Alfonso López Pumarejo fue elegido presidente en 1934 para un periodo de cuatro años. Fue el segundo gobierno de la llamada República Liberal y se presentó ante los ciudadanos abanderado con la consigna de la “Revolución en Marcha”, cuatrienio que se presenta ante la historia como progresista, cuando lo cierto es que en el período se dio cumplimiento a las imposiciones que pesaban sobre el país en contra de la independencia y el interés nacional. Era el imperialismo quien imponía la llamada “modernización del Estado”, con el objetivo de que fuera el ente público el que sirviera de garante a sus manipulaciones económicas y al saqueo sin límite de nuestros recursos naturales y humanos.
En concreto, el gobierno de López reconoció constitucionalmente las exigencias del imperio. Por ejemplo, reformó la educación pero negó la autonomía universitaria, una de las banderas que el Partido Liberal había propuesto en las campañas electorales.
Con la Ley 200 de 1936 puso en marcha una espuria reforma agraria, que tan solo sirvió para engañar a los campesinos y contener el auge de sus luchas. No sin razón el jefe de la UNIR en ese entonces, un joven parlamentario llamado Jorge Eliécer Gaitán, calificó como gran farsa la consigna de la Revolución en Marcha.
También en 1936, el gobierno de López suscribió un tratado de libre comercio con Estados Unidos, antevente del TLC actual y con las mismas características. Fue un acuerdo tan leonino y desventajoso, que el gobierno de Ospina Pérez se vio obligado a denunciarlo en 1948.
López, con el apoyo de las mayorías liberales en el Congreso, logró sacar adelante una reforma a la Carta de 1886, que definió la propiedad como una función social dándole vigencia a la expropiación, aun cuando en muy contados casos. Lo principal de esta reforma, a tono con la doctrina keynesiana que había puesto en boga el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, fue el haber establecido el derecho del Estado para intervenir en la economía. López se preocupó además por codificar en un cuerpo único la legislación laboral y por hacer algunas concesiones en este campo, principalmente para mantener de su lado, como en efecto lo logró, a la influyente Confederación de Trabajadores de Colombia, CTC, donde estaban aliados liberales y comunistas. Como una muestra, dio vida constitucional al derecho de huelga, pero restringiéndosela a los trabajadores de los servicios públicos. La tendencia laica se hizo notoria y López normatizó las relaciones entre Iglesia y Estado. Dispuso la libertad de enseñanza, dándole carácter gratuito a la educación en las escuelas del Estado. Definió y estableció el sufragio universal para varones, y para las mujeres el derecho de acceder a los cargos públicos.
En las elecciones de 1938 resultó elegido presidente de la República el señor Eduardo Santos Montejo, para un periodo de cuatro años, con votos del Partido Liberal y del Partido Comunista. El Partido Conservador no participó en la contienda.
El Partido Comunista había sido fundado en 1930 y creció de la mano del primer gobierno de Alfonso López. El de Santos, como agradecimiento a su genuflexo colaboracionismo de clase, desató una violenta persecución contra las organizaciones sindicales orientadas por el PC. En 1940 fueron expulsados de la CTC los dirigentes comunistas, lo que dejó la central sindical en manos del gobierno liberal.
Uno de los hechos más importantes del cuatrienio fue la firma del pacto cafetero de Washington el 28 de noviembre de 1940, el cual permitió a los países productores de café la asignación de cuotas fijas para la exportación del grano hacia el mercado de Estados Unidos y Europa.