URUGUAY
UN DESTINO INCIERTO
Jorge Otero Menéndez
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Cuando Matan a Flores
La realidad nacional, empero, podía haber resultado peor de la que fue de haber resultado electo presidente el general José Gregorio Suárez[i], cuyos méritos principales estaban constituidos por no más de un par de dudosas y débiles virtudes: un desbordante y erróneo coraje y un indiscutible afán protagónico que casi nunca fue más allá de eso, a los cuales consagró parte esencial de su vida.
De cualquier modo, podemos decir que el período de Lorenzo Batlle se constituyó, con sobradas razones, en la excepción del aforismo latino que dice: ex adversis felicitas (de la adversidad viene la felicidad). A poco irrumpe el militarismo.
El miércoles 19 de febrero de 1868 habían sido asesinados el general Venancio Flores (1808-1868) y el ex presidente Bernardo Berro (1803-1868).
El país, el gobierno mejor dicho, se aprestaba en precisos momentos anteriores a ingresar en una institucionalidad de cuya vitalidad el principal custodio y el único sostén era el ahora jefe muerto. Paradojas de nuestra historia, que parecen una extraña cortesía hacia el curioso que se acerque a visitarla. Los silencios sobre los temas trascendentes y reales – mecanismo de comunicación habitual en los regímenes políticos de la región entre la gente común y sus dirigentes - no eran habitados por sobreentendidos constructivos sino que eran meras antesalas de espera para la vehemencia, para el estertor violento.
La muy previsible y peligrosa dispersión política se presentaba en 1868 en lo que significarían desde entonces los independientes prestigios (es un modo de expresión tan sólo) de diversos caudillos militares, como el “florista” coronel Máximo Pérez (1825-1882)[ii], jefe político de Soriano, el también “florista” general Francisco Caraballo[iii], que será confirmado como comandante general de Campaña, cargo que venía desempeñando con Flores y el – por esos momentos - “anti-florista” general Gregorio Suárez , que ocupará el Ministerio de Guerra. Y es imposible olvidar las versiones blancas del “Goyo”: el general Anacleto Medina – al menos en los largos últimos tramos de su extensa vida - y el coronel Timoteo Aparicio[iv].
La debilidad institucional gubernativa que suponía, supone un respaldo en personalismos[v] se vio fortalecida con la muerte de Flores. La Constitución, por ello, nuevamente iba a ver postergada la posibilidad de la consolidación de sus normas.
Lo intentado por los hombres de la Defensa de Montevideo (1843-1851), con el primer jefe civil del país a la cabeza y un indiscutible prócer nacional no reconocido hoy día como tal, Joaquín Suárez (1781-1868)[vi], cuando incluso ordenan detener y expulsar del país al general Fructuoso Rivera (1784-1854) por no haber respetado el orden jurídico[vii], sería nuevamente una actividad destinada al fracaso último del motivo que la genera.
Una variante de ese retroceso es el actual modo de resolver problemas de gobierno: Una transacción entre los miembros de las denominadas cúpulas políticas. La continua actividad de los “cupulares” desmerece a los órganos de representación jurídica llevándolos a estos a estar carenciados de legitimidad política, desde que muy pocos o casi ninguno de los líderes electorales los integran personalmente.
En aquél entonces, el futuro inmediato sólo podría hacer pie en el Ejército que, aún cuando invertebrado por la ausencia de Venancio Flores, aparecía con signos de ligera vitalidad corporativa, pese a no tener despejados sus objetivos. Cosas de la adolescencia, incluso en la vida de las instituciones que también tienen sus edades.
Es de tener en cuenta que la afiliación partidaria actuaba como la amalgama más eficaz de una cohesión grupal. Si bien los actores tenían diversas pertenencias, distintos roles (propietarios, jornaleros, comerciantes, etc), el “corte” partidario era el más eficiente como movilizador social.
Esto no ocurría en la Sociedad como ámbito de actuación de instancias de agregación de intereses. Y la razón es sencilla: no existía. Se entiende: la Sociedad en tanto vida colectiva, compartida o a compartir con el prójimo en su interés común por esa circunstancia.
El ejército no había tenido tiempo de profesionalizarse, nutriéndose de un eventual núcleo de frágil coherencia corporativa, nuevamente bordado a partir de los integrantes de la Cruzada Libertadora de1863 y de los participantes en la Guerra del Paraguay (1865-1870).
A la muerte de Flores, el presidente del Senado, Pedro Varela (1837-1906) - un hombre que buscó disimular su mediocridad, sin lograrlo, vistiéndose habitualmente con traje de circunspección fondo en deslealtad - se encontraba entonces en ejercicio de la Primera Magistratura. Era, por otra parte, el dueño del Banco Montevideano, que atravesaba serias dificultades de subsistencia, las cuales, a poco, no pudo vencer.
Cuatro días antes de su muerte, el entonces gobernador provisorio brigadier general Venancio Flores había presentado renuncia al cargo y afirmaba que no iría a disputar la elección de presidente de la República que debía dilucidarse el 1 de marzo de 1868, es decir, dos semanas después.
Esta decisión motivó que dos de sus hijos, con mando en el regimiento que custodiaba la capital, el Libertad, se amotinaran el 8 de febrero de ese año.
La respuesta de Flores fue terminante: Resolvió la disolución del batallón que pasó a denominarse Constitución bajo las órdenes de otro jefe, la degradación y el inmediato destierro a Europa de Fortunato Flores, su hijo mayor, quien comandaba el cuerpo amotinado y el pase a retiro de su otro hijo, Eduardo, que había acompañado a su hermano en la aventura por mantener a su padre en la jefatura del Estado – contra la voluntad de éste si nos atenemos, al menos, a su reacción frente al hecho y a sus reiterados dichos anteriores.
Los candidatos a ocupar el sillón presidencial – hablar de mando sería una exageración en el caso - fueron el presidente en ejercicio, es decir, el banquero casi quebrado Pedro Varela, el general José Gregorio Suárez, cuya diferencia con un perro no residía en su aspecto sino en su desconocimiento de la fidelidad, y el periodista y político José Cándido Bustamante (1834-1885)[viii], tan fervoroso florista como antes lo había sido de Fructuoso Rivera. Posteriormente mermaron fuertemente sus lealtades, integrando todos los grupos políticos con posibilidades de acceder al poder, en tanto pensaba, equivocadamente, que se aseguraba así un sitio político de preferencia en el acontecer público nacional. No tomó en cuenta, en suma, la observación de Quevedo: los reyes quieren la traición, pero aborrecen al traidor.
En el acto preparatorio de la Asamblea General que debería de elegir al jefe de Estado aparece por primera vez la candidatura de quien fue durante tres años el ministro de Guerra de Flores, el general Lorenzo Batlle.
Realizada la votación preliminar se produce un empate entre los legisladores que acompañaban a Gregorio Suárez y los que lo hacían por Lorenzo Batlle. El senador por Salto, José Cándido Bustamante, quien había logrado a esos efectos un importante contingente de apoyo, retira su nombre como postulante para respaldar al último de los nombrados, acompañándolo el resto de los legisladores en su posición. Lorenzo Batlle, alcanza así el número de electores suficiente para ser elegido presidente, lo cual formaliza por unanimidad la Asamblea General subsiguiente.
Enterado de la votación preliminar, Lorenzo Batlle señaló: ... Propenderé a la unión del Partido Colorado, gobernando con los hombres más dignos de ese partido, sin exclusión de matices y sin exigir otra cosa para los cargos público, que el patriotismo, la capacidad y la honradez ...... Mi primer cuidado será garantir la vida y la propiedad en todos los ámbitos de la República, siendo inflexible con cualquier abuso que se cometa; hacer que la ley sea igual para todos, blancos y colorados, nacionales y extranjeros; afianzar la paz, el orden y las instituciones; en una palabra, gobernar con la Constitución, levantándola encima de todas las cabezas”
[i] Conocido como “Goyo Jeta”, su única iniciativa noble debe haber sido la de creación, en 1853, del pueblo que lleva su patronímico, ubicado en Polanco, departamento de Tacuarembó: San Gregorio.
Gregorio Suárez fue quien ordenó al entonces capitán Francisco Belén, a quien llamaban “El Chino”, la ejecución del coronel Leandro Gómez (1811-1865) el mismo día en que se toma la ciudad de Paysandú: el 2 de enero de 1865.
Será recién cuando la dictadura del general Máximo Santos que se le rinda honores de general al héroe de Paysandú, como es conocido Leandro Gómez. En dicha ocasión, Andrés Lamas envía desde Buenos Aires la bandera de Paysandú, tomada cuando el Sitio a la ciudad, para que cubriera su ataúd en esos homenajes.
Gómez había sido galardonado por el gobierno de Bernardo Berro con el grado de coronel mayor por decreto del 11 de diciembre de 1864.
Asimismo, la batalla del Sauce, que tuvo a Gregorio Suárez como jefe victorioso sobre las fuerzas del también sanguinario coronel Timoteo Aparicio, es considerada de las más cruel que conoció la República hasta esa fecha. Posteriormente, Pedro Varela sabrá superar la deshumana competencia.
Sicarios de Suárez, además, probablemente fueron quienes asesinaron al general Venancio Flores.
[ii] El coronel Máximo Pérez fue herido gravemente en la batalla de Yatay, que tuvo lugar cuando la Guerra del Paraguay , llevada cabo el 17 de agosto de 1865. Era un hombre que nunca conoció las delicias del pensamiento ordenado y culto, y entregó su vida completamente al ejercicio de la lealtad. En cumplimiento de ella, no habiendo sido imputado antes de ningún acto degradante contra adversarios o enemigos, al enterarse de la muerte de su jefe y amigo, Flores, cometió diversos desmanes, por los cuales el Gobierno le encomendó nada menos que al ministro de Guerra, general Gregorio Suárez que Máximo Pérez fuera debidamente sancionado. En inexplicables ocasiones la degradación moral recibe este tipo de oportunidad....
[iii] El general Francisco Caraballo fue, se coincide en ello, un hombre bueno. Ninguna imputación se le ha podido hacer tanto en el trato con el enemigo como en cuestiones referidas a su honradez administrativa. Compañero de desembarco de Flores – de hecho fue el único jefe militar que lo acompañó – en la playa de Caracoles, Río Negro, el domingo 19 de abril de 1863, cuando se concreta la Cruzada Libertadora. Revistó en forma destacada en las filas de Mitre, siendo jefe de su Caballería en Cepeda (23 de octubre de 1859) y Pavón (17 de setiembre de 1861), por ejemplo. Fue quien recibe, el 20 de febrero de 1865, de manos de Tomás Villalba la resignación del mando, y él quien se lo entrega a Flores. En marzo de ese año Flores lo designa comandante general de Campaña. Fue un militar valiente y decidido.
En política, Caraballo no manifestó plasticidad alguna, cosa muy común en aquella época de pasiones siempre alentadas por la firme pero fútil creencia de la posibilidad de influir directamente sobre el poder o ser el poder mismo, para lo cual se necesitaba un requisito ineludible e inexistente: una cierta coherencia en éste, aunque se manifestara incluso como desconcierto. En 1869 encabezó la llamada Revolución del Curso Forzoso contra algunos grandes comerciantes y el Banco Comercial y de Londres y Río de la Plata. Y se asombró por su derrota, tanto como el presidente Lorenzo Batlle por su propio triunfo.
[iv] Timoteo Aparicio, fue ascendido a teniente primero cuando las campañas de Manuel Oribe en la Argentina. Participó en la Guerra Grande y formó parte de las tropas de Anacleto Medina en la denominada Hecatombe de Quinteros. Hombre de escasa inteligencia , sobrado valor y una crueldad que competía a la par con la del general Gregorio Suárez, llevó adelante diversos emprendimientos revolucionarios que terminaron en fracasos. Con el presidente del Senado en ejercicio de la Presidencia de la República Tomás Gomensoro (1872-1873), pacta la paz del 6 de abril de 1872. Posteriormente, Timoteo Aparicio se pone al servicio de Lorenzo Latorre, quien lo coloca en ridículo en diversas ocasiones – como lo consigna Fernández Saldaña. Recibe su ascenso a general por disposición de Pedro Varela.
[v] Los personalismos no constituyeron el único referente de adhesión política. Pero sin duda era elemento ineludible en la conformación o el asentamiento de la creación de las colectividades partidarias e, incluso, de la regularidad institucional.
En los momentos en que resultaba ineludible un pronunciamiento sobre esa base, es decir, respecto a la estabilidad constitucional – por dictados incluso del modelo etático que al menos moldea a los partidos políticos (ver Hugues Portelli, 1985. Pouvoirs Nro. 32) – vemos aparecer los personalismos. Así ocurre en los primeros preparativos electorales del país independiente con las planchas que lucen el nombre de Amigos del General Rivera. Y es indudable que en varias oportunidades se pueden atenuar e incluso lavar otros perfiles, otras afiliaciones de los simpatizantes o votantes. Fundamentalmente cuando no funcionan orgánicamente los partidos políticos. Lo cual, a la corta o la larga lleva a la destrucción de la democracia, sustituyéndose ya por autoritarismos, ya por la corporativización del sistema, ya por el clientelismo generalizado, ya por un funcionamiento elitístico alejado de las demandas de la sociedad, ya por la combinación de todas esas posibilidades de “desmocratización”. El régimen se encontrará entonces en una situación de empantanamiento – todo lo que se mueva se hunde – y de dependencia a un cartel de elites políticas, cuyo funcionamiento formateará las demandas, iniciándose el plano inclinado cuando estas no defeccionan de su rol por la corporativización de sus intereses o por la incapacidad intelectual relativa de sus miembros.
El núcleo de lo que sería el Partido Colorado se integra asimismo con gente portadora de otras razones que la mera admiración o adhesión a Fructuoso Rivera. El ejemplo más contundente de lo que decimos lo constituye el primer jefe civil del país que fue Joaquín Suárez.
De ahí, asimismo, que en nuestra opinión el clivaje doctores-caudillos sea insuficiente para explicar aquél período. Aunque mucho más limitado es el transporte en crudo a nuestro país del enfrentamiento federales-unitarios que se presentaba en la Argentina que buscaba ser. Basta recordar la opinión del destacado jefe unitario y reconocido militar, el general José María Paz (1791-1854) sobre Rivera y su entorno, para confirmar esa observación. O la sostenida por José Garibaldi en los inicios de su participaciíon en la defensa de la libertad rioplatense.
La posición frente a Buenos Aires o lo que ella significaba – antes y después de Artigas -, la Cisplatina, la Cruzada de los Treinta y Tres y la adhesión que suponía a las Provincias Unidas en lugar de al Imperio del Brasil como representaba la estructura anterior, la posterior Conquista de las Misiones Orientales que coadyuva en la declaración de nuestra independencia nacional, el liberalismo, el autoritarismo, la posición ante el problema de la tenencia de la tierra – cuestión que se prolonga en el tiempo -, la existencia de pragmáticos e ideológicos constituyen elementos muchos de ellos esenciales en la conformación de nuestras colectividades partidarias.
Pero no es posible ignorar que muchas posiciones políticas obedecían a coacciones invencibles. No es posible mirar de otro modo la jura a la Constitución española de 1812 que realiza Lavalleja, entre otros, cuando el retorno al gobierno de los llamados liberales españoles durante Fernando VII que éste pérfido personaje los desalojará gracias a la Santa Alianza, traducida en el Congreso de Verona, en la invasión a España de los denominados Los Cien mil hijos de San Luis.
De tal modo, si seguimos el hilo de esa división “caudillos-doctores” no logramos entender cabalmente, como decíamos, situaciones críticas como las vividas por el país independiente. La primera de ellas, la Defensa de Montevideo que constituye, precisamente, una visión política nacional liberal y antipersonalista en el orden interno y cosmopolita en su visión externa. Abundar respecto a las razones y orígenes de todas estas circunstancia nos alejaría de los propósitos del presente ensayo. No así la última consignada, que desplaza necesariamente la atención pública montevideana de eventual periferia de un centro periférico a ser directamente periferia de los centros, sea esto dicho con las precauciones que convoca cualquier síntesis.
[vi] Aunque conocida la vida de éste prócer, resulta imposible no recordar que estuvo activamente al servicio de la independencia del país desde 1809 y participó en las batallas de Paso del Rey, San José y Las Piedras. Fue asimismo electo diputado por Florida en la Asamblea del año 25. En las elecciones de julio de 1826, planteadas las divergencias con el gobierno porteño, es designado Gobernador Delegado fijando la sede del gobierno oriental en Canelones. Desempeñó el cargo hasta octubre de 1827, cuando es desalojado del cargo conjuntamente con toda la Asamblea por el golpe de estado del general Juan Antonio Lavalleja, quien asume el poder de facto con el título de Gobernador Propietario con sus amplias limitaciones intelectuales y una curiosa seriedad que era núcleo de un frívolo accionar.
Durante la gestión de Suárez “se creó el registro oficial, se instituyó la oficina de contabilidad provincial, se garantizó la seguridad individual, ‘como una de las bases más firmes de la felicidad pública’, se creó el Departamento de Policía, se reglamentaron las atribuciones de los Jueces de Paz y el servicio de las cárceles. Se creó el archivo general y se adoptaron otra porción de medidas de buen gobierno, a quien ligó su nombre como digno gobernante el Sr. Suárez”. (Rasgos biográficos de D. Joaquín Suárez por Isidoro De María. Montevideo. Imprenta de El Siglo. 1880).
“Vino después – señala asimismo De María – el atentado de octubre, imponiendo la disolución de la Sala de Representantes y del gobierno delegado. El Sr. Suárez, revistiéndose de energía y cumpliendo con lo resuelto por la Legislatura, no trepidó en llevar al conocimiento de los pueblos, que los legítimos público se disolvían, no por su voluntad, sino por la fuerza”.
Posteriormente, en diciembre de 1828 es nombrado Gobernador Provisorio en tanto llegaba al país el titular, general José Rondeau. En el desempeño de dicho cargo es quien, en Canelones, iza por primera vez el pabellón nacional.
Éste, por ley de diciembre de ese año, era “blanco con nueve listas de color azul celeste, horizontales y alternadas, dejando en el ángulo superior del lado del asta, un cuadro blanco en el cual se colocará el sol”. Poasteriormente, por decisión legislativa de julio de 1830, el pabellón nacional pasó a constar “de cuatro listas azules en campo blanco, distribuidas con igualdad en su extensión, quedando en lo demás conforme al que establece la ley de 16 de diciemnre de 1828.”
Durante el sitio de Montevideo, cuando la Guerra Grande, la bandera nacional pasa a incorporar el color celeste. En el campo sitiador, flameaba en el Cerrito la la bandera de Rosas: de azul fuerte de fondo y cuatro gorros rojos.
El color celeste como identificatorio de nuestro país fue resuelto por el Congreso Cisplatino de 1821 a iniciativa del presbítero Dámaso Antonio Larrañaga y aceptado como tal por las autoridades lusitanas.
En el período constitucional es elegido Joaquín Suárez legislador e integra la comisión pacificadora nombrada por el gobierno que logra, en octubre de 1838, el convenio de paz concretado en el Miguelete. Rivera se había sublevado en 1837 reclamando Libertad Electoral dado el carácter de las elecciones de noviembre de 1836.
Queda al frente del gobierno de la República entre 1842 y 1852, como presiente del Senado en ejercicio de la Presidencia de la República.
Mal que le pese a algún historiador, fue Joaquín Suárez el primer jefe civil del país. Contrastando su conducta pública y privada con la que desarrolló desde el poder a quien ubican en su lugar: Julio Herrera y Obes.
[vii] Sucedió cuando el segundo destierro de Rivera a Río de Janeiro, que se produce en 1847. En abril de 1846, sin autorización del gobierno de la Defensa, Rivera retorna a Montevideo de la capital carioca, dando lugar a un levantamiento de sus partidarios que motiva varios muertos y diversos heridos. El Partido Colorado estaba dividido en dos fuerzas. Por un lado quienes seguían la línea pacifista inmediata de Rivera frente a Oribe y, por otra, quienes sostenían la continuación de la guerra hasta que pudiera acordarse una paz institucional. Estos eran liderados por el presidente interino Joaquín Suárez. La comunicación a Rivera de la orden de destierro es cumplida por el ministro de Guerra, el entonces coronel Lorenzo Batlle. Rivera se encontraba en esos momentos en la guarnición de Maldonado.
En los enfrentamientos a que da lugar el desembarco de Rivera en abril de 1846, muere un medio hermano de Lorenzo Batlle, José Batlle, español de nacimiento.
Quien encabezó el levantamiento fue el coronel Venancio Flores. El episodio culmina con la designación, por parte del gobierno, de Rivera como general del Ejército en Operaciones.
El primer destierro de Rivera es decretado luego que éste se retirara a Río Grande del Sur después de su derrota en India Muerta (la del 27 de marzo de 1845 en que es vencido por las fuerzas rosistas al mando del general Urquiza). Las autoridades brasileñas lo envían a Río de Janeiro donde es detenido. El gobierno de la Defensa de Montevideo, entonces, señala que no puede Rivera volver al país sin su autorización.
La primera separación del cargo se produce cuando el desastre militar en Arroyo Grande (6 de diciembre de 1842). El segundo destierro y la tercera separación del cargo que desempeñaba se lleva a cabo luego de diversas derrotas que lo conducen – como consignamos - a establecer un diálogo, no autorizado por el gobierno, con oficiales del general Manuel Oribe.
[viii] Tal ilustrado como su hermano Pedro, José Cándido Bustamante había resultado electo senador por Salto para la 10ª Legislatura. Sobreviviente de la Hecatombe de Quinteros, encabezó la vanguardia oriental en la batalla de Yatay, en la Guerra del Paraguay. Este enfrentamiento fue el primero de importancia en el trágico conflicto y acompañaban al ejército oriental – que constituía el grueso de las fuerzas aliadas - tropas correntinas, brasileñas y algunas paraguayas de las formadas en Buenos Aires.
El emperador “Pedro II daba tal importancia a la batalla de Yatay, que conservaba en una galería de su Palacio de San Cristóbal, el retrato al óleo del General Flores como demostración de afecto”, señala quien fuera jefe de Misión de la Legación uruguaya en Asunción desde 1863 y posteriormente ante el gobierno imperial José Vázquez Sagastume, en su contestación a las acusaciones de anti brasileño que le formuló el consejero José Antonio Saraiva (quien había venido al Río de la Plata en 1864, poco después del triunfo del liberalismo brasileño – del cual era prominente figura - y la consecuente derrota del conservadorismo que lideraba el visconde de Río Branco) y que realizara, además, algunas consideraciones sobre los prolegómenos de la Guerra del Paraguay en el diario conservador carioca Jornal do Commercio. Vázquez Sagastume le contestó desde O Paiz. Su posición fue recogida en el libro Rectificación Histórica – El consejero Saraiva y el Dr. Vázquez Sagastume. Río de Janeiro. 1894. Tip. O Paiz. Rúa do Ouvridor 62 e 63.
Se desempeñó José Bustamante, asimismo, como jefe Político de Montevideo desde abril de 1867 hasta el 4 de febrero de 1868. Fue ministro de Gobierno de Lorenzo Batlle. Votó a Latorre para la presidencia siendo diputado por Salto y acompañó la dictadura de Máximo Santos. Pero fue quien salió en defensa de don Pepe cuando sicarios del dictador quisieron atentar contra él, en 1886. Fue líder del grupo personalista del Partido Colorado conocido peyorativamente como “candombero”, según el calificativo de Juan Carlos Gómez.s Gómez.