Maximiliano Emanuel Korstanje
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“Ariovisto, rey de los germanos, se había establecido en sus territorios y había ocupado la tercera parte de su tierra, la mejor de toda Galia, y ahora ordenaba, que los secuanos abandonaran otro tercio porque pocos meses atrás habían llegado unos veinticuatro mil harudes, a los cuales había que otorgar un lugar y residencia. En pocos años sucedería que todos serían expulsados del territorio de Galia y todos los germanos atravesarían el Rin. En efecto, la tierra de los galos no podía ser equiparada con la de los germanos, ni si manera de vivir es comparable con la de aquellos” (César, I, 31). Finalmente, César disuelve la asamblea prometiendo a los secuanos mediar con Ariovisto a favor suya. Es así, que envía embajadores con el mensaje de concertar una reunión con el “temible” rey germano. A esta petición, Ariovisto responde que “el derecho de guerra de quienes habían vencido dominaran como quisieran a los vencidos; así, el pueblo romano no acostumbraba a dominar a los vencidos según la prescripción de otros sino según su arbitrio”. (I, 36). A su vez, otra tribu gala los tréveros también acudían a las legiones romanas en busca de ayuda, debido a que un contingente de suevos (provenientes del Mosa) se habían ubicado en las orillas del Rin. En consecuencia con lo expuesto, “Cesár consideró que debía tomar grandes precauciones” (I, 38), para evitar que los germanos pasaran a Galia.
Si bien sobre los germanos, caía una fama de ferocidad sin límites, César se predispuso a enfrentarlos y se dirigió hacia Ariovisto . Como general al mando, César pronto invocó a una reunión para calmar a sus tropas; recurrió una y otra vez, a los triunfos (míticos) de Mario contra la envestida de los teutones y los cimbros. Si Roma había salido victoriosa en aquella ocasión, que garantizaba que no lo fuera en ésta. Por otro lado, si los helvecios que en repetidas ocasiones habían vencido sobre los harudes, que suponía que Roma al vencer a los helvecios debía preocuparse por los germanos. “Luego de este discurso, se transformaron de modo asombroso las mentes de todos y surgió una gran alegría y deseo de combatir” (César, I, 41).
Tras el paso de los romanos, Ariovisto envía sus embajadores proponiendo se llevara la reunión, tal cual César había fijado en un comienzo. Los romanos pidieron que los Harudes cesaran en sus hostilidades sobre los secuanos, y también que no promovieran la inmigración de germanos hacia sus tierras. Ariovisto retrucó aduciendo haber sido invitado y llamado por los propios galos, y que según el derecho de guerra, estaba legitimados sus pedidos de tributos; “en cuanto a hacer cruzar una masa de germanos, lo hizo con la intención de defenderse y no de atacar a Galia” (I, 44). En resumidas cuentas, si los romanos no se retiraban de lo que llamaba “sus tierras”, debía de tomarlos como enemigos. La reunión finalizó y César se retiro a su campamento; y negó a Ariovisto una nueva reunión para concluir el tema. (César, I, 47)
Para los germanos, la guerra podía ser comprendida como un arte y existían diversos rituales que debían seguirse antes de una batalla formal. Cuenta Tácito, que las madres aplican el vaticinio para saber si es conveniente ir a la guerra o no. Este consiste en cortar pequeñas ramas y arrojarlos a modo azaroso sobre una tela blanca; si los signos son positivos o negativos, los resultados luego son revalidados por un sacerdote en forma pública (Tácito, 2002). Después de algunas idas y vueltas, intentos de negociaciones infructuosas y escaramuzas planificadas, la batalla se desató y las tropas de César no tardaron (luego del cruento combate) en alcanzar la victoria. En palabras de César, “todos los enemigos nos dieron la espalda y no dejaron de huir hasta que llegaron al Rin, a cinco millas del lugar, Allí algunos pocos se apresuraron nadar hacia el otro lado, confiados en sus fuerzas, o hallaron su salvación en barcas que encontraron allí” (César, I, 53).
Luego de esta victoria, los suevos parecieron alejarse de las márgenes del río en donde se habían apostado, y César retorno a la Galia Citerior (tras ser notificado de una incipiente rebelión belga); una nueva victoria romana (en sucesivas batallas contra nervios, belovacos y sucesiones entre otros) no tardaría en llegar perfilando lo que sería una campaña de expansión y honores militares que repercutiría hasta en el mismo senado, donde César no era tan popular. Así, se estima que para el 51 AC toda la Galia estaba en posesión de los romanos. Luego del triunfo sobre los nervios, César envió a Servio Galba con la legión duodécima a despejar el camino que va desde el lago Leman hasta el río Ródano. Allí, nantuates, veragros y sedubnos exigían, a los mercaderes que transitaban por la zona, altos peajes. Tras cumplir con los deseos de César, Galba decidió asentarse con el objetivo de enfrentar el duro invierno que se avecinaba. No obstante, una noche descubrió que gran parte de los galos habían escapado del campamento romano y se preparaban para combatir; “el hecho de que los galos súbitamente proyectaran pelear de nuevo y sorprender a la legión había sucedido por muchas causas: en primer lugar porque debido al número escaso menospreciaban a la legión … además, también a causa de la desventaja del lugar, pensaban que una vez que ellos se lanzaran desde la montañas al valle y arrojaran proyectiles, sería imposible resistir el primer ataque”. (César, III, 2)
No obstante, la legión de Galba no muestra mayores problemas para controlar la situación; y luego de vencidos los insurgentes e incendiadas sus casas, se apresta a retornar a la provincia. A su vez, César logra pacificar a los vénetos ubicados en toda la costa marítima y cómo duro escarmiento dispuso que los prisioneros sean vendidos como esclavos. P. Craso, al mismo tiempo, llevó la victoria a Roma en contra de los aquitanos y emprendió su marcha hacia los sociates (César, III, 15-21). Al verano siguiente (en los consulados de Pompeyo y Craso, por el 60 AC) los romanos reciben la noticia de que otro contingente de tribus germánicas había pasado los límites del Rin nuevamente; en efecto, ténteros y usípetes presionados por los temibles suevos decidieron dejar sus hogares y emprender una migración forzada hacia Galia; “la razón fue que los suevos desde hacía muchos años los hostigaban y presionaban con la guerra y les impedían cultivar sus campos. La tribu de los suevos es por lejos la más grande y belicosa de todos los germanos” (César, IV, 1).
Las costumbres de éste pueblo diferían bastante de los celtas y hasta de los propios romanos. Su forma de producción económica es agrícola aunque sólo producen cantidades para sí mismos. De acuerdo a los testimonii, podemos suponer que los germanos alternan un sistema de cultivo con prácticas guerreras en forma simultánea. Así, mientras un grupo cosecha durante determinado año, el otro emprende las acciones bélicas en contra de las tribus vecinas, mientras que retornado el contingente de guerreros, aquellos que estaban ubicados en la cosecha se preparan para combatir. En este sentido, si las observaciones de César son acertadas, esto explica la tendencia de éstas tribus a desplazarse constantemente hacia otros territorios, ya que poseer grandes extensiones de territorios sin poblar representa para ellos “un símbolo de fuerza y poder político”; más específicamente “consideran que la mejor gloria de una tribu es tener alrededor de su territorio grandes extensiones de tierra desierta. Piensan que esto significa que un gran número de pueblos no ha podido resistir su fuerza” (César, IV, 3)
Según la impresión romana, las costumbres germanas no sólo son extrañas sino incivilizadas, debido a la escasa tendencia al comercio; y ésta parece ser la diferencia sustancial con respecto a los galos, belgas y aquitanos. Particularmente, los romanos consideraban al comercio como una forma de civilización que humanizaba a los pueblos bárbaros. Obviamente, los germanos vestían pieles en lugar de togas, usaban cabellos largos, no soportaban ni ingerían el vino cuyas consecuencias se relacionaban con el afeminamiento, no cabalgan en caballos importados, mucho menos compraban a los mercaderes galos sino que sólo vendían lo que obtenían por el botín de guerra, y no existía entre ellos la tierra privada, debido a que todo el territorio era parte de la tribu, y por ende considerado público. (Tácito, XVII)
En este sentido, las costumbres galas parecían constituirse en forma antagónica a las germánicas, por lo que entonces suponemos que éstos no sólo tenían una estrecha relación política con Roma sino que además comercializaban con sus productos mientras que los proveían de trigo, leche y brazos para la guerra. Cuenta César, que “es costumbre gala obligar a los viajeros a quedarse, incluso contra la propia voluntad, e interrogarlos acerca de cualquier cosa que hayan escuchado o conocido, y la muchedumbre rodea a los mercaderes y los obliga a decir de que regiones vienen y que cosas conocieron allí. Movidos por estas razones y habladurías, a menudos, en cuestiones importantes, emprenden planes de los cuales tienen que arrepentirse de inmediato, ya que son esclavos de rumores inciertos y la mayoría de los viajeros les da respuestas inventadas según el deseo de ellos mismos” (César, IV, 5)
En el momento, en que César llega a Galia, la cultura celta estaba experimentando un cambio sustancial en sus costumbres y estilos de vida. Varias tribus estaban migrando de los campos hacia las ciudades y poco a poco sus arcaicas costumbres se estaban dejando de lado. El segundo punto, es que varias tribus (procedentes de Escandinavia) estaban bajando hacia el Rin y allí se establecían. Encerrados tanto por el avance latino como por el germano, no es extraño que en ocasiones los galos entablaran estrategias ambiguas para con uno y otro bando. Según los comentarios de Castro Cisneros (2006) “leyendo los Comentarios desde otra perspectiva, descubrimos a través de las palabras de César a un pueblo que lucha por su libertad y empieza a ser consciente de que sólo lo logrará si se unifica bajo un caudillo como Vercingetórix, el más digno de enfrentarse a César. Descubrimos las tradiciones y costumbres celtas mal vistas o mal interpretadas por el ojo latino, y aunque el autor falla o exagera en ciertos detalles de sus descripciones, es mucho lo que se puede rescatar del relato para la reconstrucción de la vida celta. Los Comentarios pueden ser leídos como la gesta heroica de los últimos celtas continentales que ven como sus esperanzas de ser libres van siendo aniquiladas, el texto formaría parte de una historiografía céltica inventada por los estudiosos modernos, ya que lo que se sabe de este pueblo es a través de los autores antiguos”.
Sin embargo, por otro lado los testimonii son uno de los pocos materiales que nos quedan escritos por alguien que estuvo presente en la región, y cuyas experiencias (si bien pueden ser cuestionables en cuanto a su exageración) constituye un trabajo etnográfico de incuestionable calidad y valía, aun cuando influido por el etnocentrismo romano de la época. Las legiones de César, finalmente, salen al encuentro de los ténteros (y aún tras haber negociado con embajadores ciertas condiciones de retorno) se enfrentan en un combate entre caballerías. Al otro día, los germanos se excusan ante César y solicitan “al dictador” una tregua. No obstante la desazón y la desconfianza de los romanos con respecto a los ténteros no podían ocultarse y tras una última embestida éstos son nuevamente arrojados al otro lado del Rin. Pero las constantes invasiones, las repetidas invitaciones galas, y las propias ambiciones del dictador, hacen que se considerara seriamente la posibilidad de cruzar el río. “Concluida la guerra con los germanos, César, por muchos motivos, consideró que debía cruzar el Rin. De éstos, el más justo era el hecho de que, como vio que los germanos eran llevados tan fácilmente a cruzar la Galia, quería que, por su parte, ellos sintieran temor al saber que el ejército del pueblo romano podía y osaba cruzar el Rin”. (César, IV, 16)
A su favor y como excusa ideológica, César tenía una amistad y pacto de no agresión con los ubios, pueblo de origen nórdico, que también estaba siendo asediado por los suevos, y cuyos embajadores se presentaron ante César pidiendo ayuda. “Por estas causas que mencioné, César decidió cruzar el Rin. Pero consideraba que cruzarlo con naves no era suficientemente seguro, y demás juzgaba que no era propio de su dignidad ni la del pueblo romano”, entonces ordenó construir un puente que permitiera el paso de sus tropas hacia tierras de los sugambros (alojados al norte de los ubios).
Las acciones romanas no pasaron inadvertidas por los germanos, por su parte los sugambros emigraron a los bosques, mientras que los suevos se propusieron nutrirse en el centro de su territorio para armarse y lanzarse al combate. Al momento en que César se dio cuenta de ellos, decidió que debía retornar a Galia, pues el honor de sus aliados los ubios había sido saldado . Consecuentemente, se predispone a incurrir en territorio de Britannia, hasta el momento casi desconocido para los romanos de no ser por fábulas y leyendas que comentaban los galos. La incursión en el sur de la región se llevó a cabo en forma poco amistosa, y tras una encarnizada u dura pelea sólo sirvió para aumentar el ego de las milicias latinas. “Ratificada así la paz, cuatro días después de la llegada de César a Britannia, las dieciocho naves que mencionamos más arriba, que habían embarcado la caballería, soltaron amarras en el puerto del norte con viento suave” (César, IV, 28). Sin embargo, una tormenta causó gran daño a la flota romana, y los britanos aprovecharon la situación para cortar todo suministro a los supervivientes. Los romanos se encontraban en inferioridad de condiciones, y tras desgastar a las cohortes con varias escaramuzas y combates menores, los britanos se agruparon para presentar batalla y aunque todo parecía señalar que la derrota romana era inevitable, un nuevo triunfo romano permitió que se reorganizara el improvisado campamento de César; empero por un tema de orden metodológico, la fascinante historia de las incursiones en Britannia no serán abordadas por el momento. En su lugar, proponemos retomar nuestro punto central en referencia al ocio como factor lúdico y su lazo con el orden político.