Elaine Martínez Betancourt
Universidad de Sancti Spíritus “José Martí Pérez”
elaine@fach.uniss.edu.cuResumen
La puesta en marcha del Proyecto Social Cubano a partir de 1959 demuestra cómo el proceso independentista que había iniciado en etapas anteriores concluía ahora con el compromiso de dar continuidad histórica a la nación. Materializados sus fines, en consonancia con sus medios, nos encontramos ante un proyecto de nación donde el respeto a la condición humana se convierte en requisito indispensable, premisa heredada del pensamiento martiano y lo mejor del marxismo-leninismo. Condicionado por las circunstancias internas y externas y siendo reflejo de su momento histórico, dicho proyecto ha sabido mantener en alto el ideal desde el cual fue fundado, si tenemos en cuenta la premura de ataques –de las más variadas maneras-, etapa de crisis, aplicación de reformas, búsqueda de alternativas, etc., eventos todos que han enriquecido el accionar de las esferas económicas, políticas, sociales así como el papel de las ciencias en la solución de las problemáticas enfrentadas.
Palabras claves: Proyecto Social Cubano, fines, medios, condición humana, crisis.
Abstract
The course of the Cuban Social Project from 1959 shows how the independent process that had begun in earlier stages concluded with the compromise to give a historical continuity to the nation. Carrying out its aims, according to its means, we are facing a nation- wide project, where human condition respect is become in an essential requisite, premise inherited from Marti’s ideas and the best of Marxism-Leninism. It is conditioned by internal and external circumstances, reflecting its historical moment; this project has kept the ideal from it was founded up, taking into account the appearance of a variety of attacks, periods of crisis, reforms applications, alternatives search, etc, all these events have enriched the action of the economic, politic and social spheres and the science role in the solution of the confronted problems as well.
Key words: Cuban Social Project-aims-means-human condition-crisis.
Para citar este artículo puede uitlizar el siguiente formato:
Elaine Martínez Betancourt (2016): “El proyecto social cubano en la continuidad histórica de la nación: el pensamiento cubano contenido en su materialización”, Revista Caribeña de Ciencias Sociales (marzo 2016). En línea: https://www.eumed.net/rev/caribe/2016/03/proyecto.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/CARIBE-2016-03-proyecto
1-LA CONTINUIDAD HISTORICA DE LA NACION: EL PROYECTO SOCIAL CUBANO
La génesis de la nación cubana como fruto de un nacionalismo cuyos puntos medulares, divergentes, a las primeras manifestaciones del mismo en lo que muchos consideraron de orientación eurocentrista, está escrita sobre la base de la identidad, la lucha y el pensamiento progresista y popularizado de aquellos así considerados para su tiempo.
Los primeros indicios de identificación con lo propio, lo criollo, tuvieron como momento cumbre las Revoluciones del 68 y el 95 inspiradas en la sabiduría de Varela, la dignidad de Maceo y el pensamiento de Martí. Sin lugar a dudas, los antecedentes de una lucha que extendida por más de dos siglos dio al traste con una burguesía antinacional, colonialista primero e imperialista después.
El advenimiento de la República burguesa y la lucha continua contra los gobiernos de turno y la dictadura batistiana, como última expresión de años sangrientos, desembocaron en un proyecto de nación del cual ya Fidel Castro había alertado públicamente en su histórico alegato “La Historia me Absolverá”1 (Castro, 1993), donde aquellos requisitos mínimos para la vida, de los cuales hasta ahora habían sido privados los cubanos, constituirían pilares en la continuidad histórica de la nación cubana.
Portadora de una nueva generación, cuyos voceros, nutriéndose de una esencia que no varió, sí incorporaron como bien lo había advertido Martí, la búsqueda de la independencia no por el cambio de forma, sino de espíritu. Es en la etapa republicana donde esa nueva fuerza revolucionaria no solo tenía que “convertirse en una clase culta para poder ganar las batallas que emprendiera en favor de sus conquistas y de la independencia nacional” (Miranda, 1995: 5), sino, en “expresión concreta de un proceso resultado de lo ideal y lo material, en su síntesis. Síntesis que en fin de cuenta da razón del devenir humano, como aprehensión práctico-espiritual de la realidad por sujetos histórico-concretos” (Pupo, 2005: 19).
Tal aprehensión conduce necesariamente a la Revolución, quien en consonancia con el ideario martiano y las concepciones del marxismo-leninismo hace centro de su accionar la transformación de la condición humana, tomando como partida las dimensiones de la vida en sociedad, y en especial, orientando el proceso revolucionario desde los cambios políticos; cambios que desde la visión leninista debían incluir “la toma del poder político por las fuerzas revolucionarias, como vía de poder ir a la raíz de los problemas sociales y a la apropiación de todos sus datos, con el fin de encontrar soluciones propias a problemas propios” (Miranda, 1995: 5).
Desde nuestras consideraciones, solo con el triunfo de enero de 1959, se cumplía la máxima expresión política y social de la nación. Bien lo afirma Fidel Castro en su discurso por el centenario del natalicio de Lenin: “Un país sin las tradiciones de Cuba y sin la historia de Cuba, no habría podido arribar en esa fecha a un triunfo de esta naturaleza, a un avance de esa naturaleza” (Castro, 1970).
Es la propia sucesión de hechos que hizo posible la Revolución lo que la convierte en necesaria. Hacer posible lo necesario, en criterio del filósofo Arnaldo Silva es “uno de los méritos mayores de Fidel Castro: encontrar los medios y los caminos de la posibilidad de lo que en los años 50 era ya una necesidad” (Silva, 2003: 7). Anticipadamente Martí coincidió en afirmar como, ya fuera desde la naturaleza o los pueblos, “todo lo necesario se crea a su hora oportuna” (Martí, 1963: 252-253), no es coincidencia, por tanto, y sí condición, en el impulso económico y social del país, orientado a satisfacer las necesidades del pueblo, la conquista de la independencia nacional.
Nacía así el Proyecto Social Cubano en función de consolidar el papel del pueblo como sujeto histórico y la búsqueda del desarrollo, no solo desde el ámbito económico, “sino cultural y humano, que conduzca a la libertad, la independencia y el progreso social, sobre la base de la preservación de la identidad nacional y la afirmación de su personalidad cultural, en tanto alma de la nación y premisa de la dignidad nacional” (Pupo, 2005: 3) lo cual se constituye entonces en condición inherente del mismo.
1.2-LOS FINES DEL PROYECTO SOCIAL CUBANO
Entender los fines propuestos para o del Proyecto Social Cubano implica tomar como punto de partida la transformación del actor social, que ahora como sujeto activo, consciente, hace de la materialización de esos fines, cuestión fundamental de su propio devenir. Sin olvidar, los medios que intervienen en la consecución de los mismos, se proyecta su articulación.
Con el inicio de la Revolución Cubana, es decir, la toma del camino socialista, nuestro proyecto socio-político se define como un “Programa para la realización de la independencia nacional, la justicia social y el desarrollo autóctono del pueblo cubano; mediante una organización social socialista fuertemente matizada por una práctica y conciencia antimperialista” (Alonso, s/a: 12).
El Proyecto Social Cubano como plataforma ideológica que influye en la transmisión de “patrones y valores, como regulador de conductas y políticas que propicia la unificación-integración de la nación” (Alonso, s/a: 12) pretende lograr la preparación de la sociedad y los individuos como ciudadanos de esa sociedad donde su participación es decisiva para la realización de sus fines.
Es con “espíritu crítico y creador” (Miranda, 1995: 15) -sobre el cual insistió Martí- “como condición necesaria a la hora de asimilar lo más revolucionario de las tradiciones nacionales y del acervo cultural de la humanidad” (Miranda, 1995: 15), que el líder de la Revolución Cubana materializó los objetivos y fines de un proyecto revolucionario orientado a la conexión indisoluble entre ideario revolucionario y existencia de la nación, ahora en relación dialéctica. Semejante proyecto dejaba abierta “las puertas hacia una ulterior etapa socialista, como única garantía del mantenimiento de la libertad y la soberanía y el propio desarrollo de la revolución” (Miranda, 1995: 15).
Cuando hablamos de fines, nos referimos, no al punto final sino a los objetivos, propósitos, metas, etc., que se persiguen, ya que “los proyectos socio-políticos al ser reflejos de necesidades e intereses múltiples de la vida social, se manifiestan en fines múltiples y precisamente la integración de estos fines argumentados desde el pasado (aquí hay que tener en cuenta no sólo las condiciones económicas de partida, sino la historia, las tradiciones culturales, etc.), en el presente y hacia el futuro es lo que constituye el contenido de dicho proyecto socio-político” (Alonso, s/a: 3).
Siendo así encontramos fines inmediatos y mediatos. El fin inmediato es la utilidad pública, es decir, el resultado próximo o cercano de la actividad de la organización social, que recae en determinadas condiciones2 generales de bienestar de las cuales “participan o pueden participar hipotéticamente todos los miembros de la sociedad, y las cuales son necesarias para el perfeccionamiento de la individualidad”. 3
El fin mediato es la personalidad social, su desarrollo libre, ya que las utilidades públicas en sí mismas son medios para llegar a dicho fin. La personalidad social nos conduce necesariamente por el "hombre nuevo" del que hablara el Che, el hombre moral, intelectual y social es el fin último o mediato de la organización social.
Según refieren Alonso y colaboradores a las utilidades públicas “les concedemos valor y procuramos aumentarlas, porque sirven a la vida individual. La vida misma es el fin social último, pero no la vida independiente de la forma o cualidad, es la vida en sus más altos desenvolvimientos, especialmente moral e intelectual, lo que la sociedad debe crear y perfeccionar” (Alonso, s/a: 10) concretándose en grados progresivos de emancipación humana en procesos colectivos de vínculos sociales solidarios, cooperativos, de implicación consciente y crítico propositiva, de corresponsabilidad.
Los vínculos entre estos tipos de fines transcurre en un proceso dialéctico de mediaciones e interconexiones medios-fines, tanto para la realización de los fines inmediatos como para los mediatos, pues el logro de los fines inmediatos sirve de medio para el logro de los mediatos, lo cual va a estar orientado por la actividad del sujeto social. Cada fin requiere de un medio específico que se encuentra establecido por el contexto histórico que le corresponde, afirmación que se ha demostrado a lo largo de la historia revolucionaria.
Es el 26 de julio de 1953, por tanto, uno de ellos, donde Fidel Castro y la Generación del Centenario llevan a cabo el asalto al Cuartel Moncada mostrando al pueblo de Cuba que el único camino para derrotar a la tiranía batistiana era el de la lucha armada, “que la nueva fuerza revolucionaria tenía que ganar espacio con actos y no con palabras” (Miranda, 1995:13). Explicado entonces que, el medio para el logro del fin propuesto exigía como único camino el levantamiento armado del pueblo, bajo el ejemplo de la vanguardia revolucionaria.
El Proyecto Social Cubano orientado a la creación de condiciones de bienestar de la población, que conlleva paralelamente a la construcción e interiorización de la necesidad de un nuevo sujeto social, consciente, comprometido y partícipe de la apropiación activa y transformadora de la realidad social, nos plantea lo imprescindible de la “dimensión ética en la formación de los hombres y mujeres que lideran los procesos de transformación, que conciban la organización de la participación como un proyecto en el cual las personas son también transformadas como condición de un cambio social” (Martínez, s/a: 5).
Es la existencia de estos hombres, mujeres, actores o sujetos sociales, en su contribución al enriquecimiento de la identidad nacional, una condición que Rigoberto Pupo define con gran claridad al presentarnos dicha identidad como proceso consustancial al individuo, que no sobrevive al margen de él. “Es su misma realidad conformada en una unidad orgánica, que trasciende la totalidad del ser y se identifica con él para aprehenderlo como totalidad orgánica” (Pupo, 2005: 19).
Desde esta perspectiva, la fusión de los fines establecidos en la concepción de la Revolución, da cuenta de procesos necesarios en el logro de la sostenibilidad y perfectibilidad de dicho proyecto social. “Así el triunfo, desarrollo y obra de la revolución, fundada en raíces martianas y marxistas-leninistas concreta la existencia de una nación para sí, y por consiguiente un pueblo libre e independiente, dueño de su destino histórico” (Pupo, 2005: 19).
1.3-EL PROYECTO SOCIAL CUBANO: LOS AÑOS INICIALES
La complejidad en la que se ha visto envuelta la sociedad cubana a lo largo de su historia no se detiene con el triunfo de enero del 59. Aun cuando las nuevas proyecciones económicas, políticas, sociales, culturales, etc., conducen de manera obligatoria a la puesta en marcha de una nueva y compleja red de relaciones sociales, cuyos principales objetivos priorizan la justicia social, participación ciudadana, cohesión nacional, educación política, entre otras, no podemos prescindir de la herencia recibida de aquellos eventos que arraigados con anterioridad condicionan ahora el nacimiento y las diferentes etapas que caracterizan el Proyecto Social Cubano.
El nacimiento de dicho Proyecto a finales de la década del 50 como momento histórico concreto y sobre una estructura social concreta muestra como cada proyecto socio-político es reflejo de las particularidades de la sociedad que emana, del condicionamiento que según Alonso y colaboradores definen como genético. Tener en cuenta “el modo de producción de la sociedad para entender la génesis del surgimiento del proyecto, el significado de su existencia y la viabilidad material de la propuesta que contiene….permite distinguir proyectos realistas de proyectos utópicos” (Alonso, s/a: 3).
Remontarnos en la historia de una sociedad “excluyente de las masas populares por diferentes criterios (económicos, políticos, raciales, religiosos, culturales, etc.), estigmatizadora de la persona (se discriminaba y devaluaba la calidad humana y cívica por determinadas condiciones económicas, de género, de color de la piel), machista, patriarcal-autoritaria en el ámbito de las relaciones interpersonales y con elevados niveles de desintegración social” (Limia, 1997: 15), hace que ésta, como sociedad de partida -en la conformación de un proyecto social- reúna las necesidades reales de los hombres, hacia las cuales debían orientarse las tareas y objetivos a resolver.
Lo anterior demuestra, por tanto, como Fidel Castro y su generación no solo son portadores de un ideal de transformación social, sino testigos fieles de una realidad desde donde se gestaron las condiciones para la realización del proyecto social en cuestión.
Con el triunfo de la Revolución en 1959 se abrieron nuevos ámbitos para propiciar -entre otras- la integración social de los diferentes estratos sociales, ocurría entonces lo que Maricela Perera denomina el quebrantamiento de las formas habituales y conocidas que conforman la cotidianidad ocurriendo un proceso de desestructuración/reestructuración de las representaciones, hábitos, expectativas, normas que articulan y dan cuerpo a nuestra vida cotidiana, surgiendo así nuevas formas de relación entre el sujeto y su contexto.
Es por esto que el proyecto revolucionario desde su inicios se caracterizó por estar ideológicamente vinculado a la creación de todo un conjunto de condiciones económicas, normativas, político-organizativas, comunicativas e ideológico-culturales, las cuales estarían “encaminadas a propiciar la participación popular en la regulación política de las relaciones sociales, con el objeto de conformarlas a tono con el bien común de la persona, ante todo del trabajador, del humillado y oprimido” (Limia, 1997: 13).
Ejemplo de ello, lo constituyen las diferentes medidas (Leyes de Reforma Agraria, Ley de Reforma Urbana, Campaña de Alfabetización, nacionalizaciones, creación de nuevos empleos, plan de becas, reinserción social de las prostitutas y de la mujer de forma general y tantas otras), que llevó a cabo la dirección revolucionaria para comenzar a erradicar los males en todas las esferas de la vida social dejados por la pseudorrepública, y crear las condiciones para satisfacer las necesidades de la población, rescatando su dignidad como seres humanos. Esto se concreta en el lugar social organizador que ocupa la propiedad social, recogiendo “la orientación personal de los planes para la vida, tanto en sus fines como en sus medios” (Limia, 1997: 13).
El nacimiento de nuevas entidades, organizaciones e instituciones se convierte en otra de las vías a través de las cuales se materializaron los fines del proyecto social, orientadas al despliegue de las relaciones sociales, o lo que es lo mismo, permitiendo “al hombre contar con una pluralidad de pautas de rol interdependientes que dan estabilidad, seguridad e integración a la sociedad pues permite definir toda una red de expectativas recíprocas de comportamiento indispensables para el funcionamiento de la sociedad” (Alonso, s/a: 4).
Hacia la década del 70 ya se habían consolidado las principales prioridades del programa puesto en vigor. Elevados niveles de integración social se articulan con “los resultados alcanzados en términos de justicia social e igualdad de oportunidades, participación laboral y política y de una cohesión nacional sustentada en los valores del proyecto revolucionario” (Domínguez, 2001: 21).
El énfasis en esta importante etapa de la Revolución se basa, en la necesidad de vincular a los distintos actores sociales y al individuo concreto teniendo en cuenta sus necesidades, intereses y opiniones específicas con la toma de decisiones en la actividad económica, política y social en los diferentes niveles, lo cual propiciaría implicación y comprometimiento, con las metas y finalidades del proceso que se estaba llevando a cabo, la persona se identificaría como sujeto activo y no como destinatario pasivo de los privilegios del Estado.
Con esto se corroboraba la imagen de Cuba al asegurar que: “….el poder político se conquistó por la fuerza y se defendió con ella, pero no se le construyó de este modo; sino sobre la base de la participación popular y el consenso genuinos en aras del bien común” (Limia, 1997: 17). Se daban los primeros pasos en el cultivo y formación del carácter social del proyecto revolucionario, es decir, en el mismo sentido en que lo explicara Erich Fromm: constituido por los rasgos que adquiere el modo de integración del individuo a la sociedad a través de la internalización de las pautas culturales en su sistema de valores y planes de vida (Fromm, 1956: 66).
Importante hacer un alto y tener en cuenta los procesos anómicos, ya que no estábamos exentos de ellos, solo que ahora adquirían “una nueva connotación objetiva acorde con la nueva orientación imprimida a la sociedad y a la vida personal” (Limia, 1997: 19), pues el alto grado de integración social que en estos inicios se lograba, influye en el cambio de su estructura, portadores sociales, frecuencia, etc., (en relación con el pasado neocolonial) además se modifica considerablemente la percepción social de los mismos.
Todo este panorama que parecía favorecer el Proyecto Social Cubano a los distintos niveles, comenzó a hacerse acompañar de un incremento de desigualdades e insatisfacciones sociales e individuales, lo que propició una serie de tensiones en la sociedad, o sea, ya para la segunda mitad de los años 70 y principios de los 80 se mostraron tendencias contrapuestas al ritmo que se venía siguiendo, comenzando a aparecer aquellas personas que se distanciaron de lo socialmente establecido, de los objetivos y metas sociales, dándose por una parte, una “ruptura entre las necesidades y formas disponibles para satisfacerlas; y por otra, los hechos vitales no se corresponden con las representaciones que sobre los mismos han existido” (Perera, s/a).
A su vez las “formas organizativas institucionalizadas mostraron su incapacidad para incorporar a las masas a la solución de las tareas constructivas, en primer plano productivas, que habían madurado gracias a la obra de la Revolución y a su aptitud para defenderse de los enemigos internos y externos” (Limia, 1997: 28), con esto el modo de participación, sus vías y formas que le fueron propias, mostraron su caducidad. La idea defendida por Alonso y colaboradores sobre la institucionalización permanente en aras de la funcionalidad social había fallado.
Ya la década del 80, acentuó aún más lo antes acontecido, haciéndose acompañar esta situación (entre muchos otros componentes), “por la pérdida violenta e inesperada del carácter social integrador inherente durante largos años a la propiedad social sobre los medios de producción fundamentales, respecto a los proyectos y expectativas de vida”. (Limia, 2002: 3).
Aparecen entonces aspectos negativos que influyen en los elementos de la vida social del pueblo. La insuficiencia institucional, a la vez que no se introducen nuevas vías para respaldar dicho proceso, (lo cual no quiere decir que no existiera la intención) provoca que solo se introduzcan innovaciones de tipo “organizativo-estructurales de carácter instrumental, que no rebasaban los fundamentos y presuposiciones elementales del paradigma de actividad revolucionara inicial”. (Limia, 1997: 29).
Era evidente la necesidad de renovar las vías de integración que exigían las nuevas condiciones del país, con el fin de garantizar el progreso de la sociedad, de los medios de producción y del proyecto social en general. Estábamos en presencia de la condición de “(re) definir la visión sobre la relación hombre-sociedad, bajo nuevos parámetros de la conciencia social” (Corujo, 2007: 2), tratándose ahora de una sociedad en la que coexistían diversos tipos de economía, visiones sociales, políticas, lo cual requería una re-construcción del intelecto, si se querían obtener verdaderamente logros positivos.
Unida a esta situación y como gran acontecimiento de inigualable trascendencia desde finales de los años 80 y durante la década del 90, Cuba ha venido atravesando por una crisis económica que afectó a todos los niveles de la vida en el país. Si en un momento fue necesaria la reestructuración del intelecto, ahora sería preciso reestructurar la sociedad de forma integral partiendo del nuevo contexto internacional en que estaba inmersa, o como dijera Silvio Rodríguez evolucionar “hacia formas más participativas y democráticas” (García, 2008) no buscando un comienzo sino una profundización de lo ya acontecido.
La sociedad cubana y con ella su proyecto social estaban en una situación que exigía entre otras medidas la búsqueda de un “nuevo modo de participación popular, territorial, laboral, comunitario, y no solo del carácter hasta ahora instrumentado,” (Limia, 1997: 35) que imprimiera, por tanto, un nuevo sentido a los logros alcanzados y con ellos, la puesta en marcha de nuevas ideas, ahora innovadoras, que sin alejarse de lo socialmente establecido incluyeran la construcción del poder desde la base y con él, las oportunidades y los valores compartidos, utilizar, por tanto, medios adecuados para los propósitos ahora definidos.
1.4-EL PROYECTO SOCIAL CUBANO EN LA DECADA DEL 90: CRISIS Y REFORMA
El acercamiento a las distintas etapas por las que ha transitado el Proyecto Social Cubano a partir de 1959 nos muestra como el solventar las necesidades primarias de la población y su educación constante en el propio carácter socialista de la Revolución fueron tareas de inmediata solución.
El transcurso de los años demostró como los principales triunfos y a su vez errores cometidos tuvieron como colofón la década del 90, considerada por muchos parteaguas (Espina, s/a: 11) de obligada consulta en la comprensión de la realidad cubana. El camino no estaba libre de obstáculos, había que prepararse “para convertir los conflictos en desafíos que enriquecen y contribuyen al crecimiento de aquellos que los enfrentan” (Martínez, s/a: 3).
La sociedad en estos años se vio sometida a profundas transformaciones cuyas causas fundamentales partieron de eventos trascendentales desde los cuales se desató la polémica crisis de los 90. Acercarnos a esta etapa sobre la cual científicos e investigadores han avizorado sus interpretaciones, nos remite a entender como bien explica Mayra Espina las articulaciones de la realidad, donde “lo nacional no es omniexplicativo ni suficiente y que las transformaciones en ese espacio requieren actuación extra e intranacional” (Espina, 2011: 19), es decir, que la situación nacional también fue un resultado directo de la interrelación dialéctica con el contexto internacional.
Desde una mirada externa sucesos como el derrumbe del socialismo del Este (URSS), la intensificación del bloqueo norteamericano, la reemergencia crítica del concepto de desarrollo, aparición de nuevos conflictos sociales, fortalecimiento del liderazgo de la izquierda, exaltación del papel de las comunidades, los espacios regionales y locales como gestores y protagonistas que dotados de poder contribuyeran desde el actuar de sus individuos al crecimiento de los países, etc., constituyeron los máximos responsables de las irregularidades que vivió la sociedad de la época.
Es el momento en que la globalización orientada no solo a lo económico sino también al resto de las dimensiones de la vida en sociedad impone nuevos retos al mundo, y en especial a América Latina, como escenario directo que influye sobre Cuba. Esta realidad encuentra –en criterio de algunos- como “correlato natural la pérdida progresiva de utilidad del estado, puesto que los procesos económicos, sociales y políticos más importantes que son inherentes a la profundización de las articulaciones mundializadas se verifican en escenarios de escala extra o subnacional (lo global y lo local) y son impulsados por agentes de cambio no estatales, acentuándose el protagonismo del mercado y la sociedad civil” (Espina, 2008: 13).
En correspondencia, para éstos, había llegado la era donde la intervención del Estado es arcaica e ineficiente, juicios que oportunamente justifican el proceso de desacreditación que venía sufriendo desde décadas anteriores. “Su liderazgo como promotor de desarrollo, en la atención al bienestar social y el manejo de la pobreza” (Espina, 2008: 13) comienza a ser relegado en otros actores sociales ahora en un mundo dominado por el capital transnacional donde “los estados nacionales carecen de toda capacidad de llevar a cabo políticas domésticas progresistas independientes en materia de progreso económico y social” (Santana, 2007: 69).
Otros se ven ante la disyuntiva que implica el no ser del todo coincidentes en que “la nueva situación que impone la globalización con respecto al funcionamiento de los estados nacionales conlleve necesariamente a su sustitución por otras formas alternativas de organización social ya sea de orden local o supranacional” (Santana, 2007: 70). La presencia de una realidad extremadamente compleja permite que defensores y disidentes continúen opinando.
En la contrapartida interna, crisis y reforma se convierten en caras de una misma moneda. Portadoras de un “escenario de reestratificación social, de expansión de desigualdades en los ámbitos más diversos”, (Espina, 2011: 11) se altera la conexión que desde una posición socialista había legitimado igualdad para los diferentes grupos sociales con anterioridad.
Hablar de reestratificación social, nos remite necesariamente a aquel complejo proceso de transformaciones sociales y estructurales del cual emergen desigualdades para todos los espacios de la vida social, distanciamiento entre ésta y la economía, aparición de nuevas clases, capas y grupos sociales de los(as) cuales emergen nuevas diferencias también a todos los niveles o se consolidan las ya existentes, así como “la diversificación de las fuentes de ingresos y la polarización de estos, haciéndose más evidente y palpable la existencia de una jerarquía socioeconómica, asociada a las diferencias en la disponibilidad económica y en las posibilidades de acceso al bienestar material y espiritual” (Espina, 2007: 2).
Coincidiendo con Espina el país se encontraba frente a un proceso de “desestructuración e inefectividad masiva de las prácticas cotidianas establecidas y cristalizadas históricamente para mantener el nivel de vida alcanzado y satisfacer las necesidades básicas” (Espina, s/a: 73).
Después de haber alcanzado un “fuerte consenso en torno a valores básicos como la igualdad y la justicia, que ha mantenido a la mayoría integrada al proyecto social y la capacidad creativa y de resistencia que forma parte de la identidad del cubano” (Domínguez, 2005: 169), la sociedad cubana se enfrentó a la caída económica que supuso la nueva realidad, desde donde al dispararse las expectativas individuales unido al debilitamiento de procesos sociales como la participación y la socialización, se ve afectada la conciencia colectiva que se había venido construyendo.
Reorientar su accionar en un esfuerzo por no ver degradada la proyección humanista que le es inherente, la dirección del país se enfrenta a su propio reflejo minado de aquellas “estructuras verticalistas que marcaban el camino a seguir y ello limitaba el desarrollo de iniciativas populares acostumbrando a la gente a “hacer lo que venía de arriba”, lo cual limitó el desarrollo de la iniciativa individual y colectiva en la solución de muchos problemas” (Martínez, s/a: 2). De manera dialéctica debía converger ahora la orientación estatal con una base multiactoral, superando las propias trabas del estatalismo.
El Estado cubano que tuvo en sus manos la capacidad de dar respuestas efectivas en los primeros años de Revolución no podría sobrevivir en las nuevas condiciones al margen de la iniciativa popular, la participación de las masas y la propia descentralización en los procesos de toma de decisiones.
Es en esta realidad social en contante formación, abierta, diversa, signada, como explica Espina, de incertidumbres y azares, donde la “adecuación e integración de organizaciones e instituciones en el trabajo cotidiano y su vínculo con los actores locales, constituye quizás uno de los mayores retos de la sociedad cubana”, (Martínez, s/a: 2) cuestión que devino en premisa fundamental en aras de lograr la sostenibilidad y consolidación del proyecto socialista de la Revolución Cubana.
Partiendo de la economía, la reforma trajo consigo un conjunto de medidas necesarias, entre las que se destacan: desarrollo del proceso de inversión del capital extranjero, incremento del turismo internacional, despenalización del dólar, ampliación del trabajo por cuenta propia legalizando nuevas figuras y actividades; creación de las UBPC; entre otras, encaminadas a intentar solucionar los nuevos problemas y necesidades que habían aparecido en la etapa y los que se arrastraban de las anteriores. En la medida en que la economía se hizo más heterogénea, el sistema menos equitativo, provocando un incremento de las desigualdades en el acceso a bienes de consumo y servicios.
Sin embargo, no será solo la economía el sector afectado, en correspondencia comienza un proceso desde donde se modifica y diversifica la escala de valores de los grupos sociales, esto vendría a influir negativamente en la relación hombre-hombre, hombre-colectivo, hombre-sociedad en lo referente a la puesta en práctica de valores universales y los esenciales del modelo social en construcción.
De marcada notoriedad fue la persistencia y “ampliación de desigualdades raciales de soporte estructural (desigualdades económicas racializadas) y simbólico (pervivencia de estereotipos, prejuicios y actitudes discriminatorias) que afectan a los grupos no blancos” (Martínez, s/a: 70). Se acentuaba la articulación ahora desde las clases en una combinación indisoluble con la raza.
La experiencia cubana a partir del social change permite comprender entonces como desde una realidad sui generis -cuya impronta se ha hecho sentir tanto en los elementos que integran la “estructura social cubana” (Perera, s/a), como en la subjetividad de los grupos e individuos que la conforman, o sea, en el intento por describir la articulación de un marco general de relaciones sociales y los comportamientos individuales y grupales dotados de subjetividad- la definición social del tiempo, como “el tiempo de los actores históricos, condicionado por su contexto de vida, que comprende aspectos subjetivos, estructurales y culturales” (Donati, s/a: 43), significa a su vez captar en lo esencial las relaciones de lo social.
De ahí la obligada pertinencia de diseñar en las nuevas condiciones históricas “una política distributiva que atendiera tanto a la igualdad y a la integración social, como a la diversidad de necesidades e intereses de los distintos grupos sociales”, (Espina, s/a: 10) que continuara con el rescate de aquellos “rasgos propios de la identidad nacional del/a cubano/a consolidados desde generaciones anteriores y con un balance altamente favorable hacia los rasgos positivos aun cuando se aprecia la referencia a cambios recientes de orden negativo” (Domínguez, 2005: 179) en las direcciones citadas.
La heterogenización del escenario cubano suscita una multiplicidad de sujetos nuevos que convergen ahora con los no tan nuevos, cuyas “perspectivas de evolución parecen orientarse, cuando menos, hacia su permanencia y perdurabilidad, sino hacia su fortalecimiento y expansión” (Espina, 2007: 2).
El Proyecto Social Cubano ahora más que centrar su atención en el proceso de homogeneidad social que se había propuesto desde sus inicios, en su orientación socialista, precisaba comprender la dialéctica entre igualdad y diferencias sociales, en la necesidad de reconocer las diferencias y articularlas en un fin común: la sostenibilidad de dicho Proyecto Social, sobre la imagen colectiva de la nación y el “fuerte sentimiento de orgullo nacional que hace que al hecho de ser cubano/a se le atribuya un alto y diversificado significado simbólico” (Domínguez, 2005: 179).
Crisis y reforma del o en el Proyecto Social Cubano son secuelas directas de una etapa convulsa resultado de un momento histórico, como parte un conjunto mayor de transformaciones.
Aunque muchos coinciden en afirmar “que los eventos de crisis y reforma de los noventa provocaron en la sociedad cubana un deshilachamiento del tejido social y quebraron los lazos de integración en el espacio público, ya limitados y formalizados con anterioridad” (Espina, 2011: 26), coincidimos con aquellos que ven las nuevas alternativas, proyecciones, lineamientos, etc., como motores impulsores de un cambio que no solo se extendió en su manifestación práctica, sino que demostró la necesidad de repensar la sociedad cubana, sus mediaciones subjetivas y con ello atender a los procesos de asimilación y respuesta individual y colectiva de los implicados socialmente, desde una óptica diferente.
1.4.1-LAS CIENCIAS SOCIALES CUBANAS EN EL PERIODO
La década del 90 del pasado siglo como hemos visto constituyó para Cuba la apertura de una brecha que extendida a todos los niveles de la sociedad impone también la búsqueda y aplicación de otras perspectivas de análisis en la premura de sostener nuestro proyecto de nación. Dichas “circunstancias generan un imperativo epistemológico ante las Ciencias Sociales cubanas de explorar los efectos sociales de procesos tan medulares y traumáticos, como la crisis y la reforma” (Espina, s/a: 11).
Como parte de este proceso, las Ciencias Sociales Cubanas se hacen eco de la situación existente de acuerdo a las irregularidades vividas, variando la forma de interactuar de las primeras con las transformaciones sociales, si tenemos en cuenta que son los contextos concretos en que se desarrollan y las formas concretas a través de las cuales se producen, las que logran condicionar “las fortalezas y debilidades que hoy presentan, los desniveles disciplinarios, sus visiones epistemológicas y metodológicas, sus desequilibrios regionales y nacionales y sus influencias reales en la sociedad” (Domínguez, 2011: 46), es decir, cada momento histórico y sus especificidades entran en relación dialéctica con la producción científica.
Si bien existe una amplia gama de autores enfocados en sostener una periodización sobre la situación, papel y desarrollo de estas Ciencias a partir del triunfo revolucionario, somos del criterio, que su comportamiento, producción científica e intervención en la realidad es el reflejo vivo de las decisiones que desde el ámbito “político” o de “la política” se tomaron, o más concretamente, coincidiendo con lo expresado por Le Riverend en el discurso por la entrega del Premio Nacional de Ciencias Sociales, 1995, el propio proceso de “formación, maduración y perfeccionamiento constante de la nación les ha abierto caminos, las ha alertado y enriquecido mucho antes de que fueran formuladas y circunscritas en sus propios campos” (Le Riverend, 1996: 31).
Entender el propio proceso de consolidación, etapas, principales decisiones, aciertos y desaciertos, que de una forma u otra marcan la existencia del Proyecto Social Cubano a partir de 1959 y en nuestro caso específico, hasta la década del 90 del siglo XX, muestra como “las ciencias sociales, sin dejar de atender a presupuestos teóricos generales, se dirigen al estudio de las peculiaridades de cada pueblo” (Miranda, 1995: 15).
De lo anterior, avances sustanciosos matizaron los primeros años de Revolución. El nacimiento de instituciones 4, publicaciones del pensamiento foráneo en revistas del patio 5, otorgamiento de becas y cursos, exposición abierta a la diversidad teórica -aun cuando no se reconoce la carrera de Sociología a raíz de la Reforma Universitaria del 1962-, el vínculo estrecho con la realidad nacional, etc., constituyeron condiciones favorables cuya incidencia fue directa en el discurso teórico en construcción. Es la etapa donde formación académica e investigación se presentan en estrecha dualidad.
En contradicción con lo que la lógica indica la cercanía al modelo soviético no produce para las Ciencias Sociales cubanas espacios de debate y polémica, más bien se cierran las puertas a otras fuentes teóricas.
La utilización de manuales para enseñar el marxismo-leninismo en la Educación Superior, el freno impuesto al ímpetu crítico y de comprensión de la sociedad, en consecuencia con una supremacía en la utilización de procedimientos cuantitativos y matemáticos para dicho fin, el cierre por largos años de la carrera de Sociología, el dogma de que la realidad cubana estaba inserta en una cápsula fuera del alcance de la influencia de los contextos regionales y globales, así como del área caribeña, se vuelven evidencias palpables ahora contra el camino que se había venido siguiendo. Hablar de un “período gris” de las ciencias sociales se presenta en recurrencia para muchos.
La presencia de los argumentos referidos unido a la compleja red de relaciones que introdujo la crisis, y los reajustes necesarios para enfrentarla, obliga a las Ciencias Sociales en Cuba a un cambio de orientación en la comprensión de lo social, ahora “desde nociones teóricas que permitan captar en su complejidad y multidimensionalidad real las tendencias de heterogenización social que están teniendo lugar, lo que supone el desprendimiento total de los vestigios reduccionistas de la perspectiva de la homogeneidad social como proceso cuasi natural” (Espina, s/a, 11) que se dio como característica en los inicios de la Revolución, o sea, varió la manera de acercarse al entramado social, en la necesidad de ampliar el espectro de temas a ser incluidos en las agendas científicas.
Una vez más la comprensión atinada de los procesos que atormentan la sociedad cubana coincidiendo con Immanuel Wallerstein, solo podría lograrse por medio de su fundamento histórico, criterio que dicho investigador define claramente –y con el cual coincidimos- al considerar como el “énfasis en la historicidad de todos los fenómenos sociales tiende a reducir la tendencia a hacer abstracciones prematuras de la realidad y en definitiva ingenuas” (Wallerstein, 1995: 100). Solo en una lectura real de la sociedad cubana podían ser develadas las contradicciones de las cuales era objeto.
En ejemplos concretos, no solo las cuestiones materiales y objetivas de la vida del hombre precisaban de nuevas herramientas epistemológicas. El deterioro de valores compartidos y consolidados durante varios años, acompañado de variaciones en la subjetividad social, nuevas aspiraciones, representaciones, sentimientos, también quedan sometidos (as) a lo novedoso.
La utilización de dichos valores en la construcción del conocimiento demostraba que éstos “no son un lastre para el conocimiento social sino su sustrato esencial, no son un pecado a disimular, sino un instrumento de construcción de la historia y la utopía. No existe conocimiento social ajeno a valores” (Espina, 2010: 29).
Con independencia de las dificultades que desde la práctica se enfrentaron, en muchas ocasiones por la insuficiencia de recursos y en otras por la variedad de enfoques epistemológicos y metodológicos a conciliar en una misma praxis social cambiante, se logran muchos otros avances ante el reto que constituyó la década del 90.
El nacimiento del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) a inicios de los años 80 para este tiempo ya había logrado una trayectoria investigativa, sin embargo, tiene ahora que reorientar sus contactos hacia América Latina y Norteamérica, producto a la desaparición de la URSS y la pérdida de las relaciones establecidas.
Se establecen además relaciones académicas con la Social Science Research Council desde la Academia de Ciencias de Cuba, con la presencia de importantes colaboradores de la comunidad científica internacional como: Inmanuel Wallerstein, Neil Smelser, Erick Olin Wright, etc.
El intercambio con diferentes instituciones académicas lleva al pensamiento cubano a la comunidad norteamericana estableciendo relaciones con numerosos centros encargados de difundir la realidad latinoamericana, “algunas de las más importantes y sostenidas en el tiempo resultan: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO); Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS); Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES); Asociación Latinoamericana de Sociología del Trabajo (ALAST); Latin American Studies Association (LASA); entre otras” (Brito, 2008: 315).
Se recobra en un gran por ciento la importancia de las Ciencias Sociales. Digno destacar, la apertura de la carrera de Sociología en las Universidades de La Habana y Oriente, XIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología en La Habana, en 1991, el funcionamiento de tres Programas Nacionales de Ciencias Sociales, etc.
En materia de publicaciones, aunque enfrentamos un deterioro económico evidente, es la etapa en que importantes revistas, dígase, Temas, Contracorriente, Debates Americanos, Revista Bimestre Cubana o Cuba Socialista, ven la luz, comprometidas con la realidad nacional en la reflexión y divulgación de temas medulares.
Las desigualdades sociales, los conflictos raciales, los procesos de desintegración social vinculados a la juventud y otros sectores de la sociedad, la prostitución, las migraciones, las drogas, los peligros a los que se enfrentaba la nación, los propios efectos de la crisis, así como las mejores maneras de salir de ella, se presentan como expresión de un pensamiento que debía partir de opciones más factibles.
Entender el despertar de las Ciencias Sociales Cubanas en las condiciones de la década del 90 permite coincidir con Espina al considerar el cambio como una condición consustancial a la existencia de la realidad social. Comprensible entonces el porqué de la insatisfacción con el papel que venían desempeñando en etapas anteriores, enfocadas más en “diagnosticar y ejercer la crítica, menos en evaluar y pronosticar, y poco acostumbradas a cumplir una función propositiva” (Domínguez, 2011: 46).
Fueron los años 90, por tanto, en una de sus miradas “especialmente fructíferos en el trabajo de recreación e innovación dentro de la tradición crítica del pensamiento social, lo que permite que hoy podamos encontrar un conjunto de propuestas” (Espina, 2004: 14) de reconstrucción epistemológica, desde las cuales intentar transformar el mundo más allá de su interpretación.
CONSIDERACIONES FINALES
Adentrarnos en el Proyecto Social Cubano desde su concepción y puesta en marcha permite comprender los cambios que acaecidos en Cuba a partir de la década del 60 matizaron un nuevo modo de vida y con él, el mejoramiento de su calidad, sobre todo para aquellos sectores de la sociedad que siendo menos favorecidos por gobiernos anteriores resultaron en este momento histórico, protagonistas.
Su orientación en la necesidad de formar/educar/construir un nuevo ser social, el hombre nuevo, del que hablara el Che, hace que la condición humanista sea centro de su accionar. Condición que hizo y hace del pueblo trabajador su mejor aliado y defensor en la continuidad histórica del proceso revolucionario. No se equivoca entonces Fernando González al plantear: “….como proyecto, se define por la calidad que se logre en sus distintos niveles de desempeño humano, tanto individual como en las distintas formas y planos de la subjetividad social. Y tendrá que ser, ante todo, un proceso sociopolítico estimulante del crecimiento permanente de lo humano, donde sus valores se potencien por las regularidades logradas en cada momento constitutivo del proyecto sociopolítico” (González, 1995: 101).
Mirar el Proyecto Social Cubano a través de sus protagonistas muestra, por tanto, la continuidad de un proceso, cuyo fruto mayor está dado en la construcción de ese revolucionario que se define no solo por “haber decidido permanecer en el país, estar afiliado a ciertas organizaciones políticas y de masas, y ser empleado de una de sus estructuras de gobierno” (Blanco, 1997: 117), sino por su implicación en la vida cotidiana y sus sistemas de relaciones sociales desde donde aportar positivamente a procesos participativos, a la justicia social y a la cohesión nacional, o sea, a la constitución de ciudadanía.
Entender las etapas por las que ha transitado el Proyecto Social Cubano da cuenta de su propio devenir. Caracterizadas en algunos casos por lo múltiples logros obtenidos, errores cometidos y rectificaciones aplicadas -peculiaridades que le son inherentes- es la década del 90 colofón y rudimento que sobrevino para el país en herramienta de prueba, donde la capacidad creativa e innovadora del gobierno una vez más orientada a su reflejo, el pueblo trabajador, se perfilaba en aras de la sostenibilidad y ahora perfectibilidad de dicho proyecto.
Las reformas aplicadas en el área de la economía, la descentralización en los procesos de toma de decisiones, el papel asumido por los poderes locales y la intención repetida de lograr la integración de todos los sectores de la sociedad, demuestran una vez más la superación de la idea de homogeneidad social que persistió en alguna etapa anterior, tomando como referente las diferencias existentes en pos de enriquecer las nuevas propuestas del proyecto en cuestión. Coincidíamos una vez más con George Luckács en que no podemos homogeneizar un tejido por definición heterogéneo, es la aceptación de las diferencias en el logro de la unidad el camino acertado a transitar.
Es en este renacer de oportunidades y como parte de las nuevas alternativas buscadas donde las Ciencias Sociales también reorientan su papel. Acusadas de estar dormitando en décadas pasadas, son éstas, eco de las nuevas y no tan nuevas problemáticas sociales, que comprometidas con el ejercicio del pensar crítico condicionan antiguas y actuales redes epistemológicas de comprensión de lo social, ya que, teniendo en cuenta la crisis de valores que sufre la sociedad actual y con el fin de obtener posiciones más responsables, comprometidas con los destinos sociales, evitando a su vez, la perpetuidad de la enseñanza enseñada actuar según recetas de solución tipo es también en este momento histórico que se debe acentuar “la necesidad de que las personas desarrollen una nueva cultura del aprendizaje” (Gallardo, s/a: 1).
Ante estas condiciones una vez más el Proyecto Social Cubano demostraba que para su perduración no es suficiente la conservación o tradición generacional de pautas de comportamiento, valores, compromiso, etc., se precisa que el mismo dote al ser social de esa capacidad creadora, innovadora, que favorezca la integralidad social y política ante los inevitables cambios sociales y las necesarias estrategias de adaptación y transformación a/de ellos. Es decir, que no sólo ha de transmitir, sino tener la capacidad de renovación permanente y con esto garantizar el suministro de sujetos críticos y propositivos, revolucionarios, con aptitudes para enfrentarse a las transformaciones sociales y flexibles ante la necesidad de cambiar con ellas.
El gran reto al que nos enfrentamos es el de trabajar sobre la dialéctica de lo que está instituido y lo nuevo que podemos incorporar para mejorar y crecer en y desde la praxis social. Es proveer al individuo –en el rol de estudiante, trabajador, jubilado, ama de casa, cuentapropista, o lo que es lo mismo, cubano- de una reflexividad sobre las mediaciones y determinantes que favorecen u obstaculizan su desarrollo, la real emancipación social y con esto la permanencia del Proyecto Social de la Revolución Cubana.
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2 Entre estas condiciones podemos citar: seguridad de la vida, de la propiedad (individual o colectiva), la participación ciudadana en el gobierno, la justicia, la libertad, el bienestar general o condiciones materiales de vida, el conocimiento de la naturaleza y la sociedad, su dominio y control, etc.
3 El proyecto social de la revolución cubana. El condicionamiento por los fines del proyecto social cubano. Pág 33. Sin datos editoriales.
4 Enfocadas por una parte en la formación de profesionales y por otra en la producción y divulgación científica. De las primeras encontramos: facultades, departamentos, escuelas vinculadas a disciplinas como la Psicología, las Ciencias Políticas, Letras, Historia, y de las segundas es la etapa donde nace el Instituto Cubano del Libro, Casa de Las Américas, la Editorial de Ciencias Sociales, etc.
5 Dígase Revista “Pensamiento Crítico”, “Referencias”, “Revista Universidad de La Habana”, “Teoría y Práctica”, “Cuba Socialista”.
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