Maximiliano Korstanje (CV)
VATEL. Escuela Internacional
en Administración Hotelera y Turística
Tocar temas relacionados con la paz, implica por oposición referirse a la guerra. Esta puede ser comprendida, como lo era en los primeros pueblos germánicos una de las actividades en donde el sujeto podía ostentar coraje, valentía y ciertas habilidades; requisitos todos ellos indispensables para asegurarse un buen paso hacia “el más allá”. El prestigio y el miedo, estaban presentes a la hora de presentarse en el campo, como hoy también lo sigue estando. El respaldo divino funcionaba como mecanismo compensatorio ante la posibilidad de ser derrotado.
La trascendencia de la vida, estaba inextricablemente vinculada a la muerte y a la guerra como forma de llegar a ella. Las valkirias eran aquellas doncellas las cuales se llevaban a los caídos cuya suerte estaba echada (incluso) antes de la contienda. Toda su base social y sus criterios de ordenamiento en la vida cotidiana, se basaban en las hazañas demostradas en el campo de batalla. Quienes demostraban cobardía en las batallas, no sólo eran despreciados por su tribu, sino por sus dioses. (Meunier, 2006)
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Korstanje, M.: Notas sobre la
filosofía de la guerra,
en Contribuciones a las Ciencias Sociales, marzo 2008.
www.eumed.net/rev/cccss/0712/mk3.htm
Ahora bien, poco tenían que ver esas tribus, en parte respetuosas de la naturaleza y sus fenómenos, con las sociedades anglosajonas modernas, altamente tecnificadas. En este punto, hay más de Roma en las sociedades modernas que de Germania.
Obviamente, existen antecedentes en la historia sobre guerras y conflictos entre los hombres; aunque parece difícil creer que todo conflicto debe terminar en una guerra; o que el conflicto es el eje de la historia como pensaba Marx (2004). En este sentido, existen mecanismos que pueden intervenir en la regulación de conflictos. Coser nos advierte, que dos partes pueden ver agravados sus intereses cuando más cerca se encuentran entre sí. Un conflicto entre hermanos tiene un impacto de mayor profundidad que entre dos desconocidos. Así, dos partes con una proximidad geográfica y psicológica mayor, tienen mayores posibilidades de llegar a entrar en conflicto, que dos con una distancia superior (Coser, 1961).
Para uno de los precursores de la demografía, Thomas Malthus el hambre y la guerra son fenómenos que se explican por medio de la natalidad y los recursos del suelo. Sociedades o grupos con un alto índice de natalidad y pocos recursos, pronto ser verán en la necesidad de sucumbir o iniciar una expansión territorial. Así, la virtud y el equilibrio se contrapone al vicio y al caos. Pero como su nombre lo indica, la tesis del demógrafo fue sólo un ensayo, una especulación de tipo teórica sin sustento en números o evidencia empírica. (Malthus, 1985)
Por el contrario, el antropólogo inglés Evans-Pritchard a través de sus tesis sobre la segmentación de clanes, afirmaba haber encontrado en el tiempo y el espacio las variables claves en la regulación de los conflictos. Los diferentes linajes Inter-étnicos se unen en contraposición a los conflictos acaecidos con los individuos que forman parte del linaje contrario. A medida que un clan adquiere solidaridad de su par, puede dirigir su hostilidad hacia el exterior. (Evans-Pritchard, 1985)
Pero la realidad social de los Nuer, como pueblo originario de África no parece ser fértil para aplicarse a todos los conflictos en otras sociedades del globo. Para ello, es menester buscar explicaciones con un perfil de mayor universalidad. ¿Qué es lo común que puede observarse en la mayoría de los conflictos bélicos?
Al respecto desde una perspectiva historiográfica, Pitrim Sorokin parece llegar a una conclusión similar en sus investigaciones sobre los orígenes de la guerra. En porcentajes elevados, existe una clara correlación entre la cercanía espacial y los diferentes conflictos bélicos. (Sorokin, 1962). Si bien, existen elementos que condicionan la lealtad hacia el grupo y la valoración de la propia autoestima en relación al conflicto con el exterior, lo cierto es que muchas veces es la misma distancia la que permite resolver los conflictos. En efecto, Boulding sostiene que cuando no están dadas las condiciones estructurales para regular la diferencia de intereses, evitarse se torna la mejor opción. (Boulding, 1962)
La simulación del conflicto, funciona como un mecanismo dual; el cual por un lado sigue la dinámica propia del conflicto en cuanto a la exacerbación del propio grupo y sus valores, la impermeabilidad de la posición del otro y su forma de estar en el mundo; aunque por el otro, al no ser un conflicto real sino fingido, sus consecuencias adquieren un impacto mucho menor. Los cruces diplomáticos, o las discusiones internacionales son parte de este mecanismo, el cual intenta mermar los efectos propios del conflicto bélico directo por medio de la aplicación normativa conjunta.
Es decir, en el conflicto fingido existe un aviso que invita a los demás a mediar sin más interés que la misma mediación. Podríamos decir, que el conflicto tiene como función profiláctica, evitar uno de dimensiones mayores o incluso ser revertido hasta lograr un grado de cohesión mayor.
Si trabajamos sobre esta idea, la filosofía del conflicto adquiere una naturaleza similar a la del dolor. En efecto, su percepción por más desagradable que nos parezca, evita que el organismo se siga deteriorando. Si me duele la pierna, porque tengo un problema grave en el tobillo, tengo dos opciones. Una es consumir un medicamento que sirva como analgésico, la otra es acudir a un profesional. Si tomo la primera opción, es posible que el dolor desaparezca, y yo pueda volver a mover mi pierna como antes. Pero una vez, desaparecidos los efectos de la anestesia el problema fisiológico se verá agravado y con él, el recrudecimiento del dolor. La función del dolor, es avisarme de que algo no anda bien con mi pierna. Asimismo, los conflictos fingidos tienen como función prevenir conflictos bélicos directos.
Pero lejos de cualquier tipo de especulación teleológica, el turismo como actividad económica propia del siglo XX y XXI parece ser muy sensible a esta clase de fenómenos sociales. Algunos dirían que el Turismo es una actividad de paz, tema algo polémico si se quiere; lo cierto parece ser que éste demuestra cierta sensibilidad hacia los conflictos sociales entre ellos los bélicos. Pero esto no se da porque los prevenga, sino porque los olvida; pero el olvido es recurrente ya que permite seguir recordando. Parece que el hombre, no sólo es un ser social sino que está orientado a creerse siempre en la senda correcta. Aún en las más deleznables actitudes, creemos que nuestra posición es la correcta. (Riccoeur, 2004)
Un destino turístico como tal, no puede tener reminiscencias históricas o simbólicas; y si las tiene son superfluas, codificadas al servicio del consumo o estereotipadas. Es posible que los museos atraigan a gran cantidad de turistas, pero si se les cuenta la historia real de los procesos que admiran, estos se vean horrorizados y prefieran nunca más regresar. A esto, se lo ha llamado la mercantilización histórica. En este sentido, una memoria mutilada invita a una potencial lucha de intereses.
Asimismo, espacios destinados a reivindicaciones territoriales, historias de conflictos y similares, no se conforman como destinos vacacionales, ya que su dinámica se basa en el hedonismo y no en el sacrificio. Ambas difieren en su constitución por dos motivos principales: el hedonismo extiende las normas ante los deseos del ego, mientras que el sacrificio, ajusta las normas a los deseos del ego. En el primer caso, el resultado deriva del displacer continúo y la inconformidad constante; mientras que en el segundo, el placer se sublima en forma de una figura mucho más sublime: la felicidad. (Scruton, 2001)
Por otro lado, existen motivos diversos y directos que operan en el campo de los conflictos bélicos, desde los económicos como es el caso de escasez en los recursos, como también en el prestigio y el estatus, que genera la búsqueda de hazañas como parámetros de valoración. La aventura de la guerra, parece estar muy involucrada dentro de la Psicología de los hombres y parece también acompañarlos desde su más temprana edad.
En el proceso de socialización existen dos elementos que toman intervención en la construcción del ego: el premio, comprendido como un aliciente con motivo y condiciones específicos, y el castigo, privación propia producto de la desviación a una norma. Paulatinamente, ambos co-orientan las expectativas del ego y su conducta. En parte, las instituciones sociales se basan en esta misma dinámica: legimitidad como forma de castigo normativo y licencia como premio (Lipset, 1988).
La sanción y el aliciente, no sólo despiertan una reacción propia en el sujeto que la recibe, sino que además generan toda una serie de configuraciones sociales de mayor complejidad. Al ser premiado el ego, y en consecuencia los alter reaccionan en forma favorable o adversa dependiendo de los diferentes grados de solidaridad imperantes en el grupo. Esta dinámica, se va a mantener presente durante toda la vida biológica del individuo hasta su adultez, incluso será reproducida en las diferentes pautas culturales. La penalidad grupal fomenta los intentos individualistas mientras que la individual, fomenta la cohesión grupal y el altruismo. Paradójicamente, el premio individual provoca cierto egoísmo mientras que por el contrario, los premios otorgados en forma colectiva, sugieren un refuerzo grupal. Esto no es un hecho casual, sino que se encuentra enraizado en la Psicología socializante del propio agente.
Un niño, no tiene prejuicios o expresa formas deliberadas de violencia, no porque sea niño sino porque no tiene privaciones. Todo su cosmos está puesto para ser explorado. En la dominación política (violenta) existen tres elementos claros: la privación, la recuperación y la posibilidad de volver a ser privado. En la medida, en que el ego comienza a experimentar de ciertas privaciones regula su equilibrio a través de la hostilidad y la agresión hacia lo diferente; lo esencial no es otra cosa que no volver a perderlo. Personas, con un excesivo grado de privación se muestran como temerosas y dogmáticas no porque se los haya despojado sino porque temen que vuelva a suceder. Pero el prejuicio no es el conflicto, y no tener clara esta distinción puede traer consigo problemas de mayor envergadura. (Brown, 1998)
Freud, parecía observar algo similar en la neurosis del juego, donde el sujeto repite en forma neurótica aquella conducta que le ha causado un trauma interno; aun cuando su biologisismo fue seriamente criticado (Freud, 1988). Por el contrario, en el frankfurtiano Erich Fromm la hostilidad tiene estrecha relación con el miedo y éste con las emociones (Fromm, 1987). En la competencia, y el juego el individuo se conforma así mismo y al hacerlo se retroalimenta en cuanto a la perspectiva y el rol del otro. Sea en la solidaridad como en el conflicto, el sujeto alterna castigo y premio en sus perspectivas y las de su medio; sin embargo uno y otro no pueden comprenderse sino es en un contexto definido. Así, como en un juego también en una guerra se gana o se pierde, para el pensamiento popular, aunque en la realidad ganar o perder son sólo palabras que se vinculan a una forma idiomática e ideológica de construcción identitaria específica; y cuyo significado obedece a estructuras sociales macro-sociológicas.
En contextos de escasez, los alicientes o premios pueden funcionar como formas cohesionantes que crean lazos de solidaridad profunda. Así, como pensaba Durkheim en su obra el suicidio la hostilidad del medio hacia el grupo puede funcionar en forma profiláctica provocando que los miembros vuelquen sus expectativas hacia las normas de grupo (Durkheim, 2004).
Pero en contextos de abundancia, la solidaridad de los grupos puede no estar necesariamente condicionada por los alicientes sino por las privaciones. Un signo de privación, o castigo sobre un individuo que se desenvuelve en contextos de abundancia, lejos de provocar solidaridad, crea apatía y rechazo. A saber, que quien más gana más desea ganar. El grado de tolerancia hacia la frustración habla más de las veces que se ha perdido que se ha triunfado. La teoría de la curva J sostiene cuando la privación se origina bruscamente luego de prolongadas etapas de prosperidad, las reacciones violentas de los grupos son mayores, en comparación con grupos cuyas limitaciones son constantes. (Brown, 1998)
En la antigüedad, los pueblos le daban a sus guerras un carácter netamente religioso. Antes de acudir a ella, los sacerdotes debían llevar a cabo rígidos rituales y conducir procesos de adivinación para consultar a los Dioses sobre los resultados de la misma. Ir a una guerra, implicaba que el Dios propio estaba en acuerdo con ella. Pero a medida, que los procesos capitalistas de producción masiva fueron entrando en escena, no sólo se profesionalizaron los ejércitos y su forma de practicar la guerra, sino también las razones para hacer uso de ellos. El grado de privaciones (en cualquier sentido) de la antigüedad llevaba a la idea de una fuerte cohesión comunitaria. Si bien los roles era adscriptos ya que el agente no tenía posibilidades de trascenderlos, su posición con respecto al grupo, se podría decir, era altruista. Con los diferentes procesos y sobre todo con el advenimiento del capitalismo, se pasó de una sociedad agraria a una industrial, cuyos valores ya no eran la condición de nacimiento sino la posibilidad de posesión. El tener llegó a convertirse, en el valor principal de la sociedad pre y post capitalista industrial de los siglos XIX, XX y XXI. Finalmente, con la modernidad y la revolución tecnológica, las sociedades fueron experimentando cambios profundos en cuanto a sus valores culturales y religiosos.
Se ha pasado así, de la necesidad de tener a la de re-tener. Este hecho se ve muy claramente, a los intentos científicos por retener y extender la vida biológica del hombre. En la actualidad, existen diversos objetos fetiches que coadyuvan en la mercantilización de la guerra, como el deporte y el turismo.
De esta forma, ambos se conforman como mecanismos (modernos) profilácticos que alejan a los pueblos de la guerra directa. Pero la era de la comodidad (por carente de privaciones) trae también (paradójicamente) conflicto y caos (guerra) como lo hacía la religión en las épocas antiguas. La privación (por ínfima que fuera) en períodos de abundancia adquiere una tensión mayor que en épocas de escasez.
La necesidad, propia del hombre al equilibrio pero también a su desmedida ambición explicaría esta dualidad en relación a la paz y al conflicto. Hobbes, estaba convencido, de que el hombre por un lado tiene una tendencia a tomar lo que el otro posee; hecho que genera en sí una lucha de todos contra todos, pero a la vez muestra un temor a la pérdida. Si partimos de la base, de que quiero aquello que tiene el otro, otro querrá lo que es mío. Y si esto es así, entonces seré despojado de mi objeto. Para que ello no suceda, todos los hombres deben depositar la autoridad en un tercero, el Leviatán. Esta clase de regulación normativa, era para el filósofo inglés la explicación de la aparición de Estado (Hobbes, 2004).
Si tomamos como válidos los postulados de Hobbes, concluiremos que el conflicto es parte inherente a la solidaridad. Pero no sólo eso, sino que además tienen su origen en el principio de posesión material. En este sentido, los alicientes y las privaciones (en cuanto a su relación ambiental) – como formas efectivas de posesión y privación- deben ser estudiadas como variables fundamentales en el génesis de la guerra y de la paz.
Ya León Trotsky sugirió “siempre que alguien tiene algo para repartir, primero piensa en sí mismo”.
Clifford Geertz, en Negara, sostuvo que tras la celebración de convenios pueden coexistir intereses totalmente particulares (políticos) que se predisponen a la celebración de los mismos no por un tema de cooperación, sino de conquista o ambición territorial. En efecto, el incumplimiento de un pacto puede justificar y ameritar una agresión compensatoria. Esto nos sugiere, que tras la pantalla de ciertos mecanismos que parecen altruistas como lo puede ser el intercambio comercial pueden surgir los deseos más egoístas. ¿Es la guerra un acto expiatorio y ritual por compensación?.
Malinowski (1994) en su obra Magia, Ciencia y Religión expuso una tesis por demás interesante. La necesidad de trascendencia divina, se da inevitablemente con la presencia de la muerte; no por su propia esencia ya que es natural a la vida, sino por lo imprevisto de su aparición. Ante la pérdida repentina de un ser cercano, el dolor es tan grande, que mediante ciertos rituales expiatorios (en este caso la religión) los agentes se aseguran de que no vuelva a ocurrir. Lo que impacta no es la muerte en sí, sino su naturaleza impredecible. En análoga situación, podemos considerar al conflicto bélico como un rito de compensación de similar naturaleza a la religión. En la guerra, las sociedades intentan prevenir la escasez y la privación o ajustar ciertos mecanismos que por algún u otro motivo están siendo disfuncionales para el propio orden político, aunque inexorablemente la fomenten. ¿Qué explicaciones pueden realizarse en los abordajes de Mircea Eliade al tema?, ¿tiene la guerra una explicación científica en el mito?
Según este autor, los mitos y sus rituales obedecen a una necesidad humana elemental, la esencia de la creación y el cultivo del suelo para una posterior renovación por medio de la expiación y la destrucción, destruir para crear, y crear para destruir se complementan en una dinámica presente en la mayorías de las religiones. Esto no es otra cosa, que una plegaria por la seguridad en el medio de subsistencia. (Eliade, 2006)
REFERENCIAS
Boulding, Kenneth. (1962). Conflict and defense: a general theory. Nueva York: Harper Press.
Brown, Ruppert. (1998) Prejuicio: su Psicología social. Madrid: Editorial Alianza.
Coser, Lewis. (1961). Las funciones del conflicto social. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Durkheim, Emile. (2004). El Suicidio. Buenos Aires: Editorial Gorla.
Eliade, Mircea. (2006). El mito del eterno retorno. Buenos Aires: Emece Editores.
Evans-Pritchard, Edward Evan. (1985) Los Nuer. Barcelona: Anagrama.
Freud, Sigmund. (1988). Freud: obras completas. Volumen XIII. “Más allá del principio del placer”. Pp.: 2507-2541. Buenos Aires: Editorial Hyspamerica.
Fromm, Erich. (1987). El Miedo a la libertad. Buenos Aires: Editorial Paidos.
Geertz, Clifford. (2000). Negara: el estado-teatro en el Bali del siglo XIX. Buenos Aires: Editorial Paidos.
Hobbes, Thomas. (2004). El Leviatán. Buenos Aires: Ediciones Libertador.
Korstanje, Maximiliano. (2008). “Las prácticas de ocio en los pueblos nórdicos según Julio César (100-44AC) y Cayo Cornelio Tácito (55-120 DC)”. Material inédito en proceso de publicación.
Malinowski, Bronislaw. (1994). Magia, Ciencia y Religión. Barcelona: Editorial Planeta-Agostini.
Malthus, Thomas. (1985). Primer ensayo sobre la población. Bogotá: Editorial Planeta.
Marx, Karl H. (2004). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires: Ediciones Libertador.
Meunier, Mario. (2006). Mitología Nórdica. Buenos Aires: Libros de la Esfinge.
Lipset, Martin Seymour. (1988). El Hombre Político: las bases sociales de la política. Buenos Aires: Editorial Tecnos.
Riccoeur, Paul. (2004). La memoria, la historia y el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Scruton, Roger. (2001). Cultura para personas Inteligentes. Barcelona: Editorial Península.
Sorokin, Pitrim. (1962). Dinámica Social y cultural. Madrid: Instituto de Estudios Políticos.
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