Iratxe Suberviola Ovejas RESUMEN
Este artículo parte del análisis de la situación laboral y social de las mujeres
españolas en tiempos de crisis y, concretamente en los cambios de roles que se
están produciendo actualmente. Desde esta concreción del panorama actual, se
propone que el Sistema Educativo explote las peculiaridades que nos acontecen
para explorar y modificar los roles de hombres y mujeres, utilizando como
principal herramienta una educación para la igualdad que se base en los
principios de visibilización, transversalidad e inclusión.
Palabras Claves: Coeducación, Educación de la Mujer, Rol social.
iratxe.suberviola@unirioja.es
Aunque resulte paradójico, muchos de los importantes cambios sociales han surgido de momentos de no-acomodación como el actual. Desde la perspectiva coeducativa y debido a los cambios producidos en el mercado laboral que incide directamente en los roles tradicionales, el ámbito educativo debe rentabilizar esta situación instrumentalizando la cambiante realidad. Bajo un prisma optimista se debe destacar que toda crisis representa una oportunidad de cambios para innovar y crecer; de hecho, nos encontramos en un momento idóneo para realizar replanteamientos generales, teniendo presente el consenso existente en cuanto a que el modelo de desarrollo basado de forma exclusiva en el crecimiento económico no garantiza, ni la cohesión, ni el desarrollo de bienestar, ni el avance de una sociedad igualitaria (Castro, 2009)
Desde el enfoque de género, es necesario pararse a examinar algunos aspectos de la crisis que resultan claves como son: el impacto del empleo/desempleo en los diferentes sexos, qué está aconteciendo con el trabajo doméstico y los cuidados no remunerados, cómo se distribuye el sub-empleo, etc. En definitiva, conviene realizar un análisis sobre el mercado laboral de la mujer y los antecedentes que lo han producido.
Si se realiza un viaje por la evolución de la incorporación de la mujer en el mercado de trabajo se puede postular que la situación actual es el resultado de una incorporación desigual desde sus inicios. Parte de la responsabilidad de la discriminación laboral que hoy sufrimos las mujeres tienen su base en el ideal del salario familiar que implica que el sueldo del hombre debe ser el prioritario y cubrir todos los gastos de la familia. Como consecuencia de la depresión y posterior crisis de los 90 y, el aumento del desempleo masculino, fueron muchas las mujeres que se vieron empujadas a buscar trabajo fuera de sus hogares. No obstante, la finalidad última de esta incorporación laboral estaba lejos de ser la emancipación, más bien se consideraba como una situación forzosa (Olalla, Morelló y Álvarez, 2009). Esta percepción sobre el trabajo femenino como complementaria al del hombre desemboca en una desvalorización de los puestos de trabajo mayoritariamente cubiertos por mujeres, con mayor precariedad y segregación laboral.
Segregación laboral femenina
La segregación ocupacional por sexos da lugar a la separación de los mercados de trabajo masculino y femenino, de modo que los hombres y mujeres se encuentran en distintas ramas de ocupación y/o distintas actividades. La problemática surge fundamentada por el mayoritario número de veces que las mujeres acaban situándose en los niveles más bajos del empleo en cuanto a cualificación y remuneración. Con ello, el concepto de segregación acaba implicando también discriminación. En principio, el hecho de que los diferentes géneros se sitúen en lugares distintos de la escala ocupacional no resulta discriminatorio en sí mismo, pero lo es cuando las mujeres acaban por ocupar posiciones más desventajosas de un modo sistémico y, sin que ello, lleve aparejado diferencias de cualificación por sexos o distintas preferencias a la hora de buscar trabajo (Hidalgo, Pérez y Calderón, 2007).
La segregación afecta negativamente tanto a los mercados de trabajo, debido a la rigidez que causa la movilidad entre ocupaciones masculinas y femeninas, como al colectivo femenino, al reducir sus oportunidades laborales generando diferencias de ingresos con respecto a los hombres (Maté, Nava y Rodríguez-Caballero, 2002). Una teoría que permite explicar la segregación ocupacional entre hombre y mujeres es la de la segmentación de los mercados de trabajo. Uno de los modelos más conocidos de esta teoría se denomina modelo de mercado de trabajo dual propuesto por Doeringer y Piore en 1971, que habla de un mercado laboral primario y otro secundario. El segundo de ellos está constituido por los empleos más inestables, peor pagados, con precarias condiciones de trabajo y escasas posibilidad de promoción profesional. Las mujeres tenderán a ser excluidas del mercado primario para concentrarse en el secundario, creando la segregación ocupacional entre sexos y dividiendo al mercado en ocupaciones masculinas y femeninas.
Otra de las teorías económicas sugiere que existe discriminación por parte de algunos empresarios a la hora de contratar a una mujer, poniendo como escusa ejemplos como el de mayor absentismo laboral al recaer sobre ellas la mayor parte de las responsabilidades familiares, o al considerar que las mujeres están peor cualificadas, por lo que es habitual que las ocupaciones que requieren unos niveles de estudios elevados y en las que la experiencia en el puesto de trabajo cobra importancia, sean ofrecidas a hombres en mayor medida que a mujeres (Dolado, Felgueroso y Jimeno, 2003). Otra teoría explicativa sugiere que la mujer se ve forzada a escoger trabajos compatibles con las tareas del hogar y/o las responsabilidades familiares, produciéndose una discriminación social, lo que hace que ocupe segmentos del mercado laboral con menor exigencia de cualificación, trabajos a tiempo parcial y de carácter temporal. Sea cual sea la perspectiva o teoría de análisis económica se llega a concluir que las mujeres presentan discriminación y mayor precariedad laboral.
La precariedad laboral femenina se agrava en tiempos de crisis
La precariedad laboral de la mujer se puede analizar a través de diferentes parámetros (Hidalgo y col., 2007; Larrañaga, 2009;). A continuación se exponen alguno de ellos:
• En la situación de crisis actual el paro afecta tanto a mujeres como a hombres, aunque no en igual proporción debido a que los sectores de la construcción y la automoción, mayoritariamente con trabajadores varones, han sido las áreas más castigadas por la crisis. No obstante, conviene recordar que la situación de la mujer en el desempleo es peor que la de los hombres, están menos protegidas. Según el Ministerio de Trabajo, el número de parados que percibe prestación supera al de paradas en mayor índice que la flecha de desempleo entre hombres y mujeres.
(Tabla nº 1)
• Otro dato a tener en cuenta sobre la precariedad laboral es el empleo a tiempo parcial. Según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) en los años 2008 y 2009 se aprecia como las jornadas de menos horas semanales corresponden a las mujeres. Cabe destacar que la Comisión Europea recomendó a España aumentar los empleos a tiempo parcial con la finalidad de conciliar vida laboral y familiar. Esta medida, aparentemente, tuvo su éxito puesto que en el 2005 y tras años de estancamiento se produjo un incremento del 50% en la tasa de empleo de trabajos con esta tipología de jornada. La ocupación de estos puestos de trabajo ha sido mayoritariamente femenina, puesto que las mujeres han llegado a cubrir el 80% de la oferta de este tipo de empleo (De Lucas y De la Cueva, 2009), de modo que lo que aparentemente favorece a las mujeres, acaba guiándolas hacía trabajos con peores remuneraciones y cualificaciones.
(Insertar Tabla 2)
De hecho, según información del CES (Consejo Económico y Social de España) del 2006, más de la mitad de las trabajadoras a tiempo parcial prefieren tener una jornada laboral completa. Sin embargo, únicamente el 8,8 % de las mujeres que trabajan a tiempo completo buscan una jornada laboral a tiempo parcial. Estos datos deben hacernos reflexionar sobre la situación de conciliación laboral y familiar de la mujer, tal como está establecida en la actualidad. Debemos preguntarnos si es un rol impuesto socialmente y si en cierta medida las mujeres nos sentimos forzadas a desempeñarlo.
• La temporalidad laboral está emparejada con la precariedad del trabajo. En datos globales del 2009 obtenidos del INE, el 76,25 de los contratos indefinidos pertenecen a varones frente a un 72,7% de mujeres.
(insertar tabla 3)
En el análisis de estos datos se puede inferir que a las mujeres no solo les resulta más difícil obtener un contrato para salir del desempleo, sino que también tienen mayor dificultad para conseguirlo de modo indefinido, lo que produce mayor inestabilidad y precariedad a su inserción en el mercado de trabajo.
• La desigualdad retributiva es otro parámetro que forma parte de la discriminación y precariedad laboral femenina. Las mujeres cobran aproximadamente el 70% del salario de los hombres. Una de las razones que explican estas diferencias salariales está en conexión directa con el problema de la segregación ocupacional de la mujer, es decir, el salario recibido por un trabajador o trabajadora independientemente de su sexo, es menor en aquellas ocupaciones donde la presencia femenina es mayor (Salaberría y Ullibarri, 1997). El empleo de la mujer se localiza en porcentajes mayores al del hombre en las ramas de actividad y ocupaciones peor remuneradas.
Como anteriormente se ha apuntado, las mujeres tienen mayor presencia en las pequeñas y medianas empresas, ocupan de forma mayoritaria los empleos a tiempo parcial y los contratos temporales, donde reciben una remuneración más baja que los trabajadores de las grandes empresas, los que tienen contratos indefinidos y los que trabajan a tiempo completo. Inclusive y, agudizado por la crisis, en los puestos directivos la brecha salarial entre hombres y mujeres se sitúa en el 17%, mientras que en las periodos pre-crisis lo hacía 5 puntos menos. Los mismo ocurre con la presencia femenina en este tipo de puestos que en los últimos años ha disminuido aproximadamente del 19 al 13% (Europapress, 2010).
• Otro indicativo de precariedad laboral es el subempleo que, al igual que el paro, no ha dejado de crecer desde el inicio de la crisis. En España más de dos millones de personas se encuentran en esta situación. Este subempleo afecta de modo desigual a hombres y a mujeres, siendo estas últimas una vez más, el sexo desfavorecido. Según datos del 2º trimestre de 2009 el 13% de mujeres se declaran subocupadas con respecto al 9% de hombres que afirman estar en esta situación (Larrañaga, 2009). Las épocas de bonanza económica agudizan la tendencia a la mercantilización de algunos trabajos domésticos y de cuidados, mientras que los momentos de crisis producen un giro y las mujeres desempleadas realizan este tipo de tareas en su propio hogar. De este modo, reducen gastos familiares realizando labores que en épocas anteriores estaban remuneradas, pero a costa de un aumento de trabajo no cotizado que continúa recayendo de forma mayoritaria en el género femenino.
Análisis de las medidas anti-crisis desde una perspectiva de género
El efecto de la crisis económica sobre el mercado de trabajo ha provocado por parte de los Gobiernos la aprobación de planes de gasto público dirigidos, en gran medida, a fortalecer el modo familiarista vigente, en el que el hombre es el agente proveedor económico y la mujer la responsable de los cuidados. En esta línea y con el propósito de reactivar la economía, los Gobiernos han priorizado como medidas anti-crisis, además de polémicos recortes salariales y propuestas en el aumento de la edad de jubilación, impulsar el gasto público en la recuperación del empleo masculino destruido, especialmente en los sectores de la construcción y del automóvil, (Plataforma feminista contra la crisis, 2009). Mientras que estas medidas anti-crisis afectan mayoritariamente a hombres en el intento de reincorporarles en el mercado de trabajo, los Gobiernos han tomado otra serie de medidas que están afectado desfavorablemente y de forma mayoritaria a mujeres, dificultando su inserción en el empleo de calidad y sus independencia económica.
Si es cierto que el propósito de reactivar la economía mediante el gasto público en infraestructuras físicas puede ser beneficioso, no lo es menos que impulsar empleos en servicios sociales, atención a la dependencia o educación, además de incidir de un modo directo en el bienestar social, ampliaría el mercado laboral español históricamente femenino.
Como anteriormente se ha apuntado, el paro afecta en mayor medida a los hombres que a las mujeres lo que aumenta el número de familias que dependen económicamente en exclusiva del salario femenino. Esta nueva situación deteriora la economía familiar que pasa de depender de dos sueldos a uno solo y mayoritariamente el menor de ellos. Ante este aumento de desempleo masculino cabe analizar si esto conlleva cambios en los roles familiares y de género, como por ejemplo, una participación más activa de los hombres en los trabajos no remunerados. Hasta ahora, los datos señalan que los varones que han pasado de una situación de ocupación a una de desempleo aumentan mínimamente la dedicación a trabajos no mercantiles, mientras que las mujeres que se ven en la misma situación prácticamente duplican la dedicación a las ocupaciones del hogar y cuidados (Larrañaga, 2009). Es obvio que mientras que no exista un reparto de las labores no remuneradas entre hombre y mujeres es difícil que las desigualdades laborales y sociales desaparezcan, tan siquiera que se atenúen.
El Gobierno de España, a través de la Ley de Igualdad ha promovido medidas con el fin de que la mujer tenga las mismas condiciones que el hombre en el ámbito laboral. Sin embargo, en tiempo de crisis, los planes que las empresas tienen que diseñar para atenuar las desigualdades laborales en cuestión de género se han quedado únicamente en el papel, sin llegar a ejecutarse (Sánchez-Silva, 2009). Esta Ley no es más que el punto de partida que debe ser completado con un cambio de paradigma. Llegar a la conclusión de que la mujer ni puede, ni debe, ni quiere, responsabilizarse sola de la familia y asumir dos roles a la vez para poder tener igualdad de oportunidades. Las tareas no remuneradas, especialmente las tareas del hogar y cuidados, deben ser compartidas.
Las autoridades nacionales e internacionales coinciden en valorar la igualdad de género como una estrategia rentable y económicamente eficaz. Sin embargo, en la práctica las respuestas político-económicas anti-crisis se han olvidado de ello. Está demostrado que la igualdad de género es clave para el desarrollo sostenible y, que cualquier otro intento que obvie esta premisa significaría seguir manteniéndonos dentro del mismo sistema que nos ha abocado a esta situación. En este sentido ante la crisis el feminismo tiene mucho que decir porque representa los intereses, al menos, del cincuenta por ciento de la humanidad, de ahí la necesidad de dar voz y representación a las mujeres de todos los colectivos (Falcó, 2010; Pina, 2004).
Está claro que el panorama de mercado laboral de la época pre-crisis va a diferenciarse sustancialmente con el de años posteriores, pero la pregunta que nos debemos hacer es si los Gobiernos y Autoridades Competentes van a aprovechar estos momentos de reestructuración obligada para crear un mercado de trabajo menos desigual en términos de segregación, de salarios, de precariedad, que ayude a atenuar los roles de género. No obstante, y con independencia de las medidas políticas adoptadas, los docentes como formadores de la sociedad del futuro, no podemos arrinconar objetivos tan importantes como la consecución de la igualdad entre sexos, nos encontremos en época de bonanza o en situación de crisis. Debemos tener la profesionalidad de analizar la sociedad actual utilizando las peculiaridades y cambios que se están produciendo en la misma, como herramienta para educar en igualdad.
Mujeres educadoras, crisis y cambios de roles
En la división tradicional del trabajo y de los roles sociales, los hombres históricamente, tenían mayor presencia en la esfera pública que, por otro lado, está socialmente mejor valorada que la privada. En cambio, las mujeres quedaron relegadas al mundo de lo personal y, al mantenimiento y desarrollo de unas determinadas cualidades consideradas especialmente femeninas. De este modo, se invisibiliza la contribución femenina en la evolución historico-social (Blanco, 2004).
Actualmente y en cierta medida, debido al cambio en el mercado laboral provocado por la crisis, la mujer aumenta su presencia en las tasas de ocupación con respecto a los hombres mientras éstos la reducen por el incremento del desempleo masculino. Este cambio forzoso de roles debería ser el inicio de la equidad tanto en los trabajos remunerados como los propios del hogar y los cuidados. Las instituciones educativas deben aprovechar el momento para que las mujeres y hombres del mañana vivan esta situación como normalizada y no como fruto de un contexto de inestabilidad económica.
Los avances conseguidos en pro de la igualdad han sido notables. En este camino la educación es y debe ser una pieza fundamental. No obstante, las instituciones educativas siguen actuando, aunque no siempre de forma intencionada, como un lugar de reproducción de los sistemas de género (Acker, 1997). Teniendo en cuenta que la función docente está de forma masiva en manos de mujeres, esto supone la paradoja de que somos nosotras mismas las que reproducimos y transmitimos los patrones culturalmente heredados, que en muchos casos deseamos combatir. Una educación para la igualdad debe fomentar situaciones reales de igualdad de oportunidades académicas, profesionales y sociales, de modo que nadie por razón de sexo, parta de una situación de desventaja o tenga que superar mayores dificultades para conseguir sus objetivos (Suberviola, 2010)
El Sistema Educativo debe desarrollar planes para la igualdad basándose en los siguientes principios: 1) Visibilidad - Mostrar las diferencias entre sexos, para facilitar el reconocimiento de las desigualdades y discriminaciones producidas por éstas. Se debe visibilizar a las mujeres a través de su contribución al desarrollo de las sociedades, a partir de un uso no discriminatorio del lenguaje, de la reflexión sobre las injusticias existentes por cuestión de género y la pervivencia de papeles sociales discriminatorios; 2) Transversalidad - Los principios de igualdad entre hombres y mujeres deben estar presentes en el conjunto de acciones políticas de las administraciones y centros educativos, de modo que se dé un enfoque transversal con respecto a la inclusión de la perspectiva de género en el global de las actuaciones que afecten directa o indirectamente a la comunidad; 3) Inclusión - Las medidas y actuaciones pedagógicas deben dirigirse al conjunto de la Comunidad Educativa. La educación en igualdad requiere una intervención en ambos sexos con el fin de corregir las desigualdades producidas por los papeles tradicionales estipulados por razón de género, orientada a conciliar intereses y crear relaciones de género más igualitarios. (BOJA, 2005 nº 227)
Teniendo presentes los principios anteriores, la coeducación debe ser integrada en cada una de las etapas educativas, procurando su adecuación a las características psicopedagógicas de alumnas y alumnos a las que se dirige y al proyecto y particularidades de cada centro. Debe ser introducido en el currículo educativo como un continuo, como un valor transversal que esté presente en todas las áreas y a lo largo de todas las etapas, modelos y niveles educativos y no, como algo puntual o anecdótico que se circunscriba únicamente al área de Educación para la Ciudadanía. Se debe intervenir desde el plano escolar, en un proceso de análisis y redefinición de los modelos curriculares que configuran los arquetipos de hombre y mujer (Sánchez y Rizos, 1992). La coeducación debe suponer un planteamiento y replanteamiento de la totalidad de los elementos implicados en el proceso de enseñanza-aprendizaje: desde las finalidades globales a los objetivos más específicos; desde las competencias básicas al diseño de unidades didácticas; desde la organización del centro a las relaciones personales con el conjunto de la comunidad educativa; desde las orientaciones metodológicas generales al planteamiento de actividades concretas; etc. En el desarrollo de estos objetivos coeducativos se debe implicar a la totalidad de los miembros de la Comunidad Educativa; profesorado, alumnado y familias que deben crear un proyecto de centro en el que se despliegue un programa pedagógico que contemple como objetivo general evitar aquellas actividades, planteamientos, actitudes y expresiones que permitan la discriminación sexista y por el contrario debe fomentar tareas y perspectivas que permitan avanzar en la, tan necesaria como justa, igualdad entre géneros. Para ello es necesario tener presentes aspectos como: 1) Proporcionar el desarrollo personal, equilibrado y cooperativo de toda la Comunidad Educativa, sin realizar diferenciaciones ni otorgar ciertas funciones guiados por estereotipos sexuales. La respuesta educativa debe tener una intervención diversificada que permita a las chicas desarrollar su propio sentido y personalidad tanto en la sociedad como en la ciencia (Manassero y Vázquez-Alonso, 2002); 2) Prevenir formas sexistas del lenguaje ya que esto supone una exclusión sistemática del 50% de la población y provoca la invisibilización de las mujeres; 3) Conocer y analizar las interacciones que se producen en el aula, evitando dejarse llevar por prejuicios que etiquetan a hombres y mujeres con diferentes actitudes, emociones, competencias o comportamientos; 4) Visibilizar las importantes contribuciones que las mujeres han tenido en la historia y la sociedad y el peso de éstas en el panorama actual; 5) Realizar una revisión de los libros de texto y de los materiales utilizados, para no caer en fomentar estereotipos que empobrecen la imagen de hombres y mujeres; buscar materiales alternativos en los que se valore el trabajo realizado a lo largo de la historia por las mujeres, en los que aparezcan varones realizando labores domésticas y de cuidado de las demás personas, con sensibilidad y demostrando sus afectos; libros de lectura en los que la protagonista sea una mujer moderna, de nuestro tiempo; textos en los que el Siglo XXI entre en el aula y en los que se visualicen diferentes estilos de vida, de familia, de opciones, etc; 6) El Sistema Educativo y, los docentes como principal herramienta humana del mismo, deben concienciarse y prevenir la transmisión de los mensajes presentes en el currículo oculto, solventando aquellos que sean contrarios o impidan un desarrollo igualitario; 7) Una formación por parte del profesorado y de las familias que ayude a realizar la labor coeducativa más fácilmente, con charlas, determinadas lecturas, debates, cursos específicos, etc; 8) La reflexión diaria con el alumnado sobre cómo crear una sociedad más justa e igualitaria, fomentando el sentido crítico que les lleve a romper con los roles impuestos guiándoles hacía unas relaciones más ricas y más variadas. Analizar la situación de crisis actual y los cambios de roles que se están produciendo, desde una perspectiva de género.
Si pretendemos que las alumnas y alumnos que en este momento forman parte del Sistema Educativo aprendan a construir sus relaciones, tanto personales como sociales, desde el respeto y sean capaces de diseñar un futuro sin asimetrías discriminatorias para que los hombres y mujeres del futuro ocupen por igual los espacios públicos y privados, no podemos basarnos exclusivamente en aportar las razones que fundamenten el por qué se tiene que producir este cambio, sino que debemos valernos de nuestras aulas y de las microsociedad presente en las mismas para comenzar a realizar dichas modificaciones, proporcionando competencias y comportamientos no discriminatorios con el objeto de que posteriormente este alumnado lo generalice en los diversos contextos, situaciones y relaciones de su vida. La educación debe aprovechar el momento en el que los roles sociales están cambiando forzosamente para instrumentalizar esta situación trasladándola a las aulas. Debe mostrar esta realidad como algo a potenciar y no como la consecuencia de la crisis, de modo que, una vez superada ésta, no se restablezcan los roles tradicionales.
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