-Estado, desarrollar la ciencia moderna e implementar la industrialización y la deportivización de las distracciones; durante cuatro siglos.
No obstante, con la aparición de la pólvora la condición física en Europa bajó hasta el punto que el Padre Mariana, el Mariscal de Puysegurr o P. Daniel, tuvieron que dar la alarma sobre la debilidad física de los soldados y oficiales. “Los ejercicios físicos quedaban reconocidos como fundamentales para la formación moral y la sociedad, por lo cual debían convertirse en parte destacada de la formación humana”51 . Si bien es cierto que la deportivización de las distracciones se originó en Inglaterra, no podemos olvidar la importancia del calcio en Italia a pesar de que sus localismos impidieran la formación de su nación; ni tampoco que Alemania se unificó bajo un mando militar prusiano que asociado con el movimiento socialista, desarrolló un movimiento gimnástico muy nacionalista tanto como, el primer Estado del Bienestar que conocemos; o que la centralizada Francia impedía a las personas crear asociaciones. El modelo deportivo en torno a la gimnasia en el centro y norte de Europa fue un modelo dirigido, politizado, muy militarista y, por tanto, ideológico. Pero el intento de los Estuardos de imponer un Gobierno absolutista y restaurar una Monarquía católica en Inglaterra provocó la guerra civil del siglo XVII, que acabó con todo riesgo de la imposición de un Régimen absolutista o un Estado centralista. De aquí que las clases superiores de hacendados pudiesen conservar una gran autonomía, en torno al Parlamento que compartía las tareas de gobierno con el Rey. En el siglo XVIII, cuando se calmaron las tensiones de la guerra civil, los aristócratas y la alta burguesía comenzaron a desarrollar gradualmente lo que hoy denominamos <<partidos políticos>>, para conducir pacíficamente sus luchas políticas. La parlamentarización del conflicto político fue un paso para el proceso civilizador inglés que a la par, comenzó a producir lo que se llama la deportivización de las distracciones, un proceso en el cual los aristócratas y caballeros dedicados a gobernar comenzaron a crear formas de ocio menos violentas, más civilizadas. Fue una relación correlativa, no causal.
4. Conclusiones.
A lo largo del artículo hemos analizado como en la Grecia clásica se produjo una simbiosis sagrada entre la filosofía y el deporte que alumbraría el ideal olímpico; y como con la decadencia helénica los Juegos comenzaron a convertirse en una fiesta profana, que terminó obviando su significado en la sociedad romana, hasta que el Emperador Teodosio decretó su abolición en el año 392 d.C. En esta línea, también hemos visto como en el transcurso de la Edad Media la virtud del héroe se transformó, bajo el influjo del cristianismo, en los valores del caballero y de los Santos, y así de los días de la <<Paz del Señor>>, surgieron los juegos como formas pacíficas para la preparación de la guerra; y como durante el Renacimiento, la burguesía desarrolló su propia cultura lúdico-caballeresca que paulatinamente fue borrando las diferencias con la aristocracia.
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2 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp.15.
3 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 16.
4 Ferruccio, Antonelli y Salvini, Alessandro. Psicología del deporte. Tomo I, pp. 110.
5 Ferruccio, Antonelli y Salvini, Alessandro. Psicología del deporte. Tomo I, pp.111.
6 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 9-10
7 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 7.
8 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 86.
9 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 71.
10 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 74.
11 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 64.
12 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 12.
13 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 71.
14 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 11-12.
15 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 16.
16 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 51.
17 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 63.
18 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 14.
19 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deportes y límites, pp. 18.
20 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deportes y límites, pp. 18.
21 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 95.
22 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 95.
23 Conner, Floyd. El gran circo de los juegos olímpicos, pp.111.
24 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 130.
25 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 172.
26 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 176.
27 Cagigal. ¡Oh deporte!, pp. 19.
28 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 222.
29 Pastor, Mauricio. (Coord.). Deporte y olimpismo, pp. 224.
30 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 19.
31 Iseo. Discursos, pp. 20.
32 Ortega Y Gasett, J. El origen deportivo del estado. Tomo. IX, pp. 269.
33 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 52.
34 Verdú, Vicente. El fútbol. Mitos ritos y símbolos, pp. 45.
35 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 61.
36 Duby, Georges. Guillermo el Mariscal, pp. 108.
37 Calderón, Emilio. Deportes y límites, pp. 21.
38 Diem, Karl. Historia de los deportes. 2 Tomos, pp. 535-536.
39 Vargas LLosas, Mario. Carta de batalla por Tirant lo Blanc, pp. 129.
40 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 131.
41 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 144.
42 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 151.
43 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 231.
44 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 157.
45 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 158.
46 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 203.
47 De Rotterdam, Erasmo. Elogio de la locura, pp. 74.
48 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 233.
49 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 233.
50 Salvador, José Luis. El deporte en occidente, pp. 262.
51 Diem, Karl. Historia de los deportes. Tomo I. pp. 8.
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