La Revitalizaci�n del Alto de Manini
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URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Men�ndez

 

 

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La Revitalizaci�n del Alto de Manini

Si bien el conservadurismo de Manini y sus compa�eros tiene su contrapeso pol�tico en las elecciones de 1914 en que sufren un rev�s, su revancha se dar� dos a�os despu�s. En 1916, cuando la derrota del Batllismo.

Las posiciones surgidas del �Alto� de Viera en 1916 y el empuje que le dieron al mismo las clases conservadores (representadas en el Riverismo, el Nacionalismo[i], la Federaci�n Rural, la Banca, el gran comercio) que se manifest� en algunas medidas concretas, si amortigu� las reformas no las fren�. As� por lo menos lo deja constar el propio Juan Campisteguy cuando su Presidencia (1927-1931) al referir al desarrollo de la misma (la pol�tica de reformas) como culpable de los males nacionales de entonces, bajo su mandato.

Los programas pol�ticos, sin embargo, de los sectores conservadores comenzaron a dejar de ser proyectos de acci�n futura o de contestaci�n al Batllismo para convertirse en meros anzuelos de incautos votantes o ut�picas propuestas destinadas, en definitiva, a no ser tenidas en cuenta por su impl�cita imposibilidad de convertirse en hechos. 

Una nueva versi�n de la coparticipaci�n pol�tica � de las muchas y variadas que hubo - se inicia en 1913 con la iniciativa de Pedro o Manini R�os de bloquear el reformismo de Batlle, se revitaliza en la victoria electoral conservadora del 30 de julio de 191616[ii] y se consagra en el dise�o de un encajonamiento � bastante ancho, sin embargo, sin que as� lo desearan quienes lo propugnaban - de las posibilidades que Batlle profundizara en algunos cambios que hab�a propuesto � no en todos por cierto -, y culmina, como no pod�a ser de otra manera, en un golpe de Estado.

Aprovechando la pugna por la anatom�a del r�gimen pretendieron modificar en su propio beneficio la fisiolog�a de los gobiernos democr�ticos. Al no lograr esto, concretan el demorado golpe de Estado. Pero ello podr� ocurrir cuando Batlle ya est� muerto. Sucedi� un viernes negro. El 31 de marzo de 1933.

El riesgo de revisi�n de lo realizado hasta entonces fue, empero, en esos a�os posteriores a la entrega del poder presidencial de Viera de tal magnitud, que lleva al Batllismo a constituirse en partido pol�tico[iii], diferente a las otras colectividades coloradas que formaron Pedro Manini (Partido Colorado General Fructuoso Rivera, en 1914) y Feliciano Viera (Partido Colorado Radical[iv]). A los cuales se uni� el �padre� del moderno autoritarismo uruguayo, Antonio Bachini (1860-1932) y su Partido Independiente, con el activo apoyo de Jos� Enrique Rod� (1872-1917).

Batlle ofrece una dura batalla, desde el comienzo de la cadena destinada a una terminal de mediocridad, siendo su respuesta inmediata al bloqueo �maninista� � como consignamos - la plena derrota de los seguidores de �ste en las elecciones de enero de 1914, pese a la nueva y profunda crisis que reca�a sobre el pa�s con motivo de la Gran Guerra Mundial. Pero no puede don Pepe vencer la coalici�n opositora[v] formada por Pedro Manini y Antonio Bachini con los nacionalistas, en 1916, que lleva al �Alto� primero y, luego, al enfrentamiento de Viera con Batlle. Contienda que en un principio Batlle rehuye. Apoya incluso ese �alto� � a nuestro entender - porque se�ala Viera en la ocasi�n[vi] que buscar� �otros rumbos tendientes siempre a la elevaci�n constante y creciente de nuestra clase militar� y recuerda forzadamente su condici�n de hijo de militar (su padre fue un jefe respetado en el Ej�rcito por su actuaci�n en 1904), de hermano de militares (dos de ellos de alta graduaci�n[vii]) consider�ndose �l mismo tambi�n con esp�ritu militar y con un nunca discutido respeto por la instituci�n.

Comentarios que formula entonces Viera y que son desconsiderados cuando se habla de aquellos momentos que se viv�an.

Tengamos en cuenta, adem�s, el resuello que ofrecen para un resentimiento en el Ej�rcito (apoyado en los lazos que un�an a varios oficiales con Pedro Manini y el propio Antonio Bachini, quien fue comandante de Guardias Nacionales de Montevideo y particip� de acciones militares en Salto y Rivera) y los juicios sobre la acci�n de Batlle y Ord��ez que quedan expuestos en un manifiesto publicado en sus partes sustanciales - algo que no puede extra�ar a nadie � por el Diario del Plata, diez d�as antes de la elecci�n del 30 de julio[viii].

 La preocupaci�n de Batlle resid�a en que el pa�s retrocediera en su organizaci�n institucional. Era m�s una riesgo cierto sobre el modo de hacer pol�tica que una detenci�n de pol�ticas, lo que intranquiliz� a Batlle. Acepta el �Alto� y �con benepl�cito�, dice[ix]. Pero rechaza que se abandone la pol�tica de partidos o que se modifiquen los principios de la acci�n partidaria. Y �stas, es de Perogrullo, son inconcebibles sin el libre funcionamiento de los partidos, uno de los factores esenciales de la democracia.

Es a lo que atiende el editorial de El D�a en la jornada siguiente a la derrota. All� se destaca el valor de la democracia y la importancia que sea un partido y no la obra de un hombre (como aconteci� en �medios democr�ticos vecinos en que las leyes y las practicas renovadoras del comicio, obedecieron a iniciativas personales de gobernantes sin partido[x]�) el que haya asegurado la legislaci�n que permiti� la expresi�n de la ciudadan�a, aunque lamenta que haya resultado vencida en las urnas la posibilidad de profundizar la democracia � �reformar - se expresa �, en su sentido ampliamente democr�tico, sus instituciones constitucionales�[xi].

La casi inmediata amenaza de un golpe militar acota el marco de actuaci�n de Batlle. �sta reci�n quedar� descartada una vez asumida por Baltasar Brum la Presidencia de la Rep�blica (1919-1923), disponiendo el nuevo primer magistrado un relevo de los mandos militares que respond�an � como el propio Brum se�al� en la oportunidad � a Feliciano Viera, ahora presidente del Consejo Nacional de Administraci�n, creado por la Constituci�n de 1917[xii]. (Batlle se comprometi� a no ser candidato a la Presidencia de la Rep�blica ni al Consejo Nacional de Administraci�n, en su primera integraci�n).

Aquella se�al militarista de Viera en su carta a la Convenci�n Colorada se consolid� despu�s cuando neutraliza �ste la pol�tica de Batlle en el Ej�rcito. Lo hace a trav�s de la designaci�n de mandos de su directa confianza al frente de las reestructuradas Fuerzas Armadas.

[i] No obstante lo cual contaba con algunos n�cleos importantes de anarquismo desorientado, que integrar�n despu�s sectores populares ubicados en los barrios de La Teja y el Cerro, que ser�n la base del Movimiento Nacionalista Popular distinguido por la lista 51, cuyo l�der fue Daniel Fern�ndez Crespo.

[ii] Es incorrecto afirmar que en esa fecha � 30 de julio de 1916 - se produce un triunfo del Partido Nacional. Esta colectividad s� constituy� la mayor�a de la coalici�n anti colegialista. El triunfo nacionalista se produce por primera vez en el siglo XX el domingo 8 de febrero de 1925, en las elecciones que debieron llevarse a cabo el �ltimo domingo de noviembre de 1924. Y el hecho tuvo su explicaci�n en la negativa del Vierismo de votar dentro del lema colorado. Debido a dichos comicios ingresaron al Consejo Nacional de Administraci�n Luis Alberto de Herrera, quien pasa por ello a presidirlo y Mart�n C. Mart�nez. Por el Partido Colorado se integra Gabriel Terra.

El Consejo Nacional de Administraci�n qued� conformado entonces por miembros todos elegidos directamente por la ciudadan�a. Luis Alberto de Herrera (presidente), Mart�n C. Mart�nez y Gabriel Terra; Julio Mar�a Sosa (ex presidente 1923-1925), Federico Fleurquin y Carlos Mar�a Morales, Atilio Narancio � quien el 1 de marzo de 1923 hab�a ingresado por renuncia de Batlle y Ord��ez (Atilio Narancio � 1883-1952 -, anteriormente fue constituyente y es considerado el �Padre de la Victoria� celeste de 1924 en Colombes, por haber sido el gestor de la participaci�n uruguaya en dicho primer Campeonato Ol�mpico), Juan Campisteguy, y Eduardo Lamas.

Los consejeros designados por la Asamblea General con un mandato de seis a�os de duraci�n fueron: Feliciano Viera, Ricardo J. Areco y Alfredo V�zquez Acevedo. Al fallecer �ste �ltimo, en 1923, ocup� el cargo su suplente, Pedro Aramend�a.

En los comicios para Colegios Electores de senadores del 8 de febrero de 1925, el nacionalismo obtiene, adem�s, cinco de las seis senatur�as que se disputaban, logrando as� constituirse en la mayor�a del Senado. En Flores result� electo Ismael Cortinas; en R�o Negro, Roberto Berro; en Tacuaremb�, Alberto Moroy; en Rocha, Pedro Aramend�a y en Treinta y Tres, Duvimioso Terra. En Rivera triunf� el candidato colorado radical, Ra�l Jude, con el apoyo de electores nacionalistas. El Colegio elector de Rivera qued� integrado por 6 nacionalistas, 4 batllistas, 3 riveristas y dos radicales.

Jude ya hab�a sido designado ministro de Instrucci�n P�blica (cuando se desempe�aba como diputado por Montevideo) por el voto de los consejeros vieriestas y los nacionalistas (los tres nacionalistas y los dos vieristas miembros del Consejo; es decir, Viera, Areco, Aramend�a, Morales y Lamas). Ocurri� cuando renunci� a dicho puesto el vierista Pablo Blanco Acevedo (1880-1935) que lo hizo para aceptar la banca de diputado por Montevideo cuya titularidad desempe�aba Luis C. Caviglia quien pas� a ocupar el Ministerio de Hacienda al dimitir Pedro Cosio, el cual estuvo al frente de esa cartera unos nueve meses. Le es otorgado entonces a Cosio un cargo diplom�tico que lo ausenta del pa�s. Su reintegro a la vida pol�tica es para acompa�ar el golpe de Estado de Gabriel Terra. Antes escribi� art�culos sobre econom�a, en el diario El D�a, durante, fundamentalmente, 1931.

Reci�n en 1932 la elecci�n de senadores ser� directamente realizada por la ciudadan�a, a iniciativa del Batllismo. Ocurri� en los Departamentos de Artigas, Canelones, Durazno, Florida, Salto y Soriano.

En las elecciones de diputados llevadas a cabo el 29 de noviembre de aqu�l a�o de 1925, tambi�n por primera vez en el siglo XX el lema Partido Colorado pierde su condici�n de mayor�a absoluta de la C�mara. El Batllismo obtiene 48 bancas, los riveristas, 9 y los radicales, 3. El Partido Nacional logra 57 esca�os y los blancos radicales, 2. La C�mara ten�a entonces 123 miembros.

La recuperaci�n de posiciones del coloradismo se inicia el a�o siguiente. En la elecci�n de 1926. Batlle y Ord��ez se presenta como candidato a la presidencia del Consejo Nacional de Administraci�n y obtiene la victoria acompa��ndolo en la f�rmula el colorado radical Luis C. Caviglia (1874-1955), quien hab�a sido ministro de Industria (1919-1922) y ministro de Hacienda (1924-1925). Por el Partido Nacional ingresa Arturo Lussich.

Debe tenerse en cuenta que el Batllismo consideraba al cargo de presidente de la Rep�blica, como el de �un polic�a en uniforme de gala�. Y el propio Batlle y Ord��ez se�al� que en el ejercicio de la Presidencia se aburrir�a porque sus competencias no hac�an a la marcha gubernamental.

Independientemente de ello, Batlle y Ord��ez se�ala que solamente en esa distribuci�n de cargos (un riverista a la Presidencia de la Rep�blica y un radical acompa��ndolo en el Consejo) permitir�an el seguro triunfo del Partido. Y as� ocurre. Claro que el radicalismo hab�a quedado pr�cticamente desalojado de todo cargo y el fallecimiento de Viera lo convert�a en una corriente en r�pido camino de extinci�n. Pero manten�a un porcentaje electoral imprescindible para el triunfo del lema colorado.

El Batllismo, que representaba alrededor del 85% del electorado partidario nunca pudo ver reflejada esa circunstancia en la composici�n del Ejecutivo (Presidencia y sus ministros, Consejo y sus ministros). En la mayor�a de las ocasiones los obst�culos suced�an a nivel de dirigencia (per�odo del llamado vierioribismo y de rivevierioribismo), en otras - uno o dos veces - por el dictado mismo de las urnas. De ah� que Batlle sostuviera la necesidad que los colorados electos a los cargos con el apoyo del Batllismo acompa�aran con su voto lo que resolviera la mayor�a de los representantes colorados en el �rgano decisorio. De otro modo, sosten�a Batlle, es imposible cumplir con la pol�tica de partido. A ello, riveristas, nacionalistas y vieristas lo llamaban el autoritarismo de los batllistas. Y de esa �recriminaci�n� es voluntario heredero Real de Az�a, por ejemplo, que nunca comprendi�, a estos efectos, la diferencia entre representaci�n individual y representaci�n partidaria.

El Batllismo concreta asimismo la denominada Agrupaci�n de Gobierno � integrada por todos quienes ejerc�an cargos de gobierno y parlamentarios - y la necesidad que los representantes pol�ticos ajusten su conducta en el �rgano que act�an de acuerdo a la voluntad de sus representados. Es decir, a la inversa que en la actualidad � un presente de varios d�cadas � en que los �rganos partidarios son homologadores de la voluntad de sus representantes, los cuales muchas veces no son debidamente interpretados por sus votantes ....

Lo cierto es que el triunfo se obtiene merced a la uni�n de todos los lemas cubiertos por la vieja bandera roja que, como se sabe, fue originalmente azul-celeste (Lamas �1847. Lindhal � 1971: el primero se�ala que era celeste y el segundo, azul; el color, por entonces era el indicado: el conocido como azul-celeste). El lema usado por quienes segu�an a Rivera, y partir de 1837, es el de Libertad Electoral, en protesta por las caracter�sticas de los comicios llevados a cabo en noviembre de 1836.

El color azul-celeste es llamado azul turqu� cuando el pago en 1807 a Ram�n Manuel de Pasos en Buenos Aires de las banderas correspondientes a la lucha contra los ingleses. Al respecto Agust�n Beraza (Imprenta Nacional, 1957) reproduce lo expresado por Carlos Roberts (Buenos Aires. 1938) �Una bandera encarnada que uso en la defensa para distintivo de la derecha, una azul turqu� para el ala izquierda y una blanca para el centro, mas una tercera tricolor (de los tres colores anteriores) para el cuerpo auxiliar�.

En la regi�n, es Paraguay quien toma dicho color para su bandera a partir de 1811.

El color azul-celeste era el distintivo de la rep�blica, como se�alara Artigas y el color de la patria formalmente reconocido como tal cuando la Provincia Cisplatina, a exigencia del Congreso de 1821.

El rojo, originalmente identificado como color de guerra (es el usado por las tropas orientales en el sitio de Montevideo, diferenci�ndose de las argentinas) pasa a ser luego � en listado en diagonal - el distintivo de la Libertad en la interpretaci�n de los portugueses cuando las guerra contra Artigas, cuando refieren a la bandera de nuestro H�roe. Es incorporado ese color, con ese sentido, en la bandera de la Rep�blica Farroupilha (1835-1845). 

[iii] Luego de la restauraci�n de la democracia � no por imposici�n de la dictadura, como podr�a pensarse � fue eliminado el t�rmino �Batllismo� del nombre del Partido Colorado, vigente hasta ese entonces. 

[iv] El nombre le fue dado por Ra�l Jude (1891-1968) el pol�tico m�s joven y prometedor del Vierismo. 

[v] Otra coalici�n que marca la historia del Partido Colorado Batllismo y que ha dado a interpretaciones que no compartimos es la que se produce en 1946, que permite el triunfo de nacionalistas herreristas y colorados blancoacevedistas, es decir aquellos que hab�an seguido a Eduardo Blanco Acevedo en las elecciones de 1937. Se reedita en la fecha la alianza que soport� al gobierno de facto de Gabriel Terra.

Ocurri�  en Canelones, Rivera, Artigas, Soriano. Los lemas utilizados fueron Soberan�a Popular y Uni�n Vecinal. La posibilidad que una coalici�n del mismo tenor, es decir anti batllista, se produjera en Montevideo es lo que lleva a evitar la candidatura de Luis Batlle Berres a la Intendencia de Montevideo, pasando a ser compa�ero de f�rmula de Tom�s Berreta. Quien es postulado a la Comuna montevideana es Andr�s Mart�nez Trueba (1884-1959), resultando electo como intendente para el per�odo 1947-1951, sucediendo en el cargo a Juan P. Fabini (1876-1962).

En los comicios siguientes Mart�nez Trueba es candidato a la Jefatura del Estado por la Lista 15, inaugurada entonces como un sector del Batllismo, con el nombre Unidad y Reforma (la colegiada, se entiende). Su compa�ero de f�rmula es Alfeo Brum (1898-1972). Ser� el �ltimo presidente de la Rep�blica (1951-1952) afiliado a la doctrina batllista que tuvo el pa�s,

El n�mero 15 fue el distintivo de la lista Por el Triunfo del Colegiado Integral. �Siempre Batlle� con la que se present� el Batllismo en las elecciones de Representantes de 1931. Encabezaba la postulaci�n Domingo Arena y la integraban, entre otros, Luis Batlle Berres, Rafael Batlle Pacheco, Ricardo Cosio, Eduardo Acevedo �lvarez., Jorge Carbonell y Migal, Justino Zavala Mu�iz, Francisco Ghigliani. 

[vi] El s�bado 12 de agosto de 1916, el presidente Viera env�a una carta a la Convenci�n Colorada. El diario El Siglo, en su edici�n de la fecha se�ala: �El Presidente de la Rep�blica, doctor Viera, ha dirigido a la Convenci�n Nacional del Partido Colorado que se reunir� esta tarde, la siguiente nota, cuyo comentario hacemos en otro lugar:

A la Convenci�n Nacional del Partido Colorado.

 �Correligionarios: Nuestro pleito sobre el Ejecutivo Colegiado ha terminado. Los comicios del pasado treinta nos demuestran que la mayor�a del Pa�s no nos acompa�a en reformas de esa naturaleza. Sin entrar a investigar las causas del rechazo de la f�rmula colegiada �pues son m�ltiples y complejas �aceptamos los hechos y acatemos la decisi�n de las mayor�as electorales. Una gran fuerza de componentes heterog�neos es la que ha contrarrestado el impulso colorado y dentro de esa fuerza hay elementos partidarios que no pueden permanecer fuera de nuestras filas si ponemos, nosotros, decidido empe�o en eliminar causas de distanciamiento.

Es necesario hacer un llamado a la concordia colorada, unificar el Partido al amparo de la tradicional bandera de la Defensa, si queremos actuar eficientemente en nuestra democracia; agravios, con un mismo fin a los comicios de Noviembre. Desinter�s patri�tico y buena voluntad, no nos faltan para realizar la unificaci�n de nuestra colectividad pol�tica.

Las avanzadas leyes econ�micas y sociales sancionadas durante los �ltimos per�odos legislativos, han alarmado a muchos correligionarios y son ellos los que nos han negado su concurso en las elecciones del treinta. Bien se�ores: no avancemos m�s en materia de legislaci�n econ�mica y social: conciliemos el capital con el obrero. Hemos marchado bastante a prisa; hagamos un alto en la jornada. No patrocinemos nuevas leyes de esa �ndole y a�n paralicemos aquellas que est�n en tramitaci�n en el Cuerpo Legislativo, o por lo menos si se sancionan, que sea con el acuerdo de las partes directamente interesadas.

Si el mejoramiento del Ej�rcito con el servicio obligatorio mixto y el retiro no puede ser, buscar� otros rumbos tendientes siempre a la elevaci�n constante y creciente de nuestra clase militar, y a que se han explotado con bastante hostilidad esos proyectos. Mis entusiasmos por el Ejercito no han disminuido; hijo de militar, hermano de militares, con esp�ritu militar yo mismo, he vivido siempre con honda simpat�a hacia el Ej�rcito, pero, ante la resistencia de una parte de la poblaci�n, ensayar�, sin esperar mejores d�as, otras leyes, otros recursos, en pro del perfeccionamiento de esa noble Instituci�n. (la negrita es nuestra)

Me he considerado en el deber de hacer estas breves declaraciones ante la Convenci�n de mi Partido, para que se conozcan bien los prop�sitos que me animan en materia de legislaci�n econ�mica y social, y para pedir a esa Asamblea Colorada un voto de confianza en los nuevos rumbos de pol�tica general que piensa seguir el Gobierno que presido.

Saludo a los se�ores Convencionales con mis m�s alta consideraci�n.

FELICIANO VIERA 

[vii] Su hermano Marcos era, con el grado de teniente coronel, el comandante del Cuerpo de Blandengues el d�a en que Feliciano recibe la banda presidencial, el 1 de marzo de 1915. 

[viii] Expresa lo publicado en el Diario del Plata: �Aproxim�ndose la fecha para elegir los miembros de la Convenci�n Nacional Constituyente, creemos necesario llamar muy especialmente la atenci�n de los compa�eros del ej�rcito, sobre la importancia que, para nuestro porvenir, pueden tener las ex�ticas reformas, preconizadas por quienes se atribuyen la representaci�n de nuestro glorioso Partido Colorado.

�No entremos a demostrar, por estar en la conciencia de todos, que los dirigentes de la actual situaci�n pol�tica, no son los representantes, ni de la mayor�a, ni de la parte mejor y m�s sana de nuestro Partido. Solo deseamos encarar el peligro que, la implantaci�n del Poder Ejecutivo Colegiado, proyectado e impuesto por el se�or Jos� Batlle y Ord��ez, representa para nosotros, los que profesamos con cari�o y abnegaci�n la carrera militar[viii].

�Ning�n compa�ero ignora la falta de consideraci�n y hasta el desprecio, con que es tratada la clase militar por los gobiernos que se vienen turnando de algunos a�os a esta parte. Los militares somos considerados como individuos sin derecho a pensar c�vicamente, sin libertad de manifestar nuestro criterio personal, pero, en cambio, debemos tener nuestro brazo siempre pronto para defender los errores y caprichos ajenos. Cada d�a, m�s se acent�a esta tendencia al desprecio, de parte de los hombres del gobierno hacia la clase militar, por lo mismo que, cada d�a, m�s se apartan de las puras tradiciones de nuestro Partido. Los sacrificios sin nombre de nuestro Ej�rcito, que tantas vidas inmol� en beneficio de la actual situaci�n, son desconocidos y olvidados por quienes a �l, a nuestro abnegado Ej�rcito, son deudores de las posiciones pol�ticas que han alcanzado y de los puestos que disfrutan.

�Pero si la �influencia moral� de nuestros gobernantes llegara a triunfar, aguardan d�as a�n m�s amargos a nuestro Partido y sobre todo a la clase militar. Algunos h�roes de la pol�tica colegialista proclaman desde ya a nuestro Partido como un Socialismo sin bandera, y, efectivamente, el Gobierno Colegiado y la supresi�n del Poder Ejecutivo Unipersonal, son principios fundamentales del Partido Socialista. La protecci�n que el gobierno dispensa a toda esa turba heterog�nea de �cratas importados, nacionalizados e incorporados vergonzosamente a nuestro Partido, y en quienes busca un apoyo para sus planes, demuestra bien claramente las tendencias de nuestros gobernantes, que por ahora solo son esbozadas y que en el futuro ser�n abiertamente practicadas. Tambi�n una prueba de esta protecci�n al socialismo avanzado, es benevolencia policial para con los manifestantes anarquistas que apedrearon, no hace mucho, el Centro Militar, y ante los impasibles representantes del gobierno, insultaron impunemente al Ej�rcito de la Patria. Para completar tan brillante perspectiva, solo faltan un programa antimilitar, y si hasta ahora no se ha tenido el coraje de ponerlo en evidencia es porque todav�a se puede precisar de nuestro m�s resultado apoyo.

�El pa�s entero puede no aceptar mansamente el r�gimen de gobierno que, por la coacci�n, el soborno moral y hasta la fuerza, se le quiere imponer. Y bien, entonces habr� llegado el momento de ir nosotros a exponer nuestros pechos en defensa de ex�ticos ideales que no compartimos..

�Ante el grave problema que se presenta para la clase militar, ante el peligro que para nuestra carrera encierra el descabellado proyecto de Gobierno Colegiado... �Nos quedaremos de brazos cruzados?... No, compa�eros; somos militares concientes. No podemos ni debemos hablar: pues bien callaremos, pero obraremos.

�Es indispensable que todos cumplamos con nuestro deber, el d�a de los comicios para la Convenci�n Nacional Constituyente. Es necesario hacer todo lo posible para evitar el despreciado triunfo de la causa colegialista, bochorno para el pa�s y ruina para nuestra clase. El voto secreto nos da la garant�a absoluta, que nadie podr� saber por quienes votamos, y, si perdemos, al menos tendremos la satisfacci�n de haber hecho lo posible para salvar la tradici�n de nuestra divisa y la del uniforme que con orgullo llevamos.

�Compa�eros: el d�a de las elecciones nadie deje de votar. Tened presente que, el Partido Colorado y las Instituciones Militares, corren un grav�simo peligro. La indiferencia ante tan trascendental problema, ser� ignorancia o ser� complicidad con los que llevan a nuestro Partido al suicidio; a la clase militar al desastre; al pa�s a la bancarrota. Votar con los colegialistas es, pues, una traici�n, abstenerse, una cobard�a. �Varios compa�eros concientes.� (negrita en el original) 

[ix] Expresa en el editorial titulado Las Ideas, publicado el  jueves 7 de setiembre de 1916:  La pr�dica de EL DIA ha sido siempre pr�dica de ideas. �Presumimos haberlas inculcado en una gran masa de la opini�n nacional, que constituye su apoyo y su fuerza. � Los sucesos no pueden modificarlas en nuestro concepto period�stico. �A despecho de los sucesos mismos, ellas ser�n siempre nuestras ideas, porque son convicciones hondas y patri�ticas, solo inspiradas en el bien del Pa�s. �Los hombres, como los partidos, proceden por propia voluntad y no por voluntad ajena. �O se cree que una cosa es buena o se cree que no lo es. �Si se cree que es buena debe sostenerse; si se cree que es mala no ha debido nunca defenderse. �Pero juzgar las cosas hoy en sentido diametralmente opuesto a lo que se pensaba ayer por el solo hecho de que las conveniencias transitorias determinan evoluciones de procedimientos, nos parece un error que trastorna los rumbos que se han considerado, fundamentalmente, verdaderos. �Una cosa es detenerse- como lo hemos cre�do necesario, como lo hemos aceptado con verdadero benepl�cito en el momento actual, para agrupar fuerzas. �Otra, es retroceder. �Una cosa es el comp�s de espera previsor sobre las posiciones adquiridas. �Otra, es marchar para atr�s. �Los partidos, como los hombres, valen por lo que hacen, por lo que piensan, por lo que se proponen hacer. �Y su unidad y su fuerza residen en la unidad y a la fuerza de sus directivas ideol�gicas. �El partido que cambia de programa en cada hora hist�rica de su actuaci�n colectiva, es porque carece de orientaci�n firme y de estabilidad perfecta. �No podr� saberse nunca adonde va ni lo que quiere, instrumento del azar de los sucesos, pl�stico como la arcilla y, como �sta, susceptible de ser adaptado a todas las combinaciones de los intereses adventicios. �Los partidos deben ser la expresi�n viva y din�mica de sus ideas, de sus plataformas impersonales, de su empe�o decidido y permanente de realizar el bien, de la manera que lo consideren mejor, por acuerdo de voluntades concordantes, o de propender a que ese bien se realice con arreglo a sus puntos de vista superiores. �Mudar de programa, de un d�a para otro, bajo la influencia de impresiones fugaces, significar�a que solo las circunstancias mueven los resortes de su organizaci�n y de su actividad. 

***

Estas consideraciones nos sugiere la propaganda de estimables diarios, hasta ayer afanosos colaboradores y entusiastas defensores de la pol�tica de partido y de las reformas sociales y econ�micas efectuadas antes, y, hoy, no menos entusiastas y afanosos panegirisistas de nuevos rumbos contrarios a la reciente tradici�n de la comunidad en que militan. �EL DIA no piensa como ellos: alz� durante doce a�os una bandera de principios e ideas. �Y esa bandera sigue firme en sus manos. �El electorado, en el �ltimo comicio, por razones que hemos repetido muchas veces, por circunstancias que no afectan la verdad, la sinceridad y la justicia de nuestra pr�dica, venci�, si se quiere, al reformismo radical. �Y hemos acatado el veredicto p�blico, por m�s sospechoso que nos sea, y hemos retirado, ante la imposibilidad de seguirlo manteniendo, el proyecto colegialista, sin dejar de pensar hoy como ayer a su respecto. �Pero el electorado no ha dicho nada sobre todos los dem�s principios y sobre las dem�s ideas capitales y permanentes que inspiraron nuestra propaganda. �El electorado no ha dicho que debe desistirse de la pol�tica de partido y de las buenas reformas de orden social y econ�mico que constituyen un programa impersonal y prestigioso. �No tenemos por qu� relegarlos al archivo de las cosas hist�ricas, condenadas a ser destruidas, como los papeles viejos, sin valor afirmativo, por la polilla del tiempo. �Nuestra colectividad tiene en su programa, como cl�usula esencial, la pol�tica de partido y como orientaci�n inequ�voca el prop�sito de realizar grandes ideas progresivas, nobles postulados de libertad, de igualdad, de transformaci�n social. �Podemos dar preferencia - en un alto que todos admitimos y justificamos, - a la obra de mejor organizaci�n de nuestros elementos para una lucha electoral pr�xima, en que todos debemos estar unidos para dirimir con el adversario tradicional el pleito de preponderancias banderizas, en nombre de un alto inter�s patri�tico; pero eso no quiere decir que debemos renunciar a lo que es esta fuerza moral, la raz�n de ser de nuestro partido mismo: sus ideas y sus aspiraciones perfectamente caracterizadas frente a las dem�s agrupaciones c�vicas. �De poco o de nada nos valdr�a el poder, si no tuvi�ramos aspiraciones e ideas superiores que realizar desde el gobierno! .

Nuestra doctrina llega m�s lejos �y debemos subrayarla al tomar en cuenta los conceptos de los diarios a que hemos aludido: no damos solo valor a las ideas por la suerte que corran en las luchas de la pol�tica militante! - Las ideas tienen el valor de si mismas, para nosotros. �Consideramos la pol�tica de partido, que se aplica en todas las democracias bien organizadas, como la �nica que puede hacer fecundo, estable, prestigioso, fuerte, �til el gobierno. �Esa es nuestra convicci�n inquebrantable y definitiva. �La pol�tica nacional, como se entiende entre nosotros, como se ha practicado tantas veces en nuestro Pa�s, para fracasar inevitablemente en la esterilidad, en la anarqu�a o en la guerra civil, es, para nosotros, inadmisible. �Lo sostuvimos ayer, lo sostenemos hoy, lo sostendremos siempre, como resultado de la experiencia hist�rica, del sentido superior de las conveniencias colectivas, de la sincera devoci�n al bien de todos. �Y pensamos as� a despecho de los sucesos, de las derrotas eventuales, de la suerte que esas ideas corrieran en cualquier caso, porque nuestras ideas obedecen a la virtualidad de nuestra persuasi�n largamente madurada, y no a los agentes exteriores que puedan modificar el ambiente seg�n las contingencias pol�ticas.

Con nuestras ideas y para nuestras ideas, pues, seguiremos siempre luchando, en nombre de las convicciones propias y del inter�s nacional. 

[x] La referencia es la ley sancionada por el presidente Roque S�enz Pe�a en 1912 que declara el voto universal masculino, secreto y obligatorio en la Argentina. La participaci�n electoral antes de dicha ley apenas superaba el 1% del electorado. Los casos de fraude estaban referidos a que se imposibilitaba a la oposici�n el sufragio y a las trampas en el Registro de los electores. 

[xi] Manifiesta El D�a el lunes 31 de julio de 1916 en el editorial La Jornada C�vica: La jornada c�vica de ayer representa para el Partido Colorado el triunfo moral de su obra democr�tica. �Probablemente, los adversarios de la reforma constitucional y de los postulados que nuestro partido proclamar� como ideales de sus empe�os regeneradores, obtendr�n una mayor�a de cierta consideraci�n en la pr�xima asamblea constituyente. �Representaremos y acataremos con la misma sinceridad de que hemos hecho p�blica y pr�ctica devoci�n en los preliminares de esta campa�a pol�tica, la decisi�n del comicio, que es la expresi�n de la mayor�a del electorado, o sea el derecho victorioso a las sanciones definitivas. �Hemos propendido, por medio de la ley liberalmente concedida y escrupulosamente tutelada, a que ese derecho se manifestara con absoluta libertad. �Hemos predicado el deber de representar las soluciones del comicio. �Hemos hecho posible la acci�n de todos los partidos dentro de la �rbita de la legalidad y del orden. �Hemos demostrado que se prejuzgaba, que se mistificaba, que se enga�aba al Pa�s dici�ndole que nuestro partido pretend�a vencer a toda costa y de cualquier modo, bajo el acicate de torpes desvar�os. �Hemos acreditado la alteza incontestable de nuestras miras y la correcci�n irreprochable de nuestros procederes, poniendo en manos del Pa�s todas las armas listas para que hiciese valer lib�rrimamente sus opiniones, sus prop�sitos, sus tendencias si pudiera sobreponerse a nosotros mismos el m�rito a la superioridad de sus votos, o sea, de sus fuerzas democr�ticas.

Ning�n partido de gobierno, en parte alguna del mundo, ha dado el ejemplo que ha ofrecido el nuestro, no solo en la preparaci�n de leyes electorales insuperables, que han determinado la manifestaci�n inequ�voca de la voluntad nacional, sino en la ejecuci�n misma de tales leyes, en el acto de sufragio, insospechablemente garantido y amparado por todas las autoridades de la Rep�blica. A diferencia de medios democr�ticos vecinos en que las leyes y las practicas renovadoras del comicio, obedecieron a iniciativas personales de gobernantes sin partido, entre nosotros la obra de la ley y de la practica enaltecedora y lib�rrima, corresponde a la iniciativa y a la cultura c�vica de todo un Partido de gobierno que se hace un deber en consagrar la inscripci�n obligatoria y el voto secreto, como regla fundamentales de conducta electoral.

Pudo el Partido Colorado � sobre todo teni�ndose en cuenta que los propios opositores combatieron sus sanas y fecundas orientaciones -, reservarse ventajas en el mecanismo de la ley. �Pero no hizo eso porque quiso evidenciar en los hechos la ligereza y la calumnia de los cargos que se le formular�n, dando al pueblo todo aquello que fuera posible para que el pueblo votara con la confianza y el optimismo de la realidad de sus derechos, en su perjuicio o en su beneficio.

Esos solo lo hacen los grandes partidos de m�dula y de educaci�n republicanas. �Nadie los hubiera hecho en su lugar: Ni uno solo de los grupos pol�ticos que le han disputado las posiciones prevalentes a la gran Convenci�n pr�xima, que no han sido capaces de reconocer el altruismo y la nobleza en nuestra actitud fundamental, antes del comicio, habr�an definido, con los prestigios de la jornada de ayer, la propia voluntad de someter en absoluto al veredicto popular sus propias ideas y las ajenas, con abstracci�n completa de peque�as y personales intereses. Es una lecci�n que el Partido Colorado ofrece a la democracia de Am�rica!

Pero antes de terminar, s�anos permitido subrayar, no solo ese hermoso triunfo moral de nuestro Partido, sino tambi�n el hecho de que el colegialismo ha sido prestigiado por la enorme mayor�a de los sufragios, dentro del Partido, en todo el Pa�s. �Los anticolegialistas, como lo supon�amos, han revelado su escaso ascendiente dentro de filas: es una minor�a sin otro rol eficaz que el de restar fuerzas a la causa com�n, facilitando algunos triunfos nacionalistas. �Pero a�n, en ciertos departamentos en que la victoria no corresponder� a nuestro partido, �ste, sumando incidencias, ha obtenido mayor�a de sufragios relativamente a las oposiciones m�s fuertes. �Lo que quiere decir que los ideales reformistas de nuestro Partido constituyen una cifra de gran importancia en el electorado nacional.

Por nuestra parte, si lamentamos algunos reveses sufridos, por el Pa�s que perder� la oportunidad de reformar, en su sentido ampliamente democr�tico, sus instituciones constitucionales, nos felicitamos, en cambio, por haber propiciado la hermosa jornada c�vica de ayer, que honra a todos los ciudadanos, por el orden y el entusiasmo demostrados, y particularmente a nuestro partido, que ha puesto al pueblo en aptitud de acreditar insospechablemente sus derechos, dentro de la legalidad y la libertad.  

[xii] Estuvo integrado por nueva miembros, renov�ndose por tercios cada dos a�os. Su elecci�n era directa, por lista incompleta. Es decir, se votaba por dos candidatos y sus suplentes. A la minor�a mayor le correspond�a un cargo. El primer Consejo se integr� por elecci�n indirecta de la Asamblea General contando con seis colorados y tres nacionalistas. Su primer presidente fue Feliciano Viera por el per�odo 1919-1921. Integraban tambi�n ese primer Consejo, Ricardo Julio Areco, Pedro Cosio, Domingo Arena, Francisco Soca, y Santiago Rivas por el Partido Colorado, y Alfredo V�zquez Acevedo, Mart�n C. Mart�nez y Carlos A. Berro por el Partido Nacional.

La presidencia del Cuerpo ser�a ocupada, a partir de ser directa la elecci�n de sus miembros, por el primer candidato de la lista del partido m�s votado. As�, Batlle y Ordo�ez lo presidir� entre 1921 y 1923, Julio Mar�a Sosa en 1923-1925, Luis Alberto de Herrera 1925-1927, Batlle y Ord��ez 1927-1928 (el 16 de febrero de 1928 Batlle renuncia, sucedi�ndolo Carlos Mar�a Sor�n); Luis C. Caviglia 1928-1929; Baltasar Brum 1929-1931; Juan P. Fabini 1931-1933 y Antonio Rubio durante el mes de marzo de 1933.

Cuando su disoluci�n por el golpe de Estado de Gabriel Terra (el 31 de marzo de 1933) formaban parte del mismo los consejeros elegidos en 1928: Batlasar Brum, Victoriano Mart�nez (colorado neutral) e Ismael Cortinas (muy respetado dirigente nacionalista y concu�ado de Gabriel Terra): lquienes acceden por los comicios de 1930: Juan P. Fabini, Tom�s Berreta y Alfredo Garc�a Morales (destacado dirigente nacionalista independiente, cu�ado de Juan Andr�s Ram�rez): y los electos en 1932: Antonio Rubio, Andr�s Mart�nez Trueba y Gustavo Gallinal (una de las m�s destacadas personalidades del nacionalismo independiente). Los Herreristas en estos �ltimos comicios se abstuvieron de concurrir a las urnas.

Depend�an del presidente de la Rep�blica las carteras de Interior, Defensa y Relaciones Exteriores. Las restantes, del Consejo Nacional de Administraci�n.

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