RESEÑA: ALMA MÍA. SIMBOLISMO Y MODERNIDAD.
ECUADOR 1900 -1930

Alexandra Kennedy Troya
Rodrigo Gutiérrez Viñuales

Universidad de Cuenca, Ecuador
Universidad de Granada, España


Notas anticipatorias. El nacimiento del proyecto curatorial

Este proyecto nació en Cuenca (Ecuador) en agosto del 2005, cuando ambos curadores debatíamos contenidos para la exposición Ecuador. Tradición y modernidadque se llevaría a cabo en el 2007 en la Biblioteca Nacional de España en Madrid. Para entonces, en plena tarea de visitar colecciones para alimentar aquella muestra, se nos había hecho evidente la injusta marginalización —o al menos infravaloración— de Víctor Mideros en la consideración de las historias del arte ecuatoriano, bajo miradas simplificadas y a menudo cargadas de despectivos clichés, típicos de la visión vanguardista. Lo veían como un retrógrado, sin atinar a descubrirlo como el “moderno” que en realidad era.

Una nueva reivindicación se dio en el proceso de otra exposición, curada por Kennedy, Escenarios para una patria: Paisajismo ecuatoriano 1850-1930, realizada para el Museo de la Ciudad de Quito en el 2008. En esta se pudo apreciar no solo el valor de Mideros como moderno sino de otros artistas que habían quedado relegados bajo la sombra de un arte que no calzaba con el de la denuncia social, valorada y estudiada al cansancio.

Más adelante, nuestra mirada se afinó, siempre en base a la nutrida y magnífica obra de Mideros, a la necesidad de hacer un alto y comprender los gestos simbolistas en el arte ya no solo de Ecuador sino de Sudamérica, un rico y extenso laboratorio de modernidad en el que se entretejían historias por doquier.

Un referente fue, sin lugar a dudas, la primera exposición realizada sobre el tema en Latinoamérica, en el 2004, denominada El espejo simbolista. Europa y México, 1870-1920 y cocurada por Fausto Ramírez, entrañable colega que nos honra con un ensayo de su autoría. Y por supuesto exposiciones que pudimos ver años antes al otro lado del Atlántico, como Simbolismo en Europa (Las Palmas de Gran Canaria, 1990) o Pintura simbolista en España, 1890-1930 (Madrid, 1997). Mientras realizábamos nuestra investigación sudamericana se dieron dos espléndidas muestras sobre el tema: en el 2010, Le Symbolisme en Belgique, y entre el 2011 y el 2012, Il Simbolismo in Italia.

Aliados en una tarea que creíamos abordaría un vacío historiográfico a nivel continental, decidimos plantear a la Fundación Museos de la Ciudad de Quito, un ambicioso proyecto curatorial y expositivo a sabiendas de la experiencia extraordinaria
que ha tenido dicha institución en los últimos años y de su conocimiento a nivel internacional. Estábamos convencidos de que podíamos llevar a cabo una puesta en escena de este calibre desde Ecuador. Fue un reto aceptado con gran ilusión por la entonces directora ejecutiva de la Fundación Ana María Armijos y su equipo de trabajo. Gutiérrez se haría cargo del trabajo internacional, Kennedy del nacional. El primero lo haría desde el acervo bibliográfico y un avanzado trabajo de campo en diferentes países, la segunda desde las fuentes originales, museos, colecciones y bibliotecas del país.

Empezó entonces la ardua tarea que llevó tres años de trabajo sostenido. A mitad de camino cotejamos nuestros respectivos hallazgos e ideas reunidos en uno de los mejores escenarios de confluencia artística y literaria entre españoles y latinoamericanos “modernos”, Palma de Mallorca. Entonces advertimos la magnitud y complejidad del proyecto, habida cuenta, además, de la necesidad inminente de convertir la exposición en itinerante. Solo el caso ecuatoriano arrojó importantes hallazgos; a la literatura, pintura y escultura del momento se añadía una importante presencia de la música, de las artes aplicadas, de la gráfica o la caricatura, y la siempre presente arquitectura, renovada o nueva. Un verdadero concierto de diversas manifestaciones que hacían presencia y peso en la política de entonces. Nada más lejos que aquella manida idea de la modernidad encerrada en una torre de marfil.

Bajo la rigurosa lupa de una evaluación consciente y cuidadosa, propusimos dividir la exposición en dos momentos: la primera estaría destinada única y exclusivamente a indagar el fenómeno ecuatoriano teniendo como centro gravitacional al más grande simbolista del país, Víctor Mideros, y a otros dos, el primer fotógrafo de arte Emmanuel Honorato Vázquez, cuyos “gestos” simbolistas venían como una reacción al rancio romanticismo anterior, y a Eduardo Solá Franco, un incansable viajero y cosmopolita que se declararía simbolista por opción hasta el final de su vida. Como se podrá ver por la obra escogida y los ensayos que indagan sobre estos personajes, cada uno aportará a la comprensión de la modernidad y del Simbolismo, desde ópticas diversas. Dejamos en el tintero a Antonio Bellolio, un extraordinario ilustrador ítalo guayaquileño a quien descubrimos tarde, así como la del escultor Luis Mideros, hermano del pintor, cuya obra se halla dispersa. Ambos merecen una profunda revisión y puesta en valor.

El proyecto nacional creció. Además de la gran introducción al tema que albergaría el Museo de la Ciudad, y la presentación de los tres casos de estudio que estarían dispuestos en el Centro Cultural Metropolitano, los hallazgos en el proceso investigativo os obligaron a respetar el camino trazado por Víctor Mideros en su “toma de la ciudad de Quito” literalmente inundando los espacios con sus series religiosas y civiles. Arrancar las obras del lugar original habría sido un sacrilegio y una falta de respeto y comprensión históricas. Por ello abrimos lo que denominamos las “sedes complementarias”: la Iglesia y sacristía del Convento Mayor de la Merced, la portería y el locutorio del Monasterio del Carmen Alto, la Capilla de Sucre de la Catedral Primada de Quito y la Casa Museo de María Augusta Urrutia. Una sede adicional propuesta fue el Cementerio de San Diego que alberga una serie de lápidas, tumbas y mausoleos que complementan la exhibición; la muerte misma, tema central al discurso simbolista.

Este circuito no solo que enriquece a la muestra sino que nos obliga a entender los fenómenos artísticos como parte de la dinamia de la urbe y ligados a los espacios tanto públicos como privados. Las mejores y más dinámicas historias se inscriben en ella. Así lo comprendió la nueva directora de la Fundación Museos de la Ciudad, Ana Rodríguez. Con ella y el mismo dinámico y trabajador equipo seguimos adelante.

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