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Al menos los ricos prosperan

Esto quiere decir que el comercio libre promueve el bienestar de los ricos, pero no necesariamente el bienestar social, que debería aplicarse a la gran mayoría de la población. No es de extrañar entonces que las compañías multinacionales y sus directores ejecutivos, con sus feudos industriales diseminados por todo el mundo, adhieran fervientemente al comercio libre.

Hay que romper el ciclo de más comercio internacional que constituye una amenaza para el medio ambiente, la justicia social y el empleo sostenible. La idea es generar un proteccionismo competitivo, no un proteccionismo monopólico. O sea, reemplazar la competencia externa actual por la competencia interna. Pasar del enriquecimiento de la corporación a la realización del individuo.

Parece difícil, en un mundo globalizado, que un país o región pueda crear una política pro-empleo eficaz y a largo plazo.
Podemos entonces imaginar acuerdos internacionales que no permitan esta perspectiva de vecino-mendigo?
Una vez más, las consideraciones políticas –niveles de desempleo que amenazan la estabilidad social- se convierten en el factor decisivo a la hora de afrontar los problemas económicos.
El capitalismo no es un sistema fácil de gobernar bajo las mejores condiciones, y las perturbadoras amenazas tecnológicas, el aumento de la interdependencia económica y la falta de consenso internacional en política económica no son evidentemente las mejores condiciones. Es probable que si todos los capitalismos adoptaran políticas con más visión de futuro e hicieran vigorosas campañas para conseguir pactos internacionales que exigieran mutuos frenos competitivos, las cosas podrían ser distintas. Pero la frustrante realidad es que no sabemos como dar cuerpo a la voluntad política necesaria para dicho esfuerzo.
La voluntad política de las masas, tan importante en el lejano pasado, se ha convertido en la tabla de salvación de hoy, tal vez en mayor medida del mañana.

Restablecer las condiciones de igualdad de oportunidades, volver a dar credibilidad a la movilidad social ascendente, se presentan por lo tanto esenciales, ya que permitirían recuperar el movimiento, hacer más claro el porvenir.
Se advierte con claridad que un proyecto semejante implica un retorno al estado, no sólo como gestor precavido del presente sino como productor del futuro, como director del largo plazo.
La Unión Europea debe definir la clase de futuro que quiere construir. La Unión Europea debe apostar al futuro. Su hipoteca social (pensiones y sanidad) no puede lastrar a los jóvenes y futuras generaciones hasta tornarlas incapaces, ociosas y marginales. Si no, no habrá ni para los unos, ni para los otros. Sin olvidar el pasado hay que pensar en el futuro. Hay desafíos ajenos y propios que son razones suficientes, para procurar las transformaciones internas, sin la necesidad de seguir un sendero dependiente. Sin soberbia y sin humillación; con realismo y con equidad, la Unión Europea debe iniciar las acciones que permitan asegurar el acceso a toda la sociedad a los frutos del crecimiento, y de la inclusión e inserción en el proceso productivo.
El sugestivo proyecto de la Unión Europea debe tener por clave política el mantenimiento de la cohesión social.

Europa no puede, ni debe, competir internacionalmente en base a bajos salarios, desocupados, subempleados, cuentapropistas o trabajadores formales precarios, pero tampoco puede continuar el proceso de crecimiento económico sin empleo.
Ahí está la clave del problema europeo. Resolver el dilema –planteado por Viviane Forrester- entre desocupación o pobreza.
El modelo renano debe afirmarse y no resquebrajarse.
La empresa como unidad de trabajo, producto de la concurrencia de intereses entre el capital y el trabajo debe mantenerse donde se tenga, procurarse donde sea posible, y propugnarse donde esté pendiente.
Reconvertir el modelo renano no quiere decir dejarse arrastrar por la riada del Yangtse chino, ni mantener relaciones inadecuadas con EEUU.
Un capitalismo productivo del tipo renano evitará los defectos del capitalismo socialista chino y los excesos del capitalismo neoliberal norteamericano.
Ni un estado del bienestar esclerótico, ni un estado del malestar canceroso.
Existe una enorme senda intermedia donde la Unión Europea puede transitar modernizando sus estructuras –que es justo y necesario- sin destruír su sistema de bienestar –que también resulta ser justo y necesario-.
Apretando el acelerador cuando se puede, utilizando el freno cuando es prudente, pero no conduciendo con la vista fija en el retrovisor, la Unión Europea debe encontrar su propio camino.
EEUU tiene su propio camino y le deseo –aunque parezca lo contrario- la mejor de las suertes.
Japón tiene su propio camino y le deseo la mejor de las suertes.
Puede que hasta los BRICs (Brasil, Rusia, India y China), tengan su propio camino –o lo encuentren definitivamente- y también les deseo la mejor de las suertes.
La Unión Europea debe encontrar el propio. Mi propuesta –deseo, anhelo, aspiración, y empeño- es que lo haga con independencia y soberanía. Respetando, pero no necesariamente imitando a otros, salvo en aquellos casos en que se demuestre que es condición necesaria y suficiente. Y por supuesto, exigiendo de parte de la comunidad internacional el debido respeto a su “razón de estado”.

La Unión Europea no tiene que aceptar –contra sus intereses- “recetas” de EEUU (las mas), Japón (las menos), el FMI, la OMC, la OCDE, y el conjunto de organismos internacionales o ideólogos influenciados o influenciables por las empresas multinacionales.
Si la Unión Europea se respeta a si misma, encontrará –espontáneamente- el respeto de los otros países. Para eso se necesita más Europa y no menos, más decisión, más cohesión, más dinámica, más representatividad, más autoestima, más seguridad en si misma, más…”cojones”…y no menos