José López
Esta página muestra parte del texto pero sin formato.
Puede bajarse el libro completo en PDF comprimido ZIP (60 páginas, 359 kb) pulsando aquí
El capitalismo se basa en el control de lo público en pocas manos privadas. Se sustenta en el control de la sociedad por una élite privilegiada. Sus principios fundamentales son: el crecimiento constante mediante el consumismo aumentado artificialmente y la expansión continua de los mercados (colonización antaño, imperialismo o globalización económica actualmente), el aumento incesante de los márgenes de beneficios mediante el aumento de las ventas o de los precios y mediante la reducción de los costes de producción (incluidos los costes salariales), el acaparamiento de la riqueza generada por la sociedad en pocas manos, la privatización de la economía (de los medios de producción, de los beneficios, pero no de las pérdidas que sí son socializadas), el agotamiento de los recursos (humanos y medioambientales), la alienación de la sociedad en general, la sociedad al servicio de la economía que a su vez está al servicio de una minoría privilegiada, la dictadura en el seno de las empresas protegida por una democracia política bajo mínimos que impida el desarrollo democrático y por tanto la democratización de la economía. La idea subyacente clave para el capitalismo es el monopolio. El monopolio político para que la política se supedite a la economía. El monopolio de los medios de producción y de los mercados para que la economía esté en pocas manos. El monopolio de las ideas para evitar el recuestionamiento del sistema. Lejos de lo que se nos proclama oficialmente, capitalismo y mercado libre son antónimos. El capitalismo equivale a monopolio disfrazado de oligopolio disfrazado a su vez de libertad. En el ámbito político tenemos el bipartidismo como paradigma. En el ámbito económico tenemos a los oligopolios de las grandes multinacionales como paradigma. El sistema político se controla con la preponderancia de dos partidos que defienden por igual las bases del sistema económico y que explotan diferencias en cuestiones de menor importancia para el capital para aparentar cierta pluralidad. No es de extrañar que el país adalid del capitalismo, como es Estados Unidos de América, sea también el país adalid del bipartidismo. El sistema económico se controla con un supuesto mercado libre para aparentar que cualquiera con un poco de espíritu emprendedor, con algo de suerte y de riesgo, puede ser capitalista (el capitalismo popular que decía Margaret Thatcher) pero que en realidad es cada vez menos libre por el proceso de concentración empresarial inherente a la dinámica capitalista (el capital tiende a agregarse) y consentido (y fomentado) por el poder político cada vez más sometido al económico. Capitalismo popular es un contrasentido. El capitalismo se sustenta en la oligocracia, bajo la forma de partitocracia política, disfrazada de democracia puesta al servicio de la oligarquía.
Pero el control social siempre necesita ineludiblemente el control de las ideas. El gran triunfo del capitalismo es su hegemonía cultural, cuyo paradigma es el pensamiento único. Éste se ha impuesto gracias a la caída del “comunismo” y sobre todo mediante el control de los medios de comunicación de masas por parte del poder económico. La falsa conciencia que decía Marx ha triunfado. El gran triunfo del capitalismo es que sus víctimas (casi toda la humanidad) asuman acríticamente sus postulados. Su gran triunfo es que unos trabajadores se enfrenten a otros. Es que el capitalista pueda delegar en sus lacayos para que le hagan el trabajo sucio. La desunión de los trabajadores es el gran logro del capitalismo. El peligro revolucionario está, por ahora, completamente desactivado. El gran triunfo del capitalismo es que el trabajador comprenda que es prescindible y asuma como lógico que su empresa deba echarle cuando los beneficios disminuyen (ni siquiera ya cuando éstos desaparecen). Es que el trabajador se convierta en el jefe que tanto detestaba. Es que nos pasemos la vida quejándonos unos a otros, mientras no hacemos absolutamente nada para evitar nuestra explotación. Es que nos muestremos muy gallitos entre nosotros para a continuación bajarnos los pantalones o las faldas a la mínima de cambio. Es que no comprendamos cómo puede haber existido algo llamado nazismo, mientras nosotros, en circunstancias mucho menos peligrosas, no arriesgamos nada. Es que critiquemos fácilmente a los que no quisieron ver en esa época, cuando en esa época la gente se jugaba la vida, mientras nosotros ahora nos tapamos para no ver cómo degenera todo a nuestro alrededor, cuando sólo nos jugamos, por ahora, el dinero. Es que el individuo crea que la única solución es el “sálvese quien pueda”. Es que la única esperanza sea la suerte. Es que la sensibilidad esté en vías de extinción. Es que tiremos la toalla. Es que no veamos salidas. Es que pensemos que no sirve de nada luchar. Es que…
Sin embargo, la realidad nos devuelve la conciencia. Cuando nos topamos con la cruda realidad, las ideas son puestas a prueba. La realidad puede maquillarse, indudablemente. Pero, tarde o pronto, su maquillaje se deshace. Una vez superados los prejuicios, una vez superados los complejos, una vez perdido el “respeto” a las autoridades intelectuales, una vez superado el miedo a hacer el ridículo por pensar y opinar, una vez que uno piensa un poco por uno mismo (ya sea porque es un rebelde natural, ya sea porque la cruda realidad le devuelve los ojos y la capacidad de raciocinio), los postulados del capitalismo resisten muy poco frente al pensamiento crítico. Pueden maquillar la realidad con frías estadísticas donde sólo se mide a la sociedad en base a ciertos parámetros donde no cuenta la felicidad, ni el reparto de la riqueza, ni la libertad, ni la igualdad, ni la paz, ni... Es decir, donde no cuenta lo principal. Donde las personas son sólo números, son sólo costes o beneficios. Pero no pueden maquillar del todo (aunque lo intentan también) el hecho de que cada vez haya más pobres, de que cada vez sea más habitual ver indigentes en las calles (también intentan ocultarlos, quizás llegará el día en que se exterminen), de que la sociedad se deshumaniza, de que la naturaleza nos está empezando a pasar factura. Quizás sean capaces de elaborar aún más el maquillaje, pero cada vez les cuesta más. Son tan evidentes las consecuencias del sinsentido que representa el capitalismo, afectan a tanta gente, es tal la degeneración del sistema actual, que es casi una utopía que pasen desapercibidas. Parece inevitable, como mínimo, el recuestionamiento del capitalismo. En los últimos tiempos, el muro ideológico de protección del status quo se ha agrietado por la aparición de Internet. Afortunadamente, es muy difícil controlar por completo a la sociedad y a veces algunos avances científicos o tecnológicos producen consecuencias sociales imprevisibles. Internet es el principal talón de Aquiles para el capitalismo. Éste ya se ha puesto manos a la obra y no va a cejar en su empeño por controlarlo todo lo que pueda. La guerra ideológica está más latente que nunca. Guerra del capitalismo contra la humanidad. La guerra por la supervivencia física de la humanidad, además de por una sociedad humana en el mejor sentido de la palabra.
La democracia es el principal enemigo del capitalismo. No es de extrañar que experiencias de capitalismo de Estado disfrazadas de socialismo hayan fracasado en cuanto a la implantación de sociedades radicalmente distintas y hayan permitido la transición no traumática al capitalismo puro y duro. Para el capitalismo, no hay mucha diferencia entre que los medios de producción pertenezcan a unos pocos empresarios o a unos pocos burócratas (otra cuestión es la eficiencia de la gestión ejercida por la élite que controla la economía). La clave para el capitalismo está en que el control lo tengan unos pocos. Por consiguiente, la única forma de combatir el capitalismo es democratizando por completo la sociedad. Desarrollando la democracia política para liberar a la política del dominio de la economía (como mínimo, llevando a la práctica los postulados defendidos en teoría por la democracia liberal en la que se basa oficialmente el propio capitalismo, como la separación efectiva de los poderes). Democratizando la economía para que ésta esté al servicio del conjunto de la sociedad. Democratizando los medios de comunicación para permitir la libre difusión de todo tipo de ideas por la sociedad, para evitar el pensamiento único, el monopolio de la verdad. La democracia (el poder del pueblo) es realmente la antítesis del capitalismo (el poder del capital y por consiguiente de la sociedad en pocas manos). Es tal la degeneración del sistema capitalista que hasta algunos de los postulados teóricos en los que originalmente se basaba parecen ahora progresistas e incluso utópicos. Es tal la derechización ideológica de la sociedad (inevitable porque la derecha, es decir el capital, es la que controla la sociedad a través de los medios de comunicación) que ciertos postulados originales de la democracia cristiana, del humanismo o de la socialdemocracia suenan incluso progresistas comparados con lo que estamos viviendo en la actualidad. ¡Ya sería un avance que en España se aplicaran las políticas socialdemócratas de Suecia! En España, y en la mayoría de países, la derecha siempre gobierna. Ya sea oficialmente, ya sea a través de partidos presuntamente de izquierdas que en realidad aplican políticas económicas más o menos conservadoras. ¿Ha de sorprendernos el auge de la extrema derecha? ¿No contrasta con la marginalidad de la extrema izquierda? Lo primordial, lo urgente, es que la sociedad en conjunto recupere el control de sí misma. Y esto sólo puede hacerse mediante la verdadera democracia. Una vez retomado el control (en realidad el pueblo no lo ha tenido por completo nunca, pero el problema es que cada vez lo tiene menos, en vez de al revés), ya se verá qué sistema económico puede funcionar. Llámese liberalismo, socialdemocracia, socialismo, comunismo o anarquismo o cualquier otro “ismo” que pueda surgir. Pero para ello es imprescindible sentar las bases para que todas las ideas puedan ser conocidas por igual y puedan ser probadas en la práctica por igual. Es primordial una sociedad mínimamente libre de elegir su destino. Éste no debe estar en pocas manos, debe pertenecer a TODA la sociedad.
El capitalismo se sustenta en la falta de libertad. Sustituye la libertad por el libertinaje. Éste está disfrazado con aquella. El capitalismo es la forma moderna de esclavitud, de explotación. La sociedad moderna reproduce los males de ciertas viejas sociedades pero con apariencias más sofisticadas. Como decía Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz: Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Y yo a esto añadiría, que si además, los esclavos no son conscientes de su servidumbre (porque está más camuflada, porque la complejidad del disfraz la hace más difícilmente reconocible), entonces es más fácil que la acepten. Y como decía Napoleón, Con las bayonetas se puede lograr todo menos sentarse sobre ellas. La mejor política es hacer creer a los hombres que son libres. El capitalismo se sustenta en una falsa democracia con una falsa libertad. O dicho de otra manera, sobrevive porque consigue que el pueblo renuncie a mayores cotas de libertad y de democracia. Consigue que la mayor parte de la gente se conforme con la democracia formal conseguida. Indudablemente, en los últimos siglos, se lograron logros en cuanto a derechos y libertades, pero éstos están en claro retroceso. Estamos asistiendo a una involución sutil e inteligente (pero no perfecta, afortunadamente) de la libertad. La democracia, en vez de avanzar, en vez de desarrollarse, está retrocediendo, se está desnaturalizando. La degeneración del capitalismo, inherente a su filosofía, se produce al mismo tiempo que la degeneración democrática. Ambas degeneraciones se realimentan mutuamente.
El capitalismo está plagado de intensas contradicciones. Pero éstas no están sólo en su teoría económica. No sólo tenemos contradicciones en el régimen de producción, como analizó Marx extensamente. También la propia ideología en la que se basa está plagada de contradicciones. No es necesario ser economista para deducir que el capitalismo es contradictorio. Analizando las propias ideas en las que se sustenta, se descubren incongruencias evidentes. En el capitalismo, lo que se proclama en la política contradice lo que se proclama en la economía. Lo que se proclama en la teoría contradice lo que se ejecuta en la práctica. Lo individual se contrapone a lo social. El individuo o se impone al resto de la sociedad (este es el caso de los capitalistas) o se somete a ella (este es el caso del pueblo). El individuo o domina o es dominado. El individuo se contrapone a la sociedad en vez de complementarse a ella o desarrollarse en ella. El capital se contrapone a las personas. La oferta se contrapone a la demanda (en vez de adaptarse a ella). El empresario se contrapone al trabajador. La economía ficticia se contrapone a la real. El triunfo se contrapone a la marginación. El Primer Mundo se contrapone al Tercer Mundo, incluso al Cuarto Mundo. El capitalismo es en sí mismo contradictorio. ¡Cómo no van a surgir las crisis cíclicas! Pero además, por si fuera poco, el capitalismo es cada vez más contradictorio. ¡Cómo no van a ser cada vez más intensas y más frecuentes las crisis! El capitalismo supone un permanente estado de guerra de la humanidad contra sí misma. Podría decirse, en primera instancia, que de una pequeñísima (cada vez más pequeña) minoría contra la mayoría de la humanidad. Pero esto no es exactamente así, incluso los capitalistas están en guerra unos contra otros, incluso los trabajadores están en guerra unos contra otros sumidos en un alocado proceso de “sálvese quién pueda”. El lema parece ser ¡Todos contra todos! La guerra es a todos los niveles. De individuos contra individuos, de grupos sociales contra grupos sociales, de países contra países, de zonas geoestratégicas contra zonas geoestratégicas, de mercados comunes contra mercados comunes. Incluso estamos en guerra contra la naturaleza. La lucha de clases, evitada temporalmente por la hegemonía cultural del capitalismo (facilitada ésta por los fracasos de sistemas que pretendían ser alternativos), es inevitable en el sistema capitalista porque el capitalismo fomenta la división de la sociedad en clases, porque las desigualdades exacerbadas son la consecuencia natural de sus postulados y sus acciones. La guerra forma parte del capitalismo, aunque la llaman eufemísticamente competencia. Incluso a veces esto se reconoce y se usa el término “guerra comercial”. De hecho, la competencia por los recursos naturales es la principal causa de las guerras que causan millones de víctimas. La guerra que provoca muertes y destrucción del medioambiente se nutre de la competencia. En realidad, dicho en términos dialécticos, supone un peligroso cambio cualitativo, la cantidad se convierte en calidad. La competencia exacerbada y agresiva se convierte en guerra. ¡El capitalismo se nutre de la guerra y hace negocio de la guerra! El capitalismo provoca guerras y éstas realimentan al capitalismo porque suponen la mejor oportunidad de crecer. El capitalismo necesita un ciclo continuo de destrucción-construcción para conseguir su ansiado crecimiento continuo. El capitalismo es por naturaleza cíclico. Los ciclos forman parte de él. Sin ciclos, sin altibajos, no hay capitalismo. El problema es que cada vez es más peligrosa esa dinámica de destrucción-construcción, cada vez es mayor el riesgo de que nos quedemos a mitad de camino, de que a la destrucción no le suceda la construcción.
Indudablemente, muchas de las características descritas ya sucedían con otros sistemas anteriores al capitalismo. En realidad, la sociedad “civilizada” no ha cambiado tanto a lo largo de la historia, salvo ciertos episodios excepcionales (normalmente silenciados o tergiversados) en los que se intentó cambios o en los que la sociedad era más libre. Se han sucedido siempre avances y retrocesos. El problema con el capitalismo actual es que ahora los medios son mucho más sofisticados y potentes. Las diferencias con los sistemas de explotación anteriores son más bien cuantitativas y aparentes. Han cambiado más las formas que el fondo. Casi siempre han existido guerras. Desde hace tiempo que la naturaleza sufre con el desarrollo de nuestra “civilización” (desde que dejamos de ser “primitivos”). El problema fundamental es que ahora, por primera vez en la historia, somos capaces de destruir el planeta varias veces con nuestro armamento nuclear (no habiendo aún aprendido a convivir en paz) y tenemos claros indicios de que estamos cambiando el clima, de que estamos llegando al límite de lo que puede soportar Gaia (el desastre ecológico no puede pasar ya desapercibido). Estamos en un momento histórico crítico en el que o cambiamos radicalmente de mentalidad, de modelo social, de modelo económico-político, o las posibilidades de supervivencia de nuestra especie o incluso de nuestro planeta se vuelven peligrosamente pequeñas. Ya ni siquiera vale la falacia que nos venden de que, a pesar de todo, ahora se vive mucho mejor que en el pasado, lo cual es, dicho sea de paso, muy discutible. No es suficiente justificar y consentir los graves defectos del sistema actual por sus supuestas virtudes respecto de sistemas anteriores. Es imperativo corregir cuanto antes los errores del sistema actual. Errores que empiezan a ser críticos para la especie humana y para su hábitat. No cabe conformarse con el sistema actual. La autocomplacencia es garantía de exterminio a medio plazo. El capitalismo está acelerando nuestra autoextinción. Indudablemente también, el capitalismo ha posibilitado un importante crecimiento económico. Marx, el más implacable crítico del capitalismo, reconocía sus virtudes. Lo consideraba como una etapa necesaria que debía ser superada. Para él, los indiscutibles grandes avances logrados en él debían ser puestos al servicio de toda la sociedad. El problema es que la riqueza generada por el capitalismo no se ha repartido bien en la sociedad, el problema es que la riqueza generada se ha logrado con un alto precio social y ecológico. De poco nos sirve crear más riqueza si ésta no es disfrutada por el conjunto de la sociedad, si se hace a costa de la mayor parte de la población, si se hace a costa de destruir nuestro hábitat. La riqueza generada por el capitalismo, además de ser disfrutada sólo por una pequeña minoría, es “pan para hoy y hambre para mañana” para el conjunto de la humanidad.
El capitalismo es la jungla trasladada a la civilización. Y como tal jungla, la única ley es la del más fuerte. El capitalismo es pura depredación. El problema es que la jungla natural sí se autorregulaba realmente. Por el contrario, el capitalismo es la jungla amplificada y retroalimentada de forma acelerada. La jungla “civilizada” se diferencia casi sólo cuantitativamente y en ciertas formas de la “natural”. ¡Ya es hora de construir un sistema económico-político realmente civilizado! La civilización humana no puede tener futuro si no se vuelve civilizada. La jungla “civilizada” está destruyendo su hábitat, está destruyéndose a sí misma. La jungla “civilizada” se contrapone a la “natural” (otra vez nos topamos con las omnipresentes contradicciones del sistema). El problema es que la primera no puede sobrevivir sin la segunda, al destruir la jungla “natural”, la jungla “civilizada” se destruye también a sí misma. El capitalismo es intrínsecamente destructivo porque se sustenta en la guerra, en las contradicciones. Evidentemente, dado que los seres humanos somos por naturaleza contradictorios, nuestra sociedad tiene que serlo también forzosamente. No existe la sociedad perfecta sin contradicciones. Sin embargo, el problema con el capitalismo, es que sus contradicciones son abundantes y profundas, además de muy peligrosas. El capitalismo es extremista, tiende a realzar los extremos contrapuestos. O se está muy bien, o muy mal. O se trabaja muchas horas o se está parado. O se trabaja mucho (la mayoría de trabajadores cuando trabajan) o se trabaja poco (ciertos colectivos privilegiados en vías de extinción) o incluso no se trabaja (una minoría espabilada que aparenta trabajar). O se gana mucho dinero (los que consiguen estar del lado del capitalista, sus lacayos, aquellos dispuestos a renunciar a su dignidad con tal de estar del lado de los “triunfadores”) o se gana poco (los desgraciados que han tenido la mala suerte de ser honrados, que no entienden el arte de trabajar para no trabajar, de lograr un puesto bien remunerado por no trabajar, de sustituir el trabajo por las supuestas responsabilidades, por las que casi nunca nadie da la cara). Con el tiempo, gran parte de la sociedad tiende a la miseria, mientras otra pequeñísima parte tiende a la opulencia. Si no se le regula, el capitalismo “dualiza” la sociedad. El capitalismo gusta de la dualidad, gusta del número dos. El bipartidismo es su paradigma político porque la división económica se hace en dos clases, como decía Marx, los capitalistas y el resto. Por mucho que complejice la estratificación social, la sociedad se divide cada vez más en dos clases esenciales, los que poseen el capital, los dueños de los medios de producción, es decir, los dueños de la sociedad, y los trabajadores, los que deben vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Poseedores vs. Poseídos. El pequeño empresario, algo anecdótico. Con el tiempo, también se convierte en poseído. El pez grande se come al pez chico. El negocio familiar constituye casi la única esperanza de ser un trabajador autónomo (una figura intermedia entre el obrero y el capitalista que cada vez se parece más al primero). La familia en el capitalismo es el refugio contra los extremos de éste. Las herencias familiares son el seguro de vida en el sistema capitalista. El capitalismo necesita del concepto familia porque no sobreviviría sin él. La familia oculta y suaviza las tendencias más extremas del capitalismo. La familia es su necesario regulador, sin el que no podría subsistir mucho tiempo porque las contradicciones se agudizarían y estallarían rápida e intensamente. La familia es el pegamento del sistema capitalista. Por esto, se preocupa tanto de la familia, por esto, teme tanto que el concepto de familia evolucione o desaparezca.
El capitalismo se lleva mal con la palabra reparto. Para el capitalismo, la igualdad es un obstáculo. Al capitalismo no le gusta repartir el trabajo ni el capital. No le gusta repartir las libertades. No le gusta repartir los derechos. No le gusta repartir el poder. Por esto, al capitalismo no le gusta la verdadera democracia. El capitalismo se aleja mucho de la perfección. Aún no existiendo la sociedad perfecta, debemos aspirar a acercarnos a ella lo más posible. El capitalismo no sólo no mejora la sociedad, sino que la empeora notablemente con el tiempo, como ha quedado demostrado por los acontecimientos, como ya algunos intelectuales advirtieron en su día.
Como consecuencia de la gran crisis actual (ya casi nadie duda de que además de ser una crisis financiera, es también una crisis global de la economía, estamos ante una crisis sistémica), ya se empiezan a oír voces, incluso desde organismos de la economía oficial, que abogan por un modelo económico distinto. No se habla mucho de abolir el capitalismo, pero sí se habla sobre todo de refundarlo o reformarlo. Sin embargo, aquellos que abogan por un crecimiento limitado, incluso por un decrecimiento, se “olvidan” que el capitalismo se sustenta, entre otras cosas, en el crecimiento continuo. El premio Nóbel de Economía Paul Samuelson ha afirmado que esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo. El capitalismo, por su propia filosofía, está conduciendo a la humanidad a su autodestrucción, como mínimo, a su deshumanización, pero también a la destrucción del planeta Tierra. No se trata ya sólo de un sistema indudablemente injusto, sino que además se trata de un modelo insostenible. No hay futuro para la humanidad ni para nuestro planeta con el capitalismo agresivo actual. Ya quizás ni siquiera sea suficiente con un capitalismo más suave, con un capitalismo de rostro más humano, si es que ello es posible. Probablemente, ya no sea suficiente con reformar el capitalismo, se requiere abolirlo. Se necesita un modelo económico controlado por el conjunto de la humanidad. Urge la democratización global de la humanidad. La democracia debe desarrollarse y extenderse también a la economía. Es la mejor manera, quizás la única, de garantizar el futuro.
El sistema capitalista desgarra la sociedad. No es posible una sociedad que funcione en armonía si se compone de individuos asociales, si todo el mundo está en guerra contra todo el mundo, si el individuo domina o es dominado. El capitalismo es antisocial porque niega o minimiza el carácter social de los individuos que componen la sociedad. No es posible una sociedad libre con individuos que no puedan ejercer en la práctica su libertad por la falta de igualdad de oportunidades. Con el capitalismo no es posible una sociedad mínimamente libre. El capitalismo es antisocial porque la sociedad está a su servicio, en vez de al revés. La sociedad está al servicio de la economía, en vez de al revés. La economía está al servicio del capital, en vez de al revés. El capitalismo es el mundo al revés. La sociedad humana está condenada a extinguirse ya sea porque las contradicciones inherentes al capitalismo estallen y acaben con ella, ya sea porque la sociedad se deshumaniza. El futuro de la humanidad con el capitalismo es la autoextinción o el totalitarismo. El totalitarismo económico (piedra angular del capitalismo) amenaza con extenderse al ámbito político. La democracia política retrocede como consecuencia del afianzamiento del capital. Como ya dije, para evitar la democracia económica, el capitalismo necesita evitar el desarrollo de la democracia política. Incluso, en los últimos tiempos, la estrategia defensiva de impedir dicho desarrollo, de evitar los avances políticos, se ha transformado en una estrategia de ataque a la democracia política. La mejor defensa es el ataque. Tras resistir los ataques de una sociedad que conseguía conquistas políticas y sociales, el capital ha pasado a desmontar las democracias formales para encaminarnos hacia totalitarismos políticos encubiertos que protejan aún más el totalitarismo económico.
Una élite muy inteligente e ilustrada, no cabe duda, ha conseguido ocultar la cruda y simple realidad con unas apariencias muy sofisticadas. Pero dichas apariencias pueden ser puestas en evidencia con un mínimo de aptitudes y sobre todo de actitud. Como decía al principio, si bien la información ayuda mucho a combatir las falacias que nos venden día a día, la simple observación, el análisis de las contradicciones, el uso de la razón y del sentido común, bastan por sí mismos para llegar a la conclusión de que algo no cuadra en nuestro sistema capitalista actual. La mentira y la hipocresía pueden ser combatidas con un mínimo de espíritu crítico y libre. No es necesario ser ningún “gurú” para descubrir ciertas verdades elementales. Indudablemente, a ciertas verdades sólo puede accederse con ciertos conocimientos, pero indudablemente también, bajo la apariencia de ciertos “expertos”, en realidad, se esconden lacayos cuyo objetivo es únicamente confundir al común de los mortales para evitar llegar a verdades elementales y peligrosas. Su misión es que las intuiciones del ciudadano medio se queden sólo en intuiciones, que no vayan a más. El ciudadano intuye (es más o menos consciente) que las democracias actuales son simbólicas, intuye que el poder es de los de siempre, intuye que el sistema económico actual, además de claramente injusto (esto es evidente), es a largo plazo inviable, intuye y percibe que las cosas van a peor, pero no parece ir más allá de sus intuiciones. A pesar de dichas intuiciones, a pesar de ese estado de “semi-consciencia”, no es capaz de darse cuenta de que es posible, incluso a corto plazo, cambiar radicalmente el sistema. ¿Qué ocurriría si repentinamente la inmensa mayoría dejara de colaborar con el sistema actual, por ejemplo, dejando de votar? El ciudadano medio no se da cuenta (quizás no lo desee realmente) de que simplemente dejando de colaborar con el sistema, lo pondría en evidencia y aceleraría su transformación radical. No es capaz de darse cuenta de que el poder no es del pueblo porque el propio pueblo renuncia a él, al renunciar a salir de este estado de semi-consciencia, al renunciar a asumir su verdadero protagonismo. No consigue o no desea sistematizar sus intuiciones, sólo consigue o sólo desea tener cierta conciencia mínima de lo que percibe. Quizás en el fondo no desee pensar ni ver. Decía Robert Young que rechazamos creer todo aquello que afecte nuestra comodidad.
Muchas veces, las intuiciones son el camino más rápido hacia el conocimiento (aunque a veces equivocado). Parece como si nuestra mente tuviera la capacidad de intuir la verdad, sin necesidad de mucha información. A veces, la información (sobre todo el exceso de la misma o su mala calidad) nos desinforma, nos despista, nos hace perder de vista dicho camino. Decía Einstein que la única cosa realmente valiosa es la intuición. Debemos recuperar ese olfato que nos hace desconfiar del poderoso, del discurso oficial, de aquellos que se empeñan en defender acríticamente lo establecido, de aquellos que tachan de demagogia a toda crítica a las ideas oficiales, que procuran evitar el contraste de las opiniones. Si usamos de forma combinada, la intuición, un mínimo de información (procurando buscar la calidad en vez de la cantidad, tan malo puede ser el exceso de información como su defecto, incluso el exceso puede ser peor porque nos desborda, nos desanima y nos crea la falsa sensación de que ya no hace falta que nos informemos en otras fuentes), la razón, el sentido común, entonces las probabilidades de que nos manipulen disminuyen considerablemente, entonces la intuición se convierte en verdadero conocimiento. Nunca podremos evitar la manipulación, pero podemos minimizarla. Nunca podremos estar seguros de poseer la verdad, entre otras cosas porque es imposible, por esto debemos siempre recuestionar las verdades, las nuestras también, pero especialmente las del poder establecido porque el poder está precisamente establecido en base a ciertas verdades que intenta vendernos. Para estar bien informado, es imprescindible, por encima de todo, CONTRASTAR. Cuantos mayores sean los contrastes que hagamos, mayor probabilidad de llegar a la verdad. Pero sobre todo, debemos evitar a toda costa el exceso de comodidad, la pereza mental que nos impide pensar por nosotros mismos. El sistema capitalista procura hacernos más comodones, no sólo porque así consumimos más cosas que nos hacen la vida más fácil (aparentemente), sino que además, y esto es fundamental para él, porque así delegamos en otros el ejercicio de pensar y ver. En esta delegación voluntaria reside la clave de su triunfo.
Me gustaría incluir un pequeño pasaje de la novela 1984 de George Orwell que ilustra muy bien lo que quiero decir acerca de nuestras intuiciones:
Winston dejó de leer un momento. A una gran distancia había estallado una bomba. La inefable sensación de estar leyendo el libro prohibido, en una habitación sin telepantalla, seguía llenándolo de satisfacción. La soledad y la seguridad eran sensaciones físicas, mezcladas por el cansancio de su cuerpo, la suavidad de la alfombra, la caricia de la débil brisa que entraba por la ventana... El libro le fascinaba o, más exactamente, lo tranquilizaba. En cierto sentido, no le enseñaba nada nuevo, pero esto era una parte de su encanto. Decía lo que el propio Winston podía haber dicho, si le hubiera sido posible ordenar sus propios pensamientos y darles una clara expresión. Este libro era el producto de una mente semejante a la suya, pero mucho más poderosa, más sistemática y libre de temores. Pensó Winston que los mejores libros son los que nos dicen lo que ya sabemos.
¡Qué grandes frases esas! Los mejores libros son los que nos dicen lo que ya sabemos. ¿Puede expresarse de mejor forma la verdad intuida? El libro le fascinaba o, más exactamente, lo tranquilizaba. ¿Puede expresarse de mejor forma la emancipación intelectual? ¿No ha sentido más de una vez eso el lector leyendo ciertos libros? ¿Ha sentido eso mismo leyendo este trabajo? ¿Realmente éste le ha aportado algo que ya no supiera en el fondo, que ya no intuyera?
También quisiera incluir un pasaje del libro Historia del Tiempo de Stephen Hawking:
Hasta ahora, la mayoría de los científicos han estado demasiado ocupados con el desarrollo de nuevas teorías que describen cómo es el universo para hacerse la pregunta de por qué. Por otro lado, la gente cuya ocupación es preguntarse por qué, los filósofos, no han podido avanzar al paso de las teorías científicas. En el siglo XVIII, los filósofos consideraban todo el conocimiento humano, incluida la ciencia, como su campo, y discutían cuestiones como, ¿tuvo el universo un principio? Sin embargo, en los siglos XIX y XX, la ciencia se hizo demasiado técnica y matemática para ellos, y para cualquiera, excepto para unos pocos especialistas. Los filósofos redujeron tanto el ámbito de sus indagaciones que Wittgenstein, el filósofo más famoso de este siglo, dijo: «la única tarea que le queda a la filosofía es el análisis del lenguaje». ¡Que distancia desde la gran tradición filosófica de Aristóteles a Kant!
No obstante, si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios.
Esto que comenta el eminente científico acerca del Universo, ¿no podríamos aplicarlo también a la sociedad humana? Si lo aplicamos al Universo, donde los humanos somos poco más que espectadores, ¿por qué no aplicarlo a nuestras sociedades, donde somos los protagonistas? ¿No debería ser posible que, en sus líneas maestras, el sistema político-económico de la sociedad humana fuera comprensible para todos y no únicamente para unos pocos especialistas? ¿Cómo es posible construir una sociedad si la mayoría no la comprende y por tanto no puede participar en su construcción? ¿Cómo es posible construir una democracia, en la que se supone debe ser protagonista el pueblo, si éste no comprende el sistema político? Debemos desconfiar de todo sistema que no podamos comprender. Debemos desconfiar de todo sistema cuyo funcionamiento dependa de una élite. Debemos, en suma, desconfiar de toda élite. Podremos delegar hasta cierto punto en ciertos especialistas para implementar las líneas maestras del sistema. Nadie puede entender de todo, esto es evidente. Pero no debemos delegar el conocimiento de dichas líneas maestras. Podemos delegar en cuanto a los detalles, pero no debemos hacerlo en cuanto a las generalidades. Pero dicha delegación nunca debe ser un cheque en blanco. Nunca debemos admitir que bajo la excusa de las indiscutibles dificultades técnicas de llevar a la práctica ciertos principios, se atente contra éstos. Debemos involucrarnos todos en lo que nos afecta a todos, por lo menos en cuanto a sus líneas maestras. Todos debemos opinar y tener la opción de participar activamente en el funcionamiento del sistema. Pero para ello, debemos tener la posibilidad de que todos puedan expresar libremente sus ideas para que sea posible encontrar el modelo de sociedad que pueda funcionar y nos proporcione las mayores posibilidades de convivir felizmente en paz. Es imprescindible para ello desarrollar la democracia. La clave está en la democracia. El conocimiento debe ser democratizado. La mejor garantía de que la humanidad sea dueña en su conjunto de su propio destino es que toda ella participe activamente en su construcción. La manera más segura de asegurarnos un futuro digno para todos es que éste no esté en pocas manos.
Como dijo Nicholas Murray Butler (las citas célebres son siempre grandes e intensas fuentes de sabiduría):
El mundo se divide en tres categorías de gentes: un muy pequeño número que produce acontecimientos, un grupo un poco más grande que asegura la ejecución y mira cómo acontecen, y por fin una amplia mayoría que no sabe nunca lo que ha ocurrido en realidad.
No hay mejor forma de controlar al pueblo que a través de una élite que piense por él. Y si a esto añadimos la comodidad que resulta del hecho de que otros piensen y actúen por uno (siempre es más fácil quejarse que actuar, siempre es más cómodo dejarse llevar, no hay nada más costoso y agotador que ir contracorriente), entonces el terreno está abonado para que dicha élite controle fácilmente a la mayoría silenciosa y pasiva. La clave para no dejarse dominar por dicha élite reside sobre todo en no renunciar a nuestras facetas humanas que pueden liberarnos de la manipulación o del control, reside también en rebelarnos contra la excesiva comodidad. En no renunciar a ver ni a pensar, y por tanto a actuar (o dejar de actuar) en consecuencia. Basta con que nos mantengamos “despiertos”, basta con que sigamos intelectualmente vivos, basta con que seamos mínimamente coherentes de tal forma que si no creemos en el sistema, entonces dejemos de realimentarlo, dejemos de ser su cómplice. Como decía W. Lippman, en lo que podríamos calificar como una magistral definición del pensamiento único, Donde todos piensan igual, nadie piensa mucho. El día en que el sistema consiga que ya no veamos ni pensemos por nosotros mismos, entonces el sistema habrá triunfado irremediablemente. Ese día, como relataba George Orwell en su novela 1984, dos más dos serán cinco o seis o siete, o lo que nos digan que tenga que ser. Ese día, la humanidad habrá muerto. Quizás sigan existiendo seres parecidos físicamente a nosotros, pero sólo existirá una mente. Los seres de dicha sociedad pensarán todos al unísono lo que la “reina madre” determine. Ese día, la sociedad humana se parecerá a la sociedad de las hormigas. Ese día la sociedad humana habrá dejado de ser humana en el mejor sentido de la palabra. El individuo estará completamente anulado. Debemos preguntarnos si, aun suponiendo que no nos extingamos físicamente, merece la pena vivir en una sociedad como la que podría llegar ese fatídico día. Y debemos preguntarnos también si ese día no está tan lejos como parece, si realmente no nos estamos aproximando a él a pasos agigantados por nuestra actitud en el día a día. De todos nosotros depende que 1984 siga siendo una magnífica novela de ficción y no se convierta en una demoledora predicción.